jueves, 27 de octubre de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 17)


Es difícil de explicar lo que significo para mí la llegada de Blanquita. Por un lado tenía una amiga, que de ninguna manera dañaba la relación que tenía con papá, y por otro lado tenía a alguien sobre la que tenía cierto control, sin olvidar, que el control total, absoluto y sin discusión lo tenía papá.
Entró rápidamente en el rol de sumisión frente a papá, un hombre que exige control absoluto, y aceptaba de buen grado mi control, si se puede llamar así.
Lo que más me sorprendió de ella fue que no se sorprendió, valga la redundancia, cuándo se enteró de que éramos padre e hija: lo aceptó cómo si fuera lo más normal del mundo.
Durante la semana, vivía en su casa, sola, ya que no tenía familia en Madrid, pero los fines de semana se venía con nosotros, ya fuera a nuestra casa o fuera de la capital: desde entonces siempre nos acompañaba en nuestras salidas.
En casa siempre dormía con nosotros, por eso, papá cambió la cama de metro y medio por una especial de dos metros: quería tenernos siempre a mano. Los viernes llegaba con papá directamente del trabajo y lo hacia con muy poca ropa, solo lo básico: sabía que, salvo excepciones, no le iba a hacer falta.
Un día fuimos a su casa, un pequeño apartamento en la zona de Pacifico, a inspeccionar su ropero: pocas veces me he reído tanto, incluso papá lo hizo. Tiramos a la basura la mitad de lo que tenía y acto seguido nos fuimos a la Gran Vía de compras. Hicimos varios viajes al coche para dejar bolsas. Mientras íbamos de una tienda a otra, Blanquita y yo lo hacíamos cogidas de la mano, y en ocasiones nos besábamos en los labios mientras nos acariciábamos el trasero. Papá, un par de metros por detrás, nos miraba complacido mientras nos grababa con la GoPro que llevaba sujeta al cinturón del pantalón. Lo que nos pudimos reír cuándo regresamos a casa visionando la grabación. Quedó patente que Blanquita también le iba lo de exhibicionismo.
La fue introduciendo en el mundo del sado poco a poco y lo fue aceptando de buena gana. Primero con pequeñas ataduras, pero con el tiempo con toda la parafernalia del sótano. Finalmente, recuerdo que era sábado, después de comer, la hizo pasar por lo que yo llamo la “prueba de la mesa” y que por lo menos, a mi, me entusiasma. Papá me dejó prepararla, y feliz cómo una lombriz empecé atando los antebrazos por detrás de la espalda. 
—¿Me va a hacer daño? —preguntó un poco asustada mientras la ayudaba a tumbarse sobre la mesa.
­—Hoy no, pero una vez que empiece no hay vuelta atrás. Aunque supliques no parara
hasta la hora de cenar.
—Me estás dando miedo, —dijo forzando una sonrisa para enmascarar los nervios.
—Te garantizo que jamás experimentaras algo como esto, —respondí terminando de atar las piernas, bien abiertas y flexionadas hacia arriba. Apreté las cuerdas, tal vez más de lo debido para impedir que pudiera moverse lo más mínimo.
—Ya está papá, —dije mirándole. Estaba tecleando en el ordenador portátil.
—Empieza tú que ahora estoy ocupado, pero solo lengua: ya sabes cómo hacerlo.
Coloque la silla junto a la mesa, me senté y contemplé con detenimiento la esplendida imagen de la zona genital de Blanquita, totalmente expuesta y a mi disposición. Me incliné y besé sus labios vaginales. Los separé con la lengua y recorrí su vagina en toda su longitud una y otra vez. Deguste un sabor que ya conocía perfectamente. Después de mucho insistir se abrió la caja de las maravillas y alcanzó el primer orgasmo. Insistí y al cabo de un rato llegó el segundo y así, con una cadencia espaciada fueron llegando, aunque ni mucho menos con la rapidez con que yo los alcanzo. Después me relevó papá y la saboreo hasta que se cansó, momento en el que el vibrador comenzó a
actuar. Cuándo papá ocupaba la silla, me metía bajo la mesa y le chupaba la polla hasta que se corría. La cambio el plug anal que llevaba por uno mucho más grueso y comprendí que esa noche Blanquita dejaría de ser virgen por el culo, y me sentí feliz por ella.
Todo terminó casi cuatro horas después. La desaté las piernas y con una toalla la estuve secando el sudor y a continuación la hidrate con una bebida isotónica. Estaba tan agotada que cuándo se puso definitivamente de pie, las fuerzas la abandonaron y las piernas no la sujetaron: no cayó al suelo porque papá y yo lo impedimos.
Después de cenar, estuvimos un rato largo charlando mientras tomábamos una copa. Las preparé yo, y antes de servirlas, papá tumbó a Blanquita bocabajo sobre sus piernas y la extrajo el plug, después de estar un rato metiendo y sacándolo. La puso al borde el infarto. Finalmente, lo sustituyó por otro más grueso, tanto que solo se podía sentar de lado. La veía feliz, consciente de lo que esa noche iba a ocurrir. Sabía que la iba a doler, pero veía en su cara la determinación por ser usada por papá, algo que entendía perfectamente porque yo sentía lo mismo.
Terminamos las copas después de muchas risas: papá cuándo se lo propone es muy gracioso. Mientras lo hacíamos iba jugando con nosotras, hasta que finalmente
subimos a la habitación. Blanquita lo hizo despatarrada porque casi no podía andar por el calibre del plug. Me indicó que la inmovilizara y lo hice atando sus brazos a la espalda. Nos tumbamos sobre la cama y por indicación de papá comenzamos un sesenta y nueve apasionado: ¡cómo me gusta su vagina! Aunque sé que las dos le pertenecemos, y en eso no hay duda posible, tiendo a considerarla de mi propiedad. He desarrollado un cariño muy especial hacia ella, y tengo la certeza, sé, que a ella le pasa lo mismo. ¿Puede ser amor? Creo que si, aunque por encima de ese sentimiento esta el amor incondicional que profesa a mi padre.
Mientas nos chupábamos mutuamente los genitales, papá, tumbado a nuestro lado, nos miraba complacido mientras se acariciaba la polla.
—Sepárala las piernas y átaselas, —ordenó papá y mientras lo hacia la metió la polla en la boca mientras la decía—: la has chupado muchas veces y sabes lo grande y gorda que es. Dentro de un momento la vas a tener metida en el culo y por fin vas a ser consciente de todo el placer que eres capaz de proporcionar a los que te quieren.
Blanquita no dijo nada, porque entre otras cosas seguía con la polla de papá en la boca, pero noté que su cuerpo se estremecía de placer ante esa perspectiva.
—Lubrícala el ano y estimúlala, pero que no se corra: ponla a cien.
Mientras lo hacia, se lubricaba la polla con detenimiento. Después, se tumbó sobre ella, la rodeo con los brazos y a unos centímetros de su rostro, le coloque la polla en la entrada: papá no quería perderse nada de las sensaciones que experimentaba Blanquita. Poco a poco fue presionando y su lubricada polla entró sin dificultad deslizándose en su interior. Empezó a bombear mientras Blanquita empezaba a gemir con más intensidad. Mucho antes de que papá se corriera ya había llegado al orgasmo.
—Cabalgara la boca y que te coma el chocho, —ordenó papá y rápidamente lo hice. Me sentí tremendamente feliz de que me dejara participar en la utilización de mi segundo amor. Después de que las dos alcanzásemos varios orgasmos más, papá se salió y vació su polla en la boca de Blanquita.
—¡Chúpala y límpiala bien! —ordenó taxativamente y ella obedeció sin rechistar. Finalmente, la ayude en esa tarea.
Mientras la desataba, papá sirvió unas copas de vino y nos relajamos mientras descansábamos para continuar un poco más tarde: fue un fin de semana muy intenso.


EPILOGO

Nuestro maravilloso trío duró varios años, hasta que un estúpido accidente de tráfico, causado por un gilipollas, me lo arrebató. Entonces me di cuenta fehacientemente de lo mucho que estaba unida a él. Después de los primeros días de estupor, en los que las dos no parábamos de llorar, decidí afrontar la realidad de su ausencia y reconvertir nuestra situación.
Llegó el primer fin de semana y bajé a Blanquita al sótano. Ella ya había estado innumerables veces en él, pero nunca a solas conmigo: siempre estuvimos supervisadas por papá. Lo hice después de ponerla un collar de perro en el cuello y atarla las manos a la espalda. La conduje tirando de la correa, y una vez abajo, la coloque sobre el potro bocabajo y con un látigo suave estuve descargando mi frustración, y la de ella.
Somos pareja desde ese día. Blanquita dejó el banco después de negociar una baja muy interesante. Se trasladó a vivir a mi casa y pusimos en alquiler la suya. Vivimos de los que nos renta las casas de alquiler que tenía papá y de lo que heredé a su muerte. Por cierto, que pleiteamos contra el que la causo y conseguimos que fuera un par de años a la cárcel, después de un largo y desesperante juicio.
He asumido el papel de dominante en nuestra relación. Una situación totalmente asumida por Blanquita. Las dos somos extremadamente felices, salvo en los momentos en los que recordamos con cariño y añoranza a mi padre: pese a su ausencia, una presencia permanente en nuestras vidas.


                                

sábado, 15 de octubre de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 16)


 
Completamente desnuda, retozo por la cama, que se ha convertido en mi zona de show desde hace unos meses. Se me da bien, y me siento mejor. Soy la protagonista absoluta de un espectáculo que está hecho a mi medida, no en vano también soy guionista, directora y actriz: papá jamás interviene en nada. Se sienta en su sillón y desde allí, normalmente, con un vaso de ginebra cerca, me mira sin perderse nada. Siempre emito después de cenar.
Cuándo empecé con esto, lo hice en el dormitorio que comparto con él. Después, y ante el éxito que cosechaba me preparó en el desván una zona de emisión. La decoración era totalmente mía: papá me dejó ponerlo enteramente a mi gusto. Estaba compuesta por una cama normal de matrimonio, y en lugar de somier había una tabla sobre la que descansaba el colchón: no quería que se hundiera. Compré cuatro edredones de diverso color y dos almohadones a juego con cada uno de ellos. En lugar de cabecero, puse cuatro barras con cuatro cortinas de estampado suave y de distinto color, que cambiaba dependiendo del color del edredón que ponía. A los pies de la cama había dos focos de luz, dos cámaras para transmitir, una de ellas móvil, dos micrófonos, y una pantalla grande conectada al ordenador portátil.
No fue idea de papá. Se me ocurrió después de que una compañera de la universidad me comentara que se metía en una página y que en ocasiones emitía. Picada por la curiosidad me metí también en la página y se me iluminó la mente. Se lo propuse a papá y le pareció bien. Durante varias semanas, después de cumplir con papá, me metía en la página y escudriñaba para ver cómo lo hacían: había chicas que eran muy buenas.
Cómo ya he dicho, la primera emisión la hice en el dormitorio y con la cámara del ordenador portátil: nada que ver con el despliegue actual. No me quedó muy bien: los nervios me pudieron. Según fui emitiendo gané en confianza y con el tiempo me trasladé al desván. Actualmente emito un par de días a la semana y en mi página ofrezco videos de mis shows y fotografías. Estás últimas me las hace papá: desde hace tiempo me he convertido en su modelo particular.
Al principio jugaba e interactuaba con los espectadores, aceptaba peticiones, hacia sorteos, dialogaba mucho. La verdad es que ganaba dinero y regalos cuándo asocie una cuenta de una conocida multinacional norteamericana de comercio electrónico. Después, en esa misma web, descubrí los dispositivos OhMiBod y empecé a variar los shows. Empecé a ganar mucho más cuándo los fans se liaban a mandar monedas para activar el dispositivo. Además, cómo lo mantenía con una intensidad alta, cuándo alguien subía un poco la cuantía de la aportación, recibía unas vibraciones tan fuertes que incluso me hacían gritar. Creo que la clave de mi éxito es que los fans ven en mi naturalidad y verdad, no ficción y mentira cómo muchas de mis compañeras de emisión.
Actualmente, no solo emito en Chaturbate, al mismo tiempo, me conecto con CAM 4. Creé un correo electrónico que aparece en mis espacios, y dónde mis fans me dicen todo tipo de burradas. Papá y yo nos reímos mucho leyéndolos.
Todo lo que gano va a una cuenta que abrí solo para eso. No penséis que soy una jodida millonaria, ni mucho menos, pero gano lo suficiente cómo para mantener cierta independencia económica, aunque sea ficticia: con papá tengo todo lo que quiero para mis gastos.
Cómo ya he dicho, papá jamás aparece en las emisiones. Desde su sitio mira cómo evoluciono sobre la cama, cómo me retuerzo con las potentes vibraciones del dispositivo, y cómo me corro. Con eso sí que flipan los fans: con mi facilidad para correrme. Eso sí, cuándo termino me echa unos polvos de flipar: enérgicos, dominantes, duros, violentos, cómo si no pudiera follarme nunca más.


Estamos en abril, y con la llegada del buen tiempo a Madrid visualmente resucito. Empiezo a abandonar los plumas y los pantalones, y aparecen chaquetitas y minifaldas. Sé que le encanta. Le gusta sacarme y exhibirme, y cuánto más ligera de ropa mejor. Y a mi me encanta exhibirme y que me exhiba. En Madrid nos cortamos un poco porque a papá le pueden reconocer: tiene muchos conocidos del banco. De todas maneras, muy pocos saben de mi existencia después del par de años que pasé en la cueva de las brujas católicas.
Cuándo más disfrutamos es cuándo salimos de Madrid en fin de semana. Cogemos el AVE y nos vamos a Barcelona o Sevilla principalmente, aunque también a cualquier capital conectada por ese sistema de transporte.
En Barcelona siempre nos alojamos en un hotel del Born. Nos gusta mucho la oferta gastronomita y de ocio de esta zona de la ciudad condal.
Me había puesto con un vestido escueto de color negro, ajustado y muy corto, pero con un poco de vuelo en la falda, que dejaban al descubierto mis piernas. El trasero se me adivinaba esplendido, realzado por unas sandalias de tacón casi imposible.
Salimos del hotel cogidos de la mano cómo una pareja normal de enamorados. Sé perfectamente que en estos momentos soy la atracción principal, porque si estuviéramos desnudos todos mirarían la polla de papá. Él va encantado llevando de la mano, y en ocasiones del trasero, a un pibón cómo yo.
—Has reservado o vamos a la aventura, —pregunté aunque me daba igual. Era por
hablar.
—Si, vamos a un restaurante especializado en pescado que hay detrás de la basílica de Santa María del Mar. Me han hablado bien de ellos y desde el hotel nos han hecho la reserva.
—¡Ah! Genial. Me gusta el pescado.
—Lo sé, por eso vamos ahí. Además, cerca hay varias vinotecas.
—¿Quieres emborracharme? —bromeé agarrándome a su brazo.
—¿Hace falta?
—Pues claro que no, tonto.
Efectivamente, el restaurante era genial, y después de cenar estuvimos charlando hasta que casi nos echaron mientras dábamos cuenta de una botella de champagne.
Cuándo salimos, vi cómo sacaba una cámara GoPro, la conectaba y la colocaba en el cinturón del pantalón a la altura de la hebilla. En esa posición grababa todo lo que ocurría delante, y en ocasiones, papá me hacia ir por delante. El saber que me grababa, hizo que además de ponerme un poco tonta, me excitara bastante más. La calle estaba muy concurrida, y la gente me miraba con interés, sobre todo cuándo juguetona, me ponía a dar vueltas sobre mi misma haciendo volar la falda y dejando al descubierto mi trasero, debidamente decorado con un plug (siempre lo llevo) y mi depilada zona vaginal. El saberme foco de atención, no solo de papá, si no también de un montón de desconocidos, hacia que mi deseo aumentara constantemente. Paseando y haciendo el tonto, por supuesto por mi parte, bordeamos el Centro Cultural y nos dirigimos al

Parque de la Ciudadela.
Recorrimos el parque mientras tonteábamos. Papá metía la mano bajo mi falda
acariciándome el trasero y la vagina. No hace falta que diga que estaba a cien. Y todo delante de la GoPro. De improviso, me cogió de la mano y me condujo al interior de un grupo de plantas. Me hizo arrodillar, se quitó la cámara del cinturón y sacándose la polla me la metió en la boca. Cómo una posesa, empecé a chupar mientras papá seguía grabando. Unos minutos después se corrió y empecé a juguetear con el semen antes de tragármelo.
Esa grabación fue la primera que puse a la venta en mi espacio de Chaturbate y tuvo mucho éxito. En general, las pelis que me hace papá en espacios públicos, tienen mucho más éxito que las grabaciones de mis shows en casa. Debe de ser cosa del morbo.
Fue la primera de muchas, y es que papá me ha follado en los sitios más insospechados. Desde esa primera vez, la GoPro siempre va con él, y siempre me va gravando. Esos videos son la columna vertebral de un negocio con el que no me voy a hacer millonaria, cómo ya dije antes, pero con el que podría vivir con ciertas estrecheces.
En varias ocasiones hemos preparado grabaciones. Las que más me gustan son las de un montón de tíos que me follan. Papá lo prepara todo, reúne a media docena de “profesionales” y durante muchas horas me follan sin parar por los sitios por dónde es posible. En una ocasión estuve ocho horas siendo follada por diez negros enormes y cachas, y con unas pollas muy aceptables. Termine tan agotada, y con la zona vaginal y anal tan tumefacta, a pesar de usar lubricante, que papá no volvió a repetir la experiencia: le gusta tenerme en buenas condiciones para su disfrute, y cuándo me deteriora, le gusta hacerlo él.


Estoy absolutamente encantada del uso que papá hace de mí. No me cansaré de repetirlo, al placer sexual derivado de la manipulación de mis zonas erógenas, hay que añadir dos aspectos cómo si fueran aditivos imprescindibles. El primero, el placer que me produce el sentirme usada y utilizada, y el segundo, el placer que proporciono a mi señor, a mi Dios.
Al principio de nuestra relación, y cómo ya he contado en capítulos anteriores y en este mismo, a papá le gustaba compartirme con otros hombres, pero siempre supervisado por el: en su presencia. Con el tiempo eso fue desapareciendo de nuestras vidas hasta que sencillamente dejó de ocurrir. Pero siempre hay una excepción: Blanquita.
Era una mujer que ya había sobrepasado ampliamente la treintena, muy sosa en el trato por su timidez, y con cierto atractivo derivado de un cuerpo espectacular: se notaba que la gustaba cuidarse, aunque no hacia alarde de ello. De todas maneras, conociendo los gustos de papá la sobraban varios kilos. Entró en nuestras vidas cuándo llevábamos cinco o seis años de relación. Papá la conoció en el banco, era una empleada de otro departamento relacionado con el suyo, y cómo siempre ocurre con los que llevan muchos años en este mundo, rápidamente detectó a una sumisa potencial. Papá la
ignoró, hasta que en cierta ocasión que estábamos pasando unos días en la playa, se la encontró paseando por el paseo marítimo. Estaba sola y por cortesía la invitó a cenar con nosotros. Inmediatamente se dio cuenta de que Blanquita no me quitaba ojo, y siempre que podía me miraba distraídamente el culo o las tetas. Papá decidió explotar esa circunstancia. La fue trabajando, hasta que finalmente, después de salir de un garito dónde habíamos estado tomando unas copas consiguió que me morreara.
Subimos al hotel a “tomar la última” y papá la habló con claridad: no se anduvo con rodeos.
—¿Te gusta Anita? —preguntó mientras me quitaba el vestido y me dejaba completamente desnuda.
—¡Claro! Es muy simpática, —respondió un poco intimidada y roja cómo un tomate.
—Pero ¿te gustaría besarla otra vez? —insistió papá.
—Sí, —susurró bajando la mirada al suelo.
—Eso es fácil de solucionar, —dijo papá separándome las piernas y cubriéndome la vagina con la mano, —¿y esto te gustaría besarlo?
Blanquita no contestó, pero no pudo evitar llevarse la mano a la zona genital, mientras yo la miraba presa de deseo.
—Ya veo que sí. ¡Quítate el vestido! —ordenó papá y sin rechistar le obedeció. Hasta yo me sorprendí de la rapidez con que lo hizo. Después, se separó de mí y se aproximó a ella colocándose por detrás. La agarró por el pelo y tirando hacia atrás con suavidad la preguntó mientras con la mano la agarraba la vagina—. ¿Quieres que te haga esto?
La pregunta sobraba porque ya lo estaba haciendo. Blanquita solo pudo soltar un gemido que delataba que la respuesta era afirmativa. Siguió estimulándola hasta la tuvo al borde del orgasmo, y paró.
—Anita es una mujer extremadamente servicial y obediente, —continuó hablando mientras se sentaba en un sillón y nos hacia arrodillarnos entre sus piernas—. Puedes hacer con ella lo que quieras, pero a cambio, quiero hacer contigo todo lo que yo quiera. Ojo, he dicho todo, y te aviso de que soy muy exigente.
Se sacó la polla, me hizo una indicación e inclinándome empecé a chupársela. Mientras me inclinaba, pude ver cómo Blanquita miraba con ojos desorbitados la enorme polla de papá. Se inclinó sobre mi y empezó a besarme la espalda al tiempo que notaba cómo me olía.
—Estoy esperando una respuesta.
—¿Me vas a hacer daño? —preguntó mientras con una mano empezaba a recorrer mi espalda en dirección al trasero.
—Si, pero te aseguro que me suplicaras que te lo haga, porque gracias a ese dolor, alcanzaras un placer desconocido para ti.
No contestó, su mano llegó a mi vagina y torpemente intento meter un dedo dentro. Di un respingo y se asustó un poco. Papá me incorporó y me indico que la enseñara a hacerlo. Me incorporé y empecé a acariciar la espalda de Blanquita y lentamente llegué a su zona vaginal y empecé a masajearla suavemente mientras notaba cómo mi nueva amiga iba reaccionando. La fui metiendo un dedo y cuándo empezó a gemir, la metí otro. La agarré por el pelo y la conduje hasta que tuvo la polla de papá en su boca. La aceptó sin pensarlo mientras seguía estimulándola con mis dedos. Cuándo papá se fue a correr, la sacó y lo hizo en su cara mientras yo intensificaba el trabajo de mis dedos y ella también se corría. Inmediatamente, la limpié la cara con la lengua no dejando ni una gota del su semen.
—¿Te ha gustado? —preguntó papá.
—Sí, nunca había sentido algo así. Podría estar toda la noche.
—Y lo vas a estar. Esto solo ha sido el principio.
La abracé y empecé a morrearla mientras papá se levantaba y se iba a por los juguetes.


El sol inundaba con fuerza la habitación por lo avanzado de la hora. Sentado en un sillón, papá nos contemplaba dormir agotadas por los intensos excesos de la noche. Nos miraba desnudas sobre la cama consciente de que tenía sobre ella a su posesión más preciada, y a alguien, que si la trabajaba bien, siria un complemento perfecto para mi. No tenía la más minima duda de que si se lo proponía, lo conseguiría, y anhelaba que lo consiguiera. Desde que probé por primera vez a una mujer, descubrí que me gustaban mucho. Por supuesto, después de papá, que para mi es Dios. A pesar de que solo la conozco desde hace unas pocas horas, Blanquita me ha entrado por el ojo.
Abrí los ojos y vi la espalda de mi nueva amiga que seguía durmiendo placidamente. Busqué a papá con la mirada y le vi sentado en el sillón.
—Despiértala: cómela el chocho, —ordenó con una sonrisa. La voltee un poco separándola las piernas y comencé a chupar su vagina con afán desmedido. Aún somnolienta, noté cómo su respiración de agitaba y a los pocos segundos empezaba a gemir mientras con la mano me acariciaba la cabeza. Se corrió con un fuerte orgasmo que la dejó despatarrada y feliz.
Papá la dejó recuperarse y luego la ordenó que me chupara a mi. Inmediatamente cumplió la orden y yo también me corrí. Después, estuvimos un buen rato morreándonos mientras papá nos contemplaba complacido desde su lugar de privilegio.
—¡Venid aquí las dos! —ordenó señalando con el dedo el espacio entre sus piernas. Rápidamente nos acercamos y arrodillándonos comenzamos a chuparle la polla hasta que se corrió inundándonos la cara a las dos.


Papá lo arregló para que Blanquita se trasladara a nuestro hotel y le dieran una habitación próxima a la nuestra, que solo usaba para cambiarse de ropa. Íbamos juntos a la playa, comíamos juntos, todo lo hacíamos juntos. Fue entrando en nuestros juegos hasta que cómo dijo papá, suplicaba que papá hiciera con ella lo que quisiera.
Blanquita había entrado en nuestras vidas, definitivamente.


domingo, 25 de septiembre de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 15)



El día siguiente fue extraño: muy extraño. Recordaba los últimos tres días como en un sueño intenso, pero el dolor de la piel, y sobre todo de mi zona vaginal, me confirmaba que todo había sido muy real.
Me costó una barbaridad salir de la cama yo sola sin la ayuda de papá. Un par de horas antes desperté con su polla en la boca, mientras con el móvil daba instrucciones a su secretaria: su rutina habitual. Siguió en mi boca hasta que se corrió, posiblemente porque era consciente de que no tenía el chocho para fiestas. Cuándo se corrió, cómo siempre me lo tragué, y a los pocos segundos sentí, no sin dolor, cómo me aplicaba algún tipo de crema en la vagina. Siguió aplicando dónde tenía las marcas más pronunciadas, y finalmente, me tragué un par de comprimidos, me dio un sonoro azote en el trasero, me arropó, apagó la luz y se fue a trabajar.
A media mañana, estaba cómo una campeona intentando bajar las escaleras, agarrada con las dos manos al pasamanos. A medio camino, recordé que me había dejado el móvil arriba y resoplando di media vuelta y empecé a subir. Al cabo del rato, sudando cómo una cerda llegué al salón. Tuve que sentarme en una silla para descansar, y desde allí, repase el salón. ¡Joder! Tenía que barrer, pasar el trapo del polvo y algunas cosas más, pero no me sentía con fuerzas. Tampoco quería que papá me regañase por no hacerlo, y con dificultad me volví a levantar encaminándome a la cocina. Sonó el móvil y rápidamente, apoyándome en todos los muebles que encontraba a mi paso, regresé al salón dónde lo había dejado. Era papá.
—¿Si papá?
—«No hagas nada y descansa…».
—Pero hay cosas que hacer.
—«Ya me has oído».
—Vale papá, cómo digas.
—«Muy bien. Presta atención: va a ir a verte un amigo mío que es médico. Creo que ya te he hablado de él. Te va a hacer una revisión: sobre todo la vagina que es lo que peor tienes».
—Papá, yo creo que no hace falta, —dije no muy convencida. Toda la zona genital me dolía una barbaridad, pero me aterrorizaba la idea de un desconocido, por muy amigo de papá que fuera, estuviera hurgándome ahí sin estar el delante—. Seguro que en un par de días…
—«Anita, no me discutas. Va a ir, te va a mirar y se ha acabado. ¿Entendido?».
—Si papá: cómo tú digas.
—«Muy bien. Le tienes que pagar: ya me entiendes».
—¿Y cuánto…? —paré la pregunta porque me di cuenta de a que se refería papá—. Si papá, cómo digas.
—«Muy bien: buena chica. Obedécele en todo. Espero que no me vuelvas a defraudar».
—Nunca más te voy a volver a defraudar, papá.
—«Perfecto. Llegará cómo en una hora: procura estar preparada» —y no pude decirle que si porque cortó la comunicación.
Pensé en subir al baño a ducharme, pero desistí de la idea: no me veía con fuerzas para subir la escalera y volver a bajar a abrir la puerta. Me notaba un poco tensa, iba a ser la primera vez, que iba a estar con otro hombre que no era papá, sin estar el presente. Instintivamente, me llevé la mano al chocho: deseaba tocármelo pero desistí porque el solo roce me causaba dolor, y era un dolor que no me gustaba: no me lo proporcionaba papá.
Pasado el tiempo que más o menos había dicho, sonó el timbre del telefonillo de la puerta de la valla. Me puse la bata que siempre tenía colgada del perchero junto a la puerta y contesté.
—¿Si?
—¿Anita?
—Sí, sí.
—Me manda tu padre: abre.
La orden, junto a la palabra “padre” hizo que automáticamente pulsara el botón de apertura de la puerta. Abrí antes de que llamara y sin decir nada entró hasta el salón sin siquiera saludar. Cerré la puerta y le seguí deteniéndome a un par de metros de él. Me miró de arriba abajo detenidamente. Era muy mayor y posiblemente estuviera jubilado, o al menos esa era la impresión que daba. Tenía una barba blanca muy crecida que en parte ocultaba las arrugar que surcaban su rostro. En la mano llevaba un maletín médico de los muy antiguos, de los que salen en las películas del oeste, junto a un maletín metálico pequeño.
—¿Por qué sigues con la bata puesta?
Rápidamente me la quité dejándola sobre la silla. Se acercó y cogiéndome del brazo me hizo girar para observarme el culo totalmente amoratado. Sus ademanes bruscos me atraían mucho y empezaba a sentir cierta excitación. De todas maneras, nada parecido a lo que sentía con papá: a estás alturas, con él, ya estaría muy mojada.
—Ya veo que a tu padre se le ha ido la mano. Es raro porque es un hombre muy comedido. ¿Qué le has hecho para que te castigue así? Da igual, no necesito saberlo: seguro que lo merecías, —mientras el hablaba, yo permanecía en silencio con la mirada baja. Con la mano me subió la barbilla y me miró la cara detenidamente—. Eres tan preciosa cómo tu madre, y espero que igual de servicial. Al menos eso me ha asegurado tu padre.
Empezó a sobarme la nuca y espalda con una mano, mientras con la otra me sujetaba del pelo y sumergía sus labios en mi cuello. Mientras lo hacia, intentaba restregar su paquete en mi cadera. Estuvo un rato así hasta que por fin, tiró de mí hacia abajo para que me arrodillara. Lo hice con cierta dificultad y entonces se desabrochó los pantalones y se los bajo junto a los calzoncillos. Lo que me encontré me dejó tan estupefacta que me costó trabajo disimular la sorpresa: una gran masa de pelos en cuyo interior se vislumbraba algo.
—¡Vamos! ¿A qué esperas? —dijo bruscamente denotando cierta impaciencia.
Aparté los pelos y apareció la polla más ridícula que hubiera podido imaginar, y eso que ya estaba morcillona. Exagerando un poco, tendría unos diez centímetros, que ya le hubieran gustado a él. Acerqué mis labios y la atrapé con la boca. Empecé a chupar y me empezaron a entrar ganas de estornudar: esa enorme cantidad de pelos me hacían cosquillas en la nariz. Ese tío me empezaba a repugnar, pero hice de tripas corazón: papá quería que estuviera con él y que se fuera contento.
Seguí chupando y aquello creció un pelín más, pero poco más. Me estaba desagradando tanto, tanto pelo, que decidí emplearme a fondo con la lengua. El desenlace fue rápido: un par de minutos después protagonizó una corrida patética. No me gusto el sabor, ni mucho menos me lo tragué. Antes de que pudiera decírmelo, ya lo había escupido con cierta elegancia.
Estuvo unos minutos restregándome el pingajillo en lo que rápidamente se había convertido su polla.
—Vamos a ver cómo está eso, —dijo mientras se subía los pantalones. Me costó trabajo ponerme de pie: no me ayudo y lo tuve que hacer yo sola mientras me miraba indiferente.
Apartó lo que había sobre la mesa del comedor y me dijo que me tumbara sobre ella. Me subió las piernas y las separó, y tirando de mí, puso mi trasero en el borde de la mesa. Después se sentó en una silla y abrió el maletín.
—Es una lastima que tu padre te haya estropeado el chocho de esta manera: es precioso. Pero no te preocupes, volverá a estar cómo antes y tu padre se alegrara.
Metió un dedo en el interior de mi vagina y estuvo explorando. Lo hizo sin ponerse un guante el muy cerdo, pero no hice nada que pudiera denotar desagrado. Sacó algo de maletín que identifiqué rápidamente: era un speculum. Con los dedos de la mano separó los labios vaginales mientras con la otra mano insertaba el instrumento. Estaba muy frío. No me dolió la penetración, pero si cuándo empezó a abrirlo. Era un dolor localizado en el exterior y eso me tranquilizó un poco: al menos, parecía que interiormente no tenía nada. Notaba el chocho tremendamente abierto y me dolía hasta el punto de empezar a quejarme mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.
Indiferente a mis quejas siguió abriéndolo. Después, cogió una linternita y estuvo alumbrado el interior bastante tiempo mientras emitía sonidos guturales, pero que no sabía identificar en que sentido lo hacia.
—Muy bien: no tienes nada interno, —dijo finalmente—. Tu padre te puede seguir follando sin problemas.
Noté cómo la presión disminuía hasta que finalmente lo saco. Acto seguido, introdujo uno o dos dedos en el ano, lo que me hizo dar un pequeño respingo: no me lo esperaba.
—Vamos, que no es lo primero que te meten por el culo, seguro que tu padre se pone las botas contigo, —y sacando los dedos me introdujo el speculum. Me hizo un daño horrible. No me lubricó previamente y lo hizo de una manera muy brusca. Sentí cómo el ano se ensanchaba hasta más allá del diámetro de la polla de papá—. ¿Sabes? Esto no vale para nada, pero me gusta hacerlo. No te preocupes que no se te va a romper.
Entonces prestó atención al clítoris dejando el instrumento introducido. Lo cogió con dos dedos y los dejó al descubierto. Eso si que me dolió.
—Sí, lo tienes muy inflamado, pero ahí no vamos a hacer nada. En la zona vaginal si, esta muy congestionada, y aunque normalmente dejaríamos que el tiempo actúe, a ti te lo voy a punzar porque me da la gana, y te va a doler.
Sus palabras me aterrorizaron y le mire con ojos de pánico. Yo creo que era lo que buscaba: aterrorizarme. Sin ninguna duda lo consiguió. Sacó una madeja de cuerda del maletín y me ató las manos hacia atrás, por encima de la cabeza, a una de las patas de la mesa. Después, le llegó el turna a las piernas, así cómo estaban: flexionadas y muy abiertas.
No sé cómo lo hizo, porque cerré los ojos para no verlo. Empecé a sentir los pinchazos y el dolor era indescriptible. Comencé a chillar mientras intentaba resistirme, pero las cuerdas lo impedían y me hacían mucho daño en las muñecas.
No sabría calcular cuánto tiempo estuvo pinchándome, pero se me hizo muy largo y doloroso. Sudaba a mares y mis quejas eran continuas. Incluso llegue a olvidar que tenía un speculum abriéndome dolorosamente el culo.
Oí el sonido característico de un mensaje de whassap y cómo dejaba de pincharme. Descansé de la “cura” a la que me estaba sometiendo mientras tecleaba en el móvil. Mi respiración y mis latidos se fueron normalizando.
—Tu padre es un blando, —dijo dejando de mala gana el móvil sobre la mesa. Se puso a manipular el speculum y noté con alivio cómo mi ano perdía tensión y lo sacaba—. Contigo le pasa cómo con tu madre: si me hubiera dejado la habría hecho diabluras, pero en fin, que le vamos a hacer. No me gusta estropear mercancía ajena.
Cogió unas gasas y después de echar algún tipo de desinfectante, me estuvo limpiando. Después, sacó un tuvo de pomada del maletín y empezó a untarme toda la zona genital mientras me lo masajeaba vigorosamente. De nuevo me hizo daño pero intente aguantar. A continuación, me masajeo el clítoris e inmediatamente noté una punzada de placer a pesar de que me dolía. Instintivamente arqueé la espalda.
—¡Mira la zorrita! Parece que te gusta, —dijo al percatarse. Insistió sobre mi clítoris hasta que empecé a sentir que me iba a llegar un orgasmo. El también lo notó y agarrando uno de mis doloridos pezones me lo retorció con saña. Fue cómo si hubiera pulsado un interruptor: inmediatamente me corrí.
Ya sé que un orgasmo es un orgasmo, pero no fue tan intenso, tan brutal cómo los que me proporciona papá: ni mucho menos. Al principio estaba un poco confundida: no creía posible tener un orgasmo sin la intervención de papá, pero luego recordé que me había ordenado servir a este tipejo en lo que quisiera, y por lo tanto, estaba condicionada por esa orden. Pero la verdad es que estaba un poco jodida: no me gustó tener un orgasmo con alguien tan repugnante cómo este doctor. Y es que se me había atravesado, y no era tanto lo que me había hecho, que casi en el fondo me daba igual, cómo su aspecto, su forma de comportarse o de hablar.
Cambio de pomada y vi que era Thrombocid. Sin desatarme, siguió masajeándome por todas las zonas que tenía con moratones fuera de la zona genital. Después me desató y cuándo estuve de pie, me aplicó la pomada en la espalda y el trasero. Me di cuenta de que la zona vaginal me dolía mucho menos y que casi podía moverme sin dificultad.
Le vi hurgar en el maletín y cómo sacaba un par de jeringuillas desechables. Debió de ver la cara que puse porque se echó a reír.
—Tranquila mujer, que tu papá no quiere que te haga nada más. Te voy a inyectar un antiinflamatorio, pero antes te voy a sacar sangre para unos análisis, —y enseñándome un bote de plástico, añadió—: y vas a mear aquí para otro de orina.
Me lo entregó y me indico que lo llenara allí mismo. Me puse en cuclillas y mientras con una mano me sujetaba a la mesa, con la otra puse el bote bajo mi chocho y oriné, no sin cierto apuro. Se lo entregué lleno, lo cerró y empezó a ponerle unos tubos estrechos que se llenaban solos. Cuándo tuvo tres, los introdujo en el maletín metálico. A continuación, con una de las jeringuillas me extrajo sangre y llenó otros tres o cuatro tubitos que también metió en el maletín y lo cerró. Preparo la inyección y después de pasarme un algodón me pincho en el glúteo. Me dolió un montón.
—Esto te va a ir bien, pero te va a dejar la pierna tiesa durante un rato, —y dejando unas ampollas sobre la mesa, añadió—: dile a tu padre que te ponga una al día. El sabe hacerlo.
Mi padre es un maquina: también pone inyecciones. ¡Joder! La verdad es que prefería que me la pusiera cualquiera antes que el asqueroso este. No me extraña que mama estuviera dormida cuándo este tío se metía en su cama y la sobeteaba. ¡Por Dios, que asco!


Se fue después de estar un rato chupeteándome con su repugnante lengua en la puerta de casa. Me lleno de babas toda la cara. Cuándo le vi salir por la puerta de la valla, a pata coja entre en la cocina y me estuve lavando concienzudamente la cara con el jabón de fregar que era lo que tenía más a mano: casi utilizo también el estropajo.
Tengo que reconocer que me dolía bastante menos la zona genital, pero a cambio, la pierna la tenía tiesa. En fin, me agarré a la escoba y estuve barriendo un rato largo: el movimiento me venia bien, y la verdad es que cada vez me dolía menos.
A la hora a la que tenía que llegar papá, subí al baño y me duché: quería estar preparada para él. Cuándo llegó, lo primero que hizo fue descargarse. Se la estuve chupando durante mucho tiempo. Noté cómo se retenía y me la sacaba de la boca cuándo veía que se iba a correr, y luego volvía a empezar. Finalmente, se corrió. Yo no lo hice, pero era tremendamente feliz siendo “usada” por papá: había comprendido que esa era la meta de mi vida.
Durante los siguientes días fue muy delicado conmigo. Aunque durante esos días me hizo gozar cómo una perra, lo cierto es que no me dio caña de verdad, cómo el sabe hacerlo: esperó a que estuviera totalmente recuperada.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 14)


 
Empiezo casi todos los capítulos abriendo los ojos por la mañana. Tengo que ir pensando en variar los comienzos, pero la verdad es que por las mañanas abro los ojos. Hoy también es así.
No estaba a mi lado cuándo me desperté. Fui a moverme y comprobé que me dolía todo. La piel la tenía cómo acartonada y los hombros casi no los podía mover. Pero lo peor era la zona genital. Encendí la luz y vi que estaba tumefacta e inflamada. Con mucho esfuerzo me pude poner en pie y casi no podía andar. Papá entró en la habitación y me vio apoyada en la mesilla de noche intentando mantenerme erguida.
—¿Te encuentras mal?
—Me duele mucho, —dije quejándome mientras me llevaba la mano a la vagina.
Me ayudó a tumbarme otra vez y se acercó a la ventana subiendo la persiana. El sol entró a raudales, lo que significaba que era medio día por lo menos. Me separó las piernas y me estuvo inspeccionando la zona genital. Me tocaba con el dedo y se quedaba marcado de blanco en la piel.
— Si, está muy inflamado, —dijo al fin. Me ayudo a levantarme y me llevo al baño para que orinara. Limpiarme con el papel fue una dolorosa experiencia. Después bajamos a la cocina, me senté cómo pude en la silla y me dio un par comprimidos y un vaso de agua.
—Tomate esto que te hará bien. Ya es muy tarde para desayunar, esperamos un poco y
comemos. ¿Vale? —afirmé con la cabeza—. ¿quieres un café u otra cosa?
—un poco de vino, —dije después de dudar un poco. Papá me miró con cara de desaprobación, pero finalmente me sirvió una copa.
—No me parece bien que bebas vino en ayunas: eso no lo hago ni yo. Pero bueno, lo tomaré cómo una excepción.
—Nunca tomo alcohol en ayunas papá, lo sabes muy bien, pero… no sé, me apetece.
—Vale, no te preocupes, no pasa nada, — y se sentó a mi lado con otra copa de vino.
Estuvimos charlando de cosas intrascendentes, y me fui animando al tiempo de las molestias remitían un poco, por la acción del vino y de los comprimidos. Al cabo del rato, se puso a hacer la comida: unas rodajas de salmón que sacó de la nevera.


—¿Vamos a bajar al sótano? —pregunté y afirmó con la cabeza. Extrañamente, a pesar de los dolores y de las marcas que habían quedado sobre mi cuerpo después de la intensa sesión de ayer, quería bajar otra vez, deseaba con todas mis fuerzas bajar y que me hiciera lo que quisiera. Pero además quería que él me lo ordenara, que me mandara, que me hiciera sufrir, que me utilizara para su placer: que me usara.
—Y tu ¿Quieres bajar? —afirmé también con la cabeza.
—Quiero hacer todo lo que tu quieras que haga.
—Buena chica, —dijo papá acariciándome la mejilla, y levantándose, añadió—: arrodíllate.
Hacerlo me costó un triunfo, pero cuándo lo conseguí, cómo recompensa, me encontré con la polla de papá en la cara. Empezó a restregarla, a amagar con que me la metía en la boca, pero no me dejaba. Intenté cogerla con la mano, pero no me dejó.
—Las manos a la espalda, —rápidamente le obedecí y siguió restregándome la polla por la cara. Después, empezó a darme golpes con ella. Me agarro por el pelo, me inclino hacia delante hasta que mi cara tocó el suelo al tiempo que él se arrodillaba, y
sin miramientos metió un dedo en mi ano. Empezó a follármelo con el dedo y luego dos. En ese movimiento con los otros dedos me rozaba la vagina produciéndome mucho dolor, pero el placer se fue abriendo paso hasta que termine jadeando y gimiendo. Siguió hasta que notó que estaba al borde del orgasmo y entonces paró dándome una docena de azotes en las nalgas con la mano.
Se levantó y tirándome del pelo me hizo levantar a mí también.
—Vamos para abajo, —dijo dándome un fuerte azote en el trasero. Le seguí y comprobé que me podía mover mejor: seguramente por los comprimidos y la excitación. Bajar las escaleras, sí me costó mucho trabajo. Papá no me metió prisa, y estuvo pendiente por si me caía. Cuándo llegué abajo iba sudando por el esfuerzo. Volvió a cogerme del pelo y me llevó hasta el potro, poniéndome delante. Me separó las piernas hasta que los tobillos coincidieron con las patas y los sujeto con tobilleras. Después, me inclinó hacia delante y me sujeto con muñequeras las manos por el otro lado. De un cajón sacó una mordaza con un aro muy grande y me lo puso en la boca. Me mantenía las mandíbulas muy abiertas y me molestaba mucho. Por debajo del potro, vi cómo papá colocaba una banqueta justo detrás de mi y se sentaba con el mueble a mano. Cerré los ojos y me preparé porque comprendí que iba a empezar a manipularme los genitales.
Me estuvo lubricando y me separó los labios vaginales. Noté cómo me introducía algo en el interior: grande, posiblemente redondo y tuvo que apretar para que entrara. Me dolió al hacerlo, pero casi no me quejé. Por debajo, entre las piernas vi cómo colgaba un trozo de cable. Entonces, si previo aviso, recibí un golpe a la altura de los riñones con el látigo de colas. Intenté levantar la espalda, pero las ataduras de las muñecas me lo impedían. No fue uno aislado, los latigazos fueron cayendo rítmicamente y aunque al principio no grité mucho, cuándo llevaba un rato recibiendo unos golpes que me quemaban la piel, chillaba a pleno pulmón a través del aro que me mantenía abierta la mandíbula. Sin dejar de darme golpes, papá se situó junto a mi cabeza y sujetándola por el pelo me metió la polla en la boca de dónde salían interminables hilos de babas. Entonces entendí por qué es tan grande el aro: está a la medida de papá.
Me folló la boca mientras seguía azotándome la espalda y ahora ya no podía gritar: su
polla me lo impedía. Solo se oía el sonido cadencioso de los golpes de látigo y mis gruñidos. Noté el sabor de su semen, pero con la boca tan abierta fue imposible que me lo tragara, y cuándo se retiró, babas, semen, junto a mis lágrimas llegaron al suelo.
Dejó de golpearme, y después de rebuscar en el mueble, se metió debajo de mi y vi, y sentí, cómo me ponía unas bolas de plomo sujetas a una pinzas metálicas dentadas en los doloridos pezones. El peso tiraba terriblemente de ellos hacia debajo. No se que me dolía más, si los dientes de las pinzas o el peso de los plomos. Después, vi cómo cogía una fusta, se situaba detrás, e intenté prepararme para el golpe que sin lugar a dudas iba a recibir. Me afectó a las dos nalgas a la vez y el dolor fue tremendo, pero distinto a que me causaba el látigo de colas. Siguió golpeándome mientras lloraba, chillaba, e intentaba incorporarme, algo que era imposible. Ese forcejeo, hacía que las bolas de plomo de los pezones se bambolearan con violencia de un lado a otro. Entonces, mientras seguía recibiendo fustazos, sentí algo en el interior de la vagina. Una vibración que fue aumentando lentamente, hasta llevarme inexorablemente, a un orgasmo. Papá no paró. Indiferente a mis gemidos y chillidos, siguió con la fusta y con la vibración, pero empezó a golpear más abajo, casi donde se unen a la parte alta del muslo. Los golpes abarcaban las dos nalgas y la vagina, y el dolor era tremendo. Aun así, llegue a otro orgasmo, momento que aprovecho papá para cogerme con los dedos el clítoris y empezar a retorcerlo, mientras mis jugos le mojaban la mano.
Quedé casi inerte sobre el potro, y papá desconectó lo que tuviera metido en la vagina y me dejó descansar un poco. Mi respiración se fue tranquilizando, pero estaba empapada de sudor y me causaba escozor en las marcas de los fustazos.
Cuándo descansé unos minutos, metió la polla a través del aro y me echó otra vez alcohol en la espalda. ¡Joder! Cómo rabié mientras notaba cómo la polla llegaba al fondo de la garganta empujándome la campanilla y provocándome arcadas y asfixia, y los pezones volvían a dolerme por el peso de los balanceantes bolas de plomo.
No se corrió y cuándo se cansó, soltó mis muñecas y me incorporó. Al hacerlo, el dolor de las marcas de los fustazos aumentó y el de los pezones ni os cuento.
Soltó las tobilleras y me llevó a la cruz de San Andrés con las pesas colgando de los pezones. Me sujetó manos y tobillos a los brazos de la cruz y procedió a quitarme en aro de la boca.
—Gracias papá, gracias, —articulé con dificultad por el dolor de la mandíbula. Me acarició la mejilla con la mano mientras yo totalmente entregada intentaba besársela. Puso la mano en mi vagina y solté un gemido de dolor al tiempo que juntaba sus labios y los míos y su lengua penetraba en mí. Al rato, se separó, cogió un cinturón de cuero y me lo paso por la cintura y la parte estrecha de la cruz, inmovilizándole el tronco.
Con terror vi cómo de uno de los cajones sacaba una bolsa de terciopelo y de su interior extraía un látigo largo de cuero negro. Hizo restallar varias veces el látigo, que hizo un chasquido fuerte, potente y aterrador. Empecé a llorar, pero en ningún momento pensé en decirle que no lo hiciera.
Siguió restallando el látigo y a cada chasquido me aterrorizaba más. Cuándo vi que se ponía a algo más de dos metros delante, y tuve la certeza de que me iba a azotar con él, aparté la vista y contraje el cuerpo para recibir el golpe. Oí zumbar el látigo varias veces cerca de mi mientras papá ajustaba la distancia y finalmente sentí un golpe que me quemaba la piel y me produjo un dolor insoportable. Grité, y mientras lo hacia, seguí recibiendo impactos. Me mire la tripa pensando que vería chorrear la sangre pero no había ni una gota: solo el nítido verdugón del impacto. Aunque no podía mover la cintura, si tenía los hombros más libres, pero al hacerlo, los pesos de los pezones se balanceaban descontrolados. Termine mirando a papá y mientras recibía el castigo admiré la maestría que demostraba. Gritaba, chillaba, lloraba, y berreaba mientras papá seguía impasible, pero en ningún momento le pedí que parara. Grité tanto que terminé un poco ronca durante varios días.
Y entonces, otra vez empecé a sentir cómo la vibración aumentaba en el interior de mi vagina y reparé que papá tenía el mando en la mano izquierda. Otra vez sentí cómo me encaminaba irremediablemente al orgasmo. Mientras me corría, dejó de azotarme y se acercó pasándome la mano por mis abdominales. Entonces me percate de que los tenía tan encogidos que los tenía perfectamente definidos, y a papá le gustaba. Cuándo me fui tranquilizando, se retiró de nuevo y comenzó con el látigo y el mando iniciando de nuevo el proceso. Y así, tres veces más. Cuándo consideró que era suficiente, de acercó otra vez y me morreo con mucha pasión. Sentir su boca en la mía con esa pasión casi hace que me corra otra vez. Estaba agotada. La piel del torso me solía cómo nunca pensé que pudiera dolerme. La verdad es que del torso y de la espalda y del trasero: de todas partes.
Cuándo creía que todo había pasado, todavía quedaba el final. Me quitó una pinza del pezón y cuándo la sangre empezó a fluir, sentí un dolor localizado tremendo. Mientras papá lo apretaba con los dedos, volvió a pasarme la mano por el chocho, y sin dejar de sobarlo, pasó al otro pezón con el mismo doloroso resultado, y a los pocos segundos pasó lo inevitable: me corrí en la mano de papá mientras su boca pasaba a la mía para aprovechar mis gemidos.


Primero me soltó los pies, pero me dejó las tobilleras de cuero. Paso un brazo por mi cintura para sujetarme y me soltó las manos dejándome las muñequeras. Me ayudó a andar y me llevó a la cama que había en el lateral. Reparé que todavía tenía la bola con la antena en el interior de mi vagina, y pensé que se le había olvidado a papá, pero lo deseché rápidamente cuándo vi que llevaba el mando en la mano. Entonces comprendí que no habíamos terminado.
Me puso de rodillas sobre la cama con las piernas bien separadas y los tobillos juntos uniendo las tobilleras con un mosquetón. Me inclinó hacia delante y me pasó las manos por entre las piernas. Quedé con los hombros y la cara sobre la cama mientras unía las muñequeras a las tobilleras. Sentí nítidamente cómo me echaba algo viscoso en el ano y comprendí que me estaba lubricando. Introdujo un par de dedos y estuvo un ratito metiéndolos y sacándolos mientras veía cómo se echaba un buen chorro en la polla que estaba tremendamente erecta con las venas a punto de reventar. Daba miedo, si no fuera porque la conocía perfectamente. Entonces noté cómo la bola de mi vagina se activaba otra vez, pero en esta ocasión no fue gradual, directamente empezó al máximo, y eso me obligo a chillar. Fue cómo un trallazo al principio doloroso y luego fantástico. Se colocó detrás, flexionó las piernas para poner mi ano a tiro, y sin más me embistió metiéndola toda de golpe. No sé si chillé, grité o gruñí, pero lo que si es seguro es que a los pocos segundos me había corrido. Papá me sujetaba firme por las caderas y siguió imperturbable metiéndola hasta el fondo mientras seguía gozando enloquecida. Entonces empezó a azotarme fuerte las nalgas con ambas manos hasta que se corrió. Yo no había llegado al segundo, pero me faltaba poco. Metió la mano entre mis piernas y alcanzó mi clítoris agitándolo vigorosamente hasta que llegué nuevamente al orgasmo.


Papá siguió un rato con la polla en mi interior, mientras me acariciaba la espalda. Sus manos se deslizaban sin dificultad por el sudor que me cubría. Salio de mí y me empujó con suavidad hacia un lado tumbándome. Me soltó las manos y los tobillos, pero continué en esa posición exhausta. No quería moverme, quería seguir así cómo estaba y dormir. Tiró de la antena de la bola y no sin dificultad lo extrajo. Se sentó a mi lado y siguió pasando su mano por mi cuerpo. Me dolía, me escocia por el sudor, pero era tan feliz que incluso tenía ganas de llorar.
Me ayudo a levantarme, pero casi no podía andar: sentía que las piernas no me sujetaban. Paso un brazo por detrás y sujetándome por los codos me subió casi en volandas por la escalera mientras sentía cómo su semen salía de mi ano tremendamente dilatado. Llegamos primero a la cocina y de ahí al dormitorio. Me sentó en el sillón y mientras se llenaba la bañera, papá bajó a la cocina y regresó con un par de botellas isotónicas. Me dio una y no me la bebí de golpe porque no me dejó. Cuándo la acabé, me llevó a la bañera, nos metimos dentro con la espalda contra su pecho, y mientras me pasaba la esponja seguí bebiendo de la otra botella.
Estuvimos mucho tiempo en ese espacio perfecto, hasta que el agua se fue enfriando y empezó a no serlo. Entonces, me ayudo a salir y me seco el cuerpo con una toalla. Me senté otra vez en el sillón y papá bajo a la cocina a por la cena. Regresó con fruta y dos copas de vino. Me comí un par de plátanos y algo más que no recuerdo, y un par de comprimidos que me dio. No me terminé el vino: me quedé dormida en el sillón. No me enteré de cómo papá me cogió en brazos y me depositó suavemente sobre la cama, solo sé que cuándo me desperté al día siguiente, estaba sola.







domingo, 28 de agosto de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 13)



 Me desperté a eso de las nueve y papá nuevamente no estaba en la cama. Me levante, fui al baño, me mire en el espejo y vi que la inflamación de los correazos había remitido aunque se veían todavía las marcas rojas. No sé cómo explicarlo, y posiblemente alguien pensara que estoy loca, pero lo cierto es que me sentía orgullosa de esas marcas. Pasé la yema de los dedos sobre ellas y noté el ligero abultamiento que presentaban, y me excité levemente.
Bajé a la planta inferior y oí a papá que trajinaba en el sótano.
—Buenos días papá. ¿Quieres que prepare el desayuno? —pregunté desde la cocina en lo alto de la escalera. Lo hice un poco temerosa porque todavía no sabía a que atenerme y si dirigirme así a papá era lo correcto.
—Sí, prepara algo, —contestó desde el sótano con naturalidad—. Prepara también algo de pasta para comer a medio día.
Me puse rápidamente a preparar las cosas, y mientras lo hacia, oía a papá trabajar en el sótano. Lo que más me llamaba la atención es que oía la taladradora y estaba muy intrigada por saber que estaba preparando. Intrigada y excitada, y mientras preparaba las cosas no podía evitar que de vez en cuando me tocara el chocho con la mano.
Casi estaba preparado cuándo papá subió. En ese momento estaba en el fregadero lavando unos vasos, se acercó por detrás y sin decir nada me agarró por las caderas y me la metió hasta el fondo con fuerza. Fue tal la oleada de placer que sentí al notar su polla presionar en fondo de mi vagina, que se me aflojaron las piernas y grité cómo preámbulo de un montón de gemidos. Me folló con saña, me tiró del pelo hacia atrás y me daba azotes en las nalgas. Y todo frente a la ventana, aunque desgraciadamente no se veía mucho desde la calle. Me corrí un par de veces antes de que papá se corriera. Cuándo lo hizo, me soltó el pelo y cogiéndome de la caderas apretó fuerte varias veces mientras eyaculaba.
Salio de mí, y me dejó apoyada en el fregadero mientras me recuperaba y su abundante semen se escapaba de mi vagina. Se sentó a la mesa y esperó a que terminara de limpiarme con papel de cocina. Después, le serví café y me senté a la mesa. No desayune mucho: café y alguna galleta. La noche anterior no cene, pero no tenía hambre.  Los nervios y la incertidumbre sobre lo que papá había estado preparando en el sótano me atenazaban el estómago. Sé que se dio cuenta, pero no dijo nada. La verdad es que no dijo nada de nada: permaneció en silencio mientras desayunaba.
—Si ya has terminado vamos a bajar, —dijo cuándo termino su café.
—¿Quieres que me duche antes? —pregunté levantándome.
—No, no es necesario. Vamos, —y se dirigió a la escalera. Le seguí, y cuándo llegué abajo pude comprobar que los aparatos de musculación, la cinta de correr y la bici de spinning ya no estaban en el centro cómo antes. Ahora estaban bien colocadas en un lateral, dejando libre más de la mitad del sótano. Dónde estaban antes, ahora había, en un lateral, una gran mesa de madera maciza con grilletes de cuero y cadenas en las esquinas, una cama que era un somier con patas y un colchón, ocupaba otro lateral. Dos maderos cruzado en forma de aspa, formando la cruz de san Andrés, estaban en la otra pared libre. Un sillón de los que usan los ginecólogos ocupaba un rincón, y en el otro, un potro parecido a los que se usan en gimnasia. De una de las vigas del techo, colgaba una polea doble por dónde serpenteaba un cable que terminaba en un gran mosquetón y empezaba en un cabestrante con manivela que había en la pared, en un rincón. Por último, reparé en un mueble auxiliar con ruedas y con cajones de cuyos laterales, en unos colgaban varios tipos de látigos y del otro, varias madejas de cuerda.
Estaba estupefacta. ¿de dónde había salido todo esto? Si de algo estaba segura es que en casa no estaba. Papá lo debió adivinar.
—Todo esto lo tenía en un trastero de alquiler. Lo llevé allí después de la muerte de tu madre, y ayer por la mañana lo he traído.
—¿Mama usaba todo esto?
—No. Yo usaba todo esto con tu madre, —respondió muy serio.
Instantáneamente me llevé la mano al chocho y noté cómo la excitación aumentaba en mí. Papá también lo vio, pero no dijo nada. Abrió uno de los cajones del mueble y sacó unas muñequeras. No eran cómo las otras: estás tenían unas piezas de cuero a los lados rematados por unas argollas. Me las puso ajustando bien las correas y después cogió una barra de hierro rematada en los extremos por mosquetones y la sujetó a las muñequeras. Sujetó la barra al mosquetón de la polea y empezó a dar vueltas a la manivela. La barra fue subiendo hasta que llegó al tope. Mis pies se fueron despegando del suelo hasta que quedaron a medio metro. Notaba la presión de las muñecas, pero no me dolía. Papá se aproximó empujando el mueble y se situó frente a mi. Empezó a pasar las manos por mis costillas, nítidamente marcadas. Estaba muy asustada, pero al mismo tiempo estaba muy excitada. Sus manos recorrieron todo mi cuerpo, hasta que abriendo otro cajón sacó una tobilleras. Me las puso y atando cuerdas a sus argollas me separo las piernas atándolas a unos enganches que estaban taladrados al suelo. Mi cuerpo se convirtió en un aspa totalmente accesible a papá.
Siguió tocándome, hasta que finalmente su mano se alojó en mi vagina. Empecé a gemir y mientras me estimulaba con una mano con la otra empezó a darme azotes en el trasero. Llegué al orgasmo y mientras me corría, papá cogió un látigo con muchas puntas, un látigo de colas, y empezó a azotarme la espalda. Chillé, pero el orgasmo continuó en una mezcla de dolor intenso y placer. Se separó para poder golpear mejor y siguió azotándome con el látigo con un ritmo cadencioso. La espalda, los riñones, el trasero, los muslos: todo recibieron los impactos del látigo. Me retorcía colgada de la manos, pero al tener los pies también sujetos lo conseguía poco. Chillé con todas mis fuerzas y empezó a dolerme la garganta, pero papá siguió imperturbable. De repente, desde atrás recibí un impacto en el chocho, y luego otro, y otro. Chillaba aun más si eso fuera posible, lloraba, suplicaba, sudaba cómo yo creo que nunca he sudado, intentaba infructuosamente resistirme, y entonces, dejó de azotarme y puso su mano en mi vagina estimulándome vigorosamente. Fue casi instantáneo: empecé a gemir y a los pocos segundos me corrí llenándole la mano con mis fluidos. Siguió sobándome el chocho para alargar mi placer hasta que se separó, se puso delante de mi y empezó otra vez a azotarme, esta vez por delante. A pesar de tener mi movilidad muy reducida, intentaba esquivar un poco los golpes y creo que eso desagradó a papá. Me dio un último golpe muy fuerte en el abdomen, y se acercó al mueble. Buscó en los cajones y saco una mordaza de bola y una mascara. Me puso la mordaza, que era mucho más grande que las que había usado antes y además tenía agujeros, y a continuación me hizo una coleta antes de ponerme la mascara. Era cómo un casquete que me cubría toda la parte superior de la cabeza, los ojos incluidos, y se ajustaba con una correa por debajo de la barbilla. La luz desapareció para mi y ahora recibía los golpes de papá sin intentar evitarlos. Después de un rato largo de golpes, se centró otra vez en mi vagina. Me dolía una barbaridad pero la posibilidad de que volviera a estimulármela con la mano me hacia gozar con cada golpe. Insistió cómo si esperara algo: ¿seria capaz de correrme solo con los golpes? Ya lo creo: lo hice. Noté cómo el placer aumentaba con cada golpe y cuándo llegué al orgasmo y mis abdominales se contraían, dejó de golpear y me agarró el clítoris con los dedos. Empezó a retorcerlo y me creí morir. Berreé, chillé y me meé. Un mar de babas salía por los agujeros de la mordaza. Entonce las fuerzas me abandonaron y me quedé inerte, aunque no podía evitar el ligero temblor que se adueñó de mí. Mientras seguía acariciándome el chocho, con la otra mano recorría todo mi cuerpo sudoroso. Su mano se deslizaba por el cómo por una pista de patinaje. Creo que se quitó la camiseta y con ella me secó el sudor. Cuándo terminó, empecé a notar nuevamente el dolor de las muñecas mientras oía cómo rebuscaba algo en los cajones. Le noté a mi lado y me llegó un inconfundible olor a alcohol. Volvió a pasar sus manos por mi cuerpo y sentí el tremendo escozor del líquido sobre las erosiones de los latigazos. Me quejé mucho, pero mucho más cuándo pasó su mano mojada por mi chocho. Entonces me retorcí, o al menos lo intenté. Lloraba a lágrima viva bajo la mascara pero papá no se enterneció y continuo mojándome con el alcohol. Sin esperarlo, sentí que algo me presionaba el ano y se abría paso por él. De lo que estaba segura es de que no era lo polla de papá: era algo mucho más fino, y además vibraba. No opuse resistencia: no podía. Empezó a follarme el culo con el vibrador al tiempo que con la otra mano me daba golpes en el chocho. ¡Dios! Me dolía. Me gustaba. Notaba cómo el deseo se volvía a adueñar de mí sin poder evitarlo, pero esta vez tardé mucho más en correrme. Cuándo lo hice, siguió un rato más acariciándome, hasta que finalmente, me sacó en vibrador del culo y me dio un fuerte azote con la mano en la nalga.


No sé cuánto tiempo estuve colgada en total pero fue mucho. Las muñecas y los
hombros me dolían terriblemente. Noté cómo papá me abrazaba y sujetaba un poco el peso de mi cuerpo. Sentí sus besos en mis tetas y cómo me olía. En ese momento era tremendamente feliz.
Cuándo se cansó, noté que me soltaba los pies que quedaron inertes sin tocar el suelo. Oí cómo accionaba la manivela y empezaba a descender hasta que mis pies tocaron el suelo y mis piernas se flexionaban sin resistencia. El descenso paró y papá me rodeó con un brazo mientras con la otra mano soltaba los mosquetones de la barra. Cuándo quedé libre, me cogió en brazos y me depositó suavemente en el suelo. Me quitó la mordaza y sentí placer al poder mover la mandíbula. Era una sensación extraña. Por un lado estaba agradecida porque me quitara la bola, pero por otro lado ni me planteaba que había sido él quien me la había puesto. Era todo muy confuso para mi mente. A pesar del terrible castigo, sentía una devoción sin limites hacia él y solo deseaba que siguiera.
A continuación me quitó las muñequeras y las tobilleras, y por último la careta. La luz me deslumbró un poco. Con los ojos entreabiertos vi que papá estaba de rodillas a mi lado mientras yo permanecía encogida de lado en el suelo. Me arrastré hacia el acercando mi cara a su bragueta y con la mano le saqué la polla y la introduje en mi boca. Me dejó chupar y su polla fue creciendo en el interior de mi boca mientras me acariciaba el pelo. Estuve un buen rato hasta que finalmente se corrió.

 
Me ayudó a levantarme y a subir las escaleras. Estaba muy dolorida y cuándo me senté en la silla casi no podía apoyar el culo: sin lugar a dudas, era la zona que más latigazos había recibido junto con la genital.
Papá me dio una bebida isotónica y se puso a preparar la comida. Cuándo tuve el plato delante empecé a picotearlo con desgana. No me quitaba ojo.
—Anoche no cenaste. Esta mañana has mordisqueado una galleta, y ahora picoteas la pasta, —mientras lo decía, se levantó, sacó una botella de vino blanco de la nevera y me sirvió un vaso—. Quiero que te comas todo lo que hay en ese plato. A duras penas termine y mientras apuraba mi vaso de vino papá recogió la cocina.
Fuimos al salón, se preparó una ginebra y se sentó en el sofá. Me tumbe a su lado con la cabeza sobre sus piernas. No sé cuánto tiempo estuvimos así porque me quedé dormida mientras papá me acariciaba el pelo.


Me desperté porque papá me daba unos golpecitos en el trasero.
—Vamos a continuar, —dijo, y me sorprendió la rapidez con la que me levanté. Podía imaginarme todo tipo de torturas terribles, pero parecía que estaba deseando que me las aplicara.
Bajamos al sótano y me situé en el centro: no sabía que debía hacer. Me agarró por el brazo y me aproximo al sillón de ginecólogo. Con cinta de embalar me sujetó los brazos a la espalda con los antebrazos paralelos. Me sentó en el sillón y coloqué los pies en los soportes. Me pasó cuerdas por las axilas y me sujeto fuerte a los enganches que había debajo. En esa posición no podía mover la parte superior del tronco lo más mínimo y mis tetas se disparaban hacia delante quedando totalmente expuestas. A pesar de la incomodidad de la postura estaba extrañamente tranquila: consideraba lógico el sufrimiento que papá me iba a proporcionar. Lo que si estaba es excitada: los preparativos me tenían en ese estado.
Con más cuerdas, me sujeto los muslos, por las ingles, a los soportes para las piernas, e hizo lo mismo a la altura de las rodillas y en los tobillos. Intenté moverme, pero no pude.
Papá acercó el mueble, abrió un cajón grande que había abajo del todo y empezó a sacar cables. Mi respiración se empezó a agitar y preferí no mirar girando la cabeza hacia el otro lado. Puso una mano sobre el vientre y me acaricio para tranquilizarme. Le miré agradecida y me recompensó con una leve sonrisa mientras bajaba la mano hasta mi vagina, que seguía dolorida e inflamada por los latigazos de la mañana. Papá la agarró con fuerza y me produjo una sensación de dolor y placer que me dejó sin respiración, fue cómo si el dolor se convirtiera en placer, en un placer intenso que casi me dejó sin respiración. Después, subió la mano hasta que empezó a masajearme una teta para terminar pellizcándome un pezón hasta que se puso duro. Entonces vi cómo lo cogía con unas pequeñas pinzas metálicas dentadas que estaban al final de uno de los cables. Me dolió, pero me gustó. Hizo lo mismo con el otro pezón una vez que también lo endureció.
En la casa interna de los muslos pegó cuatro parches, y otros cuatro en la parte inferior de mi vientre, justo sobre mi inexistente monte de Venus. Mi respiración volvía a estar agitada con tantos preparativos y papá me tranquilizo otra vez acariciándome la vagina, esta vez con suavidad. Después, sacó de otro cajón una mordaza, que era un aro ensartado por un dildo para el interior de la boca y un antifaz para los ojos y entonces deje de ver y todo fueron sensaciones. Notaba cómo el dildo casi llegaba al fondo de la garganta, pero no hasta el punto de provocarme una arcada. Noté que papá se sentaba entre mis piernas y oí cómo se activaba un vibrador. Noté algún tipo de líquido viscoso en mi clítoris y cómo el vibrador empezaba a estimularlo. Notaba cómo el placer y el deseo aumentaba paulatinamente, pero cuándo estaba a punto de romper el orgasmo, paró y me dejó relajarme un poco. A los pocos segundos volvió a empezar y a repetir la misma operación. A la tercera, si me dejó llegar y entonces noté cómo se activaban los parches con tal potencia que crisparon mi cuerpo mientras me corría inmersa en un mar de dolor y placer. No desactivó los parches y siguió con la estimulación del clítoris hasta que llegué a otro, y luego a otro. Gritaba, pero el sonido se quedaba amortiguado por la mordaza. Dejó de estimularme el clítoris y siguió con los parches. Seguía sintiendo placer a pesar del dolor. No cómo con la estimulación del clítoris, pero sentía mucho placer. Para que llegara a un nuevo orgasmo, papá esporádicamente me ayudaba dándome unos toques con la mano en la vagina. Tarde mucho, pero al final lo conseguí y me corrí. Sentí cómo los parches perdían potencia y mi cuerpo se relajó. Notaba cómo sudaba a mares, cómo las babas salían de mi boca mojándome la barbilla y chorreando por el cuello, y respiraba con cierta dificultas por la nariz. Se dio cuenta y me quito el dildo dejando el aro que mantenía mi boca abierta. Con el aporte de tal cantidad de aire casi me corro otra vez.
Me dejó descansar un rato mientras me quitaba los parches, pero me dejó las pinzas de los pezones, y sin previo aviso noté cómo se activaban y la corriente pasaba por ellos produciéndome un dolor indescriptible. Incluso llegué a pensar que iban a explotar. Estuvo un rato largo, o al menos me lo pareció. Chillé a pleno pulmón. Después, bajo la intensidad de golpe y me masajeó las tetas. Al rato, empezó otra vez: el mismo tiempo, el mismo dolor y los mismos gritos. Un nuevo descanso y vuelta a empezar, pero esta vez empezó a estimularme el clítoris otra vez con el vibrador. Aunque tarde, tuve un orgasmo tan tremendo que cuándo papá apagó el aparato tenía espasmos por el cuerpo y perdí un poco la consciencia. Cómo en sueños, noté cómo me quitaba las pinzas y cómo me masajeaba: primero los pezones y luego el resto de las tetas. Con cuidado me quitó lo que quedaba de la mordaza y posó suavemente la mano en mi vagina. Tenía la vagina extremadamente sensible y el clítoris tan abultado que pensé que iba a salir disparado. Me pasaba la palma de la mano y me cría morir: el roce con el clítoris era devastador. El dolor era tremendo y el placer brutal, y sobre todo, cómo ya he explicado en otra ocasión, la inmovilidad, la incapacidad absoluta a resistirte a algo que es inexorable.
Me corrí otra vez y no seria capaz de decir cuantas veces lo hice esa tarde. Papá no parecía dispuesto a terminar ya, todavía no me había follado, y por supuesto yo no me iba a oponer a nada: si algo estaba claro es que soy suya, mi vida es suya, soy de su propiedad conscientemente, y eso me hace muy feliz.
Pues no me folló. Estuvo un ratito soltando mis piernas al tiempo que me acariciaba. Permanecí con los ojos cerrados mientras lo hacia. Después soltó las ataduras que sujetaban los brazos al sillón, e incorporándome, cortó con una navaja la cinta adhesiva.  Me recostó otra vez sobre el sillón y estuvo masajeándome los hombros, y sobre todo los brazos para reactivar la circulación. Abrí los ojos y le estuve mirando cómo hipnotizada mientras lo hacia. El me miraba y me sonreía.
—¿Estás bien? —preguntó y afirmé con la cabeza—. Quería hacer algo más esta tarde, pero lo vamos a dejar para mañana. Además, ya es tarde y estás muy cansada, ¿verdad? —volví a afirmar con la cabeza—. Muy bien: buena china.
Me ayudo a levantarme, pero cuándo me puse de pie las piernas no me aguantaron: al cansancio había que unir la inmovilidad de toda la tarde. Papá no me dejó caer y rápidamente le levantó en brazos y subió las escaleras: sabía perfectamente que estaba fuerte pero no imagine que tanto. Llegamos a la cocina y siguió al salón y subió de tirón a la planta de arriba.
Me deposito suavemente sobre la cama y ahora le miraba cómo si también fuera Superman. Se inclinó sobre mi y me besó en los labios.
—Tengo mucha sed papá, —dije cuándo se separó.
Rápidamente bajó a la cocina y al momento estaba a mi lado de nuevo. Se sentó en la cama con la espalda apoyada en el cabecero y me atrajo hacia el abrazándome. Me estuvo dando agua en pequeños sorbos hasta que termine la botellita. Después me dejó sobre la cama y se fue al baño. Oí cómo empezaba a llenar la bañera mientras yo permanecía con los ojos cerrados. Tenía unas ganas enormes de dormir.
No le oí regresar, pero noté que me levantaba en brazos y me llevaba al baño. Se metió en la bañera, y conmigo en brazos se sentó no sin cierta dificultad. Sentí escozor en los verdugones de los latigazos por la acción del agua caliente. Me estuvo enjabonando con suavidad, tanto que casi me acariciaba más que frotaba. En ocasiones me quejaba cómo cuándo pasaba la esponja por mi maltrecha vagina. Estuvimos tanto tiempo en el agua que cuándo me sacó tenía la piel un poco encallada. Me sentía muy recuperada: el baño y el descanso me habían venido muy bien. Salí del baño por mi propio pie y papá me entregó una bebida isotónica para que siguiera hidratándome.


Me ayudo a bajar a la planta de abajo y cenamos algo muy ligero: una ensalada y fruta, acompañado por una copa de vino.
Después subimos al dormitorio y papá se sitúo sobre mí. Me besó centímetro a centímetro todo el cuerpo y cuándo terminó por delante, me dio la vuelta empezando por detrás. Empezó por los pies y fue subiendo poco a poco deteniéndose un rato largo en el ano. Para entonces ya estaba jadeante y anhelando una penetración. Siguió subiendo hasta que llegó a la nuca. Apartó el pelo y mientras me mordía, notaba su polla entre mis nalgas. Intentaba favorecer la penetración, pero papá no tenía intención de entrar por ahí. Entonces, me giró otra vez, me separo la piernas, vi cómo se aplicaba lubricante en la polla y me penetró por la vagina. Me folló muy lento, desesperantemente lento. Quería alargar la penetración lo máximo posible mientras me mantenía abrazada y con el rostro a escasos centímetros del mío no perdía detalle de mis reacciones. Me corrí una primera vez, pero siguió en su cadencioso movimiento. El roce de la pelvis sobre mi tumefacto clítoris me enloquecía de placer. Y así es cómo gemía: cómo una loca. Finalmente, papá se contuvo un poco hasta que me llego un nuevo orgasmo y se corrió junto a mí.
Se separó y salio de la cama. Durante un rato estuvo mirándome, despatarrada y follada sobre la cama, con su abundante semen saliendo de mi chocho. Le mire sumisa y entregada.
—Lávate, y luego duérmete y descansa, —me dijo con una sonrisa—. Mañana continuaremos.