No me gusta ver a mi papá con otra mujer, aunque yo esté
involucrada. No me gusta y ya esta. Desde que estuvimos en casa de Paco algo ha
cambiado en mí. No hacia él que sigue siendo mi punto de referencia, el faro
que me guía. Es algo interior, esa desazón que me embarga al comprobar que no
soy su única mujer, que puede intercambiarme por otra. Me da igual tener que follar
o chuparle la polla a otro tío sea conocido o no: siempre haré lo que me diga
papá. Eso lo tengo claro. Lo que me descompone y me llena de tristeza es pensar
que puede encontrar a otra mujer mejor y compartirme con ella.
Sé que se ha dado cuenta porque me lee cómo en un libro. Es
capaz de mirar en mi interior y saber cuál es mi estado de ánimo, pero no dice
nada. Sigo obedeciendo sus deseos, incluso más que antes si eso fuera posible.
Me esfuerzo en demostrarle que nunca encontrará a otra cómo yo.
Papá pidió diez días libres en el banco, cogimos la
autocaravana y nos fuimos a un camping del Pirineo, cercano a Benasque. Salimos
un viernes muy temprano: mucho antes de que hubiera tráfico en las salidas de
Madrid. Yo no me enteré mucho porque me quedé dormida en el asiento del
acompañante y abrí los ojos cuándo estábamos circunvalando Zaragoza, próximos a
la AP-2.
Paramos para desayunar en una zona de servicios del peaje y
emprendimos el viaje. El tiempo era desapacible y llovía a cantaros, pero en el
interior del vehículo se estaba bien: la calefacción estaba a tope.
—Vete atrás, quítate la ropa, ponte la bata y regresa, —me
ordenó. Me quité el cinturón de seguridad y pasé al interior para cumplir la
orden de papá. Regresé y me senté en mi sitio. Papa me miró de reojo sin dejar
de prestar atención a la carretera: seguía lloviendo cómo si nunca lo hubiera
hecho—. Ábrete la bata, saca los brazos y ponte el cinturón.
Lo hice y me quedé desnuda. Seguimos así todo el trayecto
hasta Lleida. Prácticamente nadie se dio cuenta salvo cuándo adelantábamos a
algún camión, y eso que levantábamos una cortina de agua descomunal. La
situación me ponía extremadamente cachonda y creo que más, el hecho de que papá
no me tenía a mano por la separación de los asientos. Me iba indicando todo lo
que tenía que hacer cada vez que adelantábamos a un tráiler, además de que me
masturbaba continuamente.
A la hora de comer y después de casi diez horas de viaje,
paramos en la entrada de Pont de Suert para repostar, a pesar de estar a sesenta
kilómetros de nuestro destino, papá no quería seguir sin llenar el depósito
porque la previsión daba nieve, y abundante. Por supuesto, cuándo paramos ya
estaba vestida otra vez: lo hice cuándo circunvalamos Lleida.
Después de repostar aparcamos en el centro del pueblo y
buscamos algún sitio para comer. Estuvimos tiempo charlando. Dimos un paseo por
el pueblo y reemprendimos lo que quedaba del viaje. Fue complicado porque había
mucha nieve en los márgenes de la carretera y había que ir con precaución.
Llegamos cuándo empezaba a anochecer, pero nos dio tiempo a
colocar la autocaravana: nos habían reservado un buen sitio cercano a la zona
de sanitarios. El camping estaba a medio ocupar. Los fines de semana hay mucha
actividad montañera en dirección al Aneto y a los otros picos del parque
natural, y de esquí, en la cercana estación de Cerler. En la recepción, nos
dijeron que entre semana íbamos a estar prácticamente solos.
Para cuándo se hizo de noche, papá ya estaba conectando el
cable de la luz para dar energía a los radiadores que iban a hacer falta: hacia
un frío de cojones. Papá me miraba y se reía porque metida en el plumas y con
la capucha subida, solo se me veía la nariz.
—¿Ponemos el avance? —le pregunté.
—No, porque me han dicho en recepción que esta noche se
espera nieve. Si cae mucha nos puede hundir el techo.
—Lo decía porque me apetece cenar barbacoa.
—Pues lo montamos, pero cuándo nos vayamos a la cama, por lo
menos hay que quitar las barras y dejarla caer.
—Pero… entonces no podemos salir.
—Salimos por la puerta de delante.
—Claro, ¡qué tonta!
Montamos la barbacoa, la encendimos y estuvimos con las
cosas que había traído de casa: chorizos, morcillas y panceta. La verdad es que
comí cómo una cerda.
—Todas estás cosas me encantan, pero engordan de cojones,
—dije metida en mi plumas. Me sentía rara comiendo con tanta ropa, incluso con
guantes.
—No te preocupes que cuándo hagamos las excursiones vas a
quemar todo esto y mucho más, —dijo papá riendo.
Cuándo terminamos, lo recogimos todo y quitamos el avance
porque además de empezar a nevar empezaba a soplar viento fuerte.
Entramos en la autocaravana y el impacto con el calor fue
tremendo.
—¡Por Dios! Que gusto, —dije empezando a quitarme el plumas
y toda la ropa que llevaba debajo.
—Hija, tienes más capas que una cebolla, —bromeó papá
mientras se quitaba también el plumas. Termine de desnudarme rápidamente y me
tumbé en la cama mientras papá recogía la ropa que yo había dejado tirada, la
doblaba y la colgaba del armario: papá es un poco obseso del orden, pero yo no.
Mientras terminaba, le esperaba sobre la cama, abierta de piernas mientras me
tocaba el chocho con la mano. Terminó y de un cajón sacó una cuerda y un rollo
de cinta adhesiva negra que suele utilizar para atarme. Me puso bocabajo y con
la cinta sujeto mis muñecas a los codos. Mis antebrazos quedaron paralelos y
cruzados por mi espalda. He notado que esta forma de atarme le gusta
especialmente a papá: dice que las tetas se me disparan. Debe de ser cierto
porque después suele estar mucho tiempo chapándome los pezones y sobeteándome
las tetas. Se tumbó a mi lado y empezó a besarme y mordisquearme los pezones
que todavía no habían reaccionado con el calor y los tenía duros cómo piedras.
Después paso a mis labios mientras con la mano me estimulaba la vagina. Al poco
tiempo me llevó al primer orgasmo mientras mantenía su boca pegada a la mía y
respiraba mis gemidos de placer.
Mientras me recuperaba del primero, cogió la cuerda y ató un
extremo a la parte baja del muslo, junto a la rodilla. Paso la cuerda por
debajo, entre mis brazos cruzados y después de tensarla la ató a la otra pierna
de igual forma. Quedé con las piernas hacia arriba, totalmente separadas y con
mi chocho totalmente expuesto. Empezó a chuparme el chocho: su lengua recorría
la vagina en toda su longitud sin dejar el más mínimo resquicio sin explorar. Empecé
a encadenar orgasmos mientras papá seguía a lo suyo, totalmente indiferente a
mis gemidos.
Es difícil explicar cómo es un orgasmo cuándo estás
inmovilizada: al menos a mí me resulta muy complicado. Si puedo afirmar que, en
mi caso, son superiores, mucho más intensos. Cuándo estoy desatada siempre
ofrezco cierta resistencia: me encojo, me estiro o lo más habitual cierro las
piernas. Lo hago sin querer: es instintivo. Papá entonces tiene que parar y
retomar la actividad. Atada no. Es imposible que me resista y mi chocho
permanece expuesto y abierto mientras papá continua incansable e insaciable:
feroz.
Cuándo se sació, cogió en bote del lubricante, se embadurnó
bien la polla y tumbándose sobre mí, me colocó la punta en el ano. Mientras me abrazaba,
fue presionando suavemente y noté nítidamente cómo se abría paso. Aunque ya
estoy muy dilatada y no es cómo al principio, mi ano todavía ofrece cierta
resistencia a los seis centímetros de grosor de la polla de papá. Esa mezcla de
placer y cierto dolor me encanta y cuándo además su pelvis frota mi clítoris me
vuelve loca. Y luego esta la indefensión. Cómo ya he dicho antes: la certeza de
estar a su merced, no tener defensa posible y no poder evitarlo. Eso me da un
plus de placer que me dejar exhausta y totalmente dependiente de él.
Cuándo terminó, me mantuvo penetrada mientras, cómo es
habitual me besaba incansable. Empezaba a recuperar el ritmo normal de la
respiración y de las pulsaciones, cuándo tuve una última sorpresa.
—Vamos a por el último, —dijo cuándo salio de mí. Cogió un
vibrador y empezó a estimularme directamente el clítoris que estaba totalmente
hinchado. Fue cómo un trallazo y empecé a gritar mucho más que antes. Papá se
asustó un poco por si me oían y me papó la boca con la mano mientras insistía
con el vibrador. Unos minutos después me corrí cómo una perra salida, que por
otra parte es lo que soy y no me importa admitirlo.
Amaneció un día desapacible cómo yo no había visto en mi
vida. Toda la noche estuvo negando copiosamente y la fuerza del viento acumuló
mucha nieve en el lateral de la autocaravana bloqueando la puerta. En el
interior, la calefacción estuvo puesta toda la noche y el ambiente estaba
caldeado. Me desperté con calor, destapada encima de la cama. Entraba algo de
luz por las ventanas: estaban heladas y las protecciones se habían quedado
pegadas. Papá no estaba, pero le oía trajinar en el exterior. Me levante, fui
hasta la cabina, me asomé un poco por la ventanilla de la cabina y le vi con
una pala apartando nieve.
Recogí la cama y empecé a preparar el desayuno. Cuándo
estuvo preparado, me puse el plumas y me asomé por la ventana.
—Vamos papá: pasa a desayunar, —clavó la pala en la nieve y
envuelto en una nube de vaho vino hacia mí mientras la nieve seguía cayendo.
—¡Su puta madre! Hace un frío de cojones, —dijo quitándose
la cazadora y los guantes.
—Luego te ayudo a quitar nieve.
—Solo tenemos una pala.
—Se lo digo al de recepción que me preste una: seguro que
tiene.
Si tenía, y con ella de la mano regresé para ayudar a papá.
—Me ha dicho el señor que la carretera esta cortada hasta la
rotonda de la carretera de Cerler, —dije empezando a quitar nieve—. Dice que
las quitanieves están trabajando en despejar los accesos a la estación de
esquí.
—De todas maneras con este temporal no podemos ir a ningún
sitio.
—Dice que va a estar así hasta mañana domingo por la tarde.
Que luego ira mejorando y que a partir del lunes mucho sol.
—Estoy pensando que cuándo limpiemos de nieve todo esto,
podemos poner la carpa.
—¿Tenemos una carpa?
—Si, una de esas que son cómo veladores plegables: a tu
madre le dio por ahí y la compro. Nunca la hemos usado. Tiene el techo en pico
y muy inclinado. Además, tiene laterales.
—Pero el viento…
—Tenemos cuerdas de sobra para sujetarla.
A media mañana habíamos limpiado toda la parcela. Sacamos la
carpa de uno de los cofres y la montamos justo delante de la puerta lateral.
Papá clavó las patas al suelo con unas piquetas muy largas y con cuerdas desde
la parte alta al suelo y al árbol que teníamos cerca. Pusimos las lonas
laterales y las reforzamos también con cuerdas. La verdad es que quedó muy
sólido.
—Podrías acercarte a ver que tienen en el súper mientras
termino con esto. Anoche se nos olvido sacar algo del congelador.
—Voy a ver y le devuelvo la pala al señor, —me fui hacia el
súper con la pala de la mano y luego estuve haciendo la compra. Regresé con
bastantes cosas, pero frescas pocas.
—He traído cinta de lomo y huevos. también he cogido una
botella de vino que me ha dicho el señor que es de por aquí.
—Será Somontano.
—Si, es eso, —y mirando la carpa añadí—. Esto ha quedado muy
bien.
—Por lo menos dejamos libre la entrada lateral, aunque si
sigue nevando habrá que seguir quitando. Lo que me preocupa es el camino para
salir: con esa cantidad de nieve…
—El señor me ha dicho que tienen quitanieves y que la van a
pasar esta tarde hasta la entrada.
—De todas maneras no podemos salir de aquí mientras continúe
el temporal.
—¿Y que vamos a hacer aquí metidos? —pregunté con picardía.
—Por eso no te preocupes que seguro que se me ocurre algo.
Después de comer, tomamos café y papá se sirvió una copa de
ginebra. Estuvimos un rato largo charlando y riendo. Estoy encantada de esta
situación tan especial. Ya he contado que me gusta tener a papá en un sitio
reducido, pero es que además, estamos aislados y le tengo solo para mí. Aquí no
hay ninguna guarra que le mira la polla con ojos de deseo cómo pasa en el
naturista. La verdad es que los hombres también lo hacen, y alguno incluso con
ojos de deseo, pero esos no me importan: no son competencia.
Me levante para dejar los vasos en el fregadero y papá
empezó a desmontar la mesa y sacar la cama.
—Me ducho en un momento, —dije rápidamente entrando en el
baño. Hoy no lo había hecho.
—Será cochina la tía, —bromeó papá.
Fue una ducha rápida y cuándo salí entró él. No fue tan
rápido porque entra muy justo en la ducha y le cuesta más trabajo. Cuándo
salió, me encontró sobre la cama, abierta de piernas y tocándome el chocho con descaro.
Siguió secándose mientras me observaba detenidamente, cómo pensando que iba a
hacer conmigo. Finalmente, dejó la toalla y cogió la bolsa de los juguetes
dejándola a mano. Me agarró de los tobillos y tiro de mí, me dio la vuelta
dejándome la cabeza colgando por el borde de la cama. Metió la polla en mi boca
hasta el fondo. No me lo esperaba y mientras daba una arcada papá separó mil
piernas y me sujetó por los tobillos dejándome el chocho expuesto. Esperaba que
me hiciera algo más, pero no lo hizo: me estuvo follando la boca lentamente,
con profundidad, y eso me producía arcadas y amagos de vómito. No lo hice, pero
mis babas, muy abundantes, me mojaban la cara cegándome un poco. La situación
me producía un cierto placer con el hecho de que era el instrumento para su
goce. Tardó en correrse y si no recuerdo mal es la primera vez que me utiliza
de una manera tan egoísta. Hasta ese día, siempre, antes de correrse me había
inducido algún orgasmo.
Me sentí extrañamente feliz: se ha corrido, ha gozado y lo
demás no me importa.
Mantuvo la polla dentro de mi boca mientras la mezcla de
babas y esperma mojaba el suelo. Sin sacarla, se inclinó y después de bloquear
mis muslos con los brazos para que no los cerrase, empezó a comerme el chocho
totalmente abierto y a su disposición. Inmediatamente empecé a gemir mientras
babeaba más. Succionó mi clítoris con los labios y con la lengua lo estimulo, y
cuándo sintió que me llegaba el orgasmo, metió con fuerza la polla hasta el
fondo de la garganta cortándome el aire. Intente resistirme con las manos, pero
no lo conseguí. Tuve un orgasmo tremendo, agónico, que aumentó de intensidad
cuándo me dejó respirar. Perdí la consciencia. Lo sé porque cuándo me di cuenta
papá me tenía en el centro de la cama y me limpiaba la cara con una camiseta.
Se sentó en la cama con la espalda apoyada en la pared del fondo y con ternura
me atrajo hacia el abrazándome. No se cuánto tiempo estuvimos así, pero fue
mucho. Mi respiración y mis pulsaciones se fueron normalizando mientras me
secaba el sudor.
—Luego tendré que castigarte, —dijo con mucha suavidad. Le
miré sin comprender y papá se echó a reír. Me incorporó enseñándome el costado
y un poco la nalga: los tenía arañados y eso que no llevo las uñas largas
porque a papá no le gustan.
—Lo siento papá: no me había dado cuenta, —me disculpé
después de la sorpresa inicial.
—Tranquila, pero comprenderás que merecer un castigo, —para
volvió a abrazarme mientras me besaba con cariño—. ¿Estás de acuerdo, lo
entiendes?
—Si papá.
—Y ¿cómo crees que debe ser el castigo? —le miré otra vez
sin entender—. ¿Suave, fuerte, muy duro?
Me abracé a él con fuerza mientras una punzada me atravesaba
el clítoris—. Lo que tú quieras.
—No. Quiero que me lo digas tú.
—Es que no sé, —y empecé a sollozar. Papá me achuchó más
fuerte mientras me besaba.
—Tranquila mi amor yo decidiré por ti. Veamos, cómo sé que
no lo has podido evitar, no va a ser muy duro, pero tampoco puede ser suave:
cuarenta azotes en el culo con la mano. ¿te parece bien? —asentí con la cabeza
mientras se empezaba a oír a lo lejos el ruido de la quitanieves que el
empleado del camping estaba utilizando para despejar las calles—. Ahora va a
ser buen momento. Quiero oírte chillar.
Rápidamente papá cogió el rollo de cinta y me sujetó los
brazos a la espalda con los antebrazos paralelos, cómo a él le gusta. Me tumbó
bocabajo sobre sus piernas y empezó a darme azotes en el trasero mientras los
contaba. Los primeros los aguante bien, pero según me iba dando más no se si el
dolor aumentaba o que yo los aguantaba menos. Con el décimo empecé a quejarme y
con el veinte ya chillaba a pleno pulmón. El ruido de la quitanieves llegaba en
ese momento nítido hasta nosotros: debía de estar justo a nuestra altura.
Cuándo me dio los últimos, el ruido de la quitanieves iba disminuyendo según se
alejaba.
Estuvo un buen rato acariciando mi trasero que ardía. Notaba
cómo me pasaba las uñas y luego pasaba la palma de la mano. Siempre parecía que
iba a meter la mano entre mis nalgas pero no lo hacia, y mi grado de excitación
era tal que sabía que en el momento que me rozara el ano o la vagina lo más
mínimo me iba a correr. Papá lo sabía. Lo he dicho varias veces ya: me lee cómo
en un libro abierto.
Me ayudó a incorporarme y me puso de rodillas sobre la cama.
Se situó a mi espalda, me separó las piernas mientras con la mano izquierda me
tapaba la boca. Se agarró la polla con la derecha y me la clavó de golpe. Mi
chillido de puro gozo se quedó ahogado por su mano. Culeó tres o cuatro veces y
me corrí viva. No aflojó, siguió culeando y un par de minutos después con la
mano derecha empezó a estimularme el clítoris. Intente cerrar las piernas pero
las suyas me lo impedían y sin remisión me volví a correr. Mientras lo hacia,
oí a papá resoplar en mi nuca y cómo se le escapaba un gemido y me sentí muy
feliz.
Papá me desató y el resto de la tarde seguimos en la cama mientras
en el exterior la ventisca seguía con fuerza. Pusimos una peli de las que le
gustan a papá porque con el temporal casi no se captaba el satélite.
Casi sin darnos cuenta llegó la hora de cenar. Después,
vimos otra peli, me echó el polvo nocturno de rigor y nos dormimos hasta el día
siguiente.
El resto de la semana fue genial. El lunes amaneció
despejado y con un sol que duró toda la semana. Todas las mañanas salíamos a
hacer excursiones o alguna visita cercana gracias a un coche del camping que
nos alquilaron. También subimos a la estación de Cerler: yo no había estado en
ninguna súper estación del pirineo.
El domingo siguiente, a primera hora, partimos de regreso a
casa. Estos días a solas con papá me vinieron bien porque despejaron mi mente
de ideas lúgubres.
Regresé con las pilas cargadas, pero me duró poco.
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