viernes, 15 de marzo de 2024

Amor familiar (capitulo 6)

 



—Bueno, dime que es lo que has preparado para nosotros, —le dije mientras le daba la copa y me sentaba en la cama junto a mi hermana, con la espalda en el cabecero.

—No es que haya preparado nada hijo, pero tengo unos recursos que, si estáis de acuerdo, os pueden venir bien: al final la decisión será vuestra, —respondió papá acercando una silla a la cama y sentándose.

—Vale, vale: cuéntame.

—Sabéis muy bien que en la empresa tengo un sueldo muy bueno. Un sueldo que nos permite vivir muy bien. Lo que no sabéis es que durante todos estos años ganaba mucho más. Todas esas horas que me tiraba en la empresa, en realidad eran retribuidas, pero de cara a vuestra madre no.

—¿Mama no sabía nada? —pregunté interesado.

—No tenía ni idea: ella pensaba que era dedicación exclusiva. El caso es que tenía un acuerdo con el CEO, que tengo amistad con el, y ese dinero me lo facturaban aparte y me lo ingresaban en una cuenta distinta de la que tu madre no sabía nada. Ese dinero lo tengo en fondos de inversión de bajo riesgo que me rentan entre un 4 y un 5%, y los benéficos pasan a capital después de impuestos.

—¡Joder papá! A ver si ahora vas a ser el Bill Gate, —bromee.

—No llego a tanto, —dijo riendo—. El caso es que cuándo me dijiste que querías estudiar economía de inversión, empecé a darle vueltas. Mucho más cuándo Marina me dijo que lo que quería estudiar cuando fuera a la uni era algo encaminado a lo mismo.

—Sí, quiere hacer dirección de empresas, —añadí mientras mi hermana se incorporaba interesada por la conversación y apoyaba la espalda en mi pecho.

—He pensado que cuándo terminéis los estudios, podríamos crear una sociedad limitada, una pequeña sociedad de inversión, dónde los tres seriamos socios y que dirigiréis los dos: primero tu claro y luego Marina. Eso os aseguraría el futuro y seriáis vuestros mismos jefes.

—Suena bien, pero pensaba que querrías enchufarnos en tu empresa, —dije.

—Eso no es problema, además ya lo hablé hace tiempo con el CEO, pero esta opción la veo mejor.

—A mí me gusta la idea, —dijo Marina—. Me atrae la idea de trabajar en bolsa, comprar y vender acciones, esas cosas.

—Tiene un simulador de bolsa y todos los días está un rato trabajando con eso: se la da muy bien, —añadí achuchándola con cariño.

—Pues si se te da tan bien, empieza con dinero real: tenemos sin tocar la indemnización de tu madre.

—Esa Web tiene la posibilidad de utilizar dinero real con una comisión claro esta, —añadí.

—Pasa diez mil euros de la cuenta familiar y empieza a trabajar, pero no te agobies. La economía de inversión es un campo de minas. Hay que huir de los que te prometen doblar la inversión en tres o cuatro años. Actúa con tranquilidad, sin prisas.

—Vale, nos has convencido. ¿De cuánto dinero estamos hablando? Porque eso es importante.

—Ahora mismo tengo cuatro millones y medio.

—¡No jodas papi! —exclamó mi hermana.

—Supongamos que os ponéis unos sueldos de setenta mil pavos anuales cada uno. Si conseguimos unos beneficios de un 6%, cubrís vuestros sueldos y salváis el IPC para que el capital no pierda valor. Si tenéis más beneficios, pues mejor, pero sin correr riesgos, —papá miró a su hija y la preguntó—: ¿qué tal te encuentras, seguimos?

Marina asintió y se puso de rodillas en la cama extendiendo los brazos hacia papá que la abrazó cariñosamente y la estrujó un poco mientras con la mano la acariciaba el trasero. Después, la cogió en brazos y la llevó debajo del gancho y la deposito en el suelo. Yo, que ya tenía la barra espaciadora en la mano, enganché los mosquetones de las muñequeras a los extremos de la barra y la colgué del gancho. Papá empezó a subir el polipasto y poco a poco el cuerpo de Marina se fue estirando y sus costillitas fueron apareciendo. Finalmente, sus pies se separaron del suelo y papá siguió subiendo hasta que llegó al tope. Así pudimos ponerla otra barra espaciadora en las tobilleras con más comodidad. Después, la bajó un poco para sujetar la barra con una cadena a la argolla del suelo. Cogí el flagelo y empecé a azotarla por detrás con suavidad, pero sistemáticamente. Mientras tanto, papá la vendó los ojos, y la amordazó con una de bola. A continuación, la colocó unas pinzas en los pezones que llevaban tornillo de ajuste. De ellas, enganchó unas cadenitas que terminaban en una campanita.

Se arrodilló entre sus piernas, y después de besarla detenidamente el chochillo, la retrajo el capuchón del clítoris y la colocó una pinza de la ropa. Después, de los labios vaginales colocó dos pinzas de dónde colgó unos pesos de plomo que los estiraron hacia abajo, creando un gracioso hueco dónde inmediatamente papá metió el dedo.

Mi hermana se retorcía de placer por los latigazos y por la acción de papá. Al cabo del rato me sustituyó con el flagelo mientras yo empezaba a trabajarla por delante con un vibrador. Se lo metí en la vagina y a los pocos segundos ya la provoque el primer orgasmo. Siguieron un segundo y un tercero, y en este último se la escapó incluso un poco de orina.

—No nos hemos dado cuenta, pero lleva todo el día sin orinar, —le dije a papá mientras mi hermana se recuperaba. Salí de la habitación y a los pocos segundos regresé con un viejo cubo y lo coloque justo debajo de ella. Cogí la cámara de video y la animé a orinar. Gravé un primer plano del chorro saliendo de su origen y después con un pañuelo de papel la limpié.

Seguimos un buen rato con los flagelos y los vibradores hasta que papá preguntó—: ¿usamos el otro electro estimulador? Ya sabes: el otro.

Asentí, y cogí el maletín dónde estaba guardado. Lo abrí y cogí el cuerpo central y lo enchufe a la electricidad. Después cogí uno de los complementos de cristal y lo conecté. Al apretar el interruptor se iluminó con un tono naranja. Lo acerqué al sudoroso cuerpo de mi hermana y empecé recorrerlo. Se retorcía intentando huir cuándo sentía el contacto ya que con los ojos vendados no veía dónde se iba a producir. La rodee la cintura con el brazo para inmovilizarla y la acerqué el electrodo a la zona genital. Papá sacaba primeros planos de los pequeños hilillos de energía que se producían en proximidad con la piel de Marina que no paraba de berrear: la mordaza de bola no la dejaba gritar como a ella la hubiera gustado. Quité el electrodo y coloqué uno que tenía forma de falo y se lo ofrecí a papá. Cambiamos de manos la cámara y el electrosex y rodeándola también con el brazo empezó a aplicarla en electrodo. Lentamente se lo fue acercando a la vagina y después de trabajarla los labios vaginales aplicándolo a las pinzas, lo puso a la entrada de la vagina y poco a poco lo fue introduciendo. Una vez dentro, lo empezó a mover mientras su hija se retorcía hasta que finalmente, su cuerpo se crispó y se corrió mientras babeaba copiosamente y las campanitas sonaban un poco molestas.

Mi hermana se quedó cómo en trance y papá la sacó el electrosex. Marina respiraba pesadamente y sus costillas se expandían trabajosamente mientras papá la besaba por todas partes. Miré el reloj y le pregunté—: ¿Y si lo dejamos por hoy? Son casi las siete.

—Vale, pero después de todo esto hay que follarla porque tengo la polla que me va a salir disparada.

—Pues igual que yo: ¿doble penetración?

—¿Quién la da por detrás? —preguntó papá después de asentir.

—¿A cara o cruz? —papá asintió—. El que gane elige.

Cogí una moneda y la lancé al aire, y sin necesidad de hacer trampas gané yo. Mientras la soltaba las tobilleras, papá la quitó las pinzas con los pesos, pero la dejó la que la oprimía el clítoris. A continuación, la bajamos hasta el suelo y mientras papá la sujetaba por la cintura y la quitaba las pinzas y las campanitas de los pezones yo la solté las muñecas. Marina estaba cómo desvanecida, pero la conozco y sé que era postureo: la encanta sacar su vena de actriz. Se quejó un poco cuándo la sangre regresó a los pezones y papá se los masajeó. Después, la quitó la mordaza y la venda de los ojos, la cogió en brazos, la depositó sobre la cama y se tumbó junto a ella. Se aplicó un poco de lubricante en la polla y manejándola con facilidad puso a su hija sobre el y la penetró. Me situé detrás de ellos y mientras me aplicaba lubricante en la polla Marina ya estaba gimiendo de placer. Puse un poco en su ano y agarrándola con suavidad por la cadera empecé a penetrarla. Que placer sentir su orificio anal abrazándome la polla. Empecé a follarla con parsimonia mientras mi hermana ya estaba desatada gimiendo a pleno pulmón. Empezó a encadenar orgasmos y cuándo papá notó que no aguantaba más y se iba a correr, la incorporó un poco, metió la mano y la quitó la pinza del clítoris. Tuvo uno tan fuerte que ahora si que la dejó medio adormecida. A los pocos segundos también me corrí. Me eché hacia un lado mientras que papá se giraba también. Así nos quedamos unos minutos mientras mi padre por delante y yo por detrás la llenábamos a besos mientras Marina sonreía complacida.


 

Subimos a la cocina con mi padre con su hija, que seguía en modo actriz, en brazos.

—¿Tienes hambre mi amor? —la preguntó y Marina asintió enérgicamente con la cabeza.

—No me extraña: a medio día no ha comido.

—¿Qué te apetece? —volvió a preguntarla.

—Chuletas.

—Están congeladas, —dije al oírla.

—Las descongelamos. Si mi nena quiere chuletas tendrá chuletas, —y mirándola añadió—: sube a ducharte cariño mientras lo preparamos.

Besó a papa y bajando de sus brazos salio andando despacio en dirección a la escalera. Se la veía un poco maltrecha, pero feliz. Los dos hombres de su vida había estado todo el día haciéndola gozar.

Cuándo bajó del baño, ya lo teníamos todo preparado y nos sentamos a cenar. Marina devoró sus chuletillas más que comió. Lo acompañó con una copa de vino aunque la mayor parte la dejó para el final. Recogimos los platos y nos fuimos al salón. Mi hermana se sentó en el sofá mientras papá y yo nos subimos para darnos una ducha rápida.

Cuándo bajamos, nos encontramos a Marina tumbada a lo largo en el sofá, un poco despatarrada mientras con el dedo se acariciaba el clítoris. Papá la cogió en brazos y levantándola se sentó en el sofá mientras preparaba un par de copas y me sentaba a su lado. Después la depositó suavemente sobre las piernas de los dos. Así estuvimos un rato largo, saboreando las copas y con el para nosotros fascinante cuerpo de mi hermana sobre nuestras piernas. Mientras bebíamos, nuestras manos reposaban sobre su piel y Marina, permanecía con los ojos cerrados saboreando también, a su manera, el momento.

Papá la metió los dedos en la boca sin la menor oposición de su hija y durante unos momentos la estuvo explorando.

—Definitivamente hay que ponerla un piercing en la lengua.

—¿Uno o dos? —le pregunté, pero fue mi hermana la que contestó enseñándonos dos dedos de la mano izquierda: su boca seguía ocupada con los dedos de papá—. Decidido: dos.

Papá se echó a reír, la sacó los dedos e incorporándola un poco la morreo intensamente. La separé las piernas y empecé a acariciar la vagina—. ¿Y en el clítoris? —le pregunté.

—Yo preferiría que no. Ya te he dicho que no quiero encontrarme trozos de metal cuándo me estoy comiendo su maravilloso chochito, —Marina levantó el pulgar—. Me atrae más la idea de las marcas. Podemos hacer unos hierros de marcar con nuestras iniciales.

—¿Y dónde se lo ponemos, en el trasero?

—Y si vamos a la pisci o a la playa se la va a ver. En fin, ya lo decidiremos. Vámonos para arriba que creo que tu hermana se está apagando.

Efectivamente, cuándo mi hermana se duerme, se duerme. Me levanté, pero Marina no hizo ademán de hacer lo mismo. Siguió sobre las piernas de papá. Este se echó a reír y la cogió en brazos, se levantó y subió por la escalera hacia el dormitorio. Cómo una actriz melodramática, iba con los brazos colgando igual que su cabellera. Papá aprovechaba y la atraía hacia si para besuquearla el cuello. La depositó sobre la cama, junto a mi que ya estaba tumbado. Rápidamente, la subí sobre mi y la penetré mientras papá se situaba detrás de ella untándose la polla con lubricante. Cuándo notó el miembro de su padre presionando su entrada anal, Marina empezó a gemir incluso antes de que se abriera paso hacia su interior. Cuándo por fin pasó el glande, sus gemidos aumentaron después de soltar una pequeña queja.

Mi hermana se incorporó un poco apoyando las manos en mi pecho mientras papá la mantenía agarrada por la cadera. Unos minutos después me corrí y a los pocos segundos lo hizo mi padre. Marina para entonces ya lo había hecho dos o tres veces: es una maquina.

Finalmente, papá salió de ella mientras permanecía sobre mi. Cogió una toalla y la estuvo secando el sudor. Con mucha delicadeza la eché hacia un lado y automáticamente se quedó dormida. Se tumbó a su lado, nos arropamos e hicimos lo mismo que ella.

Mañana seria otro intenso día.


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