Dicen que los sueños más recientes, los que recordamos, se
producen en el último segundo antes de despertarnos. Eso me debió pasar a mi
porque cuándo sonó el despertador estaba soñando con los acontecimientos del
día anterior y el enorme placer que me proporcionó papa.
Estaba desnuda sobre la cama: había sido una noche de calor
de primeros de julio. De todas maneras, desde que duermo con el nunca más he
vuelto a usar pijama, camisón, salto de cama, ni nada parecido: dormir junto a
mi padre es cómo dormir junto a una estufa. En verano tiene sus inconvenientes,
pero en invierno no.
Tenía el plug en el culo: hasta nueva orden iba a dormir
siempre con el. Noté cómo me movían y abrí los ojos un poco deslumbrada por la
luz de la lamparita de la mesilla de noche. Me estaba colocando unas muñequeras
de cuero que girándome bocabajo sujeto a la espalda. Miré a la ventana y vi que
estaba oscuro: no entraba luz por las rendijas de la persiana.
—¿Qué hora es? —pregunté soñolienta, pero cómo respuesta me metió
la polla en la boca mientras me mantenía sujeta por el pelo. Cogió el iPhone,
marcó un número y estuvo dando instrucciones a alguien sin sacármela de la
boca: luego me enteré que era el buzón de voz de su secretaria. Me dio la vuelta,
me puso de rodillas, me sujetó nuevamente por el pelo y me inclinó hacia
delante hasta que mi cara reposo sobre la cama. Con el culo en popa, me separó
mucho las piernas con sus rodillas y empezó a estimularme la vagina. Mis jadeos
iban en aumento cuándo de improviso empezó a pellizcarme el clítoris con los
dedos. Di un chillido al tiempo que hice ademán de levantarme pero no me lo
permitió y me mantuvo aprisionada contra la cama. Continuo con los pellizcos y
mientras chillaba cómo una loca me corrí y mis jugos comenzaron a resbalar por
el interior de mis muslos. Dejó de pellizcarme y con la palma de la mano siguió
acariciándome el chocho mientras me tranquilizaba un poco. Después se lubricó
la polla y me penetró desde atrás. Instantáneamente empecé a gemir. Me soltó el
pelo y agarrándome por las caderas empezó a bombear con firmeza. Ya sé que es
una exageración, pero apretaba tanto que pensé que cuándo se corriera, su semen
me iba a salir por la boca. Cuándo alcance el siguiente orgasmo mi padre cogió
el plug y empezó a metro y sacarlo al ritmo de su polla. ¿Chillé mucho? Sí.
Creo que aunque sé que no es así, cada vez chillo más, pero claro, siempre hay
un límite.
Siguió bombeando, y esta vez empezó a darme azotes en las
nalgas. Creo que se estuvo controlando, o al menos esa impresión me dio, pero
el caso es que cuando llegué al siguiente orgasmo el también se corrió, y
chilló, aunque no tanto cómo la tarde anterior. Mientras sudorosos reposábamos,
volvió a agarrarme del pelo y me incorporó. Me estuvo besuqueando el cuello,
los hombros y todo lo que tenía a su alcance. Finalmente, se salio de mí y me
dejó caer sobre la cama. Allí me dejó: atada, follada y con su semen y mis
jugos saliéndome por el chocho.
Desde la cama oí cómo se afeitaba y se duchaba, y luego cómo
desayunaba. Finalmente, entró en el vestidor y salio trajeado y encorbatado. Se
sentó sobre la cama y me atrajo hacia el.
—Unas cuantas cositas, —dijo mientras me soltaba la
muñecas—. Lo primero que te he despertado a las seis y media: todos los días lo
voy a hacer a la misma hora y va a pasar lo mismo. Más cosas. Ya sabes que
regreso de trabajar entre las cinco y las seis, más o menos: siempre te quiero
ver en casa. Hasta que empieces la universidad las cosas de la casa son tu
obligación, ya sabes: limpiar, hacer la compra, regar el jardín, todas esas
cosas. Después conozco una señora que se puede ocupar. Cómo te organices es
cosa tuya, pero recuerda todo lo que tienes que hacer y la lista de
obligaciones del contrato. ¡Ah! Cuándo te duches puedes quitarte el plug, pero
luego te lo vuelves a poner. No se me ocurre nada más: el dinero de la casa ya
sabes dónde esta y si recuerdo algo más te llamo al móvil. ¿OK?
—Cuándo pueda quiero ir al centro a comprar unos libros de psicología.
—¿Psicología?
—Sí, me está interesando el tema. Igual me da por hacer la
carrera.
—Vale, cómo quieras, ya sabes dónde está el dinero. De todas
maneras te voy a hacer en el banco una tarjeta. ¡Ah! Cuándo vayas al centro llámame
y comemos juntos.
—Vale, pero tú vas a sitios elegantes y yo no tengo ropa…
—En primer lugar, no voy siempre a sitios elegantes, solo
cuándo tengo algún compromiso importante, y aunque fuera, las mujeres podéis ir
cómo queráis, nosotros somos los que tenemos que ir con la puta corbata, —dijo
papá riendo—, y en segundo lugar, si necesitas ropa cómpratela, aunque algún
día iremos de compras juntos, para cuándo te “exhiba” por ahí.
—¿La ropa de mama la tiraste?
—No, esta todo en el desván, en un par de baúles. Son
inconfundibles: son rosas. Por cierto, hace años que no se limpia allí, ya
sabes.
—Vale, yo me ocupó papá.
—De todas maneras la ropa de tu madre por ahora no te
valdrá.
—Vale, vale, ya la iré revisando.
Me besó, me dio un azote en el trasero, se levantó y se fue
a trabajar.
Cuándo abrí el ojo, el sol entraba a raudales por debajo de
la persiana. Mire la hora en el móvil y di un chillido: ¡las once! No me lo
podía creer: era tardísimo. Me levanté de un salto y sin tanga me puse
apresuradamente unos vaqueros muy ajustados. Mala idea: cuándo me senté para
calzarme recordé que tenía el plug en el culo. «¡Mierda! Pues empezamos bien»
pensé. Me calcé unas sandalias, me puse una camiseta y salí disparada hacia el
súper después de coger dinero y las llaves.
Según andaba me di cuenta hasta que punto lo de los vaqueros
fue mala idea. El roce del pantalón movía el plug de un lado a otro y me
estaban entrando hasta sudores, tanto que me tuve que parar disimuladamente en
la parada del autobús. Por fortuna no había nadie. Me aterrorizó la idea de
correrme en medio de la calle, o peor, en medio del súper. ¡Joder! Solo de
pensarlo me estaba poniendo a cien. Me desabroché el pantalón, y con más
vergüenza que disimulo, metí la mano por detrás y me saque el plug. Lo guardé
en el bolsillo, me abroche el pantalón y reemprendí el camino al súper.
Hice una compra grande y lo dejé para que lo llevaran a
casa, pero a la hora de pagar reparé en algo que con las prisas en la parada
del bus no me di cuenta: había guardado el plug en el mismo bolsillo que los
billetes. ¡Mierda! Saqué los billetes y pagué a la cajera. Mientras los
contaba, imaginaba muerta de vergüenza que en cualquier momento se iba a poner
a olerlos. Por fortuna no ocurrió: me dio la factura, los cupones y el cambio.
—En una hora lo tiene en casa, señora.
—Muchas gracias, —respondí con mi mejor sonrisa y salí
disparada para casa.
Cuándo llegué, me quité las sandalias y me puse a trajinar
por la casa, que tenía mucho que trajinar. Es lo que tiene vivir en una
vivienda unifamiliar de dos plantas: se te va la vida limpiando. Primero hice
la cama, y luego agarré la aspiradora y cómo un torbellino limpiador, estuve pasándola
por todos los rincones hasta que llegó la compra. Guardé todo en la nevera y la
despensa, agarre el limpiador y el trapo del polvo y me líe cómo una loca. A
eso de la tres de la tarde había terminado y estaba cansada. «Mañana me lío con
el desván» pensé. Me comí un par de manzanas, me prepare un té y me senté en el
sillón a ver un poco la tele.
Abrí los ojos y vi borrosa la tele: me había quedado
dormida. Miré la hora en el móvil y pegué un salto: eran las cinco y veinte y
papa estaba a punto de llegar. Subí corriendo al piso superior mientras me
quitaba la ropa y me metí a la ducha. Me estaba secando cuándo oí a mi padre
entrar por la puerta de la calle y rápidamente bajé a su encuentro.
—Hola papá, ¿qué tal el día?
—Muy bien hija, ¿y tú?
—Pues muy bien. He ido a la compra y he estado limpiando la
casa.
—Sí, pero has incumplido el punto nueve de las normas, —me
dejó flipando. «¿Qué cojones dice el puto punto nueve?» pensé.
—¡Eh…! Bueno, no te digo que no, hasta que averigüe que dice
el puto punto nueve, pero es que ha sido un día complicado, —papá soltó una
carcajada y me abrazó con ternura. Empezó a morrearme pero al pasar la mano por
mi trasero se percató de que no llevaba puesto el plug y su actitud cambió.
—Esto no lo puedo pasar por alto, —dijo muy serio—. ¿Cuándo
te lo has quitado?
—Esta mañana papá,—y atropelladamente le conté mi aventura
matinal en el súper. Permanecía muy serio escuchando mi relato, pero sé que en
el fondo se estaba descojonando.
—Aun así, no me has obedecido, —dijo finalmente
abrazándome—. No has cumplido las normas: y el primer día.
—Lo sé papá.
—¿Y que tengo que hacer ahora?
—Lo que quieras.
—Recuerda que eso ya lo hago.
—Castigarme.
—Así es. ¿Comprendes por qué tengo que castigarte?
—Sí papá.
—No soy yo quien te castiga, eres tú la responsable por no
obedecerme. ¿Estás de acuerdo?
—Sí papá.
—Muy bien hija. Ahora me vas a descargar que llevó toda la
mañana pensando en tu boca, y después de ducharme te aplicaré el castigo: será
doloroso.
—Sí papá.
—Pues empieza, —me arrodillé, le abrí la bragueta, le saqué
la polla, la introduje en la boca y comencé a chupar. Cómo sé que le gusta,
intentaba metérmela hasta el fondo y casi lo conseguía a pesar de tener un par
de arcadas. Fue rápido: en tres o cuatro minutos se corrió llenándome la boca
de semen.
—No te lo tragues: mantenlo en la boca, —ordenó. Se
arrodilló, me agarró por el pelo y tiró de la cabeza hacia atrás. Yo permanecía
con la boca abierta y llena de semen. Metió el dedo y complacido estuvo
revolviendo la mezcla de semen y saliva. Cada vez estaba más cachonda. Acercó
su cara a la mía y pensé que me iba a besar, pero lo que hizo fue escupir en su
interior. Volvió a remover con el dedo y me ordenó—: trágatelo.
Le obedecí sin rechistar. Tiró de mi pelo y me obligó a
tumbarme en la alfombra.
—No te muevas de ahí y no te toques.
—Sí papá, —se levantó y subió al baño a ducharse. Parecía
que me leía la mente. Me quedé tumbada en el suelo con unas ganas terribles de
tocarme el chocho.
Al cabo de un rato bajó por las escaleras con la parsimonia
y la arrogancia de quien
controla la situación y se siente superior. Desde el
suelo le vi bajar y una punzada de placer que atravesó el chocho. Poderosa, su
polla se balanceaba levemente de un lado a otro y la idea de que me azotara la
cara con ella hizo que mi deseo se disparara y encogiera las piernas.
—¿En qué estás pensando? —preguntó al darse cuenta.
—En que me azotabas la cara con la polla, —se inclinó, con
la mano izquierda me agarró del pelo y me incorporó poniéndome de rodillas. Se
agarró la polla con la derecha y comenzó a golpearme la cara con ella. Sentí un
placer enorme y noté cómo los jugos de mi vagina resbalaban por la cara
interior de los muslos. Instintivamente mi mano se alojó en la entrepierna.
—¡Te he dicho que no te toques! Las manos a la espalda, —ordenó
gritando y le obedecí inmediatamente. El deseo me poseía y anhelaba poder
tocarme el chocho. «¿Será posible que me corra solo con los pollazos que me
está dando en la cara?» Pensé y una punzada de placer me recorrió el cuerpo e
hizo que retrajera la pelvis. Siguió un poco más y entonces, tirándome del pelo
me llevó de rodillas hasta el sillón. Me puso la cabeza sobre el asiento, sacó
un rollo de cinta de adhesiva negra de la caja de los juguetes y dándome
palmadas en los muslos me hizo separar mucho las piernas. Seguía con las manos
en la espalda—. ¡Agárrate los codos con las manos!
Cuándo lo hice, con la cinta me sujetó los antebrazos uno
con otro y estos quedaron paralelos cruzándome la espalda. Me pasó la mano por
el chocho y vio que estaba totalmente encharcado. Volvió a cogerme del pelo y
me apretó contra el sillón mientras con la otra mano me cogía con dos dedos el
clítoris y empezaba a retorcerlo. Intente cerrar las piernas pero el había
puesto sus rodillas de tal manera que me fue imposible, y entonces exploté.
Aullé, chillé y berreé mientras me corría y ligeros espasmos recorrían mi
cuerpo. Sin dejarme descansar me incorporó y se sentó en el sillón conmigo
entre las piernas. Sacó la mordaza de bola, una pala de ping pong y unos
grilletes, que me puso en los tobillos, y con el pie pisó la cadena para
inmovilizarme. Después me puso la mordaza y me inclinó sobre una de sus piernas
dejándome con el culo totalmente expuesto mientras me sujetaba fuerte del pelo.
—Primero: has estado toda la mañana en casa vestida mientras
limpiabas. Segundo: no te has vuelto a poner el plug. Tercero: me has
desobedecido. Cómo castigo te voy a dar cuarenta azotes en el culo con la pala,
—papá levantó la pala y la dejó caer con fuerza sobre mi nalga derecha que vibró
con el impacto. Intenté resistirme mientras emitía sonidos ininteligibles por
el bloqueo de la bola, pero no pude: papá me tenía fuertemente agarrada. Volvió
a levantar la pala y la dejó caer contra la otra nalga. Siguió con los azotes
mientras los contaba en voz alta: tres, cuatro, cinco, seis… Según recibían
azotes mis nalgas se iban enrojeciendo. Treinta y siete, treinta y ocho,
treinta y nueve y cuarenta. Cuándo terminó, una mezcla de lágrimas, mocos y
babas caía de mi cara mojando el suelo. Me mantuvo sujeta y empezó a pasar su
mano por mí enrojecido trasero que notaba extremadamente caliente. Siguió
masajeándome las nalgas mientras me decía—: Ya pasó, ya pasó.
Yo gimoteaba con las caricias, cuándo de improviso papá me metió
el pulgar por el culo mientras con los otros dedos me atacaba con brío el
clítoris y la vagina. Tuve una reacción refleja e intenté levantarme, pero me
seguía sujetando con fuerza. Volví a correrme y me creí morir: incluso solté
unas gotas de orina. Me incorporó y me dejó caer al suelo con suavidad dónde me
quedé tumbada con el cuerpo brillando de sudor. Papá se levantó y subió a por
una toalla. Regresó a mi lado y me estuvo secando. Después se sentó en el
sillón, me incorporó y me quitó la mordaza. Me estuvo limpiando la cara mientras
permanecía sentada en el suelo. No me liberó los brazos y los pies, y me estuvo
morreando hasta que se cansó, y me dejó con la cara apoyada en su muslo
mientras me acariciaba el pelo. Me escocia el culo terriblemente por los
azotes, pero con la cabeza apoyada contra su muslo y con su polla a escasos
centímetros de mis labios, era terriblemente feliz.
Estuvimos así hasta la hora de cenar. Papá me pasaba la
polla por la cara y yo la lamia agradecida cada vez que tenía oportunidad.
Para cenar me desató y cuándo terminamos nos sentamos en el
sofá a ver algo en la tele mientras me acurrucaba a su lado con una copa de
vino. Nos fuimos a la cama y empecé a descubrir que mi padre, en la cama, por
la noche es muy clásico. Desde que duermo con él, todas las noches adoptamos la
misma postura: la del misionero. Me gusta tenerlo encima mientras le rodeo con
mis piernas y el me abraza con sus fuertes brazos mientras me folla sin prisas
pero sin pausa. Me encanta cuándo me roza el clítoris con la pelvis mientras me
penetra y respira mis gemidos. Nuestro contacto visual es constante y me vuelve
loca el sentirme observada. Cuándo terminamos, siempre me atrae hacia él, me
abraza y me acaricia hasta que me duermo.
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