Me desperté a eso de las nueve y papá nuevamente no estaba
en la cama. Me levante, fui al baño, me mire en el espejo y vi que la
inflamación de los correazos había remitido aunque se veían todavía las marcas
rojas. No sé cómo explicarlo, y posiblemente alguien pensara que estoy loca,
pero lo cierto es que me sentía orgullosa de esas marcas. Pasé la yema de los
dedos sobre ellas y noté el ligero abultamiento que presentaban, y me excité
levemente.
Bajé a la planta inferior y oí a papá que trajinaba en el
sótano.
—Buenos días papá. ¿Quieres que prepare el desayuno?
—pregunté desde la cocina en lo alto de la escalera. Lo hice un poco temerosa
porque todavía no sabía a que atenerme y si dirigirme así a papá era lo
correcto.
—Sí, prepara algo, —contestó desde el sótano con naturalidad—.
Prepara también algo de pasta para comer a medio día.
Me puse rápidamente a preparar las cosas, y mientras lo
hacia, oía a papá trabajar en el sótano. Lo que más me llamaba la atención es
que oía la taladradora y estaba muy intrigada por saber que estaba preparando.
Intrigada y excitada, y mientras preparaba las cosas no podía evitar que de vez
en cuando me tocara el chocho con la mano.
Casi estaba preparado cuándo papá subió. En ese momento
estaba en el fregadero lavando unos vasos, se acercó por detrás y sin decir
nada me agarró por las caderas y me la metió hasta el fondo con fuerza. Fue tal
la oleada de placer que sentí al notar su polla presionar en fondo de mi
vagina, que se me aflojaron las piernas y grité cómo preámbulo de un montón de
gemidos. Me folló con saña, me tiró del pelo hacia atrás y me daba azotes en las
nalgas. Y todo frente a la ventana, aunque desgraciadamente no se veía mucho
desde la calle. Me corrí un par de veces antes de que papá se corriera. Cuándo
lo hizo, me soltó el pelo y cogiéndome de la caderas apretó fuerte varias veces
mientras eyaculaba.
Salio de mí, y me dejó apoyada en el fregadero mientras me
recuperaba y su abundante semen se escapaba de mi vagina. Se sentó a la mesa y
esperó a que terminara de limpiarme con papel de cocina. Después, le serví café
y me senté a la mesa. No desayune mucho: café y alguna galleta. La noche
anterior no cene, pero no tenía hambre.
Los nervios y la incertidumbre sobre lo que papá había estado preparando
en el sótano me atenazaban el estómago. Sé que se dio cuenta, pero no dijo
nada. La verdad es que no dijo nada de nada: permaneció en silencio mientras
desayunaba.
—Si ya has terminado vamos a bajar, —dijo cuándo termino su
café.
—¿Quieres que me duche antes? —pregunté levantándome.
—No, no es necesario. Vamos, —y se dirigió a la escalera. Le
seguí, y cuándo llegué abajo pude comprobar que los aparatos de musculación, la
cinta de correr y la bici de spinning ya no estaban en el centro cómo antes.
Ahora estaban bien colocadas en un lateral, dejando libre más de la mitad del
sótano. Dónde estaban antes, ahora había, en un lateral, una gran mesa de
madera maciza con grilletes de cuero y cadenas en las esquinas, una cama que
era un somier con patas y un colchón, ocupaba otro lateral. Dos maderos cruzado
en forma de aspa, formando la cruz de san Andrés, estaban en la otra pared
libre. Un sillón de los que usan los ginecólogos ocupaba un rincón, y en el
otro, un potro parecido a los que se usan en gimnasia. De una de las vigas del
techo, colgaba una polea doble por dónde serpenteaba un cable que terminaba en
un gran mosquetón y empezaba en un cabestrante con manivela que había en la
pared, en un rincón. Por último, reparé en un mueble auxiliar con ruedas y con cajones
de cuyos laterales, en unos colgaban varios tipos de látigos y del otro, varias
madejas de cuerda.
Estaba estupefacta. ¿de dónde había salido todo esto? Si de
algo estaba segura es que en casa no estaba. Papá lo debió adivinar.
—Todo esto lo tenía en un trastero de alquiler. Lo llevé
allí después de la muerte de tu madre, y ayer por la mañana lo he traído.
—¿Mama usaba todo esto?
—No. Yo usaba todo esto con tu madre, —respondió muy serio.
Instantáneamente me llevé la mano al chocho y noté cómo la excitación
aumentaba en mí. Papá también lo vio, pero no dijo nada. Abrió uno de los
cajones del mueble y sacó unas muñequeras. No eran cómo las otras: estás tenían
unas piezas de cuero a los lados rematados por unas argollas. Me las puso
ajustando bien las correas y después cogió una barra de hierro rematada en los
extremos por mosquetones y la sujetó a las muñequeras. Sujetó la barra al
mosquetón de la polea y empezó a dar vueltas a la manivela. La barra fue
subiendo hasta que llegó al tope. Mis pies se fueron despegando del suelo hasta
que quedaron a medio metro. Notaba la presión de las muñecas, pero no me dolía.
Papá se aproximó empujando el mueble y se situó frente a mi. Empezó a pasar las
manos por mis costillas, nítidamente marcadas. Estaba muy asustada, pero al
mismo tiempo estaba muy excitada. Sus manos recorrieron todo mi cuerpo, hasta
que abriendo otro cajón sacó una tobilleras. Me las puso y atando cuerdas a sus
argollas me separo las piernas atándolas a unos enganches que estaban
taladrados al suelo. Mi cuerpo se convirtió en un aspa totalmente accesible a
papá.
Siguió tocándome, hasta que finalmente su mano se alojó en
mi vagina. Empecé a gemir y mientras me estimulaba con una mano con la otra
empezó a darme azotes en el trasero. Llegué al orgasmo y mientras me corría,
papá cogió un látigo con muchas puntas, un látigo de colas, y empezó a azotarme
la espalda. Chillé, pero el orgasmo continuó en una mezcla de dolor intenso y
placer. Se separó para poder golpear mejor y siguió azotándome con el látigo
con un ritmo cadencioso. La espalda, los riñones, el trasero, los muslos: todo
recibieron los impactos del látigo. Me retorcía colgada de la manos, pero al
tener los pies también sujetos lo conseguía poco. Chillé con todas mis fuerzas
y empezó a dolerme la garganta, pero papá siguió imperturbable. De repente,
desde atrás recibí un impacto en el chocho, y luego otro, y otro. Chillaba aun
más si eso fuera posible, lloraba, suplicaba, sudaba cómo yo creo que nunca he
sudado, intentaba infructuosamente resistirme, y entonces, dejó de azotarme y
puso su mano en mi vagina estimulándome vigorosamente. Fue casi instantáneo:
empecé a gemir y a los pocos segundos me corrí llenándole la mano con mis
fluidos. Siguió sobándome el chocho para alargar mi placer hasta que se separó,
se puso delante de mi y empezó otra vez a azotarme, esta vez por delante. A
pesar de tener mi movilidad muy reducida, intentaba esquivar un poco los golpes
y creo que eso desagradó a papá. Me dio un último golpe muy fuerte en el
abdomen, y se acercó al mueble. Buscó en los cajones y saco una mordaza de bola
y una mascara. Me puso la mordaza, que era mucho más grande que las que había
usado antes y además tenía agujeros, y a continuación me hizo una coleta antes
de ponerme la mascara. Era cómo un casquete que me cubría toda la parte
superior de la cabeza, los ojos incluidos, y se ajustaba con una correa por
debajo de la barbilla. La luz desapareció para mi y ahora recibía los golpes de
papá sin intentar evitarlos. Después de un rato largo de golpes, se centró otra
vez en mi vagina. Me dolía una barbaridad pero la posibilidad de que volviera a
estimulármela con la mano me hacia gozar con cada golpe. Insistió cómo si
esperara algo: ¿seria capaz de correrme solo con los golpes? Ya lo creo: lo
hice. Noté cómo el placer aumentaba con cada golpe y cuándo llegué al orgasmo y
mis abdominales se contraían, dejó de golpear y me agarró el clítoris con los
dedos. Empezó a retorcerlo y me creí morir. Berreé, chillé y me meé. Un mar de
babas salía por los agujeros de la mordaza. Entonce las fuerzas me abandonaron
y me quedé inerte, aunque no podía evitar el ligero temblor que se adueñó de
mí. Mientras seguía acariciándome el chocho, con la otra mano recorría todo mi
cuerpo sudoroso. Su mano se deslizaba por el cómo por una pista de patinaje.
Creo que se quitó la camiseta y con ella me secó el sudor. Cuándo terminó,
empecé a notar nuevamente el dolor de las muñecas mientras oía cómo rebuscaba
algo en los cajones. Le noté a mi lado y me llegó un inconfundible olor a
alcohol. Volvió a pasar sus manos por mi cuerpo y sentí el tremendo escozor del
líquido sobre las erosiones de los latigazos. Me quejé mucho, pero mucho más
cuándo pasó su mano mojada por mi chocho. Entonces me retorcí, o al menos lo
intenté. Lloraba a lágrima viva bajo la mascara pero papá no se enterneció y
continuo mojándome con el alcohol. Sin esperarlo, sentí que algo me presionaba
el ano y se abría paso por él. De lo que estaba segura es de que no era lo
polla de papá: era algo mucho más fino, y además vibraba. No opuse resistencia:
no podía. Empezó a follarme el culo con el vibrador al tiempo que con la otra
mano me daba golpes en el chocho. ¡Dios! Me dolía. Me gustaba. Notaba cómo el
deseo se volvía a adueñar de mí sin poder evitarlo, pero esta vez tardé mucho
más en correrme. Cuándo lo hice, siguió un rato más acariciándome, hasta que
finalmente, me sacó en vibrador del culo y me dio un fuerte azote con la mano
en la nalga.
No sé cuánto tiempo estuve colgada en total pero fue mucho.
Las muñecas y los
hombros me dolían terriblemente. Noté cómo papá me abrazaba y
sujetaba un poco el peso de mi cuerpo. Sentí sus besos en mis tetas y cómo me
olía. En ese momento era tremendamente feliz.
Cuándo se cansó, noté que me soltaba los pies que quedaron
inertes sin tocar el suelo. Oí cómo accionaba la manivela y empezaba a
descender hasta que mis pies tocaron el suelo y mis piernas se flexionaban sin
resistencia. El descenso paró y papá me rodeó con un brazo mientras con la otra
mano soltaba los mosquetones de la barra. Cuándo quedé libre, me cogió en
brazos y me depositó suavemente en el suelo. Me quitó la mordaza y sentí placer
al poder mover la mandíbula. Era una sensación extraña. Por un lado estaba
agradecida porque me quitara la bola, pero por otro lado ni me planteaba que
había sido él quien me la había puesto. Era todo muy confuso para mi mente. A
pesar del terrible castigo, sentía una devoción sin limites hacia él y solo
deseaba que siguiera.
A continuación me quitó las muñequeras y las tobilleras, y
por último la careta. La luz me deslumbró un poco. Con los ojos entreabiertos
vi que papá estaba de rodillas a mi lado mientras yo permanecía encogida de
lado en el suelo. Me arrastré hacia el acercando mi cara a su bragueta y con la
mano le saqué la polla y la introduje en mi boca. Me dejó chupar y su polla fue
creciendo en el interior de mi boca mientras me acariciaba el pelo. Estuve un
buen rato hasta que finalmente se corrió.
Me ayudó a levantarme y a subir las escaleras. Estaba muy
dolorida y cuándo me senté en la silla casi no podía apoyar el culo: sin lugar
a dudas, era la zona que más latigazos había recibido junto con la genital.
Papá me dio una bebida isotónica y se puso a preparar la
comida. Cuándo tuve el plato delante empecé a picotearlo con desgana. No me
quitaba ojo.
—Anoche no cenaste. Esta mañana has mordisqueado una
galleta, y ahora picoteas la pasta, —mientras lo decía, se levantó, sacó una
botella de vino blanco de la nevera y me sirvió un vaso—. Quiero que te comas
todo lo que hay en ese plato. A duras penas termine y mientras apuraba mi vaso
de vino papá recogió la cocina.
Fuimos al salón, se preparó una ginebra y se sentó en el
sofá. Me tumbe a su lado con la cabeza sobre sus piernas. No sé cuánto tiempo
estuvimos así porque me quedé dormida mientras papá me acariciaba el pelo.
Me desperté porque papá me daba unos golpecitos en el
trasero.
—Vamos a continuar, —dijo, y me sorprendió la rapidez con la
que me levanté. Podía imaginarme todo tipo de torturas terribles, pero parecía
que estaba deseando que me las aplicara.
Bajamos al sótano y me situé en el centro: no sabía que
debía hacer. Me agarró por el brazo y me aproximo al sillón de ginecólogo. Con
cinta de embalar me sujetó los brazos a la espalda con los antebrazos
paralelos. Me sentó en el sillón y coloqué los pies en los soportes. Me pasó
cuerdas por las axilas y me sujeto fuerte a los enganches que había debajo. En
esa posición no podía mover la parte superior del tronco lo más mínimo y mis
tetas se disparaban hacia delante quedando totalmente expuestas. A pesar de la
incomodidad de la postura estaba extrañamente tranquila: consideraba lógico el
sufrimiento que papá me iba a proporcionar. Lo que si estaba es excitada: los
preparativos me tenían en ese estado.
Con más cuerdas, me sujeto los muslos, por las ingles, a los
soportes para las piernas, e hizo lo mismo a la altura de las rodillas y en los
tobillos. Intenté moverme, pero no pude.
Papá acercó el mueble, abrió un cajón grande que había abajo
del todo y empezó a sacar cables. Mi respiración se empezó a agitar y preferí
no mirar girando la cabeza hacia el otro lado. Puso una mano sobre el vientre y
me acaricio para tranquilizarme. Le miré agradecida y me recompensó con una
leve sonrisa mientras bajaba la mano hasta mi vagina, que seguía dolorida e
inflamada por los latigazos de la mañana. Papá la agarró con fuerza y me
produjo una sensación de dolor y placer que me dejó sin respiración, fue cómo
si el dolor se convirtiera en placer, en un placer intenso que casi me dejó sin
respiración. Después, subió la mano hasta que empezó a masajearme una teta para
terminar pellizcándome un pezón hasta que se puso duro. Entonces vi cómo lo
cogía con unas pequeñas pinzas metálicas dentadas que estaban al final de uno
de los cables. Me dolió, pero me gustó. Hizo lo mismo con el otro pezón una vez
que también lo endureció.
En la casa interna de los muslos pegó cuatro parches, y
otros cuatro en la parte inferior de mi vientre, justo sobre mi inexistente
monte de Venus. Mi respiración volvía a estar agitada con tantos preparativos y
papá me tranquilizo otra vez acariciándome la vagina, esta vez con suavidad.
Después, sacó de otro cajón una mordaza, que era un aro ensartado por un dildo
para el interior de la boca y un antifaz para los ojos y entonces deje de ver y
todo fueron sensaciones. Notaba cómo el dildo casi llegaba al fondo de la
garganta, pero no hasta el punto de provocarme una arcada. Noté que papá se
sentaba entre mis piernas y oí cómo se activaba un vibrador. Noté algún tipo de
líquido viscoso en mi clítoris y cómo el vibrador empezaba a estimularlo.
Notaba cómo el placer y el deseo aumentaba paulatinamente, pero cuándo estaba a
punto de romper el orgasmo, paró y me dejó relajarme un poco. A los pocos
segundos volvió a empezar y a repetir la misma operación. A la tercera, si me
dejó llegar y entonces noté cómo se activaban los parches con tal potencia que
crisparon mi cuerpo mientras me corría inmersa en un mar de dolor y placer. No
desactivó los parches y siguió con la estimulación del clítoris hasta que
llegué a otro, y luego a otro. Gritaba, pero el sonido se quedaba amortiguado
por la mordaza. Dejó de estimularme el clítoris y siguió con los parches.
Seguía sintiendo placer a pesar del dolor. No cómo con la estimulación del
clítoris, pero sentía mucho placer. Para que llegara a un nuevo orgasmo, papá
esporádicamente me ayudaba dándome unos toques con la mano en la vagina. Tarde
mucho, pero al final lo conseguí y me corrí. Sentí cómo los parches perdían
potencia y mi cuerpo se relajó. Notaba cómo sudaba a mares, cómo las babas
salían de mi boca mojándome la barbilla y chorreando por el cuello, y respiraba
con cierta dificultas por la nariz. Se dio cuenta y me quito el dildo dejando
el aro que mantenía mi boca abierta. Con el aporte de tal cantidad de aire casi
me corro otra vez.
Me dejó descansar un rato mientras me quitaba los parches,
pero me dejó las pinzas de los pezones, y sin previo aviso noté cómo se
activaban y la corriente pasaba por ellos produciéndome un dolor
indescriptible. Incluso llegué a pensar que iban a explotar. Estuvo un rato
largo, o al menos me lo pareció. Chillé a pleno pulmón. Después, bajo la
intensidad de golpe y me masajeó las tetas. Al rato, empezó otra vez: el mismo
tiempo, el mismo dolor y los mismos gritos. Un nuevo descanso y vuelta a
empezar, pero esta vez empezó a estimularme el clítoris otra vez con el
vibrador. Aunque tarde, tuve un orgasmo tan tremendo que cuándo papá apagó el
aparato tenía espasmos por el cuerpo y perdí un poco la consciencia. Cómo en
sueños, noté cómo me quitaba las pinzas y cómo me masajeaba: primero los
pezones y luego el resto de las tetas. Con cuidado me quitó lo que quedaba de
la mordaza y posó suavemente la mano en mi vagina. Tenía la vagina
extremadamente sensible y el clítoris tan abultado que pensé que iba a salir
disparado. Me pasaba la palma de la mano y me cría morir: el roce con el
clítoris era devastador. El dolor era tremendo y el placer brutal, y sobre
todo, cómo ya he explicado en otra ocasión, la inmovilidad, la incapacidad absoluta
a resistirte a algo que es inexorable.
Me corrí otra vez y no seria capaz de decir cuantas veces lo
hice esa tarde. Papá no parecía dispuesto a terminar ya, todavía no me había
follado, y por supuesto yo no me iba a oponer a nada: si algo estaba claro es
que soy suya, mi vida es suya, soy de su propiedad conscientemente, y eso me
hace muy feliz.
Pues no me folló. Estuvo un ratito soltando mis piernas al
tiempo que me acariciaba. Permanecí con los ojos cerrados mientras lo hacia.
Después soltó las ataduras que sujetaban los brazos al sillón, e
incorporándome, cortó con una navaja la cinta adhesiva. Me recostó otra vez sobre el sillón y
estuvo masajeándome los hombros, y sobre todo los brazos para reactivar la
circulación. Abrí los ojos y le estuve mirando cómo hipnotizada mientras lo
hacia. El me miraba y me sonreía.
—¿Estás bien? —preguntó y afirmé con la cabeza—. Quería
hacer algo más esta tarde, pero lo vamos a dejar para mañana. Además, ya es
tarde y estás muy cansada, ¿verdad? —volví a afirmar con la cabeza—. Muy bien:
buena china.
Me ayudo a levantarme, pero cuándo me puse de pie las
piernas no me aguantaron: al cansancio había que unir la inmovilidad de toda la
tarde. Papá no me dejó caer y rápidamente le levantó en brazos y subió las
escaleras: sabía perfectamente que estaba fuerte pero no imagine que tanto.
Llegamos a la cocina y siguió al salón y subió de tirón a la planta de arriba.
Me deposito suavemente sobre la cama y ahora le miraba cómo
si también fuera Superman. Se inclinó sobre mi y me besó en los labios.
—Tengo mucha sed papá, —dije cuándo se separó.
Rápidamente bajó a la cocina y al momento estaba a mi lado
de nuevo. Se sentó en la cama con la espalda apoyada en el cabecero y me atrajo
hacia el abrazándome. Me estuvo dando agua en pequeños sorbos hasta que termine
la botellita. Después me dejó sobre la cama y se fue al baño. Oí cómo empezaba
a llenar la bañera mientras yo permanecía con los ojos cerrados. Tenía unas
ganas enormes de dormir.
No le oí regresar, pero noté que me levantaba en brazos y me
llevaba al baño. Se metió en la bañera, y conmigo en brazos se sentó no sin
cierta dificultad. Sentí escozor en los verdugones de los latigazos por la
acción del agua caliente. Me estuvo enjabonando con suavidad, tanto que casi me
acariciaba más que frotaba. En ocasiones me quejaba cómo cuándo pasaba la
esponja por mi maltrecha vagina. Estuvimos tanto tiempo en el agua que cuándo
me sacó tenía la piel un poco encallada. Me sentía muy recuperada: el baño y el
descanso me habían venido muy bien. Salí del baño por mi propio pie y papá me
entregó una bebida isotónica para que siguiera hidratándome.
Me ayudo a bajar a la planta de abajo y cenamos algo muy
ligero: una ensalada y fruta, acompañado por una copa de vino.
Después subimos al dormitorio y papá se sitúo sobre mí. Me
besó centímetro a centímetro todo el cuerpo y cuándo terminó por delante, me
dio la vuelta empezando por detrás. Empezó por los pies y fue subiendo poco a
poco deteniéndose un rato largo en el ano. Para entonces ya estaba jadeante y
anhelando una penetración. Siguió subiendo hasta que llegó a la nuca. Apartó el
pelo y mientras me mordía, notaba su polla entre mis nalgas. Intentaba
favorecer la penetración, pero papá no tenía intención de entrar por ahí.
Entonces, me giró otra vez, me separo la piernas, vi cómo se aplicaba
lubricante en la polla y me penetró por la vagina. Me folló muy lento,
desesperantemente lento. Quería alargar la penetración lo máximo posible
mientras me mantenía abrazada y con el rostro a escasos centímetros del mío no perdía
detalle de mis reacciones. Me corrí una primera vez, pero siguió en su
cadencioso movimiento. El roce de la pelvis sobre mi tumefacto clítoris me
enloquecía de placer. Y así es cómo gemía: cómo una loca. Finalmente, papá se
contuvo un poco hasta que me llego un nuevo orgasmo y se corrió junto a mí.
Se separó y salio de la cama. Durante un rato estuvo
mirándome, despatarrada y follada sobre la cama, con su abundante semen
saliendo de mi chocho. Le mire sumisa y entregada.
—Lávate, y luego duérmete y descansa, —me dijo con una
sonrisa—. Mañana continuaremos.