miércoles, 27 de marzo de 2024

Amor familiar (capitulo 7)



Cuándo abrí los ojos la luz entraba fuerte por las rendijas de la persiana. Noté nítidamente la presencia de mi hermana a mi lado durmiendo tranquila. Papá no estaba. Miré el reloj y vi que casi eran las nueve y media. Tenía la polla cómo un palo, y aprovechando que me daba la espalda, poniéndome un poco de lubricante en la polla la penetré el ano con cuidado. A los pocos segundos Marina estaba gimiendo.

Papá entró en la habitación con ropa de correr y sudando un poco, y miró lo que hacíamos.

—Te me has adelantado, —dijo riendo mientras activaba una de las cámaras de video que estaba encima de la cómoda—. Venia pensando en follarla.

—Tranquilo que termino pronto.

—Sin prisas que no se va a escapar.

Al rato me corrí. Cuándo terminé de saborear el momento, papá, que ya se había quitado la ropa de correr, se subió a la cama. La cogió por la cadera e inmediatamente la penetró desde atrás mientras yo entraba en el baño para una ducha rápida. La folló con fuerza, con energía, sin contemplaciones. Mientras con la mano derecha la sujetaba por la cadera, con algún azote esporádico, con la izquierda la tiraba del pelo forzando su cuello hacia atrás en una curva casi imposible. Su hija gritaba de placer, mucho más cuándo la mano derecha abandonó la cadera y se alojó sobre su clítoris. Cuándo se corrió, la dejó caer sobre la cama y sudoroso y de rodillas estuvo un rato contemplando su posesión más preciada: su hijita.

—¿Bajamos al sótano? —le pregunté—. Tenemos que colgarla por los pies.

—Por mí sí. Me gustaría que después de comer no dedicáramos a cosas más normales cómo que esté toda la tarde chapándonos la polla.

—De acuerdo: así descansamos.

—Pues voy a darme una ducha, —al oírlo Marina se incorporó rápidamente y saltó a los brazos de papá: casi lo derriba. No lo hizo porque papá esta cachas. Ni por asomo es Schwarzenegger, pero marca abdominal. Riendo, salió de la cama con ella en brazos y entraron en el baño. Antes de bajar, coloqué una cámara para gravar sus juegos en la ducha que fueron muy interesantes por lo que ví cuándo, días después, edité los videos.

Cuándo llegaron al sótano ya lo tenía todo preparado. La calefacción estaba alta. La tumbamos en el suelo y la colocamos las tobilleras especiales para colgar: papá una y yo la otra. Las enganchamos a una barra espaciadora y pasamos el gancho por la argolla. Después, la colocamos las muñequeras y empezamos a subirla con el polipasto. Lentamente se fue elevando y Marina colaboró ayudándose con las manos. La coloqué un collar de cuero y la sujete las muñequeras por detrás de la nuca. La posición estiraba su cuerpecito hacia abajo encogiendo y ahuecando su vientre, marcando su caja torácica y abultando su vagina que ahora se mostraba aun más esplendorosa. Sus exiguas tetillas desaparecieron definitivamente en la superficie ondulada de sus costillas. Su maravillosa vagina se presentaba expuesta a la altura de nuestros rostros y los dos acudimos cómo las abejas a las flores. Después de estar unos minutos libando en su chochito, con las pollas en su adorable boca y con Marina gozando cómo una perra, cogimos los flagelos y empezamos un castigo sistemático. Yo por la espalda y papá por delante, en ocasiones centrándose en la vagina. Mi hermana gritaba a pleno pulmón.

Dejé el flagelo y mientras papá seguía trabajando, cogí una pinza y retrayéndola el capuchón del clítoris la coloqué. El maravilloso puntito brillante quedó expuesto y después de chuparme el dedo empecé a estimularlo. Mi hermana arqueó la espalda y alcanzó el orgasmo más fuerte hasta el momento. El primero de muchos porque empezamos a centrarnos en el.

Papá empezó a centrarse con el flagelo en la zona vaginal de Marina que berreaba con los impactos sobre su clítoris. A continuación, dejó el flagelo y la introdujo una bola china en la vagina activándola. Después, la colocó una mordaza de bola en la boca y a los pocos minutos interminables hilillos de babas llegaban hasta el suelo. Papá se arrodilló y estuvo besando con detenimiento el tórax de su hija mientras yo, desde atrás, me saciaba con su zona genital. Mi lengua la recorría incansable desde al clítoris al ano que se expandía y se contraía con los orgasmos.

Empezamos a utilizar todo el arsenal de dildos, consoladores y vibradores de que disponíamos. También los electro estimuladores y cuándo al final de la mañana vimos que Marina casi no reaccionaba, decidimos bajarla y terminar la sesión follándola.

Cuándo llegó al suelo, la ayude sujetándola hasta que quedó tendida, dejándose hacer. La quitamos las tobilleras y las muñequeras y cogiéndola en brazos la llevé a la cama. Con un gesto papá me preguntó si los dos a la vez y afirmé con la cabeza. La puso a cuatro patas y la metió la polla en la boca mientras que yo, situándome detrás la penetré por la vagina. Se notó que mi hermana estaba agotada porque, aunque disfrutó mucho, los orgasmos no fueron tan intensos. Reconozco que me dio pena, porque la quiero tanto que mi deseo es hacerla disfrutar plenamente en todo momento, aunque según me reconoció tiempo después, el solo hecho de ser “usada” por los hombres más importantes de su vida, ya la proporcionaba un placer inmenso.

Finalmente nos corrimos. Yo primero y eso me sirvió para pitorrearme de mi padre.

—Estás mayor, viejo.

—No te equivoques, es que aguanto mucho, —dijo papá riendo mientras su hija le trabajaba la polla. Por fin se corrió, después de que mi hermana le metiera un dedo en el culo para ayudarle. Los dos nos quedamos con los ojos cómo platos: jamás lo había hecho.

—¿Por qué no subís a ducharos mientras preparo algo para comer? —nos propuso papá. Afirmé con la cabeza mientras la payasa de mi hermana se tumbaba bocarriba con los brazos extendidos: su intención era clara.

—Que yo no estoy tan cachas cómo papá, —dije riendo al tiempo que pasaba los brazos por debajo de su cálido cuerpecito—. Espero que no nos rompamos la crisma.

La levanté y subí los dos tramos de escalera hasta el dormitorio y el baño. Entre juegos y carantoñas me duche y la duche a ella. Cuándo bajamos, papá ya lo tenía todo preparado.

—He abierto unas latas y he hecho unos huevos, —nos informó.

—Por mi vale, —dije sentándome en la silla. Marina sin decir nada hizo lo mismo. Cogió un trozo de pan y empezó a mojarlo en el huevo.

—¿Tienes hambre mi amor? —la preguntó papá. Su hija afirmó con la cabeza—. ¿Quieres que te prepare algo más? —y negó con la cabeza, pero señaló el vino. Con una sonrisa papá la sirvió un poco en un vaso.

—¿Qué hacemos esta tarde? —pregunté a papá.

—Yo preferiría tranquilidad, que menuda semana llevamos, —respondió papá.

—Sobre todo estos dos últimos días.

—Podríamos hacer un maratón de series, —y mirando a su hija la preguntó—: ¿qué opinas mi amor?

—¿Voy a poder comeros la polla? —preguntó riendo y ante la afirmación de papá, añadió—: entonces si… si las series son del espacio, —había veces que Marina hablaba que no parecía que tenía quince años, que era mucho más adulta.

—¿Discovery, perdidos en el espacio…? —pregunté.

—Esas dos genial: me encantan.

—Pues entonces voy a darme una ducha rápida, —dijo papá levantándose y empezando a recoger la mesa.

—Deja eso pápa: ya lo hago yo, —dijo mi hermana levantándose también—. Vete a duchar.

—A la orden cariño, —dijo papá cuadrándose y saludándola militarmente. Después se puso a achucharla mientras la morreaba lo que provocó que la polla se le disparara.

—¡joder pápa! —exclamó Marina separándose. Le cogió la polla y tirando de él le llevó hasta la puerta de la cocina riendo—. Anda, tira para arriba.

A los pocos minutos bajó y ya estábamos en el salón. Yo preparando unas copas y mi hermana conectando con las plataformas y buscando algo. Papá cogió su vaso y se sentó junto a su hija pasándola el brazo por los hombros. Yo lo hice al otro lado.

Casi hasta la hora de cenar estuvimos viendo la tele. Solo paramos un par de veces cada uno para echar a mi hermana un par de polvos. Y es que estuvo todo el tiempo jugueteando con nuestras pollas: con las manos, con la boca y con los pies.

A eso de las ocho de la tarde, y mientras en el exterior empezaba a nevar con fuerza otra vez, preparamos algo para cenar y nos sentamos en la mesa de la cocina.

—Mañana deberíamos irnos pronto, —dijo papá mirando hacia la ventana—. Si es que podemos.

—Cuándo nos levantemos y recojamos la casa nos podemos ir, —dije—. Con un poco de suerte podemos comer en casa.

—Antes de irnos también tenemos que ocuparnos de tu hermana, —dijo papá mientras Marina afirmaba con la cabeza.

—De acuerdo. Nos despertamos, nos ocupamos de Marina, recogemos todo, nos volvemos a ocupar de Marina y nos vamos, —mi hermana levantó el pulgar mientras bebía del vaso de vino que papá la había servido.

—La verdad es que tengo ganas de llegar a casa y recobrar la normalidad, —dijo papá pensativo—. Tengo la polla un poco inflamada y escocida.

—Y eso que usamos lubricante: a mi me pasa lo mismo.

—La verdad es que no veo mayor muestra de amor hacia ella que follarla a todas horas, —papá la acarició con la mano y Marina se la cogió y metiéndose uno de los dedos en la boca empezó a chuparlo—. Pero que cabrona eres, —mi hermana soltó una carcajada mientras papá la rodeaba el cuello con el brazo y simulaba que la ahogaba—. Mereces un castigo: por lista.

Se levantó y salió de la cocina con la polla dura por la chupada de dedo de mi hermana. Regresó con unas bolas vibradoras y cogiendo en brazos a su hija la deposito sobre la mesa. La separó las piernas y la introdujo las bolas en la vagina. Después, las activó con el mando que llevaba en la mano y cuándo empezó a gemir, que fue rápido, la cogió en brazos—. Abre la puerta del jardín, —me dijo y levantándome lo hice. Salió al exterior y dejó a mi hermana descalza y desnuda sobre la fría nieve. Después regresó al interior mientras que yo encendía la luz del jardín y me ponía a grabar con el móvil: no había subido las cámaras del sótano, y esta acción de papá me pilló desprevenido.

Desde dentro veíamos cómo la nieve caía sobre ella que rápidamente empezó a temblar. Papá la enseñó el mando y aumento la intensidad de la vibración y Marina se encogió un poco llevándose la mano al chocho. La hizo una señal para que se girara y nos mostrara el trasero y nuevamente se puso de cara a nosotros.

Estuvo más de cinco minutos ahí fuera, hasta que ante nuestro asombro, comprobamos que tenía un ligero orgasmo. Entonces, papá salio al exterior y cogiéndola en brazos otra vez la metió para dentro. En sus brazos, temblaba cómo un pajarillo desvalido mientras la sacaba primeros planos con el móvil.

Le dije a papá que se quedara quieto dónde estaba que iba a bajar a por las cámaras y cuándo regresé seguí filmando con una de ellas. Les seguí mientras que, con ella en brazos, subió por las escaleras y llegaba al dormitorio. La tumbó sobre la cama y con una toalla que había en ella, restos de batallas anteriores, la estuvo secando mientras seguía tiritando de frio.

Después, se tumbó a su lado y atrayéndola la levantó la pierna pasándola por encima de él y la penetró. Me hizo un gesto elocuente para que me tumbara con ellos y después de colocar las cámaras en sus trípodes, así lo hice. Me puse un poco de lubricante y la penetre por el ano. Al poco tiempo, Marina estaba chillando de puro placer y los orgasmos empezaron a encadenarse. Fueron muchos porque tardamos un montón en corrernos. Cuándo terminamos, mi hermana estaba empapada de sudor: había entrado en calor.

Al día siguiente nos levantamos tarde. Tanto que decidimos no desayunar y dedicarnos a los juegos matutinos con mi hermana. A eso de las doce empezamos a recogerlo todo para irnos. Cerramos la casa y nos fuimos a comer a un mesón del pueblo y después, directos a casa: la Semana Santa había finalizado.


viernes, 15 de marzo de 2024

Amor familiar (capitulo 6)

 



—Bueno, dime que es lo que has preparado para nosotros, —le dije mientras le daba la copa y me sentaba en la cama junto a mi hermana, con la espalda en el cabecero.

—No es que haya preparado nada hijo, pero tengo unos recursos que, si estáis de acuerdo, os pueden venir bien: al final la decisión será vuestra, —respondió papá acercando una silla a la cama y sentándose.

—Vale, vale: cuéntame.

—Sabéis muy bien que en la empresa tengo un sueldo muy bueno. Un sueldo que nos permite vivir muy bien. Lo que no sabéis es que durante todos estos años ganaba mucho más. Todas esas horas que me tiraba en la empresa, en realidad eran retribuidas, pero de cara a vuestra madre no.

—¿Mama no sabía nada? —pregunté interesado.

—No tenía ni idea: ella pensaba que era dedicación exclusiva. El caso es que tenía un acuerdo con el CEO, que tengo amistad con el, y ese dinero me lo facturaban aparte y me lo ingresaban en una cuenta distinta de la que tu madre no sabía nada. Ese dinero lo tengo en fondos de inversión de bajo riesgo que me rentan entre un 4 y un 5%, y los benéficos pasan a capital después de impuestos.

—¡Joder papá! A ver si ahora vas a ser el Bill Gate, —bromee.

—No llego a tanto, —dijo riendo—. El caso es que cuándo me dijiste que querías estudiar economía de inversión, empecé a darle vueltas. Mucho más cuándo Marina me dijo que lo que quería estudiar cuando fuera a la uni era algo encaminado a lo mismo.

—Sí, quiere hacer dirección de empresas, —añadí mientras mi hermana se incorporaba interesada por la conversación y apoyaba la espalda en mi pecho.

—He pensado que cuándo terminéis los estudios, podríamos crear una sociedad limitada, una pequeña sociedad de inversión, dónde los tres seriamos socios y que dirigiréis los dos: primero tu claro y luego Marina. Eso os aseguraría el futuro y seriáis vuestros mismos jefes.

—Suena bien, pero pensaba que querrías enchufarnos en tu empresa, —dije.

—Eso no es problema, además ya lo hablé hace tiempo con el CEO, pero esta opción la veo mejor.

—A mí me gusta la idea, —dijo Marina—. Me atrae la idea de trabajar en bolsa, comprar y vender acciones, esas cosas.

—Tiene un simulador de bolsa y todos los días está un rato trabajando con eso: se la da muy bien, —añadí achuchándola con cariño.

—Pues si se te da tan bien, empieza con dinero real: tenemos sin tocar la indemnización de tu madre.

—Esa Web tiene la posibilidad de utilizar dinero real con una comisión claro esta, —añadí.

—Pasa diez mil euros de la cuenta familiar y empieza a trabajar, pero no te agobies. La economía de inversión es un campo de minas. Hay que huir de los que te prometen doblar la inversión en tres o cuatro años. Actúa con tranquilidad, sin prisas.

—Vale, nos has convencido. ¿De cuánto dinero estamos hablando? Porque eso es importante.

—Ahora mismo tengo cuatro millones y medio.

—¡No jodas papi! —exclamó mi hermana.

—Supongamos que os ponéis unos sueldos de setenta mil pavos anuales cada uno. Si conseguimos unos beneficios de un 6%, cubrís vuestros sueldos y salváis el IPC para que el capital no pierda valor. Si tenéis más beneficios, pues mejor, pero sin correr riesgos, —papá miró a su hija y la preguntó—: ¿qué tal te encuentras, seguimos?

Marina asintió y se puso de rodillas en la cama extendiendo los brazos hacia papá que la abrazó cariñosamente y la estrujó un poco mientras con la mano la acariciaba el trasero. Después, la cogió en brazos y la llevó debajo del gancho y la deposito en el suelo. Yo, que ya tenía la barra espaciadora en la mano, enganché los mosquetones de las muñequeras a los extremos de la barra y la colgué del gancho. Papá empezó a subir el polipasto y poco a poco el cuerpo de Marina se fue estirando y sus costillitas fueron apareciendo. Finalmente, sus pies se separaron del suelo y papá siguió subiendo hasta que llegó al tope. Así pudimos ponerla otra barra espaciadora en las tobilleras con más comodidad. Después, la bajó un poco para sujetar la barra con una cadena a la argolla del suelo. Cogí el flagelo y empecé a azotarla por detrás con suavidad, pero sistemáticamente. Mientras tanto, papá la vendó los ojos, y la amordazó con una de bola. A continuación, la colocó unas pinzas en los pezones que llevaban tornillo de ajuste. De ellas, enganchó unas cadenitas que terminaban en una campanita.

Se arrodilló entre sus piernas, y después de besarla detenidamente el chochillo, la retrajo el capuchón del clítoris y la colocó una pinza de la ropa. Después, de los labios vaginales colocó dos pinzas de dónde colgó unos pesos de plomo que los estiraron hacia abajo, creando un gracioso hueco dónde inmediatamente papá metió el dedo.

Mi hermana se retorcía de placer por los latigazos y por la acción de papá. Al cabo del rato me sustituyó con el flagelo mientras yo empezaba a trabajarla por delante con un vibrador. Se lo metí en la vagina y a los pocos segundos ya la provoque el primer orgasmo. Siguieron un segundo y un tercero, y en este último se la escapó incluso un poco de orina.

—No nos hemos dado cuenta, pero lleva todo el día sin orinar, —le dije a papá mientras mi hermana se recuperaba. Salí de la habitación y a los pocos segundos regresé con un viejo cubo y lo coloque justo debajo de ella. Cogí la cámara de video y la animé a orinar. Gravé un primer plano del chorro saliendo de su origen y después con un pañuelo de papel la limpié.

Seguimos un buen rato con los flagelos y los vibradores hasta que papá preguntó—: ¿usamos el otro electro estimulador? Ya sabes: el otro.

Asentí, y cogí el maletín dónde estaba guardado. Lo abrí y cogí el cuerpo central y lo enchufe a la electricidad. Después cogí uno de los complementos de cristal y lo conecté. Al apretar el interruptor se iluminó con un tono naranja. Lo acerqué al sudoroso cuerpo de mi hermana y empecé recorrerlo. Se retorcía intentando huir cuándo sentía el contacto ya que con los ojos vendados no veía dónde se iba a producir. La rodee la cintura con el brazo para inmovilizarla y la acerqué el electrodo a la zona genital. Papá sacaba primeros planos de los pequeños hilillos de energía que se producían en proximidad con la piel de Marina que no paraba de berrear: la mordaza de bola no la dejaba gritar como a ella la hubiera gustado. Quité el electrodo y coloqué uno que tenía forma de falo y se lo ofrecí a papá. Cambiamos de manos la cámara y el electrosex y rodeándola también con el brazo empezó a aplicarla en electrodo. Lentamente se lo fue acercando a la vagina y después de trabajarla los labios vaginales aplicándolo a las pinzas, lo puso a la entrada de la vagina y poco a poco lo fue introduciendo. Una vez dentro, lo empezó a mover mientras su hija se retorcía hasta que finalmente, su cuerpo se crispó y se corrió mientras babeaba copiosamente y las campanitas sonaban un poco molestas.

Mi hermana se quedó cómo en trance y papá la sacó el electrosex. Marina respiraba pesadamente y sus costillas se expandían trabajosamente mientras papá la besaba por todas partes. Miré el reloj y le pregunté—: ¿Y si lo dejamos por hoy? Son casi las siete.

—Vale, pero después de todo esto hay que follarla porque tengo la polla que me va a salir disparada.

—Pues igual que yo: ¿doble penetración?

—¿Quién la da por detrás? —preguntó papá después de asentir.

—¿A cara o cruz? —papá asintió—. El que gane elige.

Cogí una moneda y la lancé al aire, y sin necesidad de hacer trampas gané yo. Mientras la soltaba las tobilleras, papá la quitó las pinzas con los pesos, pero la dejó la que la oprimía el clítoris. A continuación, la bajamos hasta el suelo y mientras papá la sujetaba por la cintura y la quitaba las pinzas y las campanitas de los pezones yo la solté las muñecas. Marina estaba cómo desvanecida, pero la conozco y sé que era postureo: la encanta sacar su vena de actriz. Se quejó un poco cuándo la sangre regresó a los pezones y papá se los masajeó. Después, la quitó la mordaza y la venda de los ojos, la cogió en brazos, la depositó sobre la cama y se tumbó junto a ella. Se aplicó un poco de lubricante en la polla y manejándola con facilidad puso a su hija sobre el y la penetró. Me situé detrás de ellos y mientras me aplicaba lubricante en la polla Marina ya estaba gimiendo de placer. Puse un poco en su ano y agarrándola con suavidad por la cadera empecé a penetrarla. Que placer sentir su orificio anal abrazándome la polla. Empecé a follarla con parsimonia mientras mi hermana ya estaba desatada gimiendo a pleno pulmón. Empezó a encadenar orgasmos y cuándo papá notó que no aguantaba más y se iba a correr, la incorporó un poco, metió la mano y la quitó la pinza del clítoris. Tuvo uno tan fuerte que ahora si que la dejó medio adormecida. A los pocos segundos también me corrí. Me eché hacia un lado mientras que papá se giraba también. Así nos quedamos unos minutos mientras mi padre por delante y yo por detrás la llenábamos a besos mientras Marina sonreía complacida.


 

Subimos a la cocina con mi padre con su hija, que seguía en modo actriz, en brazos.

—¿Tienes hambre mi amor? —la preguntó y Marina asintió enérgicamente con la cabeza.

—No me extraña: a medio día no ha comido.

—¿Qué te apetece? —volvió a preguntarla.

—Chuletas.

—Están congeladas, —dije al oírla.

—Las descongelamos. Si mi nena quiere chuletas tendrá chuletas, —y mirándola añadió—: sube a ducharte cariño mientras lo preparamos.

Besó a papa y bajando de sus brazos salio andando despacio en dirección a la escalera. Se la veía un poco maltrecha, pero feliz. Los dos hombres de su vida había estado todo el día haciéndola gozar.

Cuándo bajó del baño, ya lo teníamos todo preparado y nos sentamos a cenar. Marina devoró sus chuletillas más que comió. Lo acompañó con una copa de vino aunque la mayor parte la dejó para el final. Recogimos los platos y nos fuimos al salón. Mi hermana se sentó en el sofá mientras papá y yo nos subimos para darnos una ducha rápida.

Cuándo bajamos, nos encontramos a Marina tumbada a lo largo en el sofá, un poco despatarrada mientras con el dedo se acariciaba el clítoris. Papá la cogió en brazos y levantándola se sentó en el sofá mientras preparaba un par de copas y me sentaba a su lado. Después la depositó suavemente sobre las piernas de los dos. Así estuvimos un rato largo, saboreando las copas y con el para nosotros fascinante cuerpo de mi hermana sobre nuestras piernas. Mientras bebíamos, nuestras manos reposaban sobre su piel y Marina, permanecía con los ojos cerrados saboreando también, a su manera, el momento.

Papá la metió los dedos en la boca sin la menor oposición de su hija y durante unos momentos la estuvo explorando.

—Definitivamente hay que ponerla un piercing en la lengua.

—¿Uno o dos? —le pregunté, pero fue mi hermana la que contestó enseñándonos dos dedos de la mano izquierda: su boca seguía ocupada con los dedos de papá—. Decidido: dos.

Papá se echó a reír, la sacó los dedos e incorporándola un poco la morreo intensamente. La separé las piernas y empecé a acariciar la vagina—. ¿Y en el clítoris? —le pregunté.

—Yo preferiría que no. Ya te he dicho que no quiero encontrarme trozos de metal cuándo me estoy comiendo su maravilloso chochito, —Marina levantó el pulgar—. Me atrae más la idea de las marcas. Podemos hacer unos hierros de marcar con nuestras iniciales.

—¿Y dónde se lo ponemos, en el trasero?

—Y si vamos a la pisci o a la playa se la va a ver. En fin, ya lo decidiremos. Vámonos para arriba que creo que tu hermana se está apagando.

Efectivamente, cuándo mi hermana se duerme, se duerme. Me levanté, pero Marina no hizo ademán de hacer lo mismo. Siguió sobre las piernas de papá. Este se echó a reír y la cogió en brazos, se levantó y subió por la escalera hacia el dormitorio. Cómo una actriz melodramática, iba con los brazos colgando igual que su cabellera. Papá aprovechaba y la atraía hacia si para besuquearla el cuello. La depositó sobre la cama, junto a mi que ya estaba tumbado. Rápidamente, la subí sobre mi y la penetré mientras papá se situaba detrás de ella untándose la polla con lubricante. Cuándo notó el miembro de su padre presionando su entrada anal, Marina empezó a gemir incluso antes de que se abriera paso hacia su interior. Cuándo por fin pasó el glande, sus gemidos aumentaron después de soltar una pequeña queja.

Mi hermana se incorporó un poco apoyando las manos en mi pecho mientras papá la mantenía agarrada por la cadera. Unos minutos después me corrí y a los pocos segundos lo hizo mi padre. Marina para entonces ya lo había hecho dos o tres veces: es una maquina.

Finalmente, papá salió de ella mientras permanecía sobre mi. Cogió una toalla y la estuvo secando el sudor. Con mucha delicadeza la eché hacia un lado y automáticamente se quedó dormida. Se tumbó a su lado, nos arropamos e hicimos lo mismo que ella.

Mañana seria otro intenso día.


jueves, 7 de marzo de 2024

Amor familiar (capitulo 5)

 


 

Por fin llegó el viernes y Marina estaba de los nervios. A las ocho de la mañana ya estaba dando el coñazo. Sentada en la cama entre los dos, nos chupaba la polla alternativamente. Papá se reía, pero a mi no me hacia ni puta la gracia: me cuesta trabajo despertarme. Papá, que lo sabía, la atrajo hacia si y la estuvo morreando. Mi hermana intentó montarle, pero papá lo impidió.

—Venga mi amor, —dijo papá dándola un azote en el trasero—. Vete a duchar mientras preparo el desayuno y tu hermano se despierta. Y no quiero que te toques.

Mi hermana saltó de la cama y poniendo cara de contrariedad cuándo escuchó la última frase entró en el baño después de sacarle la lengua.

Después de desayunar, bajamos al sótano. Con el nuevo muro la situación de la sala de juegos había mejorado ostensiblemente. Todavía olía un poco a obra, pero casi no había rastro de humedad: desde que llegamos el domingo, los nuevos radiadores habían estado permanentemente conectados a toda pastilla y además, papa había puesto un pequeño ventilador en la puerta para ventilar. Ahora era ya el momento de quitarlo y bajar la intensidad de la calefacción.

También habíamos instalado las cámaras con las que grabamos la perdida de la virginidad anal de Marina, aunque una la colocamos en un trípode con ruedas para poder moverla por la estancia. Queríamos estar los dos libres para hacer lo que queramos. Lo único que temíamos era que se nos fuera la mano. Por eso la noche anterior llegamos al acuerdo de no producirla ninguna herida con sangre… salvo excepciones.

La próxima vez que vengamos hay que pintar, —dijo papá mirando el muro nuevo mientras preparaba las muñequeras y tobilleras de Marina.

—¡No jodas! —exclamé contrariado—. ¿Y no lo vamos a poder usar?

—Tranquilo, —respondió riendo—. Lo pinto antes de regresar a casa: no tardo nada.

—Que susto, —dije abrazando a mi hermana por detrás mientras la ponía la mano en el chocho y la besuqueaba el cuello—. Me he hecho adicto a esta preciosidad de quince años.

—A mi me pasa lo mismo, —dijo papá riendo arrodillándose para ponerla las tobilleras. Mientras, mi hermana estaba a lo suyo a punto de llegar a un orgasmo por la acción de mi mano—. ¿Me crees si te digo que no miró a ninguna mujer?

—Claro que sí, a mi me pasa lo mismo, —respondió papá acariciándola los pies—. Estos pies me los tengo que follar… de alguna manera.

—¡Joder papá! Que te haga una paja con ellos.

—No, no, me los quiero follar yo, no que me pajeé: ya experimentaré, —dijo mientras cogía el mando del polipasto y lo accionaba para bajar el gancho. Marina lo miraba fijamente mientras lo bajaba.

—Estoy pensando que antes de esto la podíamos poner en el potro: ya me entiendes, —le dije a papá señalándole con la mirada los látigos que habíamos colgado de la pared.

Papá asintió y cogiéndola de la mano la acercó al potro. La hizo separar las piernas y se agachó para sujetar las tobilleras a las patas del mueble dónde habíamos instalado unos mosquetones. Mientras, la hice inclinarse hasta que quedó con el vientre sobre el. Después, con una cuerda até las muñequeras a las patas porque cómo era tan pequeñita no llegaba hasta abajo, pero lo teníamos previsto.

Cogimos un flagelo de piel cada uno y sin pensarlo empezamos a flagelar a mi hermana alternativamente y sin espaciar el castigo. Primero nos centramos en el trasero para calibrar la intensidad porque queríamos enrojecer su blanca piel, pero no provocarla verdugones. Marina chillaba a pleno pulmón y decidimos ponerla una mordaza de bola que amortiguara un poco sus gritos. Continuamos y fuimos subiendo hacia los riñones y la espalda. Después, me situé detrás de ella y haciendo girar las tiras del flagelo empecé a azotarla la vagina mientras papá seguía trabajando los riñones. Unos minutos después, cambié mi posición con papá, me coloqué junto a su cabeza y quitándola la mordaza de bola la metí la polla en la boca mientras la sujetaba por las coletas. La introduje con profundidad y después de un par de minutos me corrí llenándola la boca de esperma que salía por la comisura de los labios mezclada con babas en hilillos interminables. La situación era tan potente que me había excitado de una manera inaguantable.

—Esto va a ser muy duro papá, —dije riendo mientras mantenía la polla en el interior de la boca de mi hermana—. No me he podido aguantar.

—Tranquilo hijo, —me respondió sonriendo mientras la seguía azotando con el flagelo—. Tú hermana esta aquí para lo que queramos, ¿no? pues móntatelo cómo quieras.

—Me parece que hoy vamos a terminar con la polla inflamada, —dije mientras después de salir de su maravillosa boca la colocaba la mordaza de bola.

—Yo lo doy por seguro, —respondió papá dejando el flagelo y cogiendo un hitachi que después de conectarlo lo aplicó directamente en la vagina de Marina. No dio un salto al sentirlo porque no se podía incorporar, pero automáticamente empezó a gemir preludiando un inminente orgasmo. Papá se lo gestionó separando el vibrador cuándo estaba a punto y se lo volvía a aplicar cuándo se tranquilizaba un poco. Incluso cogió una silla y se sentó para estar más cómodo.

—¿Me sustituyes? —me preguntó unos minutos después—. Quiero que me descargue.

—Sin problemas, pero ya la dejo correrse: se lo ha ganado, —dije mientras me sentaba en la silla. Asintiendo papá se fue hacia delante y la quitó la mordaza que había provocado un charco de babas y semen debajo de ella.

—¡Por favor…! ¡Por favor…! —suplicó mi hermana, pero no pudo seguir porque papá la introdujo la polla hasta el fondo.

La seguí torturando un par de veces más y cuándo ví en la cara de papá que estaba a punto de correrse, con los dedos la retraje el capuchón del clítoris y la puse en vibrador directamente. Desde que empecé a jugar con ella, hacia ya unos meses, me di cuenta rápidamente que eso era automático. Tuvo un orgasmo tremendo que tensó sus músculos y crispó su cuerpecito mientras papá la llenaba la boca de esperma. Su cuerpo se cubrió de sudor y quedó inerte sobre el potro mientras respiraba con profundidad. Deje el Hitachi y cogiendo el flagelo empecé a azotarla el chocho. Reaccionó gritando y seguí hasta que vi que se empezaba a enrojecer más de lo conveniente. La masajeé la vagina con la mano hasta que se tranquilizó mientras papá se salía de la boca.

—Hijo, ha sido muy fuerte, —dijo papá mirando el reloj—. Y solo llevamos una hora.

—No hay prisa. ¿La dejamos descansar mientras preparamos lo siguiente? —papá asintió y empezó a liberarla las manos mientras yo hacia lo mismo con los tobillos. La cogí en brazos y suavemente la deposité bocabajo sobre la cama. Sujeté las muñequeras por la espalda mientras papá unía sus tobillos. A continuación, la atrajo hacia el y la dio agua de un botellín. A pequeños sorbos fue bebiendo mientras papá la besuqueaba.

Mientras tanto, cogí una cuerda de cáñamo de 12 cm. que había comprado y me puse a hacer un nudo corredizo de ahorcado. Papá me miraba con interés sin entender que pretendía—. Tranqui viejo, es algo que sé que a Marina la va a encantar, —al oírme, abrió los ojos y al ver el nudo de la cuerda apretó los muslos con una punzada de placer.

—Cuéntamelo.

—Cuándo intuí los gustos de mi hermana, fisgué entre sus cosas y descubrí, además de su diario secreto, unas fotos, unos selfis. Varias de ellas eran así. ¿Coges la cámara para los primeros planos?

—Pues anda que si tu madre las llega a encontrar…

—Pues te puedes imaginar, cuando las encontré no tenía ni doce años.

Mientras papá preparaba la cámara, la levanté de la cama y la situé de pies bajo el gancho del polipasto. La separé las piernas y la coloqué una barra espaciadora para que no las pudiera cerrar. Después, la coloqué el lazo en el cuello, lo ajusté y pasé la cuerda por el gancho. Lo hice subir casi hasta el techo y ya lo tenía todo preparado. Tiré suavemente del extremo de la cuerda hasta que Marina empezó a separar los talones del suelo. Aunque todo lo estaban grabando las multicámaras, papá se esmeraba en los primeros planos.

Poco a poco su cara se fue congestionando tomando un precioso tono encarnado, o al menos es lo que me parecía. Tirando de la cuerda la hacia subir y bajar, y en ocasiones se sujetaba solo con la punta de los dedos gordos. Su caja torácica se expandía trabajosamente en busca de aire, marcando sus costillas.

Cogí el flagelo y empecé a golpearla en el trasero. En ocasiones, encogía un poco las piernas y se quedaba colgada solo del cuello y eso, claramente la excitaba más. La introduje un huevo vibrador en la vagina y cuándo lo active, empezó a gemir. Vimos claramente cómo su excitación aumentaba y cuándo la llegó el orgasmo, elevó las piernas y se quedó colgada del cuello. No exhaló ningún gemido porque por la presión de la cuerda sobre su cuello no pudo. Siguió con las piernas elevadas y empezamos a alarmarnos, tanto, que solté la cuerda y la sujete por la cintura. La levanté y la llevé a la cama y después de tumbarla la quité la soga del cuello y la liberé los tobillos de la barra espaciadora.

—… —dijo mi hermana con un hilo de voz, pero no entendimos que decía.

—¿Qué dices mi amor? —preguntó papá inclinándose sobre ella después de besarla.

—Folladme por favor, —repitió Marina trabajosamente. Papá me miró y asentí: los dos teníamos la polla a reventar.

—Los dos a la vez, —dije y tirando de mi hermana la coloque bocarriba con la cabeza colgando por el borde de la cama. La metí la polla en la boca y papá la penetró por la vagina después de subirla las piernas. Marina gruñía de placer y yo veía cómo mi polla se abría paso por su garganta expandiéndola. Tuvo un par de orgasmos antes de que nosotros nos corriéramos porque tardamos. Mientras me tranquilizaba, seguí con la polla en su boca mientras papá la besaba los pies.

—Hostia puta Jaime: ha sido muy fuerte, —dijo papá mirando el reloj—. ¡Coño! ¿Has visto la hora que es? —negué con la cabeza—. Casi las dos.

—Se me ha pasado el tiempo volando: ya decía yo que tenía hambre, —me incliné hacia mi hermana y levantándola la cabeza pregunté—: ¿Tienes hambre?

—No… quiero que sigáis, —miré a papá que asintió.

—Mientras comemos algo podemos ponerla en el bastidor que compramos en Alixpres.

—¿Cómo era? —pregunté con una carcajada—. ¿El “K9 bondage Stent…” y no sé que más?

—Sí, algo así. Está en esa caja, —respondió papá riendo señalando una caja que había apoyada de la pared—. Hay que montarla. Súbete a la cocina y prepara unos bocatas mientras lo hago. ¿Te parece?

Asentí, y poniéndome un jersey subí por la escalera. Preparé un par de sándwich para cada uno y con un par de tercios regresé al sótano. Papá ya casi lo tenía montado y estaba instalando la sex machine que llevaba incorporada. Lo había colocado encima de la gran mesa de madera maciza para trabajar mejor.

—Estoy pensando que la podíamos dejar aquí encima, —dijo papá—. Así la tenemos más a la vista mientras comemos.

—Me parece bien, —dije dejando la bandeja—. Voy a traerla.

Me acerqué a la cama dónde Marina miraba interesada el trabajo de papá. La quité las muñequeras y tobilleras, e intenté cogerla en brazos pero se me adelanto y me abrazó cómo un koala y así la acerqué a la mesa. La deposite sobre ella y papá la indicó cómo debía situarse y se arrodilló. Las cámaras fijas ya estaban preparadas para gravar, cómo todo lo demás, hasta el último detalle del evento.

El dispositivo consistía en una barra extensible de acero que iba sobre el suelo. De los laterales partían dos barras que terminaban en grilletes para las muñecas y los tobillos. En la parte delantera, hacia arriba, salía otra barra que terminaba en un aro de acero para el cuello y otra un poco más adelante que permitía instalar un dildo para la boca. A la altura de la cintura, salía, también hacia arriba, otra barra que terminaba en un cinturón metálico y más atrás, en el extremo de la barra inferior, otra barra permitía instalar la sex machine.

Cuándo se arrodilló, la sujetamos los tobillos e inclinándose hacia delante la ajustamos el cinturón. Después, la colocamos el collar y la sujetamos las muñequeras.

—¿Te puedes mover cariño? —la pregunté. Mi hermana negó con la cabeza y entonces procedí a instalar el dildo delantero, de cinco centímetros de grosor, introduciéndoselo en la boca lo suficiente cómo para que no tuviera arcadas, pero no la permitía cerraba lo más mínimo—. Pues así te vas a mover menos.

Mientras tanto, papa terminó de instalar lo de atrás—. Hay que lubricarla en abundancia, —dijo y con el bote de lubricante empezó a hacerlo interiormente. Cogía una porción grande y lo introducía dentro de chocho de su hija ayudándose con los dedos. Después embadurnó el dildo de la maquina y lo introdujo ajustándolo.

—Podemos empezar, —dijo papá y acciono el interruptor. El dildo empezó a entrar y salir cuándo empezó a girar la rueda de la intensidad. La gradúo para que empezara desesperantemente despacio—. ¿lo dejamos así por ahora?

Asentí con la cabeza y nos sentamos a la mesa para comernos los sándwich, uno a cada lado de mi hermana. Con alargar un poco el brazo la teníamos al alcance. Me hizo gracia el comprobar que las tetillas la colgaban un poco: creía que no era posible. La cogí con los dedos un pezón y se lo pellizque. Marina respiraba pesadamente. Se notaba claramente que estaba inmersa en el proceso de alcanzar otro orgasmo.

—¿Te gustaría que tuviera más tetas? —pregunté a papá.

—No. Me gusta cómo está: será amor de padre, —respondió  guiñándome un ojo—. ¿Y tú?

—Me da igual. Tetona o no la seguiré queriendo igual.

—Lo que si me gustaría es ponerla un piercing en la lengua.

—Pues por mi vale, pero te recuerdo que solo tiene quince años, bueno en dos meses dieciséis.

—Tienes razón: vamos a esperar.

—Lo que si podríamos hacerla, porque sé que le gustaría, es marcarla de alguna manera, —y ante la cara de extrañeza de papa, añadí—: Lo leí en uno de sus diarios secretos.

—¿Pero marcarla de que manera?

—Para que quede constancia… física de que es de nuestra propiedad, —papa arqueo las cejas en el mismo momento en que Marina empezaba a gruñir con un orgasmo—. Lo podemos hacer de dos maneras. Una con un sello al rojo vivo y otra con un anillo y una chapa por ejemplo en uno de los labios vaginales.

—Ya lo hablaremos, —dijo papá mientras seguíamos comiendo y mi hermana gemía sin descanso—. Además, habrá que preguntarla que opina.

—Ya sabes que hará lo que la digamos. Pásame el mando, —y cuándo lo tuve subí la intensidad de golpe. El dildo empezó a entrar y salir a mucha velocidad y Marina automáticamente se corrió otra vez. Solo profería gruñidos porque con la boca ocupada no podía gemir a gusto. Después bajé nuevamente la intensidad y lo deje cómo estaba—. La gustan los imprevistos.

—Lo de la anilla en el chocho descartado: no quiero nada que me estorbe. Por cierto, he estado pensando que este verano podríamos empezar a exhibirla en público, —dijo de pronto papá levantándose para echar un poco de lubricante en la vagina de su hija.

—Yo también llevo tiempo dando vueltas a ese asunto, pero no sé, me da miedo que nos vean…

—No es problema porque lógicamente no lo haríamos en Madrid, y por supuesto en Barcelona, Valencia dónde mi empresa tiene delegaciones y me conoce mucha gente.

—¿Entonces hablas de viajar?

—Claro. Podemos hacerlo los tres juntos o por separado. Marina no se parece en nada a nosotros. Se puede hacer pasar por tu novia o por la joven amante de un viejo en mi caso.

—Por cierto, ¿estamos seguros de que mama…?

—Tranquilo que es tu hermana, —me interrumpió riendo—. Yo también me mosquee en su momento y cuándo tenía dos añitos la hice una prueba genética sin que tu madre se enterara. No hay ninguna duda de que es mi hija.

—De todas maneras me da igual: para mi siempre será mi hermana. Volviendo al tema de los viajes, me mola la idea de pasearla medio en bolas por la calle, pero claro el dinero…

—De eso no te preocupes, —me interrumpió al tiempo que accionaba la rueda de la intensidad y el dildo empezaba a entrar y salir frenético—. Lo tengo todo previsto: luego lo hablamos.

Automáticamente, mi hermana empezó a gruñir y cómo la vez anterior se corrió. Bajo la intensidad, se levantó y trajo uno de los electroestimuladores. Sacó los electrodos que terminaban en pinzas y colocó uno en cada pezón. Los conectó al aparato y empezó a subir la intensidad. Las tetillas de mi hermana empezaron a contraerse en movimientos automáticos. Marina gruñía y entonces, cogí un vibrador y se lo puse directamente en el clítoris. Su reacción fue tan fuerte que pensé que iba a volcar.

La dejamos unos minutos más hasta que llegó a otro orgasmo y decidimos darla un descanso—. Así hablamos un poco de lo que he pensado sobre vuestro futuro laboral.

La sacamos del dispositivo y en brazos papá la llevó a la cama dónde la tumbó con cuidado amoroso, mientras subí a por dos copas de whisky.

Todavía quedaba toda la tarde por delante.