Cuándo suena el despertador no digo ni pregunto nada a papá.
Le toco con la mano para que sepa que estoy despierta y le dejo hacer. Mi padre
es tu tío muy ordenado y metódico, y en esto también. Igual que por la noche
que me folla siempre en la postura del misionero, por la mañana es parecido
pero variando de postura: primero me la mete en la boca y a continuación me
folla a cuatro patas. Un polvo rápido y listo. Los juegos y las innovaciones
las deja para la tarde. Después, me deja recién follada sobre la cama mientras
se afeita y se ducha. Normalmente, me quedo dormida y no le oigo irse. Así
todas los días desde que me he convertido en su incondicional y devota amante.
Parece que llevo toda la vida durmiendo con él, pero solo
son quince días. Ya no me pasa cómo el primer día que me desperté a las tantas.
La alarma de mi móvil suena a las nueve de la mañana y me levanto rápidamente
para no quedarme dormida otra vez: siempre cabe esa posibilidad. Si toca
correr, me planto las zapatillas y salgo a corretear por ahí un rato. Supongo
que con el tiempo iré haciendo más distancia. Y si no, me bajo al sótano y me
lío con los abdominales y las pesas, pero la verdad es que no me mato con ellas.
Estás rutinas se están instalado en mi vida, aunque supongo que cuándo empiece
la universidad variaran bastante.
Pero me estoy adelantando. El segundo día me levanté cuándo
sonó el móvil y cómo ya he dicho salí a corretear aunque reconozco que fue
poco. Regresé, me desnudé y me puse el plug: lo tenía pactado con papá. Después
de desayunar, pillé la aspiradora y los trapos y me subí al desván: madre mía
cómo estaba. A pesar de hacerlo con la aspiradora, levanté una polvareda de
narices, tanto, que me tuve que poner un pañuelo tapándome la nariz y la boca.
Cuándo me miré en un antiguo espejo de cuerpo entero me quede asustada: parecía
una croqueta. Entonce, a través del espejo, reparé en un pilotito rojo que
parpadeaba en el techo. Me acerque a ver que era y comprobé que era una cámara
y que estaba funcionando. Recordé lo que me dijo papá el día anterior sobre que
él se enteraba de todo. Seguí limpiando mirando de reojo la cámara y a eso de
las dos termine. Había localizado los baúles con la ropa de mama, y después de
limpiarlos los bajé atando una cuerda al asa y dejándolos resbalar por la
escalera abajo. Arrastré los baúles hasta mi antigua habitación y me fui a
duchar: ya revisaría su contenido en otro momento.
Comí algo de fruta y me puse con la escoba. Según barría
miraba por todas partes intentando descubrir más cámaras y no encontré ninguna.
Estaba en el salón cuándo sonó un mensaje de whassap en el móvil: era papá.
—«Túmbate bocarriba en la mesa del salón».
Me quede desconcertada y después de unos segundos reaccione
y retire todo lo que había sobre ella. Después, con el móvil de la mano me
tumbe cómo me había dicho papá.
—«Levanta las piernas y sepáralas todo lo que puedas» —dijo
el siguiente mensaje. Así lo hice.
—«Acaríciate el clítoris» —empecé a acariciármelo y noté
cómo empezaba a abultarse.
—«Con la otra mano pellízcate los pezones» —dejé el móvil
sobre mi vientre y empecé a pellizcarme cómo me había dicho papá. Sonó otra vez
y con los nervios, al ir a cogerlo, se me escapó de la mano y se fue al suelo
despanzurrándose. Mire las piezas con ojos de pánico y al pensar en el castigo
de papá por cargarme el puto móvil me puse más cachonda. Poco a poco fui
acelerando la mano hasta que unos minutos después llegué al orgasmo. Cuándo me
tranquilice, me baje de la mesa y estuve recogiéndolas piezas. Lo pude montar
otra vez, lo active y vi que había un último mensaje de papá.
—«Muy bien hija: buena chica».
Un poco antes de que llegara papá, me duché otra vez: quería
estar bien limpia para el. Cuándo llegó, subió al dormitorio y mientras
arrodillada le desanudaba los zapatos se fue quitando la camisa y la corbata.
Terminó de desnudarse y se metió en la ducha. Mientras tanto le esperé
anhelante de rodillas en el suelo. Salió terminándose de secar el pelo con la
toalla, se sentó en el sillón que hace las veces de descalzadora y me llamó con
el dedo. Me acerqué despacio gateando y empecé a restregar el rostro con su
polla que fue reaccionando poco a poco. Recorrí con la lengua toda su longitud
hasta llegar a la punta y poco a poco me la metí hasta el fondo de la garganta:
cada vez se me daba mejor. Para entonces la polla de papá estaba dura de
cojones y me hacia feliz la facilidad con que conseguía que se excitase y se
endureciese. Seguí chupando y en ocasiones le chupaba también los huevos y el
ano. Papá, con la cabeza recostada en el respaldo y los ojos cerrados,
disfrutaba de mi esmerado trabajo. Finalmente, se corrió y le hice chillar
mientras con la lengua le masajeaba el glande.
—Cada vez lo haces mejor mi amor, —dijo. Cómo la tarde
anterior me quedé sentada en el suelo con mi cara junto a su polla por la
empezaba a sentir devoción.
—Papá, ¿por qué hay una cámara en el desván y otra en el
salón?
—Hay cámaras en todas las habitaciones de la casa.
—¿En todas? —pregunté incorporándome— ¿Aquí también?
—Claro, y además voy a poner una sola para ti para que te
siga por todas partes y grave constantemente lo preciosa que eres, —bromeó. La
cara se me iluminó de felicidad.
—Y ¿Hace mucho que están?
—Siete u ocho años, —y riendo añadió— tenía a mama vigilada
constantemente.
-¿No te fiabas de ella?
—Al contrario: te puedo asegurar que tu madre era la persona
en quien más confiaba de todas las que conozco.
—¿Entonces?
—Tu madre era una exhibicionista crónica. Ella me pidió que
las instalara para que pudiera verla a cada momento desde la oficina.
—Y ahora las usas conmigo.
—Por supuesto. De hecho, renové toda la instalación un par
de meses antes de que terminaras el internado: cambie las viejas cámaras por
unas nuevas HD.
—Y ¿Dices que a mama le gustaba?
—¿Qué si le gustaba? Ya te digo: tengo horas y horas de
grabaciones haciendo de todo lo que puedas imaginar. ¿Te acuerdas que un par de
veranos te mandamos a un campamento? —asentí con la cabeza— pues cogimos la
autocaravana, que la acabábamos de comprar, y nos fuimos a un camping nudista
con playa: disfruto cómo una enana. Todo el día en bolas delante de todo el
mundo y yo con mi cámara siguiéndola a todas partes. Además, la playa era
bastante liberal y follamos unas
cuantas veces delante de los demás bañistas. Y
no fuimos los unicos.
—¿Sí?
—Ya te digo, —y soltando una carcajada, añadió—. Fíjate cómo
era la cosa que en ocasiones mama se cabreaba conmigo porque decía que la gente
miraba más mi polla que a ella.
—Quiero verlas, quiero ver esas grabaciones.
—Todo lo de tu madre está guardado en la nube: luego te doy
el enlace y la clave. Y ahora ven, siéntate en mi regazo que me apetece tocarte
el chocho.
Me levanté y que acurruqué en su regazo con la mano de papá
en la vagina. Me besó en los labios: ¡Joder! Cómo solo sabe hacer él. Cuándo me
mete la lengua en la boca noto cómo el chocho se me inunda y los pezones se me
endurecen. Sé que mi reacción le gusta porque es natural, no es impostada. Mis
jadeos eran evidentes y eso que aunque le estaba mojando la mano, él, aún no la
movía: solo la tenía en contacto. Siguió morreándome y entonces, mientras me
sujetaba por el chocho me dejó caer al suelo dejándome de rodillas entre sus
piernas.
—Separa bien las piernas, pon las manos en la nuca y no te
muevas, —me ordenó. Le obedecí inmediatamente y empezó a masajearme la vagina y
el plug con la mano mientras me empezaba a susurrar en el oído—. Zorra, te vas
a correr en mi mano cómo la puta que eres. ¿A qué esperas perra? Mójame la mano
con tus jugos. Vamos zorra.
Sus palabras me ponían a cien, mi deseo se disparaba y mis
gemidos iban en aumento. Llegué al orgasmo y mi cuerpo se descontroló: me
incliné hacia delante apoyándome en su brazo mientras el me mantenía firmemente
agarrada por la vagina, e incluso las manos se me separaron de la nuca.
—Muy bien zorra, —dijo mientras me agarraba por el pelo y
tiraba hacia detrás—. Vamos puta: abre la boca.
Le obedecí, sacó la mano de mi chocho y dejó gotear mis
jugos en el interior de la boca. Después me metió los dedos y me ordenó que
chupase. Sentí tal oleada de placer que casi tuve otro orgasmo. Asida por el
pelo me tumbó en el suelo, se levantó, se puso los pantalones cortos y bajo al
salón, no sin antes decir con una sonrisa—. Cuándo te recuperes baja.
Estuve un buen rato tirada en el suelo, sudorosa y con la mano
agarrándome el chocho. Al cabo del rato me levante y me di una ducha rápida
porque había sudado cómo una cerda.
Cuándo bajé, papá estaba en el despacho, con el ordenador.
—Ven, siéntate aquí, —dijo apartando un poco el sillón para
que me sentara sobre sus piernas—. Estos son los archivos de tu madre.
—Pero si hay un montón, —dije al ver los cientos de
carpetas.
—Hay muchos que ni los he visto: principalmente las
grabaciones diarias.
—¿Grabaciones diarias?
—Claro, las cámaras graban constantemente cuándo detectan
presencia y el sistema lo archiva automáticamente en la nube.
—¿Y a mí también me gravas? —pregunté. Cómo respuesta papá
pincho un archivo y aparecí encima de la mesa masturbándome: lo que había
ocurrido hacia escasamente unas horas. Al verme despatarrada sentí una punzada
de placer y la espalda se me arqueó ligeramente—. Porfa, pon alguna de mama.
Buscó el archivo y vi a mama trajinando desnuda por la casa
igual que yo hacia. Papa siguió pinchando archivos y la seguí viendo haciendo
de todo: barriendo, haciendo ejercicios con las pesas, leyendo, tecleando en el
ordenador y muchas más cosas. El recuerdo hizo que se me escapara alguna
lagrima mientras papá me acariciaba cariñoso y me besaba el cabello.
Mientras cenábamos, papá me informó de algo que había
pensado.
—He pensado que podíamos coger la autocaravana e irnos al
puerto de Cotos a pasar el finde.
—¿Todavía la tenemos?
—Sí, esta en un garaje pero hace más de dos años que no la
muevo: desde que murió tu madre. Le he dicho a un mecánico que conozco que la
haga una puesta a punto.
—¡Ah! Pues genial.
—Mañana por la tarde me esperas a la salida de banco y vamos
de compras: necesitaras botas de trekking, mochila y algo más. Ya veremos. Así
estrenas la tarjeta: mañana te la doy.
Al día siguiente esperé a papá cómo me había dicho y
experimenté un nuevo tipo de placer totalmente desconocido para mi: comprar y
pagar con tarjeta. Me había vestido con la ropa que papá me había dejado
preparada: pantalón vaquero corto, camiseta ajustada blanca y chanclas. Tengo
que reconocer que desde que estoy adelgazando estoy más buena y la ropa me
siento mejor. Estoy deseando bajar de cincuenta cómo me ha ordenado papá.
Fuimos a una conocida tienda de la calle O´Donnell y
compramos todo lo necesario. Durante todo el tiempo que estuvimos en ella, papá
no perdía oportunidad de pasar la mano por mi trasero, en ocasiones
descaradamente, y a pesar de la vergüenza que sentía, me gustaba, y me gustaba
mucho.
Durante el resto de la semana, tuve las botas puestas
permanentemente por orden de papá. Quería que las fuera domando para que no
tuviera problemas durante el fin de semana. En casa, mientras hacia las cosas
de casa desnuda, también las llevaba.
El viernes esperé a papá en la puerta del banco y cuándo
salió fuimos a por la autocaravana.
Llegamos al Puerto de Cotos pasadas las ocho de la tarde
después de tragarnos todo el tráfico de salida de Madrid por la carretera de La
Coruña. Cómo había algunos coches en la parte alta del aparcamiento, nosotros
lo hicimos en la parte baja para tener más intimidad. Aunque había sido un día
de mucho calor en Madrid, allí la temperatura bajo rápidamente en cuánto el sol
se escondió por detrás de las montañas. Nivelamos el vehículo y nos pusimos a
preparar la cena. Experimenté un nuevo placer que no conocía, y esta vez no fue
preparado o previsto por mi padre. La casa de Madrid es grande y aunque
normalmente a mi padre le gusta tener contacto físico conmigo, lo cierto es que
normalmente hay una separación física entre ambos. Aquí no. La autocaravana es
tan estrecha que cualquier cosita que hacemos entramos en contacto, nos rozamos
y mucho, y me encanta. Me encanta que me roce el trasero cuándo pasa de un lado
a otro, que me lo toque cada dos por tres, que me ponga las manos en las
caderas, en definitiva: que me meta mano. Desde luego a papá no hay que
animarle y yo estoy en una excitación constante.
—Esta noche va a hacer frío, —dijo papá.
—Si, se nota fresco ya.
—Voy a encender el generador para poner la calefacción.
—Si no quieres, por mi no lo hagas papá. He traído un polar.
—Ya, pero es que yo prefiero tenerte a mano sin el polar,
—dijo riendo.
—Pues entonces si: pon la calefacción. Me apetecía cenar
fuera bajo todas estas estrellas.
—No hay problema: cenamos fuera y te meto mano dentro.
—Genial.
Mientras preparaba la cena, papá conectó el generador y sacó
la mesa y las butacas. Fue muy agradable, cuándo terminamos y apurábamos
nuestras copas de vino, papá apagó todas las luces y nos quedamos un buen rato
bajo la formidable bóveda estelar de una limpia noche sin luna.
—Cuándo entremos te voy a tener que poner la mordaza, —dijo
papá mirando hacia la parte alta del aparcamiento dónde los ocupantes de varios
coches tenían organizado un ruidoso botellón.
—Genial, —dije entusiasmada. En poco tiempo me había
aficionado a todo lo que se le ocurría a papá—. Pero con el ruido que están
haciendo…
—Ya, pero cuándo se callen, por la noche se oye todo. La
verdad es que me da igual, lo que quiero es tenerte amordazada.
—¡Ah! Pues entonces ya está, —me quedé pensativa unos
segundos y continué—. ¿Sabes una cosa que me gustaría papá?
—Dime.
—Poder vivir cómo una pareja normal.
—Ya lo hacemos.
—No, no lo hacemos porque somos padre e hija y los vecinos
nos conocen, ya sabes.
—¿Y que quieres, que nos cambiemos de casa?
—Y de ciudad, y de país: eso ya sería la pera, —papá se echó
a reír.
—De ciudad y de país no es posible. Cómo estoy en el banco
estoy bien: casi tengo un horario fijo y gano mucho dinero. Nunca he querido
ascender más porque entonces tendría que vivir para el banco y yo necesitaba
tiempo para tu madre, y ahora para ti. Pero lo de cambiar de casa si es posible.
—¿Sí? —pregunté visiblemente interesada.
—Sí, de hecho, somos propietarios de varias viviendas, lo
que pasa es que no son unifamiliares: para jugar contigo necesito que lo sea.
—¿Y si compramos otro chalé?
—El lunes voy a traer un listado del banco. Podrías
dedicarte a mirarlos a ver si encuentras algo apropiado al otro lado de Madrid.
—Y esas casas que dices que tenemos ¿dónde están?
—Por todo Madrid y alrededores.
—Pero ¿cuántas son? Y ¿para que las quieres?
—Son catorce, y son una inversión. Se las he ido comprando
al banco: gangas ya sabes. Están todas alquiladas: sacamos más de seis mil
euros al mes.
—Y entonces ¿cuándo me traigas el listado me pongo a buscar?
—Sí. Lo ideal seria unifamiliar, no muy grande, con jardín,
con sótano, y muy importante: comunicado por metro con el centro. Así no me
llevo el coche.
—¿No te hace falta en el banco?
—Para nada: cuándo tengo que salir a visitar a algún cliente
voy con un conductor del banco. Y vamos a dejar la charla que se me esta
poniendo dura solo de pensar en el polvo que te voy a echar.
Me levante automáticamente y entre en la autocaravana
mientras papá plegaba la mesa y las butacas y las guardaba. El interior estaba caldeado
y se notaba mucho calor al entrar desde el frío del exterior. Cuándo papá entró,
yo ya había desplegado la cama y me encontraba desnuda sobre ella. Se quitó la
ropa y de uno de los armarios sacó una bolsa de deporte. De su interior sacó muñequeras
y tobilleras de cuero y una mordaza hinchable. Me puso las tobilleras y las
muñequeras y se tumbó a mi lado. Me abrazó y me estuvo besuqueando por todas
partes: creo que no dejó un solo centímetro mío sin besar. Cuándo llegó a mis
pies unió las tobilleras con un mosquetón. Después se centró en mi boca
mientras me sujetaba las manos a la espalda con las muñequeras. Estuvo mucho
tiempo peleando con mi lengua, mordisqueándome los labios al tiempo que movía
el plus de mi culo. Con el deseo disparado intentaba atrapar su lengua con mis
labios, con mis dientes y eso me ponía más cachonda si cabe. Cuándo me tocó el
chocho con la mano me corrí automáticamente. Papá siguió con la boca pegada a
la mía respirando mis gemidos. Notaba su polla firme, enorme, rozándome en
vientre mientras seguía besándome, y la anhelaba, deseaba que me la metiera
hasta el fondo y me partiera en dos. Cómo si me leyera la mente, me soltó las
manos, se separó y unió las muñequeras con las tobilleras. Me colocó bocabajo y
me quedé con el trasero en popa. Noté cómo me introducía un par de dedos en la
vagina, vi, y sentí, a través de mis piernas cómo con el pulgar me estimulaba
el clítoris. Igual que si hubiera dado a un interruptor volví a correrme y a
berrear mientras entre mis piernas veía poderosa la polla de papá dispuesta a
ensartarme. Y lo hizo. Después de lubricarla me la introdujo lentamente hasta
que la mitad estuvo dentro. Empezó a bombear y con cada embestida iba entrando
más. Notaba la presión contra el fondo de la vagina cuándo papá metió la mano
por debajo y empezó a estimularme el clítoris. Mientras chillaba cómo una
demente con el nuevo orgasmo, noté cómo papá se derramaba en mi interior
abundantemente. Desde que empezamos la relación, hace poco tiempo la verdad, es
la primera vez que está tanto tiempo sin follarme: hoy, por el viaje, no ha
habido sesión de tarde.
El resto del finde también fue genial. El sábado, polvo
mañanero, excursión por las cumbres de Peñalara con polvo silvestre incluido, y
regreso a la autocaravana para cenar, follar y dormir. El domingo lo mismo pero
por la Bola del Mundo y regreso por la tarde para regresar a Madrid.
Ha sido un fin de semana fantástico.
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