martes, 13 de febrero de 2024

Amor familiar (capitulo 2)


Mi hermana duerme mucho, y cuándo lo hace se queda cómo muerta. Me desperté a eso de las nueve y durante un rato estuve viéndola dormir. La destapé para poder verla desnuda y lo que ví me gustó tanto que la saqué mas fotos. Y no es que estuviera de una manera especial, no, era más cosa mía que la veía con otros ojos: seguramente tenía que ver que la noche anterior me la había chupado un par de veces. La separé las piernas para observar su fantástica línea vaginal por dónde sin lugar a dudas la iba a meter la polla y su diminuto orificio anal por dónde también iba a entrar pero no este finde. Había pensado en dilatarla para no correr riesgos de provocarla un desgarro por el grosor de mi polla. También era consciente de que ponerla un tapón anal estaba descartado por si nuestra entrometida madre la descubría. Estuve un rato besándola los pies y finalmente me vestí con la ropa de correr y salí a trotar por el campo. Por fortuna, cuándo salí de casa llevaba un cortaviento que me estaba un poco grande y ocultaba mi erección.

Cuándo regresé seguía dormida y me puse a preparar la comida: cómo mi hermana no iba a desayunar, comería directamente en horario europeo. Cuándo lo tuve todo preparado y solo para calentar, miré el reloj y eran las doce y media: buena hora para despertarla.

Subí a la habitación y la encontré destapada y bocarriba, cómo la había dejado. Cuándo la noche anterior conecté la calefacción la puse a tope porque sabía que Marina iba a estar todo el tiempo desnuda, y yo también claro.

Estuve pensando cómo hacerlo y finalmente decidí hacerlo a lo bestia: quería que la pegara, pues era un buen momento. La até otra vez los tobillos con la cuerda y las muñecas también, pero esta vez por delante y luego pasé el extremo de la cuerda por el cuello para que se quedaran sujetas debajo de la barbilla. La cogí en brazos y a pesar del movimiento brusco siguió durmiendo y sentándome en el sillón la dí la vuelta y la puse bocabajo. Su precioso trasero quedó en alto y entre sus nalgas se veía con nitidez su maravillosa vagina y el ano. La cogí del pelo para sujetarla y levantando la mano la deje caer con fuerza. Los cinco dedos quedaron impresos con tonos rojizos en su blanca piel. Al primer azote casi no reaccionó, pero al segundo sí y al tercero mucho más. Seguí hasta que fueron diez e inmediatamente metí la mano y la empecé a estimular el clítoris. Automáticamente empezó a gemir y cuándo lo considere necesario empecé otra vez a darla azotes hasta los diez y luego dedo sin dejarla correrse. Así estuvimos casi un cuarto de hora hasta que, finalmente, la deje hacerlo y chilló de placer cómo una demente. Sin dejarla recuperarse, la coloqué de rodillas entre mis piernas y la metí la polla en la boca. Tardé en correrme porque cuándo salgo a correr luego me cuesta. Pero pude cerciorarme del inmenso placer que un hombre siente cuándo le están chupando la polla durante mucho tiempo. Todo confluye en ese momento: la propia mujer en este caso, la sumisión, la humillación, la entrega total, y que cojones, que es mi puta hermana.

Cuándo me corrí, Marina seguía muy excitada. La dejé de rodillas y la obligué a separar las piernas, y así, en esa posición, la agarré con fuerza el chocho y empecé a estimularlo. Reaccionó al instante he intentó inclinarse hacia delante, pero se lo impedí agarrándola por la coleta. Acerqué la cara a la suya para observarla, ver con claridad la expresión de mi hermana cuándo se corre. Tardó poco en hacerlo. Ví con claridad cómo con la boca entreabierta mostrando sus blancas paletitas, los ojos casi se la ponían en blanco y el cuerpo se la crispaba insinuando unos abdominales que desconocía que tuviera. La dí tres o cuatro fuertes azotes en el trasero y la dejé tumbarse en el suelo. La desaté y la dejé ahí tirada recuperándose.

—Dúchate mientras termino de calentar la comida, —la ordené levantándome del sillón y saliendo de la habitación.

Unos minutos después, llegó a la cocina y se sentó en la mesa. Se comió lo que la puse en el plato porque cómo sé que no come mucho no se lo había llenado.

—¿Quieres vino? —la ofrecí. Afirmó con la cabeza pero cogió mi vaso y bebió un trago.

—¿Y ahora que va a pasar? —me preguntó.

—A ti te lo voy a decir, —bromeé riendo.

—¡Jo Jaimete!

—Tiene que ser una sorpresa y si te lo digo dejara de serlo.

—¿Me vas a follar?

—Eso es cosa mía, —la dije fingiendo que me ponía serio—. Tú no decides: haré contigo lo que yo quiera. Que no se te olvide.

—Sí Jaimete.

—Ahora sube al dormitorio y espérame, —sin decir nada más, se levantó y salió de la cocina.

Unos minutos después entré en el dormitorio portando una especie de mesa camilla redonda que teníamos en un cuarto de estar que mi abuela utilizaba cómo cuarto de costura. Me costó trabajo meterla por la puerta y mi hermana, sentada sobre la cama con las piernas cruzadas se partía de la risa. Dí no pocos golpes al marco de la puerta pero al final lo conseguí. Del armario saqué una manta grande que puse doblada sobre la mesa para que hiciera las veces de colchón. De la mochila saqué más cuerdas y un vibrador que inmediatamente despertó el interés de mi hermana.

—¡Hala! —dijo levantándose y cogiéndolo. Sin decirla nada la levanté en brazos y la deposité con suavidad sobre las mantas con el trasero justo en el borde de la mesa. La quité el vibrador justo en el momento que había empezado a chuparlo y la até las manos por delante y luego las lleve hacia atrás para atarlas a la pata de la mesa. Marina se dejaba hacer sin ninguna resistencia con los ojos cerrados. La até una pierna por la rodilla y flexionándola la sujete al lateral de la mesa, y con la otra pierna hice lo mismo. Se quedó con los pies hacia arriba y la vagina y el ano totalmente expuestos. La hice cosquillas para ver si mis ataduras la inmovilizaban y comprobé que si.

—Ya casi estás lista, —la dije mientras sacaba de la mochila una mordaza de bola. Se la enseñé y sin más la abrí la boca y se la puse—. Ahora sí estás lista.

De pies junto a la mesa, la miraba y ofrecía una imagen sugerente, pero diminuta. La respiración marcaba sus costillas y sus pezones apuntaban a lo alto a pesar de sus casi exiguos pechos. Bajé la mirada y observe su vagina casi abierta. Con la yema de los dedos recorrí su torso descendiendo hacia abajo provocándola pequeños gemidos de placer. Sorteé la zona genital y subí por una de sus piernas donde me encontré con el pie que aproveché para besar.

Finalmente, cogí una silla y me senté frente a su maravillosa vagina. ¡Dios! Cómo esperaba este momento. Acerqué la boca y empecé a recorrer con la lengua su línea vaginal. ¡Qué bien sabe! Después de unos segundos me centré en el clítoris. Retraje con los dedos el capuchón y lo deje al descubierto. Hinchado, sonrosado, precioso. Lo agarré con los labios y empecé a succionarlo y casi instantáneamente tuvo el primer orgasmo y su cuerpo se crispó mientras profería incomprensibles gruñidos a causa de la mordaza.

No sé cuánto tiempo estuve comiéndola el chocho, pero fue mucho y no exagero: casi dos horas. Al poco de empezar no pude aguantar más y me levanté, la quité la mordaza y la metí la polla en la boca. A los pocos segundos me corrí, volví a ponerla la bola y regresé a mi sitio dónde continué con mi actividad. Después de un rato empecé a utilizar el vibrador pero solo para estimularla externamente, eso si, cómo no era grueso, se lo empecé a meter por el ano. En esa función también utilicé los dedos comprobando lo estrecho que era. Os recuerdo que mi hermana es muy pequeñita y todo lo tiene proporcionalmente y su ano no era una excepción, al menos por ahora. En esas dos horas, mi hermana encadenó orgasmos continuamente y su vagina goteaba fluidos continuamente, aunque al final estaba tan cansada que casi no gemía. Pensé que ya era el momento y empecé a desatarla. La quité la mordaza y cogiéndola en brazos la llevé a la cama y la deposité con suavidad sobre ella. Estaba cómo muerta y se dejaba hacer, aunque así llevaba todo el día. La separé las piernas, me puse un condón, la lubriqué, me tumbé sobre ella y la penetré con cuidado. Poco a poco me fue entrando y cuándo ya tenía algo más de la mitad dentro empecé a follarla pausadamente. Mi hermana se puso cómo loca con los gemidos y los gritos disparados. Quería saborear el momento y no perderme nada. La observaba detenidamente el rostro sujetándola por la nuca: mi hermana es muy manejable.

Nuevamente encadenó varios orgasmos hasta que finalmente la abracé con fuerza y me corrí mientras emitía gruñidos animales, o algo parecido.

La mantuve penetrada durante varios minutos mientras la llenaba de besos. Finalmente, salí de ella y antes de saltar de la cama la até las manos a la espalda y luego hice lo mismo con sus tobillos.

Salí de la habitación, bajé al salón a por un whisky y regresé sentándome en el sillón. Mi hermana seguía en la misma postura en que la deje. Seguramente se había quedado dormida. Mientras saboreaba mi bebida la observaba detenidamente: la espalda, el trasero, los pies. Un sentimiento de profundo amor confirmó lo que ya ha quedado claro que siento por ella.

Decidí que me la tenía que follar otra vez y después de una hora de descansar en la que estuve trasteando con el móvil mientras apuraba el whisky. Después me levanté y cogiéndola en brazos regresé al sillón sentándola en mi regazo. Iba a hacer dos cosas que me ponían cómo una moto. La primera fue morrearla y cómo esperaba a los pocos segundos ya la tenía dura. Cuándo me cansé de hacerlo, la puse bocabajo y después de acariciarla el trasero empecé a darla azotes en tandas de veinte: notaba que la dolía, pero que la gustaba. Entre tanda y tanda la metía el vibrador y la follaba con el pero sin dejarla correrse. Cuándo paré, el culo lo tenía muy rojo y al pasar las uñas de los dedos dejaban líneas blancas en su piel. La desaté los tobillos y la puse a horcajadas sobre mi polla y la penetré. Automáticamente empezó a culear cada vez más frenética mientras poco a poco la iba entrando más en el interior. Con el tiempo, me dí cuenta de que la postura del misionero y esta son las que más me gustan. La primera por cuestión de dominio y esta porque la tengo totalmente accesible. Puedo acariciarla el torso, la espalda, el trasero, las piernas, los pies. Veo cómo se esfuerza, cómo suda, cómo goza y cómo se contrae con los orgasmos. Por cierto, una de las cosas que quería descubrir es si es multiorgásmica y definitivamente cómo suponía, lo es.

Con cierto trabajo me corrí, no en vano ya lo había hecho varias veces en el día. Cuándo se tranquilizó la pregunté que si tenía hambre y me dijo que si. La puse de pie, la até una cuerda al cuello y con las manos a la espalda, no la había desatado, tiré de ella con suavidad y bajamos a la cocina.

—¿Qué quieres? —la pregunté.

—Solo algo de fruta: hay un par de manzanas en mi mochila.

Las cogí y me senté a la mesa de la cocina. Senté a Marina en mis piernas y empecé a pelar la manzana y a darla trocitos. Mientras comía la olisqueaba cómo un perrillo y ella se sentía complacida. No me cansaré nunca de decirlo: que bien huele. Entre trozo y trozo de manzana la sobeteaba el trasero, los exiguos pechos, las piernas, y nuevamente tuve una erección.

Cuándo terminó bebió de mi vaso de vino y luego subimos a la habitación.

—Quiero darme una ducha, —me dijo y la quité la cuerda del cuello y la desaté las manos. Entró al baño y después de hacer sus cosas se metió en la ducha. Cuándo salió entré yo y también me dí una ducha.

Cuándo salí, Marina estaba sobre la cama y se había quedado dormida. Me acerqué a ella y la miré con ternura. La levanté un poco para abrir la cama y después la arropé después de tumbarme a su lado. La abracé y mientras observaba su maravilloso rostro de quinceañera me dormí también.

 

      La mañana se despertó radiante y decidí que sería buena idea salir a pasear por el campo: así ensuciábamos un poco la ropa. Sacar a mi hermana de la cama fue laborioso, pero al final lo conseguí, para inmediatamente arrodillarla y meterla la polla en la boca: quería ir más descargado a andar por la sierra. Aunque no la até las manos a la espalda, la prohibí que las usara y mientras chupaba, me agarró las nalgas. Me dí cuenta que la podía ver de perfil en el espejo del armario y eso me excitó mucho más. Unos minutos después me corrí y en ese momento separo su rostro para recibir el disparo de semen en la cara. Durante unos minutos estuve restregando mi polla por su rostro lubricado mientras ella, con los ojos cerrados se mostraba complacida.

Después de que se aseó, se vistió y salimos a la calle. Lo bueno que tiene este pueblo, una de las muchas, es que salen muchas rutas de senderismo. Estuvimos toda la mañana y algo embarrados regresamos a la casa. Abrimos unas latas para comer e inmediatamente subimos al dormitorio dónde me la follé sin contemplaciones. Fue enérgico, furioso, muy duro. La cogí desde atrás y mientras la tiraba del pelo la daba azotes en el trasero. Gozó cómo una perra y gritaba sin parar por los orgasmos y por los azotes. Finalmente, cuándo estaba a punto de correrme, la giré y se la metí en la boca llenándosela de semen.

Después de ducharnos, y con la polla un poco inflamada por la actividad, salimos hacia la estación para coger el tren y regresar a casa. Estaba abarrotada de excursionistas cómo era habitual un domingo por la tarde. A pesar de la avalancha, conseguimos un asiento y después de sentarme, Marina se sentó sobre mis piernas.

—Quiero que todo sea así siempre, —me dijo después de un rato de viaje.

—¿A qué te refieres? —la pregunté con una sonrisa para ponerla en un compromiso. Con tanta gente la confidencialidad era nula.

—No seas tonto: ya sabes a que me refiero.

—Pero ya sabes que por el momento no es posible, —la susurré al oído.

—Pues no quiero.

—Pues no hay otra opción y lo sabes. Haremos lo que podamos y de vez en cuando nos vendremos aquí.

—Pues es una mierda, —y después de guardar unos segundos de silencio, añadió en voz casi imperceptible—: en ocasiones desearía que estuviera muerta.

La miré fijamente y apretándola la nuca es señal de cariño la dije también en tono bajo y al oído—: Venga mujer, no seas así.

—¿Que no sea cómo? No creo que tenga que explicarte…

—Claro que no, —la interrumpí— pero no deja de ser mama.

—Hace muchos años que no la veo cómo una madre. Tú tienes otra visión porque no la sufres.

—Posiblemente tienes razón, pero no creas que soy insensible a lo que pasa. También lo veo y me jode la forma en que te trata y de verdad que no lo entiendo.

—Vale, pero…

—No es este el sitio adecuado para hablar estas cosas, —hacerlo al oído y en susurros no lo era.


 


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