lunes, 20 de junio de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 11)


 
Hacia frío, pero en el interior del maletero no lo notaba pese a estar desnuda. Llevaba las manos sujetas a la espalda con unas muñequeras de cuero, un collar en el cuello con una correa, y en los pies, papá me había puesto unos zapatos abiertos con un tacón casi imposible. Habíamos salido así de casa, pero papá antes de arrancar el coche, me arropó con una manta.
No sé cuánto estuve en el maletero mientras el coche circulaba, pero se me hizo muy largo: papá no me había dicho nada. Cómo antes de salir me limpio internamente cómo cuándo fuimos a casa de su amigo, supuse que íbamos al mismo sitio: me equivoqué. El vehículo paró y arrancó varias veces y supuse que habíamos salido de la carretera y estábamos en una zona urbana. Finalmente, paramos, oí el claxon dos veces seguidas y una puerta mecánica que se abría. La certeza de que lo que me fuera a ocurrir era inminente hizo que mi deseo se disparara.


Cuándo regresamos del camping del pirineo, lo hice con las pilas cargadas y adorando a papá mucho más que antes, si eso fuera posible. Incluso llegué a olvidar que una zorra asiática se la había chupado y que luego la había follado delante de mi cara. Lo que de alguna manera me reconfortaba, fue que su esperma me lo ofreció a mí.
De todo eso hacia ya tres meses, y en ese periodo noté cómo su grado de violencia había ido aumentando de una manera casi imperceptible pero constante.
Lo había ido aceptando sin ningún problema. De hecho, todo lo que provenía de papá lo aceptaba sin rechistar. Los azotes con la mano eran ya habituales, y los tirones del pelo y los pellizcos en los pezones también. Y me gustaba, me llevaba a otro tipo de placer que complementaba al sexual porque papá nunca los separaba: uno iba en función del otro, al menos, hasta ese momento.


El coche se detuvo definitivamente y papá se bajó mientras le oía hablar amigablemente con otras personas. Finalmente, se abrió el maletero y papá, después de coger la correa me ayudo a bajar. Había cinco desconocidos que, mientras permanecía de pie, me miraron detenidamente de arriba abajo mientras los pezones se ponían duros cómo piedra por el frío. Sin duda tenía que darles placer y disfrutar yo también, porque así me lo había dicho papá antes de salir de casa: quería que me corriese con normalidad.
—¡Joder tío! Menudo pibón, —dijo uno de ellos.
—Ya te digo, —añadió otro.
—Así, sin probarla, te la compro, —dijo otro más riendo con acento extranjero.
—No seas animal: cómo te va a vender a su hija.
—¡Coño! Pues yo he visto cosas más raras, —insistió el extranjero.
—Pues eso no lo vas a ver Emil, —afirmó papá riendo.
—Pues alquílamela tío, —dijo Emil pasándome un dedo por la vagina. Después se metió el dedo en la boca saboreándolo—. ¡Joder! Si sabe hasta bien.
Todos soltaron una sonora carcajada, mientras yo empezaba a tiritar por el frío de la calle. Aun así, empezaba a sentir cierta excitación con la situación. Desnuda en la calle y rodeada de desconocidos.
—¡Joder tío, eres la hostia! —dijo otro sin dejar de reír.
—Vamos para dentro a ver si la chica se va a resfriar, —dijo otro cogiendo la correa de manos de mi padre. Tirando de ella, me condujo al interior de la puerta mientras Emil me sobaba el trasero.
—Sí, sí, vamos.
—Tenemos que hablar de esto, —insistía Emil ante la indiferencia de papá—. Hace muchos años que somos amigos…
—Así es Emil, pero te aseguro que mi hija, jamás va a estar a solas contigo, y sabes el porqué: no insistas.
—Venga tío, ya sé que alguna vez se me ha ido la mano.
—Alguna vez no: varias veces. Y tengamos la fiesta en paz.
—Vamos Emil, déjalo ya, —dijo otro mientras me abrazaba y me olía el cuello—. No empieces a joder la pava tan pronto.
—¡Joder! Es que no sé por qué no me la puede dejar a mi solo: seguro que a vosotros si os la deja, —la conversación me estaba poniendo muy excitada, aunque me aterrorizaba la idea de terminar en manos del tal Emil.
—A lo mejor es porque cuándo Edu te prestó a su mujer, terminó en un hospital. Por eso dejó de venir.
—Y tuviste suerte…
—Coño, que pagué todos los gastos… —se defendió Emil.
—¡Nos ha jodido! Tuvieron que reconstruirla un pezón, y la verdad es que no sé cómo no te denunció.
—A ver, que aquí todos tenemos cosas que callarnos, —dijo Emil—. No soy el único…
—Vale tío: se ha acabado, —le interrumpió papá de mala manera—. Que te quede una cosa clara: Anita nunca va a estar a solas contigo, y si continuas insistiendo, cojo y me la llevo. No ha sido una buena idea avisarte.
—¡Eh, eh! Tenemos un acuerdo…
—Pues ya no estoy muy seguro de ese acuerdo… y dejemos el tema ya.
—Si, dejémoslo ya: hemos venido para conocer a Anita, no a discutir.
Emil se empezó a quitar la ropa de mala gana tirando la al suelo. Inmediatamente, una mujer desnuda, con un sobrepeso evidente y con el cuerpo lleno de moratones apareció de improviso y se puso a recogerla. No sé de dónde salió. Mire a mi alrededor y vi que había otras cuatro mujeres más arrodillados y desnudas a mi espalda. Posteriormente, descubrí que una de ellas era en realidad transexual.
Emil me agarró por el brazo, me hizo arrodillar y sin más me metió su patética polla en la boca. Patética es la forma adecuada para describirla. Era fina y en erección no llegaría a los ocho o nueve centímetros. Era cómo tener un chicle en la boca, y por más que lo intenté, no hubo manera de que se le pusiera dura. Entonces llamó a la gorda y cuándo estuvo junto a él, empezó a abofetearla. Instantes después, el pingajillo empezó a reaccionar y tuve la certeza de que si papá no hubiera estado allí, sería yo la que recibiría las bofetadas. Pasó el tiempo y no había manera de que se corriese y los demás empezaron a meterle prisa. Finalmente, propino tal bofetón a la gorda que la tiró al suelo.
—Fuera de aquí puta: no vales para nada, —dijo dándome un empujón y tirándome también al suelo.
Papá, que se había sentado en un sillón hizo ademán de levantarse, pero uno de sus amigos se adelantó.
—Emil, si no vas a saber comportarte vete de mi casa ahora mismo, —el aludido se vistió rápidamente y después de darle una patada a la gorda, que seguía en el suelo, se dirigió a la puerta de la calle.
—¡Vamos cerda! Que no tengo toda la noche, —la gorda se levantó y desnuda salio corriendo en pos de Emil.
—Así no podemos seguir, —dijo otro—. Cada día esta peor y se le va la pinza.
—Nada, nada tíos decidido: no se cuenta con él para nada.
Papá permanecía en el sillón sin decir nada: se le veía muy cabreado. Uno de sus amigos, le llevó una chica de mediana edad, muy delgada, que después de susurrarla algo al oído, se arrodilló entre sus piernas y empezó a desabrocharle el pantalón.
—Venga tío, anímate, que seguro que Carmen lo consigue: que sé que te gusta.
Esta última frase me golpeó en la mente cómo si me hubieran dado con un martillo. «¿Qué a papá le gusta esa guarra?»: no me lo podía creer. Mi mente estaba en ebullición mientras le chupaba la polla a uno de ellos. Incluso tenía ganas de llorar.
Estaba inmersa en mis pensamientos cuándo noté el sabor inconfundible del esperma del que tenía su polla en mi boca. Para nada me había empleado a fondo, pero al parecer, ese gilipollas había quedado muy complacido.
—La has enseñado bien: la chupa cómo los ángeles.
—Pues entonces me toca a mí, —dijo otro. Se arrodilló delante y me inclinó hacia delante hasta que su polla quedó a la altura de mi boca. La introdujo y empezó a bombear mientras yo, de reojo, miraba cómo la tal Carmen seguía chupando la polla de papá. Noté cómo alguien empezaba a sobetearme el chocho mientras papá acariciaba el pelo de la Carmen. El placer se fue adueñando de mí, y sin duda el que me tocaba el chocho se dio cuenta porque insistió hasta que consiguió que me corriera.
Cuándo me recuperé, vi que Carmen estaba sentada a horcajadas sobre la polla de papá y cómo la acariciaba el trasero.
—«La voy a sacar los ojos a esa hija de puta» —pensé, aunque con las manos sujetas a la espalda y siendo el foco de atención de cuatro tíos, era prácticamente imposible.
—Tenias razón sobre tu hija: es una maquina, —dijo otro que también se puso a toquetearme mientras otro más me metía la polla en la boca.
—«También habla sobre mí con sus amigotes»
Al rato me corrí otra vez y esta vez de manera mucho más escandalosa. Cuándo miré a papá, tenía a la Carmen abrazada y la estaba morreando sin descanso. No parecía que tuviera prisa por soltarla.
Me pusieron bocarriba y otra de las mujeres, de raza negra, que permanecía en un rincón, me cabalgo la cara ofreciéndome su oscura y afeitada vagina. El tipo puso una silla entre mis piernas y cogiéndome los pies empezó a acariciármelos. Al cabo de un rato, muy lentamente me fue quitando los zapatos: recreándose en la operación. Siguió
jugando con mis pies: oliéndolos, chapándolos, besándolos, hasta que empezó a masturbarse con ellos. Ordenó a la negra que me tocara el clítoris e inmediatamente empecé a reaccionar mucho más, porque la verdad es que Paloma, que era el nombre de la negra, lo hacia muy bien y además sabía muy bien.
Noté, y oí, como el tipo se corría llenándome los pies de esperma. Unos segundos después me corrí y sentí cómo Paloma se corría también llenándome la boca con los jugos de su vagina.
—¡Chúpala el chocho! —ordenó el tipo e inmediatamente Paloma me separó las piernas y empezó a chuparme la vagina. Que bien lo hacia. A los poco minutos, no solo me corrí, sino que Paloma supo hacerme más largo el orgasmo. Yo intente, y creo que conseguí, hacer lo mismo con ella. Sentí cómo su cuerpo se crispaba otra vez al tiempo que gemía sin descanso y me volvía a mojar el rostro con su encharcada vagina. Me gusta mucho tener relaciones con otra mujer: para mí ha sido un descubrimiento.
Cuándo Paloma se separó siguiendo las ordenes del que sin duda era su amo, pude mirar a papá y vi cómo la Carmen estaba acurrucada en su pecho mientras papá la acariciaba. Deseé cambiarme por ella, echar a patadas a esa puta y estar en su lugar, pero parecía que papá me ignoraba y prefería sobetear a esa pelandusca.
Estuvo toda la noche con Carmen encima. Mientras conmigo hacían un carrusel, oía cómo esa zorra chillaba de placer cada vez que papá la arrancaba un orgasmo, que fueron varios. Incluso sus amigos lo comentaron.
—Cómo se nota que te gusta mi mujer, —dijo uno de ellos.
—Ya sabes que sí. Si alguna vez te quieres deshacer de ella, yo me la quedo: seria una buena pareja para Anita.
—Por el momento no. Tener a las dos a tu disposición todo el día debe de ser la bomba, y ya estás mayor para eso, —dijo el marido de Carmen riendo.
—Unos cojones mayor, —dijo papá.
—De todas maneras te iba a costar mucho dinerito: no te pienses que te iba a salir gratis.
—Pues ya sabes que yo no pago por una mujer.
—Pues entonces no hay más que hablar.
—Yo lo decía por hacerte un favor. Carmen es mucha mujer para ti y no sabes sacarla todo su potencial, —bromeó papá.
—Será cabrón, —dijo mientras los demás reían a carcajadas—. Sabrás tu cómo es mi relación con mi mujer.
—Pues no, pero me la imagino. Solo hay que ver lo tristona que la tienes: solo se alegra cuándo esta conmigo.
—Eso si es cierto, —dijo otro— y además se la nota.
—Iros a tomar por el culo todos, —dijo el marido de Carmen mientras los demás se desternillaban de la risa. Incluso Carmen sonrió mientras le miraba y negaba con la cabeza.
Esa conversación me puso de los nervios. Aunque estaba claro que estaban bromeando, la sola idea de tener que estar con Carmen y compartir a papá me descomponía. «Antes me cargo a esa zorra» pensaba. Lo tenía muy claro.


Durante esa noche, se la chupe a todos, todos me follaron y todos me dieron por el culo. Incluso las otras mujeres participaron. Entré en una especie de trance de placer continuo, salpicado por fuertes orgasmos.
A eso de las seis de la madrugada estaba agotada y tirada en el suelo, me dejaron descansar un poco mientras Paloma me incomparaba un poco y mientras me abrazaba me estuvo besuqueando los labios: ¡joder! Cómo me gustaba esa chica. Con el tiempo me enteré de que era la hija adoptiva de uno de los amigos de papá. Mientras descansaba en los brazos de Paloma, estuvieron bebiendo y charlando de asuntos de negocios. Durante toda la noche, Carmen siguió al servicio de papá y a él se le veía complacido.
Cuándo se cansaron de charlar, me pusieron sobre uno de ellos que se había tumbado bocarriba en el suelo y me soltaron las manos. Casi al mismo tiempo me la metieron por la boca y por el culo, mientras que el cuarto ponía su polla en mi mano. Salvo el que estaba abajo, los demás fueron cambiando de posición hasta que se fueron corriendo, siempre en mi boca.


Cuándo salimos de la casa ya era de día y el sol me hirió los ojos. Me metí en el maletero, me arropó con la manta y antes de que arrancara ya estaba dormida. Llegamos a casa y me cogió en brazos para subirme a la habitación: estaba cómo muerta.
Me quitó los zapatos, las muñequeras y el collar, y después de desnudarse me volvió a coger en brazos y nos metimos en la ducha. Con mucho detenimiento, me estuvo enjabonando y pasándome la esponja por cada centímetro de mi cuerpo. Parecía que quería hacer desaparecer el más mínimo rastro de sus amigos en mí. Lo viví cómo en un sueño a causa del agotamiento.
Cuándo terminó, me secó y me tumbó en la cama, pero antes de apagar la luz me hizo ingerir un par de comprimidos con un poco de agua. Y después nada hasta que me desperté, bastante confusa, casi veinticuatro horas después.









sábado, 4 de junio de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 10)


No me gusta ver a mi papá con otra mujer, aunque yo esté involucrada. No me gusta y ya esta. Desde que estuvimos en casa de Paco algo ha cambiado en mí. No hacia él que sigue siendo mi punto de referencia, el faro que me guía. Es algo interior, esa desazón que me embarga al comprobar que no soy su única mujer, que puede intercambiarme por otra. Me da igual tener que follar o chuparle la polla a otro tío sea conocido o no: siempre haré lo que me diga papá. Eso lo tengo claro. Lo que me descompone y me llena de tristeza es pensar que puede encontrar a otra mujer mejor y compartirme con ella.
Sé que se ha dado cuenta porque me lee cómo en un libro. Es capaz de mirar en mi interior y saber cuál es mi estado de ánimo, pero no dice nada. Sigo obedeciendo sus deseos, incluso más que antes si eso fuera posible. Me esfuerzo en demostrarle que nunca encontrará a otra cómo yo.



Papá pidió diez días libres en el banco, cogimos la autocaravana y nos fuimos a un camping del Pirineo, cercano a Benasque. Salimos un viernes muy temprano: mucho antes de que hubiera tráfico en las salidas de Madrid. Yo no me enteré mucho porque me quedé dormida en el asiento del acompañante y abrí los ojos cuándo estábamos circunvalando Zaragoza, próximos a la AP-2.
Paramos para desayunar en una zona de servicios del peaje y emprendimos el viaje. El tiempo era desapacible y llovía a cantaros, pero en el interior del vehículo se estaba bien: la calefacción estaba a tope.
—Vete atrás, quítate la ropa, ponte la bata y regresa, —me ordenó. Me quité el cinturón de seguridad y pasé al interior para cumplir la orden de papá. Regresé y me senté en mi sitio. Papa me miró de reojo sin dejar de prestar atención a la carretera: seguía lloviendo cómo si nunca lo hubiera hecho—. Ábrete la bata, saca los brazos y ponte el cinturón.
Lo hice y me quedé desnuda. Seguimos así todo el trayecto hasta Lleida. Prácticamente nadie se dio cuenta salvo cuándo adelantábamos a algún camión, y eso que levantábamos una cortina de agua descomunal. La situación me ponía extremadamente cachonda y creo que más, el hecho de que papá no me tenía a mano por la separación de los asientos. Me iba indicando todo lo que tenía que hacer cada vez que adelantábamos a un tráiler, además de que me masturbaba continuamente.
A la hora de comer y después de casi diez horas de viaje, paramos en la entrada de Pont de Suert para repostar, a pesar de estar a sesenta kilómetros de nuestro destino, papá no quería seguir sin llenar el depósito porque la previsión daba nieve, y abundante. Por supuesto, cuándo paramos ya estaba vestida otra vez: lo hice cuándo circunvalamos Lleida.
Después de repostar aparcamos en el centro del pueblo y buscamos algún sitio para comer. Estuvimos tiempo charlando. Dimos un paseo por el pueblo y reemprendimos lo que quedaba del viaje. Fue complicado porque había mucha nieve en los márgenes de la carretera y había que ir con precaución.
Llegamos cuándo empezaba a anochecer, pero nos dio tiempo a colocar la autocaravana: nos habían reservado un buen sitio cercano a la zona de sanitarios. El camping estaba a medio ocupar. Los fines de semana hay mucha actividad montañera en dirección al Aneto y a los otros picos del parque natural, y de esquí, en la cercana estación de Cerler. En la recepción, nos dijeron que entre semana íbamos a estar prácticamente solos.
Para cuándo se hizo de noche, papá ya estaba conectando el cable de la luz para dar energía a los radiadores que iban a hacer falta: hacia un frío de cojones. Papá me miraba y se reía porque metida en el plumas y con la capucha subida, solo se me veía la nariz.
—¿Ponemos el avance? —le pregunté.
—No, porque me han dicho en recepción que esta noche se espera nieve. Si cae mucha nos puede hundir el techo.
—Lo decía porque me apetece cenar barbacoa.
—Pues lo montamos, pero cuándo nos vayamos a la cama, por lo menos hay que quitar las barras y dejarla caer.
—Pero… entonces no podemos salir.
—Salimos por la puerta de delante.
—Claro, ¡qué tonta!
Montamos la barbacoa, la encendimos y estuvimos con las cosas que había traído de casa: chorizos, morcillas y panceta. La verdad es que comí cómo una cerda.
—Todas estás cosas me encantan, pero engordan de cojones, —dije metida en mi plumas. Me sentía rara comiendo con tanta ropa, incluso con guantes.
—No te preocupes que cuándo hagamos las excursiones vas a quemar todo esto y mucho más, —dijo papá riendo.
Cuándo terminamos, lo recogimos todo y quitamos el avance porque además de empezar a nevar empezaba a soplar viento fuerte.
Entramos en la autocaravana y el impacto con el calor fue tremendo.
—¡Por Dios! Que gusto, —dije empezando a quitarme el plumas y toda la ropa que llevaba debajo.
—Hija, tienes más capas que una cebolla, —bromeó papá mientras se quitaba también el plumas. Termine de desnudarme rápidamente y me tumbé en la cama mientras papá recogía la ropa que yo había dejado tirada, la doblaba y la colgaba del armario: papá es un poco obseso del orden, pero yo no. Mientras terminaba, le esperaba sobre la cama, abierta de piernas mientras me tocaba el chocho con la mano. Terminó y de un cajón sacó una cuerda y un rollo de cinta adhesiva negra que suele utilizar para atarme. Me puso bocabajo y con la cinta sujeto mis muñecas a los codos. Mis antebrazos quedaron paralelos y cruzados por mi espalda. He notado que esta forma de atarme le gusta especialmente a papá: dice que las tetas se me disparan. Debe de ser cierto porque después suele estar mucho tiempo chapándome los pezones y sobeteándome las tetas. Se tumbó a mi lado y empezó a besarme y mordisquearme los pezones que todavía no habían reaccionado con el calor y los tenía duros cómo piedras. Después paso a mis labios mientras con la mano me estimulaba la vagina. Al poco tiempo me llevó al primer orgasmo mientras mantenía su boca pegada a la mía y respiraba mis gemidos de placer.
Mientras me recuperaba del primero, cogió la cuerda y ató un extremo a la parte baja del muslo, junto a la rodilla. Paso la cuerda por debajo, entre mis brazos cruzados y después de tensarla la ató a la otra pierna de igual forma. Quedé con las piernas hacia arriba, totalmente separadas y con mi chocho totalmente expuesto. Empezó a chuparme el chocho: su lengua recorría la vagina en toda su longitud sin dejar el más mínimo resquicio sin explorar. Empecé a encadenar orgasmos mientras papá seguía a lo suyo, totalmente indiferente a mis gemidos.
Es difícil explicar cómo es un orgasmo cuándo estás inmovilizada: al menos a mí me resulta muy complicado. Si puedo afirmar que, en mi caso, son superiores, mucho más intensos. Cuándo estoy desatada siempre ofrezco cierta resistencia: me encojo, me estiro o lo más habitual cierro las piernas. Lo hago sin querer: es instintivo. Papá entonces tiene que parar y retomar la actividad. Atada no. Es imposible que me resista y mi chocho permanece expuesto y abierto mientras papá continua incansable e insaciable: feroz.
Cuándo se sació, cogió en bote del lubricante, se embadurnó bien la polla y tumbándose sobre mí, me colocó la punta en el ano. Mientras me abrazaba, fue presionando suavemente y noté nítidamente cómo se abría paso. Aunque ya estoy muy dilatada y no es cómo al principio, mi ano todavía ofrece cierta resistencia a los seis centímetros de grosor de la polla de papá. Esa mezcla de placer y cierto dolor me encanta y cuándo además su pelvis frota mi clítoris me vuelve loca. Y luego esta la indefensión. Cómo ya he dicho antes: la certeza de estar a su merced, no tener defensa posible y no poder evitarlo. Eso me da un plus de placer que me dejar exhausta y totalmente dependiente de él.
Cuándo terminó, me mantuvo penetrada mientras, cómo es habitual me besaba incansable. Empezaba a recuperar el ritmo normal de la respiración y de las pulsaciones, cuándo tuve una última sorpresa.
—Vamos a por el último, —dijo cuándo salio de mí. Cogió un vibrador y empezó a estimularme directamente el clítoris que estaba totalmente hinchado. Fue cómo un trallazo y empecé a gritar mucho más que antes. Papá se asustó un poco por si me oían y me papó la boca con la mano mientras insistía con el vibrador. Unos minutos después me corrí cómo una perra salida, que por otra parte es lo que soy y no me importa admitirlo.



Amaneció un día desapacible cómo yo no había visto en mi vida. Toda la noche estuvo negando copiosamente y la fuerza del viento acumuló mucha nieve en el lateral de la autocaravana bloqueando la puerta. En el interior, la calefacción estuvo puesta toda la noche y el ambiente estaba caldeado. Me desperté con calor, destapada encima de la cama. Entraba algo de luz por las ventanas: estaban heladas y las protecciones se habían quedado pegadas. Papá no estaba, pero le oía trajinar en el exterior. Me levante, fui hasta la cabina, me asomé un poco por la ventanilla de la cabina y le vi con una pala apartando nieve.
Recogí la cama y empecé a preparar el desayuno. Cuándo estuvo preparado, me puse el plumas y me asomé por la ventana.
—Vamos papá: pasa a desayunar, —clavó la pala en la nieve y envuelto en una nube de vaho vino hacia mí mientras la nieve seguía cayendo.
—¡Su puta madre! Hace un frío de cojones, —dijo quitándose la cazadora y los guantes.
—Luego te ayudo a quitar nieve.
—Solo tenemos una pala.
—Se lo digo al de recepción que me preste una: seguro que tiene.
Si tenía, y con ella de la mano regresé para ayudar a papá.
—Me ha dicho el señor que la carretera esta cortada hasta la rotonda de la carretera de Cerler, —dije empezando a quitar nieve—. Dice que las quitanieves están trabajando en despejar los accesos a la estación de esquí.
—De todas maneras con este temporal no podemos ir a ningún sitio.
—Dice que va a estar así hasta mañana domingo por la tarde. Que luego ira mejorando y que a partir del lunes mucho sol.
—Estoy pensando que cuándo limpiemos de nieve todo esto, podemos poner la carpa.
—¿Tenemos una carpa?
—Si, una de esas que son cómo veladores plegables: a tu madre le dio por ahí y la compro. Nunca la hemos usado. Tiene el techo en pico y muy inclinado. Además, tiene laterales.
—Pero el viento…
—Tenemos cuerdas de sobra para sujetarla.
A media mañana habíamos limpiado toda la parcela. Sacamos la carpa de uno de los cofres y la montamos justo delante de la puerta lateral. Papá clavó las patas al suelo con unas piquetas muy largas y con cuerdas desde la parte alta al suelo y al árbol que teníamos cerca. Pusimos las lonas laterales y las reforzamos también con cuerdas. La verdad es que quedó muy sólido.
—Podrías acercarte a ver que tienen en el súper mientras termino con esto. Anoche se nos olvido sacar algo del congelador.
—Voy a ver y le devuelvo la pala al señor, —me fui hacia el súper con la pala de la mano y luego estuve haciendo la compra. Regresé con bastantes cosas, pero frescas pocas.
—He traído cinta de lomo y huevos. también he cogido una botella de vino que me ha dicho el señor que es de por aquí.
—Será Somontano.
—Si, es eso, —y mirando la carpa añadí—. Esto ha quedado muy bien.
—Por lo menos dejamos libre la entrada lateral, aunque si sigue nevando habrá que seguir quitando. Lo que me preocupa es el camino para salir: con esa cantidad de nieve…
—El señor me ha dicho que tienen quitanieves y que la van a pasar esta tarde hasta la entrada.
—De todas maneras no podemos salir de aquí mientras continúe el temporal.
—¿Y que vamos a hacer aquí metidos? —pregunté con picardía.
—Por eso no te preocupes que seguro que se me ocurre algo.



Después de comer, tomamos café y papá se sirvió una copa de ginebra. Estuvimos un rato largo charlando y riendo. Estoy encantada de esta situación tan especial. Ya he contado que me gusta tener a papá en un sitio reducido, pero es que además, estamos aislados y le tengo solo para mí. Aquí no hay ninguna guarra que le mira la polla con ojos de deseo cómo pasa en el naturista. La verdad es que los hombres también lo hacen, y alguno incluso con ojos de deseo, pero esos no me importan: no son competencia.
Me levante para dejar los vasos en el fregadero y papá empezó a desmontar la mesa y sacar la cama.
—Me ducho en un momento, —dije rápidamente entrando en el baño. Hoy no lo había hecho.
—Será cochina la tía, —bromeó papá.
Fue una ducha rápida y cuándo salí entró él. No fue tan rápido porque entra muy justo en la ducha y le cuesta más trabajo. Cuándo salió, me encontró sobre la cama, abierta de piernas y tocándome el chocho con descaro. Siguió secándose mientras me observaba detenidamente, cómo pensando que iba a hacer conmigo. Finalmente, dejó la toalla y cogió la bolsa de los juguetes dejándola a mano. Me agarró de los tobillos y tiro de mí, me dio la vuelta dejándome la cabeza colgando por el borde de la cama. Metió la polla en mi boca hasta el fondo. No me lo esperaba y mientras daba una arcada papá separó mil piernas y me sujetó por los tobillos dejándome el chocho expuesto. Esperaba que me hiciera algo más, pero no lo hizo: me estuvo follando la boca lentamente, con profundidad, y eso me producía arcadas y amagos de vómito. No lo hice, pero mis babas, muy abundantes, me mojaban la cara cegándome un poco. La situación me producía un cierto placer con el hecho de que era el instrumento para su goce. Tardó en correrse y si no recuerdo mal es la primera vez que me utiliza de una manera tan egoísta. Hasta ese día, siempre, antes de correrse me había inducido algún orgasmo.
Me sentí extrañamente feliz: se ha corrido, ha gozado y lo demás no me importa.
Mantuvo la polla dentro de mi boca mientras la mezcla de babas y esperma mojaba el suelo. Sin sacarla, se inclinó y después de bloquear mis muslos con los brazos para que no los cerrase, empezó a comerme el chocho totalmente abierto y a su disposición. Inmediatamente empecé a gemir mientras babeaba más. Succionó mi clítoris con los labios y con la lengua lo estimulo, y cuándo sintió que me llegaba el orgasmo, metió con fuerza la polla hasta el fondo de la garganta cortándome el aire. Intente resistirme con las manos, pero no lo conseguí. Tuve un orgasmo tremendo, agónico, que aumentó de intensidad cuándo me dejó respirar. Perdí la consciencia. Lo sé porque cuándo me di cuenta papá me tenía en el centro de la cama y me limpiaba la cara con una camiseta. Se sentó en la cama con la espalda apoyada en la pared del fondo y con ternura me atrajo hacia el abrazándome. No se cuánto tiempo estuvimos así, pero fue mucho. Mi respiración y mis pulsaciones se fueron normalizando mientras me secaba el sudor.
—Luego tendré que castigarte, —dijo con mucha suavidad. Le miré sin comprender y papá se echó a reír. Me incorporó enseñándome el costado y un poco la nalga: los tenía arañados y eso que no llevo las uñas largas porque a papá no le gustan.
—Lo siento papá: no me había dado cuenta, —me disculpé después de la sorpresa inicial.
—Tranquila, pero comprenderás que merecer un castigo, —para volvió a abrazarme mientras me besaba con cariño—. ¿Estás de acuerdo, lo entiendes?
—Si papá.
—Y ¿cómo crees que debe ser el castigo? —le miré otra vez sin entender—. ¿Suave, fuerte, muy duro?
Me abracé a él con fuerza mientras una punzada me atravesaba el clítoris—. Lo que tú quieras.
—No. Quiero que me lo digas tú.
—Es que no sé, —y empecé a sollozar. Papá me achuchó más fuerte mientras me besaba.
—Tranquila mi amor yo decidiré por ti. Veamos, cómo sé que no lo has podido evitar, no va a ser muy duro, pero tampoco puede ser suave: cuarenta azotes en el culo con la mano. ¿te parece bien? —asentí con la cabeza mientras se empezaba a oír a lo lejos el ruido de la quitanieves que el empleado del camping estaba utilizando para despejar las calles—. Ahora va a ser buen momento. Quiero oírte chillar.

Rápidamente papá cogió el rollo de cinta y me sujetó los brazos a la espalda con los antebrazos paralelos, cómo a él le gusta. Me tumbó bocabajo sobre sus piernas y empezó a darme azotes en el trasero mientras los contaba. Los primeros los aguante bien, pero según me iba dando más no se si el dolor aumentaba o que yo los aguantaba menos. Con el décimo empecé a quejarme y con el veinte ya chillaba a pleno pulmón. El ruido de la quitanieves llegaba en ese momento nítido hasta nosotros: debía de estar justo a nuestra altura. Cuándo me dio los últimos, el ruido de la quitanieves iba disminuyendo según se alejaba.
Estuvo un buen rato acariciando mi trasero que ardía. Notaba cómo me pasaba las uñas y luego pasaba la palma de la mano. Siempre parecía que iba a meter la mano entre mis nalgas pero no lo hacia, y mi grado de excitación era tal que sabía que en el momento que me rozara el ano o la vagina lo más mínimo me iba a correr. Papá lo sabía. Lo he dicho varias veces ya: me lee cómo en un libro abierto.
Me ayudó a incorporarme y me puso de rodillas sobre la cama. Se situó a mi espalda, me separó las piernas mientras con la mano izquierda me tapaba la boca. Se agarró la polla con la derecha y me la clavó de golpe. Mi chillido de puro gozo se quedó ahogado por su mano. Culeó tres o cuatro veces y me corrí viva. No aflojó, siguió culeando y un par de minutos después con la mano derecha empezó a estimularme el clítoris. Intente cerrar las piernas pero las suyas me lo impedían y sin remisión me volví a correr. Mientras lo hacia, oí a papá resoplar en mi nuca y cómo se le escapaba un gemido y me sentí muy feliz.
Papá me desató y el resto de la tarde seguimos en la cama mientras en el exterior la ventisca seguía con fuerza. Pusimos una peli de las que le gustan a papá porque con el temporal casi no se captaba el satélite.
Casi sin darnos cuenta llegó la hora de cenar. Después, vimos otra peli, me echó el polvo nocturno de rigor y nos dormimos hasta el día siguiente.



El resto de la semana fue genial. El lunes amaneció despejado y con un sol que duró toda la semana. Todas las mañanas salíamos a hacer excursiones o alguna visita cercana gracias a un coche del camping que nos alquilaron. También subimos a la estación de Cerler: yo no había estado en ninguna súper estación del pirineo.
El domingo siguiente, a primera hora, partimos de regreso a casa. Estos días a solas con papá me vinieron bien porque despejaron mi mente de ideas lúgubres.
Regresé con las pilas cargadas, pero me duró poco.