jueves, 27 de octubre de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 17)


Es difícil de explicar lo que significo para mí la llegada de Blanquita. Por un lado tenía una amiga, que de ninguna manera dañaba la relación que tenía con papá, y por otro lado tenía a alguien sobre la que tenía cierto control, sin olvidar, que el control total, absoluto y sin discusión lo tenía papá.
Entró rápidamente en el rol de sumisión frente a papá, un hombre que exige control absoluto, y aceptaba de buen grado mi control, si se puede llamar así.
Lo que más me sorprendió de ella fue que no se sorprendió, valga la redundancia, cuándo se enteró de que éramos padre e hija: lo aceptó cómo si fuera lo más normal del mundo.
Durante la semana, vivía en su casa, sola, ya que no tenía familia en Madrid, pero los fines de semana se venía con nosotros, ya fuera a nuestra casa o fuera de la capital: desde entonces siempre nos acompañaba en nuestras salidas.
En casa siempre dormía con nosotros, por eso, papá cambió la cama de metro y medio por una especial de dos metros: quería tenernos siempre a mano. Los viernes llegaba con papá directamente del trabajo y lo hacia con muy poca ropa, solo lo básico: sabía que, salvo excepciones, no le iba a hacer falta.
Un día fuimos a su casa, un pequeño apartamento en la zona de Pacifico, a inspeccionar su ropero: pocas veces me he reído tanto, incluso papá lo hizo. Tiramos a la basura la mitad de lo que tenía y acto seguido nos fuimos a la Gran Vía de compras. Hicimos varios viajes al coche para dejar bolsas. Mientras íbamos de una tienda a otra, Blanquita y yo lo hacíamos cogidas de la mano, y en ocasiones nos besábamos en los labios mientras nos acariciábamos el trasero. Papá, un par de metros por detrás, nos miraba complacido mientras nos grababa con la GoPro que llevaba sujeta al cinturón del pantalón. Lo que nos pudimos reír cuándo regresamos a casa visionando la grabación. Quedó patente que Blanquita también le iba lo de exhibicionismo.
La fue introduciendo en el mundo del sado poco a poco y lo fue aceptando de buena gana. Primero con pequeñas ataduras, pero con el tiempo con toda la parafernalia del sótano. Finalmente, recuerdo que era sábado, después de comer, la hizo pasar por lo que yo llamo la “prueba de la mesa” y que por lo menos, a mi, me entusiasma. Papá me dejó prepararla, y feliz cómo una lombriz empecé atando los antebrazos por detrás de la espalda. 
—¿Me va a hacer daño? —preguntó un poco asustada mientras la ayudaba a tumbarse sobre la mesa.
­—Hoy no, pero una vez que empiece no hay vuelta atrás. Aunque supliques no parara
hasta la hora de cenar.
—Me estás dando miedo, —dijo forzando una sonrisa para enmascarar los nervios.
—Te garantizo que jamás experimentaras algo como esto, —respondí terminando de atar las piernas, bien abiertas y flexionadas hacia arriba. Apreté las cuerdas, tal vez más de lo debido para impedir que pudiera moverse lo más mínimo.
—Ya está papá, —dije mirándole. Estaba tecleando en el ordenador portátil.
—Empieza tú que ahora estoy ocupado, pero solo lengua: ya sabes cómo hacerlo.
Coloque la silla junto a la mesa, me senté y contemplé con detenimiento la esplendida imagen de la zona genital de Blanquita, totalmente expuesta y a mi disposición. Me incliné y besé sus labios vaginales. Los separé con la lengua y recorrí su vagina en toda su longitud una y otra vez. Deguste un sabor que ya conocía perfectamente. Después de mucho insistir se abrió la caja de las maravillas y alcanzó el primer orgasmo. Insistí y al cabo de un rato llegó el segundo y así, con una cadencia espaciada fueron llegando, aunque ni mucho menos con la rapidez con que yo los alcanzo. Después me relevó papá y la saboreo hasta que se cansó, momento en el que el vibrador comenzó a
actuar. Cuándo papá ocupaba la silla, me metía bajo la mesa y le chupaba la polla hasta que se corría. La cambio el plug anal que llevaba por uno mucho más grueso y comprendí que esa noche Blanquita dejaría de ser virgen por el culo, y me sentí feliz por ella.
Todo terminó casi cuatro horas después. La desaté las piernas y con una toalla la estuve secando el sudor y a continuación la hidrate con una bebida isotónica. Estaba tan agotada que cuándo se puso definitivamente de pie, las fuerzas la abandonaron y las piernas no la sujetaron: no cayó al suelo porque papá y yo lo impedimos.
Después de cenar, estuvimos un rato largo charlando mientras tomábamos una copa. Las preparé yo, y antes de servirlas, papá tumbó a Blanquita bocabajo sobre sus piernas y la extrajo el plug, después de estar un rato metiendo y sacándolo. La puso al borde el infarto. Finalmente, lo sustituyó por otro más grueso, tanto que solo se podía sentar de lado. La veía feliz, consciente de lo que esa noche iba a ocurrir. Sabía que la iba a doler, pero veía en su cara la determinación por ser usada por papá, algo que entendía perfectamente porque yo sentía lo mismo.
Terminamos las copas después de muchas risas: papá cuándo se lo propone es muy gracioso. Mientras lo hacíamos iba jugando con nosotras, hasta que finalmente
subimos a la habitación. Blanquita lo hizo despatarrada porque casi no podía andar por el calibre del plug. Me indicó que la inmovilizara y lo hice atando sus brazos a la espalda. Nos tumbamos sobre la cama y por indicación de papá comenzamos un sesenta y nueve apasionado: ¡cómo me gusta su vagina! Aunque sé que las dos le pertenecemos, y en eso no hay duda posible, tiendo a considerarla de mi propiedad. He desarrollado un cariño muy especial hacia ella, y tengo la certeza, sé, que a ella le pasa lo mismo. ¿Puede ser amor? Creo que si, aunque por encima de ese sentimiento esta el amor incondicional que profesa a mi padre.
Mientas nos chupábamos mutuamente los genitales, papá, tumbado a nuestro lado, nos miraba complacido mientras se acariciaba la polla.
—Sepárala las piernas y átaselas, —ordenó papá y mientras lo hacia la metió la polla en la boca mientras la decía—: la has chupado muchas veces y sabes lo grande y gorda que es. Dentro de un momento la vas a tener metida en el culo y por fin vas a ser consciente de todo el placer que eres capaz de proporcionar a los que te quieren.
Blanquita no dijo nada, porque entre otras cosas seguía con la polla de papá en la boca, pero noté que su cuerpo se estremecía de placer ante esa perspectiva.
—Lubrícala el ano y estimúlala, pero que no se corra: ponla a cien.
Mientras lo hacia, se lubricaba la polla con detenimiento. Después, se tumbó sobre ella, la rodeo con los brazos y a unos centímetros de su rostro, le coloque la polla en la entrada: papá no quería perderse nada de las sensaciones que experimentaba Blanquita. Poco a poco fue presionando y su lubricada polla entró sin dificultad deslizándose en su interior. Empezó a bombear mientras Blanquita empezaba a gemir con más intensidad. Mucho antes de que papá se corriera ya había llegado al orgasmo.
—Cabalgara la boca y que te coma el chocho, —ordenó papá y rápidamente lo hice. Me sentí tremendamente feliz de que me dejara participar en la utilización de mi segundo amor. Después de que las dos alcanzásemos varios orgasmos más, papá se salió y vació su polla en la boca de Blanquita.
—¡Chúpala y límpiala bien! —ordenó taxativamente y ella obedeció sin rechistar. Finalmente, la ayude en esa tarea.
Mientras la desataba, papá sirvió unas copas de vino y nos relajamos mientras descansábamos para continuar un poco más tarde: fue un fin de semana muy intenso.


EPILOGO

Nuestro maravilloso trío duró varios años, hasta que un estúpido accidente de tráfico, causado por un gilipollas, me lo arrebató. Entonces me di cuenta fehacientemente de lo mucho que estaba unida a él. Después de los primeros días de estupor, en los que las dos no parábamos de llorar, decidí afrontar la realidad de su ausencia y reconvertir nuestra situación.
Llegó el primer fin de semana y bajé a Blanquita al sótano. Ella ya había estado innumerables veces en él, pero nunca a solas conmigo: siempre estuvimos supervisadas por papá. Lo hice después de ponerla un collar de perro en el cuello y atarla las manos a la espalda. La conduje tirando de la correa, y una vez abajo, la coloque sobre el potro bocabajo y con un látigo suave estuve descargando mi frustración, y la de ella.
Somos pareja desde ese día. Blanquita dejó el banco después de negociar una baja muy interesante. Se trasladó a vivir a mi casa y pusimos en alquiler la suya. Vivimos de los que nos renta las casas de alquiler que tenía papá y de lo que heredé a su muerte. Por cierto, que pleiteamos contra el que la causo y conseguimos que fuera un par de años a la cárcel, después de un largo y desesperante juicio.
He asumido el papel de dominante en nuestra relación. Una situación totalmente asumida por Blanquita. Las dos somos extremadamente felices, salvo en los momentos en los que recordamos con cariño y añoranza a mi padre: pese a su ausencia, una presencia permanente en nuestras vidas.


                                

sábado, 15 de octubre de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 16)


 
Completamente desnuda, retozo por la cama, que se ha convertido en mi zona de show desde hace unos meses. Se me da bien, y me siento mejor. Soy la protagonista absoluta de un espectáculo que está hecho a mi medida, no en vano también soy guionista, directora y actriz: papá jamás interviene en nada. Se sienta en su sillón y desde allí, normalmente, con un vaso de ginebra cerca, me mira sin perderse nada. Siempre emito después de cenar.
Cuándo empecé con esto, lo hice en el dormitorio que comparto con él. Después, y ante el éxito que cosechaba me preparó en el desván una zona de emisión. La decoración era totalmente mía: papá me dejó ponerlo enteramente a mi gusto. Estaba compuesta por una cama normal de matrimonio, y en lugar de somier había una tabla sobre la que descansaba el colchón: no quería que se hundiera. Compré cuatro edredones de diverso color y dos almohadones a juego con cada uno de ellos. En lugar de cabecero, puse cuatro barras con cuatro cortinas de estampado suave y de distinto color, que cambiaba dependiendo del color del edredón que ponía. A los pies de la cama había dos focos de luz, dos cámaras para transmitir, una de ellas móvil, dos micrófonos, y una pantalla grande conectada al ordenador portátil.
No fue idea de papá. Se me ocurrió después de que una compañera de la universidad me comentara que se metía en una página y que en ocasiones emitía. Picada por la curiosidad me metí también en la página y se me iluminó la mente. Se lo propuse a papá y le pareció bien. Durante varias semanas, después de cumplir con papá, me metía en la página y escudriñaba para ver cómo lo hacían: había chicas que eran muy buenas.
Cómo ya he dicho, la primera emisión la hice en el dormitorio y con la cámara del ordenador portátil: nada que ver con el despliegue actual. No me quedó muy bien: los nervios me pudieron. Según fui emitiendo gané en confianza y con el tiempo me trasladé al desván. Actualmente emito un par de días a la semana y en mi página ofrezco videos de mis shows y fotografías. Estás últimas me las hace papá: desde hace tiempo me he convertido en su modelo particular.
Al principio jugaba e interactuaba con los espectadores, aceptaba peticiones, hacia sorteos, dialogaba mucho. La verdad es que ganaba dinero y regalos cuándo asocie una cuenta de una conocida multinacional norteamericana de comercio electrónico. Después, en esa misma web, descubrí los dispositivos OhMiBod y empecé a variar los shows. Empecé a ganar mucho más cuándo los fans se liaban a mandar monedas para activar el dispositivo. Además, cómo lo mantenía con una intensidad alta, cuándo alguien subía un poco la cuantía de la aportación, recibía unas vibraciones tan fuertes que incluso me hacían gritar. Creo que la clave de mi éxito es que los fans ven en mi naturalidad y verdad, no ficción y mentira cómo muchas de mis compañeras de emisión.
Actualmente, no solo emito en Chaturbate, al mismo tiempo, me conecto con CAM 4. Creé un correo electrónico que aparece en mis espacios, y dónde mis fans me dicen todo tipo de burradas. Papá y yo nos reímos mucho leyéndolos.
Todo lo que gano va a una cuenta que abrí solo para eso. No penséis que soy una jodida millonaria, ni mucho menos, pero gano lo suficiente cómo para mantener cierta independencia económica, aunque sea ficticia: con papá tengo todo lo que quiero para mis gastos.
Cómo ya he dicho, papá jamás aparece en las emisiones. Desde su sitio mira cómo evoluciono sobre la cama, cómo me retuerzo con las potentes vibraciones del dispositivo, y cómo me corro. Con eso sí que flipan los fans: con mi facilidad para correrme. Eso sí, cuándo termino me echa unos polvos de flipar: enérgicos, dominantes, duros, violentos, cómo si no pudiera follarme nunca más.


Estamos en abril, y con la llegada del buen tiempo a Madrid visualmente resucito. Empiezo a abandonar los plumas y los pantalones, y aparecen chaquetitas y minifaldas. Sé que le encanta. Le gusta sacarme y exhibirme, y cuánto más ligera de ropa mejor. Y a mi me encanta exhibirme y que me exhiba. En Madrid nos cortamos un poco porque a papá le pueden reconocer: tiene muchos conocidos del banco. De todas maneras, muy pocos saben de mi existencia después del par de años que pasé en la cueva de las brujas católicas.
Cuándo más disfrutamos es cuándo salimos de Madrid en fin de semana. Cogemos el AVE y nos vamos a Barcelona o Sevilla principalmente, aunque también a cualquier capital conectada por ese sistema de transporte.
En Barcelona siempre nos alojamos en un hotel del Born. Nos gusta mucho la oferta gastronomita y de ocio de esta zona de la ciudad condal.
Me había puesto con un vestido escueto de color negro, ajustado y muy corto, pero con un poco de vuelo en la falda, que dejaban al descubierto mis piernas. El trasero se me adivinaba esplendido, realzado por unas sandalias de tacón casi imposible.
Salimos del hotel cogidos de la mano cómo una pareja normal de enamorados. Sé perfectamente que en estos momentos soy la atracción principal, porque si estuviéramos desnudos todos mirarían la polla de papá. Él va encantado llevando de la mano, y en ocasiones del trasero, a un pibón cómo yo.
—Has reservado o vamos a la aventura, —pregunté aunque me daba igual. Era por
hablar.
—Si, vamos a un restaurante especializado en pescado que hay detrás de la basílica de Santa María del Mar. Me han hablado bien de ellos y desde el hotel nos han hecho la reserva.
—¡Ah! Genial. Me gusta el pescado.
—Lo sé, por eso vamos ahí. Además, cerca hay varias vinotecas.
—¿Quieres emborracharme? —bromeé agarrándome a su brazo.
—¿Hace falta?
—Pues claro que no, tonto.
Efectivamente, el restaurante era genial, y después de cenar estuvimos charlando hasta que casi nos echaron mientras dábamos cuenta de una botella de champagne.
Cuándo salimos, vi cómo sacaba una cámara GoPro, la conectaba y la colocaba en el cinturón del pantalón a la altura de la hebilla. En esa posición grababa todo lo que ocurría delante, y en ocasiones, papá me hacia ir por delante. El saber que me grababa, hizo que además de ponerme un poco tonta, me excitara bastante más. La calle estaba muy concurrida, y la gente me miraba con interés, sobre todo cuándo juguetona, me ponía a dar vueltas sobre mi misma haciendo volar la falda y dejando al descubierto mi trasero, debidamente decorado con un plug (siempre lo llevo) y mi depilada zona vaginal. El saberme foco de atención, no solo de papá, si no también de un montón de desconocidos, hacia que mi deseo aumentara constantemente. Paseando y haciendo el tonto, por supuesto por mi parte, bordeamos el Centro Cultural y nos dirigimos al

Parque de la Ciudadela.
Recorrimos el parque mientras tonteábamos. Papá metía la mano bajo mi falda
acariciándome el trasero y la vagina. No hace falta que diga que estaba a cien. Y todo delante de la GoPro. De improviso, me cogió de la mano y me condujo al interior de un grupo de plantas. Me hizo arrodillar, se quitó la cámara del cinturón y sacándose la polla me la metió en la boca. Cómo una posesa, empecé a chupar mientras papá seguía grabando. Unos minutos después se corrió y empecé a juguetear con el semen antes de tragármelo.
Esa grabación fue la primera que puse a la venta en mi espacio de Chaturbate y tuvo mucho éxito. En general, las pelis que me hace papá en espacios públicos, tienen mucho más éxito que las grabaciones de mis shows en casa. Debe de ser cosa del morbo.
Fue la primera de muchas, y es que papá me ha follado en los sitios más insospechados. Desde esa primera vez, la GoPro siempre va con él, y siempre me va gravando. Esos videos son la columna vertebral de un negocio con el que no me voy a hacer millonaria, cómo ya dije antes, pero con el que podría vivir con ciertas estrecheces.
En varias ocasiones hemos preparado grabaciones. Las que más me gustan son las de un montón de tíos que me follan. Papá lo prepara todo, reúne a media docena de “profesionales” y durante muchas horas me follan sin parar por los sitios por dónde es posible. En una ocasión estuve ocho horas siendo follada por diez negros enormes y cachas, y con unas pollas muy aceptables. Termine tan agotada, y con la zona vaginal y anal tan tumefacta, a pesar de usar lubricante, que papá no volvió a repetir la experiencia: le gusta tenerme en buenas condiciones para su disfrute, y cuándo me deteriora, le gusta hacerlo él.


Estoy absolutamente encantada del uso que papá hace de mí. No me cansaré de repetirlo, al placer sexual derivado de la manipulación de mis zonas erógenas, hay que añadir dos aspectos cómo si fueran aditivos imprescindibles. El primero, el placer que me produce el sentirme usada y utilizada, y el segundo, el placer que proporciono a mi señor, a mi Dios.
Al principio de nuestra relación, y cómo ya he contado en capítulos anteriores y en este mismo, a papá le gustaba compartirme con otros hombres, pero siempre supervisado por el: en su presencia. Con el tiempo eso fue desapareciendo de nuestras vidas hasta que sencillamente dejó de ocurrir. Pero siempre hay una excepción: Blanquita.
Era una mujer que ya había sobrepasado ampliamente la treintena, muy sosa en el trato por su timidez, y con cierto atractivo derivado de un cuerpo espectacular: se notaba que la gustaba cuidarse, aunque no hacia alarde de ello. De todas maneras, conociendo los gustos de papá la sobraban varios kilos. Entró en nuestras vidas cuándo llevábamos cinco o seis años de relación. Papá la conoció en el banco, era una empleada de otro departamento relacionado con el suyo, y cómo siempre ocurre con los que llevan muchos años en este mundo, rápidamente detectó a una sumisa potencial. Papá la
ignoró, hasta que en cierta ocasión que estábamos pasando unos días en la playa, se la encontró paseando por el paseo marítimo. Estaba sola y por cortesía la invitó a cenar con nosotros. Inmediatamente se dio cuenta de que Blanquita no me quitaba ojo, y siempre que podía me miraba distraídamente el culo o las tetas. Papá decidió explotar esa circunstancia. La fue trabajando, hasta que finalmente, después de salir de un garito dónde habíamos estado tomando unas copas consiguió que me morreara.
Subimos al hotel a “tomar la última” y papá la habló con claridad: no se anduvo con rodeos.
—¿Te gusta Anita? —preguntó mientras me quitaba el vestido y me dejaba completamente desnuda.
—¡Claro! Es muy simpática, —respondió un poco intimidada y roja cómo un tomate.
—Pero ¿te gustaría besarla otra vez? —insistió papá.
—Sí, —susurró bajando la mirada al suelo.
—Eso es fácil de solucionar, —dijo papá separándome las piernas y cubriéndome la vagina con la mano, —¿y esto te gustaría besarlo?
Blanquita no contestó, pero no pudo evitar llevarse la mano a la zona genital, mientras yo la miraba presa de deseo.
—Ya veo que sí. ¡Quítate el vestido! —ordenó papá y sin rechistar le obedeció. Hasta yo me sorprendí de la rapidez con que lo hizo. Después, se separó de mí y se aproximó a ella colocándose por detrás. La agarró por el pelo y tirando hacia atrás con suavidad la preguntó mientras con la mano la agarraba la vagina—. ¿Quieres que te haga esto?
La pregunta sobraba porque ya lo estaba haciendo. Blanquita solo pudo soltar un gemido que delataba que la respuesta era afirmativa. Siguió estimulándola hasta la tuvo al borde del orgasmo, y paró.
—Anita es una mujer extremadamente servicial y obediente, —continuó hablando mientras se sentaba en un sillón y nos hacia arrodillarnos entre sus piernas—. Puedes hacer con ella lo que quieras, pero a cambio, quiero hacer contigo todo lo que yo quiera. Ojo, he dicho todo, y te aviso de que soy muy exigente.
Se sacó la polla, me hizo una indicación e inclinándome empecé a chupársela. Mientras me inclinaba, pude ver cómo Blanquita miraba con ojos desorbitados la enorme polla de papá. Se inclinó sobre mi y empezó a besarme la espalda al tiempo que notaba cómo me olía.
—Estoy esperando una respuesta.
—¿Me vas a hacer daño? —preguntó mientras con una mano empezaba a recorrer mi espalda en dirección al trasero.
—Si, pero te aseguro que me suplicaras que te lo haga, porque gracias a ese dolor, alcanzaras un placer desconocido para ti.
No contestó, su mano llegó a mi vagina y torpemente intento meter un dedo dentro. Di un respingo y se asustó un poco. Papá me incorporó y me indico que la enseñara a hacerlo. Me incorporé y empecé a acariciar la espalda de Blanquita y lentamente llegué a su zona vaginal y empecé a masajearla suavemente mientras notaba cómo mi nueva amiga iba reaccionando. La fui metiendo un dedo y cuándo empezó a gemir, la metí otro. La agarré por el pelo y la conduje hasta que tuvo la polla de papá en su boca. La aceptó sin pensarlo mientras seguía estimulándola con mis dedos. Cuándo papá se fue a correr, la sacó y lo hizo en su cara mientras yo intensificaba el trabajo de mis dedos y ella también se corría. Inmediatamente, la limpié la cara con la lengua no dejando ni una gota del su semen.
—¿Te ha gustado? —preguntó papá.
—Sí, nunca había sentido algo así. Podría estar toda la noche.
—Y lo vas a estar. Esto solo ha sido el principio.
La abracé y empecé a morrearla mientras papá se levantaba y se iba a por los juguetes.


El sol inundaba con fuerza la habitación por lo avanzado de la hora. Sentado en un sillón, papá nos contemplaba dormir agotadas por los intensos excesos de la noche. Nos miraba desnudas sobre la cama consciente de que tenía sobre ella a su posesión más preciada, y a alguien, que si la trabajaba bien, siria un complemento perfecto para mi. No tenía la más minima duda de que si se lo proponía, lo conseguiría, y anhelaba que lo consiguiera. Desde que probé por primera vez a una mujer, descubrí que me gustaban mucho. Por supuesto, después de papá, que para mi es Dios. A pesar de que solo la conozco desde hace unas pocas horas, Blanquita me ha entrado por el ojo.
Abrí los ojos y vi la espalda de mi nueva amiga que seguía durmiendo placidamente. Busqué a papá con la mirada y le vi sentado en el sillón.
—Despiértala: cómela el chocho, —ordenó con una sonrisa. La voltee un poco separándola las piernas y comencé a chupar su vagina con afán desmedido. Aún somnolienta, noté cómo su respiración de agitaba y a los pocos segundos empezaba a gemir mientras con la mano me acariciaba la cabeza. Se corrió con un fuerte orgasmo que la dejó despatarrada y feliz.
Papá la dejó recuperarse y luego la ordenó que me chupara a mi. Inmediatamente cumplió la orden y yo también me corrí. Después, estuvimos un buen rato morreándonos mientras papá nos contemplaba complacido desde su lugar de privilegio.
—¡Venid aquí las dos! —ordenó señalando con el dedo el espacio entre sus piernas. Rápidamente nos acercamos y arrodillándonos comenzamos a chuparle la polla hasta que se corrió inundándonos la cara a las dos.


Papá lo arregló para que Blanquita se trasladara a nuestro hotel y le dieran una habitación próxima a la nuestra, que solo usaba para cambiarse de ropa. Íbamos juntos a la playa, comíamos juntos, todo lo hacíamos juntos. Fue entrando en nuestros juegos hasta que cómo dijo papá, suplicaba que papá hiciera con ella lo que quisiera.
Blanquita había entrado en nuestras vidas, definitivamente.