jueves, 8 de febrero de 2024

Amor familiar (capitulo 1)

 



Mi hermana siempre ha sido muy especial. Desde pequeña era muy retraída y siempre huía del contacto con otros niños. Ya con ocho años, prefería quedarse en casa después de llegar del cole. Que mama la obligara a ir al parque a relacionarse con otros niños para ella era un drama. Aguantaba estoicamente hasta que mama se hartaba y la llevaba a casa. Eso hizo, además de otras muchas cosas, que la relación con ella fuera muy fría. Mi padre, que casi trabajaba de sol a sol, pasaba de todo y le daba igual lo que hiciera mi hermana: solo quería que mi madre le dejara tranquilo. De todas maneras, mi hermana no tenía ningún problema. Igual que mi padre, lo único que quería es que la dejaran tranquila, y eso a mi madre no la entraba en la cabeza

Más o menos con esa edad (ocho años) empezó a escribir un diario que siempre guardaba en el cajón de su mesilla. Unos años después, ya con casi doce, descubrí fortuitamente que en realidad tenía dos diarios. Uno, el oficial, dónde escribía chorradas y otro, el secreto, dónde plasmaba de verdad sus sentimientos más íntimos. ¿Por qué lo hacia? Porque no era tonta y sabía que mama leía el diario de la mesilla. En un principio estuve tentado de curiosear, pero cómo no quería parecerme a mi madre, lo deseché… al menos por el momento.

Finalmente, empecé a notar una actitud extraña en mi hermana. Por entonces yo tenía casi veinte años y ella casi catorce: se podría decir que ya era una mujercita, aunque eso si, cómo decía mama siempre tan delicada, se había quedado a medio crecer. Entonces media uno cuarenta y cinco, y no pasaba de los treinta y seis kilos. Comía muy poco y siempre que había oportunidad, solo vegetales y eso se notaba en su cuerpo, extremadamente delgado, tanto, que casi no tenía pecho. Si no fuera por esto ultimo, parecería una modelo en miniatura.

Cuándo estábamos solos en casa, siempre se paseaba medio desnuda por delante de mí, eso si, sin enseñar gran cosa, pero siempre muy insinuante. Cuándo aparecía mama, rápidamente se ponía el chándal para no oírla. Por delante de mi padre, si quisiera podría pasearse desnuda que no se iba a inmutar. Nunca lo hizo.

El caso es, que un día que mi hermana estaba en el colegio y yo no tenía que ir a la universidad, escamado por su forma de actuar me decidí a husmear en su diario secreto. Lo saqué de debajo de una tabla del suelo del armario empotrado y empecé a leerlos, porque había seis. Eran cuadernos finos, normales, de grapa. Eran así porque no podían abultar mucho por el sitio dónde estaban escondidos. Estaban numerados y junto a ellos había un sobre con fotografías.

Cogí el sobre y al sacar las fotos me quede estupefacto. Eran selfis, sacadas por ella misma frente al espejo de su habitación. Estaban impresas en papel de folio por lo que la calidad no era muy buena. Seguramente se las había descargado del móvil al ordenador y a la impresora para eliminarlas del teléfono. En todas estaba desnuda y lo que más me llamó la atención fue que en varias de ellas se había puesto un collar de perro y una correa, que había en el trastero de un perro que tuvimos años atrás hasta que mamá se hartó de el. En un par más, se había hecho un lazo de ahorcado con una cuerda y hacia cómo que estaba colgada.

Cuándo cogí el primer cuaderno, la polla la tenía tan disparada que no pude empezar a leer con tranquilidad porque continuamente cogía las fotos. Me tumbe en su cama y me masturbé mientras miraba una de ellas.

Cuándo terminé, empecé a leer más tranquilo y lo hice de tirón: los seis. La conclusión que saqué es que si quisiera me la podría follar ya. En sus escritos quedaba claro que sentía atracción por mi y que podría convertirse sin problemas en mi sumisa particular, mi esclava para todo lo que yo quisiera, y la verdad es que solo pensar en sus labios rodeando mi polla, me ponía a cien. Pero quería tomar precauciones, no fuera a ser que el deseo me nublara la sesera. Además, estaba la cuestión de que todavía era menor, muy menor.

Un sábado que mis padres se habían ido con unos amigos a la casa que tenemos en un pueblo de la sierra, mi hermana apareció en tanga y solo con una amplia camiseta de tirantes que a duras penas la cubría el trasero. Yo estaba escribiendo en el ordenador y Marina, que así se llama, se tumbó en la cama y empezó a retozar mientras miraba el móvil, algo muy raro porque cómo ya he dicho casi no tiene amigos.

—¿Harías algo por mí? —dije apartando la vista de la pantalla y mirándola.

—Claro, —respondió sentándose sobre sus talones.

—Quítate la camiseta y el tanga, —la frase la solté cómo una orden: no quería que pareciera una petición.

Marina me miró desconcertada un par de segundos y después se sacó la camiseta por la cabeza dejando al descubierto sus exiguas tetas. A continuación, se quitó el tanga.

—Así estás mucho mejor.

—¿Tú crees? —preguntó indecisa.

—Por supuesto que si, —y dándome una palmada en el muslo la dije—: ven aquí, —rápidamente bajó de la cama y se sentó sobre mi pierna. Notaba su calor a través del pantalón del pijama que a duras penas ocultaba mi erección—. Bueno, cuéntame.

—¿Qué quieres que te cuente? —preguntó otra vez desconcertada. Notaba su respiración excitada.

—Pues quiero que me lo cuentes todo, que no tengas secretos conmigo, —la dije mientras la acariciaba ligeramente el trasero. Ni que decir tiene que para entonces tenía la polla tan hinchada que parecía más grande de esos diecinueve centímetros que me hacían sentir orgulloso—. En primer lugar, quiero que me digas por qué llevas unos meses exhibiéndote cuándo mama no esta.

—He pensado que te gustaría…

—Y me gusta.

—… y no quiero que mama se entere y me dé la charla.

—Pues si tú no se lo cuentas…

—¿Yo?

—… no tiene por qué enterarse.

—Ya sabes que con mama no hablo casi nada y menos para contarla esto, —dijo mientras yo la miraba. La verdad es que teniéndola tan cerca pude comprobar que algo de pecho si tenía: muy poco, pero no era una tabla cómo decía mama.

—Yo creo que te gustaría que te hiciera algo, —dije mirándola mientras suavemente la acariciaba el muslo. Marina arqueo la espalda un poco mientras afirmaba con la cabeza—. Pero hay un problema: eres menor.

—Para mi no es un problema.

—No te enfades conmigo, pero todavía eres muy pequeña y puedes cambiar de opinión.

—En dos meses cumplo quince y no voy a cambiar de opinión.

—Pues te propongo que esperemos esos dos meses. En ese tiempo quiero que medites sobre todo esto y entonces hablamos.

Sabía perfectamente que mi hermana nunca había tenido ningún tipo de relación sexual. Podría darse el caso de que cuándo tuviera su primera experiencia sexual cambiara de opinión y me quedara sin un chollo que me interesaba mucho mantener. Por eso quería estar trabajándola estos meses para que cuándo llegara el momento pudiera hacer con ella todo lo que quisiera, y en eso me iba a ayudar YouTube: me había convertido en un seguidor incansable de videos de sicología.

Antes de seguir quiero hacer una aclaración, porque seguro que más de uno se preguntara si no tengo ningún reparo en follarme a mi hermana y la respuesta es bien sencilla: no. También quiero aclarar que lo que siento por ella no es solo una simple atracción sexual. No, la adoro desde que era pequeñita y jugaba con ella. Unas veces con sus muñecas y otras veces con mis figuras del Capitán America o Spiderman.

—Y ¿cuándo tengas quince años que quieres que te haga? —Marina me miró mientras mi mano empezó a acariciar la cara interior de su muslo, pero sin acercarme a su vagina.

—Lo que tú quieras.

—Eso no es muy concreto, porque yo puedo querer muchas cosas y muy raras. Por ejemplo, puedo querer meterte la polla en la boca, —dije mientras subía la mano y con los dedos acariciaba sus labios.

—Eso no es raro Jaimete, —desde pequeñita me llamaba así.

—Si, si a quien se lo hago es mi hermana: habría gente que no lo entendería.

—Que les den.

—De todas maneras no veo mejor muestra de amor hacia ti que follarte, —Marina asintió—. ¿Te gustaría por ejemplo, que te atara con una cuerda?

Mi hermana me miró fijamente y finalmente afirmó con la cabeza y dijo—: ¿y que no me pueda mover?

—Por supuesto.

—¿Y me vas a pegar? —preguntó. Yo sabía la respuesta porque lo había leído en su diario, dónde relataba fantasías eróticas sadomasoquistas, algunas tan fuertes que incluso dudaba que yo fuera capaz de hacérselo a la persona que sin duda es la que más quiero en la vida.

—Por supuesto, —dije levantando la mano derecha y dándola un azote en el trasero. Marina me miró fijamente y después cerró los ojos abandonándose al placer del momento—. Pero eso será dentro de un par de meses.

—¡Jo Jaimete! —se quejó mientras la obligaba a levantarse.

—Mientras tanto, cuándo estemos solos siempre estarás desnuda, esos pelos que tienes en el chocho tienen que desaparecer y los pies al aire: me encantan tus pies.


 

Los dos meses siguientes fueron muy duros, pero no sabría decir si más para mi o para ella. No se cortaba lo más mínimo cuándo estábamos solos e incluso en no pocas ocasiones se tumbó sobre mi cama y mientras me veía trabajar en el ordenador se masturbaba. Me costaba dios y ayuda no saltar sobre ella y fundirla a polvos. La verdad es que fomentaba su estado enseñándola imágenes sugerentes y muy bestias en el ordenador.

—¿Te gustaría esto? —la pregunté una vez que se estaba masturbando. En la imagen se veía cómo a una mujer desnuda y atada la estaban cosiendo los labios de la vagina con aguja e hilo. No hizo falta que contestara. Siguió masturbándose con más ahínco mientras miraba fijamente las imágenes del video hasta que a los pocos segundos la llegó un fuerte orgasmo—. Vale, ya veo que si: lo apunto en la lista. De todas maneras, lo primero que pienso hacer contigo cuándo tengamos el tiempo suficiente, es descubrir si eres multiorgásmica, —yo ya lo sabía perfectamente.

—¿Y cómo lo vas a hacer? —me preguntó mientras sudorosa y tumbada en mi cama seguía acariciándose la vagina totalmente depilada. Por cierto, tenía una vagina preciosa.

—A ti te lo voy a decir, —la dije riendo.

—¡Jo Jaimete!


 

Por fin llegó su quince cumpleaños y Marina estaba de los nervios. Cómo si lo supiera y lo hiciera adrede, mama no se separaba de nosotros porque había cogido unos días de vacaciones. Finalmente, ideé un plan para quedarnos solos en la casa de la sierra.

—Este finde quiero ir al pueblo, —dije mientras estábamos cenando—. Tengo que preparar los exámenes y quiero estar tranquilo.

—¿Me puedo ir contigo? —preguntó Marina que interpretó su papel a la perfección.

—¿No has oído que quiere estar solo? —la espetó mamá tan delicada como siempre.

—A mi Marina no me molesta, —la rebatí.

—Ahora que lo pienso, podríamos ir todos, —insistió mamá que claramente estaba por tocar las pelotas.

—¿Qué parte es la que no has entendido? —dijo papá mirando a mama—. Que quiere estar solo.

—¿Y la niña si va?

—Te repito que mi hermana no me molesta porque no va a estar incordiándome.

—¿Y nosotros sí? —preguntó mama que estaba empezando a ponerse pesada.

—Pues claro que si, —insistió papá—. ¿Quieres dejarlos tranquilos de una vez?

—No hay problema, —dije finalmente de mala manera—. Vosotros os vais al pueblo y yo me quedo aquí.

—No, si al final tendré yo la culpa de algo, —insistió mama haciéndose la mártir cómo siempre—. Iros si queréis: no quiero molestar a nadie.

—Pues ya esta, —zanjó papá rápidamente—. ¿Quieres llevarte el coche?

—No gracias papa, nos vamos en el tren, —le contesté con una sonrisa.


 

Un par de días después, por fin llegó el viernes y nada más que Marina llegó del instituto salimos para la estación del tren con un par de cajas de preservativos en mi mochila. Ni siquiera comió y antes de subir al tren de cercanías cogió un sándwich en una de las maquinas expendedoras. Eran las cuatro de la tarde cuándo arrancó el tren y teóricamente en hora y poco llegaríamos al pueblo. Lo tenía todo previsto, y nada más llegar había planeado tener con mi hermana una tarde memorable, pero no fue así. El tren se averió en La Navata y después de estar esperando más de una hora, decidieron llevarnos a los destinos en autocar. De que llegaron los vehículos, fueron acoplando a los numerosos pasajeros y partimos, llegamos a la casa ya de noche, sobre las ocho y media. Todos mis planes a la mierda. De todas maneras no iba a desaprovechar la noche, pero seria algo más tranquilito: lo gordo lo dejaría para el día siguiente.

La casa estaba helada cómo una cámara frigorífica y es que estábamos a finales de mayo y en el pueblo, aunque por la mañana se estaba bien, por la noche la temperatura caía en picado. Mientras yo me dedicaba a conectar la calefacción y a encender la chimenea, Marina abrió unas latas para cenar.

Cuándo terminamos, mi hermana se quitó por fin la cazadora y subió al baño a ducharse.

—Jaimete, ¿dónde vamos a dormir? —preguntó mientras se desvestía en el baño.

—En mi cama que es más grande, —la contesté. Y era verdad porque mientras ella tenía una cama pequeña, yo dormía en la antigua habitación de mis abuelos que tenía una cama de matrimonio. Y asomándome al baño añadí—: siempre que estemos solos dormirás conmigo, y olvídate de los pijamas y los calcetines para dormir.

—¿No tendré frío?

—Te garantizo que no.

Al rato oí el secador del pelo y unos minutos después salió del baño mientras se peinaba.

—¡Qué asco! Me olía el pelo a tabaco, —se quejó—. Ese gilipollas asqueroso que teníamos detrás en la cola del autobús no hacia más que fumar.

—Ya me dí cuenta, —dije entrando en el baño para ducharme—. ¿Podías preparar una copa?

—Voy.

Cuándo salí del baño, Marina estaba sentada sobre la cama con las piernas cruzadas. Me miraba expectante cómo los perrillos a su amo, y la verdad es que esa similitud era exacta y quería convertirla en definitiva. Cogí el vaso de whisky que había sobre la cómoda y me lo puse a la altura de los ojos: estaba muy lleno.

—Es que también es para mí, —dijo mi hermana.

—¿Vas a beber? Nunca lo haces.

—Ya, pero me apetece. Échate agua si quieres: todavía no hay hielo.

Eché un poco de agua y me acerque a mi hermana tendiéndola el vaso. Lo cogió, dio un trago y puso cara rara al tiempo que sus pezones se ponían duros cómo canicas. Dejé el vaso sobre la mesilla y cogiendo unos trozos de cuerda que traía en la mochila, rodee la cama y empecé a atarla las muñecas cruzadas. Después la tumbé, la pasé el brazo por debajo de su cuello y abrazándola empecé a besarla. Fue curioso porque a pesar de estar mucho tiempo esperando que llegara este momento y follarla con todas mis fuerzas, ahora, lo que me apetecía era besarla y abrazarla. Al sentir su calido cuerpo junto al mío mi polla, que ya estaba erecta, se puso mucho más, o eso me pareció a mi. La froté contra ella, pero rápidamente dejé de hacerlo porque me iba a correr y no era cuestión de desperdiciar el disparo. Salté de la cama, la cogí en brazos y me senté con ella en un sillón que en un rincón de la habitación hacia de descalzadota. La arrodillé entre mis piernas y metiéndola dos dedos en la boca, ella empezó a chupar automáticamente, la dije mientras la miraba a los ojos.

—Ahora te voy a meter la polla en la boca y quiero que chupes muy lentamente, muy despacio, y cuándo me corra y te llene la boca de semen, antes de tragártelo quiero que me lo enseñes: ¿lo has entendido? —asintió con la cabeza mientras seguía chupando mis dedos con los ojos cerrados. Cómo recompensa, bajé la mano libre y la acaricie el chocho que estaba totalmente húmedo. Reaccionó gimiendo y añadí—: luego más, pero ahora te lo tienes que ganar.

Saqué los dedos de su boca y agarrándola la cabeza por la coleta la empecé a bajar lentamente. Paré a escasos centímetros y ella empezó a sacar la lengua para intentar alcanzarla. Dejé que la tocara levemente con la punta de la lengua durante unos segundos y finalmente la permití que se la metiera en la boca. Ví cómo intentaba alcanzarse la vagina por detrás pero por la forma de atarla las manos no podía y eso la excitó más, mucho más. Aguanté un par de minutos, pero al final me derramé en su boca—. ¡Mueve la lengua! —la ordené antes de empezar a gritar de placer. Marina, sumisa, me obedeció en el acto. Después, se incorporó y me enseñó la boca llena de semen. La acaricie la mejilla y la ordené—: ¡trágatelo! —y sin pestañear me volvió a obedeció.

Me levanté y después de coger el vaso de whisky me volví a sentar. La dije que siguiera chupando mientras saboreaba el licor de papá. Así estuvimos un buen rato sin que ella profiriera la más minima queja, al contrario, la veía disfrutando. Finalmente, la incorporé y la miré a esos ojos azules que tanto me gustaban y que nadie más tenía en la familia. Lo achacábamos a la tatarabuela de mi padre que también los tenía azules.

—Quiero que quede una cosa clara, —la dije sin ningún tipo de delicadeza—. Me vas a obedecer en todo.

—Sí Jaimete.

—Y voy a hacer contigo todo lo que quiera sin que te resistas.

—Sí Jaimete.

—Incluso si te quiero pegar, —mi hermana cerró los ojos de placer— lo aceptaras y no te opondrás. ¿Ha quedado claro?

—Sí Jaimete.

—Y una cosa más, siempre estarás a mi disposición para lo que yo quiera y cuándo quiera y te voy a follar por todos tus agujeros, ¿entendido?

—Si Jaimete.

—Y por supuesto, nadie debe enterarse de esto.

—Si Jaimete.

—Buena chica, —la dije acariciándola la mejilla. Después di un buen trago de whisky y juntando mis labios a los suyos la traspase el licor. Se lo bebió con el mismo resultado anterior: los pezones se la pusieron duros y yo aproveche para chapárselos un buen rato mientras la tiraba de la coleta hacia atrás dejando expuesto su cuello. Cuándo me harté de comerla los pezones subí y lo besuqueé.

La levanté y siempre cogida por la coleta la llevé a la cama y la obligué, la verdad, sin mucho esfuerzo, a tumbarse en la cama. La até los tobillos con un trozo de cuerda, con otro trozo la uní los tobillos con la mano obligándola a quedarse con el cuerpo arqueado. De pie sobre la cama la observe detenidamente, la saqué unas fotos con el móvil y me tumbé a su lado. La pasé el brazo por debajo y la abracé mientras la volvía a morrear. No sé cuánto tiempo estuve haciéndolo, pero fue mucho: que bien sabe. Y que bien huele. Cuándo termine de besarla empecé a olfatearla cómo un perro perdiguero mientras con la mano, eternamente alojada sobre su chochito, la estimulaba. La llegó un primer orgasmo que la hizo gemir con intensidad mientras pegaba mi boca a la suya para saborear sus orgasmos. No paré, insistí hasta que la forcé otro y luego otro más. Su cuerpo brillaba un poco por el sudor y la solté la cuerda que unía sus tobillos y sus muñecas aunque estos siguieron estando atados. La abracé y seguí olisqueándola. Ahora, sudada, olía más a ella y eso me excitaba más. Apretaba mi polla contra ella y sentía placer y un amor inmenso hacia ella, si eso fuera posible, porque ya lo sentía desde hacia muchos años.

—No quiero que esto pare, —dijo mientras yo seguía besuqueándola y se mostraba complacida—. Quiero que siempre sea así.

—Pues así será entonces, pero tenemos que actuar con precaución, ya me entiendes.

—Ya, ¿sabes que? Lo ideal es que pudiéramos vivir juntos, los dos solos.

—Pues hasta que no terminemos las carreras, nos venga Dios a ver y encontremos trabajo, nos toca vivir con papá y mama, —la dije con una sonrisa.

—No tendría ningún problema en vivir con papá, pero con mama…

—No la hagas caso y pasa de ella.

—No puedo: cada vez la detesto más. Yo creo que papá trabaja tanto para no tener que estar con ella en casa.

—Hace tiempo que lo pienso yo también… y que también cada vez la detesta más.

—Le quiero tanto y me da tanta pena, que no me importaría…

—¿Qué es lo que no te importaría? —la pregunté interrumpiéndola mientras mi mano volvía a alojarse sobre su vagina provocándola un gemido—. ¿Qué el te haga lo mismo que yo?

—Sí.

—¿Quieres tener dentro las pollas de papá y de tu hermano? —insistí mientras con la mano la estimulaba y Marina se retorcía de placer.

—Sí, —dijo con la voz entrecortada. Insistí hasta que finalmente su cuerpo se crispó y empezó a chillar en un orgasmo tremendo que la dejó inerte y con pequeñas convulsiones.

—Sí, ya veo que sí, pero siento desilusionarte, desgraciadamente no creo que sea posible, —dije finalmente mientras la volvía a abrazar. No dijo nada y siguió con los ojos cerrados—. ¿No tienes sueño? —la pregunté y afirmó con la cabeza—. Pues antes me vas a descargar otra vez.

La cogí por la coleta y la bajé la cabeza hasta que la metí la polla en la boca. Esta vez no fue rápido, aunque finalmente me corrí y ella se lo tragó.

Abrí la cama y después de desatarla nos metimos dentro y nos arropamos—. Son casi las dos. Duérmete mi amor que es muy tarde y mañana vas a tener un día intenso.

—¿Me vas a follar? —preguntó en un susurro.

—Mañana, voy a estar todo el día follándote.


 

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