miércoles, 21 de febrero de 2024

Amor familiar (capitulo 3)



 

Habían pasado seis o siete meses desde que mi hermana y yo habíamos empezado nuestra secreta relación y solo en tres ocasiones más pudimos ir a la casa de la sierra. Mientras tanto, teníamos relaciones furtivas intentando esquivar a mi madre que estaba especialmente pesada y desconfiada: a Marina la traía por la calle de la amargura.

Llegaron las Navidades y mis padres asistieron a las habituales comidas de empresa. Primero papá y un par de días después mama.

El teléfono fijo empezó a sonar y me despertó. Miré la hora en el móvil y ví que eran las tres de la madrugada. Me levanté de un salto y cuándo bajé al salón seguido de Marina, papá ya estaba descolgando.

—¿Dígame?

—»¿Es el domicilio de Matilde Guzmán?«

—Sí, sí, ¿qué ocurre?

—»Ha habido un accidente y esta en el hospital. ¿Es usted su marido?«

—Sí, sí, soy yo, pero ¿ella esta bien? —respondió papá mientras por la escalera bajaba Marina.

—»Seria necesario que venga al hospital lo antes posible: esta en la urgencia«

—De acuerdo voy para allá, ¿pero esta bien?

—»No puedo darle esa información por teléfono: lo siento«

—Vale, voy para allá.

—¿Quieres que vaya contigo? —le pregunté a papá.

—No, no. Cuándo llegue al hospital os llamo y os cuento.

—Pero a mí no me despertéis, —dijo Marina con total indiferencia volviendo a subir por la escalera—. Ya me contaréis por la mañana.

Papá y yo nos miramos, arqueamos las cejas y después de despedirnos, se fue al hospital.

Al día siguiente, por la tarde, se instaló la capilla ardiente en el tanatorio. Mi padre se enteró de la muerte de mi madre cuándo llegó al hospital: le explicaron que por teléfono no informaban de los fallecimientos. Al parecer regresaba de la cena de navidad en compañía de un compañero de trabajo, que era el que conducía, cuándo se empotraron contra un camión de la basura que estaba trabajando. Los dos murieron en el acto.

Mi hermana solo fue al día siguiente por la mañana cuándo iba a salir el cortejo. Se presentó de negro riguroso, de un negro cinematográfico. Recibió las condolencias de los familiares y amigos representando a la perfección su papel de hija afligida y desconsolada detrás de sus negras gafas de sol.

—Tenemos que hablar del tema de la lápida del nicho, —dijo papá cuándo llegamos a casa.

—A mí no me preguntéis que me da igual: decidid vosotros, —dijo mi hermana y subió a su habitación.


 

Una nueva rutina se implantó en nuestra vida con la desaparición de mi madre. Teníamos más libertad para nuestras cosas porque mi padre seguía trabajando mucho.

Un fin de semana, tres meses después, papá nos sorprendió porque ese sábado no fue a trabajar. La verdad es que nos trastocó un poco los planes, pero nos alegramos por él. Se levantó tarde, se puso las cosas de correr y se fue a trotar por los alrededores.

Cuándo regresó, pedimos algo a un japonés y cuándo terminamos y lo recogimos todo, se sentó en el sillón. Yo lo hice a su lado, en el sofá.

—¿Quieres una copa papá? —preguntó Marina. Había subido a su habitación y apareció descalza con un diminuto tanga y una camiseta larga de tirantes que la tapaba escasamente el trasero, pero que cuándo se movía un poco se lo dejaba al aire además de que se le caía la tiranta.

—Sí, gracias hija, —la contestó con una sonrisa. La siguió con la mirada hasta el mueble bar y cómo hipnotizado la miraba el trasero mientras llenaba la copa de coñac.

—¿Quieres otra? —me preguntó cuándo se la trajo a papá. Afirmé con la cabeza y se dio la vuelta y regresó al bar.

—Esta buena, —afirmé mirando a papá que no podía apartar la vista del trasero de mi hermana. Papá me miró con cierto gesto reprobatorio—. Venga papá, no me jodas.

—¡Joder! Que es tu hermana.

—¿Y qué? Eso no la hace fea.

—Vale Jaime, sí, está buena, —concedió por fin papá en un susurro. Marina regresó con mi copa, me la entregó y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, frente a los dos.

—¿Te has fijado en su boca? —pregunté para incomodarle—. No me digas que no te gustaría…

—Pero ¿qué dices? —me interrumpió mirando de reojo a Marina que asistía a la conversación atentamente, pero sin hacer el más mínimo gesto.

—¿Quieres verla desnuda?

—Ya la he visto desnuda, —se defendió papá.

—Pero no en estos años, —hice una indicación a mi hermana que rápidamente de puso de rodillas y se sacó la camiseta por arriba. Después, se sentó en el suelo y se bajo el casi inexistente tanga, sacándoselo por los pies. Con la mano la indique que se levantara y con un movimiento circular de la mano la indiqué que se girara. Papá la miraba embobado sobre todo cuándo la vio el trasero—. ¿La habías visto así antes?

Papá negó con la cabeza mientras veía cómo Marina se sentaba en el suelo otra vez—. No entiendo que pretendes.

—Muy sencillo papá, que lo pases con ella muy bien… igual que lo paso yo… e igual que lo pasa ella.

—¿Esto es una broma?

—De broma nada papá, ¿quieres que te lo demuestre? —y sin esperar respuesta, me bajé el pantalón y saque la polla—. Vamos cariño, cómo tú sabes.

Automáticamente, Marina se incorporó y de rodillas avanzó hacia mi colocándose entre mis piernas. Me cogió la polla e inclinándose se la llevó a la boca. Empezó a chupar mientras la sujetaba con la mano. Me incliné un poco y la dí un fuerte azote en el trasero.

—¡Las manos a la espalda! —la dije e inmediatamente me obedeció. Después, mirando a papá añadí—: en ocasiones hay que corregirla.

Papá, incrédulo, miraba alternativamente cómo su hija se tragaba la polla de su hermano, y a su trasero. Inclinándome un poco, se lo acaricie. Se veía nítida la palma de mi mano impreso en su blanco trasero. La separé las nalgas mostrándole su zona vaginal y anal. Finalmente, papá alargó la mano y la acarició el trasero justo dónde la había dado el azote. Un prominente bulto se notaba en la entrepierna. Entonces, la agarré la cabeza y me corrí en su boca. Cuándo me tranquilice, papá seguía mudo, pero sin apartar la vista de mi hermana: estaba cómo hipnotizado.

Con una indicación de la mano, la dije que se ocupara de papá. Rápidamente, avanzó de rodillas y se colocó entre sus piernas y empezó a bajarle el pantalón.

—No me vas a durar nada papi, —le dijo con una sonrisa mientras le agarraba la polla. Se inclinó, se la metió en la boca y empezó a chupar mientras se ponía las manos a la espalda. Y no la duró. A los pocos segundos, papá empezó a gruñir mientras la sujetaba la cabeza y se corrió. Cuándo lo tenía todo en la boca, Marina se la enseñó llena de semen y después se lo tragó. Papá flipaba—. Te lo dije papi.

—Bueno, dí algo, —le dije a papá.

—No sé qué decir.

—¿Te la ha chupado bien?

—Ya lo creo.

—Pues a mí también, y por eso hay que premiarla, —le dije y llamando a mi hermana la tumbé sobre mis piernas. La agarré con fuerza de la coleta y empecé a azotarla el trasero. La daba tandas de diez y la metía los dedos en el chocho. Marina chillaba de placer y dolor.

—La duele, pero la gusta, —afirmó papá.      

—Así es papá. ¿Quieres “premiarla” tú? —afirmó con la cabeza y Marina pasó de mis piernas a las suyas y papá empezó a azotarla. Siguió encadenando orgasmos y papá no paraba de sorprenderse.

—¿Tiene algún límite? —preguntó finalmente cuándo paró de azotarla y la acariciaba el trasero. Claramente se le veía más animado.

—Eso es algo que ahora ya podemos descubrir. Ya sabes que mama la tenía muy agobiada, y claro, había cosas, muchas cosas que no podíamos hacer, pero ahora…

—Entiendo.

—Mira papá, ella necesita unas “atenciones” que nosotros podemos proporcionarla, que ella quiere que se los proporcionemos y que para nosotros es un chollo. Sabes perfectamente que a Marina no le gusta el contacto con la gente, —papá afirmó con la cabeza— y que cuándo lo hacia es porque mama la obligaba.

—Ya, pero no vamos a estar…

—¿Y por qué no? Es ella la que quiere que sea así. No la estamos encadenando a la cama… aunque sin duda la gustaría. Mira papá, sabes perfectamente que adoro a mi hermana y no veo mayor muestra de amor que follármela y proporcionarla el placer que ella necesita y que además quiere que la proporcione. Contigo pasa igual. Yo al menos lo veo así.

Papá la incorporó y sentándola en el regazo la abrazó con cariño mientras la besuqueaba el cuello. Después me miró y dijo—: ¿Y ahora que?

—Tenemos que decidir que vamos a hacer y cómo nos lo vamos a montar. Hay que adiestrarla a nuestro gusto, porque sí, es multiorgásmica, es masoquista, es sumisa, pero hay que trabajarla. Esta el tema del culo: hay que dilatarla para que la podamos follar por ahí. Tal vez habría que hacer una lista de obligaciones que debe cumplir. También esta el tema de con quien va a dormir: hacer turnos. El tema de los anticonceptivos. Son muchas las cosas que tenemos que hablar.

—Vale, de acuerdo. Mañana nos sentamos con tranquilidad y lo hablamos todo, —dijo papá levantándose del sillón con Marina en brazos. La verdad es que me impresionó verle hacerlo. Demostró una forma física importante. Más tarde me dijo que las horas que estaba fuera de casa, parte las pasaba en el gimnasio y parte trabajando—. Ahora tengo muchas cosas que hacer con tu hermana.

Subió por la escalera con ella en brazos y yo les seguí. Mientras papa entraba en su dormitorio, entré en el mío y salí con la bolsa de los juguetes y una caja de condones—. Toma papá, esto te vendrá bien. Juguetes hay pocos, pero ahora podremos solucionar eso.

—Gracias hijo, —y cerró la puerta.


 

Exactamente no sé que harían en la habitación, porque no estuve presente, pero me lo imagino. De todas maneras desde que se cerró la puerta, mi hermana estuvo chillando y gritando toda la tarde. Puedo asegurar que no lo pasó mal y supongo que mi padre tampoco.

Después de cuatro horas encerrado con ella, por fin, papá salió de la habitación y se asomó a la mía.

—¿Quieres que pidamos algo para cenar? —me preguntó.

—Podemos ir al centro comercial, —le dije.

—La verdad es que no se si tu hermana…

—Marina hará lo que la digamos, —dije levantándome del sillón del ordenador. Salí de la habitación y me asome al dormitorio de papá. Mi hermana, desnuda y despatarrada, seguía sobre la cama cómo muerta.

—¿Es normal que se quede así? —preguntó papá que todavía no conocía a mi hermana, en ese aspecto.

—Sí, los orgasmos la agotan mucho. Tranquilo, es normal.

—Entonces ¿nos vamos a cenar por ahí?

—Sí, sí, pero primero me tiene que descargar que llevo toda la tarde oyéndoos, —le dije mientras me acercaba a la cama. La di la vuelta dejándola bocabajo y tiré de ella hasta el borde de la cama. La metí la polla en la boca y unos minutos después me corrí. Después, la dí un par de azotes en el trasero y la ordené—: ¡vamos Marina! Dúchate y vístete que nos vamos a cenar fuera.

Mi hermana se arrastró hasta el borde de la cama y después de levantarse penosamente se metió en el baño.

—Esta noche me la quedo yo ¿te parece? —le dije a papá.

—Sin problemas hijo. Si la meto en mi cama también esta noche, mañana me tenéis que llevar a urgencias.

Cuándo regresamos de cenar nos fuimos a la cama. Estuve cómo una hora jugando con mi hermana y finalmente la deje dormir.


 

Sobre las diez de la mañana, con el ordenador portátil bajo el brazo, bajé a la cocina. Papá estaba con la tablet tomando café.

—Buenos días papá.

—Buenos días hijo. ¿Quieres un par de huevos?

—Revueltos por favor.

—Te has levantado tarde, —dijo papá que se había levantado y se había acercado a la vitro.

—Llevo un rato despierto, —le contesté abriendo el ordenador—. He estado trabajando en los… “protocolos” Marina: ya me entiendes.

—Perfecto. Hay que hablar de todo eso porque Marina es menor y nos podemos meter en un lío muy gordo si se descubre.

—Solo lo sabemos nosotros tres, mientras no salga de está casa

—¿Y tu hermana?

—Ya se ha levantado. Se esta duchando. Ella no va a decir nada: se lo puedes preguntar.

—Para los “protocolos” ¿hay que contar con ella? —preguntó papá que ya estaba liado con los huevos.

—Para nada: Marina obedecerá todo lo que la digamos.

—Hijo, todavía estoy flipando con todo esto.

—Pues cómo flipé yo al principio.

—Cuándo empezasteis.

—Unos meses antes de que muriera mamá.

—Buenos días hija, —dijo papá viendo cómo Marina entraba en la cocina mientras vaciaba la sartén en un plato y me lo ponía delante—. ¿Te preparo unos huevos revueltos?

—Pero solo uno, —respondió dándole un beso a papá. Después me lo dio a mi y desnuda cómo estaba se subió a la mesa y se sentó con las piernas cruzadas. Papá abrió el frigorífico y sacó un brik de zumo de naranja y llenó dos vasos—. ¿Me das un plátano papi?

—Claro hija, —la dio el plátano y después la sirvió el huevo revuelto.

—Mira papá, esto es lo que he preparado, —le dije girando el ordenador en su dirección. Él se sentó con su café y empezó a leer mientras yo rodeaba la cintura de marina con el brazo.—. Básicamente, todo se reduce a que Marina va a estar siempre a nuestra disposición para todo lo que queramos: cuándo queramos, lo que queramos y cuantas veces queramos. La negativa no es una opción.

—Esto que pones aquí sobre fumar…

—Ya sé que no fuma, pero quiero prevenir que algún día lo haga. Lo mismo pasa con el alcohol: casi no bebe.

—Un asunto que me gustaría comentar es la cuestión de que este siempre desnuda. Es que soy un poco fetichista y preferiría que estuviera con transparencias, tacones altos, ya me entiendes.

—A mí lo que no me gusta son los corsés y las medias, —le dije.

—Muy bien, nada de medias y corsés. Que unas veces este desnuda y otras con vestidos transparentes, cortos o largos. ¿Te parece bien?

—Muy bien, pero los zapatos abiertos.

—Conforme. A mí también me gusta ver los pies de las mujeres, —admitió papá—. De todo lo demás conforme.

—De acuerdo, luego lo retoco y lo imprimo para que lo firme, —y al ver la cara de extrañeza de papá añadí—: ya sé que no es necesario, pero así se siente más vinculada y a mi me mola.

—Pues entonces ya esta.

—¿Hacemos el pedido de juguetes? —pregunté.

—Sí, sí, que eso es importante, pero en fin, pedimos de todo: no te cortes.

—De acuerdo pero elige tu lo de la ropa y los zapatos.

—Ni te molestes papi, —dijo mi hermana que hasta ese momento había permanecido en silencio.

—¿Por qué lo dices mi amor? —preguntó papá.

—Por qué mi talla de ropa es 14 años y no creo que encuentres ahí ropa transparente y sexi para esa edad y con los zapatos te puedes imaginar: un 32.

—¡Joder! —exclamé. Mi brazo derecho seguía rodeando su cintura mientras la mano izquierda la acariciaba la pierna. La besé el brazo al tiempo que la olía. Para mí es cómo un afrodisíaco: la huelo y se me pone dura.

—Los zapatos no me preocupan porque conozco a un tío que los hace artesanales, —dijo papá y viendo lo que hacia, añadió—: ya veo que también te gusta cómo huele.

—Me encanta.

—Con la ropa, pedid tallas XS y ya miró yo de arreglarlo. La maquina de coser de la abuela está en el desván, y… —dijo mi hermana mientras metía mi mano y empezaba a acariciarla el chocho. Automáticamente, arqueó la espalda y no pudo seguir hablando porque empezó a respirar profundo. Papá se levantó y rodeando la mesa la cogió de los hombros y con suavidad la tumbo sobre la mesa mientras yo seguía estimulándola la vagina. Papá empezó a besarla en la boca y cuándo llegó el primer orgasmo siguió aspirando sus gemidos. Después la giró la cabeza, se sacó la polla y se la metió en la boca. Cuándo papá se corrió, ya había alcanzado un par de orgasmos más. Después, dejamos a Marina despatarrada sobre la mesa mientras se recuperaba y nosotros seguimos organizándola la vida.

Rápidamente llegamos a un acuerdo en cuánto a horarios. Marina dormiría con papá entre semana porque se levantaba a las seis y media y ya la echaba el primer polvo de la mañana. Una hora después me levantaba yo y lo primero que hacia era ir a la cama de papá y follarla también. Después, los dos salíamos de casa. Yo hacia la universidad y ella al instituto. Cuándo regresábamos, y siempre que mi hermana no tuviera que preparar algo de los estudios, yo ya empezaba a jugar con ella. Cuándo llegaba papá se unía a los juegos. Las noches de los fines de semana y festivos eran exclusivos para mí.

Cuándo recibimos los juguetes, lo primero que hicimos fue ponerla un dilatador en el culo. Habíamos decidido que en semana santa nos íbamos a ir al pueblo y que allí la empezaríamos a penetrar, por separado y juntos. Estábamos deseando hacerla una doble penetración vaginal y anal.

Papá ya no trabajaba tanto: ahora tenía un aliciente para regresar a casa. En un par de ocasiones antes de Semana Santa fuimos al pueblo a preparar el sótano, entre otras cosas. Nuestra idea era convertirlo en una especie de sala de sado familiar, un espacio intimo y discreto dónde Marina pudiera gritar a pleno pulmón, no cómo ahora que se cortaba, y la amordazábamos por culpa de los vecinos, cuándo la aplicábamos más castigo de lo recomendable en esa situación.

Después de limpiar el sótano de todo tipo de “mierdas” que se habían ido acumulando durante años, pintamos las paredes y el techo de negro, enmoquetamos el suelo también del mismo color: queríamos que el blanco cuerpo de Marina resaltara lo más posible. También colocamos tres radiadores porque el sótano era muy frío, una cama grande de 150 cm, una mesa de masaje y un antiguo potro de gimnasia que encontramos a buen precio en wallapop y al que colocamos unas argollas en las patas de madera. En una de las vigas del techo, en el centro de la estancia, instalamos una polea eléctrica, que entonces me enteré que se llama polipasto. Marina, que asistía y ayudaba en todos los preparativos, estaba tremendamente excitada, si eso fuera posible.

—¿De ahí me vais a colgar? —preguntó tocándose el chochito mientras veía cómo instalábamos el polipasto.

—Sí mi amor, —respondió papá—. ¿Te gusta?

—¿De las manos? —volvió a preguntar después de responder a papá afirmativamente con la cabeza.

—Y de los pies, —intervine yo—. ¿Qué opinas?

Marina se limitó a encogerse de hombros mientras seguía acariciándose su precioso chochito.

—No queremos que te toques, —dijo papá.

—¡Jo papá!

—Ya has oído a papá Marina.

—Pero es que…

—No te preocupes que lo soluciono yo, —dijo papá acercándose a ella con un rollo de cinta de embalar de la mano. La cruzó los brazos por la espalda y se los sujetó con la cinta: la muñeca de un brazo con el codo contrario. Seguidamente, desde atrás, la puso las manos en sus casi inexistentes tetas mientras las restregaba el paquete contra el trasero.

—Seria mejor terminar con esto papá, —le dije riendo.

—Tienes razón hijo, pero es que esta me pone a cien, —dijo papá separándose de ella y cogiéndola del brazo la llevó a la cama y la dejó tumbada sobre ella. 

Mientras terminábamos de instalarlo todo, mi hermana retozaba en la cama sin poder usar las manos. Intentaba estimularse frotándose los muslos e intentaba incitarnos mostrándonos su abierta vagina.

—Venga papá que estás deseando, —le dije cuándo solo faltaba abrir las cajas de los juguetes. También habíamos comprado en wallapop un carrito camarera con ruedas grandes y cajones para ponerlos y moverlos por el sótano. También habíamos comprado un equipo de electroestimulación que los terminales terminaban en pinzas.

—¿Tanto se me nota?

—Se nota que te cagas, pero que te la chupe que mientras voy a ir probando algo de esto, —le dije señalando los juguetes que habíamos pedido por Internet para equipar nuestra nueva sala de juegos.

Papá se sentó en la cama y ayudó a Marina a bajar al suelo. Después, la hizo arrodillarse entre sus piernas y cogiéndola la cabeza la inclinó lentamente la cabeza metiéndola la polla en la boca. Hay que aclarar que esta acción no es necesaria porque a mi hermana no hay que animarla, y mucho menos obligarla, pero es que a mi padre le encanta hacerlo así… y que cojones, a mí también.

Me sitúe detrás de ella y empecé a introducirla los vibradores que habíamos comprado, de los de menor talla a los más grandes. Mi hermana empezó a gemir rápidamente y los orgasmos llegaron casi con la misma velocidad. Papá la mantenía sujeta para que no se sacara su polla de la boca y cuándo se corrió, no salió de ella, la mantuvo penetrada mientras los restos de semen y babas salían por la comisura de la boca de Marina. Lógicamente, el pene de papá perdió consistencia, pero al rato ya estaba otra vez firme. Después Mi hermana nos confeso que la encanta notar cómo nuestras pollas crecen en su boca. Una hora después cambiamos posiciones y a la hora de la comida nos fuimos a un restaurante de la carretera camino a casa.

Desde allí a casa, Marina fue dormitando en el asiento de atrás.


 


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