jueves, 31 de marzo de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 2)



Abrí los ojos y la luz me hizo daño. Entraba cómo cuchillos por las rendijas de la persiana, y eso solo podía ser porque era muy tarde. Me estiré en la cama y por unos breves instantes pensé que todo había sido un sueño, lo que tarde en descubrir el contrato encima de la mesilla. Entonces reparé que estaba en el dormitorio de mi padre y los acontecimientos vividos la noche anterior se me amontonaron de golpe en la mente. Sentí un calambre en la vagina que hizo que la acariciara con la mano. Gracias a eso comprobé que continuaba con el plug metido en el culo. Lo moví un poco con el dedo y note una sensación agradable. «no, primero tengo que leer mi contrato cómo me ha dicho papá» pensé. Extendí la otra mano, alcance el contrato y me puse a leerlo. Era muy largo y enrevesado, y pasé directamente al anexo: pensé que cómo mi padre lo había mencionado seria importante.
Obligaciones de inexcusable cumplimiento de Anita:
1.º Obedecerás y servirás a tu padre en todo momento.
2.º Siempre estarás disponible para tu padre.
3.º Nunca mentiras a tu padre.
4.º Tienes la obligación de cuidar tu aspecto físico:
      - Siempre estarás entre los 45 Kg y los 50 Kg de peso.
      - Al menos tres veces a la semana practicaras algún tipo de    
        deporte aeróbico bajo la supervisión de tu padre.
5.º Tienes prohibido fumar.
6.º Tienes prohibido beber alcohol sin permiso de tu padre.
7.º Tus estudios se anteponen a tus obligaciones con tu padre. Todo tu tiempo libre se lo dedicaras a él.
8.º Estarás siempre perfectamente depilada.
9.º En casa, siempre estarás desnuda.
10.º Fuera de casa vestirás cómo tú quieras, salvo cuándo acompañes a tu padre que lo harás cómo él te indique.
11.º Tu padre tiene el derecho de exhibirte.
12.º No tendrás ningún tipo de relación sexual con alguien distinto a tu padre, salvo que él indique lo contrario. En ese caso obedecerás incondicionalmente.
13.º Siempre es tu obligación atender los deseos sexuales de tu padre, sean de la índole que sean.
14.º En ningún caso la negativa es una opción.
15.º Si incumples alguno de los puntos anteriores, tú padre esta en su derecho de aplicarte el castigo que considere necesario.
Lo leí dos veces y sin entender en ese momento por qué termine muy excitada. Me tentó la idea de tocarme el chocho, pero no me atreví sin su permiso. Me levanté de la cama, salí de la habitación con el contrato de la mano, bajé al salón y lo encontré sentado en su sillón viendo un partido de futbol por la tele.
—Por fin te levantas bella durmiente, —dijo papa tendiéndome la mano para que me acercara.
—¿Qué hora es papá? —dije mientras me sentaba en sus rodillas.
—Las cinco.
—¿Las cinco? Que tarde, ¿no?
—Sí que lo es, pero anoche te dormiste muy tarde.
—No sé. ¿Qué hora era?
—Casi las cinco.
—Aun así he dormido un montón… ¡doce horas!
—Estabas muy cansada… y además bebiste vino y anís.
—El anís no me gusta, pero el vino sí.
—Pues fíjate que pensaba que iba a ser al contrario.
—Es que es demasiado dulce.
—Bueno vale: nada de anís.
—Pero vino si, porfa.
 —De acuerdo. ¿Vas a ser buena y hacer todo lo que te diga?
—¡Jo papá! No seas pesado: ya te dije ayer que sí, —mi padre se echó a reír mientras pasaba la mano por mi trasero y se ponía a juguetear con el plug—. Además, he firmado este papel.
—¿Lo has leído? —afirmé con la cabeza—. Y ¿qué te parece? —me encogí de hombros—. ¿No tienes ninguna duda?
—¿Esto lo firmó mamá?
—Sí, y el suyo era mucho más estricto.
—¿Por qué era más estricto?
—Porque cuándo la conocí era un poco una cabra loca. ¿Sabias que tu mama pesaba 70 kilos? —negué con la cabeza sorprendida—. Pues sí, los pesaba. Tenía 20 años e incluso se drogaba.
—¿Sí? Pero si ni siquiera bebía alcohol.
—Ya lo se.
—¿Y tu cuantos años tenias?
—14 más, ya lo sabes: tenía 34.
—Papá, tengo hambre, —dije después de una pausa.
—Cenaremos a las ocho.
—¡Jo!
—Ven bájate, —dijo y me puso de rodillas entre sus piernas. Después se sacó la polla y me la ofreció. Sin pensarlo ni un instante me la metí en la boca y comencé a chupar. Al cabo del rato, me incorporó y tumbó bocabajo sobre sus rodillas. Comenzó a masajearme la vagina y cuándo vio que empezaba a gemir, con la otra mano empezó a sacar y meter el plug de mi ano. A los pocos minutos alcance un orgasmo tan fuerte que me dejó sin fuerzas mientras y casi sin habla. Me bajó de las rodillas y me introdujo la polla en la boca. Al cabo de unos minutos se corrió y me lo tragué todo sin desperdiciar una sola gota. Después, me atrajo hacia el y comenzó a besarme. Su lengua recorría todos los rincones de mi boca mientras yo, presa del deseo, intentaba atraparla. Mientras me besaba, me mantenía contra su pecho en una posición incomoda y con la otra mano metía y sacaba otra vez el plug. Mi respiración se fue haciendo más intensa hasta que al poco tiempo me llegó otro y esta vez berreé cómo una puta zorra.


Con suavidad me dejó caer al suelo y allí me quedé inerte. Era muy feliz. Desde el suelo miraba a mi padre que a su vez me miraba complacido y triunfante. A sus pies, totalmente entregada tenía a su más preciada posesión. Movió un pie acercándolo a mi boca y sin pensarlo comencé a chuparlo. Sentí placer. Ni mucho menos cómo las otras veces, pero lo sentí.
—Ven, vamos a bañarte, —dijo cogiéndome de la mano y levantándose del sillón. Sumisa le seguí escaleras arriba y nos encaminamos al baño. Me sacó el plug del culo, y me ordenó que me sentara en la taza del váter y cagara. Sentí mucha vergüenza, pero le obedecí mientras lavaba el plug en el lavabo.
Salió un momento y al poco regresó con algo que yo no había visto nunca: un tuvo de aspecto metálico y con muchos agujeros en una punta. Vi cómo desmontaba la ducha de teléfono y lo enroscaba en su lugar. Me indico que me limpiara, me hizo arrodillarme y me introdujo la polla en la boca.
—Vamos a jugar a un juego nuevo, —dijo mientras bombeaba en mi boca—. Te aseguro que te va a encantar: tu madre se volvía loca con esto. Bueno, la verdad es que se volvía loca con muchas cosas, pero con esta una de las que más. ¿Quieres jugar?
Que pregunta, pues claro que quería jugar. Desde hacia una semana, iba descubriendo continuamente cosas de las que no tenía ni puta idea, y cosas de las que no tenía ni puta idea que se pudieran hacer. Meneé afirmativamente la cabeza mientras seguía chupando.
—Te he preguntado si quieres jugar: contéstame.
—Sí papá, quiero jugar, —respondí sacándome la polla de la boca.
—Pues vamos a empezar, —me levantó y cogiéndome de la mano entramos en la bañera. El agua caliente caía desde arriba y el vapor nos envolvía. Me enjabonó concienzudamente y cuándo estuve bien limpia me hizo arrodillarme. Nuevamente me la metió en la boca y durante un rato se la estuve chupando, hasta que finalmente cerro el agua de la ducha de arriba y abrió la de teléfono. Vi cómo empezaban a salir muchos chorritos de agua por la punta. Yo permanecía de rodillas. Sin hacerme daño me agarró del pelo y me inclinó hacia delante hasta que la cara tocó el suelo. Primero noté la calidez del agua en mi chocho, y a continuación, cómo la cánula se abría paso por mi ano. Sentí cómo el agua inundaba mis tripas y el vientre se abultaba. Al tiempo, mi padre imprimía un movimiento de vaivén a la cánula que me hacia gozar. Sacó la cánula, me incorporó y me mandó que vaciara el intestino. No hizo falta apretar mucho, un maloliente chorro salio de mi culo mientras mi padre me masajeaba el vientre. Me volvió a inclinar, volvió a introducir la cánula y volví a tener las mismas sensaciones. Según repetíamos la operación, el agua salía más limpia y yo sentía más placer hasta que, finalmente, mi padre me sujeto el chocho con la mano y mientras me masajeaba vigorosamente siguió penetrándome con la cánula. Esta vez no la sacó, siguió hinchándome mientras el aguan salía a presión por mi ano. Finalmente, me corrí mientras volvía a chillar cómo una perra. Sin dejar que me recuperara, me puso en cuclillas, me sacó la cánula y me metió la polla en la boca.
—Vamos, échalo todo, —me ordenó. Agarrada a su piernas, y mientras me follaba la boca, hice toda la fuera que pude para vaciar las tripas, y cuándo se corrió, me lo tragué aunque no fue mucho: había pasado poco tiempo con la vez anterior. Me incorporó y me abrazó con ternura—. Buena chica, muy bien, buena chica, —repetía sin cesar mientras me acariciaba. Os puedo asegurar que en esos momentos era la mujer más feliz del mundo.


Para cenar pedimos algo a un chino y papá me sirvió una copa de vino. Me encanta la comida asiática y comer con palillos. Nuevamente cenamos envueltos en muchas risas y confidencias.
—Papá, ¿cuándo me la vas a meter?
—Bueno, ya te la meto, ¿No? —respondió después de atragantarse.
—No seas tonto, ya sabes a que me refiero.
—¿Por qué lo quieres saber, te preocupa?
—No sé. Es que es muy grande.
—Por eso no te preocupes cariño. Entrará y te gustará.
—¿Te la has medido alguna vez?
—Cuándo era joven… ¡ah! Y también tu madre: un par de veces.
—¿Mama te la media?
—Sí, ya te lo he dicho: un par de veces.
—¿Y cuánto te mide?
—¡Umm…! No me acuerdo, —le miré con desconfianza frunciendo el ceño. Me levanté y fui al costurero a por la cinta métrica.
—Eres un graciosillo: lo que quieres es que te la mida.
—¿Yo? Que va.
Me arrodille entre sus piernas y me enfrente al pingajo en que se había convertido su polla. Me la metí en la boca y comencé a succionar. Desde el primer momento me gustó esa sensación, saborear esa textura blanda, fofa, pero mucho más cuándo, después de insistir mucho, empezó a crecer en mi boca e iba adquiriendo firmeza. Seguí insistiendo hasta que comprobé que estaba tan dura que marcaba sus enormes venas. Cogí la cinta métrica y la medí.
—23 centímetros y medio.
—No jodas que se me está encogiendo: tu mama decía que 24.
—No seas tonto: solo es medio centímetro. ¿Y de gorda? —volví a coger la cinta, pero no sabía cómo hacerlo.
—Para el diámetro necesitaras un calibre, —dijo papa riendo.
—¿Tenemos de eso?
—No, no tenemos. Mide la circunferencia: si no recuerdo mal, 15 cm equivalen a 5 de diámetro más o menos. Al menos eso decía tu madre. Pero date prisa que se me está encogiendo, —volví a meterla en la boca y después de mucho chupar volvió a estar otra vez en condiciones para medirla.
—Pues te ha crecido papi: 17 cm ¿Eso cuánto es?
—Unos 5 y medio.
—Yo creo que es muy gorda.
—Mujer: sí que lo es, pero no te preocupes.
—No me has dicho cuándo…
—Mañana. Eso toca mañana. Hoy vamos a seguir cómo ayer, —se inclinó, me levantó en brazos y me sentó sobre sus rodillas. Cogimos las copas de vino y las apuramos después de brindar.
—¿Y ahora?
—Ya te lo he dicho: vamos a seguir cómo ayer. Me encanta hacer que tengas orgasmos. Tu mama también los tenía, pero la verdad es que creo que tú los tienes más
seguidos.
—¿Te gusta que chille?
—Sí, me hace muy feliz oírte chillar de placer.
—¿Mama también chillaba? Nunca la oí.
—Teníamos mucho cuidado con eso: eras muy pequeña y para ti seria muy difícil de entender. Cuándo la iba a hacer chillar la amordazaba…
—¿La amordazabas? ¿Cómo?
—¿Es que quieres que te amordace a ti también? —preguntó con intención mientras extendía el brazo y acercaba la caja que había traído la noche anterior. Yo me encogí de hombros mientras él rebuscaba en su interior. Finalmente, sacó una mordaza negra hinchable y otra de bola de color rojo, y me las dio.
—¡Hala! ¿Y esto?
—¿Te gustan?
—No sé. ¿Esto se pone en la boca?
—Sí.
—¿Y mama se lo ponía?
—Siempre que estabas en casa, —afirmó mientras yo inspeccionaba las dos mordazas—. ¿Quieres usarlas?
Afirmé con la cabeza y estoy segura de que me brillaron los ojos y que papa se dio cuenta. Cogió la de bola y me la colocó. Me mantenía la boca muy abierta pero no me hacia daño porque el material no era muy rígido. Con una de sus grandes manos sujetó las mías a la espalda mientras la otra se alojaba en mi vagina, de tal manera que aunque cerrara las piernas podía seguir estimulándome. Unos minutos después llegué a otro mientras la baba comenzaba a gotear de mi boca. Me soltó la manos y me abrazó mientras me besaba.
—Antes de empezar ¿Quieres un poco más de vino? —afirmé con la cabeza. Me sirvió un poco más y yo le señale la mordaza que seguía en su sitio—. A sí, perdona.
—¿Y ahora? —pregunte después de acabar con el vino.
—Ahora a la mesa, cómo ayer.
—¿Me vas a poner eso? —pregunte señalando la mordaza de bola.
—Me gustaría mucho que lo llevases, pero el otro. Es necesario que te acostumbre a tener algo llenándote la boca cuándo alcanzas el clímax.
—¡Uy! clímax. ¿Qué es eso?
—Lo que te entra cuándo más chillas, —respondió papa riendo—. Esta mordaza lleva una pieza que te entra por la boca y luego se puede inflar hasta que te la llena. Con ella casi no se te oye y es la que más le gustaba a mama.
Nos levantamos y fuimos hasta la mesa del salón sobre la que todavía seguía la manta. Me colocó la mordaza y aunque no dije nada, me agradó la sensación de tener algo metido en la boca. El sí se dio cuenta porque la verdad es que me lee cómo en un libro. Me ayudó a tumbarme y comenzó a atarme con la cuerda. No lo hizo cómo la noche anterior. Me ató con las piernas flexionadas hacia arriba, muy separadas, con mi chocho completamente expuesto. Las manos juntas y hacia atrás. Se inclinó y me besó en la frente mientras me pellizcaba suavemente un pezón. Empezó a inflar la mordaza y noté cómo la mandíbula se me separaba según ocupaba el interior de la boca. Cuándo consideró que ya era suficiente, sacó el instrumental de la caja y lo colocó a su lado, a mano.
—Voy a apuntar a que hora empezamos y todos los orgasmos que tengas, —dijo papa enseñándome un papel y un boli—. Quiero saber la frecuencia, —y riendo añadió mientras me sobeteaba las tetas—. En una ocasión hice un estudio científico de tu madre: por algún lado debo de tener sus estadísticas: eran espectaculares.
Creo que papá se daba cuenta de que el mantenerme con la incertidumbre me excitaba, por eso no hacia más que hablar y hablar. Además, su tono de voz me ponía, y creo que de eso también se había dado cuenta.
—Llegué a preparar una presentación de PowerPoint con fotografías y todo, no creas, —continuo—. También tengo videos. Cuándo lo enseñaba, la peña flipaba: te lo aseguro. Varios quisieron comprarla, a tu madre ¿te imaginas? Fue la hostia: me ofrecieron una pasta. Pero en fin: vamos a empezar.
Miró el reloj y apunto la hora en el papel. Me echó un buen chorro de lubricante en el chocho y empezó a estimularme el clítoris con el dedo. Lo hizo con mucho brío mientras con la otra mano seguía pellizcándome los pezones. Rápidamente mi respiración se hizo más profunda y agitada hasta que a los pocos minutos alcance el primero. Arqueando las cejas, papá apuntó la hora en el papel. A continuación, cogió un masajeador y empezó a pasar la cabeza por la vagina mientras seguía sobeteándome la tetas. Inmediatamente tuve otro. Seguimos así mucho tiempo, cambiando de instrumental y de técnicas. Se sentó en la silla, con una toalla me limpió de lubricante el chocho, me metió un vibrador por el culo y comenzó a chupar. Llegué a otro, o fueron dos, no sé. Para finalizar, mientras mantenía el vibrador en el culo, con otro fino se dedicó a estimularme directamente el clítoris después de echar un buen chorro de lubricante otra vez. Cuándo llegué al siguiente, no aflojó para dejarme descansar, al contrario, continuó insistente hasta que tuve otro y otro. No sé cuantos fueron, pero el último fue tan grande que creo que perdí el conocimiento un poco, no estoy segura. Papa se percató inmediatamente y paro, aunque con la mano siguió acariciándome la vagina durante unos minutos más. Mientras lo hacia, me sacó el vibrador del culo y lo sustituyó por un plug más grade que el anterior. Me soltó la correa de la mordaza y me la quitó. Finalmente, me desató, me cogió en brazos y me llevó a la cama. Cómo la noche anterior, se arrodilló junto a mi cara y me metió la polla en la boca, fallándomela hasta que se corrió. En todo ese proceso no me moví para nada, estaba terriblemente cansada y lo único que quería era dormir.
Se sirvió una copa de ginebra y regresó a la cama. Me cogió en brazos y se sentó en el sillón del dormitorio. Apoyada sobre su acogedor pecho me quedé dormida mientras el se tomaba su copa, con esa sensación de triunfo que ahora sé que tenía. Me estaba moldeando cómo quería para convertirme en la mujer que hoy soy.






viernes, 25 de marzo de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 1)



Descubrí el sexo de golpe, de una manera un tanto forzada. Con 18 años descubrí con placer que soy una puta masoquista. En ese proceso una persona muy allegada me llevó de la mano y me introdujo en un mundo nuevo para mí y que me fascino desde el primer momento. Fue el comienzo de un proceso que me convirtió en lo que soy hoy: una mujer feliz y realizada. De golpe, casi pasé de jugar con muñecas y leer novelas rosas, a hacerlo con la polla de mi padre.
Tenía dieciséis años cuándo mi madre murió en un accidente de tráfico. Era una mujer preciosa, joven, y totalmente enamorada de mi padre. En público siempre iba bien vestida, pero habitualmente, en casa, estaba muy ligera de ropa. Yo la imitaba. Desde muy pequeña ella era mi referente: de mayor quería ser cómo ella.
Mi padre, más que un padre es un cómplice, y le adoraba: siempre estaba dispuesto a complacer mis caprichos. Era un ejecutivo de categoría media alta de un gran banco internacional, y sus obligaciones laborales le impedían ocuparse de mí: o al menos eso me dijo. Al poco tiempo me envío a un estricto colegio de monjas en Dublín dónde estuve recluida dos años, hasta que cumplí los 18. La muerte de mi madre supuso un cambio radical en mi vida: pase de ser una niña mimada y caprichosa, a ser una amargada. Esos dos años fueron un infierno: las compañeras eran unas asquerosas igual de amargadas que yo y las monjas unas brujas sin sentimientos ni corazón. En ese tiempo, solo vi a mi padre dos veces, dos ocasiones en que su trabajo le llevó a Irlanda. Incluso en verano me mandaba a una especie de residencia en la costa que también tenían las brujas. Semanalmente recibía sus extensas cartas llenas de amor y cariño, y todos los jueves esperaba impaciente la llegada del cartero: la informática y los correos electrónicos estaban totalmente prohibidos. Ni siquiera tenía teléfono móvil: el primero me lo regalo papa cuándo regrese a Madrid.
Dos meses después de cumplir los 18, papa llegó para la graduación. Después de la ceremonia, recogimos mis cosas y salimos hacia el aeropuerto: no me despedí de ninguna de las amargadas, ni mucho menos de las brujas. Cuándo entramos por la puerta de casa era la mujer más feliz del mundo y todo mi anhelo era vivir allí en compañía de papa y no salir nunca más.
Desde el primer momento papa inicio un trabajo psicológico encaminado a convertirme en lo que hoy soy. Desde muy pequeña mi madre me inculcó la obediencia a mi padre: obedecerle, para mi es lo normal y no se me había olvidado.
—¿Nunca has estado con un chico? —preguntó una noche.
—No me gustan los chicos: recuerdo que son unos tontos, —al oírme se echó a reír—. Además, en el internado no había ninguno.
—Bueno, supongo que algún día cambiaras de opinión, —cómo única respuesta me encogí de hombros—. Bueno, no te preocupes que no pasa nada: de todas maneras yo siempre estaré a tu lado mientras me dejes.
—Papa, yo solo quiero estar siempre a tu lado.
—¿Siempre, siempre? Piensa muy bien lo que vas a contestar, —dijo mirándome con sus penetrantes y seguros ojos.
—Siempre papa, —dije con seguridad a pesar de que me sentía sorprendida, sorprendida porque aunque imaginaba cual era el sentido de su pregunta, respondí sin dudar.
—Muy bien hija, —dijo papa poniéndome una mano en la rodilla—. Cómo te pareces a tu madre: eres clavada.
—Yo siempre he querido ser cómo ella.
—Entonces procuraré que lo seas… en todo. Por supuesto siempre que estés de acuerdo. —yo no dije nada. Supongo que se me puede aplicar lo de quien calla otorga.
Durante el resto del día siguió trabajándome psicológicamente: supongo que en el fondo debía tener alguna duda sobre su control sobre mí. Hay que tener en cuenta que casi no me había visto en un par de años. Me comió el coco de tal manera que esa primera noche, terminé masturbándole mientras seguía sus instrucciones feliz cómo una lombriz.
Repetimos la operación varias noches más. Tenía que usar las dos manos para poder manejar la polla más descomunal que nunca había visto, aunque la verdad es que era la primera que veía. Después de muchos años, y algunas pollas más, tengo que decir que jamás he vuelto a ver una cómo la de mi padre. Según iban pasando las noches, avanzábamos en los juegos, pero siempre sin penetración: se la acariciaba, me la pasaba por la cara, se la besaba, lamia la punta e incluso le masturbé con los pies. Mientras, exploraba mi cuerpo con mucho detenimiento, pero en esos primeros días jamás se aproximó a mis genitales. A la segunda noche ya consiguió, sin mucho esfuerzo, que me desnudara, y tumbada junto a su cálido cuerpo, recorrió con las yemas de los dedos mi piel. Yo notaba cómo el calor del deseo me invadía, y él lo notaba también, pero no aceleró el paso, su intención era sembrar para el futuro: ahora lo sé muy bien. Al cuarto día ya me acariciaba fugazmente la vagina, y cuándo veía que me aproximaba al orgasmo, aflojaba, dejaba que me calmara y volvía a empezar. Con mucha habilidad dejaba que creyera que era yo quien decidía, pero la realidad es que yo obedecía todos sus deseos: vio con claridad la sumisa que hay en mí.
Desde el primer momento incrustó en mi mente la idea de la confidencialidad y el secreto, y tengo que reconocer que hizo un trabajo soberbio: jamás hablé con nadie sobre lo que me estaba pasando, aunque la verdad es, que en ese momento no tenía a quien contarle nada. Al contrario, la imagen que daba a mis compañeros cuándo empecé la universidad era la de una mojigata beatona, cuándo la verdad es que era sexualmente muy activa, eso si, con mi padre. Yo me lo tomaba cómo si fuera una actriz interpretando un papel estelar, y me encantaba. ¡Joder! Si hasta me vestía con calcetines altos y rebequitas pijas para ir a la universidad. Pero me estoy enrollando mucho y adelantándome a los acontecimientos.



El gran día llegó con el fin de semana, aunque seria más propio decir: la gran noche. Era viernes, y al día siguiente el no tenía que trabajar y yo no tenía nada especial que hacer. Cenamos pronto, algo que pedimos a un japo. Cuándo trajeron el pedido, mi padre abrió una botella de vino y me pidió que cenara desnuda: con él el tema de la vergüenza hacia días que había pasado a la historia. Cómo en un juego, comencé a quitarme la ropa cómo había visto en un video de Internet. Después cenamos en un mar de risas y confidencia. Me sirvió un poco de vino y cuándo terminamos, tomamos café y un chupito de anís: tres cosas que nunca había probado. Cuándo probé el anís mis pezones reaccionaron poniéndose duros cómo canicas. Si lo que pretendía era animarme, tengo que decir que no hubiera hecho falta: después de los prolegómenos de los días anteriores yo ya estaba totalmente entregada. De todas maneras me agradó la idea de la transgresión liquida, porque por alguna razón, supongo que psicológica, lo “otro”, no lo consideraba una transgresión. Además, me “ponía” la situación: el vestido y yo desnuda.
Cuándo recogimos la mesa mi padre se sentó en el sillón.
—Anita, ¿puedes venir?
—Sí papa.
—¿Quieres sentarte aquí encima? —yo le obedecí. Me senté de lado sobre sus piernas y me atrajo hacia su pecho. Después, mientras me acariciaba el pelo, preguntó—: ¿Qué quieres hacer ahora?
Yo me límite a encogerme de hombros. Mi padre fue bajando la mano lentamente por la curva de mi costado, y mientras lo hacia el deseo aumentaba gradualmente. Su mano continuó bajando hasta alojarse en mi trasero.
—¿No tienes curiosidad?
—No, —respondí al tiempo que volvía a encogerme de hombros.
—¿No quieres saber lo que va a ocurrir?
—¿Qué va a ocurrir? —pregunté mientras levantaba el rostro para mirarle.
—Nada que tu no quieras, —respondió mientras se inclinaba y me besaba en los labios—. Por eso te pregunto.
—¿Cómo estos días anteriores?
—Sí, pero más y mejor. Pero solo si quieres y confías en mí. —mientras hablaba continuaba acariciándome el trasero— ¿Te gusta lo que hemos hecho hasta ahora?
—Sí, —contesté. Se inclinó y volvió a besarme en los labios mientras su mano se alojaba entre mis piernas. Saboreando su aliento noté una descarga que me impulsó a aproximar mi vagina a su mano.
—Y esto, ¿te gusta? —preguntó casi sin separar los labios y moviendo la mano hasta alcanzar mi vagina. Se me escapó un gemido que fue en primero de muchos que llegaron a continuación. Me tumbó bocarriba sobre sus piernas, separe las mías y me entregué totalmente. Mientras me acariciaba la vagina con la derecha, con la izquierda me sobaba mis incipientes tetitas. Fue subiendo esa mano mientras me acariciaba el cuello hasta que finalmente me introdujo un par de dedos en la boca. Continuo hasta que casi estuve a punto de alcanzar un orgasmo aunque eso era algo de lo que no tenía ni idea: nunca había tenido uno. Apreté los muslos aprisionándole la mano.
—Sí, te gusta y mucho, ya lo creo: eres una pequeña zorra, —afirmó. Imaginé que sonreía satisfecho aunque no podía mover la cara ni contestarle porque mantenía sus dedos dentro de mi boca. Si hubiera podido le hubiera gritado que si con todas mis fuerzas—. Ahora vas a empezar a hacer lo mismo que me hacia tu madre cuándo vivía. Me harías muy feliz. ¿Te parece bien?
—Sí, sí, papa, —dije con la voz entrecortada cuándo sacó los dedos de mi boca. Me ayudó a incorporarme, me beso apasionadamente en los labios durante un rato largo y finalmente me puso de rodillas entre sus piernas.
—¿Estás de acuerdo en obedecerme en todo?
—Sí papa.
—¿Sea lo que sea? Piénsalo bien antes de contestar.
—Sí papa.
—Muy bien hija: desabróchame el pantalón y sácamela.
Solté el cinturón y comencé a desabrocharle los botones. Metí la mano en la bragueta y después de apartan el calzoncillo, le agarré la polla y la saque.
—Abre la boca, —me ordenó mientras me sujetaba la cabeza con las manos. Le obedecí mientras me hacia inclinarme hasta que su descomunal polla comenzó a entrar en mi boca. Tuve que abrirla mucho para que entrara y apretó tanto hacia abajo que me dio una arcada cuándo llego al fondo de la garganta y me toco la campanilla, y eso que la mitad se quedó fuera.
—Papa, no me entra. ¿Todas las pollas son cómo esta?
—Te aseguro que pocas pollas vas a ver cómo esta. A tu madre le gustaba mucho, y era capaz de metérsela entera en la boca.
—¿Sí? ¿Cómo?
—No te preocupes hija, te ira entrando: te lo aseguro. A tu madre también la tuve que enseñar: a esto y muchas cosas más. Era cómo un diamante en bruto y lo tallé a mi gusto: cómo haré contigo, —volvió a sujetarme la cabeza y me guió hasta que me la volví a introducir—. Quiero que chupes despacio, muy despacio y sin manos.
Le obedecí y lentamente descubrí que sacando la lengua la polla entraba más profundamente. Reconozco que el comentario que hizo de mi madre me incitaba a querer emularla y eso me excitaba mucho. Aun así, de vez en cuándo tenía alguna arcada más. Mi padre permanecía quieto, disfrutando el momento, consciente de su triunfo total sobre mí aunque yo no me daba cuenta. En ocasiones se incorporaba y me acariciaba la espalda y el trasero, y me gustaba.
—Sigue, no pares. Dentro de poco me voy a correr, y cuándo lo haga quiero que te lo tragues, y quiero que lo hagas sin titubeos. ¿Lo harás hija? —hoy reconozco que esa mezcla de imposición y pregunta me ponía a cien. Sin sacármela de la boca afirme con la cabeza. Mi padre se incorporó nuevamente para acariciarme el trasero—. Buena chica. Muy buena chica.
Su corrida fue tan abundante que parte se me escapó por la comisura de los labios y me hizo toser un poco. Aun así, tragué todo lo que pude. Complacido, mi padre se incorporó y con en dedo fue rebanando con cuidado las gotas que tenía por la cara y me las metía en la boca: yo chupaba el dedo con deseo, feliz por haberle complacido. Cuándo terminó, me beso en los labios y otra vez me sentó de lado sobre sus piernas y me atrajo hacia su pecho.
—Buena hija. ¿Te ha gustado?
—Sabe raro.
—¿Pero te ha gustado?
—Sí papa, me ha gustado.
—A tu mama le gustaba mucho chupármela: lo hacia a diario. Tenía una boca maravillosa. ¿Sabes? Me gustaría mucho que tu también lo hicieras. ¿Qué opinas?
—¿Chapártela a diario?
—Sí.
—Yo quiero que seas feliz papa. ¿Si lo hago lo serás?
—Claro que si mi amor. Seré enormemente feliz.
—Entonces lo haré: haré todo lo que me tú pidas.
—Tu mama me hacia muchas cosas…
—Yo también las haré.
—Y yo la hacia muchas cosas también: cosas que la gustaban mucho.
—Ya me lo has dicho antes papa, —dije incorporándome—. Voy a sustituir a mama en todo: no seas pesado.
—Y me vas a obedecer en todo, sea lo que sea.
—Que sí pesado, que te voy a obedecer en todo, sea lo que sea.
—Muy bien. Voy a preparar un contrato para que lo firmes. En él quedara reflejado que estás a mi disposición para lo que yo quiera, —al principio pensé que estaba de coña, pero luego me di cuenta de que no lo estaba: lo decía muy en serio—. Redactarlo es fácil, solo tengo que copiar el de tu madre.
—¿Mama también lo firmó? ¿Por qué?
—Porque el contrato crea un vínculo muy especial entre las dos partes. Todavía eres muy joven y seguramente no lo entiendas, pero lo harás.
—Vale, si quieres que lo firme…
—Tu también tienes que quererlo y confiar en mí ciegamente.
—Yo también quiero firmar.
—Perfecto. El contrato tiene un anexo que es una lista de normas concretas, que serán de obligado cumplimiento a partir de mañana cuándo te levantes. Por ahora solo te voy a decir tres. La primera: en casa siempre estarás desnuda. Siempre. Tu madre lo hacia cuándo tu no estabas en casa.
—Recuerdo que siempre iba muy ligera de ropa.
—La segunda: siempre estarás perfectamente depilada, totalmente depilada: ya me entiendes. Y la tercera: nunca pesaras más de cincuenta kilos. Está claro que te sobran algunos, —cuándo oí las dos primeras una punzada de placer que atravesó el chocho y ya no fui capaz de decir nada de la tercera—. El resto lo leerás mañana. Ahora, mientras preparo el contrato, vete al baño y depílate. Y dúchate, que no quiero encontrarme pelos sueltos.
Cuándo regresé, el contrato estaba sobre la mesa. Cogí el boli que me tendía mi padre y sin leerlo lo firme. Lo guardó en una carpeta y dejó la copia encima de una mesa auxiliar. Después, colocó una manta sobre la mesa del comedor, me cogió en brazos y suavemente me deposito encima. La incertidumbre de lo que se proponía a hacer hizo que el deseo se me disparara. Trajo una caja de madera que dejó sobre la mesita, la abrió y se puso a rebuscar en su interior. Sacó un par de cosas que no pude ver y cogiendo una silla se sentó a la mesa.
—No quiero que cierres las piernas, —dijo mientras las separaba suavemente con las manos. Yo estaba muy excitada y se dio cuenta. Mi caja torácica se expandía con la respiración marcándome las costillas, y eso, que tenía un poco de sobrepeso. Colocó sus manos sobre mis tetas y comenzó a chuparme la vagina: suavemente, solo con la punta de la lengua. Fue un trallazo de placer tan fuerte, que instintivamente cerré las piernas aprisionándole la cabeza. Con una sonrisa volvió a separarlas y comenzó de nuevo con el mismo resultado.
—Te he dicho que no las cierres.
—Papa no lo puedo remediar, —dije mientras unas lágrimas rodaban por mis mejillas. Mi padre se levantó y abrazándome me estuvo consolando.
—Bueno venga, no te preocupes mujer, que no pasa nada.
—Lo siento papa, lo siento.
—Si no quieres que siga lo dejamos, pero ya estás incumpliendo el contrato, —dijo con su melodiosa voz mientras me acariciaba—. Yo estoy deseando seguir y no te voy a engañar: va a ser durante mucho tiempo. Estoy deseando comerme tu chochito.
—Pero no lo voy a poder soportar, —dije haciendo unos pucheros.
—Si quieres complacerme yo lo puedo solucionar, pero tienes que estar de acuerdo. Sé que te va a gustar, y mucho. Pero lo que más me molesta es que no cumplas con tu palabra.
—¡Si quiero cumplirla!
—Pues entonces ¿Qué hacemos?
—Quiero que lo hagas, —mi padre se levantó, y rebuscó en la caja de dónde sacó una madeja de cuerda. Con ella me ató a la mesa con las piernas bien separadas, y para evitar manotazos también me ató las manos por encima de la cabeza.
Cuándo volvió a sentarse y empezó a chupar, yo ya estaba cardiaca perdida. Mis esfuerzos por soltarme y evitar lo inevitable me excitaban aun más y a los pocos minutos ocurrió algo que nunca me había ocurrido. Fue cómo si se me fuera la vida en una vorágine de placer. Todos los músculos del cuerpo se me tensaron y durante unos segundos fui incapaz de articular el más mínimo sonido para finalmente desembocar en una oleada de gemidos y chillidos. Mi padre no paró, continuó incansable mientras yo forcejeaba inútilmente con las cuerdas e imploraba al mismo tiempo de parase y continuase. Al poco tiempo llegó otro, y luego otro, mientras el continuaba incansable, recorriéndome ya la vagina de arriba abajo y mi patética resistencia desaparecía. Cuándo se cansó de chupar, se incorporó y vi en su rostro cara de satisfacción, pero cuándo pensé que todo había concluido me di cuenta de que en realidad acababa de empezar. Con un vibrador siguió estimulando el clítoris mientras con un dedo empezó a explorar mi ano. Un par de orgasmos después fueron dos dedos y luego tres. Finalmente, me metió un plug muy mono decorado con un cristal tallado. Para entonces yo ya estaba derrotada y mi resistencia era nula. Me desató y cuándo creía que todo había terminado comprobé hasta que punto estaba errada: faltaba el epílogo. Me llevó a la cama, me tumbó, se arrodilló junto a mi cara, me la metió en la boca y comenzó a follármela. Se corrió en mi boca mientras gritaba cómo un poseso, y me tragué su semen cómo pude. Cuándo se tranquilizó, me cogió en brazos y se sentó en el sillón.
—¿Estás cansada? —contesté que si con la cabeza. La verdad es que estaba agotada. Me incorporó y me cubrió de besos. Inerte, le deje hacer hasta que se cansó. Después, se levantó llevándome en brazos y me deposito suavemente sobre la cama—. Bueno, ya esta bien por hoy: mañana más. ¡Ah! Y no quiero que te quites el dilatador del culo.
Y entonces dijo algo que me convirtió en la mujer más feliz del mundo.
—¿Sabes? Vas a superar a tu madre. Cuándo termine de enseñarte vas a ser una maquina. Lo de hoy solo ha sido el aperitivo: mañana te vas a cagar.