jueves, 29 de febrero de 2024

Amor familiar (capitulo 4)



 

Por fin llegaron las vacaciones de semana santa. Desde hacia más de un mes, casi dos, Marina tomaba anticonceptivos y habíamos decidido que esos días serian los primeros para follarla sin látex. Papa había cogido toda la semana porque le debían muchos días y el Domingo de Ramos ya estábamos allí. El tiempo no acompañaba y las previsiones eran que la primera mitad de semana iba a haber un fuerte temporal de nieve, por eso decidimos ir antes en lugar del lunes que era cuándo lo teníamos previsto. Y acertamos, porque al día siguiente, por la tarde, el pueblo ya estaba bloqueado. No nos preocupó, porque llegamos con el coche lleno de provisiones y no teníamos previsto salir de excursión: toda la actividad iba a ser interior.

Esa primera noche no fue nada especial. Lo único fue con quien dormiría mi hermana: nos lo jugamos al parchís. La partida fue larga y disputada, pero finalmente gané yo.

—Pues antes de subiros que me descargue a mi primero, —dijo papá.

—Sin problemas, aunque debería decirte que no por haberte resistido tanto a perder.

—Sí claro, que listo, —dijo papá riendo al tiempo que le hacia una señal a su hija para que se arrodillara en el suelo. Después, se sacó la polla y se la ofreció, pero antes de dejarla chupar se la estuvo pasando por la cara. Finalmente, se la metió en la boca y mi hermana se puso las manos a la espalda—. Muy despacio mi amor.

Marina, obediente, empezó a chuparla muy despacio. En ocasiones, intentaba metérsela toda, pero no podía. Me senté en una silla para verla de lateral. La imagen que ofrecía era maravillosa. Cómo era tan pequeñita, de rodillas no apoyaba el trasero en los talones y lo dejaba un poco elevado. Me arrodillé a su lado y con la mano empecé a recorrer su espalda, pasando por el trasero hasta los pies. Regrese a su vagina y la introduje un par de dedos al tiempo que con la palma de la mano la movía en plug que llevaba en el culo. Empezó a gemir y papá la sujeto la cabeza para que no se retirara y así, con su polla en la boca se corrió al tiempo que se la llenaba de esperma.

Se quedó tirada en el suelo mientras se recuperaba—. Nada de darla por el culo que eso hay que organizarlo a parte, —dijo papá señalándome con el dedo.

—¿Qué quieres perder otra vez?


      No fue así. En una partida muy disputada celebrada después del desayuno del día siguiente, papá me derrotó con todas las de la ley.

Cómo habíamos decidido grabarlo todo en video durante esa semana, me tocó estar de cámara viendo a través de la pantalla cómo papá se calzaba por el culo a mi hermana. El consuelo que me quedaba es que a continuación iría yo, pero me cabreaba suponer que papá se tomaría su tiempo: yo haría lo mismo.


Todo lo teníamos preparado. El evento tendría lugar en el dormitorio de papá después de comer y aunque ella come muy poco, la teníamos sin comer y para desayunar solo había tomado café solo: antes de empezar la queríamos vaciar cómo habíamos visto en pelis porno. Antes de comer, habíamos estado preparando las cámaras Web que papá había traído de la oficina. Colocamos una a cada lado de la cama, otra detrás y la última fija sobre la cama, colgada de la lámpara. Todas estaban conectadas a un ordenador portátil que colocamos en la cómoda. No eran 4K, eran Full HD y para lo que queríamos hacer era más que suficiente y además gratis. Yo utilizaría una cámara de mano que también estaba conectada al ordenador por bluetooth cómo las demás. En la cama pusimos una sabana negra: nos habíamos aficionado a ese color. Mi hermana retozaba sobre la cama cómo una modelo fotográfica mientras nosotros ajustábamos las cámaras. Nos costó trabajo no saltar sobre ella y follarla sin contemplaciones.

Cuándo papá y yo terminamos de comer, preparamos a Marina. En el baño la quitamos el plug que llevaba en el culo, la aplicamos un laxante liquido y la volvimos a colocar el plug. Al rato se empezó a quejar, pero la obligamos a aguantar casi media hora más. Pasado ese tiempo, la quitamos el tapón y descargó: nos sorprendió todo lo que salió de un cuerpecito más pequeño. Estuvo sentada en el retrete un tiempo para que todo saliera y después se metió en la ducha.

Marina salió por la puerta del baño y sin más se subió a la cama. La blancura de su cuerpo resaltaba en la negrura de la sabana.

Papá la quería inmóvil y por eso la dio la vuelta, la cruzo los brazos por detrás, paralelos y los sujetó con cinta de embalar. A continuación, la ató una cuerda a cada brazo y la dio la vuelta. Marina permanecía con los ojos cerrados, saboreando el momento. La flexionó la piernas sujetándolas con las cuerdas de lo brazos dejándola totalmente expuesta con el plug reinando esplendoroso. Su maravillosa vagina se mostraba abierta, tentadora, pero no iba a ser el plato principal. Mientras yo recorría su cuerpo con la cámara, papá cogió el tubo de lubricante y con mucha parsimonia se empezó a untar la polla: creo que no va a haber preliminares. Papá tenía la polla que podía reventar en cualquier momento y mientras seguía extendiendo el lubricante con la izquierda, con la derecha empezó a lubricarla a ella que inmediatamente reaccionó gimiendo de placer. Con un par de dedos introdujo el lubricante dentro de su ano en una operación que repitió varias veces. Marina estaba cómo loca. Seguramente el estar inmovilizada acrecentaba su placer porque la veía forcejear mientras con la cámara captaba el primer plano de su precioso rostro con la boca entreabierta, mostrando sus blancas paletitas y exhalando gemidos.

Papá colocó la punta de la polla en la entrada del conducto anal y empezó a presionar con suavidad. Cuándo el glande pasó salvando la estrechez de la entrada, mi hermana profirió una especie de grito, pero no sabría decir si de dolor, de placer o seguramente de las dos cosas. Papá siguió insistiendo y poco a poco su gruesa polla fue entrando y cuándo ya tuvo la mitad metida, se inclinó y pasando los brazos por debajo de ella la abrazó. Encogió un poco el cuerpo para poder morrearla mientras empezaba a apretarla.

Había gravado toda la escena de la penetración desde arriba y ahora me había situado detrás y la polla de papá entrando en el ano de mi hermana ocupaba todo el plano. La deje fija y ajuste una de las cámaras laterales para que enfocara directamente la cara de Marina que a pesar de los morreos de mi padre no dejaba de chillar encadenando orgasmos continuamente. La estaba follando con mucha calma y mi hermana estaba cómo loca. Finalmente, papá empezó a gruñir y se corrió mientras la metía toda la polla con sacudidas eléctricas. Después, durante unos minutos la estuvo besando mientras Marina se había quedado cómo en trance y pequeños espasmos sacudían su cuerpo.

Finalmente, papá se separó de ella y se sentó en el sillón que hacia las veces de descalzadota mientras yo le daba un vaso de whisky.

—¿La dejamos descansar unos minutos? —preguntó papá.

—Sí, mejor. Tomate el whisky tranquilo, —respondí mientras desataba las piernas de Marina: tenía pensado follarla en otra postura. Para que no se “enfriara”, la introduje en la vagina un huevo vibrador de silicona que podía controlar desde el teléfono móvil. Lo puse al máximo y la reacción de mi hermana fue instantánea empezando a mover las piernas buscando un aumento del placer que estaba recibiendo.

Me serví un chupito de whisky que bebí de un trago y le hice una indicación a papá que asintiendo se levantó del sillón y cogió la cámara.

Coloqué a Marina bocabajo en el centro de la cama y la separé las piernas. La cogí por las caderas e hice que levantara el trasero para poder lubricarlo mejor. Me unté la polla y a continuación, cómo papá, moje los dedos en lubricante y se los metí en el ano. Estaba muy dilatado: los plug y sobre todo papá, ya habían hecho el trabajo. Durante unos instantes estuve metiendo y sacando los dedos y Marina reaccionó gimiendo de placer. Me sujeté la polla y coloque el glande en la entrada y presioné enérgicamente hasta que noté que pasaba. Mi hermano profirió una ligera ¿queja? No lo aseguraría. Antes de introducirla en su totalidad, la incorporé hasta que sus brazos cruzados y su espalda estuvieron en contacto con mi pecho. Sitúe mis manos sobre sus casi inexistentes tetas y empecé a presionar hasta que noté el contacto de su trasero. Empecé a culearla lentamente, igual que mi padre con mucha parsimonia, mientras ella seguía gritando de placer. Papá colocó la cámara trasera justo debajo de nosotros y se subió a la cama para sacar un primer plano del maravilloso rostro de su hija. Bajé la mano izquierda hasta su vagina y empecé a pellizcarla el clítoris que lo tenía muy inflamado. Cuándo la ocurre, sobresale un poco del capuchón. La reacción de mi hermana fue instantánea y alcanzó un orgasmo tremendo.

—¡Abre los ojos y mira a la cámara! —la ordené gritando y me obedeció instantáneamente. Papá pudo grabar ese orgasmo y cómo los ojos casi se la ponían en blanco.

—Maravillosa, maravillosa, —no hacia más que repetir papa. Como si estuviera gravando a una actriz profesional y no a una cría de quince años.

Seguí apretándola lentamente hasta que finalmente, agarrándola otra vez el clítoris me corrí mientras Marina chillaba con otro orgasmo. Sentía perfectamente cómo su ano abrazaba y apretaba mi polla y cómo se contraía con el orgasmo. Permanecí unos minutos con mi flácida polla en su interior mientras la besuqueaba el cuello y girándola el cuello, la boca.

—Espera, que quiero grabar cómo se la sacas, —me dijo papá saltando de la cama y colocándose junto a nosotros. La incliné hacia delante hasta que su rostro tocó la cama y entonces la extraje lentamente. Papá siguió con un primer plano del ano y la vagina de Marina—. Marina, échalo fuera.

Le obedeció y un líquido blanco empezó a salir de su ano. Fue retirándose hacia atrás y entonces la empuje con el pie para que se tumbara totalmente en la cama. Sin soltar la cámara, rodeó la cama y subiéndose a la cama de rodillas, agarró a su hija por el pelo y la obligó a abrir la boca y chuparle la polla mientras la seguía grabando. Cuándo se fue a correr, se la sacó de la boca y la llenó la cara con su esperma, aunque no fue muy abundante por razones obvias. La dejó tumbarse bocarriba y estuvo recorriendo con la cámara todo su cuerpo empezando por su sucio rostro y bajando lentamente, primero hasta su zona vaginal, yo la había separado las piernas para facilitar la imagen, y luego terminando en sus pies.

Así dimos por concluida la grabación.

Mientras preparaba dos vasos de whisky, papa limpió la cara de su hija y la desató los brazos. Después, nos sentamos en la cama con la espalda apoyada en el cabecero con Marina a nuestros pies.

—¿Has visto la hora que es? —dijo papá enseñándome el reloj.

—¿Las ocho? ¡Joder! Se me ha pasado la tarde volando.

—Y a mi, —dijo papá atrayendo a su hija y colocándola entre los dos. La cogí la mano y empecé besársela—. ¿Tenéis hambre? —los dos asentimos—. ¿Qué quiere cenar mi nena preciosa?

—Marisco.

—Pues marisco, —y mirándome añadió riendo—: esta ha visto la caja de langostinos.

—Eso parece, —respondí rodeándola con el brazo el cuello y achuchándola mientras mi hermana chillaba riendo.

—Los cocidos están todavía congelados, pero los frescos si los podemos hacer a la plancha.

—Pues no se hable más, —dije levantándome. Me puse los pantalones de chándal y una camiseta y bajé a la cocina. Papá me siguió después de vestirse mientras Marina se metía en la ducha.

—Podríamos hacer también la pata de pulpo que hemos traído al vacío: la podemos hacer también a la plancha, —dijo papá.

—Y abrimos el salmón ahumado que me apetece, —añadí.

—Perfecto, ¿un vino verdejo? —asentí y papá bajó al sótano dónde teníamos el botellero—. Se nos ha olvidado conectar la calefacción del sótano y hace un frío de cojones y una humedad de la hostia, —dijo papá cuándo subió con la botella y la metía en el congelador.

—Es verdad ¡joder! ¿cómo lo ves?

—Que seria mejor no utilizarlo en un par de días: principalmente por la humedad.

—Vale, pero eso hay que solucionarlo porque un finde no podemos esperar tanto tiempo.

—Sí, está claro: podemos aislar la zona de juegos del resto del sótano con un tabique.

—De acuerdo, pero si viene un albañil y ve lo que hay abajo…

—Lo hacemos nosotros, —y ante la cara de perplejidad que puse añadió riendo—: que si hombre, que no se trata de construir una casa. Cuándo era joven, mientras estudiaba la carrera, estuve trabajando en la construcción. En Los Molinos hay un almacén y si están abiertas las carreteras, enganchamos el remolque y en un par de viajes lo traemos todo.

—La verdad es que hay que utilizar lo de ahí abajo porque Marina ha estado chillando a todo pulmón: menos mal que con el temporal no creo que hubiera nadie escuchando.

—Ya me di cuenta. Entonces que ¿lo hacemos? —asentí con la cabeza—: Genial.

Terminamos de preparar la cena y cuándo Marina bajó cenamos. Después estuvimos charlando sobre los preparativos de albañilería y nos fuimos a la cama los tres juntos. Estuvimos jugando con ella un par de horas hasta que finalmente nos quedamos dormidos.


 

No fueron dos viajes, fueron cuatro, pero finalmente lo llevamos todo a casa, incluida la puerta. Esa misma tarde papá se puso a trabajar mientras mi hermana y yo bajábamos los materiales al garaje para evitar que se mojaran con la nevada.

Al final de la tarde papá ya había subido casi un metro el muro con unos ladrillos muy grandes que yo no había visto en mi vida.

Al día siguiente, cuándo abrí los ojos, mi padre no estaba en la cama, solo mi hermana. Miré la hora del móvil y vi que eran las nueve y cuarto. Después de terminar de despertarme, aproveché mi erección matinal y atrayendo a mi Marina la coloqué sobre mí y la penetré. Abrió los ojos y me miró unos segundos con sus preciosos ojos y cerrándolos empezó a mover la cadera. No hice nada: todo lo hizo ella. Empezó a jadear, a gemir y al poco tiempo llegó al orgasmo un poco antes que yo.

—¿A qué hora se ha levantado papá? —la pregunté mientras se recuperaba mientras la mantenía penetrada. Giró la cabeza hacia el otro lado de la cama y al ver que no estaba se encogió de hombros, se bajó de mí y se metió en el baño. Yo también lo hice y nos duchamos antes de bajar a la cocina.

Papá no estaba, pero por la escalera del sótano le oíamos trabajar. Bajamos y nos quedamos sorprendidos cuándo vimos que el muro estaba caso terminado.

—¡Ahí va! Ya casi está terminado papi, —dijo mi hermana abrazándole.

—No mi amor, —la respondió achuchándola—. Hay que poner el aislante y levantar otro paño, pero eso irá más rápido.

—¿Has desayunado?

—Sí, me he tomado un café hace un rato. He pensado que si ha dejado de nevar podríamos encender la barbacoa para comer, —dijo papá.

—Ahora mismo no nieva, —dije mirando la aplicación del móvil—. Parece que lo peor ya ha pasado. Mañana ya dan sol, pero a cero grados.

—Podríamos aprovechar y dar un paseo por la mañana, por arriba, —propuso papá.

—Sí, sí, por Cotos, —dijo mi hermana entusiasmada.

—Pues ya está: por Cotos, —dijo papá—. Así dejamos que todo esto se seque y el viernes lo estrenamos, —y mirándome preguntó—: ¿te parece bien?

—Perfecto, —respondí—. Pero el viernes desde primera hora: tengo unas ganas terribles de empezar.

—Y yo, —dijo mi hermana, y haciéndose la chula añadió—: espero que los dos deis la talla.

—¡Será posible la niñata!

—Pues vete preparando que ese día te vas a cagas, por lista.


miércoles, 21 de febrero de 2024

Amor familiar (capitulo 3)



 

Habían pasado seis o siete meses desde que mi hermana y yo habíamos empezado nuestra secreta relación y solo en tres ocasiones más pudimos ir a la casa de la sierra. Mientras tanto, teníamos relaciones furtivas intentando esquivar a mi madre que estaba especialmente pesada y desconfiada: a Marina la traía por la calle de la amargura.

Llegaron las Navidades y mis padres asistieron a las habituales comidas de empresa. Primero papá y un par de días después mama.

El teléfono fijo empezó a sonar y me despertó. Miré la hora en el móvil y ví que eran las tres de la madrugada. Me levanté de un salto y cuándo bajé al salón seguido de Marina, papá ya estaba descolgando.

—¿Dígame?

—»¿Es el domicilio de Matilde Guzmán?«

—Sí, sí, ¿qué ocurre?

—»Ha habido un accidente y esta en el hospital. ¿Es usted su marido?«

—Sí, sí, soy yo, pero ¿ella esta bien? —respondió papá mientras por la escalera bajaba Marina.

—»Seria necesario que venga al hospital lo antes posible: esta en la urgencia«

—De acuerdo voy para allá, ¿pero esta bien?

—»No puedo darle esa información por teléfono: lo siento«

—Vale, voy para allá.

—¿Quieres que vaya contigo? —le pregunté a papá.

—No, no. Cuándo llegue al hospital os llamo y os cuento.

—Pero a mí no me despertéis, —dijo Marina con total indiferencia volviendo a subir por la escalera—. Ya me contaréis por la mañana.

Papá y yo nos miramos, arqueamos las cejas y después de despedirnos, se fue al hospital.

Al día siguiente, por la tarde, se instaló la capilla ardiente en el tanatorio. Mi padre se enteró de la muerte de mi madre cuándo llegó al hospital: le explicaron que por teléfono no informaban de los fallecimientos. Al parecer regresaba de la cena de navidad en compañía de un compañero de trabajo, que era el que conducía, cuándo se empotraron contra un camión de la basura que estaba trabajando. Los dos murieron en el acto.

Mi hermana solo fue al día siguiente por la mañana cuándo iba a salir el cortejo. Se presentó de negro riguroso, de un negro cinematográfico. Recibió las condolencias de los familiares y amigos representando a la perfección su papel de hija afligida y desconsolada detrás de sus negras gafas de sol.

—Tenemos que hablar del tema de la lápida del nicho, —dijo papá cuándo llegamos a casa.

—A mí no me preguntéis que me da igual: decidid vosotros, —dijo mi hermana y subió a su habitación.


 

Una nueva rutina se implantó en nuestra vida con la desaparición de mi madre. Teníamos más libertad para nuestras cosas porque mi padre seguía trabajando mucho.

Un fin de semana, tres meses después, papá nos sorprendió porque ese sábado no fue a trabajar. La verdad es que nos trastocó un poco los planes, pero nos alegramos por él. Se levantó tarde, se puso las cosas de correr y se fue a trotar por los alrededores.

Cuándo regresó, pedimos algo a un japonés y cuándo terminamos y lo recogimos todo, se sentó en el sillón. Yo lo hice a su lado, en el sofá.

—¿Quieres una copa papá? —preguntó Marina. Había subido a su habitación y apareció descalza con un diminuto tanga y una camiseta larga de tirantes que la tapaba escasamente el trasero, pero que cuándo se movía un poco se lo dejaba al aire además de que se le caía la tiranta.

—Sí, gracias hija, —la contestó con una sonrisa. La siguió con la mirada hasta el mueble bar y cómo hipnotizado la miraba el trasero mientras llenaba la copa de coñac.

—¿Quieres otra? —me preguntó cuándo se la trajo a papá. Afirmé con la cabeza y se dio la vuelta y regresó al bar.

—Esta buena, —afirmé mirando a papá que no podía apartar la vista del trasero de mi hermana. Papá me miró con cierto gesto reprobatorio—. Venga papá, no me jodas.

—¡Joder! Que es tu hermana.

—¿Y qué? Eso no la hace fea.

—Vale Jaime, sí, está buena, —concedió por fin papá en un susurro. Marina regresó con mi copa, me la entregó y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, frente a los dos.

—¿Te has fijado en su boca? —pregunté para incomodarle—. No me digas que no te gustaría…

—Pero ¿qué dices? —me interrumpió mirando de reojo a Marina que asistía a la conversación atentamente, pero sin hacer el más mínimo gesto.

—¿Quieres verla desnuda?

—Ya la he visto desnuda, —se defendió papá.

—Pero no en estos años, —hice una indicación a mi hermana que rápidamente de puso de rodillas y se sacó la camiseta por arriba. Después, se sentó en el suelo y se bajo el casi inexistente tanga, sacándoselo por los pies. Con la mano la indique que se levantara y con un movimiento circular de la mano la indiqué que se girara. Papá la miraba embobado sobre todo cuándo la vio el trasero—. ¿La habías visto así antes?

Papá negó con la cabeza mientras veía cómo Marina se sentaba en el suelo otra vez—. No entiendo que pretendes.

—Muy sencillo papá, que lo pases con ella muy bien… igual que lo paso yo… e igual que lo pasa ella.

—¿Esto es una broma?

—De broma nada papá, ¿quieres que te lo demuestre? —y sin esperar respuesta, me bajé el pantalón y saque la polla—. Vamos cariño, cómo tú sabes.

Automáticamente, Marina se incorporó y de rodillas avanzó hacia mi colocándose entre mis piernas. Me cogió la polla e inclinándose se la llevó a la boca. Empezó a chupar mientras la sujetaba con la mano. Me incliné un poco y la dí un fuerte azote en el trasero.

—¡Las manos a la espalda! —la dije e inmediatamente me obedeció. Después, mirando a papá añadí—: en ocasiones hay que corregirla.

Papá, incrédulo, miraba alternativamente cómo su hija se tragaba la polla de su hermano, y a su trasero. Inclinándome un poco, se lo acaricie. Se veía nítida la palma de mi mano impreso en su blanco trasero. La separé las nalgas mostrándole su zona vaginal y anal. Finalmente, papá alargó la mano y la acarició el trasero justo dónde la había dado el azote. Un prominente bulto se notaba en la entrepierna. Entonces, la agarré la cabeza y me corrí en su boca. Cuándo me tranquilice, papá seguía mudo, pero sin apartar la vista de mi hermana: estaba cómo hipnotizado.

Con una indicación de la mano, la dije que se ocupara de papá. Rápidamente, avanzó de rodillas y se colocó entre sus piernas y empezó a bajarle el pantalón.

—No me vas a durar nada papi, —le dijo con una sonrisa mientras le agarraba la polla. Se inclinó, se la metió en la boca y empezó a chupar mientras se ponía las manos a la espalda. Y no la duró. A los pocos segundos, papá empezó a gruñir mientras la sujetaba la cabeza y se corrió. Cuándo lo tenía todo en la boca, Marina se la enseñó llena de semen y después se lo tragó. Papá flipaba—. Te lo dije papi.

—Bueno, dí algo, —le dije a papá.

—No sé qué decir.

—¿Te la ha chupado bien?

—Ya lo creo.

—Pues a mí también, y por eso hay que premiarla, —le dije y llamando a mi hermana la tumbé sobre mis piernas. La agarré con fuerza de la coleta y empecé a azotarla el trasero. La daba tandas de diez y la metía los dedos en el chocho. Marina chillaba de placer y dolor.

—La duele, pero la gusta, —afirmó papá.      

—Así es papá. ¿Quieres “premiarla” tú? —afirmó con la cabeza y Marina pasó de mis piernas a las suyas y papá empezó a azotarla. Siguió encadenando orgasmos y papá no paraba de sorprenderse.

—¿Tiene algún límite? —preguntó finalmente cuándo paró de azotarla y la acariciaba el trasero. Claramente se le veía más animado.

—Eso es algo que ahora ya podemos descubrir. Ya sabes que mama la tenía muy agobiada, y claro, había cosas, muchas cosas que no podíamos hacer, pero ahora…

—Entiendo.

—Mira papá, ella necesita unas “atenciones” que nosotros podemos proporcionarla, que ella quiere que se los proporcionemos y que para nosotros es un chollo. Sabes perfectamente que a Marina no le gusta el contacto con la gente, —papá afirmó con la cabeza— y que cuándo lo hacia es porque mama la obligaba.

—Ya, pero no vamos a estar…

—¿Y por qué no? Es ella la que quiere que sea así. No la estamos encadenando a la cama… aunque sin duda la gustaría. Mira papá, sabes perfectamente que adoro a mi hermana y no veo mayor muestra de amor que follármela y proporcionarla el placer que ella necesita y que además quiere que la proporcione. Contigo pasa igual. Yo al menos lo veo así.

Papá la incorporó y sentándola en el regazo la abrazó con cariño mientras la besuqueaba el cuello. Después me miró y dijo—: ¿Y ahora que?

—Tenemos que decidir que vamos a hacer y cómo nos lo vamos a montar. Hay que adiestrarla a nuestro gusto, porque sí, es multiorgásmica, es masoquista, es sumisa, pero hay que trabajarla. Esta el tema del culo: hay que dilatarla para que la podamos follar por ahí. Tal vez habría que hacer una lista de obligaciones que debe cumplir. También esta el tema de con quien va a dormir: hacer turnos. El tema de los anticonceptivos. Son muchas las cosas que tenemos que hablar.

—Vale, de acuerdo. Mañana nos sentamos con tranquilidad y lo hablamos todo, —dijo papá levantándose del sillón con Marina en brazos. La verdad es que me impresionó verle hacerlo. Demostró una forma física importante. Más tarde me dijo que las horas que estaba fuera de casa, parte las pasaba en el gimnasio y parte trabajando—. Ahora tengo muchas cosas que hacer con tu hermana.

Subió por la escalera con ella en brazos y yo les seguí. Mientras papa entraba en su dormitorio, entré en el mío y salí con la bolsa de los juguetes y una caja de condones—. Toma papá, esto te vendrá bien. Juguetes hay pocos, pero ahora podremos solucionar eso.

—Gracias hijo, —y cerró la puerta.


 

Exactamente no sé que harían en la habitación, porque no estuve presente, pero me lo imagino. De todas maneras desde que se cerró la puerta, mi hermana estuvo chillando y gritando toda la tarde. Puedo asegurar que no lo pasó mal y supongo que mi padre tampoco.

Después de cuatro horas encerrado con ella, por fin, papá salió de la habitación y se asomó a la mía.

—¿Quieres que pidamos algo para cenar? —me preguntó.

—Podemos ir al centro comercial, —le dije.

—La verdad es que no se si tu hermana…

—Marina hará lo que la digamos, —dije levantándome del sillón del ordenador. Salí de la habitación y me asome al dormitorio de papá. Mi hermana, desnuda y despatarrada, seguía sobre la cama cómo muerta.

—¿Es normal que se quede así? —preguntó papá que todavía no conocía a mi hermana, en ese aspecto.

—Sí, los orgasmos la agotan mucho. Tranquilo, es normal.

—Entonces ¿nos vamos a cenar por ahí?

—Sí, sí, pero primero me tiene que descargar que llevo toda la tarde oyéndoos, —le dije mientras me acercaba a la cama. La di la vuelta dejándola bocabajo y tiré de ella hasta el borde de la cama. La metí la polla en la boca y unos minutos después me corrí. Después, la dí un par de azotes en el trasero y la ordené—: ¡vamos Marina! Dúchate y vístete que nos vamos a cenar fuera.

Mi hermana se arrastró hasta el borde de la cama y después de levantarse penosamente se metió en el baño.

—Esta noche me la quedo yo ¿te parece? —le dije a papá.

—Sin problemas hijo. Si la meto en mi cama también esta noche, mañana me tenéis que llevar a urgencias.

Cuándo regresamos de cenar nos fuimos a la cama. Estuve cómo una hora jugando con mi hermana y finalmente la deje dormir.


 

Sobre las diez de la mañana, con el ordenador portátil bajo el brazo, bajé a la cocina. Papá estaba con la tablet tomando café.

—Buenos días papá.

—Buenos días hijo. ¿Quieres un par de huevos?

—Revueltos por favor.

—Te has levantado tarde, —dijo papá que se había levantado y se había acercado a la vitro.

—Llevo un rato despierto, —le contesté abriendo el ordenador—. He estado trabajando en los… “protocolos” Marina: ya me entiendes.

—Perfecto. Hay que hablar de todo eso porque Marina es menor y nos podemos meter en un lío muy gordo si se descubre.

—Solo lo sabemos nosotros tres, mientras no salga de está casa

—¿Y tu hermana?

—Ya se ha levantado. Se esta duchando. Ella no va a decir nada: se lo puedes preguntar.

—Para los “protocolos” ¿hay que contar con ella? —preguntó papá que ya estaba liado con los huevos.

—Para nada: Marina obedecerá todo lo que la digamos.

—Hijo, todavía estoy flipando con todo esto.

—Pues cómo flipé yo al principio.

—Cuándo empezasteis.

—Unos meses antes de que muriera mamá.

—Buenos días hija, —dijo papá viendo cómo Marina entraba en la cocina mientras vaciaba la sartén en un plato y me lo ponía delante—. ¿Te preparo unos huevos revueltos?

—Pero solo uno, —respondió dándole un beso a papá. Después me lo dio a mi y desnuda cómo estaba se subió a la mesa y se sentó con las piernas cruzadas. Papá abrió el frigorífico y sacó un brik de zumo de naranja y llenó dos vasos—. ¿Me das un plátano papi?

—Claro hija, —la dio el plátano y después la sirvió el huevo revuelto.

—Mira papá, esto es lo que he preparado, —le dije girando el ordenador en su dirección. Él se sentó con su café y empezó a leer mientras yo rodeaba la cintura de marina con el brazo.—. Básicamente, todo se reduce a que Marina va a estar siempre a nuestra disposición para todo lo que queramos: cuándo queramos, lo que queramos y cuantas veces queramos. La negativa no es una opción.

—Esto que pones aquí sobre fumar…

—Ya sé que no fuma, pero quiero prevenir que algún día lo haga. Lo mismo pasa con el alcohol: casi no bebe.

—Un asunto que me gustaría comentar es la cuestión de que este siempre desnuda. Es que soy un poco fetichista y preferiría que estuviera con transparencias, tacones altos, ya me entiendes.

—A mí lo que no me gusta son los corsés y las medias, —le dije.

—Muy bien, nada de medias y corsés. Que unas veces este desnuda y otras con vestidos transparentes, cortos o largos. ¿Te parece bien?

—Muy bien, pero los zapatos abiertos.

—Conforme. A mí también me gusta ver los pies de las mujeres, —admitió papá—. De todo lo demás conforme.

—De acuerdo, luego lo retoco y lo imprimo para que lo firme, —y al ver la cara de extrañeza de papá añadí—: ya sé que no es necesario, pero así se siente más vinculada y a mi me mola.

—Pues entonces ya esta.

—¿Hacemos el pedido de juguetes? —pregunté.

—Sí, sí, que eso es importante, pero en fin, pedimos de todo: no te cortes.

—De acuerdo pero elige tu lo de la ropa y los zapatos.

—Ni te molestes papi, —dijo mi hermana que hasta ese momento había permanecido en silencio.

—¿Por qué lo dices mi amor? —preguntó papá.

—Por qué mi talla de ropa es 14 años y no creo que encuentres ahí ropa transparente y sexi para esa edad y con los zapatos te puedes imaginar: un 32.

—¡Joder! —exclamé. Mi brazo derecho seguía rodeando su cintura mientras la mano izquierda la acariciaba la pierna. La besé el brazo al tiempo que la olía. Para mí es cómo un afrodisíaco: la huelo y se me pone dura.

—Los zapatos no me preocupan porque conozco a un tío que los hace artesanales, —dijo papá y viendo lo que hacia, añadió—: ya veo que también te gusta cómo huele.

—Me encanta.

—Con la ropa, pedid tallas XS y ya miró yo de arreglarlo. La maquina de coser de la abuela está en el desván, y… —dijo mi hermana mientras metía mi mano y empezaba a acariciarla el chocho. Automáticamente, arqueó la espalda y no pudo seguir hablando porque empezó a respirar profundo. Papá se levantó y rodeando la mesa la cogió de los hombros y con suavidad la tumbo sobre la mesa mientras yo seguía estimulándola la vagina. Papá empezó a besarla en la boca y cuándo llegó el primer orgasmo siguió aspirando sus gemidos. Después la giró la cabeza, se sacó la polla y se la metió en la boca. Cuándo papá se corrió, ya había alcanzado un par de orgasmos más. Después, dejamos a Marina despatarrada sobre la mesa mientras se recuperaba y nosotros seguimos organizándola la vida.

Rápidamente llegamos a un acuerdo en cuánto a horarios. Marina dormiría con papá entre semana porque se levantaba a las seis y media y ya la echaba el primer polvo de la mañana. Una hora después me levantaba yo y lo primero que hacia era ir a la cama de papá y follarla también. Después, los dos salíamos de casa. Yo hacia la universidad y ella al instituto. Cuándo regresábamos, y siempre que mi hermana no tuviera que preparar algo de los estudios, yo ya empezaba a jugar con ella. Cuándo llegaba papá se unía a los juegos. Las noches de los fines de semana y festivos eran exclusivos para mí.

Cuándo recibimos los juguetes, lo primero que hicimos fue ponerla un dilatador en el culo. Habíamos decidido que en semana santa nos íbamos a ir al pueblo y que allí la empezaríamos a penetrar, por separado y juntos. Estábamos deseando hacerla una doble penetración vaginal y anal.

Papá ya no trabajaba tanto: ahora tenía un aliciente para regresar a casa. En un par de ocasiones antes de Semana Santa fuimos al pueblo a preparar el sótano, entre otras cosas. Nuestra idea era convertirlo en una especie de sala de sado familiar, un espacio intimo y discreto dónde Marina pudiera gritar a pleno pulmón, no cómo ahora que se cortaba, y la amordazábamos por culpa de los vecinos, cuándo la aplicábamos más castigo de lo recomendable en esa situación.

Después de limpiar el sótano de todo tipo de “mierdas” que se habían ido acumulando durante años, pintamos las paredes y el techo de negro, enmoquetamos el suelo también del mismo color: queríamos que el blanco cuerpo de Marina resaltara lo más posible. También colocamos tres radiadores porque el sótano era muy frío, una cama grande de 150 cm, una mesa de masaje y un antiguo potro de gimnasia que encontramos a buen precio en wallapop y al que colocamos unas argollas en las patas de madera. En una de las vigas del techo, en el centro de la estancia, instalamos una polea eléctrica, que entonces me enteré que se llama polipasto. Marina, que asistía y ayudaba en todos los preparativos, estaba tremendamente excitada, si eso fuera posible.

—¿De ahí me vais a colgar? —preguntó tocándose el chochito mientras veía cómo instalábamos el polipasto.

—Sí mi amor, —respondió papá—. ¿Te gusta?

—¿De las manos? —volvió a preguntar después de responder a papá afirmativamente con la cabeza.

—Y de los pies, —intervine yo—. ¿Qué opinas?

Marina se limitó a encogerse de hombros mientras seguía acariciándose su precioso chochito.

—No queremos que te toques, —dijo papá.

—¡Jo papá!

—Ya has oído a papá Marina.

—Pero es que…

—No te preocupes que lo soluciono yo, —dijo papá acercándose a ella con un rollo de cinta de embalar de la mano. La cruzó los brazos por la espalda y se los sujetó con la cinta: la muñeca de un brazo con el codo contrario. Seguidamente, desde atrás, la puso las manos en sus casi inexistentes tetas mientras las restregaba el paquete contra el trasero.

—Seria mejor terminar con esto papá, —le dije riendo.

—Tienes razón hijo, pero es que esta me pone a cien, —dijo papá separándose de ella y cogiéndola del brazo la llevó a la cama y la dejó tumbada sobre ella. 

Mientras terminábamos de instalarlo todo, mi hermana retozaba en la cama sin poder usar las manos. Intentaba estimularse frotándose los muslos e intentaba incitarnos mostrándonos su abierta vagina.

—Venga papá que estás deseando, —le dije cuándo solo faltaba abrir las cajas de los juguetes. También habíamos comprado en wallapop un carrito camarera con ruedas grandes y cajones para ponerlos y moverlos por el sótano. También habíamos comprado un equipo de electroestimulación que los terminales terminaban en pinzas.

—¿Tanto se me nota?

—Se nota que te cagas, pero que te la chupe que mientras voy a ir probando algo de esto, —le dije señalando los juguetes que habíamos pedido por Internet para equipar nuestra nueva sala de juegos.

Papá se sentó en la cama y ayudó a Marina a bajar al suelo. Después, la hizo arrodillarse entre sus piernas y cogiéndola la cabeza la inclinó lentamente la cabeza metiéndola la polla en la boca. Hay que aclarar que esta acción no es necesaria porque a mi hermana no hay que animarla, y mucho menos obligarla, pero es que a mi padre le encanta hacerlo así… y que cojones, a mí también.

Me sitúe detrás de ella y empecé a introducirla los vibradores que habíamos comprado, de los de menor talla a los más grandes. Mi hermana empezó a gemir rápidamente y los orgasmos llegaron casi con la misma velocidad. Papá la mantenía sujeta para que no se sacara su polla de la boca y cuándo se corrió, no salió de ella, la mantuvo penetrada mientras los restos de semen y babas salían por la comisura de la boca de Marina. Lógicamente, el pene de papá perdió consistencia, pero al rato ya estaba otra vez firme. Después Mi hermana nos confeso que la encanta notar cómo nuestras pollas crecen en su boca. Una hora después cambiamos posiciones y a la hora de la comida nos fuimos a un restaurante de la carretera camino a casa.

Desde allí a casa, Marina fue dormitando en el asiento de atrás.


 


martes, 13 de febrero de 2024

Amor familiar (capitulo 2)


Mi hermana duerme mucho, y cuándo lo hace se queda cómo muerta. Me desperté a eso de las nueve y durante un rato estuve viéndola dormir. La destapé para poder verla desnuda y lo que ví me gustó tanto que la saqué mas fotos. Y no es que estuviera de una manera especial, no, era más cosa mía que la veía con otros ojos: seguramente tenía que ver que la noche anterior me la había chupado un par de veces. La separé las piernas para observar su fantástica línea vaginal por dónde sin lugar a dudas la iba a meter la polla y su diminuto orificio anal por dónde también iba a entrar pero no este finde. Había pensado en dilatarla para no correr riesgos de provocarla un desgarro por el grosor de mi polla. También era consciente de que ponerla un tapón anal estaba descartado por si nuestra entrometida madre la descubría. Estuve un rato besándola los pies y finalmente me vestí con la ropa de correr y salí a trotar por el campo. Por fortuna, cuándo salí de casa llevaba un cortaviento que me estaba un poco grande y ocultaba mi erección.

Cuándo regresé seguía dormida y me puse a preparar la comida: cómo mi hermana no iba a desayunar, comería directamente en horario europeo. Cuándo lo tuve todo preparado y solo para calentar, miré el reloj y eran las doce y media: buena hora para despertarla.

Subí a la habitación y la encontré destapada y bocarriba, cómo la había dejado. Cuándo la noche anterior conecté la calefacción la puse a tope porque sabía que Marina iba a estar todo el tiempo desnuda, y yo también claro.

Estuve pensando cómo hacerlo y finalmente decidí hacerlo a lo bestia: quería que la pegara, pues era un buen momento. La até otra vez los tobillos con la cuerda y las muñecas también, pero esta vez por delante y luego pasé el extremo de la cuerda por el cuello para que se quedaran sujetas debajo de la barbilla. La cogí en brazos y a pesar del movimiento brusco siguió durmiendo y sentándome en el sillón la dí la vuelta y la puse bocabajo. Su precioso trasero quedó en alto y entre sus nalgas se veía con nitidez su maravillosa vagina y el ano. La cogí del pelo para sujetarla y levantando la mano la deje caer con fuerza. Los cinco dedos quedaron impresos con tonos rojizos en su blanca piel. Al primer azote casi no reaccionó, pero al segundo sí y al tercero mucho más. Seguí hasta que fueron diez e inmediatamente metí la mano y la empecé a estimular el clítoris. Automáticamente empezó a gemir y cuándo lo considere necesario empecé otra vez a darla azotes hasta los diez y luego dedo sin dejarla correrse. Así estuvimos casi un cuarto de hora hasta que, finalmente, la deje hacerlo y chilló de placer cómo una demente. Sin dejarla recuperarse, la coloqué de rodillas entre mis piernas y la metí la polla en la boca. Tardé en correrme porque cuándo salgo a correr luego me cuesta. Pero pude cerciorarme del inmenso placer que un hombre siente cuándo le están chupando la polla durante mucho tiempo. Todo confluye en ese momento: la propia mujer en este caso, la sumisión, la humillación, la entrega total, y que cojones, que es mi puta hermana.

Cuándo me corrí, Marina seguía muy excitada. La dejé de rodillas y la obligué a separar las piernas, y así, en esa posición, la agarré con fuerza el chocho y empecé a estimularlo. Reaccionó al instante he intentó inclinarse hacia delante, pero se lo impedí agarrándola por la coleta. Acerqué la cara a la suya para observarla, ver con claridad la expresión de mi hermana cuándo se corre. Tardó poco en hacerlo. Ví con claridad cómo con la boca entreabierta mostrando sus blancas paletitas, los ojos casi se la ponían en blanco y el cuerpo se la crispaba insinuando unos abdominales que desconocía que tuviera. La dí tres o cuatro fuertes azotes en el trasero y la dejé tumbarse en el suelo. La desaté y la dejé ahí tirada recuperándose.

—Dúchate mientras termino de calentar la comida, —la ordené levantándome del sillón y saliendo de la habitación.

Unos minutos después, llegó a la cocina y se sentó en la mesa. Se comió lo que la puse en el plato porque cómo sé que no come mucho no se lo había llenado.

—¿Quieres vino? —la ofrecí. Afirmó con la cabeza pero cogió mi vaso y bebió un trago.

—¿Y ahora que va a pasar? —me preguntó.

—A ti te lo voy a decir, —bromeé riendo.

—¡Jo Jaimete!

—Tiene que ser una sorpresa y si te lo digo dejara de serlo.

—¿Me vas a follar?

—Eso es cosa mía, —la dije fingiendo que me ponía serio—. Tú no decides: haré contigo lo que yo quiera. Que no se te olvide.

—Sí Jaimete.

—Ahora sube al dormitorio y espérame, —sin decir nada más, se levantó y salió de la cocina.

Unos minutos después entré en el dormitorio portando una especie de mesa camilla redonda que teníamos en un cuarto de estar que mi abuela utilizaba cómo cuarto de costura. Me costó trabajo meterla por la puerta y mi hermana, sentada sobre la cama con las piernas cruzadas se partía de la risa. Dí no pocos golpes al marco de la puerta pero al final lo conseguí. Del armario saqué una manta grande que puse doblada sobre la mesa para que hiciera las veces de colchón. De la mochila saqué más cuerdas y un vibrador que inmediatamente despertó el interés de mi hermana.

—¡Hala! —dijo levantándose y cogiéndolo. Sin decirla nada la levanté en brazos y la deposité con suavidad sobre las mantas con el trasero justo en el borde de la mesa. La quité el vibrador justo en el momento que había empezado a chuparlo y la até las manos por delante y luego las lleve hacia atrás para atarlas a la pata de la mesa. Marina se dejaba hacer sin ninguna resistencia con los ojos cerrados. La até una pierna por la rodilla y flexionándola la sujete al lateral de la mesa, y con la otra pierna hice lo mismo. Se quedó con los pies hacia arriba y la vagina y el ano totalmente expuestos. La hice cosquillas para ver si mis ataduras la inmovilizaban y comprobé que si.

—Ya casi estás lista, —la dije mientras sacaba de la mochila una mordaza de bola. Se la enseñé y sin más la abrí la boca y se la puse—. Ahora sí estás lista.

De pies junto a la mesa, la miraba y ofrecía una imagen sugerente, pero diminuta. La respiración marcaba sus costillas y sus pezones apuntaban a lo alto a pesar de sus casi exiguos pechos. Bajé la mirada y observe su vagina casi abierta. Con la yema de los dedos recorrí su torso descendiendo hacia abajo provocándola pequeños gemidos de placer. Sorteé la zona genital y subí por una de sus piernas donde me encontré con el pie que aproveché para besar.

Finalmente, cogí una silla y me senté frente a su maravillosa vagina. ¡Dios! Cómo esperaba este momento. Acerqué la boca y empecé a recorrer con la lengua su línea vaginal. ¡Qué bien sabe! Después de unos segundos me centré en el clítoris. Retraje con los dedos el capuchón y lo deje al descubierto. Hinchado, sonrosado, precioso. Lo agarré con los labios y empecé a succionarlo y casi instantáneamente tuvo el primer orgasmo y su cuerpo se crispó mientras profería incomprensibles gruñidos a causa de la mordaza.

No sé cuánto tiempo estuve comiéndola el chocho, pero fue mucho y no exagero: casi dos horas. Al poco de empezar no pude aguantar más y me levanté, la quité la mordaza y la metí la polla en la boca. A los pocos segundos me corrí, volví a ponerla la bola y regresé a mi sitio dónde continué con mi actividad. Después de un rato empecé a utilizar el vibrador pero solo para estimularla externamente, eso si, cómo no era grueso, se lo empecé a meter por el ano. En esa función también utilicé los dedos comprobando lo estrecho que era. Os recuerdo que mi hermana es muy pequeñita y todo lo tiene proporcionalmente y su ano no era una excepción, al menos por ahora. En esas dos horas, mi hermana encadenó orgasmos continuamente y su vagina goteaba fluidos continuamente, aunque al final estaba tan cansada que casi no gemía. Pensé que ya era el momento y empecé a desatarla. La quité la mordaza y cogiéndola en brazos la llevé a la cama y la deposité con suavidad sobre ella. Estaba cómo muerta y se dejaba hacer, aunque así llevaba todo el día. La separé las piernas, me puse un condón, la lubriqué, me tumbé sobre ella y la penetré con cuidado. Poco a poco me fue entrando y cuándo ya tenía algo más de la mitad dentro empecé a follarla pausadamente. Mi hermana se puso cómo loca con los gemidos y los gritos disparados. Quería saborear el momento y no perderme nada. La observaba detenidamente el rostro sujetándola por la nuca: mi hermana es muy manejable.

Nuevamente encadenó varios orgasmos hasta que finalmente la abracé con fuerza y me corrí mientras emitía gruñidos animales, o algo parecido.

La mantuve penetrada durante varios minutos mientras la llenaba de besos. Finalmente, salí de ella y antes de saltar de la cama la até las manos a la espalda y luego hice lo mismo con sus tobillos.

Salí de la habitación, bajé al salón a por un whisky y regresé sentándome en el sillón. Mi hermana seguía en la misma postura en que la deje. Seguramente se había quedado dormida. Mientras saboreaba mi bebida la observaba detenidamente: la espalda, el trasero, los pies. Un sentimiento de profundo amor confirmó lo que ya ha quedado claro que siento por ella.

Decidí que me la tenía que follar otra vez y después de una hora de descansar en la que estuve trasteando con el móvil mientras apuraba el whisky. Después me levanté y cogiéndola en brazos regresé al sillón sentándola en mi regazo. Iba a hacer dos cosas que me ponían cómo una moto. La primera fue morrearla y cómo esperaba a los pocos segundos ya la tenía dura. Cuándo me cansé de hacerlo, la puse bocabajo y después de acariciarla el trasero empecé a darla azotes en tandas de veinte: notaba que la dolía, pero que la gustaba. Entre tanda y tanda la metía el vibrador y la follaba con el pero sin dejarla correrse. Cuándo paré, el culo lo tenía muy rojo y al pasar las uñas de los dedos dejaban líneas blancas en su piel. La desaté los tobillos y la puse a horcajadas sobre mi polla y la penetré. Automáticamente empezó a culear cada vez más frenética mientras poco a poco la iba entrando más en el interior. Con el tiempo, me dí cuenta de que la postura del misionero y esta son las que más me gustan. La primera por cuestión de dominio y esta porque la tengo totalmente accesible. Puedo acariciarla el torso, la espalda, el trasero, las piernas, los pies. Veo cómo se esfuerza, cómo suda, cómo goza y cómo se contrae con los orgasmos. Por cierto, una de las cosas que quería descubrir es si es multiorgásmica y definitivamente cómo suponía, lo es.

Con cierto trabajo me corrí, no en vano ya lo había hecho varias veces en el día. Cuándo se tranquilizó la pregunté que si tenía hambre y me dijo que si. La puse de pie, la até una cuerda al cuello y con las manos a la espalda, no la había desatado, tiré de ella con suavidad y bajamos a la cocina.

—¿Qué quieres? —la pregunté.

—Solo algo de fruta: hay un par de manzanas en mi mochila.

Las cogí y me senté a la mesa de la cocina. Senté a Marina en mis piernas y empecé a pelar la manzana y a darla trocitos. Mientras comía la olisqueaba cómo un perrillo y ella se sentía complacida. No me cansaré nunca de decirlo: que bien huele. Entre trozo y trozo de manzana la sobeteaba el trasero, los exiguos pechos, las piernas, y nuevamente tuve una erección.

Cuándo terminó bebió de mi vaso de vino y luego subimos a la habitación.

—Quiero darme una ducha, —me dijo y la quité la cuerda del cuello y la desaté las manos. Entró al baño y después de hacer sus cosas se metió en la ducha. Cuándo salió entré yo y también me dí una ducha.

Cuándo salí, Marina estaba sobre la cama y se había quedado dormida. Me acerqué a ella y la miré con ternura. La levanté un poco para abrir la cama y después la arropé después de tumbarme a su lado. La abracé y mientras observaba su maravilloso rostro de quinceañera me dormí también.

 

      La mañana se despertó radiante y decidí que sería buena idea salir a pasear por el campo: así ensuciábamos un poco la ropa. Sacar a mi hermana de la cama fue laborioso, pero al final lo conseguí, para inmediatamente arrodillarla y meterla la polla en la boca: quería ir más descargado a andar por la sierra. Aunque no la até las manos a la espalda, la prohibí que las usara y mientras chupaba, me agarró las nalgas. Me dí cuenta que la podía ver de perfil en el espejo del armario y eso me excitó mucho más. Unos minutos después me corrí y en ese momento separo su rostro para recibir el disparo de semen en la cara. Durante unos minutos estuve restregando mi polla por su rostro lubricado mientras ella, con los ojos cerrados se mostraba complacida.

Después de que se aseó, se vistió y salimos a la calle. Lo bueno que tiene este pueblo, una de las muchas, es que salen muchas rutas de senderismo. Estuvimos toda la mañana y algo embarrados regresamos a la casa. Abrimos unas latas para comer e inmediatamente subimos al dormitorio dónde me la follé sin contemplaciones. Fue enérgico, furioso, muy duro. La cogí desde atrás y mientras la tiraba del pelo la daba azotes en el trasero. Gozó cómo una perra y gritaba sin parar por los orgasmos y por los azotes. Finalmente, cuándo estaba a punto de correrme, la giré y se la metí en la boca llenándosela de semen.

Después de ducharnos, y con la polla un poco inflamada por la actividad, salimos hacia la estación para coger el tren y regresar a casa. Estaba abarrotada de excursionistas cómo era habitual un domingo por la tarde. A pesar de la avalancha, conseguimos un asiento y después de sentarme, Marina se sentó sobre mis piernas.

—Quiero que todo sea así siempre, —me dijo después de un rato de viaje.

—¿A qué te refieres? —la pregunté con una sonrisa para ponerla en un compromiso. Con tanta gente la confidencialidad era nula.

—No seas tonto: ya sabes a que me refiero.

—Pero ya sabes que por el momento no es posible, —la susurré al oído.

—Pues no quiero.

—Pues no hay otra opción y lo sabes. Haremos lo que podamos y de vez en cuando nos vendremos aquí.

—Pues es una mierda, —y después de guardar unos segundos de silencio, añadió en voz casi imperceptible—: en ocasiones desearía que estuviera muerta.

La miré fijamente y apretándola la nuca es señal de cariño la dije también en tono bajo y al oído—: Venga mujer, no seas así.

—¿Que no sea cómo? No creo que tenga que explicarte…

—Claro que no, —la interrumpí— pero no deja de ser mama.

—Hace muchos años que no la veo cómo una madre. Tú tienes otra visión porque no la sufres.

—Posiblemente tienes razón, pero no creas que soy insensible a lo que pasa. También lo veo y me jode la forma en que te trata y de verdad que no lo entiendo.

—Vale, pero…

—No es este el sitio adecuado para hablar estas cosas, —hacerlo al oído y en susurros no lo era.


 


jueves, 8 de febrero de 2024

Amor familiar (capitulo 1)

 



Mi hermana siempre ha sido muy especial. Desde pequeña era muy retraída y siempre huía del contacto con otros niños. Ya con ocho años, prefería quedarse en casa después de llegar del cole. Que mama la obligara a ir al parque a relacionarse con otros niños para ella era un drama. Aguantaba estoicamente hasta que mama se hartaba y la llevaba a casa. Eso hizo, además de otras muchas cosas, que la relación con ella fuera muy fría. Mi padre, que casi trabajaba de sol a sol, pasaba de todo y le daba igual lo que hiciera mi hermana: solo quería que mi madre le dejara tranquilo. De todas maneras, mi hermana no tenía ningún problema. Igual que mi padre, lo único que quería es que la dejaran tranquila, y eso a mi madre no la entraba en la cabeza

Más o menos con esa edad (ocho años) empezó a escribir un diario que siempre guardaba en el cajón de su mesilla. Unos años después, ya con casi doce, descubrí fortuitamente que en realidad tenía dos diarios. Uno, el oficial, dónde escribía chorradas y otro, el secreto, dónde plasmaba de verdad sus sentimientos más íntimos. ¿Por qué lo hacia? Porque no era tonta y sabía que mama leía el diario de la mesilla. En un principio estuve tentado de curiosear, pero cómo no quería parecerme a mi madre, lo deseché… al menos por el momento.

Finalmente, empecé a notar una actitud extraña en mi hermana. Por entonces yo tenía casi veinte años y ella casi catorce: se podría decir que ya era una mujercita, aunque eso si, cómo decía mama siempre tan delicada, se había quedado a medio crecer. Entonces media uno cuarenta y cinco, y no pasaba de los treinta y seis kilos. Comía muy poco y siempre que había oportunidad, solo vegetales y eso se notaba en su cuerpo, extremadamente delgado, tanto, que casi no tenía pecho. Si no fuera por esto ultimo, parecería una modelo en miniatura.

Cuándo estábamos solos en casa, siempre se paseaba medio desnuda por delante de mí, eso si, sin enseñar gran cosa, pero siempre muy insinuante. Cuándo aparecía mama, rápidamente se ponía el chándal para no oírla. Por delante de mi padre, si quisiera podría pasearse desnuda que no se iba a inmutar. Nunca lo hizo.

El caso es, que un día que mi hermana estaba en el colegio y yo no tenía que ir a la universidad, escamado por su forma de actuar me decidí a husmear en su diario secreto. Lo saqué de debajo de una tabla del suelo del armario empotrado y empecé a leerlos, porque había seis. Eran cuadernos finos, normales, de grapa. Eran así porque no podían abultar mucho por el sitio dónde estaban escondidos. Estaban numerados y junto a ellos había un sobre con fotografías.

Cogí el sobre y al sacar las fotos me quede estupefacto. Eran selfis, sacadas por ella misma frente al espejo de su habitación. Estaban impresas en papel de folio por lo que la calidad no era muy buena. Seguramente se las había descargado del móvil al ordenador y a la impresora para eliminarlas del teléfono. En todas estaba desnuda y lo que más me llamó la atención fue que en varias de ellas se había puesto un collar de perro y una correa, que había en el trastero de un perro que tuvimos años atrás hasta que mamá se hartó de el. En un par más, se había hecho un lazo de ahorcado con una cuerda y hacia cómo que estaba colgada.

Cuándo cogí el primer cuaderno, la polla la tenía tan disparada que no pude empezar a leer con tranquilidad porque continuamente cogía las fotos. Me tumbe en su cama y me masturbé mientras miraba una de ellas.

Cuándo terminé, empecé a leer más tranquilo y lo hice de tirón: los seis. La conclusión que saqué es que si quisiera me la podría follar ya. En sus escritos quedaba claro que sentía atracción por mi y que podría convertirse sin problemas en mi sumisa particular, mi esclava para todo lo que yo quisiera, y la verdad es que solo pensar en sus labios rodeando mi polla, me ponía a cien. Pero quería tomar precauciones, no fuera a ser que el deseo me nublara la sesera. Además, estaba la cuestión de que todavía era menor, muy menor.

Un sábado que mis padres se habían ido con unos amigos a la casa que tenemos en un pueblo de la sierra, mi hermana apareció en tanga y solo con una amplia camiseta de tirantes que a duras penas la cubría el trasero. Yo estaba escribiendo en el ordenador y Marina, que así se llama, se tumbó en la cama y empezó a retozar mientras miraba el móvil, algo muy raro porque cómo ya he dicho casi no tiene amigos.

—¿Harías algo por mí? —dije apartando la vista de la pantalla y mirándola.

—Claro, —respondió sentándose sobre sus talones.

—Quítate la camiseta y el tanga, —la frase la solté cómo una orden: no quería que pareciera una petición.

Marina me miró desconcertada un par de segundos y después se sacó la camiseta por la cabeza dejando al descubierto sus exiguas tetas. A continuación, se quitó el tanga.

—Así estás mucho mejor.

—¿Tú crees? —preguntó indecisa.

—Por supuesto que si, —y dándome una palmada en el muslo la dije—: ven aquí, —rápidamente bajó de la cama y se sentó sobre mi pierna. Notaba su calor a través del pantalón del pijama que a duras penas ocultaba mi erección—. Bueno, cuéntame.

—¿Qué quieres que te cuente? —preguntó otra vez desconcertada. Notaba su respiración excitada.

—Pues quiero que me lo cuentes todo, que no tengas secretos conmigo, —la dije mientras la acariciaba ligeramente el trasero. Ni que decir tiene que para entonces tenía la polla tan hinchada que parecía más grande de esos diecinueve centímetros que me hacían sentir orgulloso—. En primer lugar, quiero que me digas por qué llevas unos meses exhibiéndote cuándo mama no esta.

—He pensado que te gustaría…

—Y me gusta.

—… y no quiero que mama se entere y me dé la charla.

—Pues si tú no se lo cuentas…

—¿Yo?

—… no tiene por qué enterarse.

—Ya sabes que con mama no hablo casi nada y menos para contarla esto, —dijo mientras yo la miraba. La verdad es que teniéndola tan cerca pude comprobar que algo de pecho si tenía: muy poco, pero no era una tabla cómo decía mama.

—Yo creo que te gustaría que te hiciera algo, —dije mirándola mientras suavemente la acariciaba el muslo. Marina arqueo la espalda un poco mientras afirmaba con la cabeza—. Pero hay un problema: eres menor.

—Para mi no es un problema.

—No te enfades conmigo, pero todavía eres muy pequeña y puedes cambiar de opinión.

—En dos meses cumplo quince y no voy a cambiar de opinión.

—Pues te propongo que esperemos esos dos meses. En ese tiempo quiero que medites sobre todo esto y entonces hablamos.

Sabía perfectamente que mi hermana nunca había tenido ningún tipo de relación sexual. Podría darse el caso de que cuándo tuviera su primera experiencia sexual cambiara de opinión y me quedara sin un chollo que me interesaba mucho mantener. Por eso quería estar trabajándola estos meses para que cuándo llegara el momento pudiera hacer con ella todo lo que quisiera, y en eso me iba a ayudar YouTube: me había convertido en un seguidor incansable de videos de sicología.

Antes de seguir quiero hacer una aclaración, porque seguro que más de uno se preguntara si no tengo ningún reparo en follarme a mi hermana y la respuesta es bien sencilla: no. También quiero aclarar que lo que siento por ella no es solo una simple atracción sexual. No, la adoro desde que era pequeñita y jugaba con ella. Unas veces con sus muñecas y otras veces con mis figuras del Capitán America o Spiderman.

—Y ¿cuándo tengas quince años que quieres que te haga? —Marina me miró mientras mi mano empezó a acariciar la cara interior de su muslo, pero sin acercarme a su vagina.

—Lo que tú quieras.

—Eso no es muy concreto, porque yo puedo querer muchas cosas y muy raras. Por ejemplo, puedo querer meterte la polla en la boca, —dije mientras subía la mano y con los dedos acariciaba sus labios.

—Eso no es raro Jaimete, —desde pequeñita me llamaba así.

—Si, si a quien se lo hago es mi hermana: habría gente que no lo entendería.

—Que les den.

—De todas maneras no veo mejor muestra de amor hacia ti que follarte, —Marina asintió—. ¿Te gustaría por ejemplo, que te atara con una cuerda?

Mi hermana me miró fijamente y finalmente afirmó con la cabeza y dijo—: ¿y que no me pueda mover?

—Por supuesto.

—¿Y me vas a pegar? —preguntó. Yo sabía la respuesta porque lo había leído en su diario, dónde relataba fantasías eróticas sadomasoquistas, algunas tan fuertes que incluso dudaba que yo fuera capaz de hacérselo a la persona que sin duda es la que más quiero en la vida.

—Por supuesto, —dije levantando la mano derecha y dándola un azote en el trasero. Marina me miró fijamente y después cerró los ojos abandonándose al placer del momento—. Pero eso será dentro de un par de meses.

—¡Jo Jaimete! —se quejó mientras la obligaba a levantarse.

—Mientras tanto, cuándo estemos solos siempre estarás desnuda, esos pelos que tienes en el chocho tienen que desaparecer y los pies al aire: me encantan tus pies.


 

Los dos meses siguientes fueron muy duros, pero no sabría decir si más para mi o para ella. No se cortaba lo más mínimo cuándo estábamos solos e incluso en no pocas ocasiones se tumbó sobre mi cama y mientras me veía trabajar en el ordenador se masturbaba. Me costaba dios y ayuda no saltar sobre ella y fundirla a polvos. La verdad es que fomentaba su estado enseñándola imágenes sugerentes y muy bestias en el ordenador.

—¿Te gustaría esto? —la pregunté una vez que se estaba masturbando. En la imagen se veía cómo a una mujer desnuda y atada la estaban cosiendo los labios de la vagina con aguja e hilo. No hizo falta que contestara. Siguió masturbándose con más ahínco mientras miraba fijamente las imágenes del video hasta que a los pocos segundos la llegó un fuerte orgasmo—. Vale, ya veo que si: lo apunto en la lista. De todas maneras, lo primero que pienso hacer contigo cuándo tengamos el tiempo suficiente, es descubrir si eres multiorgásmica, —yo ya lo sabía perfectamente.

—¿Y cómo lo vas a hacer? —me preguntó mientras sudorosa y tumbada en mi cama seguía acariciándose la vagina totalmente depilada. Por cierto, tenía una vagina preciosa.

—A ti te lo voy a decir, —la dije riendo.

—¡Jo Jaimete!


 

Por fin llegó su quince cumpleaños y Marina estaba de los nervios. Cómo si lo supiera y lo hiciera adrede, mama no se separaba de nosotros porque había cogido unos días de vacaciones. Finalmente, ideé un plan para quedarnos solos en la casa de la sierra.

—Este finde quiero ir al pueblo, —dije mientras estábamos cenando—. Tengo que preparar los exámenes y quiero estar tranquilo.

—¿Me puedo ir contigo? —preguntó Marina que interpretó su papel a la perfección.

—¿No has oído que quiere estar solo? —la espetó mamá tan delicada como siempre.

—A mi Marina no me molesta, —la rebatí.

—Ahora que lo pienso, podríamos ir todos, —insistió mamá que claramente estaba por tocar las pelotas.

—¿Qué parte es la que no has entendido? —dijo papá mirando a mama—. Que quiere estar solo.

—¿Y la niña si va?

—Te repito que mi hermana no me molesta porque no va a estar incordiándome.

—¿Y nosotros sí? —preguntó mama que estaba empezando a ponerse pesada.

—Pues claro que si, —insistió papá—. ¿Quieres dejarlos tranquilos de una vez?

—No hay problema, —dije finalmente de mala manera—. Vosotros os vais al pueblo y yo me quedo aquí.

—No, si al final tendré yo la culpa de algo, —insistió mama haciéndose la mártir cómo siempre—. Iros si queréis: no quiero molestar a nadie.

—Pues ya esta, —zanjó papá rápidamente—. ¿Quieres llevarte el coche?

—No gracias papa, nos vamos en el tren, —le contesté con una sonrisa.


 

Un par de días después, por fin llegó el viernes y nada más que Marina llegó del instituto salimos para la estación del tren con un par de cajas de preservativos en mi mochila. Ni siquiera comió y antes de subir al tren de cercanías cogió un sándwich en una de las maquinas expendedoras. Eran las cuatro de la tarde cuándo arrancó el tren y teóricamente en hora y poco llegaríamos al pueblo. Lo tenía todo previsto, y nada más llegar había planeado tener con mi hermana una tarde memorable, pero no fue así. El tren se averió en La Navata y después de estar esperando más de una hora, decidieron llevarnos a los destinos en autocar. De que llegaron los vehículos, fueron acoplando a los numerosos pasajeros y partimos, llegamos a la casa ya de noche, sobre las ocho y media. Todos mis planes a la mierda. De todas maneras no iba a desaprovechar la noche, pero seria algo más tranquilito: lo gordo lo dejaría para el día siguiente.

La casa estaba helada cómo una cámara frigorífica y es que estábamos a finales de mayo y en el pueblo, aunque por la mañana se estaba bien, por la noche la temperatura caía en picado. Mientras yo me dedicaba a conectar la calefacción y a encender la chimenea, Marina abrió unas latas para cenar.

Cuándo terminamos, mi hermana se quitó por fin la cazadora y subió al baño a ducharse.

—Jaimete, ¿dónde vamos a dormir? —preguntó mientras se desvestía en el baño.

—En mi cama que es más grande, —la contesté. Y era verdad porque mientras ella tenía una cama pequeña, yo dormía en la antigua habitación de mis abuelos que tenía una cama de matrimonio. Y asomándome al baño añadí—: siempre que estemos solos dormirás conmigo, y olvídate de los pijamas y los calcetines para dormir.

—¿No tendré frío?

—Te garantizo que no.

Al rato oí el secador del pelo y unos minutos después salió del baño mientras se peinaba.

—¡Qué asco! Me olía el pelo a tabaco, —se quejó—. Ese gilipollas asqueroso que teníamos detrás en la cola del autobús no hacia más que fumar.

—Ya me dí cuenta, —dije entrando en el baño para ducharme—. ¿Podías preparar una copa?

—Voy.

Cuándo salí del baño, Marina estaba sentada sobre la cama con las piernas cruzadas. Me miraba expectante cómo los perrillos a su amo, y la verdad es que esa similitud era exacta y quería convertirla en definitiva. Cogí el vaso de whisky que había sobre la cómoda y me lo puse a la altura de los ojos: estaba muy lleno.

—Es que también es para mí, —dijo mi hermana.

—¿Vas a beber? Nunca lo haces.

—Ya, pero me apetece. Échate agua si quieres: todavía no hay hielo.

Eché un poco de agua y me acerque a mi hermana tendiéndola el vaso. Lo cogió, dio un trago y puso cara rara al tiempo que sus pezones se ponían duros cómo canicas. Dejé el vaso sobre la mesilla y cogiendo unos trozos de cuerda que traía en la mochila, rodee la cama y empecé a atarla las muñecas cruzadas. Después la tumbé, la pasé el brazo por debajo de su cuello y abrazándola empecé a besarla. Fue curioso porque a pesar de estar mucho tiempo esperando que llegara este momento y follarla con todas mis fuerzas, ahora, lo que me apetecía era besarla y abrazarla. Al sentir su calido cuerpo junto al mío mi polla, que ya estaba erecta, se puso mucho más, o eso me pareció a mi. La froté contra ella, pero rápidamente dejé de hacerlo porque me iba a correr y no era cuestión de desperdiciar el disparo. Salté de la cama, la cogí en brazos y me senté con ella en un sillón que en un rincón de la habitación hacia de descalzadota. La arrodillé entre mis piernas y metiéndola dos dedos en la boca, ella empezó a chupar automáticamente, la dije mientras la miraba a los ojos.

—Ahora te voy a meter la polla en la boca y quiero que chupes muy lentamente, muy despacio, y cuándo me corra y te llene la boca de semen, antes de tragártelo quiero que me lo enseñes: ¿lo has entendido? —asintió con la cabeza mientras seguía chupando mis dedos con los ojos cerrados. Cómo recompensa, bajé la mano libre y la acaricie el chocho que estaba totalmente húmedo. Reaccionó gimiendo y añadí—: luego más, pero ahora te lo tienes que ganar.

Saqué los dedos de su boca y agarrándola la cabeza por la coleta la empecé a bajar lentamente. Paré a escasos centímetros y ella empezó a sacar la lengua para intentar alcanzarla. Dejé que la tocara levemente con la punta de la lengua durante unos segundos y finalmente la permití que se la metiera en la boca. Ví cómo intentaba alcanzarse la vagina por detrás pero por la forma de atarla las manos no podía y eso la excitó más, mucho más. Aguanté un par de minutos, pero al final me derramé en su boca—. ¡Mueve la lengua! —la ordené antes de empezar a gritar de placer. Marina, sumisa, me obedeció en el acto. Después, se incorporó y me enseñó la boca llena de semen. La acaricie la mejilla y la ordené—: ¡trágatelo! —y sin pestañear me volvió a obedeció.

Me levanté y después de coger el vaso de whisky me volví a sentar. La dije que siguiera chupando mientras saboreaba el licor de papá. Así estuvimos un buen rato sin que ella profiriera la más minima queja, al contrario, la veía disfrutando. Finalmente, la incorporé y la miré a esos ojos azules que tanto me gustaban y que nadie más tenía en la familia. Lo achacábamos a la tatarabuela de mi padre que también los tenía azules.

—Quiero que quede una cosa clara, —la dije sin ningún tipo de delicadeza—. Me vas a obedecer en todo.

—Sí Jaimete.

—Y voy a hacer contigo todo lo que quiera sin que te resistas.

—Sí Jaimete.

—Incluso si te quiero pegar, —mi hermana cerró los ojos de placer— lo aceptaras y no te opondrás. ¿Ha quedado claro?

—Sí Jaimete.

—Y una cosa más, siempre estarás a mi disposición para lo que yo quiera y cuándo quiera y te voy a follar por todos tus agujeros, ¿entendido?

—Si Jaimete.

—Y por supuesto, nadie debe enterarse de esto.

—Si Jaimete.

—Buena chica, —la dije acariciándola la mejilla. Después di un buen trago de whisky y juntando mis labios a los suyos la traspase el licor. Se lo bebió con el mismo resultado anterior: los pezones se la pusieron duros y yo aproveche para chapárselos un buen rato mientras la tiraba de la coleta hacia atrás dejando expuesto su cuello. Cuándo me harté de comerla los pezones subí y lo besuqueé.

La levanté y siempre cogida por la coleta la llevé a la cama y la obligué, la verdad, sin mucho esfuerzo, a tumbarse en la cama. La até los tobillos con un trozo de cuerda, con otro trozo la uní los tobillos con la mano obligándola a quedarse con el cuerpo arqueado. De pie sobre la cama la observe detenidamente, la saqué unas fotos con el móvil y me tumbé a su lado. La pasé el brazo por debajo y la abracé mientras la volvía a morrear. No sé cuánto tiempo estuve haciéndolo, pero fue mucho: que bien sabe. Y que bien huele. Cuándo termine de besarla empecé a olfatearla cómo un perro perdiguero mientras con la mano, eternamente alojada sobre su chochito, la estimulaba. La llegó un primer orgasmo que la hizo gemir con intensidad mientras pegaba mi boca a la suya para saborear sus orgasmos. No paré, insistí hasta que la forcé otro y luego otro más. Su cuerpo brillaba un poco por el sudor y la solté la cuerda que unía sus tobillos y sus muñecas aunque estos siguieron estando atados. La abracé y seguí olisqueándola. Ahora, sudada, olía más a ella y eso me excitaba más. Apretaba mi polla contra ella y sentía placer y un amor inmenso hacia ella, si eso fuera posible, porque ya lo sentía desde hacia muchos años.

—No quiero que esto pare, —dijo mientras yo seguía besuqueándola y se mostraba complacida—. Quiero que siempre sea así.

—Pues así será entonces, pero tenemos que actuar con precaución, ya me entiendes.

—Ya, ¿sabes que? Lo ideal es que pudiéramos vivir juntos, los dos solos.

—Pues hasta que no terminemos las carreras, nos venga Dios a ver y encontremos trabajo, nos toca vivir con papá y mama, —la dije con una sonrisa.

—No tendría ningún problema en vivir con papá, pero con mama…

—No la hagas caso y pasa de ella.

—No puedo: cada vez la detesto más. Yo creo que papá trabaja tanto para no tener que estar con ella en casa.

—Hace tiempo que lo pienso yo también… y que también cada vez la detesta más.

—Le quiero tanto y me da tanta pena, que no me importaría…

—¿Qué es lo que no te importaría? —la pregunté interrumpiéndola mientras mi mano volvía a alojarse sobre su vagina provocándola un gemido—. ¿Qué el te haga lo mismo que yo?

—Sí.

—¿Quieres tener dentro las pollas de papá y de tu hermano? —insistí mientras con la mano la estimulaba y Marina se retorcía de placer.

—Sí, —dijo con la voz entrecortada. Insistí hasta que finalmente su cuerpo se crispó y empezó a chillar en un orgasmo tremendo que la dejó inerte y con pequeñas convulsiones.

—Sí, ya veo que sí, pero siento desilusionarte, desgraciadamente no creo que sea posible, —dije finalmente mientras la volvía a abrazar. No dijo nada y siguió con los ojos cerrados—. ¿No tienes sueño? —la pregunté y afirmó con la cabeza—. Pues antes me vas a descargar otra vez.

La cogí por la coleta y la bajé la cabeza hasta que la metí la polla en la boca. Esta vez no fue rápido, aunque finalmente me corrí y ella se lo tragó.

Abrí la cama y después de desatarla nos metimos dentro y nos arropamos—. Son casi las dos. Duérmete mi amor que es muy tarde y mañana vas a tener un día intenso.

—¿Me vas a follar? —preguntó en un susurro.

—Mañana, voy a estar todo el día follándote.