domingo, 28 de agosto de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 13)



 Me desperté a eso de las nueve y papá nuevamente no estaba en la cama. Me levante, fui al baño, me mire en el espejo y vi que la inflamación de los correazos había remitido aunque se veían todavía las marcas rojas. No sé cómo explicarlo, y posiblemente alguien pensara que estoy loca, pero lo cierto es que me sentía orgullosa de esas marcas. Pasé la yema de los dedos sobre ellas y noté el ligero abultamiento que presentaban, y me excité levemente.
Bajé a la planta inferior y oí a papá que trajinaba en el sótano.
—Buenos días papá. ¿Quieres que prepare el desayuno? —pregunté desde la cocina en lo alto de la escalera. Lo hice un poco temerosa porque todavía no sabía a que atenerme y si dirigirme así a papá era lo correcto.
—Sí, prepara algo, —contestó desde el sótano con naturalidad—. Prepara también algo de pasta para comer a medio día.
Me puse rápidamente a preparar las cosas, y mientras lo hacia, oía a papá trabajar en el sótano. Lo que más me llamaba la atención es que oía la taladradora y estaba muy intrigada por saber que estaba preparando. Intrigada y excitada, y mientras preparaba las cosas no podía evitar que de vez en cuando me tocara el chocho con la mano.
Casi estaba preparado cuándo papá subió. En ese momento estaba en el fregadero lavando unos vasos, se acercó por detrás y sin decir nada me agarró por las caderas y me la metió hasta el fondo con fuerza. Fue tal la oleada de placer que sentí al notar su polla presionar en fondo de mi vagina, que se me aflojaron las piernas y grité cómo preámbulo de un montón de gemidos. Me folló con saña, me tiró del pelo hacia atrás y me daba azotes en las nalgas. Y todo frente a la ventana, aunque desgraciadamente no se veía mucho desde la calle. Me corrí un par de veces antes de que papá se corriera. Cuándo lo hizo, me soltó el pelo y cogiéndome de la caderas apretó fuerte varias veces mientras eyaculaba.
Salio de mí, y me dejó apoyada en el fregadero mientras me recuperaba y su abundante semen se escapaba de mi vagina. Se sentó a la mesa y esperó a que terminara de limpiarme con papel de cocina. Después, le serví café y me senté a la mesa. No desayune mucho: café y alguna galleta. La noche anterior no cene, pero no tenía hambre.  Los nervios y la incertidumbre sobre lo que papá había estado preparando en el sótano me atenazaban el estómago. Sé que se dio cuenta, pero no dijo nada. La verdad es que no dijo nada de nada: permaneció en silencio mientras desayunaba.
—Si ya has terminado vamos a bajar, —dijo cuándo termino su café.
—¿Quieres que me duche antes? —pregunté levantándome.
—No, no es necesario. Vamos, —y se dirigió a la escalera. Le seguí, y cuándo llegué abajo pude comprobar que los aparatos de musculación, la cinta de correr y la bici de spinning ya no estaban en el centro cómo antes. Ahora estaban bien colocadas en un lateral, dejando libre más de la mitad del sótano. Dónde estaban antes, ahora había, en un lateral, una gran mesa de madera maciza con grilletes de cuero y cadenas en las esquinas, una cama que era un somier con patas y un colchón, ocupaba otro lateral. Dos maderos cruzado en forma de aspa, formando la cruz de san Andrés, estaban en la otra pared libre. Un sillón de los que usan los ginecólogos ocupaba un rincón, y en el otro, un potro parecido a los que se usan en gimnasia. De una de las vigas del techo, colgaba una polea doble por dónde serpenteaba un cable que terminaba en un gran mosquetón y empezaba en un cabestrante con manivela que había en la pared, en un rincón. Por último, reparé en un mueble auxiliar con ruedas y con cajones de cuyos laterales, en unos colgaban varios tipos de látigos y del otro, varias madejas de cuerda.
Estaba estupefacta. ¿de dónde había salido todo esto? Si de algo estaba segura es que en casa no estaba. Papá lo debió adivinar.
—Todo esto lo tenía en un trastero de alquiler. Lo llevé allí después de la muerte de tu madre, y ayer por la mañana lo he traído.
—¿Mama usaba todo esto?
—No. Yo usaba todo esto con tu madre, —respondió muy serio.
Instantáneamente me llevé la mano al chocho y noté cómo la excitación aumentaba en mí. Papá también lo vio, pero no dijo nada. Abrió uno de los cajones del mueble y sacó unas muñequeras. No eran cómo las otras: estás tenían unas piezas de cuero a los lados rematados por unas argollas. Me las puso ajustando bien las correas y después cogió una barra de hierro rematada en los extremos por mosquetones y la sujetó a las muñequeras. Sujetó la barra al mosquetón de la polea y empezó a dar vueltas a la manivela. La barra fue subiendo hasta que llegó al tope. Mis pies se fueron despegando del suelo hasta que quedaron a medio metro. Notaba la presión de las muñecas, pero no me dolía. Papá se aproximó empujando el mueble y se situó frente a mi. Empezó a pasar las manos por mis costillas, nítidamente marcadas. Estaba muy asustada, pero al mismo tiempo estaba muy excitada. Sus manos recorrieron todo mi cuerpo, hasta que abriendo otro cajón sacó una tobilleras. Me las puso y atando cuerdas a sus argollas me separo las piernas atándolas a unos enganches que estaban taladrados al suelo. Mi cuerpo se convirtió en un aspa totalmente accesible a papá.
Siguió tocándome, hasta que finalmente su mano se alojó en mi vagina. Empecé a gemir y mientras me estimulaba con una mano con la otra empezó a darme azotes en el trasero. Llegué al orgasmo y mientras me corría, papá cogió un látigo con muchas puntas, un látigo de colas, y empezó a azotarme la espalda. Chillé, pero el orgasmo continuó en una mezcla de dolor intenso y placer. Se separó para poder golpear mejor y siguió azotándome con el látigo con un ritmo cadencioso. La espalda, los riñones, el trasero, los muslos: todo recibieron los impactos del látigo. Me retorcía colgada de la manos, pero al tener los pies también sujetos lo conseguía poco. Chillé con todas mis fuerzas y empezó a dolerme la garganta, pero papá siguió imperturbable. De repente, desde atrás recibí un impacto en el chocho, y luego otro, y otro. Chillaba aun más si eso fuera posible, lloraba, suplicaba, sudaba cómo yo creo que nunca he sudado, intentaba infructuosamente resistirme, y entonces, dejó de azotarme y puso su mano en mi vagina estimulándome vigorosamente. Fue casi instantáneo: empecé a gemir y a los pocos segundos me corrí llenándole la mano con mis fluidos. Siguió sobándome el chocho para alargar mi placer hasta que se separó, se puso delante de mi y empezó otra vez a azotarme, esta vez por delante. A pesar de tener mi movilidad muy reducida, intentaba esquivar un poco los golpes y creo que eso desagradó a papá. Me dio un último golpe muy fuerte en el abdomen, y se acercó al mueble. Buscó en los cajones y saco una mordaza de bola y una mascara. Me puso la mordaza, que era mucho más grande que las que había usado antes y además tenía agujeros, y a continuación me hizo una coleta antes de ponerme la mascara. Era cómo un casquete que me cubría toda la parte superior de la cabeza, los ojos incluidos, y se ajustaba con una correa por debajo de la barbilla. La luz desapareció para mi y ahora recibía los golpes de papá sin intentar evitarlos. Después de un rato largo de golpes, se centró otra vez en mi vagina. Me dolía una barbaridad pero la posibilidad de que volviera a estimulármela con la mano me hacia gozar con cada golpe. Insistió cómo si esperara algo: ¿seria capaz de correrme solo con los golpes? Ya lo creo: lo hice. Noté cómo el placer aumentaba con cada golpe y cuándo llegué al orgasmo y mis abdominales se contraían, dejó de golpear y me agarró el clítoris con los dedos. Empezó a retorcerlo y me creí morir. Berreé, chillé y me meé. Un mar de babas salía por los agujeros de la mordaza. Entonce las fuerzas me abandonaron y me quedé inerte, aunque no podía evitar el ligero temblor que se adueñó de mí. Mientras seguía acariciándome el chocho, con la otra mano recorría todo mi cuerpo sudoroso. Su mano se deslizaba por el cómo por una pista de patinaje. Creo que se quitó la camiseta y con ella me secó el sudor. Cuándo terminó, empecé a notar nuevamente el dolor de las muñecas mientras oía cómo rebuscaba algo en los cajones. Le noté a mi lado y me llegó un inconfundible olor a alcohol. Volvió a pasar sus manos por mi cuerpo y sentí el tremendo escozor del líquido sobre las erosiones de los latigazos. Me quejé mucho, pero mucho más cuándo pasó su mano mojada por mi chocho. Entonces me retorcí, o al menos lo intenté. Lloraba a lágrima viva bajo la mascara pero papá no se enterneció y continuo mojándome con el alcohol. Sin esperarlo, sentí que algo me presionaba el ano y se abría paso por él. De lo que estaba segura es de que no era lo polla de papá: era algo mucho más fino, y además vibraba. No opuse resistencia: no podía. Empezó a follarme el culo con el vibrador al tiempo que con la otra mano me daba golpes en el chocho. ¡Dios! Me dolía. Me gustaba. Notaba cómo el deseo se volvía a adueñar de mí sin poder evitarlo, pero esta vez tardé mucho más en correrme. Cuándo lo hice, siguió un rato más acariciándome, hasta que finalmente, me sacó en vibrador del culo y me dio un fuerte azote con la mano en la nalga.


No sé cuánto tiempo estuve colgada en total pero fue mucho. Las muñecas y los
hombros me dolían terriblemente. Noté cómo papá me abrazaba y sujetaba un poco el peso de mi cuerpo. Sentí sus besos en mis tetas y cómo me olía. En ese momento era tremendamente feliz.
Cuándo se cansó, noté que me soltaba los pies que quedaron inertes sin tocar el suelo. Oí cómo accionaba la manivela y empezaba a descender hasta que mis pies tocaron el suelo y mis piernas se flexionaban sin resistencia. El descenso paró y papá me rodeó con un brazo mientras con la otra mano soltaba los mosquetones de la barra. Cuándo quedé libre, me cogió en brazos y me depositó suavemente en el suelo. Me quitó la mordaza y sentí placer al poder mover la mandíbula. Era una sensación extraña. Por un lado estaba agradecida porque me quitara la bola, pero por otro lado ni me planteaba que había sido él quien me la había puesto. Era todo muy confuso para mi mente. A pesar del terrible castigo, sentía una devoción sin limites hacia él y solo deseaba que siguiera.
A continuación me quitó las muñequeras y las tobilleras, y por último la careta. La luz me deslumbró un poco. Con los ojos entreabiertos vi que papá estaba de rodillas a mi lado mientras yo permanecía encogida de lado en el suelo. Me arrastré hacia el acercando mi cara a su bragueta y con la mano le saqué la polla y la introduje en mi boca. Me dejó chupar y su polla fue creciendo en el interior de mi boca mientras me acariciaba el pelo. Estuve un buen rato hasta que finalmente se corrió.

 
Me ayudó a levantarme y a subir las escaleras. Estaba muy dolorida y cuándo me senté en la silla casi no podía apoyar el culo: sin lugar a dudas, era la zona que más latigazos había recibido junto con la genital.
Papá me dio una bebida isotónica y se puso a preparar la comida. Cuándo tuve el plato delante empecé a picotearlo con desgana. No me quitaba ojo.
—Anoche no cenaste. Esta mañana has mordisqueado una galleta, y ahora picoteas la pasta, —mientras lo decía, se levantó, sacó una botella de vino blanco de la nevera y me sirvió un vaso—. Quiero que te comas todo lo que hay en ese plato. A duras penas termine y mientras apuraba mi vaso de vino papá recogió la cocina.
Fuimos al salón, se preparó una ginebra y se sentó en el sofá. Me tumbe a su lado con la cabeza sobre sus piernas. No sé cuánto tiempo estuvimos así porque me quedé dormida mientras papá me acariciaba el pelo.


Me desperté porque papá me daba unos golpecitos en el trasero.
—Vamos a continuar, —dijo, y me sorprendió la rapidez con la que me levanté. Podía imaginarme todo tipo de torturas terribles, pero parecía que estaba deseando que me las aplicara.
Bajamos al sótano y me situé en el centro: no sabía que debía hacer. Me agarró por el brazo y me aproximo al sillón de ginecólogo. Con cinta de embalar me sujetó los brazos a la espalda con los antebrazos paralelos. Me sentó en el sillón y coloqué los pies en los soportes. Me pasó cuerdas por las axilas y me sujeto fuerte a los enganches que había debajo. En esa posición no podía mover la parte superior del tronco lo más mínimo y mis tetas se disparaban hacia delante quedando totalmente expuestas. A pesar de la incomodidad de la postura estaba extrañamente tranquila: consideraba lógico el sufrimiento que papá me iba a proporcionar. Lo que si estaba es excitada: los preparativos me tenían en ese estado.
Con más cuerdas, me sujeto los muslos, por las ingles, a los soportes para las piernas, e hizo lo mismo a la altura de las rodillas y en los tobillos. Intenté moverme, pero no pude.
Papá acercó el mueble, abrió un cajón grande que había abajo del todo y empezó a sacar cables. Mi respiración se empezó a agitar y preferí no mirar girando la cabeza hacia el otro lado. Puso una mano sobre el vientre y me acaricio para tranquilizarme. Le miré agradecida y me recompensó con una leve sonrisa mientras bajaba la mano hasta mi vagina, que seguía dolorida e inflamada por los latigazos de la mañana. Papá la agarró con fuerza y me produjo una sensación de dolor y placer que me dejó sin respiración, fue cómo si el dolor se convirtiera en placer, en un placer intenso que casi me dejó sin respiración. Después, subió la mano hasta que empezó a masajearme una teta para terminar pellizcándome un pezón hasta que se puso duro. Entonces vi cómo lo cogía con unas pequeñas pinzas metálicas dentadas que estaban al final de uno de los cables. Me dolió, pero me gustó. Hizo lo mismo con el otro pezón una vez que también lo endureció.
En la casa interna de los muslos pegó cuatro parches, y otros cuatro en la parte inferior de mi vientre, justo sobre mi inexistente monte de Venus. Mi respiración volvía a estar agitada con tantos preparativos y papá me tranquilizo otra vez acariciándome la vagina, esta vez con suavidad. Después, sacó de otro cajón una mordaza, que era un aro ensartado por un dildo para el interior de la boca y un antifaz para los ojos y entonces deje de ver y todo fueron sensaciones. Notaba cómo el dildo casi llegaba al fondo de la garganta, pero no hasta el punto de provocarme una arcada. Noté que papá se sentaba entre mis piernas y oí cómo se activaba un vibrador. Noté algún tipo de líquido viscoso en mi clítoris y cómo el vibrador empezaba a estimularlo. Notaba cómo el placer y el deseo aumentaba paulatinamente, pero cuándo estaba a punto de romper el orgasmo, paró y me dejó relajarme un poco. A los pocos segundos volvió a empezar y a repetir la misma operación. A la tercera, si me dejó llegar y entonces noté cómo se activaban los parches con tal potencia que crisparon mi cuerpo mientras me corría inmersa en un mar de dolor y placer. No desactivó los parches y siguió con la estimulación del clítoris hasta que llegué a otro, y luego a otro. Gritaba, pero el sonido se quedaba amortiguado por la mordaza. Dejó de estimularme el clítoris y siguió con los parches. Seguía sintiendo placer a pesar del dolor. No cómo con la estimulación del clítoris, pero sentía mucho placer. Para que llegara a un nuevo orgasmo, papá esporádicamente me ayudaba dándome unos toques con la mano en la vagina. Tarde mucho, pero al final lo conseguí y me corrí. Sentí cómo los parches perdían potencia y mi cuerpo se relajó. Notaba cómo sudaba a mares, cómo las babas salían de mi boca mojándome la barbilla y chorreando por el cuello, y respiraba con cierta dificultas por la nariz. Se dio cuenta y me quito el dildo dejando el aro que mantenía mi boca abierta. Con el aporte de tal cantidad de aire casi me corro otra vez.
Me dejó descansar un rato mientras me quitaba los parches, pero me dejó las pinzas de los pezones, y sin previo aviso noté cómo se activaban y la corriente pasaba por ellos produciéndome un dolor indescriptible. Incluso llegué a pensar que iban a explotar. Estuvo un rato largo, o al menos me lo pareció. Chillé a pleno pulmón. Después, bajo la intensidad de golpe y me masajeó las tetas. Al rato, empezó otra vez: el mismo tiempo, el mismo dolor y los mismos gritos. Un nuevo descanso y vuelta a empezar, pero esta vez empezó a estimularme el clítoris otra vez con el vibrador. Aunque tarde, tuve un orgasmo tan tremendo que cuándo papá apagó el aparato tenía espasmos por el cuerpo y perdí un poco la consciencia. Cómo en sueños, noté cómo me quitaba las pinzas y cómo me masajeaba: primero los pezones y luego el resto de las tetas. Con cuidado me quitó lo que quedaba de la mordaza y posó suavemente la mano en mi vagina. Tenía la vagina extremadamente sensible y el clítoris tan abultado que pensé que iba a salir disparado. Me pasaba la palma de la mano y me cría morir: el roce con el clítoris era devastador. El dolor era tremendo y el placer brutal, y sobre todo, cómo ya he explicado en otra ocasión, la inmovilidad, la incapacidad absoluta a resistirte a algo que es inexorable.
Me corrí otra vez y no seria capaz de decir cuantas veces lo hice esa tarde. Papá no parecía dispuesto a terminar ya, todavía no me había follado, y por supuesto yo no me iba a oponer a nada: si algo estaba claro es que soy suya, mi vida es suya, soy de su propiedad conscientemente, y eso me hace muy feliz.
Pues no me folló. Estuvo un ratito soltando mis piernas al tiempo que me acariciaba. Permanecí con los ojos cerrados mientras lo hacia. Después soltó las ataduras que sujetaban los brazos al sillón, e incorporándome, cortó con una navaja la cinta adhesiva.  Me recostó otra vez sobre el sillón y estuvo masajeándome los hombros, y sobre todo los brazos para reactivar la circulación. Abrí los ojos y le estuve mirando cómo hipnotizada mientras lo hacia. El me miraba y me sonreía.
—¿Estás bien? —preguntó y afirmé con la cabeza—. Quería hacer algo más esta tarde, pero lo vamos a dejar para mañana. Además, ya es tarde y estás muy cansada, ¿verdad? —volví a afirmar con la cabeza—. Muy bien: buena china.
Me ayudo a levantarme, pero cuándo me puse de pie las piernas no me aguantaron: al cansancio había que unir la inmovilidad de toda la tarde. Papá no me dejó caer y rápidamente le levantó en brazos y subió las escaleras: sabía perfectamente que estaba fuerte pero no imagine que tanto. Llegamos a la cocina y siguió al salón y subió de tirón a la planta de arriba.
Me deposito suavemente sobre la cama y ahora le miraba cómo si también fuera Superman. Se inclinó sobre mi y me besó en los labios.
—Tengo mucha sed papá, —dije cuándo se separó.
Rápidamente bajó a la cocina y al momento estaba a mi lado de nuevo. Se sentó en la cama con la espalda apoyada en el cabecero y me atrajo hacia el abrazándome. Me estuvo dando agua en pequeños sorbos hasta que termine la botellita. Después me dejó sobre la cama y se fue al baño. Oí cómo empezaba a llenar la bañera mientras yo permanecía con los ojos cerrados. Tenía unas ganas enormes de dormir.
No le oí regresar, pero noté que me levantaba en brazos y me llevaba al baño. Se metió en la bañera, y conmigo en brazos se sentó no sin cierta dificultad. Sentí escozor en los verdugones de los latigazos por la acción del agua caliente. Me estuvo enjabonando con suavidad, tanto que casi me acariciaba más que frotaba. En ocasiones me quejaba cómo cuándo pasaba la esponja por mi maltrecha vagina. Estuvimos tanto tiempo en el agua que cuándo me sacó tenía la piel un poco encallada. Me sentía muy recuperada: el baño y el descanso me habían venido muy bien. Salí del baño por mi propio pie y papá me entregó una bebida isotónica para que siguiera hidratándome.


Me ayudo a bajar a la planta de abajo y cenamos algo muy ligero: una ensalada y fruta, acompañado por una copa de vino.
Después subimos al dormitorio y papá se sitúo sobre mí. Me besó centímetro a centímetro todo el cuerpo y cuándo terminó por delante, me dio la vuelta empezando por detrás. Empezó por los pies y fue subiendo poco a poco deteniéndose un rato largo en el ano. Para entonces ya estaba jadeante y anhelando una penetración. Siguió subiendo hasta que llegó a la nuca. Apartó el pelo y mientras me mordía, notaba su polla entre mis nalgas. Intentaba favorecer la penetración, pero papá no tenía intención de entrar por ahí. Entonces, me giró otra vez, me separo la piernas, vi cómo se aplicaba lubricante en la polla y me penetró por la vagina. Me folló muy lento, desesperantemente lento. Quería alargar la penetración lo máximo posible mientras me mantenía abrazada y con el rostro a escasos centímetros del mío no perdía detalle de mis reacciones. Me corrí una primera vez, pero siguió en su cadencioso movimiento. El roce de la pelvis sobre mi tumefacto clítoris me enloquecía de placer. Y así es cómo gemía: cómo una loca. Finalmente, papá se contuvo un poco hasta que me llego un nuevo orgasmo y se corrió junto a mí.
Se separó y salio de la cama. Durante un rato estuvo mirándome, despatarrada y follada sobre la cama, con su abundante semen saliendo de mi chocho. Le mire sumisa y entregada.
—Lávate, y luego duérmete y descansa, —me dijo con una sonrisa—. Mañana continuaremos.








viernes, 8 de julio de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 12)


 
De cómo llegué hasta allí no me preguntéis porque no lo recuerdo muy bien. Todo me resulta muy confuso. Lo que si recuerdo es que los siguientes días, después de conocer a los amigos de papá, fueron terribles. Lo celos no me dejaban vivir, sobre todo la idea de que otra mujer competía conmigo para conseguir el afecto y el amor de papá. Al menos esa era la película que me había montado, tal demencial cómo absurda.
La situación me pareció tan insoportable que me dio por huir. Una mañana, después de que papá se fue a trabajar, me subí a mi pequeña furgoneta y sencillamente me fui. Solo me llevé el bolso: nada de ropa. No recuerdo dónde dormí esos días, ni cómo llegué a Algeciras —allí apareció más tarde el vehiculo—, ni por qué me dio por coger el ferry y pasar a Ceuta. Todo se pierde en una bruma mental que no soy capaz de aclarar.
Mis recuerdos empiezan en una pensión de la zona de La Puntilla. Me encontré terriblemente sola y asustada sin entender muy bien que había pasado. Le echaba terriblemente de menos, y su ausencia me parecía tan insoportable que eclipsaba totalmente los celos que pudiera sentir. Constantemente miraba el móvil esperando una llamada que no llegaba y me embargaba una especie de vértigo por la incertidumbre. ¿Cómo reaccionaria papá? No lo entendía: ni siquiera me había bloqueado la tarjeta. Al principio me aterraba la posibilidad de un castigo por su parte, pero poco a poco fui aceptando esa posibilidad a cambio de estar de nuevo junto a el. Al final, incluso lo creí necesario: merecía un castigo y su dureza me daba igual. El deseo me podía, pero por más que intentaba conseguir un orgasmo en la soledad de la habitación, no era capaz y eso me desesperaba y terminaba llorando. Solo al final, ante la idea de un castigo corporal por parte de papá, logré sentir algo de placer. Entonces llegué al convencimiento de que en el momento en que papá me tocara con uno solo de sus dedos, me correría cómo una perra.


—¿Papá?
—¿Cómo estás Ana? —que no utilizara mi diminutivo me hirió.
—Bien. Lo sien…
—Ana, no sigas, —me interrumpió—. Solo quiero saber si vas a volver o no.
—Si papá, quiero volver, pero…
—¿Dónde estás?
—En Ceuta, —guardó silencio unos segundos—. ¿Papá?
—¿Y el coche?
—No se dónde esta.
—De acuerdo, ¿sabes en que zona de Ceuta estás?
—Si, es una pensión junto al muelle de La Puntilla.
—Muy bien. Paga la pensión y dirígete al helipuerto: esta al otro lado del puerto. Esta cerca: puedes ir andando si quieres.
—Vale.
—Luego te llamo, —y colgó.
Salté de la cama, me vestí, y bajé a pagar la cuenta y rápidamente me dirigí al helipuerto. Era feliz y el corazón me latía debocado: por fin volvía a obedecer a papá.
Empecé corriendo, pero luego seguí andando. Todavía no me había llamado y no sabía nada de lo que iba a pasar. Parecía que solo por hablar con él mi mente empezaba a razonar mejor.
Tenía el helipuerto a la vista cuándo el móvil sonó. Lo miré y era un número desconocido.
—¿Si?
—Buenas tardes. ¿Ana?
—Sí, soy yo.
—Tengo instrucciones de recogerla en el helipuerto. ¿Dónde esta usted ahora?
—Estoy llegando ahí.
—Muy bien señorita. Cuándo entre a la terminal, a la derecha vera una fuente: ahí la espero.
—Vale gracias, —apresuré el paso y un par de minutos después entré en la termina, y efectivamente a la derecha había una fuente. Junto a ella, un hombre joven, de aspecto magrebí y con ropa de empresa me esperaba. Cuándo me vio vino a mi encuentro con una sonrisa en el rostro.
—Hola de nuevo señorita, —saludó tendiéndome la mano.
—Buenas tardes, —respondí estrechándosela con poca fuerza. La verdad es que creo que debió de ser la primera vez que lo hacia: todo el mundo me besa.
—¿Tiene las llaves del vehículo? —metí la mano en el bolsillo del vaquero y las saqué.
—No recuerdo muy bien dónde puede estar, —dije con cierto rubor mientras las cogía.
—No se preocupe que nosotros nos ocupamos, —mientras lo decía sonó el walki que llevaba en la cintura. Escuchó atentamente y pulsando el micro que llevaba en el cuello de la camisa, dijo—. Perfecto, ya salimos.
»Me dicen que el vehiculo esta en el parking del puerto de Algeciras, —dijo a continuación mirándome—. Ya nos podemos ir: el helicóptero esta preparado. Vamos a Algeciras, yo me quedo allí y usted sigue hasta Madrid.
—Muy bien: gracias.


Anochecía cuándo aterrizamos en el helipuerto de una gran industria del sur de Madrid, porque a causa de el fuerte viento, no pudimos hacerlo en el de la Torre Picasso cómo estaba previsto.
Salí del helicóptero e inmediatamente sentí frío acrecentado por el viento. Solo llevaba un polo blanco: mi cazadora estaba en el coche que había dejado perdido en Algeciras. Cómo a cincuenta metros vi el destelló de unos faros y me dirigí hacia allí.
Papá me esperaba sentado al volante de un vehículo que no reconocí. No dijo nada: se limitó a bajar la ventanilla y a hacerme una indicación con la cabeza para que subiera. Quise decir algo pero levantó la mano en señal inequívoca de que debía guardar silencio, y así lo hice.
Sentada a su lado mientras nos dirigíamos a casa, percibía nítidamente su olor y una punzada de placer me atravesaba la vagina. Estaba un poco asustada y no me atrevía a tocarme si él no me lo decía. Llegamos a casa y en silencio subimos a la habitación.
—Vete a la cama: mañana hablamos.
—Papá, yo…
—Ya me has oído, —me cortó tajante.
—Si papá, pero me gustaría ducharme primero.
—Muy bien, pero luego ya sabes.
—Sí papá, —me metí en el baño y me duché. También me depile: desde que huí, no lo había hecho. Cuándo salí del baño, papá no estaba en la cama. Me tumbe sobre ella, me arrope y me entraron ganas de llorar, pero no lo hice. A pesar de un silencio que me hería, era tremendamente feliz por estar nuevamente a su lado.


Esperaba que papá me despertase para echarme un polvo, pero no lo hizo. Abrí los ojos en la penumbra del dormitorio un poco desorientada. En un primer momento dudé de dónde estaba: si en Ceuta o en casa. Miré la hora en el móvil y ya era media mañana. Había dormido mucho y papá se había ido a trabajar: era viernes. Salté de la cama y bajé a la cocina. Tenía un hambre terrible porque entre unas cosas y otras llevaba casi veinticuatro horas sin comer nada.
Después de desayunar un poco, salí a hacer la compra porque comprobé que el frigorífico estaba vacío. De regreso, me puse a limpiar, que la verdad hacia falta. Pensé que la señora que lo hacia no habría venido durante esos días. Lo estuve haciendo hasta las cinco de la tarde. A esa hora me duche y espere el regreso de papá. Durante todo el día, mientras trajinaba, miraba las cámaras con el anhelo de que estuviera mirándome con su tablet. La verdad es que estaba un poco asustada ante la indiferencia de mi padre y miles de preguntas me bombardeaban la mente. Por mi imaginación pasaban los más disparatados castigos, y cómo papá me los infringía cómo un sumo sacerdote a su victima en el altar de la obediencia ciega. Esos pensamientos me mantenían en un estado de excitación permanente y llegó un momento en el que solo deseaba que llegara papá y me maltratara de alguna manera terrible y dolorosa.


Sobre las seis oí la puerta de la valla: era papá. Rápidamente me arrodillé en el centro del salón con las piernas muy separadas y las manos a la espalda. Entró y me miró cómo si fuera normal que estuviera de esa manera. Muy serio se acerco y después de acariciarme la mejilla me introdujo un par de dedos en la boca. Empecé a chuparlos con una entrega absoluta mientras una punzada me atravesaba el clítoris.
—No te muevas de aquí, —dijo mientras seguía chupando—. Voy a ducharme y cuándo baje vamos a hablar muy detenidamente tu y yo.
—Sí papá, —conteste cuándo saco los dedos de mi boca.
Subió al baño y al rato volvió a bajar vestido con un pantalón largo y una camiseta. Acercó una silla a dónde seguía arrodillada y se sentó frente a mi, muy junto: quedé entre sus piernas.
—Muy bien, dime que es lo que ha ocurrido, —seguía sin sonreír—. Quiero saber detalladamente por qué te has ido de esa manera.
Empecé a hablar, al principio de una manera un poco atropellada, de todo lo que había ocurrido. Me fui tranquilizando y mi relato se hizo más comprensible, aunque no pude evitar que las lágrimas inundaran mis ojos. Entre sollozos hable de mis miedos, de mis celos, hable de todo: no dejé nada en mi interior. Papá me escuchaba atentamente sin decir nada, sin hacer el más mínimo gesto, y lo peor de todo: sin tocarme.
—Jamás te voy a vender: ni lo había pensado antes, ni lo pienso ahora, ni lo pensaré en el futuro —dijo al fin cuándo yo hube acabado con mis explicaciones—. Nunca te voy a prestar a nadie si yo no estoy presente. ¿Lo has entendido?
—Si papá, lo he entendido.
—Muy bien, ahora dime por qué has regresado.
—Porque no puedo estar sin ti. Mi vida no es nada si no estoy a tu lado: no tiene sentido. Necesito que me quieras, que me folles, que me pegues, incluso que me mates si es tu deseo: en cualquier caso seré feliz. Lo he visto claro y todas las dudas que pudiera tener han desaparecido total y definitivamente, —esta palabras las pronuncien con convicción y con mucho aplomo: no quería que papá tuviera la más minima duda sobre mi y mis sentimientos.
Estuvo unos segundos mirándome fijamente y lentamente introdujo otra vez los dedos en mi boca.
—¿Y ahora que voy a hacer contigo? —preguntó, pero no pude responder porque seguía con los dedos en mi boca—. Entiendo tus explicaciones y te creo, pero estoy terriblemente decepcionado: no me esperaba algo así de ti. Eres mi hija, te quiero cómo nadie ha querido antes a otra persona. Eres mi vida, pero las cosas no pueden volver a ser cómo eran hasta ahora. Ya no. Veo claramente que necesitas una mano firme que te guíe. Una mano que te trate con dureza y con amor, y esa solo puede ser la mía. ¿Estás de acuerdo?
Asentí con la cabeza. Me sacó los dedos de la boca y los introdujo en la vagina. Creí que me moría. Tuve un orgasmo instantáneo que me hizo gritar mientras me apoyaba en su brazo. Después, volvió a meter los dedos impregnados con mis fluidos en mi receptiva boca.
—Te voy a dar una última oportunidad para que cambies de opinión, —a pesar de tener
los dedos en la boca negué con la cabeza. Papá los sacó y me dio una bofetada que me derribó. Inmediatamente me rehice y sin decir nada volví a la posición y papá volvió a introducir los dedos en mi boca—. Lo que has hecho estos últimos días merece un castigo acorde con la gravedad de tus actos. Será un castigo terrible, doloroso, continuo, que empezara ahora y terminara el domingo. Vas a llorar, a chillar, a berrear, pero me va a dar igual: continuare hasta el final. No atenderé a suplicas o ruegos, y tus gritos no me ablandaran. Entonces, cuándo crea que el castigo es suficiente, te volveré a preguntar, y si quieres irte tendrás la puerta abierta, pero no vuelvas a llamarme. Nunca regresaras: habrás acabado para mi.
Sacó los dedos, me sujeto por el pelo y me condujo la boca a su polla. Empecé a chupar y unos segundos después la sacó y me dio un par de bofetadas. No me lo esperaba y separe las manos de la espalda. Pero papá me dio un par más para que las volviera a poner detrás. Nuevamente empecé a chupar y al rato, nuevamente me volvió a pegar. No me resistí, lloraba eso si, pero papá siguió con esa dinámica hasta que se corrió en mi boca.
Sin decir nada, se levantó mientras seguía sujetándome por el pelo. Seguía arrodillada y vi cómo con la otra mano se soltaba el cinturón y lo sacaba de las trabillas. Después, siempre en silencio, elevó la correa y empezó a golpearme. La dejaba caer aleatoriamente, y cómo yo me retorcía de dolor, el correazo no caía nunca en el mismo sitio. Estuvo así un buen rato mientras yo intentaba parar los golpes con las manos y gritaba sin parar. No hubo zona de mi cuerpo que no recibiera un golpe y tal el dolor que incluso me meé. Finalmente, papá, sudando copiosamente, se cansó de golpearme, me soltó el pelo y me dejó llorando tirada en el suelo. Se sirvió un vaso de ginebra, se sentó en la silla y durante mucho tiempo estuvo mirándome mientra seguía llorando. Me dolía todo el cuerpo, y los verdugones me escocían por el sudor que cubría mi cuerpo. Cuándo me serene un poco, gateé hasta él y de rodillas me abracé a su pierna mientras apoyé la cabeza sobre el muslo.
Al principio papá no hizo nada: siguió indiferente con su vaso de ginebra. Pero, al final, empezó a acariciarme el pelo y eso me hizo muy feliz. Terminó con la ginebra y dejando el vaso en la mesita, me hizo incorporar y de rodillas me puso entre sus piernas. Empezó a besarme mientras con los dedos de la mano derecha atrapaba uno de mis pezones y me lo retorcía con saña. Me quejaba mientras intentaba con ansia atrapar su lengua. Bajó la otra mano hasta mi vagina y empezó a estimularme mientras separaba las piernas para facilitarle la labor. Nuevamente, rápidamente me corrí mientras seguía retorciéndome la teta.
—Tráeme otro vaso de ginebra y algo de picar: rápido, —me ordenó cuándo ni siquiera me había recuperado del último. Salí corriendo mientras mis flujos resbalaban por el interior de mis muslos y al poco tiempo estaba de regreso con lo que me había pedido papá. Después me arrodille y volví a apoyar la cabeza en su regazo.
Estuvo picado y bebiendo mientras miraba la tele: había una película. Durante todo el tiempo seguí con la cabeza apoyada en su regazo y en ocasiones restregaba la cara con su bragueta, pero papá parecía indiferente.
Cuándo terminó la película, se arrodillo detrás de mi, me sujeto por las caderas y sin lubricante me penetró por el culo: nunca lo había hecho así. Con la mano izquierda me agarró muy fuerte del pelo y tiro hacia el hasta que mi espalda estuvo en contacto con su pecho, y mi cuello muy forzado hacia detrás. Me hizo mucho daño con la penetración, pero era tremendamente feliz porque otra vez me estaba usando. Mientras me follaba, con la mano derecha me retorcía una teta haciéndome aun más maño. Tardó mucho en correrse, y yo tampoco lo hice hasta que bajó la mano derecha y alcanzó mi vagina. A los pocos segundos acompañe a papá y los hicimos juntos puenteas con la palma de la mano me golpeaba el chocho.
Me dejó caer al suelo y me quede ahí tirada. Se sentó en la silla y mientras cogía en vaso puso un pie sobre mi cuerpo sudoroso.
—Por hoy ya vale: mañana empezaremos en serio, —dijo al cabo de un rato—. Vete a la cama y duérmete que mañana vas a tener un día muy intenso.
—¿Puedo ducharme papá?
—Si, dúchate, pero luego ya me has oído.
Me levante un poco asustada por sus palabras y subí las escaleras. Me di una ducha rápida y me metí en la cama con la incertidumbre de lo que me depararía el siguiente día.

lunes, 20 de junio de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 11)


 
Hacia frío, pero en el interior del maletero no lo notaba pese a estar desnuda. Llevaba las manos sujetas a la espalda con unas muñequeras de cuero, un collar en el cuello con una correa, y en los pies, papá me había puesto unos zapatos abiertos con un tacón casi imposible. Habíamos salido así de casa, pero papá antes de arrancar el coche, me arropó con una manta.
No sé cuánto estuve en el maletero mientras el coche circulaba, pero se me hizo muy largo: papá no me había dicho nada. Cómo antes de salir me limpio internamente cómo cuándo fuimos a casa de su amigo, supuse que íbamos al mismo sitio: me equivoqué. El vehículo paró y arrancó varias veces y supuse que habíamos salido de la carretera y estábamos en una zona urbana. Finalmente, paramos, oí el claxon dos veces seguidas y una puerta mecánica que se abría. La certeza de que lo que me fuera a ocurrir era inminente hizo que mi deseo se disparara.


Cuándo regresamos del camping del pirineo, lo hice con las pilas cargadas y adorando a papá mucho más que antes, si eso fuera posible. Incluso llegué a olvidar que una zorra asiática se la había chupado y que luego la había follado delante de mi cara. Lo que de alguna manera me reconfortaba, fue que su esperma me lo ofreció a mí.
De todo eso hacia ya tres meses, y en ese periodo noté cómo su grado de violencia había ido aumentando de una manera casi imperceptible pero constante.
Lo había ido aceptando sin ningún problema. De hecho, todo lo que provenía de papá lo aceptaba sin rechistar. Los azotes con la mano eran ya habituales, y los tirones del pelo y los pellizcos en los pezones también. Y me gustaba, me llevaba a otro tipo de placer que complementaba al sexual porque papá nunca los separaba: uno iba en función del otro, al menos, hasta ese momento.


El coche se detuvo definitivamente y papá se bajó mientras le oía hablar amigablemente con otras personas. Finalmente, se abrió el maletero y papá, después de coger la correa me ayudo a bajar. Había cinco desconocidos que, mientras permanecía de pie, me miraron detenidamente de arriba abajo mientras los pezones se ponían duros cómo piedra por el frío. Sin duda tenía que darles placer y disfrutar yo también, porque así me lo había dicho papá antes de salir de casa: quería que me corriese con normalidad.
—¡Joder tío! Menudo pibón, —dijo uno de ellos.
—Ya te digo, —añadió otro.
—Así, sin probarla, te la compro, —dijo otro más riendo con acento extranjero.
—No seas animal: cómo te va a vender a su hija.
—¡Coño! Pues yo he visto cosas más raras, —insistió el extranjero.
—Pues eso no lo vas a ver Emil, —afirmó papá riendo.
—Pues alquílamela tío, —dijo Emil pasándome un dedo por la vagina. Después se metió el dedo en la boca saboreándolo—. ¡Joder! Si sabe hasta bien.
Todos soltaron una sonora carcajada, mientras yo empezaba a tiritar por el frío de la calle. Aun así, empezaba a sentir cierta excitación con la situación. Desnuda en la calle y rodeada de desconocidos.
—¡Joder tío, eres la hostia! —dijo otro sin dejar de reír.
—Vamos para dentro a ver si la chica se va a resfriar, —dijo otro cogiendo la correa de manos de mi padre. Tirando de ella, me condujo al interior de la puerta mientras Emil me sobaba el trasero.
—Sí, sí, vamos.
—Tenemos que hablar de esto, —insistía Emil ante la indiferencia de papá—. Hace muchos años que somos amigos…
—Así es Emil, pero te aseguro que mi hija, jamás va a estar a solas contigo, y sabes el porqué: no insistas.
—Venga tío, ya sé que alguna vez se me ha ido la mano.
—Alguna vez no: varias veces. Y tengamos la fiesta en paz.
—Vamos Emil, déjalo ya, —dijo otro mientras me abrazaba y me olía el cuello—. No empieces a joder la pava tan pronto.
—¡Joder! Es que no sé por qué no me la puede dejar a mi solo: seguro que a vosotros si os la deja, —la conversación me estaba poniendo muy excitada, aunque me aterrorizaba la idea de terminar en manos del tal Emil.
—A lo mejor es porque cuándo Edu te prestó a su mujer, terminó en un hospital. Por eso dejó de venir.
—Y tuviste suerte…
—Coño, que pagué todos los gastos… —se defendió Emil.
—¡Nos ha jodido! Tuvieron que reconstruirla un pezón, y la verdad es que no sé cómo no te denunció.
—A ver, que aquí todos tenemos cosas que callarnos, —dijo Emil—. No soy el único…
—Vale tío: se ha acabado, —le interrumpió papá de mala manera—. Que te quede una cosa clara: Anita nunca va a estar a solas contigo, y si continuas insistiendo, cojo y me la llevo. No ha sido una buena idea avisarte.
—¡Eh, eh! Tenemos un acuerdo…
—Pues ya no estoy muy seguro de ese acuerdo… y dejemos el tema ya.
—Si, dejémoslo ya: hemos venido para conocer a Anita, no a discutir.
Emil se empezó a quitar la ropa de mala gana tirando la al suelo. Inmediatamente, una mujer desnuda, con un sobrepeso evidente y con el cuerpo lleno de moratones apareció de improviso y se puso a recogerla. No sé de dónde salió. Mire a mi alrededor y vi que había otras cuatro mujeres más arrodillados y desnudas a mi espalda. Posteriormente, descubrí que una de ellas era en realidad transexual.
Emil me agarró por el brazo, me hizo arrodillar y sin más me metió su patética polla en la boca. Patética es la forma adecuada para describirla. Era fina y en erección no llegaría a los ocho o nueve centímetros. Era cómo tener un chicle en la boca, y por más que lo intenté, no hubo manera de que se le pusiera dura. Entonces llamó a la gorda y cuándo estuvo junto a él, empezó a abofetearla. Instantes después, el pingajillo empezó a reaccionar y tuve la certeza de que si papá no hubiera estado allí, sería yo la que recibiría las bofetadas. Pasó el tiempo y no había manera de que se corriese y los demás empezaron a meterle prisa. Finalmente, propino tal bofetón a la gorda que la tiró al suelo.
—Fuera de aquí puta: no vales para nada, —dijo dándome un empujón y tirándome también al suelo.
Papá, que se había sentado en un sillón hizo ademán de levantarse, pero uno de sus amigos se adelantó.
—Emil, si no vas a saber comportarte vete de mi casa ahora mismo, —el aludido se vistió rápidamente y después de darle una patada a la gorda, que seguía en el suelo, se dirigió a la puerta de la calle.
—¡Vamos cerda! Que no tengo toda la noche, —la gorda se levantó y desnuda salio corriendo en pos de Emil.
—Así no podemos seguir, —dijo otro—. Cada día esta peor y se le va la pinza.
—Nada, nada tíos decidido: no se cuenta con él para nada.
Papá permanecía en el sillón sin decir nada: se le veía muy cabreado. Uno de sus amigos, le llevó una chica de mediana edad, muy delgada, que después de susurrarla algo al oído, se arrodilló entre sus piernas y empezó a desabrocharle el pantalón.
—Venga tío, anímate, que seguro que Carmen lo consigue: que sé que te gusta.
Esta última frase me golpeó en la mente cómo si me hubieran dado con un martillo. «¿Qué a papá le gusta esa guarra?»: no me lo podía creer. Mi mente estaba en ebullición mientras le chupaba la polla a uno de ellos. Incluso tenía ganas de llorar.
Estaba inmersa en mis pensamientos cuándo noté el sabor inconfundible del esperma del que tenía su polla en mi boca. Para nada me había empleado a fondo, pero al parecer, ese gilipollas había quedado muy complacido.
—La has enseñado bien: la chupa cómo los ángeles.
—Pues entonces me toca a mí, —dijo otro. Se arrodilló delante y me inclinó hacia delante hasta que su polla quedó a la altura de mi boca. La introdujo y empezó a bombear mientras yo, de reojo, miraba cómo la tal Carmen seguía chupando la polla de papá. Noté cómo alguien empezaba a sobetearme el chocho mientras papá acariciaba el pelo de la Carmen. El placer se fue adueñando de mí, y sin duda el que me tocaba el chocho se dio cuenta porque insistió hasta que consiguió que me corriera.
Cuándo me recuperé, vi que Carmen estaba sentada a horcajadas sobre la polla de papá y cómo la acariciaba el trasero.
—«La voy a sacar los ojos a esa hija de puta» —pensé, aunque con las manos sujetas a la espalda y siendo el foco de atención de cuatro tíos, era prácticamente imposible.
—Tenias razón sobre tu hija: es una maquina, —dijo otro que también se puso a toquetearme mientras otro más me metía la polla en la boca.
—«También habla sobre mí con sus amigotes»
Al rato me corrí otra vez y esta vez de manera mucho más escandalosa. Cuándo miré a papá, tenía a la Carmen abrazada y la estaba morreando sin descanso. No parecía que tuviera prisa por soltarla.
Me pusieron bocarriba y otra de las mujeres, de raza negra, que permanecía en un rincón, me cabalgo la cara ofreciéndome su oscura y afeitada vagina. El tipo puso una silla entre mis piernas y cogiéndome los pies empezó a acariciármelos. Al cabo de un rato, muy lentamente me fue quitando los zapatos: recreándose en la operación. Siguió
jugando con mis pies: oliéndolos, chapándolos, besándolos, hasta que empezó a masturbarse con ellos. Ordenó a la negra que me tocara el clítoris e inmediatamente empecé a reaccionar mucho más, porque la verdad es que Paloma, que era el nombre de la negra, lo hacia muy bien y además sabía muy bien.
Noté, y oí, como el tipo se corría llenándome los pies de esperma. Unos segundos después me corrí y sentí cómo Paloma se corría también llenándome la boca con los jugos de su vagina.
—¡Chúpala el chocho! —ordenó el tipo e inmediatamente Paloma me separó las piernas y empezó a chuparme la vagina. Que bien lo hacia. A los poco minutos, no solo me corrí, sino que Paloma supo hacerme más largo el orgasmo. Yo intente, y creo que conseguí, hacer lo mismo con ella. Sentí cómo su cuerpo se crispaba otra vez al tiempo que gemía sin descanso y me volvía a mojar el rostro con su encharcada vagina. Me gusta mucho tener relaciones con otra mujer: para mí ha sido un descubrimiento.
Cuándo Paloma se separó siguiendo las ordenes del que sin duda era su amo, pude mirar a papá y vi cómo la Carmen estaba acurrucada en su pecho mientras papá la acariciaba. Deseé cambiarme por ella, echar a patadas a esa puta y estar en su lugar, pero parecía que papá me ignoraba y prefería sobetear a esa pelandusca.
Estuvo toda la noche con Carmen encima. Mientras conmigo hacían un carrusel, oía cómo esa zorra chillaba de placer cada vez que papá la arrancaba un orgasmo, que fueron varios. Incluso sus amigos lo comentaron.
—Cómo se nota que te gusta mi mujer, —dijo uno de ellos.
—Ya sabes que sí. Si alguna vez te quieres deshacer de ella, yo me la quedo: seria una buena pareja para Anita.
—Por el momento no. Tener a las dos a tu disposición todo el día debe de ser la bomba, y ya estás mayor para eso, —dijo el marido de Carmen riendo.
—Unos cojones mayor, —dijo papá.
—De todas maneras te iba a costar mucho dinerito: no te pienses que te iba a salir gratis.
—Pues ya sabes que yo no pago por una mujer.
—Pues entonces no hay más que hablar.
—Yo lo decía por hacerte un favor. Carmen es mucha mujer para ti y no sabes sacarla todo su potencial, —bromeó papá.
—Será cabrón, —dijo mientras los demás reían a carcajadas—. Sabrás tu cómo es mi relación con mi mujer.
—Pues no, pero me la imagino. Solo hay que ver lo tristona que la tienes: solo se alegra cuándo esta conmigo.
—Eso si es cierto, —dijo otro— y además se la nota.
—Iros a tomar por el culo todos, —dijo el marido de Carmen mientras los demás se desternillaban de la risa. Incluso Carmen sonrió mientras le miraba y negaba con la cabeza.
Esa conversación me puso de los nervios. Aunque estaba claro que estaban bromeando, la sola idea de tener que estar con Carmen y compartir a papá me descomponía. «Antes me cargo a esa zorra» pensaba. Lo tenía muy claro.


Durante esa noche, se la chupe a todos, todos me follaron y todos me dieron por el culo. Incluso las otras mujeres participaron. Entré en una especie de trance de placer continuo, salpicado por fuertes orgasmos.
A eso de las seis de la madrugada estaba agotada y tirada en el suelo, me dejaron descansar un poco mientras Paloma me incomparaba un poco y mientras me abrazaba me estuvo besuqueando los labios: ¡joder! Cómo me gustaba esa chica. Con el tiempo me enteré de que era la hija adoptiva de uno de los amigos de papá. Mientras descansaba en los brazos de Paloma, estuvieron bebiendo y charlando de asuntos de negocios. Durante toda la noche, Carmen siguió al servicio de papá y a él se le veía complacido.
Cuándo se cansaron de charlar, me pusieron sobre uno de ellos que se había tumbado bocarriba en el suelo y me soltaron las manos. Casi al mismo tiempo me la metieron por la boca y por el culo, mientras que el cuarto ponía su polla en mi mano. Salvo el que estaba abajo, los demás fueron cambiando de posición hasta que se fueron corriendo, siempre en mi boca.


Cuándo salimos de la casa ya era de día y el sol me hirió los ojos. Me metí en el maletero, me arropó con la manta y antes de que arrancara ya estaba dormida. Llegamos a casa y me cogió en brazos para subirme a la habitación: estaba cómo muerta.
Me quitó los zapatos, las muñequeras y el collar, y después de desnudarse me volvió a coger en brazos y nos metimos en la ducha. Con mucho detenimiento, me estuvo enjabonando y pasándome la esponja por cada centímetro de mi cuerpo. Parecía que quería hacer desaparecer el más mínimo rastro de sus amigos en mí. Lo viví cómo en un sueño a causa del agotamiento.
Cuándo terminó, me secó y me tumbó en la cama, pero antes de apagar la luz me hizo ingerir un par de comprimidos con un poco de agua. Y después nada hasta que me desperté, bastante confusa, casi veinticuatro horas después.









sábado, 4 de junio de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 10)


No me gusta ver a mi papá con otra mujer, aunque yo esté involucrada. No me gusta y ya esta. Desde que estuvimos en casa de Paco algo ha cambiado en mí. No hacia él que sigue siendo mi punto de referencia, el faro que me guía. Es algo interior, esa desazón que me embarga al comprobar que no soy su única mujer, que puede intercambiarme por otra. Me da igual tener que follar o chuparle la polla a otro tío sea conocido o no: siempre haré lo que me diga papá. Eso lo tengo claro. Lo que me descompone y me llena de tristeza es pensar que puede encontrar a otra mujer mejor y compartirme con ella.
Sé que se ha dado cuenta porque me lee cómo en un libro. Es capaz de mirar en mi interior y saber cuál es mi estado de ánimo, pero no dice nada. Sigo obedeciendo sus deseos, incluso más que antes si eso fuera posible. Me esfuerzo en demostrarle que nunca encontrará a otra cómo yo.



Papá pidió diez días libres en el banco, cogimos la autocaravana y nos fuimos a un camping del Pirineo, cercano a Benasque. Salimos un viernes muy temprano: mucho antes de que hubiera tráfico en las salidas de Madrid. Yo no me enteré mucho porque me quedé dormida en el asiento del acompañante y abrí los ojos cuándo estábamos circunvalando Zaragoza, próximos a la AP-2.
Paramos para desayunar en una zona de servicios del peaje y emprendimos el viaje. El tiempo era desapacible y llovía a cantaros, pero en el interior del vehículo se estaba bien: la calefacción estaba a tope.
—Vete atrás, quítate la ropa, ponte la bata y regresa, —me ordenó. Me quité el cinturón de seguridad y pasé al interior para cumplir la orden de papá. Regresé y me senté en mi sitio. Papa me miró de reojo sin dejar de prestar atención a la carretera: seguía lloviendo cómo si nunca lo hubiera hecho—. Ábrete la bata, saca los brazos y ponte el cinturón.
Lo hice y me quedé desnuda. Seguimos así todo el trayecto hasta Lleida. Prácticamente nadie se dio cuenta salvo cuándo adelantábamos a algún camión, y eso que levantábamos una cortina de agua descomunal. La situación me ponía extremadamente cachonda y creo que más, el hecho de que papá no me tenía a mano por la separación de los asientos. Me iba indicando todo lo que tenía que hacer cada vez que adelantábamos a un tráiler, además de que me masturbaba continuamente.
A la hora de comer y después de casi diez horas de viaje, paramos en la entrada de Pont de Suert para repostar, a pesar de estar a sesenta kilómetros de nuestro destino, papá no quería seguir sin llenar el depósito porque la previsión daba nieve, y abundante. Por supuesto, cuándo paramos ya estaba vestida otra vez: lo hice cuándo circunvalamos Lleida.
Después de repostar aparcamos en el centro del pueblo y buscamos algún sitio para comer. Estuvimos tiempo charlando. Dimos un paseo por el pueblo y reemprendimos lo que quedaba del viaje. Fue complicado porque había mucha nieve en los márgenes de la carretera y había que ir con precaución.
Llegamos cuándo empezaba a anochecer, pero nos dio tiempo a colocar la autocaravana: nos habían reservado un buen sitio cercano a la zona de sanitarios. El camping estaba a medio ocupar. Los fines de semana hay mucha actividad montañera en dirección al Aneto y a los otros picos del parque natural, y de esquí, en la cercana estación de Cerler. En la recepción, nos dijeron que entre semana íbamos a estar prácticamente solos.
Para cuándo se hizo de noche, papá ya estaba conectando el cable de la luz para dar energía a los radiadores que iban a hacer falta: hacia un frío de cojones. Papá me miraba y se reía porque metida en el plumas y con la capucha subida, solo se me veía la nariz.
—¿Ponemos el avance? —le pregunté.
—No, porque me han dicho en recepción que esta noche se espera nieve. Si cae mucha nos puede hundir el techo.
—Lo decía porque me apetece cenar barbacoa.
—Pues lo montamos, pero cuándo nos vayamos a la cama, por lo menos hay que quitar las barras y dejarla caer.
—Pero… entonces no podemos salir.
—Salimos por la puerta de delante.
—Claro, ¡qué tonta!
Montamos la barbacoa, la encendimos y estuvimos con las cosas que había traído de casa: chorizos, morcillas y panceta. La verdad es que comí cómo una cerda.
—Todas estás cosas me encantan, pero engordan de cojones, —dije metida en mi plumas. Me sentía rara comiendo con tanta ropa, incluso con guantes.
—No te preocupes que cuándo hagamos las excursiones vas a quemar todo esto y mucho más, —dijo papá riendo.
Cuándo terminamos, lo recogimos todo y quitamos el avance porque además de empezar a nevar empezaba a soplar viento fuerte.
Entramos en la autocaravana y el impacto con el calor fue tremendo.
—¡Por Dios! Que gusto, —dije empezando a quitarme el plumas y toda la ropa que llevaba debajo.
—Hija, tienes más capas que una cebolla, —bromeó papá mientras se quitaba también el plumas. Termine de desnudarme rápidamente y me tumbé en la cama mientras papá recogía la ropa que yo había dejado tirada, la doblaba y la colgaba del armario: papá es un poco obseso del orden, pero yo no. Mientras terminaba, le esperaba sobre la cama, abierta de piernas mientras me tocaba el chocho con la mano. Terminó y de un cajón sacó una cuerda y un rollo de cinta adhesiva negra que suele utilizar para atarme. Me puso bocabajo y con la cinta sujeto mis muñecas a los codos. Mis antebrazos quedaron paralelos y cruzados por mi espalda. He notado que esta forma de atarme le gusta especialmente a papá: dice que las tetas se me disparan. Debe de ser cierto porque después suele estar mucho tiempo chapándome los pezones y sobeteándome las tetas. Se tumbó a mi lado y empezó a besarme y mordisquearme los pezones que todavía no habían reaccionado con el calor y los tenía duros cómo piedras. Después paso a mis labios mientras con la mano me estimulaba la vagina. Al poco tiempo me llevó al primer orgasmo mientras mantenía su boca pegada a la mía y respiraba mis gemidos de placer.
Mientras me recuperaba del primero, cogió la cuerda y ató un extremo a la parte baja del muslo, junto a la rodilla. Paso la cuerda por debajo, entre mis brazos cruzados y después de tensarla la ató a la otra pierna de igual forma. Quedé con las piernas hacia arriba, totalmente separadas y con mi chocho totalmente expuesto. Empezó a chuparme el chocho: su lengua recorría la vagina en toda su longitud sin dejar el más mínimo resquicio sin explorar. Empecé a encadenar orgasmos mientras papá seguía a lo suyo, totalmente indiferente a mis gemidos.
Es difícil explicar cómo es un orgasmo cuándo estás inmovilizada: al menos a mí me resulta muy complicado. Si puedo afirmar que, en mi caso, son superiores, mucho más intensos. Cuándo estoy desatada siempre ofrezco cierta resistencia: me encojo, me estiro o lo más habitual cierro las piernas. Lo hago sin querer: es instintivo. Papá entonces tiene que parar y retomar la actividad. Atada no. Es imposible que me resista y mi chocho permanece expuesto y abierto mientras papá continua incansable e insaciable: feroz.
Cuándo se sació, cogió en bote del lubricante, se embadurnó bien la polla y tumbándose sobre mí, me colocó la punta en el ano. Mientras me abrazaba, fue presionando suavemente y noté nítidamente cómo se abría paso. Aunque ya estoy muy dilatada y no es cómo al principio, mi ano todavía ofrece cierta resistencia a los seis centímetros de grosor de la polla de papá. Esa mezcla de placer y cierto dolor me encanta y cuándo además su pelvis frota mi clítoris me vuelve loca. Y luego esta la indefensión. Cómo ya he dicho antes: la certeza de estar a su merced, no tener defensa posible y no poder evitarlo. Eso me da un plus de placer que me dejar exhausta y totalmente dependiente de él.
Cuándo terminó, me mantuvo penetrada mientras, cómo es habitual me besaba incansable. Empezaba a recuperar el ritmo normal de la respiración y de las pulsaciones, cuándo tuve una última sorpresa.
—Vamos a por el último, —dijo cuándo salio de mí. Cogió un vibrador y empezó a estimularme directamente el clítoris que estaba totalmente hinchado. Fue cómo un trallazo y empecé a gritar mucho más que antes. Papá se asustó un poco por si me oían y me papó la boca con la mano mientras insistía con el vibrador. Unos minutos después me corrí cómo una perra salida, que por otra parte es lo que soy y no me importa admitirlo.



Amaneció un día desapacible cómo yo no había visto en mi vida. Toda la noche estuvo negando copiosamente y la fuerza del viento acumuló mucha nieve en el lateral de la autocaravana bloqueando la puerta. En el interior, la calefacción estuvo puesta toda la noche y el ambiente estaba caldeado. Me desperté con calor, destapada encima de la cama. Entraba algo de luz por las ventanas: estaban heladas y las protecciones se habían quedado pegadas. Papá no estaba, pero le oía trajinar en el exterior. Me levante, fui hasta la cabina, me asomé un poco por la ventanilla de la cabina y le vi con una pala apartando nieve.
Recogí la cama y empecé a preparar el desayuno. Cuándo estuvo preparado, me puse el plumas y me asomé por la ventana.
—Vamos papá: pasa a desayunar, —clavó la pala en la nieve y envuelto en una nube de vaho vino hacia mí mientras la nieve seguía cayendo.
—¡Su puta madre! Hace un frío de cojones, —dijo quitándose la cazadora y los guantes.
—Luego te ayudo a quitar nieve.
—Solo tenemos una pala.
—Se lo digo al de recepción que me preste una: seguro que tiene.
Si tenía, y con ella de la mano regresé para ayudar a papá.
—Me ha dicho el señor que la carretera esta cortada hasta la rotonda de la carretera de Cerler, —dije empezando a quitar nieve—. Dice que las quitanieves están trabajando en despejar los accesos a la estación de esquí.
—De todas maneras con este temporal no podemos ir a ningún sitio.
—Dice que va a estar así hasta mañana domingo por la tarde. Que luego ira mejorando y que a partir del lunes mucho sol.
—Estoy pensando que cuándo limpiemos de nieve todo esto, podemos poner la carpa.
—¿Tenemos una carpa?
—Si, una de esas que son cómo veladores plegables: a tu madre le dio por ahí y la compro. Nunca la hemos usado. Tiene el techo en pico y muy inclinado. Además, tiene laterales.
—Pero el viento…
—Tenemos cuerdas de sobra para sujetarla.
A media mañana habíamos limpiado toda la parcela. Sacamos la carpa de uno de los cofres y la montamos justo delante de la puerta lateral. Papá clavó las patas al suelo con unas piquetas muy largas y con cuerdas desde la parte alta al suelo y al árbol que teníamos cerca. Pusimos las lonas laterales y las reforzamos también con cuerdas. La verdad es que quedó muy sólido.
—Podrías acercarte a ver que tienen en el súper mientras termino con esto. Anoche se nos olvido sacar algo del congelador.
—Voy a ver y le devuelvo la pala al señor, —me fui hacia el súper con la pala de la mano y luego estuve haciendo la compra. Regresé con bastantes cosas, pero frescas pocas.
—He traído cinta de lomo y huevos. también he cogido una botella de vino que me ha dicho el señor que es de por aquí.
—Será Somontano.
—Si, es eso, —y mirando la carpa añadí—. Esto ha quedado muy bien.
—Por lo menos dejamos libre la entrada lateral, aunque si sigue nevando habrá que seguir quitando. Lo que me preocupa es el camino para salir: con esa cantidad de nieve…
—El señor me ha dicho que tienen quitanieves y que la van a pasar esta tarde hasta la entrada.
—De todas maneras no podemos salir de aquí mientras continúe el temporal.
—¿Y que vamos a hacer aquí metidos? —pregunté con picardía.
—Por eso no te preocupes que seguro que se me ocurre algo.



Después de comer, tomamos café y papá se sirvió una copa de ginebra. Estuvimos un rato largo charlando y riendo. Estoy encantada de esta situación tan especial. Ya he contado que me gusta tener a papá en un sitio reducido, pero es que además, estamos aislados y le tengo solo para mí. Aquí no hay ninguna guarra que le mira la polla con ojos de deseo cómo pasa en el naturista. La verdad es que los hombres también lo hacen, y alguno incluso con ojos de deseo, pero esos no me importan: no son competencia.
Me levante para dejar los vasos en el fregadero y papá empezó a desmontar la mesa y sacar la cama.
—Me ducho en un momento, —dije rápidamente entrando en el baño. Hoy no lo había hecho.
—Será cochina la tía, —bromeó papá.
Fue una ducha rápida y cuándo salí entró él. No fue tan rápido porque entra muy justo en la ducha y le cuesta más trabajo. Cuándo salió, me encontró sobre la cama, abierta de piernas y tocándome el chocho con descaro. Siguió secándose mientras me observaba detenidamente, cómo pensando que iba a hacer conmigo. Finalmente, dejó la toalla y cogió la bolsa de los juguetes dejándola a mano. Me agarró de los tobillos y tiro de mí, me dio la vuelta dejándome la cabeza colgando por el borde de la cama. Metió la polla en mi boca hasta el fondo. No me lo esperaba y mientras daba una arcada papá separó mil piernas y me sujetó por los tobillos dejándome el chocho expuesto. Esperaba que me hiciera algo más, pero no lo hizo: me estuvo follando la boca lentamente, con profundidad, y eso me producía arcadas y amagos de vómito. No lo hice, pero mis babas, muy abundantes, me mojaban la cara cegándome un poco. La situación me producía un cierto placer con el hecho de que era el instrumento para su goce. Tardó en correrse y si no recuerdo mal es la primera vez que me utiliza de una manera tan egoísta. Hasta ese día, siempre, antes de correrse me había inducido algún orgasmo.
Me sentí extrañamente feliz: se ha corrido, ha gozado y lo demás no me importa.
Mantuvo la polla dentro de mi boca mientras la mezcla de babas y esperma mojaba el suelo. Sin sacarla, se inclinó y después de bloquear mis muslos con los brazos para que no los cerrase, empezó a comerme el chocho totalmente abierto y a su disposición. Inmediatamente empecé a gemir mientras babeaba más. Succionó mi clítoris con los labios y con la lengua lo estimulo, y cuándo sintió que me llegaba el orgasmo, metió con fuerza la polla hasta el fondo de la garganta cortándome el aire. Intente resistirme con las manos, pero no lo conseguí. Tuve un orgasmo tremendo, agónico, que aumentó de intensidad cuándo me dejó respirar. Perdí la consciencia. Lo sé porque cuándo me di cuenta papá me tenía en el centro de la cama y me limpiaba la cara con una camiseta. Se sentó en la cama con la espalda apoyada en la pared del fondo y con ternura me atrajo hacia el abrazándome. No se cuánto tiempo estuvimos así, pero fue mucho. Mi respiración y mis pulsaciones se fueron normalizando mientras me secaba el sudor.
—Luego tendré que castigarte, —dijo con mucha suavidad. Le miré sin comprender y papá se echó a reír. Me incorporó enseñándome el costado y un poco la nalga: los tenía arañados y eso que no llevo las uñas largas porque a papá no le gustan.
—Lo siento papá: no me había dado cuenta, —me disculpé después de la sorpresa inicial.
—Tranquila, pero comprenderás que merecer un castigo, —para volvió a abrazarme mientras me besaba con cariño—. ¿Estás de acuerdo, lo entiendes?
—Si papá.
—Y ¿cómo crees que debe ser el castigo? —le miré otra vez sin entender—. ¿Suave, fuerte, muy duro?
Me abracé a él con fuerza mientras una punzada me atravesaba el clítoris—. Lo que tú quieras.
—No. Quiero que me lo digas tú.
—Es que no sé, —y empecé a sollozar. Papá me achuchó más fuerte mientras me besaba.
—Tranquila mi amor yo decidiré por ti. Veamos, cómo sé que no lo has podido evitar, no va a ser muy duro, pero tampoco puede ser suave: cuarenta azotes en el culo con la mano. ¿te parece bien? —asentí con la cabeza mientras se empezaba a oír a lo lejos el ruido de la quitanieves que el empleado del camping estaba utilizando para despejar las calles—. Ahora va a ser buen momento. Quiero oírte chillar.

Rápidamente papá cogió el rollo de cinta y me sujetó los brazos a la espalda con los antebrazos paralelos, cómo a él le gusta. Me tumbó bocabajo sobre sus piernas y empezó a darme azotes en el trasero mientras los contaba. Los primeros los aguante bien, pero según me iba dando más no se si el dolor aumentaba o que yo los aguantaba menos. Con el décimo empecé a quejarme y con el veinte ya chillaba a pleno pulmón. El ruido de la quitanieves llegaba en ese momento nítido hasta nosotros: debía de estar justo a nuestra altura. Cuándo me dio los últimos, el ruido de la quitanieves iba disminuyendo según se alejaba.
Estuvo un buen rato acariciando mi trasero que ardía. Notaba cómo me pasaba las uñas y luego pasaba la palma de la mano. Siempre parecía que iba a meter la mano entre mis nalgas pero no lo hacia, y mi grado de excitación era tal que sabía que en el momento que me rozara el ano o la vagina lo más mínimo me iba a correr. Papá lo sabía. Lo he dicho varias veces ya: me lee cómo en un libro abierto.
Me ayudó a incorporarme y me puso de rodillas sobre la cama. Se situó a mi espalda, me separó las piernas mientras con la mano izquierda me tapaba la boca. Se agarró la polla con la derecha y me la clavó de golpe. Mi chillido de puro gozo se quedó ahogado por su mano. Culeó tres o cuatro veces y me corrí viva. No aflojó, siguió culeando y un par de minutos después con la mano derecha empezó a estimularme el clítoris. Intente cerrar las piernas pero las suyas me lo impedían y sin remisión me volví a correr. Mientras lo hacia, oí a papá resoplar en mi nuca y cómo se le escapaba un gemido y me sentí muy feliz.
Papá me desató y el resto de la tarde seguimos en la cama mientras en el exterior la ventisca seguía con fuerza. Pusimos una peli de las que le gustan a papá porque con el temporal casi no se captaba el satélite.
Casi sin darnos cuenta llegó la hora de cenar. Después, vimos otra peli, me echó el polvo nocturno de rigor y nos dormimos hasta el día siguiente.



El resto de la semana fue genial. El lunes amaneció despejado y con un sol que duró toda la semana. Todas las mañanas salíamos a hacer excursiones o alguna visita cercana gracias a un coche del camping que nos alquilaron. También subimos a la estación de Cerler: yo no había estado en ninguna súper estación del pirineo.
El domingo siguiente, a primera hora, partimos de regreso a casa. Estos días a solas con papá me vinieron bien porque despejaron mi mente de ideas lúgubres.
Regresé con las pilas cargadas, pero me duró poco.