Es difícil de explicar lo que significo para mí la llegada
de Blanquita. Por un lado tenía una amiga, que de ninguna manera dañaba la
relación que tenía con papá, y por otro lado tenía a alguien sobre la que tenía
cierto control, sin olvidar, que el control total, absoluto y sin discusión lo
tenía papá.
Entró rápidamente en el rol de sumisión frente a papá, un
hombre que exige control absoluto, y aceptaba de buen grado mi control, si se
puede llamar así.
Lo que más me sorprendió de ella fue que no se sorprendió,
valga la redundancia, cuándo se enteró de que éramos padre e hija: lo aceptó
cómo si fuera lo más normal del mundo.
Durante la semana, vivía en su casa, sola, ya que no tenía
familia en Madrid, pero los fines de semana se venía con nosotros, ya fuera a
nuestra casa o fuera de la capital: desde entonces siempre nos acompañaba en
nuestras salidas.
En casa siempre dormía con nosotros, por eso, papá cambió la
cama de metro y medio por una especial de dos metros: quería tenernos siempre a
mano. Los viernes llegaba con papá directamente del trabajo y lo hacia con muy
poca ropa, solo lo básico: sabía que, salvo excepciones, no le iba a hacer
falta.
Un día fuimos a su casa, un pequeño apartamento en la zona
de Pacifico, a inspeccionar su ropero: pocas veces me he reído tanto, incluso
papá lo hizo. Tiramos a la basura la mitad de lo que tenía y acto seguido nos
fuimos a la Gran Vía de compras. Hicimos varios viajes al coche para dejar
bolsas. Mientras íbamos de una tienda a otra, Blanquita y yo lo hacíamos
cogidas de la mano, y en ocasiones nos besábamos en los labios mientras nos
acariciábamos el trasero. Papá, un par de metros por detrás, nos miraba
complacido mientras nos grababa con la GoPro que llevaba sujeta al cinturón del
pantalón. Lo que nos pudimos reír cuándo regresamos a casa visionando la
grabación. Quedó patente que Blanquita también le iba lo de exhibicionismo.
La fue introduciendo en el mundo del sado poco a poco y lo
fue aceptando de buena gana. Primero con pequeñas ataduras, pero con el tiempo
con toda la parafernalia del sótano. Finalmente, recuerdo que era sábado,
después de comer, la hizo pasar por lo que yo llamo la “prueba de la mesa” y
que por lo menos, a mi, me entusiasma. Papá me dejó prepararla, y feliz cómo
una lombriz empecé atando los antebrazos por detrás de la espalda.
—¿Me va a hacer daño? —preguntó un poco asustada mientras la
ayudaba a tumbarse sobre la mesa.
—Hoy no, pero una vez que empiece no hay vuelta atrás.
Aunque supliques no parara
hasta la hora de cenar.
—Me estás dando miedo, —dijo forzando una sonrisa para
enmascarar los nervios.
—Te garantizo que jamás experimentaras algo como esto,
—respondí terminando de atar las piernas, bien abiertas y flexionadas hacia
arriba. Apreté las cuerdas, tal vez más de lo debido para impedir que pudiera
moverse lo más mínimo.
—Ya está papá, —dije mirándole. Estaba tecleando en el
ordenador portátil.
—Empieza tú que ahora estoy ocupado, pero solo lengua: ya
sabes cómo hacerlo.
Coloque la silla junto a la mesa, me senté y contemplé con
detenimiento la esplendida imagen de la zona genital de Blanquita, totalmente
expuesta y a mi disposición. Me incliné y besé sus labios vaginales. Los separé
con la lengua y recorrí su vagina en toda su longitud una y otra vez. Deguste
un sabor que ya conocía perfectamente. Después de mucho insistir se abrió la
caja de las maravillas y alcanzó el primer orgasmo. Insistí y al cabo de un
rato llegó el segundo y así, con una cadencia espaciada fueron llegando, aunque
ni mucho menos con la rapidez con que yo los alcanzo. Después me relevó papá y
la saboreo hasta que se cansó, momento en el que el vibrador comenzó a
actuar.
Cuándo papá ocupaba la silla, me metía bajo la mesa y le chupaba la polla hasta
que se corría. La cambio el plug anal que llevaba por uno mucho más grueso y
comprendí que esa noche Blanquita dejaría de ser virgen por el culo, y me sentí
feliz por ella.
Todo terminó casi cuatro horas después. La desaté las
piernas y con una toalla la estuve secando el sudor y a continuación la hidrate
con una bebida isotónica. Estaba tan agotada que cuándo se puso definitivamente
de pie, las fuerzas la abandonaron y las piernas no la sujetaron: no cayó al
suelo porque papá y yo lo impedimos.
Después de cenar, estuvimos un rato largo charlando mientras
tomábamos una copa. Las preparé yo, y antes de servirlas, papá tumbó a
Blanquita bocabajo sobre sus piernas y la extrajo el plug, después de estar un
rato metiendo y sacándolo. La puso al borde el infarto. Finalmente, lo
sustituyó por otro más grueso, tanto que solo se podía sentar de lado. La veía
feliz, consciente de lo que esa noche iba a ocurrir. Sabía que la iba a doler,
pero veía en su cara la determinación por ser usada por papá, algo que entendía
perfectamente porque yo sentía lo mismo.
Terminamos las copas después de muchas risas: papá cuándo se
lo propone es muy gracioso. Mientras lo hacíamos iba jugando con nosotras,
hasta que finalmente
subimos a la habitación. Blanquita lo hizo despatarrada
porque casi no podía andar por el calibre del plug. Me indicó que la
inmovilizara y lo hice atando sus brazos a la espalda. Nos tumbamos sobre la
cama y por indicación de papá comenzamos un sesenta y nueve apasionado: ¡cómo
me gusta su vagina! Aunque sé que las dos le pertenecemos, y en eso no hay duda
posible, tiendo a considerarla de mi propiedad. He desarrollado un cariño muy
especial hacia ella, y tengo la certeza, sé, que a ella le pasa lo mismo.
¿Puede ser amor? Creo que si, aunque por encima de ese sentimiento esta el amor
incondicional que profesa a mi padre.
Mientas nos chupábamos mutuamente los genitales, papá,
tumbado a nuestro lado, nos miraba complacido mientras se acariciaba la polla.
—Sepárala las piernas y átaselas, —ordenó papá y mientras lo
hacia la metió la polla en la boca mientras la decía—: la has chupado muchas
veces y sabes lo grande y gorda que es. Dentro de un momento la vas a tener
metida en el culo y por fin vas a ser consciente de todo el placer que eres
capaz de proporcionar a los que te quieren.
Blanquita no dijo nada, porque entre otras cosas seguía con
la polla de papá en la boca, pero noté que su cuerpo se estremecía de placer
ante esa perspectiva.
—Lubrícala el ano y estimúlala, pero que no se corra: ponla
a cien.
Mientras lo hacia, se lubricaba la polla con detenimiento.
Después, se tumbó sobre ella, la rodeo con los brazos y a unos centímetros de
su rostro, le coloque la polla en la entrada: papá no quería perderse nada de
las sensaciones que experimentaba Blanquita. Poco a poco fue presionando y su
lubricada polla entró sin dificultad deslizándose en su interior. Empezó a
bombear mientras Blanquita empezaba a gemir con más intensidad. Mucho antes de
que papá se corriera ya había llegado al orgasmo.
—Cabalgara la boca y que te coma el chocho, —ordenó papá y rápidamente
lo hice. Me sentí tremendamente feliz de que me dejara participar en la
utilización de mi segundo amor. Después de que las dos alcanzásemos varios
orgasmos más, papá se salió y vació su polla en la boca de Blanquita.
—¡Chúpala y límpiala bien! —ordenó taxativamente y ella
obedeció sin rechistar. Finalmente, la ayude en esa tarea.
Mientras la desataba, papá sirvió unas copas de vino y nos
relajamos mientras descansábamos para continuar un poco más tarde: fue un fin
de semana muy intenso.
EPILOGO
Nuestro maravilloso trío duró varios años, hasta que un
estúpido accidente de tráfico, causado por un gilipollas, me lo arrebató.
Entonces me di cuenta fehacientemente de lo mucho que estaba unida a él.
Después de los primeros días de estupor, en los que las dos no parábamos de
llorar, decidí afrontar la realidad de su ausencia y reconvertir nuestra
situación.
Llegó el primer fin de semana y bajé a Blanquita al sótano.
Ella ya había estado innumerables veces en él, pero nunca a solas conmigo:
siempre estuvimos supervisadas por papá. Lo hice después de ponerla un collar
de perro en el cuello y atarla las manos a la espalda. La conduje tirando de la
correa, y una vez abajo, la coloque sobre el potro bocabajo y con un látigo
suave estuve descargando mi frustración, y la de ella.
Somos pareja desde ese día. Blanquita dejó el banco después
de negociar una baja muy interesante. Se trasladó a vivir a mi casa y pusimos
en alquiler la suya. Vivimos de los que nos renta las casas de alquiler que
tenía papá y de lo que heredé a su muerte. Por cierto, que pleiteamos contra el
que la causo y conseguimos que fuera un par de años a la cárcel, después de un
largo y desesperante juicio.
He asumido el papel de dominante en nuestra relación. Una
situación totalmente asumida por Blanquita. Las dos somos extremadamente
felices, salvo en los momentos en los que recordamos con cariño y añoranza a mi
padre: pese a su ausencia, una presencia permanente en nuestras vidas.