sábado, 30 de abril de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 6)




Casi ha pasado un mes y durante esos días el plug del culo ha ido aumentando paulatinamente: me sorprende que haya tantos tamaños. La verdad es que empiezo a sentir alguna incomodidad cuándo ando, pero la certeza de que se aproxima el día en que me penetrará por el culo me mantiene un poco cachonda, y la verdad, no sé a que espera.
Una tarde, aprovechando que íbamos a ir de compras para aumentar un poco mi reducido vestuario, mi padre me volvió a exhibir, esta vez descaradamente. Íbamos a ir a un outlet de las Rozas dónde están presentes las primeras marcas. Ese día, cuándo llegó a casa y antes de salir, me entrego una bolsa.
—Ponte esto, —me dijo a pesar de que ya estaba vestida. En la bolsa había un vestidito corto, amarillo pálido, con dos tirantitos y poco más.
—Con esto no puedo llevar sujetador, —le dije.
—Pues, no lo lleves, —dijo papá con una sonrisa.
En los pies me puse unas sandalias amarillas con mucho tacón que fueron de mi madre, y es que desde hacia unos días exploraba su ropa: aunque ya había adelgazado unos kilos, todavía no me la podía poner.
Cuándo llegamos al aparcamiento me dijo que me quitara el tanga y se lo diera. Así lo hice, se lo guardó en el bolsillo y salimos del vehículo. Iba muerta de vergüenza, notaba las tetas muy sueltas, y encima con el chocho al aire y el plug metido en el culo. ¡Joder! a la vez estaba muy excitada. Según andábamos tenía la impresión de que se me iba a subir el vestido de golpe y se me iba a quedar cómo si fuera una bufanda. De vez en cuándo tiraba de él hacia abajo, pero no lo podía hacer mucho para no quedarme con las tetas al aire. Papá se partía de la risa y yo me excitaba más. Me aterrorizaba la idea de que empezara a segregar allí, en medio de todo el mundo. Papá de vez en cuándo, me martirizaba: me pasaba la mano por el trasero y con disimulo me movía el plug. En un par de ocasiones me metí en el baño a toda prisa para limpiarme. Compramos muchas cosas y cuándo regresamos al vehículo lo primero que hizo papá fue meterme la mano en la entrepierna. Y allí, sentada en el coche en el aparcamiento de Las Rozas Village me corrí y no fue de incógnito: bastantes personas me vieron y algunas más me escucharon. Después, cómo si tal cosa, papá arrancó con una sonrisa de satisfacción y regresamos a casa.



Unos días después de regresar del fin de semana en la sierra, papá trajo el listado de casas y me puse a trabajar con él. Primero estuve mirando las características de cada una para ver cuales se ajustaban a los deseos de papá y cuales no. Con las que pasaron la primera criba, me puse a localizarlas para ver dónde estaban y si estaban bien comunicadas por metro con el centro de Madrid. Las que sí, miré en el Google Maps para ver la zona y el aspecto exterior con el Street View. Finalmente, seleccione tres: una en la colonia Mirasierra y otras dos en un lugar próximo llamado Tres Olivos y del que no había oído hablar en mi vida.
Ese fin de semana, papá llegó a casa con las llaves de las casas y el sábado estuvimos visitándolas. Finalmente, nos decidimos por una de las casitas de Tres Olivos. Dos dormitorios con baño arriba y abajo un despacho, salón y cocina. También tenía un garaje, un sótano y un jardín delantero y trasero. Una de las cosas que más me gustó es que el jardín trasero quedaba totalmente aislado del resto de las casas y nadie nos vería: podría tomar el sol en pelotas libre de miradas indiscretas.
—¿Cómo lo vas a pagar? —pregunté a papá mientras regresábamos a casa.
—Cariño, de eso no te preocupes. Además, esto me va a salir a “pelo puta”: ya te dije que es del banco.
—Y ¿cuánto ganas en el banco?
—Unos seis mil fijos… más ciertos incentivos. Pero cambiemos de tema: ¿has decidido ya que vas a estudiar en la universidad?
—Pues no. Me atrae estudiar psicología, pero no se.
—Antes en tus cartas me decías que te gustaba la economía.
—Y me gusta mucho todo lo que tenga que ver con la empresa y tal, pero no sé, son cinco años.
—En esto no quiero influir en ti, pero deberías hacer algo en ese campo. Ten en cuenta que, por ejemplo, y solo es una idea, tengo catorce pisos más la casa familiar, que la vamos a dejar libre. Ahí tienes una base para empezar un negocio.
—No lo he descartado papá, pero es que me da mucha pereza estar cinco años…
—Pues haz una diplomatura. Creo que Empresariales son tres años, y si estudias cómo una burra igual lo puedes acabar en menos tiempo. O lo puedes complementar con algún máster o algo así.
—No había pensado en eso.
—Lo que si vas a hacer es informática y además desde ya, que he visto que estás muy verde.
—Es que en el cole, las brujas, lo más moderno que tenían era un ábaco, —respondí con humor. Papá se echó a reír.
—Anda, no seas payasa.
—Papá, no exagero.
—Tengo un conocido que tiene una escuela de informática y que no cierra en agosto: mañana le llamo para que empieces el lunes.
—Sí papá.
Regresamos a casa un poco antes de cenar. Después nos sentamos un rato en el sofá mientras terminábamos nuestras copas de vino. Entonces papá empezó con el recital. Daba la sensación de que había sacado el manual por el capítulo uno e iba por orden. Directamente metió la mano entre mis piernas y alcanzó la vagina. Me estimuló mientras me besuqueaba la boca y cuándo la tuvo dura me hizo cabalgar sobre él y me penetró después de embadurnarse con lubricante. Estuve culeando mientras el me miraba y me sobaba las nalgas, las tetas y todo lo que tenía a mano. Llegué al orgasmo, pero papá no me dejó parar: dándome azotes en el trasero me obligo a seguir. Estuve mucho tiempo cabalgando y creo que tuve un par de orgasmos más. Estaba terriblemente cansada y todo mi cuerpo brillaba de sudor. Entonces, de improviso, me hizo descabalgar y poniéndome de rodillas me agarro por el pelo mientras se masturbaba con la mano.
—¡Abre la boca! —ordenó. Le obedecí y un chorro de esperma se introdujo en el interior con una puntería asombrosa. Los siguientes chorros ya dieron en otros lugares de la cara mientras yo intentaba atrapar gotas con la lengua. Mientras me mantenía cogida por el pelo, con el dedo estuvo limpiándome los restos de semen llevándolo hacia la boca dónde lo degustaba agradecida.
Me cogió de la mano, subimos al dormitorio y me hizo tumbarme sobre la cama. Me separó las piernas y comenzó a chuparme la vagina. No me dejaba correrme, cuándo notaba que me llegaba paraba y volvía a empezar. Así varias veces. Entonces, se puso a buscar algo de la caja de los juguetes y sacó algo que nunca había visto: un aro. Se lo colocó en la base de la polla y me hizo chuparla hasta que se puso dura: yo creo que incluso más de lo normal. Entonces empezó el carrusel: cada vez que tenía un orgasmo me cambiaba de postura, y así estuvimos un rato largo. Entonces se quitó el aro, estuvo besándome un buen rato y se lo volvió a colocar, y continuamos. Siguió fallándome en todas las posturas y posiciones que puedan imaginar. Su cuerpo brillaba por el esfuerzo, pero no paraba. Creo que fue la primera vez que le vi a papá marcar los abdominales. Yo también sudaba por los orgasmos y las posturas que me hacia adoptar. Casi al final, se quitó el aro, me puso a cuatro patas, me quitó el plug y cuándo creía que por fin me iba a desvirgar el culo, solo me metió un par de dedos mientras me follaba desde atrás. Se corrió al tiempo que yo lo hacia también.
Después de reposar un rato, papá se fue a duchar pero yo me quedé cómo en trance. Cuándo salió del baño, se preparó una copa de ginebra, apagó la luz y se sentó en el sillón contemplándome. A los pocos segundos, me deslice fuera de la cama y a gatas me situé entre sus piernas. Me senté en el suelo y coloqué la cabeza en su regazo.



Cuándo abrí los ojos papá ya no estaba a mi lado para follarme, cómo todas las mañanas. Miré la hora en el móvil y no era tarde. Me levanté, bajé al salón y tampoco le vi. Sentí ruido en el sótano y bajé
por la estrecha escalera: papá estaba con las pesas haciendo brazo.
—Buenos días bella Durmiente.
—Es muy temprano, —me quejé.
—Ya sabes lo que dice el refrán: “al que madruga, Dios le ayuda”. Vamos, coge esas mancuernas, —dijo mientras sacaba una riñonera de cuero. Me la colocó alrededor de la cintura, pero me estaba muy grande: le faltaban agujeros—. Mañana te compraré una de tu talla.
¡Joder! Estaba todavía medio “sobada”, no había tomado café, ¡no me había follado! Y estaba haciendo brazo a las nueve de la mañana con unas pesas.
La cosa no quedó ahí: durante una hora me tuvo saltando, flexionando y haciendo abdominales. Esto último fue lo peor: tuve que hacer los mismos que él, más de mil. Cuándo terminamos tenía el abdomen que me quería morir y me imaginaba que al día siguiente los tendría peor.
—¡Venga! Vamos a hacer algo, —le mire esperanzada pensando que por fin me iba a follar e íbamos a dejar de hacer ejercicio, pero me equivoqué—. Ponte las zapatillas y vamos a correr.
Flipando le seguí hasta el dormitorio, nos vestimos con las cosas de correr y salimos a trotar por ahí casi ¡una hora! Regresamos y después de hidratarnos y ducharnos papá no me puso el plug, me puso un consolador, y más gordo que lo que había tenido metido en el culo durante estos días. Entró con cierta dificultad y me dolió un poco, un dolor que dio paso a un intenso placer. Me ordenó ponerme unas bragas para que no se saliera y bajamos al salón. Andar con eso metido en el culo es francamente molesto, pero según lo hacia el placer iba aumentando, y papá lo sabía. Me puso una correa ancha en el cuello, sujetó una cadena de perro y tirando de ella me hizo dar vueltas, primero por el salón, y luego por la cocina. Subimos otra vez a la planta de arriba y después de recorrer los dormitorios volvimos a bajar. Para entonces ya estaba que me corría viva, pero entonces descubrí algo que desconocía: el consolador podía vibrar. Papá tenía un mando bluetooth para activarlo. Cuándo en medio del salón lo hizo se me aflojaron hasta las piernas, noté cómo me mojaba y llegué al orgasmo. Me dejé caer en el suelo y me quedé allí tirada mientras papá insistía con el mando hasta que me fui tranquilizando. Mientras tanto se sentó en el sofá, y cuándo termine de tranquilizarme, me llamó con el dedo. Me acerqué a cuatro patas, me arrodille entre sus piernas y atrapé con la boca la polla que me ofrecía.
No me dejó chapársela cómo Dios manda. Me la sacaba de la boca y la pasaba por mi cara, o me daba pollazos en las mejillas, o todo lo que se le ocurría. Cuándo se cansó nos fuimos a la cocina a preparar la comida y luego se sentó en el sofá y yo me acurruque a su lado con una copa de vino blanco: me estoy aficionando al vino bueno.
Estuvimos viendo una peli en la tele por cable: un dramón de esos que le gusta a papá. Yo, estando a su lado, me da igual, además, me quedé dormida acurrucada junto a él.



A media tarde me desperté con la vibración del consolador que tenía en el culo y la mano de papá que me acariciaba el chocho. Mi respiración se fue haciendo más profunda y papá me atrajo hacia su pecho. Mientras saboreaba mis labios me corrí.
Cogió la cadena, me hizo levantarme y tirando de mí subimos las escaleras y entramos en el dormitorio. Cogió de la caja de los juguetes unas madejas de cuerda, se sentó en el borde de la cama y me hizo arrodillarme entre sus piernas.
—Date la vuelta y dame la espalda, —me ordenó y obedecí instantáneamente—. Pon las manos por detrás de la nuca.
Con la cuerda me ató las manos y luego siguió haciendo una serie de ataduras muy elaboradas hasta que mis codos se quedaron juntos por encima de la cabeza. Con el extremo sobrante me rodeo varias veces el cuello. Me hizo tumbarme bocarriba en el centro de la cama, me flexiono las piernas y me las ató a la cama muy separadas. Con el dedo medio empezó a estimularme el clítoris por encima de las bragas y al momento ya estaba jadeando y al rato me estaba corriendo. Mientras me recuperaba papá me agarró las bragas y las destrozo con las manos, y casi me corro instantáneamente otra vez. Me tenía loca: me chupaba el clítoris, los pezones, me metía los dedos en el chocho, me estimulaba con un vibrador y yo encadenada orgasmos uno detrás de otro. Finalmente, empezó a jugar con el
consolador del culo: lo movía, lo giraba, lo sacaba del todo y lo volvía a meter.
Le miré y vi cómo se embadurnaba de lubricante la polla, y tuve la certeza de lo que iba a pasar. Se inclinó sobre mí, colocó la punta en mi ano y presionó para que entrara un poco. Yo contenía la respiración mientras papá se tumbaba sobre mí, y pasaba los brazos por debajo me abrazó. Lentamente, muy poco a poco, fue presionando y noté la polla de papá, en todo su esplendor de seis centímetros de diámetro, presionando los laterales de mi ano. Mientras lo hacia me miraba fijamente para no perderse nada de mi reacción. Tenía la boca muy abierta, pero era incapaz de emitir algún sonido. Cuando llegó a la mitad paró y me estuvo morreando mientras yo, frenética, intentaba atrapar sus labios con los dientes. Entonces empezó a bombear despacio y con cada envestida entraba un poco más. Se me debieron poner los ojos en blanco y cuándo empezó a coger ritmo exploté. Respiré, chillé, berreé, gemí y me corrí. Papá continuó incansable y empecé a sentir sensaciones maravillosas cómo su pelvis presionando mi clítoris. Finalmente, se corrió, se derramó en mi interior mientras gritaba de placer. No pudo coincidir conmigo, pero siguió bombeando hasta que yo alcancé el último orgasmo aunque para entonces la polla de papá había perdido consistencia. Me tuvo abrazada un buen rato mientras me besaba incansable por todas partes. Después salio de mí y empezó a deshacer los nudos de las cuerdas que me inmovilizaban. Yo seguía cómo en trance y extremadamente sensible: el más mínimo roce me hacia vibrar. Después de desatarme los brazos estuvo un buen rato masajeándomelos para volver a activarlos. Finalmente, salto de la cama y se fue a la ducha. Me quedé tirada en la cama, despatarrada, cómo si estuviera en el cielo. Cuando oí que cerraba el grifo del agua, salté de la cama, baje corriendo al salón, prepare una copa de ginebra y subí a la carrera. Cuándo salio de baño me encontró de pie junto al sillón. Se aproximó y rodeándome la cintura con el brazo me beso en los labios. Se sentó en el sillón y le di la copa. Después, apagué la luz, me senté en su regazo y me refugie en su pecho.










jueves, 21 de abril de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 5)


Cuándo suena el despertador no digo ni pregunto nada a papá. Le toco con la mano para que sepa que estoy despierta y le dejo hacer. Mi padre es tu tío muy ordenado y metódico, y en esto también. Igual que por la noche que me folla siempre en la postura del misionero, por la mañana es parecido pero variando de postura: primero me la mete en la boca y a continuación me folla a cuatro patas. Un polvo rápido y listo. Los juegos y las innovaciones las deja para la tarde. Después, me deja recién follada sobre la cama mientras se afeita y se ducha. Normalmente, me quedo dormida y no le oigo irse. Así todas los días desde que me he convertido en su incondicional y devota amante.
Parece que llevo toda la vida durmiendo con él, pero solo son quince días. Ya no me pasa cómo el primer día que me desperté a las tantas. La alarma de mi móvil suena a las nueve de la mañana y me levanto rápidamente para no quedarme dormida otra vez: siempre cabe esa posibilidad. Si toca correr, me planto las zapatillas y salgo a corretear por ahí un rato. Supongo que con el tiempo iré haciendo más distancia. Y si no, me bajo al sótano y me lío con los abdominales y las pesas, pero la verdad es que no me mato con ellas. Estás rutinas se están instalado en mi vida, aunque supongo que cuándo empiece la universidad variaran bastante.
Pero me estoy adelantando. El segundo día me levanté cuándo sonó el móvil y cómo ya he dicho salí a corretear aunque reconozco que fue poco. Regresé, me desnudé y me puse el plug: lo tenía pactado con papá. Después de desayunar, pillé la aspiradora y los trapos y me subí al desván: madre mía cómo estaba. A pesar de hacerlo con la aspiradora, levanté una polvareda de narices, tanto, que me tuve que poner un pañuelo tapándome la nariz y la boca. Cuándo me miré en un antiguo espejo de cuerpo entero me quede asustada: parecía una croqueta. Entonce, a través del espejo, reparé en un pilotito rojo que parpadeaba en el techo. Me acerque a ver que era y comprobé que era una cámara y que estaba funcionando. Recordé lo que me dijo papá el día anterior sobre que él se enteraba de todo. Seguí limpiando mirando de reojo la cámara y a eso de las dos termine. Había localizado los baúles con la ropa de mama, y después de limpiarlos los bajé atando una cuerda al asa y dejándolos resbalar por la escalera abajo. Arrastré los baúles hasta mi antigua habitación y me fui a duchar: ya revisaría su contenido en otro momento.
Comí algo de fruta y me puse con la escoba. Según barría miraba por todas partes intentando descubrir más cámaras y no encontré ninguna. Estaba en el salón cuándo sonó un mensaje de whassap en el móvil: era papá.
—«Túmbate bocarriba en la mesa del salón».
Me quede desconcertada y después de unos segundos reaccione y retire todo lo que había sobre ella. Después, con el móvil de la mano me tumbe cómo me había dicho papá.
—«Levanta las piernas y sepáralas todo lo que puedas» —dijo el siguiente mensaje. Así lo hice.
—«Acaríciate el clítoris» —empecé a acariciármelo y noté cómo empezaba a abultarse.
—«Con la otra mano pellízcate los pezones» —dejé el móvil sobre mi vientre y empecé a pellizcarme cómo me había dicho papá. Sonó otra vez y con los nervios, al ir a cogerlo, se me escapó de la mano y se fue al suelo despanzurrándose. Mire las piezas con ojos de pánico y al pensar en el castigo de papá por cargarme el puto móvil me puse más cachonda. Poco a poco fui acelerando la mano hasta que unos minutos después llegué al orgasmo. Cuándo me tranquilice, me baje de la mesa y estuve recogiéndolas piezas. Lo pude montar otra vez, lo active y vi que había un último mensaje de papá.
—«Muy bien hija: buena chica».


Un poco antes de que llegara papá, me duché otra vez: quería estar bien limpia para el. Cuándo llegó, subió al dormitorio y mientras arrodillada le desanudaba los zapatos se fue quitando la camisa y la corbata. Terminó de desnudarse y se metió en la ducha. Mientras tanto le esperé anhelante de rodillas en el suelo. Salió terminándose de secar el pelo con la toalla, se sentó en el sillón que hace las veces de descalzadora y me llamó con el dedo. Me acerqué despacio gateando y empecé a restregar el rostro con su polla que fue reaccionando poco a poco. Recorrí con la lengua toda su longitud hasta llegar a la punta y poco a poco me la metí hasta el fondo de la garganta: cada vez se me daba mejor. Para entonces la polla de papá estaba dura de cojones y me hacia feliz la facilidad con que conseguía que se excitase y se endureciese. Seguí chupando y en ocasiones le chupaba también los huevos y el ano. Papá, con la cabeza recostada en el respaldo y los ojos cerrados, disfrutaba de mi esmerado trabajo. Finalmente, se corrió y le hice chillar mientras con la lengua le masajeaba el glande.
—Cada vez lo haces mejor mi amor, —dijo. Cómo la tarde anterior me quedé sentada en el suelo con mi cara junto a su polla por la empezaba a sentir devoción.
—Papá, ¿por qué hay una cámara en el desván y otra en el salón?
—Hay cámaras en todas las habitaciones de la casa.
—¿En todas? —pregunté incorporándome— ¿Aquí también?
—Claro, y además voy a poner una sola para ti para que te siga por todas partes y grave constantemente lo preciosa que eres, —bromeó. La cara se me iluminó de felicidad.
—Y ¿Hace mucho que están?
—Siete u ocho años, —y riendo añadió— tenía a mama vigilada constantemente.
-¿No te fiabas de ella?
—Al contrario: te puedo asegurar que tu madre era la persona en quien más confiaba de todas las que conozco.
—¿Entonces?
—Tu madre era una exhibicionista crónica. Ella me pidió que las instalara para que pudiera verla a cada momento desde la oficina.
—Y ahora las usas conmigo.
—Por supuesto. De hecho, renové toda la instalación un par de meses antes de que terminaras el internado: cambie las viejas cámaras por unas nuevas HD.
—Y ¿Dices que a mama le gustaba?
—¿Qué si le gustaba? Ya te digo: tengo horas y horas de grabaciones haciendo de todo lo que puedas imaginar. ¿Te acuerdas que un par de veranos te mandamos a un campamento? —asentí con la cabeza— pues cogimos la autocaravana, que la acabábamos de comprar, y nos fuimos a un camping nudista con playa: disfruto cómo una enana. Todo el día en bolas delante de todo el mundo y yo con mi cámara siguiéndola a todas partes. Además, la playa era bastante liberal y follamos unas
cuantas veces delante de los demás bañistas. Y no fuimos los unicos.
—¿Sí?
—Ya te digo, —y soltando una carcajada, añadió—. Fíjate cómo era la cosa que en ocasiones mama se cabreaba conmigo porque decía que la gente miraba más mi polla que a ella.
—Quiero verlas, quiero ver esas grabaciones.
—Todo lo de tu madre está guardado en la nube: luego te doy el enlace y la clave. Y ahora ven, siéntate en mi regazo que me apetece tocarte el chocho.
Me levanté y que acurruqué en su regazo con la mano de papá en la vagina. Me besó en los labios: ¡Joder! Cómo solo sabe hacer él. Cuándo me mete la lengua en la boca noto cómo el chocho se me inunda y los pezones se me endurecen. Sé que mi reacción le gusta porque es natural, no es impostada. Mis jadeos eran evidentes y eso que aunque le estaba mojando la mano, él, aún no la movía: solo la tenía en contacto. Siguió morreándome y entonces, mientras me sujetaba por el chocho me dejó caer al suelo dejándome de rodillas entre sus piernas.
—Separa bien las piernas, pon las manos en la nuca y no te muevas, —me ordenó. Le obedecí inmediatamente y empezó a masajearme la vagina y el plug con la mano mientras me empezaba a susurrar en el oído—. Zorra, te vas a correr en mi mano cómo la puta que eres. ¿A qué esperas perra? Mójame la mano con tus jugos. Vamos zorra.
Sus palabras me ponían a cien, mi deseo se disparaba y mis gemidos iban en aumento. Llegué al orgasmo y mi cuerpo se descontroló: me incliné hacia delante apoyándome en su brazo mientras el me mantenía firmemente agarrada por la vagina, e incluso las manos se me separaron de la nuca.
—Muy bien zorra, —dijo mientras me agarraba por el pelo y tiraba hacia detrás—. Vamos puta: abre la boca.
Le obedecí, sacó la mano de mi chocho y dejó gotear mis jugos en el interior de la boca. Después me metió los dedos y me ordenó que chupase. Sentí tal oleada de placer que casi tuve otro orgasmo. Asida por el pelo me tumbó en el suelo, se levantó, se puso los pantalones cortos y bajo al salón, no sin antes decir con una sonrisa—. Cuándo te recuperes baja.


Estuve un buen rato tirada en el suelo, sudorosa y con la mano agarrándome el chocho. Al cabo del rato me levante y me di una ducha rápida porque había sudado cómo una cerda.
Cuándo bajé, papá estaba en el despacho, con el ordenador.
—Ven, siéntate aquí, —dijo apartando un poco el sillón para que me sentara sobre sus piernas—. Estos son los archivos de tu madre.
—Pero si hay un montón, —dije al ver los cientos de carpetas.
—Hay muchos que ni los he visto: principalmente las grabaciones diarias.
—¿Grabaciones diarias?
—Claro, las cámaras graban constantemente cuándo detectan presencia y el sistema lo archiva automáticamente en la nube.
—¿Y a mí también me gravas? —pregunté. Cómo respuesta papá pincho un archivo y aparecí encima de la mesa masturbándome: lo que había ocurrido hacia escasamente unas horas. Al verme despatarrada sentí una punzada de placer y la espalda se me arqueó ligeramente—. Porfa, pon alguna de mama.
Buscó el archivo y vi a mama trajinando desnuda por la casa igual que yo hacia. Papa siguió pinchando archivos y la seguí viendo haciendo de todo: barriendo, haciendo ejercicios con las pesas, leyendo, tecleando en el ordenador y muchas más cosas. El recuerdo hizo que se me escapara alguna lagrima mientras papá me acariciaba cariñoso y me besaba el cabello.


Mientras cenábamos, papá me informó de algo que había pensado.
—He pensado que podíamos coger la autocaravana e irnos al puerto de Cotos a pasar el finde.
—¿Todavía la tenemos?
—Sí, esta en un garaje pero hace más de dos años que no la muevo: desde que murió tu madre. Le he dicho a un mecánico que conozco que la haga una puesta a punto.
—¡Ah! Pues genial.
—Mañana por la tarde me esperas a la salida de banco y vamos de compras: necesitaras botas de trekking, mochila y algo más. Ya veremos. Así estrenas la tarjeta: mañana te la doy.
Al día siguiente esperé a papá cómo me había dicho y experimenté un nuevo tipo de placer totalmente desconocido para mi: comprar y pagar con tarjeta. Me había vestido con la ropa que papá me había dejado preparada: pantalón vaquero corto, camiseta ajustada blanca y chanclas. Tengo que reconocer que desde que estoy adelgazando estoy más buena y la ropa me siento mejor. Estoy deseando bajar de cincuenta cómo me ha ordenado papá.
Fuimos a una conocida tienda de la calle O´Donnell y compramos todo lo necesario. Durante todo el tiempo que estuvimos en ella, papá no perdía oportunidad de pasar la mano por mi trasero, en ocasiones descaradamente, y a pesar de la vergüenza que sentía, me gustaba, y me gustaba mucho.
Durante el resto de la semana, tuve las botas puestas permanentemente por orden de papá. Quería que las fuera domando para que no tuviera problemas durante el fin de semana. En casa, mientras hacia las cosas de casa desnuda, también las llevaba.

El viernes esperé a papá en la puerta del banco y cuándo salió fuimos a por la autocaravana.
Llegamos al Puerto de Cotos pasadas las ocho de la tarde después de tragarnos todo el tráfico de salida de Madrid por la carretera de La Coruña. Cómo había algunos coches en la parte alta del aparcamiento, nosotros lo hicimos en la parte baja para tener más intimidad. Aunque había sido un día de mucho calor en Madrid, allí la temperatura bajo rápidamente en cuánto el sol se escondió por detrás de las montañas. Nivelamos el vehículo y nos pusimos a preparar la cena. Experimenté un nuevo placer que no conocía, y esta vez no fue preparado o previsto por mi padre. La casa de Madrid es grande y aunque normalmente a mi padre le gusta tener contacto físico conmigo, lo cierto es que normalmente hay una separación física entre ambos. Aquí no. La autocaravana es tan estrecha que cualquier cosita que hacemos entramos en contacto, nos rozamos y mucho, y me encanta. Me encanta que me roce el trasero cuándo pasa de un lado a otro, que me lo toque cada dos por tres, que me ponga las manos en las caderas, en definitiva: que me meta mano. Desde luego a papá no hay que animarle y yo estoy en una excitación constante.
—Esta noche va a hacer frío, —dijo papá.
—Si, se nota fresco ya.
—Voy a encender el generador para poner la calefacción.
—Si no quieres, por mi no lo hagas papá. He traído un polar.
—Ya, pero es que yo prefiero tenerte a mano sin el polar, —dijo riendo.
—Pues entonces si: pon la calefacción. Me apetecía cenar fuera bajo todas estas estrellas.
—No hay problema: cenamos fuera y te meto mano dentro.
—Genial.
Mientras preparaba la cena, papá conectó el generador y sacó la mesa y las butacas. Fue muy agradable, cuándo terminamos y apurábamos nuestras copas de vino, papá apagó todas las luces y nos quedamos un buen rato bajo la formidable bóveda estelar de una limpia noche sin luna.
—Cuándo entremos te voy a tener que poner la mordaza, —dijo papá mirando hacia la parte alta del aparcamiento dónde los ocupantes de varios coches tenían organizado un ruidoso botellón.
—Genial, —dije entusiasmada. En poco tiempo me había aficionado a todo lo que se le ocurría a papá—. Pero con el ruido que están haciendo…
—Ya, pero cuándo se callen, por la noche se oye todo. La verdad es que me da igual, lo que quiero es tenerte amordazada.
—¡Ah! Pues entonces ya está, —me quedé pensativa unos segundos y continué—. ¿Sabes una cosa que me gustaría papá?
—Dime.
—Poder vivir cómo una pareja normal.
—Ya lo hacemos.
—No, no lo hacemos porque somos padre e hija y los vecinos nos conocen, ya sabes.
—¿Y que quieres, que nos cambiemos de casa?
—Y de ciudad, y de país: eso ya sería la pera, —papá se echó a reír.
—De ciudad y de país no es posible. Cómo estoy en el banco estoy bien: casi tengo un horario fijo y gano mucho dinero. Nunca he querido ascender más porque entonces tendría que vivir para el banco y yo necesitaba tiempo para tu madre, y ahora para ti. Pero lo de cambiar de casa si es posible.
—¿Sí? —pregunté visiblemente interesada.
—Sí, de hecho, somos propietarios de varias viviendas, lo que pasa es que no son unifamiliares: para jugar contigo necesito que lo sea.
—¿Y si compramos otro chalé?
—El lunes voy a traer un listado del banco. Podrías dedicarte a mirarlos a ver si encuentras algo apropiado al otro lado de Madrid.
—Y esas casas que dices que tenemos ¿dónde están?
—Por todo Madrid y alrededores.
—Pero ¿cuántas son? Y ¿para que las quieres?
—Son catorce, y son una inversión. Se las he ido comprando al banco: gangas ya sabes. Están todas alquiladas: sacamos más de seis mil euros al mes.
—Y entonces ¿cuándo me traigas el listado me pongo a buscar?
—Sí. Lo ideal seria unifamiliar, no muy grande, con jardín, con sótano, y muy importante: comunicado por metro con el centro. Así no me llevo el coche.
—¿No te hace falta en el banco?
—Para nada: cuándo tengo que salir a visitar a algún cliente voy con un conductor del banco. Y vamos a dejar la charla que se me esta poniendo dura solo de pensar en el polvo que te voy a echar.
Me levante automáticamente y entre en la autocaravana mientras papá plegaba la mesa y las butacas y las guardaba. El interior estaba caldeado y se notaba mucho calor al entrar desde el frío del exterior. Cuándo papá entró, yo ya había desplegado la cama y me encontraba desnuda sobre ella. Se quitó la ropa y de uno de los armarios sacó una bolsa de deporte. De su interior sacó muñequeras y tobilleras de cuero y una mordaza hinchable. Me puso las tobilleras y las muñequeras y se tumbó a mi lado. Me abrazó y me estuvo besuqueando por todas partes: creo que no dejó un solo centímetro mío sin besar. Cuándo llegó a mis pies unió las tobilleras con un mosquetón. Después se centró en mi boca mientras me sujetaba las manos a la espalda con las muñequeras. Estuvo mucho tiempo peleando con mi lengua, mordisqueándome los labios al tiempo que movía el plus de mi culo. Con el deseo disparado intentaba atrapar su lengua con mis labios, con mis dientes y eso me ponía más cachonda si cabe. Cuándo me tocó el chocho con la mano me corrí automáticamente. Papá siguió con la boca pegada a la mía respirando mis gemidos. Notaba su polla firme, enorme, rozándome en vientre mientras seguía besándome, y la anhelaba, deseaba que me la metiera hasta el fondo y me partiera en dos. Cómo si me leyera la mente, me soltó las manos, se separó y unió las muñequeras con las tobilleras. Me colocó bocabajo y me quedé con el trasero en popa. Noté cómo me introducía un par de dedos en la vagina, vi, y sentí, a través de mis piernas cómo con el pulgar me estimulaba el clítoris. Igual que si hubiera dado a un interruptor volví a correrme y a berrear mientras entre mis piernas veía poderosa la polla de papá dispuesta a ensartarme. Y lo hizo. Después de lubricarla me la introdujo lentamente hasta que la mitad estuvo dentro. Empezó a bombear y con cada embestida iba entrando más. Notaba la presión contra el fondo de la vagina cuándo papá metió la mano por debajo y empezó a estimularme el clítoris. Mientras chillaba cómo una demente con el nuevo orgasmo, noté cómo papá se derramaba en mi interior abundantemente. Desde que empezamos la relación, hace poco tiempo la verdad, es la primera vez que está tanto tiempo sin follarme: hoy, por el viaje, no ha habido sesión de tarde.
El resto del finde también fue genial. El sábado, polvo mañanero, excursión por las cumbres de Peñalara con polvo silvestre incluido, y regreso a la autocaravana para cenar, follar y dormir. El domingo lo mismo pero por la Bola del Mundo y regreso por la tarde para regresar a Madrid.
Ha sido un fin de semana fantástico.

jueves, 14 de abril de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 4)

Dicen que los sueños más recientes, los que recordamos, se producen en el último segundo antes de despertarnos. Eso me debió pasar a mi porque cuándo sonó el despertador estaba soñando con los acontecimientos del día anterior y el enorme placer que me proporcionó papa.
Estaba desnuda sobre la cama: había sido una noche de calor de primeros de julio. De todas maneras, desde que duermo con el nunca más he vuelto a usar pijama, camisón, salto de cama, ni nada parecido: dormir junto a mi padre es cómo dormir junto a una estufa. En verano tiene sus inconvenientes, pero en invierno no.
Tenía el plug en el culo: hasta nueva orden iba a dormir siempre con el. Noté cómo me movían y abrí los ojos un poco deslumbrada por la luz de la lamparita de la mesilla de noche. Me estaba colocando unas muñequeras de cuero que girándome bocabajo sujeto a la espalda. Miré a la ventana y vi que estaba oscuro: no entraba luz por las rendijas de la persiana.
—¿Qué hora es? —pregunté soñolienta, pero cómo respuesta me metió la polla en la boca mientras me mantenía sujeta por el pelo. Cogió el iPhone, marcó un número y estuvo dando instrucciones a alguien sin sacármela de la boca: luego me enteré que era el buzón de voz de su secretaria. Me dio la vuelta, me puso de rodillas, me sujetó nuevamente por el pelo y me inclinó hacia delante hasta que mi cara reposo sobre la cama. Con el culo en popa, me separó mucho las piernas con sus rodillas y empezó a estimularme la vagina. Mis jadeos iban en aumento cuándo de improviso empezó a pellizcarme el clítoris con los dedos. Di un chillido al tiempo que hice ademán de levantarme pero no me lo permitió y me mantuvo aprisionada contra la cama. Continuo con los pellizcos y mientras chillaba cómo una loca me corrí y mis jugos comenzaron a resbalar por el interior de mis muslos. Dejó de pellizcarme y con la palma de la mano siguió acariciándome el chocho mientras me tranquilizaba un poco. Después se lubricó la polla y me penetró desde atrás. Instantáneamente empecé a gemir. Me soltó el pelo y agarrándome por las caderas empezó a bombear con firmeza. Ya sé que es una exageración, pero apretaba tanto que pensé que cuándo se corriera, su semen me iba a salir por la boca. Cuándo alcance el siguiente orgasmo mi padre cogió el plug y empezó a metro y sacarlo al ritmo de su polla. ¿Chillé mucho? Sí. Creo que aunque sé que no es así, cada vez chillo más, pero claro, siempre hay un límite.
Siguió bombeando, y esta vez empezó a darme azotes en las nalgas. Creo que se estuvo controlando, o al menos esa impresión me dio, pero el caso es que cuando llegué al siguiente orgasmo el también se corrió, y chilló, aunque no tanto cómo la tarde anterior. Mientras sudorosos reposábamos, volvió a agarrarme del pelo y me incorporó. Me estuvo besuqueando el cuello, los hombros y todo lo que tenía a su alcance. Finalmente, se salio de mí y me dejó caer sobre la cama. Allí me dejó: atada, follada y con su semen y mis jugos saliéndome por el chocho.
Desde la cama oí cómo se afeitaba y se duchaba, y luego cómo desayunaba. Finalmente, entró en el vestidor y salio trajeado y encorbatado. Se sentó sobre la cama y me atrajo hacia el.
—Unas cuantas cositas, —dijo mientras me soltaba la muñecas—. Lo primero que te he despertado a las seis y media: todos los días lo voy a hacer a la misma hora y va a pasar lo mismo. Más cosas. Ya sabes que regreso de trabajar entre las cinco y las seis, más o menos: siempre te quiero ver en casa. Hasta que empieces la universidad las cosas de la casa son tu obligación, ya sabes: limpiar, hacer la compra, regar el jardín, todas esas cosas. Después conozco una señora que se puede ocupar. Cómo te organices es cosa tuya, pero recuerda todo lo que tienes que hacer y la lista de obligaciones del contrato. ¡Ah! Cuándo te duches puedes quitarte el plug, pero luego te lo vuelves a poner. No se me ocurre nada más: el dinero de la casa ya sabes dónde esta y si recuerdo algo más te llamo al móvil. ¿OK?
—Cuándo pueda quiero ir al centro a comprar unos libros de psicología.
—¿Psicología?
—Sí, me está interesando el tema. Igual me da por hacer la carrera.
—Vale, cómo quieras, ya sabes dónde está el dinero. De todas maneras te voy a hacer en el banco una tarjeta. ¡Ah! Cuándo vayas al centro llámame y comemos juntos.
—Vale, pero tú vas a sitios elegantes y yo no tengo ropa…
—En primer lugar, no voy siempre a sitios elegantes, solo cuándo tengo algún compromiso importante, y aunque fuera, las mujeres podéis ir cómo queráis, nosotros somos los que tenemos que ir con la puta corbata, —dijo papá riendo—, y en segundo lugar, si necesitas ropa cómpratela, aunque algún día iremos de compras juntos, para cuándo te “exhiba” por ahí.
—¿La ropa de mama la tiraste?
—No, esta todo en el desván, en un par de baúles. Son inconfundibles: son rosas. Por cierto, hace años que no se limpia allí, ya sabes.
—Vale, yo me ocupó papá.
—De todas maneras la ropa de tu madre por ahora no te valdrá.
—Vale, vale, ya la iré revisando.
Me besó, me dio un azote en el trasero, se levantó y se fue a trabajar.


Cuándo abrí el ojo, el sol entraba a raudales por debajo de la persiana. Mire la hora en el móvil y di un chillido: ¡las once! No me lo podía creer: era tardísimo. Me levanté de un salto y sin tanga me puse apresuradamente unos vaqueros muy ajustados. Mala idea: cuándo me senté para calzarme recordé que tenía el plug en el culo. «¡Mierda! Pues empezamos bien» pensé. Me calcé unas sandalias, me puse una camiseta y salí disparada hacia el súper después de coger dinero y las llaves.
Según andaba me di cuenta hasta que punto lo de los vaqueros fue mala idea. El roce del pantalón movía el plug de un lado a otro y me estaban entrando hasta sudores, tanto que me tuve que parar disimuladamente en la parada del autobús. Por fortuna no había nadie. Me aterrorizó la idea de correrme en medio de la calle, o peor, en medio del súper. ¡Joder! Solo de pensarlo me estaba poniendo a cien. Me desabroché el pantalón, y con más vergüenza que disimulo, metí la mano por detrás y me saque el plug. Lo guardé en el bolsillo, me abroche el pantalón y reemprendí el camino al súper.
Hice una compra grande y lo dejé para que lo llevaran a casa, pero a la hora de pagar reparé en algo que con las prisas en la parada del bus no me di cuenta: había guardado el plug en el mismo bolsillo que los billetes. ¡Mierda! Saqué los billetes y pagué a la cajera. Mientras los contaba, imaginaba muerta de vergüenza que en cualquier momento se iba a poner a olerlos. Por fortuna no ocurrió: me dio la factura, los cupones y el cambio.
—En una hora lo tiene en casa, señora.
—Muchas gracias, —respondí con mi mejor sonrisa y salí disparada para casa.
Cuándo llegué, me quité las sandalias y me puse a trajinar por la casa, que tenía mucho que trajinar. Es lo que tiene vivir en una vivienda unifamiliar de dos plantas: se te va la vida limpiando. Primero hice la cama, y luego agarré la aspiradora y cómo un torbellino limpiador, estuve pasándola por todos los rincones hasta que llegó la compra. Guardé todo en la nevera y la despensa, agarre el limpiador y el trapo del polvo y me líe cómo una loca. A eso de la tres de la tarde había terminado y estaba cansada. «Mañana me lío con el desván» pensé. Me comí un par de manzanas, me prepare un té y me senté en el sillón a ver un poco la tele.


Abrí los ojos y vi borrosa la tele: me había quedado dormida. Miré la hora en el móvil y pegué un salto: eran las cinco y veinte y papa estaba a punto de llegar. Subí corriendo al piso superior mientras me quitaba la ropa y me metí a la ducha. Me estaba secando cuándo oí a mi padre entrar por la puerta de la calle y rápidamente bajé a su encuentro.
—Hola papá, ¿qué tal el día?
—Muy bien hija, ¿y tú?
—Pues muy bien. He ido a la compra y he estado limpiando la casa.
—Sí, pero has incumplido el punto nueve de las normas, —me dejó flipando. «¿Qué cojones dice el puto punto nueve?» pensé.
—¡Eh…! Bueno, no te digo que no, hasta que averigüe que dice el puto punto nueve, pero es que ha sido un día complicado, —papá soltó una carcajada y me abrazó con ternura. Empezó a morrearme pero al pasar la mano por mi trasero se percató de que no llevaba puesto el plug y su actitud cambió.
—Esto no lo puedo pasar por alto, —dijo muy serio—. ¿Cuándo te lo has quitado?
—Esta mañana papá,—y atropelladamente le conté mi aventura matinal en el súper. Permanecía muy serio escuchando mi relato, pero sé que en el fondo se estaba descojonando.
—Aun así, no me has obedecido, —dijo finalmente abrazándome—. No has cumplido las normas: y el primer día.
—Lo sé papá.
—¿Y que tengo que hacer ahora?
—Lo que quieras.
—Recuerda que eso ya lo hago.
—Castigarme.
—Así es. ¿Comprendes por qué tengo que castigarte?
—Sí papá.
—No soy yo quien te castiga, eres tú la responsable por no obedecerme. ¿Estás de acuerdo?
—Sí papá.
—Muy bien hija. Ahora me vas a descargar que llevó toda la mañana pensando en tu boca, y después de ducharme te aplicaré el castigo: será doloroso.
—Sí papá.
—Pues empieza, —me arrodillé, le abrí la bragueta, le saqué la polla, la introduje en la boca y comencé a chupar. Cómo sé que le gusta, intentaba metérmela hasta el fondo y casi lo conseguía a pesar de tener un par de arcadas. Fue rápido: en tres o cuatro minutos se corrió llenándome la boca de semen.
—No te lo tragues: mantenlo en la boca, —ordenó. Se arrodilló, me agarró por el pelo y tiró de la cabeza hacia atrás. Yo permanecía con la boca abierta y llena de semen. Metió el dedo y complacido estuvo revolviendo la mezcla de semen y saliva. Cada vez estaba más cachonda. Acercó su cara a la mía y pensé que me iba a besar, pero lo que hizo fue escupir en su interior. Volvió a remover con el dedo y me ordenó—: trágatelo.
Le obedecí sin rechistar. Tiró de mi pelo y me obligó a tumbarme en la alfombra.
—No te muevas de ahí y no te toques.
—Sí papá, —se levantó y subió al baño a ducharse. Parecía que me leía la mente. Me quedé tumbada en el suelo con unas ganas terribles de tocarme el chocho.


Al cabo de un rato bajó por las escaleras con la parsimonia y la arrogancia de quien
controla la situación y se siente superior. Desde el suelo le vi bajar y una punzada de placer que atravesó el chocho. Poderosa, su polla se balanceaba levemente de un lado a otro y la idea de que me azotara la cara con ella hizo que mi deseo se disparara y encogiera las piernas.
—¿En qué estás pensando? —preguntó al darse cuenta.
—En que me azotabas la cara con la polla, —se inclinó, con la mano izquierda me agarró del pelo y me incorporó poniéndome de rodillas. Se agarró la polla con la derecha y comenzó a golpearme la cara con ella. Sentí un placer enorme y noté cómo los jugos de mi vagina resbalaban por la cara interior de los muslos. Instintivamente mi mano se alojó en la entrepierna.
—¡Te he dicho que no te toques! Las manos a la espalda, ­—ordenó gritando y le obedecí inmediatamente. El deseo me poseía y anhelaba poder tocarme el chocho. «¿Será posible que me corra solo con los pollazos que me está dando en la cara?» Pensé y una punzada de placer me recorrió el cuerpo e hizo que retrajera la pelvis. Siguió un poco más y entonces, tirándome del pelo me llevó de rodillas hasta el sillón. Me puso la cabeza sobre el asiento, sacó un rollo de cinta de adhesiva negra de la caja de los juguetes y dándome palmadas en los muslos me hizo separar mucho las piernas. Seguía con las manos en la espalda—. ¡Agárrate los codos con las manos!
Cuándo lo hice, con la cinta me sujetó los antebrazos uno con otro y estos quedaron paralelos cruzándome la espalda. Me pasó la mano por el chocho y vio que estaba totalmente encharcado. Volvió a cogerme del pelo y me apretó contra el sillón mientras con la otra mano me cogía con dos dedos el clítoris y empezaba a retorcerlo. Intente cerrar las piernas pero el había puesto sus rodillas de tal manera que me fue imposible, y entonces exploté. Aullé, chillé y berreé mientras me corría y ligeros espasmos recorrían mi cuerpo. Sin dejarme descansar me incorporó y se sentó en el sillón conmigo entre las piernas. Sacó la mordaza de bola, una pala de ping pong y unos grilletes, que me puso en los tobillos, y con el pie pisó la cadena para inmovilizarme. Después me puso la mordaza y me inclinó sobre una de sus piernas dejándome con el culo totalmente expuesto mientras me sujetaba fuerte del pelo.
—Primero: has estado toda la mañana en casa vestida mientras limpiabas. Segundo: no te has vuelto a poner el plug. Tercero: me has desobedecido. Cómo castigo te voy a dar cuarenta azotes en el culo con la pala, —papá levantó la pala y la dejó caer con fuerza sobre mi nalga derecha que vibró con el impacto. Intenté resistirme mientras emitía sonidos ininteligibles por el bloqueo de la bola, pero no pude: papá me tenía fuertemente agarrada. Volvió a levantar la pala y la dejó caer contra la otra nalga. Siguió con los azotes mientras los contaba en voz alta: tres, cuatro, cinco, seis… Según recibían azotes mis nalgas se iban enrojeciendo. Treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve y cuarenta. Cuándo terminó, una mezcla de lágrimas, mocos y babas caía de mi cara mojando el suelo. Me mantuvo sujeta y empezó a pasar su mano por mí enrojecido trasero que notaba extremadamente caliente. Siguió masajeándome las nalgas mientras me decía—: Ya pasó, ya pasó.
Yo gimoteaba con las caricias, cuándo de improviso papá me metió el pulgar por el culo mientras con los otros dedos me atacaba con brío el clítoris y la vagina. Tuve una reacción refleja e intenté levantarme, pero me seguía sujetando con fuerza. Volví a correrme y me creí morir: incluso solté unas gotas de orina. Me incorporó y me dejó caer al suelo con suavidad dónde me quedé tumbada con el cuerpo brillando de sudor. Papá se levantó y subió a por una toalla. Regresó a mi lado y me estuvo secando. Después se sentó en el sillón, me incorporó y me quitó la mordaza. Me estuvo limpiando la cara mientras permanecía sentada en el suelo. No me liberó los brazos y los pies, y me estuvo morreando hasta que se cansó, y me dejó con la cara apoyada en su muslo mientras me acariciaba el pelo. Me escocia el culo terriblemente por los azotes, pero con la cabeza apoyada contra su muslo y con su polla a escasos centímetros de mis labios, era terriblemente feliz.
Estuvimos así hasta la hora de cenar. Papá me pasaba la polla por la cara y yo la lamia agradecida cada vez que tenía oportunidad.
Para cenar me desató y cuándo terminamos nos sentamos en el sofá a ver algo en la tele mientras me acurrucaba a su lado con una copa de vino. Nos fuimos a la cama y empecé a descubrir que mi padre, en la cama, por la noche es muy clásico. Desde que duermo con él, todas las noches adoptamos la misma postura: la del misionero. Me gusta tenerlo encima mientras le rodeo con mis piernas y el me abraza con sus fuertes brazos mientras me folla sin prisas pero sin pausa. Me encanta cuándo me roza el clítoris con la pelvis mientras me penetra y respira mis gemidos. Nuestro contacto visual es constante y me vuelve loca el sentirme observada. Cuándo terminamos, siempre me atrae hacia él, me abraza y me acaricia hasta que me duermo.









jueves, 7 de abril de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 3)



Me zarandeó suavemente. Abrí los ojos y le vi sentado a mi lado en la penumbra de la habitación.
—¿Qué pasa? —pregunté con dificultad.
—Quiero que te levantes, —esa orden taxativa, a pesar de ser pronunciada con su modulada voz, sonó en mi cerebro cómo un trallazo. Inmediatamente me incorporé, eso sí, agarrándome a su brazo.
—¿Qué hora es? —me sentía cansada a pesar de no saber cuantas horas había estado durmiendo.
—Las once, —al oírlo me dejé caer de nuevo sobre la cama mientras mi padre sonreía.
—Es muy pronto, —me quejé.
—Hoy tenemos muchas cosas que hacer, y ten en cuenta que mañana tengo que madrugar. Eso quiere decir que no vamos a trasnochar cómo las noches anteriores.
—¡Jo! —me incorporé otra vez, y salí de la cama un poco tambaleante. Papá ya había salido de la habitación, y cuándo bajé al salón me lo encontré sentado en el sillón.
—Ven aquí, —ordenó. Me sorprendió el tono tajante de su orden. Me arrodilló de espaldas a el, me colocó unas muñequeras de cuero y las unió con un mosquetón por la espalda. Me giró, me sujetó la cabeza con ambas manos y me beso profundamente en la boca. Después, me hizo inclinar hasta que me metió la polla por la boca. Se la estuve chupando un rato largo. De vez en cuando, me la sacaba y me obligaba a chuparle el ano. Mi lengua pugnaba por abrirse paso por un lugar tan estrecho infructuosamente. Tardo mucho en correrse, pero al final lo hizo y cómo ya seria una norma en mi vida, me lo tragué con placer. Le noté un poco más agresivo que los días anteriores.
—Ese ha sido tu desayuno, —dijo mientras se ponía un pantalón de deporte. Me ayudo a levantarme porque seguía con las manos a la espalda y me colocó la mordaza de bola. A continuación, me puso un collar ancho de cuero y una cadena.
—Ya podemos ir de paseo, —dijo mientras cogía una cámara de video pequeña. Le miré con ojos de pánico, pero se echo a reír y tirando de la cadena me llevó a la puerta de atrás, la de la cocina. La abrió y salio al exterior mientras yo no hacia más que mirar a las ventanas de los chales vecinos. Por fortuna la valla era alta y desde la calle no me veía nadie. Tirando de la cadena recorrimos el patio varias veces mientras el me gravaba con la cámara de video. Según andábamos me iba poniendo más cachonda, sobre todo cuándo oí nítidamente la conversación de unas personas que pasaban al otro lado, por la calle. Entonce mi padre se paró junto al frutal que tenemos en el jardín y sujetó la cadena a un clavo del que no tenía ni idea que estuviera allí.
—Separa las piernas, —ordenó, y cómo vio que no las separaba lo suficiente, me dio con la palma de la mano en la parte interior del muslo—. ¡Que las abras más!
Las separé totalmente. Papa me agarró del pelo con una mano y con la otra comenzó a sobarme frenéticamente el chocho.
—Ahora te vas a correr en mi mano, —dijo mientras el furor se adueñaba de mí. De vez en cuando dejaba de sobarme y directamente me pellizcaba el clítoris. Siguió insistiendo hasta que me corrí en su mano tal y cómo me había anunciado. Me quitó la mordaza y dejó gotear los jugos de la mano en mi boca. Luego me introdujo los dedos para que se los limpiara. Me colocó nuevamente la bola y tirando de la cadena regresamos al interior de la casa.



De nuevo en el salón, papa conectó la cámara a la tele, se sentó en el sillón y yo me coloque de rodillas entre sus piernas y apoyé la cabeza en su regazo. Complacido me acariciaba la cabeza mientras repetía muy bajito: «buena chica» y «lo has hecho muy bien».
—Vamos a ver cómo te has corrido en mi mano, —dijo papá cogiendo el mando de la tele. Desde mi posición, con la cabeza sobre el regazo de mi padre vi cómo me sacaba tirando de la cadena, cómo me paseaba por el jardín y cómo finalmente metía la mano en mi entrepierna y cómo que corría cómo una perra. Según pasaban las imágenes, una punzada de placer se instalaba en mi chocho e instintivamente comencé a rozar con la cara la bragueta de papa. Él sonreía complacido. Se inclinó y empezó a mover el plug. Después, con la otra mano comprobó que mi vagina comenzaba a estar húmeda de nuevo. Empecé a jadear y mientras papa aumentaba la estimulación yo lo hacia más. Entonces, de improviso, me dio un fuerte azote en el trasero que sonó nítido en toda la casa. Solté una mezcla de chillido y gemido que incluso a mí me sorprendió. Después del azote, papá me acarició la enrojecida nalga mientras yo seguía frotando su entrepierna con la cara. Llegó otro azote, y luego otro. Me quitó la mordaza, se sacó la polla, me la ofreció y la atrapé con la boca instantáneamente mientras una oleada de placer me recorría de arriba abajo. Finalmente, se levantó del sillón y seguí chupando de rodillas hasta que considero que ya era suficiente. No se corrió, pero sé que conseguía un placer indescriptible con la imagen suprema de la sumisión femenina, de la definitiva degradación de mi voluntad. Desde la altura me veía, arrodillada, atada, con las nalgas enrojecidas, una cosa metida por el culo y chupándole la polla mientras mis jugos resbalaban incontrolables por el interior de mis muslos. Definitivamente supo que me tenía controlada y le pertenecía.



Dije que quería ir al baño. pero se negó. Me colocó de nuevo la mordaza y me dejó tirada en el suelo, en medio del salón babeando. Entró en la cocina y estuvo trajinando preparando la comida. Estuve aguantando todo lo que pude, pero al final no pude impedir que se me escapara un poco de orina. También me estaba cagando, y si no hubiera sido por el plug, no lo hubiera podido evitar.
Cuándo mi padre salio de la cocina me encontró con una pequeña mancha de orina en la alfombra y una gran mancha de babas. Me incorporó haciéndome sentarme sobre el plug. Me quejé un poco mientras me abrazaba y se mojaba con los hilillos de babas que caían de mi boca.
—Tranquila mi amor. No te preocupes: ya lo limpiaras, —me dijo mientras me acariciaba. Yo agradecía sus caricias y le miraba cómo hipnotizada. En mi mente se empezaba a alojar definitivamente su figura cómo mi referente único y absoluto—. Vamos al baño que tienes que asearte antes de comer.
Me ayudó a levantarme y vi cómo hurgaba en la caja de los juguetes antes de agarrarme por el brazo y subir al aseo. Me quitó las muñequeras de cuero y el collar de perro y lo sustituyó por una cadena de eslabones de acero. Después me puso unas esposas por detrás de la cabeza y las unió a la cadena con un mosquetón.
—¿Quieres cagar? —afirmé frenéticamente con la cabeza. Sonrió y me hizo sentarme en la taza. Se arrodilló a mi lado, me rodeó el cuerpo con su brazo izquierdo y con la mano derecha sujetó el plug. Empezó a moverlo, a sacarlo un poco y a meterlo mientras meaba, y así estuvo un rato. Yo me quería morir: al dolor del vientre se unía ahora el intenso placer que sentía. Finalmente, sacó el plug de golpe y toda la mierda salió disparada cómo un cañonazo en medio de algo parecido a un nuevo orgasmo. Papa me masajeaba en vientre para ayudarme a soltarlo todo. Las babas de mi boca llegaban al suelo en hilillos interminables. Jadeante, me recosté sobre su pecho agradecida, humillada y feliz, mientras me besaba el pelo. Es así, lo reconozco y no me importa: me da igual. Babeando, humillada, atada, sucia y cagada, y sentía un enorme agradecimiento al hombre que había provocado mi situación pero que al mismo tiempo me había provocado un inmenso placer. «Voy a tener que empezar a leer libros de psicología» pensé.
Cogió un poco de papel y me limpió el culo. Después, me llevó a la ducha y entramos juntos. Me quitó la mordaza, pero me mantuvo con las manos esposadas por detrás de la cabeza, y me estuvo enjabonando todo el cuerpo concienzudamente. Me mantenía en pie a pesar de estar muy cansada y papa lo sabía y mantenía un contacto físico permanente conmigo. Según me lavaba, me buscaba la boca con sus labios y la encontraba receptiva. Cuándo terminamos, salimos de la ducha, nos secamos y bajamos al salón. Se puso unos pantalones y me quito las esposas y el collar metálico. Pusimos la mesa y nos sentamos a comer.



Papa había preparado una ensalada de pasta y había abierto una lata grande de piña al natural. En esta ocasión, para beber abrió una botella de vino blanco y me sirvió una copa. Comimos en silencio, viendo las noticias de la tele y cuándo terminamos recogimos.
—¿Quieres una copa de algo? —preguntó antes de sentarnos en el sofá.
—Me tomaría otra copa de vino blanco. Está muy bueno.
—Eso está hecho: a mí también me gusta el verdejo, —sacó otras dos copas de la alacena y una funda térmica para mantener fría la botella y sentándose a mi lado las llenó.
—¿Cómo ha salido lo de ayer?
—¿A que te refieres?
—A la estadística.
—¡Ah! Eso. Pues muy bien.
—¡Jo! Papa, dime algo más, —se echó a reír mientras me cogía la mano y me la besaba.
—Pues he confirmado definitivamente lo que ya imaginaba: eres multiorgásmica cómo tu madre.
—Y ¿desde cuándo lo sabias?
—Mujer, hay detalles que delatan a una multiorgásmica, lo que pasa es que, en general, los tíos van a lo suyo y se asustan con estás cosas y procuran ignorarlas.
—¿Sí?
—Si hija. A los tíos lo que les gusta es que se la chupes un poco, te follan cómo los conejos y se van a fumar o a jugar a la “Play”, o a las dos cosas a la vez.
—Pues tú no.
—¡Nos ha jodido! No fumo. Además, son muchos años de experiencia, principalmente con tu madre, pero también con una novia que tuve antes.
—¡Ah! ¿Sí? ¿Tuviste una novia antes que mama?
—Sí. Era una gilipollas y estaba a punto de mandarla a tomar por el culo cuándo se fue con otro igual de gilipollas que ella. En fin: me hizo un favor.
—¿Lo sabía mama?
—Por supuesto: yo no tenía secretos con tu madre.
—Y ¿conmigo los vas a tener?
—Claro que no. ¿Y tú?
—Tampoco: te lo prometo. Pero, dime cómo ha quedado la estadística.
—Antes quiero decirte una cosa más: no te imaginas lo afortunada que eres, —fui a decir algo pero papá levantó el dedo y no dije nada—. Tienes un don maravilloso, porque lo tienes en su justa medida y me tienes a mí. Me explico: hay mujeres para las que esto es un problema y muy gordo. Las hay que llegan al orgasmo 200 o 300 veces al día: no pueden estar cerca de nada que vibre, cómo el móvil, la lavadora…
—¡No jodas!
—…o el coche. Otras tienen tu mismo don y no se enteran porque dan con tíos demasiado egoístas que no miran por ellas. Tú puedes hacer una vida normal y corriente, pero eres capaz de responder rápidamente a un estímulo sexual. Es decir: tienes un don que no te imposibilita, te complementa. Cómo le ocurrió a tu madre, en mis manos te aseguro que vas a disfrutar cómo una perra.
—Vale.
—Y ahora la estadística,—añadió riendo mientras servía un poco más de vino—. Estuviste sobre la mesa dos hora y diez minutos.
—¿Tanto? ¡Joder! Pues se me pasó volando.
—Tuviste 15 orgasmos…
—¡Hala!
—…y sacaste un promedio de uno cada ocho minutos y medio. Bueno los tres últimos los tuviste casi seguidos, pero da igual, sin esos estaríamos en un promedio de uno cada nueve minutos y pico.
—¿Y respecto a mama?
—A eso iba. Si me lo proponía tu madre llegaba a uno cada diez minutos. En cambio, a ti no te he forzado mucho, ni quiero.
—¿Por qué no papá? Hazme lo que quieras.
—No, no: esto no es una competición mi amor, —dijo papá riendo—. ¿Qué sabes de los orgasmos?
—¿Qué molan? —respondí haciéndome la graciosa porque la verdad es que no tenía ni puta idea: las monjas no nos enseñaban esas cosas.
—Pues mira, un orgasmo consta de cuatro fases: excitación, meseta, orgasmo y resolución. Cada una de esas fases requiere su tiempo, y en unas mujeres es más y en otras es menos. En tu caso, ayer, hacías el recorrido por todas las fases en ocho o nueve minutos, pero ten en cuenta que solo la última fase, requiere al menos unos cuatro a cinco minutos, por lo tanto, hacías las otras tres fases en el mismo tiempo.
—¿Y esa fase para que es?
—¿Resolución? Es el paso del final del orgasmo al comienzo de un nuevo ciclo con la excitación.
—¡Joder! Papá, sí que sabes de estás cosas.
—Todo lo que tenía que ver con tu madre me interesaba, y ahora, contigo, igual. Solo una cosa más. Me has dicho en un par de ocasiones que te encontrabas cansada. Es normal porque no estás acostumbrada: te iras habituando. Un orgasmo gasta mucha energía, muchos orgasmos gastan muchísima energía.
—¿Por eso quieres que haga deporte?
—Así es, y que controles el peso. Bueno esto último, también es porque me gustan las chicas muy delgadas.
El vino se había acabado y me notaba un pelín eufórica. Papá me tumbó bocarriba sobre sus piernas y empezó a pasar sus dedos sobre mi torso cómo si fuera el teclado de un piano. Mi respiración se hizo más profunda, y por la posición, expandía la caja torácica marcando las costillas. Noté que a papá le gustaban porque estuvo mucho tiempo pasando las manos por ellas y por mis tetas. La mano derecha fue descendiendo muy lentamente y la certeza de cual era su destino me excitó muchísimo. Finalmente llegó y mi cuerpo se arqueó más. Con el dedo medio estimulo el clítoris y cuándo notó que estaba a punto, paso el brazo izquierdo por debajo y me incorporó. A pocos centímetros de su rostro, alcance el orgasmo bajo la atenta mirada de mi padre satisfecho con mis gritos y jadeos. Mientras entraba en la fase de resolución, me atrajo hacia su pecho y me mantuvo ahí mientras me acariciaba el trasero.
Tengo que reconocer que mi padre esta cachas. Cuándo me tranquilicé, se levantó del sofá conmigo en brazos y me llevó al dormitorio cómo quien lleva una pluma. Y no es pasión de hija: ¡joder! Que tiene 53 años y marca abdominales.

Me depositó sobre la cama con mucha suavidad, se quitó el pantalón y se tumbó a mi lado. Rápidamente apoyé la cabeza sobre su brazo y le pase una pierna por encima. Buscó mis labios y los encontró mientras le agarraba la polla. Mi excitación iba en aumento consciente de lo que iba a ocurrir. Intenté ponerme encima pero no me dejó y continuamos en la misma posición mientras pasaba su mano por mi muslo y continuaba explorando mi boca. Notaba su polla tremendamente gorda con todas las venas marcadas en mi mano, creo que incluso más de lo normal hasta ese momento. Metió la mano entre mis piernas y alcanzo con facilidad mi vagina. Me estuvo estimulando hasta que empecé a gemir, entonces alargó la mano hasta la mesilla y cogió un tubo de lubricante. Me colocó bocarriba y se arrodilló entre mis piernas mientras con la mano se lubricaba la polla detenidamente. Después me echo un chorro en la vagina y se tumbó sobre mí. Pasó lo brazos por debajo, mientras con la polla me frotaba el exterior de la vagina y mis piernas le abrazaban. Cuándo consideró que era el momento, colocó la punta en la entrada de mi vagina y en ese momento yo creí que me moría. Mis jadeos y gemidos se hicieron más patentes mientras con mucha delicadeza mi padre empezó a presionan poco a poco hasta que gracias al lubricante fue entrando sin dificultad. No me dolió casi nada, seguramente a causa de la brutal excitación, además, llegué al orgasmo rápidamente mientras chillaba cómo una demente. Impasible, mi padre continuo bombeando hasta que llegué a otro al mismo tiempo que él se corría. El también chilló mientras sus movimientos de pelvis se descontrolaban con la eyaculación. Me mantuvo penetrada unos minutos mientras me cubría de besos y sus brazos me mantenían apresada. De vez en cuando, apretaba su pelvis y profundizaba un poco en la penetración arrancándome pequeños gemidos. Para mi desolación, notaba también cómo su polla perdía firmeza en el interior de mi vagina, pero en el fondo me daba igual, le había hecho gritar y eso me hacia muy feliz.