viernes, 8 de julio de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 12)


 
De cómo llegué hasta allí no me preguntéis porque no lo recuerdo muy bien. Todo me resulta muy confuso. Lo que si recuerdo es que los siguientes días, después de conocer a los amigos de papá, fueron terribles. Lo celos no me dejaban vivir, sobre todo la idea de que otra mujer competía conmigo para conseguir el afecto y el amor de papá. Al menos esa era la película que me había montado, tal demencial cómo absurda.
La situación me pareció tan insoportable que me dio por huir. Una mañana, después de que papá se fue a trabajar, me subí a mi pequeña furgoneta y sencillamente me fui. Solo me llevé el bolso: nada de ropa. No recuerdo dónde dormí esos días, ni cómo llegué a Algeciras —allí apareció más tarde el vehiculo—, ni por qué me dio por coger el ferry y pasar a Ceuta. Todo se pierde en una bruma mental que no soy capaz de aclarar.
Mis recuerdos empiezan en una pensión de la zona de La Puntilla. Me encontré terriblemente sola y asustada sin entender muy bien que había pasado. Le echaba terriblemente de menos, y su ausencia me parecía tan insoportable que eclipsaba totalmente los celos que pudiera sentir. Constantemente miraba el móvil esperando una llamada que no llegaba y me embargaba una especie de vértigo por la incertidumbre. ¿Cómo reaccionaria papá? No lo entendía: ni siquiera me había bloqueado la tarjeta. Al principio me aterraba la posibilidad de un castigo por su parte, pero poco a poco fui aceptando esa posibilidad a cambio de estar de nuevo junto a el. Al final, incluso lo creí necesario: merecía un castigo y su dureza me daba igual. El deseo me podía, pero por más que intentaba conseguir un orgasmo en la soledad de la habitación, no era capaz y eso me desesperaba y terminaba llorando. Solo al final, ante la idea de un castigo corporal por parte de papá, logré sentir algo de placer. Entonces llegué al convencimiento de que en el momento en que papá me tocara con uno solo de sus dedos, me correría cómo una perra.


—¿Papá?
—¿Cómo estás Ana? —que no utilizara mi diminutivo me hirió.
—Bien. Lo sien…
—Ana, no sigas, —me interrumpió—. Solo quiero saber si vas a volver o no.
—Si papá, quiero volver, pero…
—¿Dónde estás?
—En Ceuta, —guardó silencio unos segundos—. ¿Papá?
—¿Y el coche?
—No se dónde esta.
—De acuerdo, ¿sabes en que zona de Ceuta estás?
—Si, es una pensión junto al muelle de La Puntilla.
—Muy bien. Paga la pensión y dirígete al helipuerto: esta al otro lado del puerto. Esta cerca: puedes ir andando si quieres.
—Vale.
—Luego te llamo, —y colgó.
Salté de la cama, me vestí, y bajé a pagar la cuenta y rápidamente me dirigí al helipuerto. Era feliz y el corazón me latía debocado: por fin volvía a obedecer a papá.
Empecé corriendo, pero luego seguí andando. Todavía no me había llamado y no sabía nada de lo que iba a pasar. Parecía que solo por hablar con él mi mente empezaba a razonar mejor.
Tenía el helipuerto a la vista cuándo el móvil sonó. Lo miré y era un número desconocido.
—¿Si?
—Buenas tardes. ¿Ana?
—Sí, soy yo.
—Tengo instrucciones de recogerla en el helipuerto. ¿Dónde esta usted ahora?
—Estoy llegando ahí.
—Muy bien señorita. Cuándo entre a la terminal, a la derecha vera una fuente: ahí la espero.
—Vale gracias, —apresuré el paso y un par de minutos después entré en la termina, y efectivamente a la derecha había una fuente. Junto a ella, un hombre joven, de aspecto magrebí y con ropa de empresa me esperaba. Cuándo me vio vino a mi encuentro con una sonrisa en el rostro.
—Hola de nuevo señorita, —saludó tendiéndome la mano.
—Buenas tardes, —respondí estrechándosela con poca fuerza. La verdad es que creo que debió de ser la primera vez que lo hacia: todo el mundo me besa.
—¿Tiene las llaves del vehículo? —metí la mano en el bolsillo del vaquero y las saqué.
—No recuerdo muy bien dónde puede estar, —dije con cierto rubor mientras las cogía.
—No se preocupe que nosotros nos ocupamos, —mientras lo decía sonó el walki que llevaba en la cintura. Escuchó atentamente y pulsando el micro que llevaba en el cuello de la camisa, dijo—. Perfecto, ya salimos.
»Me dicen que el vehiculo esta en el parking del puerto de Algeciras, —dijo a continuación mirándome—. Ya nos podemos ir: el helicóptero esta preparado. Vamos a Algeciras, yo me quedo allí y usted sigue hasta Madrid.
—Muy bien: gracias.


Anochecía cuándo aterrizamos en el helipuerto de una gran industria del sur de Madrid, porque a causa de el fuerte viento, no pudimos hacerlo en el de la Torre Picasso cómo estaba previsto.
Salí del helicóptero e inmediatamente sentí frío acrecentado por el viento. Solo llevaba un polo blanco: mi cazadora estaba en el coche que había dejado perdido en Algeciras. Cómo a cincuenta metros vi el destelló de unos faros y me dirigí hacia allí.
Papá me esperaba sentado al volante de un vehículo que no reconocí. No dijo nada: se limitó a bajar la ventanilla y a hacerme una indicación con la cabeza para que subiera. Quise decir algo pero levantó la mano en señal inequívoca de que debía guardar silencio, y así lo hice.
Sentada a su lado mientras nos dirigíamos a casa, percibía nítidamente su olor y una punzada de placer me atravesaba la vagina. Estaba un poco asustada y no me atrevía a tocarme si él no me lo decía. Llegamos a casa y en silencio subimos a la habitación.
—Vete a la cama: mañana hablamos.
—Papá, yo…
—Ya me has oído, —me cortó tajante.
—Si papá, pero me gustaría ducharme primero.
—Muy bien, pero luego ya sabes.
—Sí papá, —me metí en el baño y me duché. También me depile: desde que huí, no lo había hecho. Cuándo salí del baño, papá no estaba en la cama. Me tumbe sobre ella, me arrope y me entraron ganas de llorar, pero no lo hice. A pesar de un silencio que me hería, era tremendamente feliz por estar nuevamente a su lado.


Esperaba que papá me despertase para echarme un polvo, pero no lo hizo. Abrí los ojos en la penumbra del dormitorio un poco desorientada. En un primer momento dudé de dónde estaba: si en Ceuta o en casa. Miré la hora en el móvil y ya era media mañana. Había dormido mucho y papá se había ido a trabajar: era viernes. Salté de la cama y bajé a la cocina. Tenía un hambre terrible porque entre unas cosas y otras llevaba casi veinticuatro horas sin comer nada.
Después de desayunar un poco, salí a hacer la compra porque comprobé que el frigorífico estaba vacío. De regreso, me puse a limpiar, que la verdad hacia falta. Pensé que la señora que lo hacia no habría venido durante esos días. Lo estuve haciendo hasta las cinco de la tarde. A esa hora me duche y espere el regreso de papá. Durante todo el día, mientras trajinaba, miraba las cámaras con el anhelo de que estuviera mirándome con su tablet. La verdad es que estaba un poco asustada ante la indiferencia de mi padre y miles de preguntas me bombardeaban la mente. Por mi imaginación pasaban los más disparatados castigos, y cómo papá me los infringía cómo un sumo sacerdote a su victima en el altar de la obediencia ciega. Esos pensamientos me mantenían en un estado de excitación permanente y llegó un momento en el que solo deseaba que llegara papá y me maltratara de alguna manera terrible y dolorosa.


Sobre las seis oí la puerta de la valla: era papá. Rápidamente me arrodillé en el centro del salón con las piernas muy separadas y las manos a la espalda. Entró y me miró cómo si fuera normal que estuviera de esa manera. Muy serio se acerco y después de acariciarme la mejilla me introdujo un par de dedos en la boca. Empecé a chuparlos con una entrega absoluta mientras una punzada me atravesaba el clítoris.
—No te muevas de aquí, —dijo mientras seguía chupando—. Voy a ducharme y cuándo baje vamos a hablar muy detenidamente tu y yo.
—Sí papá, —conteste cuándo saco los dedos de mi boca.
Subió al baño y al rato volvió a bajar vestido con un pantalón largo y una camiseta. Acercó una silla a dónde seguía arrodillada y se sentó frente a mi, muy junto: quedé entre sus piernas.
—Muy bien, dime que es lo que ha ocurrido, —seguía sin sonreír—. Quiero saber detalladamente por qué te has ido de esa manera.
Empecé a hablar, al principio de una manera un poco atropellada, de todo lo que había ocurrido. Me fui tranquilizando y mi relato se hizo más comprensible, aunque no pude evitar que las lágrimas inundaran mis ojos. Entre sollozos hable de mis miedos, de mis celos, hable de todo: no dejé nada en mi interior. Papá me escuchaba atentamente sin decir nada, sin hacer el más mínimo gesto, y lo peor de todo: sin tocarme.
—Jamás te voy a vender: ni lo había pensado antes, ni lo pienso ahora, ni lo pensaré en el futuro —dijo al fin cuándo yo hube acabado con mis explicaciones—. Nunca te voy a prestar a nadie si yo no estoy presente. ¿Lo has entendido?
—Si papá, lo he entendido.
—Muy bien, ahora dime por qué has regresado.
—Porque no puedo estar sin ti. Mi vida no es nada si no estoy a tu lado: no tiene sentido. Necesito que me quieras, que me folles, que me pegues, incluso que me mates si es tu deseo: en cualquier caso seré feliz. Lo he visto claro y todas las dudas que pudiera tener han desaparecido total y definitivamente, —esta palabras las pronuncien con convicción y con mucho aplomo: no quería que papá tuviera la más minima duda sobre mi y mis sentimientos.
Estuvo unos segundos mirándome fijamente y lentamente introdujo otra vez los dedos en mi boca.
—¿Y ahora que voy a hacer contigo? —preguntó, pero no pude responder porque seguía con los dedos en mi boca—. Entiendo tus explicaciones y te creo, pero estoy terriblemente decepcionado: no me esperaba algo así de ti. Eres mi hija, te quiero cómo nadie ha querido antes a otra persona. Eres mi vida, pero las cosas no pueden volver a ser cómo eran hasta ahora. Ya no. Veo claramente que necesitas una mano firme que te guíe. Una mano que te trate con dureza y con amor, y esa solo puede ser la mía. ¿Estás de acuerdo?
Asentí con la cabeza. Me sacó los dedos de la boca y los introdujo en la vagina. Creí que me moría. Tuve un orgasmo instantáneo que me hizo gritar mientras me apoyaba en su brazo. Después, volvió a meter los dedos impregnados con mis fluidos en mi receptiva boca.
—Te voy a dar una última oportunidad para que cambies de opinión, —a pesar de tener
los dedos en la boca negué con la cabeza. Papá los sacó y me dio una bofetada que me derribó. Inmediatamente me rehice y sin decir nada volví a la posición y papá volvió a introducir los dedos en mi boca—. Lo que has hecho estos últimos días merece un castigo acorde con la gravedad de tus actos. Será un castigo terrible, doloroso, continuo, que empezara ahora y terminara el domingo. Vas a llorar, a chillar, a berrear, pero me va a dar igual: continuare hasta el final. No atenderé a suplicas o ruegos, y tus gritos no me ablandaran. Entonces, cuándo crea que el castigo es suficiente, te volveré a preguntar, y si quieres irte tendrás la puerta abierta, pero no vuelvas a llamarme. Nunca regresaras: habrás acabado para mi.
Sacó los dedos, me sujeto por el pelo y me condujo la boca a su polla. Empecé a chupar y unos segundos después la sacó y me dio un par de bofetadas. No me lo esperaba y separe las manos de la espalda. Pero papá me dio un par más para que las volviera a poner detrás. Nuevamente empecé a chupar y al rato, nuevamente me volvió a pegar. No me resistí, lloraba eso si, pero papá siguió con esa dinámica hasta que se corrió en mi boca.
Sin decir nada, se levantó mientras seguía sujetándome por el pelo. Seguía arrodillada y vi cómo con la otra mano se soltaba el cinturón y lo sacaba de las trabillas. Después, siempre en silencio, elevó la correa y empezó a golpearme. La dejaba caer aleatoriamente, y cómo yo me retorcía de dolor, el correazo no caía nunca en el mismo sitio. Estuvo así un buen rato mientras yo intentaba parar los golpes con las manos y gritaba sin parar. No hubo zona de mi cuerpo que no recibiera un golpe y tal el dolor que incluso me meé. Finalmente, papá, sudando copiosamente, se cansó de golpearme, me soltó el pelo y me dejó llorando tirada en el suelo. Se sirvió un vaso de ginebra, se sentó en la silla y durante mucho tiempo estuvo mirándome mientra seguía llorando. Me dolía todo el cuerpo, y los verdugones me escocían por el sudor que cubría mi cuerpo. Cuándo me serene un poco, gateé hasta él y de rodillas me abracé a su pierna mientras apoyé la cabeza sobre el muslo.
Al principio papá no hizo nada: siguió indiferente con su vaso de ginebra. Pero, al final, empezó a acariciarme el pelo y eso me hizo muy feliz. Terminó con la ginebra y dejando el vaso en la mesita, me hizo incorporar y de rodillas me puso entre sus piernas. Empezó a besarme mientras con los dedos de la mano derecha atrapaba uno de mis pezones y me lo retorcía con saña. Me quejaba mientras intentaba con ansia atrapar su lengua. Bajó la otra mano hasta mi vagina y empezó a estimularme mientras separaba las piernas para facilitarle la labor. Nuevamente, rápidamente me corrí mientras seguía retorciéndome la teta.
—Tráeme otro vaso de ginebra y algo de picar: rápido, —me ordenó cuándo ni siquiera me había recuperado del último. Salí corriendo mientras mis flujos resbalaban por el interior de mis muslos y al poco tiempo estaba de regreso con lo que me había pedido papá. Después me arrodille y volví a apoyar la cabeza en su regazo.
Estuvo picado y bebiendo mientras miraba la tele: había una película. Durante todo el tiempo seguí con la cabeza apoyada en su regazo y en ocasiones restregaba la cara con su bragueta, pero papá parecía indiferente.
Cuándo terminó la película, se arrodillo detrás de mi, me sujeto por las caderas y sin lubricante me penetró por el culo: nunca lo había hecho así. Con la mano izquierda me agarró muy fuerte del pelo y tiro hacia el hasta que mi espalda estuvo en contacto con su pecho, y mi cuello muy forzado hacia detrás. Me hizo mucho daño con la penetración, pero era tremendamente feliz porque otra vez me estaba usando. Mientras me follaba, con la mano derecha me retorcía una teta haciéndome aun más maño. Tardó mucho en correrse, y yo tampoco lo hice hasta que bajó la mano derecha y alcanzó mi vagina. A los pocos segundos acompañe a papá y los hicimos juntos puenteas con la palma de la mano me golpeaba el chocho.
Me dejó caer al suelo y me quede ahí tirada. Se sentó en la silla y mientras cogía en vaso puso un pie sobre mi cuerpo sudoroso.
—Por hoy ya vale: mañana empezaremos en serio, —dijo al cabo de un rato—. Vete a la cama y duérmete que mañana vas a tener un día muy intenso.
—¿Puedo ducharme papá?
—Si, dúchate, pero luego ya me has oído.
Me levante un poco asustada por sus palabras y subí las escaleras. Me di una ducha rápida y me metí en la cama con la incertidumbre de lo que me depararía el siguiente día.

lunes, 20 de junio de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 11)


 
Hacia frío, pero en el interior del maletero no lo notaba pese a estar desnuda. Llevaba las manos sujetas a la espalda con unas muñequeras de cuero, un collar en el cuello con una correa, y en los pies, papá me había puesto unos zapatos abiertos con un tacón casi imposible. Habíamos salido así de casa, pero papá antes de arrancar el coche, me arropó con una manta.
No sé cuánto estuve en el maletero mientras el coche circulaba, pero se me hizo muy largo: papá no me había dicho nada. Cómo antes de salir me limpio internamente cómo cuándo fuimos a casa de su amigo, supuse que íbamos al mismo sitio: me equivoqué. El vehículo paró y arrancó varias veces y supuse que habíamos salido de la carretera y estábamos en una zona urbana. Finalmente, paramos, oí el claxon dos veces seguidas y una puerta mecánica que se abría. La certeza de que lo que me fuera a ocurrir era inminente hizo que mi deseo se disparara.


Cuándo regresamos del camping del pirineo, lo hice con las pilas cargadas y adorando a papá mucho más que antes, si eso fuera posible. Incluso llegué a olvidar que una zorra asiática se la había chupado y que luego la había follado delante de mi cara. Lo que de alguna manera me reconfortaba, fue que su esperma me lo ofreció a mí.
De todo eso hacia ya tres meses, y en ese periodo noté cómo su grado de violencia había ido aumentando de una manera casi imperceptible pero constante.
Lo había ido aceptando sin ningún problema. De hecho, todo lo que provenía de papá lo aceptaba sin rechistar. Los azotes con la mano eran ya habituales, y los tirones del pelo y los pellizcos en los pezones también. Y me gustaba, me llevaba a otro tipo de placer que complementaba al sexual porque papá nunca los separaba: uno iba en función del otro, al menos, hasta ese momento.


El coche se detuvo definitivamente y papá se bajó mientras le oía hablar amigablemente con otras personas. Finalmente, se abrió el maletero y papá, después de coger la correa me ayudo a bajar. Había cinco desconocidos que, mientras permanecía de pie, me miraron detenidamente de arriba abajo mientras los pezones se ponían duros cómo piedra por el frío. Sin duda tenía que darles placer y disfrutar yo también, porque así me lo había dicho papá antes de salir de casa: quería que me corriese con normalidad.
—¡Joder tío! Menudo pibón, —dijo uno de ellos.
—Ya te digo, —añadió otro.
—Así, sin probarla, te la compro, —dijo otro más riendo con acento extranjero.
—No seas animal: cómo te va a vender a su hija.
—¡Coño! Pues yo he visto cosas más raras, —insistió el extranjero.
—Pues eso no lo vas a ver Emil, —afirmó papá riendo.
—Pues alquílamela tío, —dijo Emil pasándome un dedo por la vagina. Después se metió el dedo en la boca saboreándolo—. ¡Joder! Si sabe hasta bien.
Todos soltaron una sonora carcajada, mientras yo empezaba a tiritar por el frío de la calle. Aun así, empezaba a sentir cierta excitación con la situación. Desnuda en la calle y rodeada de desconocidos.
—¡Joder tío, eres la hostia! —dijo otro sin dejar de reír.
—Vamos para dentro a ver si la chica se va a resfriar, —dijo otro cogiendo la correa de manos de mi padre. Tirando de ella, me condujo al interior de la puerta mientras Emil me sobaba el trasero.
—Sí, sí, vamos.
—Tenemos que hablar de esto, —insistía Emil ante la indiferencia de papá—. Hace muchos años que somos amigos…
—Así es Emil, pero te aseguro que mi hija, jamás va a estar a solas contigo, y sabes el porqué: no insistas.
—Venga tío, ya sé que alguna vez se me ha ido la mano.
—Alguna vez no: varias veces. Y tengamos la fiesta en paz.
—Vamos Emil, déjalo ya, —dijo otro mientras me abrazaba y me olía el cuello—. No empieces a joder la pava tan pronto.
—¡Joder! Es que no sé por qué no me la puede dejar a mi solo: seguro que a vosotros si os la deja, —la conversación me estaba poniendo muy excitada, aunque me aterrorizaba la idea de terminar en manos del tal Emil.
—A lo mejor es porque cuándo Edu te prestó a su mujer, terminó en un hospital. Por eso dejó de venir.
—Y tuviste suerte…
—Coño, que pagué todos los gastos… —se defendió Emil.
—¡Nos ha jodido! Tuvieron que reconstruirla un pezón, y la verdad es que no sé cómo no te denunció.
—A ver, que aquí todos tenemos cosas que callarnos, —dijo Emil—. No soy el único…
—Vale tío: se ha acabado, —le interrumpió papá de mala manera—. Que te quede una cosa clara: Anita nunca va a estar a solas contigo, y si continuas insistiendo, cojo y me la llevo. No ha sido una buena idea avisarte.
—¡Eh, eh! Tenemos un acuerdo…
—Pues ya no estoy muy seguro de ese acuerdo… y dejemos el tema ya.
—Si, dejémoslo ya: hemos venido para conocer a Anita, no a discutir.
Emil se empezó a quitar la ropa de mala gana tirando la al suelo. Inmediatamente, una mujer desnuda, con un sobrepeso evidente y con el cuerpo lleno de moratones apareció de improviso y se puso a recogerla. No sé de dónde salió. Mire a mi alrededor y vi que había otras cuatro mujeres más arrodillados y desnudas a mi espalda. Posteriormente, descubrí que una de ellas era en realidad transexual.
Emil me agarró por el brazo, me hizo arrodillar y sin más me metió su patética polla en la boca. Patética es la forma adecuada para describirla. Era fina y en erección no llegaría a los ocho o nueve centímetros. Era cómo tener un chicle en la boca, y por más que lo intenté, no hubo manera de que se le pusiera dura. Entonces llamó a la gorda y cuándo estuvo junto a él, empezó a abofetearla. Instantes después, el pingajillo empezó a reaccionar y tuve la certeza de que si papá no hubiera estado allí, sería yo la que recibiría las bofetadas. Pasó el tiempo y no había manera de que se corriese y los demás empezaron a meterle prisa. Finalmente, propino tal bofetón a la gorda que la tiró al suelo.
—Fuera de aquí puta: no vales para nada, —dijo dándome un empujón y tirándome también al suelo.
Papá, que se había sentado en un sillón hizo ademán de levantarse, pero uno de sus amigos se adelantó.
—Emil, si no vas a saber comportarte vete de mi casa ahora mismo, —el aludido se vistió rápidamente y después de darle una patada a la gorda, que seguía en el suelo, se dirigió a la puerta de la calle.
—¡Vamos cerda! Que no tengo toda la noche, —la gorda se levantó y desnuda salio corriendo en pos de Emil.
—Así no podemos seguir, —dijo otro—. Cada día esta peor y se le va la pinza.
—Nada, nada tíos decidido: no se cuenta con él para nada.
Papá permanecía en el sillón sin decir nada: se le veía muy cabreado. Uno de sus amigos, le llevó una chica de mediana edad, muy delgada, que después de susurrarla algo al oído, se arrodilló entre sus piernas y empezó a desabrocharle el pantalón.
—Venga tío, anímate, que seguro que Carmen lo consigue: que sé que te gusta.
Esta última frase me golpeó en la mente cómo si me hubieran dado con un martillo. «¿Qué a papá le gusta esa guarra?»: no me lo podía creer. Mi mente estaba en ebullición mientras le chupaba la polla a uno de ellos. Incluso tenía ganas de llorar.
Estaba inmersa en mis pensamientos cuándo noté el sabor inconfundible del esperma del que tenía su polla en mi boca. Para nada me había empleado a fondo, pero al parecer, ese gilipollas había quedado muy complacido.
—La has enseñado bien: la chupa cómo los ángeles.
—Pues entonces me toca a mí, —dijo otro. Se arrodilló delante y me inclinó hacia delante hasta que su polla quedó a la altura de mi boca. La introdujo y empezó a bombear mientras yo, de reojo, miraba cómo la tal Carmen seguía chupando la polla de papá. Noté cómo alguien empezaba a sobetearme el chocho mientras papá acariciaba el pelo de la Carmen. El placer se fue adueñando de mí, y sin duda el que me tocaba el chocho se dio cuenta porque insistió hasta que consiguió que me corriera.
Cuándo me recuperé, vi que Carmen estaba sentada a horcajadas sobre la polla de papá y cómo la acariciaba el trasero.
—«La voy a sacar los ojos a esa hija de puta» —pensé, aunque con las manos sujetas a la espalda y siendo el foco de atención de cuatro tíos, era prácticamente imposible.
—Tenias razón sobre tu hija: es una maquina, —dijo otro que también se puso a toquetearme mientras otro más me metía la polla en la boca.
—«También habla sobre mí con sus amigotes»
Al rato me corrí otra vez y esta vez de manera mucho más escandalosa. Cuándo miré a papá, tenía a la Carmen abrazada y la estaba morreando sin descanso. No parecía que tuviera prisa por soltarla.
Me pusieron bocarriba y otra de las mujeres, de raza negra, que permanecía en un rincón, me cabalgo la cara ofreciéndome su oscura y afeitada vagina. El tipo puso una silla entre mis piernas y cogiéndome los pies empezó a acariciármelos. Al cabo de un rato, muy lentamente me fue quitando los zapatos: recreándose en la operación. Siguió
jugando con mis pies: oliéndolos, chapándolos, besándolos, hasta que empezó a masturbarse con ellos. Ordenó a la negra que me tocara el clítoris e inmediatamente empecé a reaccionar mucho más, porque la verdad es que Paloma, que era el nombre de la negra, lo hacia muy bien y además sabía muy bien.
Noté, y oí, como el tipo se corría llenándome los pies de esperma. Unos segundos después me corrí y sentí cómo Paloma se corría también llenándome la boca con los jugos de su vagina.
—¡Chúpala el chocho! —ordenó el tipo e inmediatamente Paloma me separó las piernas y empezó a chuparme la vagina. Que bien lo hacia. A los poco minutos, no solo me corrí, sino que Paloma supo hacerme más largo el orgasmo. Yo intente, y creo que conseguí, hacer lo mismo con ella. Sentí cómo su cuerpo se crispaba otra vez al tiempo que gemía sin descanso y me volvía a mojar el rostro con su encharcada vagina. Me gusta mucho tener relaciones con otra mujer: para mí ha sido un descubrimiento.
Cuándo Paloma se separó siguiendo las ordenes del que sin duda era su amo, pude mirar a papá y vi cómo la Carmen estaba acurrucada en su pecho mientras papá la acariciaba. Deseé cambiarme por ella, echar a patadas a esa puta y estar en su lugar, pero parecía que papá me ignoraba y prefería sobetear a esa pelandusca.
Estuvo toda la noche con Carmen encima. Mientras conmigo hacían un carrusel, oía cómo esa zorra chillaba de placer cada vez que papá la arrancaba un orgasmo, que fueron varios. Incluso sus amigos lo comentaron.
—Cómo se nota que te gusta mi mujer, —dijo uno de ellos.
—Ya sabes que sí. Si alguna vez te quieres deshacer de ella, yo me la quedo: seria una buena pareja para Anita.
—Por el momento no. Tener a las dos a tu disposición todo el día debe de ser la bomba, y ya estás mayor para eso, —dijo el marido de Carmen riendo.
—Unos cojones mayor, —dijo papá.
—De todas maneras te iba a costar mucho dinerito: no te pienses que te iba a salir gratis.
—Pues ya sabes que yo no pago por una mujer.
—Pues entonces no hay más que hablar.
—Yo lo decía por hacerte un favor. Carmen es mucha mujer para ti y no sabes sacarla todo su potencial, —bromeó papá.
—Será cabrón, —dijo mientras los demás reían a carcajadas—. Sabrás tu cómo es mi relación con mi mujer.
—Pues no, pero me la imagino. Solo hay que ver lo tristona que la tienes: solo se alegra cuándo esta conmigo.
—Eso si es cierto, —dijo otro— y además se la nota.
—Iros a tomar por el culo todos, —dijo el marido de Carmen mientras los demás se desternillaban de la risa. Incluso Carmen sonrió mientras le miraba y negaba con la cabeza.
Esa conversación me puso de los nervios. Aunque estaba claro que estaban bromeando, la sola idea de tener que estar con Carmen y compartir a papá me descomponía. «Antes me cargo a esa zorra» pensaba. Lo tenía muy claro.


Durante esa noche, se la chupe a todos, todos me follaron y todos me dieron por el culo. Incluso las otras mujeres participaron. Entré en una especie de trance de placer continuo, salpicado por fuertes orgasmos.
A eso de las seis de la madrugada estaba agotada y tirada en el suelo, me dejaron descansar un poco mientras Paloma me incomparaba un poco y mientras me abrazaba me estuvo besuqueando los labios: ¡joder! Cómo me gustaba esa chica. Con el tiempo me enteré de que era la hija adoptiva de uno de los amigos de papá. Mientras descansaba en los brazos de Paloma, estuvieron bebiendo y charlando de asuntos de negocios. Durante toda la noche, Carmen siguió al servicio de papá y a él se le veía complacido.
Cuándo se cansaron de charlar, me pusieron sobre uno de ellos que se había tumbado bocarriba en el suelo y me soltaron las manos. Casi al mismo tiempo me la metieron por la boca y por el culo, mientras que el cuarto ponía su polla en mi mano. Salvo el que estaba abajo, los demás fueron cambiando de posición hasta que se fueron corriendo, siempre en mi boca.


Cuándo salimos de la casa ya era de día y el sol me hirió los ojos. Me metí en el maletero, me arropó con la manta y antes de que arrancara ya estaba dormida. Llegamos a casa y me cogió en brazos para subirme a la habitación: estaba cómo muerta.
Me quitó los zapatos, las muñequeras y el collar, y después de desnudarse me volvió a coger en brazos y nos metimos en la ducha. Con mucho detenimiento, me estuvo enjabonando y pasándome la esponja por cada centímetro de mi cuerpo. Parecía que quería hacer desaparecer el más mínimo rastro de sus amigos en mí. Lo viví cómo en un sueño a causa del agotamiento.
Cuándo terminó, me secó y me tumbó en la cama, pero antes de apagar la luz me hizo ingerir un par de comprimidos con un poco de agua. Y después nada hasta que me desperté, bastante confusa, casi veinticuatro horas después.









sábado, 4 de junio de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 10)


No me gusta ver a mi papá con otra mujer, aunque yo esté involucrada. No me gusta y ya esta. Desde que estuvimos en casa de Paco algo ha cambiado en mí. No hacia él que sigue siendo mi punto de referencia, el faro que me guía. Es algo interior, esa desazón que me embarga al comprobar que no soy su única mujer, que puede intercambiarme por otra. Me da igual tener que follar o chuparle la polla a otro tío sea conocido o no: siempre haré lo que me diga papá. Eso lo tengo claro. Lo que me descompone y me llena de tristeza es pensar que puede encontrar a otra mujer mejor y compartirme con ella.
Sé que se ha dado cuenta porque me lee cómo en un libro. Es capaz de mirar en mi interior y saber cuál es mi estado de ánimo, pero no dice nada. Sigo obedeciendo sus deseos, incluso más que antes si eso fuera posible. Me esfuerzo en demostrarle que nunca encontrará a otra cómo yo.



Papá pidió diez días libres en el banco, cogimos la autocaravana y nos fuimos a un camping del Pirineo, cercano a Benasque. Salimos un viernes muy temprano: mucho antes de que hubiera tráfico en las salidas de Madrid. Yo no me enteré mucho porque me quedé dormida en el asiento del acompañante y abrí los ojos cuándo estábamos circunvalando Zaragoza, próximos a la AP-2.
Paramos para desayunar en una zona de servicios del peaje y emprendimos el viaje. El tiempo era desapacible y llovía a cantaros, pero en el interior del vehículo se estaba bien: la calefacción estaba a tope.
—Vete atrás, quítate la ropa, ponte la bata y regresa, —me ordenó. Me quité el cinturón de seguridad y pasé al interior para cumplir la orden de papá. Regresé y me senté en mi sitio. Papa me miró de reojo sin dejar de prestar atención a la carretera: seguía lloviendo cómo si nunca lo hubiera hecho—. Ábrete la bata, saca los brazos y ponte el cinturón.
Lo hice y me quedé desnuda. Seguimos así todo el trayecto hasta Lleida. Prácticamente nadie se dio cuenta salvo cuándo adelantábamos a algún camión, y eso que levantábamos una cortina de agua descomunal. La situación me ponía extremadamente cachonda y creo que más, el hecho de que papá no me tenía a mano por la separación de los asientos. Me iba indicando todo lo que tenía que hacer cada vez que adelantábamos a un tráiler, además de que me masturbaba continuamente.
A la hora de comer y después de casi diez horas de viaje, paramos en la entrada de Pont de Suert para repostar, a pesar de estar a sesenta kilómetros de nuestro destino, papá no quería seguir sin llenar el depósito porque la previsión daba nieve, y abundante. Por supuesto, cuándo paramos ya estaba vestida otra vez: lo hice cuándo circunvalamos Lleida.
Después de repostar aparcamos en el centro del pueblo y buscamos algún sitio para comer. Estuvimos tiempo charlando. Dimos un paseo por el pueblo y reemprendimos lo que quedaba del viaje. Fue complicado porque había mucha nieve en los márgenes de la carretera y había que ir con precaución.
Llegamos cuándo empezaba a anochecer, pero nos dio tiempo a colocar la autocaravana: nos habían reservado un buen sitio cercano a la zona de sanitarios. El camping estaba a medio ocupar. Los fines de semana hay mucha actividad montañera en dirección al Aneto y a los otros picos del parque natural, y de esquí, en la cercana estación de Cerler. En la recepción, nos dijeron que entre semana íbamos a estar prácticamente solos.
Para cuándo se hizo de noche, papá ya estaba conectando el cable de la luz para dar energía a los radiadores que iban a hacer falta: hacia un frío de cojones. Papá me miraba y se reía porque metida en el plumas y con la capucha subida, solo se me veía la nariz.
—¿Ponemos el avance? —le pregunté.
—No, porque me han dicho en recepción que esta noche se espera nieve. Si cae mucha nos puede hundir el techo.
—Lo decía porque me apetece cenar barbacoa.
—Pues lo montamos, pero cuándo nos vayamos a la cama, por lo menos hay que quitar las barras y dejarla caer.
—Pero… entonces no podemos salir.
—Salimos por la puerta de delante.
—Claro, ¡qué tonta!
Montamos la barbacoa, la encendimos y estuvimos con las cosas que había traído de casa: chorizos, morcillas y panceta. La verdad es que comí cómo una cerda.
—Todas estás cosas me encantan, pero engordan de cojones, —dije metida en mi plumas. Me sentía rara comiendo con tanta ropa, incluso con guantes.
—No te preocupes que cuándo hagamos las excursiones vas a quemar todo esto y mucho más, —dijo papá riendo.
Cuándo terminamos, lo recogimos todo y quitamos el avance porque además de empezar a nevar empezaba a soplar viento fuerte.
Entramos en la autocaravana y el impacto con el calor fue tremendo.
—¡Por Dios! Que gusto, —dije empezando a quitarme el plumas y toda la ropa que llevaba debajo.
—Hija, tienes más capas que una cebolla, —bromeó papá mientras se quitaba también el plumas. Termine de desnudarme rápidamente y me tumbé en la cama mientras papá recogía la ropa que yo había dejado tirada, la doblaba y la colgaba del armario: papá es un poco obseso del orden, pero yo no. Mientras terminaba, le esperaba sobre la cama, abierta de piernas mientras me tocaba el chocho con la mano. Terminó y de un cajón sacó una cuerda y un rollo de cinta adhesiva negra que suele utilizar para atarme. Me puso bocabajo y con la cinta sujeto mis muñecas a los codos. Mis antebrazos quedaron paralelos y cruzados por mi espalda. He notado que esta forma de atarme le gusta especialmente a papá: dice que las tetas se me disparan. Debe de ser cierto porque después suele estar mucho tiempo chapándome los pezones y sobeteándome las tetas. Se tumbó a mi lado y empezó a besarme y mordisquearme los pezones que todavía no habían reaccionado con el calor y los tenía duros cómo piedras. Después paso a mis labios mientras con la mano me estimulaba la vagina. Al poco tiempo me llevó al primer orgasmo mientras mantenía su boca pegada a la mía y respiraba mis gemidos de placer.
Mientras me recuperaba del primero, cogió la cuerda y ató un extremo a la parte baja del muslo, junto a la rodilla. Paso la cuerda por debajo, entre mis brazos cruzados y después de tensarla la ató a la otra pierna de igual forma. Quedé con las piernas hacia arriba, totalmente separadas y con mi chocho totalmente expuesto. Empezó a chuparme el chocho: su lengua recorría la vagina en toda su longitud sin dejar el más mínimo resquicio sin explorar. Empecé a encadenar orgasmos mientras papá seguía a lo suyo, totalmente indiferente a mis gemidos.
Es difícil explicar cómo es un orgasmo cuándo estás inmovilizada: al menos a mí me resulta muy complicado. Si puedo afirmar que, en mi caso, son superiores, mucho más intensos. Cuándo estoy desatada siempre ofrezco cierta resistencia: me encojo, me estiro o lo más habitual cierro las piernas. Lo hago sin querer: es instintivo. Papá entonces tiene que parar y retomar la actividad. Atada no. Es imposible que me resista y mi chocho permanece expuesto y abierto mientras papá continua incansable e insaciable: feroz.
Cuándo se sació, cogió en bote del lubricante, se embadurnó bien la polla y tumbándose sobre mí, me colocó la punta en el ano. Mientras me abrazaba, fue presionando suavemente y noté nítidamente cómo se abría paso. Aunque ya estoy muy dilatada y no es cómo al principio, mi ano todavía ofrece cierta resistencia a los seis centímetros de grosor de la polla de papá. Esa mezcla de placer y cierto dolor me encanta y cuándo además su pelvis frota mi clítoris me vuelve loca. Y luego esta la indefensión. Cómo ya he dicho antes: la certeza de estar a su merced, no tener defensa posible y no poder evitarlo. Eso me da un plus de placer que me dejar exhausta y totalmente dependiente de él.
Cuándo terminó, me mantuvo penetrada mientras, cómo es habitual me besaba incansable. Empezaba a recuperar el ritmo normal de la respiración y de las pulsaciones, cuándo tuve una última sorpresa.
—Vamos a por el último, —dijo cuándo salio de mí. Cogió un vibrador y empezó a estimularme directamente el clítoris que estaba totalmente hinchado. Fue cómo un trallazo y empecé a gritar mucho más que antes. Papá se asustó un poco por si me oían y me papó la boca con la mano mientras insistía con el vibrador. Unos minutos después me corrí cómo una perra salida, que por otra parte es lo que soy y no me importa admitirlo.



Amaneció un día desapacible cómo yo no había visto en mi vida. Toda la noche estuvo negando copiosamente y la fuerza del viento acumuló mucha nieve en el lateral de la autocaravana bloqueando la puerta. En el interior, la calefacción estuvo puesta toda la noche y el ambiente estaba caldeado. Me desperté con calor, destapada encima de la cama. Entraba algo de luz por las ventanas: estaban heladas y las protecciones se habían quedado pegadas. Papá no estaba, pero le oía trajinar en el exterior. Me levante, fui hasta la cabina, me asomé un poco por la ventanilla de la cabina y le vi con una pala apartando nieve.
Recogí la cama y empecé a preparar el desayuno. Cuándo estuvo preparado, me puse el plumas y me asomé por la ventana.
—Vamos papá: pasa a desayunar, —clavó la pala en la nieve y envuelto en una nube de vaho vino hacia mí mientras la nieve seguía cayendo.
—¡Su puta madre! Hace un frío de cojones, —dijo quitándose la cazadora y los guantes.
—Luego te ayudo a quitar nieve.
—Solo tenemos una pala.
—Se lo digo al de recepción que me preste una: seguro que tiene.
Si tenía, y con ella de la mano regresé para ayudar a papá.
—Me ha dicho el señor que la carretera esta cortada hasta la rotonda de la carretera de Cerler, —dije empezando a quitar nieve—. Dice que las quitanieves están trabajando en despejar los accesos a la estación de esquí.
—De todas maneras con este temporal no podemos ir a ningún sitio.
—Dice que va a estar así hasta mañana domingo por la tarde. Que luego ira mejorando y que a partir del lunes mucho sol.
—Estoy pensando que cuándo limpiemos de nieve todo esto, podemos poner la carpa.
—¿Tenemos una carpa?
—Si, una de esas que son cómo veladores plegables: a tu madre le dio por ahí y la compro. Nunca la hemos usado. Tiene el techo en pico y muy inclinado. Además, tiene laterales.
—Pero el viento…
—Tenemos cuerdas de sobra para sujetarla.
A media mañana habíamos limpiado toda la parcela. Sacamos la carpa de uno de los cofres y la montamos justo delante de la puerta lateral. Papá clavó las patas al suelo con unas piquetas muy largas y con cuerdas desde la parte alta al suelo y al árbol que teníamos cerca. Pusimos las lonas laterales y las reforzamos también con cuerdas. La verdad es que quedó muy sólido.
—Podrías acercarte a ver que tienen en el súper mientras termino con esto. Anoche se nos olvido sacar algo del congelador.
—Voy a ver y le devuelvo la pala al señor, —me fui hacia el súper con la pala de la mano y luego estuve haciendo la compra. Regresé con bastantes cosas, pero frescas pocas.
—He traído cinta de lomo y huevos. también he cogido una botella de vino que me ha dicho el señor que es de por aquí.
—Será Somontano.
—Si, es eso, —y mirando la carpa añadí—. Esto ha quedado muy bien.
—Por lo menos dejamos libre la entrada lateral, aunque si sigue nevando habrá que seguir quitando. Lo que me preocupa es el camino para salir: con esa cantidad de nieve…
—El señor me ha dicho que tienen quitanieves y que la van a pasar esta tarde hasta la entrada.
—De todas maneras no podemos salir de aquí mientras continúe el temporal.
—¿Y que vamos a hacer aquí metidos? —pregunté con picardía.
—Por eso no te preocupes que seguro que se me ocurre algo.



Después de comer, tomamos café y papá se sirvió una copa de ginebra. Estuvimos un rato largo charlando y riendo. Estoy encantada de esta situación tan especial. Ya he contado que me gusta tener a papá en un sitio reducido, pero es que además, estamos aislados y le tengo solo para mí. Aquí no hay ninguna guarra que le mira la polla con ojos de deseo cómo pasa en el naturista. La verdad es que los hombres también lo hacen, y alguno incluso con ojos de deseo, pero esos no me importan: no son competencia.
Me levante para dejar los vasos en el fregadero y papá empezó a desmontar la mesa y sacar la cama.
—Me ducho en un momento, —dije rápidamente entrando en el baño. Hoy no lo había hecho.
—Será cochina la tía, —bromeó papá.
Fue una ducha rápida y cuándo salí entró él. No fue tan rápido porque entra muy justo en la ducha y le cuesta más trabajo. Cuándo salió, me encontró sobre la cama, abierta de piernas y tocándome el chocho con descaro. Siguió secándose mientras me observaba detenidamente, cómo pensando que iba a hacer conmigo. Finalmente, dejó la toalla y cogió la bolsa de los juguetes dejándola a mano. Me agarró de los tobillos y tiro de mí, me dio la vuelta dejándome la cabeza colgando por el borde de la cama. Metió la polla en mi boca hasta el fondo. No me lo esperaba y mientras daba una arcada papá separó mil piernas y me sujetó por los tobillos dejándome el chocho expuesto. Esperaba que me hiciera algo más, pero no lo hizo: me estuvo follando la boca lentamente, con profundidad, y eso me producía arcadas y amagos de vómito. No lo hice, pero mis babas, muy abundantes, me mojaban la cara cegándome un poco. La situación me producía un cierto placer con el hecho de que era el instrumento para su goce. Tardó en correrse y si no recuerdo mal es la primera vez que me utiliza de una manera tan egoísta. Hasta ese día, siempre, antes de correrse me había inducido algún orgasmo.
Me sentí extrañamente feliz: se ha corrido, ha gozado y lo demás no me importa.
Mantuvo la polla dentro de mi boca mientras la mezcla de babas y esperma mojaba el suelo. Sin sacarla, se inclinó y después de bloquear mis muslos con los brazos para que no los cerrase, empezó a comerme el chocho totalmente abierto y a su disposición. Inmediatamente empecé a gemir mientras babeaba más. Succionó mi clítoris con los labios y con la lengua lo estimulo, y cuándo sintió que me llegaba el orgasmo, metió con fuerza la polla hasta el fondo de la garganta cortándome el aire. Intente resistirme con las manos, pero no lo conseguí. Tuve un orgasmo tremendo, agónico, que aumentó de intensidad cuándo me dejó respirar. Perdí la consciencia. Lo sé porque cuándo me di cuenta papá me tenía en el centro de la cama y me limpiaba la cara con una camiseta. Se sentó en la cama con la espalda apoyada en la pared del fondo y con ternura me atrajo hacia el abrazándome. No se cuánto tiempo estuvimos así, pero fue mucho. Mi respiración y mis pulsaciones se fueron normalizando mientras me secaba el sudor.
—Luego tendré que castigarte, —dijo con mucha suavidad. Le miré sin comprender y papá se echó a reír. Me incorporó enseñándome el costado y un poco la nalga: los tenía arañados y eso que no llevo las uñas largas porque a papá no le gustan.
—Lo siento papá: no me había dado cuenta, —me disculpé después de la sorpresa inicial.
—Tranquila, pero comprenderás que merecer un castigo, —para volvió a abrazarme mientras me besaba con cariño—. ¿Estás de acuerdo, lo entiendes?
—Si papá.
—Y ¿cómo crees que debe ser el castigo? —le miré otra vez sin entender—. ¿Suave, fuerte, muy duro?
Me abracé a él con fuerza mientras una punzada me atravesaba el clítoris—. Lo que tú quieras.
—No. Quiero que me lo digas tú.
—Es que no sé, —y empecé a sollozar. Papá me achuchó más fuerte mientras me besaba.
—Tranquila mi amor yo decidiré por ti. Veamos, cómo sé que no lo has podido evitar, no va a ser muy duro, pero tampoco puede ser suave: cuarenta azotes en el culo con la mano. ¿te parece bien? —asentí con la cabeza mientras se empezaba a oír a lo lejos el ruido de la quitanieves que el empleado del camping estaba utilizando para despejar las calles—. Ahora va a ser buen momento. Quiero oírte chillar.

Rápidamente papá cogió el rollo de cinta y me sujetó los brazos a la espalda con los antebrazos paralelos, cómo a él le gusta. Me tumbó bocabajo sobre sus piernas y empezó a darme azotes en el trasero mientras los contaba. Los primeros los aguante bien, pero según me iba dando más no se si el dolor aumentaba o que yo los aguantaba menos. Con el décimo empecé a quejarme y con el veinte ya chillaba a pleno pulmón. El ruido de la quitanieves llegaba en ese momento nítido hasta nosotros: debía de estar justo a nuestra altura. Cuándo me dio los últimos, el ruido de la quitanieves iba disminuyendo según se alejaba.
Estuvo un buen rato acariciando mi trasero que ardía. Notaba cómo me pasaba las uñas y luego pasaba la palma de la mano. Siempre parecía que iba a meter la mano entre mis nalgas pero no lo hacia, y mi grado de excitación era tal que sabía que en el momento que me rozara el ano o la vagina lo más mínimo me iba a correr. Papá lo sabía. Lo he dicho varias veces ya: me lee cómo en un libro abierto.
Me ayudó a incorporarme y me puso de rodillas sobre la cama. Se situó a mi espalda, me separó las piernas mientras con la mano izquierda me tapaba la boca. Se agarró la polla con la derecha y me la clavó de golpe. Mi chillido de puro gozo se quedó ahogado por su mano. Culeó tres o cuatro veces y me corrí viva. No aflojó, siguió culeando y un par de minutos después con la mano derecha empezó a estimularme el clítoris. Intente cerrar las piernas pero las suyas me lo impedían y sin remisión me volví a correr. Mientras lo hacia, oí a papá resoplar en mi nuca y cómo se le escapaba un gemido y me sentí muy feliz.
Papá me desató y el resto de la tarde seguimos en la cama mientras en el exterior la ventisca seguía con fuerza. Pusimos una peli de las que le gustan a papá porque con el temporal casi no se captaba el satélite.
Casi sin darnos cuenta llegó la hora de cenar. Después, vimos otra peli, me echó el polvo nocturno de rigor y nos dormimos hasta el día siguiente.



El resto de la semana fue genial. El lunes amaneció despejado y con un sol que duró toda la semana. Todas las mañanas salíamos a hacer excursiones o alguna visita cercana gracias a un coche del camping que nos alquilaron. También subimos a la estación de Cerler: yo no había estado en ninguna súper estación del pirineo.
El domingo siguiente, a primera hora, partimos de regreso a casa. Estos días a solas con papá me vinieron bien porque despejaron mi mente de ideas lúgubres.
Regresé con las pilas cargadas, pero me duró poco.








domingo, 22 de mayo de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 9)

 
Fue dos días después de Navidad. Papá me había dicho que ese fin de semana íbamos a ir a visitar a un amigo suyo y debía estar preparada. «¿Preparada para qué?» pensé, pero no me dijo más y no le pregunté: en el fondo me daba igual mientras estuviera con él.
Por la mañana, con solo un café en el cuerpo, habíamos cogido el coche e ido a correr a la Casa de Campo. Nos dimos una verdadera paliza: más de quince kilómetros. Incluso me metió mano cuándo nos hidratábamos en una de las fuentes de la tapia de atrás: la que da a Húmera. Me encanta que lo haga: no solo me siento deseada, también me siento usada.
Regresamos a casa y papá no me dejó ducharme: dice que le gusta cómo huelo. Tampoco me dejó comer, salvo un gel que me dio cuándo terminamos de correr y otro cuándo llegamos a casa. Estuvo el resto de la mañana, y parte de la tarde, estimulándome sin descanso con toda la gama de vibradores y perdí la cuenta de cuantos orgasmos me obligó a tener. Estaba agotada, y a eso de las cinco me dejó en la cama para que durmiera una siesta.
—Duerme y descansa que te va a hacer falta esta noche, —solo me dijo eso, eso sí, con una sonrisa en los labios, y mientras intentaba adivinar a que se refería, me quedé dormida.
Me despertó a eso de las siete. Medio adormilada me sujetó con firmeza del pelo, apartó el edredón, me puso bocabajo y sin decirme nada me metió algo por el culo. Era fino, e inmediatamente note cómo algún tipo de líquido entraba por el. Lo sacó y me metió un plug.
—Sigue durmiendo, —me tapó, apagó la luz y se fue.
No sé si dormí: no estoy segura. Estaba en ese estado en que parece que no, pero si, o a la inversa. Mientras dormitaba, notaba cómo un verdadera tormenta se desataba en mi vientre. Me dolía y sentía placer al mismo tiempo. Metí la mano entre las piernas y empecé a tocarme el chocho. No llegué a correrme porque ya hace tiempo que he descubierto que necesito a papá para hacerlo: siempre que había intentado masturbarme yo sola, había terminado en fracaso. Tengo una dependencia total de él. Aun así sentía placer, y así me sorprendió papá cuándo regresó.
—¿Qué haces? —preguntó con suavidad apartando otra vez el edredón y dejándome al descubierto con en culo al aire.
—Me estoy tocando: lo siento papá.
—No te disculpes, no pasa nada, pero ¿estás consiguiendo algo? —negué con la cabeza—. Sabes que me necesitas para correrte. ¿Estás de acuerdo?
Afirmé con la cabeza pero no le pareció suficiente y me dio un azote en el trasero.
—¡Te he hecho una pregunta!
—Sí papá.
—¿Si qué? —insistió dándome otro azote.
—Si papá, te necesito para correrme.
—Buena chica, —dijo mientras acariciaba mi enrojecido trasero. Su mano se deslizó entre las piernas y con el dedo empezó a estimularme el chocho mientras con la palma movía el plug. Fue vigoroso y a los pocos segundos me crispaba con un orgasmo tan tremendo que tuve hasta espasmos—. ¿No ves mi amor? Solo tienes que pedírmelo.
Me dejó descansar unos minutos y entonces me llevó al baño. Me sentó en el váter, me quitó el plug y descargue de golpe todo lo que tenía en las tripas. Aun así me mantuvo sentada un rato por si quedaba algo. Después me llevó a la ducha y vi que ya tenía instalado el accesorio de la ducha. Lo primero que hizo fue metérmelo en el culo, y llenarme y vaciarme las tripas varias veces. Mientras lo hacia, con la mano izquierda que estimulaba el chocho hasta que me corría abrazada a su cuerpo.
Nos secamos y pasamos al dormitorio.
—No te muevas de ahí, —dijo situándome en el centro. Desde esa posición vi cómo se vestía de sport y luego se ponía a buscar en mi zapatero que ya empezaba a ser inmenso. Se acercó con unas sandalias rojas de doce centímetros de tacón y me los puso. También me puso unas muñequeras de cuero pero no las unió, solo las dejó puestas. A continuación me puso un collar de cuero con una correa y un abrigo largo.
Muchas preguntas y muchas incertidumbres se amontonaban en mi interior. «¿Dónde me lleva así?», «¿Quién es ese amigo?», «¿Qué me van a hacer? o «¿Qué me va a ocurrir?». Mi mente no dejaba de trabajar, pero no me atreví a preguntarle nada porque no había dudas: iba a obedecer todo lo que papá me ordenase.
—Ya nos podemos ir, —dijo pasándome la mano por el chocho—. Estás preciosa.
Me abrochó el abrigo y con la correa del collar de la mano bajamos a por el coche.
El trayecto fue largo: salimos a la M-40 norte en dirección a la carretera de La Coruña. Llegué a pensar que nos dirigíamos a la zona dónde vivíamos antes, pero no, pasamos de largo. Finalmente, nos desviamos hacia una antigua urbanización de lujo que linda con el Monte del Pardo. Estuvimos unos minutos callejeando y por fin papá paró ante un portón mientras marcaba un teléfono con el manos libres.
—Ya estamos aquí, —y el portón empezó a abrirse.
Entramos con el coche y paramos en una rotondita que había ante la puerta de lo que sin lugar a dudas era una mansión.
—Esto es muy importante para mí, —me dijo antes de bajar—. Quiero que te esfuerces en complacer a mi amigo. Sé que no es necesario que te recuerde la obediencia que me has prometido, pero quiero estar seguro: no quiero fallos. ¿Lo has entendido?
—Sí papá, lo he entendido: te prometo que haré todo lo que queráis.
—Muy bien: buena chica, —dijo acariciándome la mejilla— y disfruta, suéltate, te quiero caliente cómo tú eres. Quiero que cuándo mi amigo te toque te corras cómo haces conmigo, aunque sé que no es lo mismo.
—No te preocupes papá, —se inclinó y me besó en los labios. Salio del coche, lo rodeó, abrió mi puerta y cogió la correa con una mano mientras con la otra me ayudaba a salir.
Llegamos a la puerta y sin llamar esta se abrió. Ante nosotros una mujer de mediana edad, con cierto atractivo, un poco entrada en carnes y desnuda nos franqueó la puerta. Me fijé que llevaba aros en los pezones de dónde colgaba una pequeña cadenita con un cascabel. La vagina también la tenía llena de aros, así cómo un gran pasador en el clítoris. Calzaba unos zapatos negros con plataforma y un tacón vertiginoso.
—Buenas noches señor, —dijo la mujer cerrando la puerta.
—Buenas noches María, —papá me desabrochó el abrigo, me lo quitó y se lo dio a María que lo colgó en el ropero. Cuándo se giró, vi que llevaba un plug en el culo con un gran penacho de pelo a modo de cola.
Tiró de la correa y me condujo a un amplio salón dónde sentado en un gran sillón de orejas había un hombre, más bien grueso y muy mayor, rondando con toda seguridad los setenta. Estaba desnudo y se le veían nítidamente los tatuajes que le cubrían los brazos y el pecho. Entre sus piernas, por debajo del pliegue de su enorme la tripa y semi oculta por una mata de pelos blancos, se vislumbraba algo que podría ser su polla. A sus pies, tumbada, había una chica muy joven y desnuda, de no más de veinte años e inconfundibles rasgos asiáticos: posiblemente filipina. El hombre apoyaba uno de sus pies sobre ella, que a su vez le chupaba el otro pie. Al vernos, dio una patadita a la chica para que se apartara mientras se levantaba para saludarnos.
—Buenas noches Paco, —dijo papá estrechándole la mano, y mirando a la filipina, añadió—. Tienes una nueva.
—No, no, he vendido a Georgeta: ya estoy mayor para estar entrenando, además, era una gilipollas.
—Sí que lo era, pero estaba muy buena.
—¿Y esta que? —dijo Paco obligando a levantarse a la filipina—. Se llama Evelyn. Parece una cría, pero tiene veintiocho años. Y lo mejor: esta entrenada y muy bien.
—Es preciosa, y muy pequeñita: me encanta.
—Así es más manejable. Le faltan tetas, pero se lo van a solucionar el mes que viene.
—Perfecto.
Permanecí en silencio muy atenta a lo que se hablaba, y la sola idea de que papá me vendiera me aterrorizaba, pero al mismo tiempo me excitaba: me resultaba atrayente la idea de pasar de mano en mano cómo una mercancía. Pero eran pensamientos confusos, porque no quería separarme de papá por nada del mundo.
—Te aseguro que a pesar de que no tiene tetas me ha costado una pasta, pero ha merecido la pena. Estoy encantado, tanto que es la que duerme conmigo y María ahora duerme en el suelo con el perro y se encarga de las cosas de la casa.
—¿Y no ha dicho nada? Es tu mujer.
—Nada que no resuelva un par de hostias. Pero ya la conoces, es lo que la va. Igual que a esta, —dijo señalando a Evelyn—. Las tengo funcionando continuamente. Encuentro más gratificante mirar: ya no estoy para muchos trotes. Bueno, preséntame a tu hija.
—Paco, esta es Anita: mi nena, —Paco me sujetó la cara con las dos manos y me morreo. Noté su repugnante lengua explorando mi boca, pero al mismo tiempo una punzada de placer me atravesó el clítoris cómo un alfiler.
—Se la ve muy receptiva y sabe muy bien. Además, es guapísima: no cabe duda de que ha salido a su madre.
—Gracias a Dios, —dijo papá y los dos se pusieron a reír mientras papá le entregaba mi correa.
Paco se sentó en el sillón y con la correa de la mano me estuvo mirando con detenimiento mientras permanecía de pie. Con el dedo me hizo una señal para que me girara y lo hice. Después me hizo arrodillar entre sus piernas.
Mientras, papá se había desnudado y se sentó en el sillón de al lado. Llamó a Evelyn, la sentó sobre sus rodillas y empezó a sobetearla concienzudamente y a besarla. Mientras Paco me miraba yo miraba a papá. Sentí celos: no me gustó nada verle con otra.
—Presta atención, —dijo Paco después de dar un fuerte tirón de la correa. Me atrajo hacia él y empezó a morrearme otra vez mientras me llevaba las manos a la espalda y unía mis muñequeras. Se separó y con las manos recorrió todo mi cuerpo, me pellizcaba los pezones, me agarraba el trasero y cuándo finalmente colocó una mano en mi chocho comprobó que estaba totalmente húmeda.
Mientras papá había puesto a Evelyn de rodillas y la había metido la polla en la boca. La costaba trabajo manejar una polla de ese tamaño.
—María, quítale los zapatos a Anita, —ordenó Paco e inmediatamente sentí cómo me los quitaban. Me inclino hacia un lado mientras su mano descendía por el trasero, los muslos y los tobillos. Estuvo un buen rato tocándome los pies, y noté cómo su patética pollita empezaba a reaccionar contra mi muslo mientras yo veía en primer plano cómo Evelyn le seguía chupando la polla a papá.
—Sabía que te iban a gustar sus pies, —dijo papá—. A mi me encantan.
—Luego haré algo con ellos, que tenemos mucha noche por delante. ¿Ha estado con alguna mujer?
—No, nunca.
—¿Te parece que la iniciemos?
—Cómo quieras: ya sabes que esta noche es tuya.
—María, ponte debajo y chúpala el chocho, —dijo Paco mientras me incorporaba y me inclinaba la cara sobre su polla. Aunque no la veía, note cómo se tumbaba bocarriba y empezaba a chuparme la vagina mientras me introducían una polla que no tenía nada que ver con la de papá.
Nada más que notar la lengua de María en la vagina empecé a reaccionar al mismo tiempo que la polla de Paco lograba alcanzar un tamaño aceptable. Aun así, para metérmela toda tenía que apretar la cara contra su peluda tripa. Notaba cómo el deseo se adueñaba de mí, pero tardé más de lo normal en correrme, y eso que María sabía lo que hacia.  Cuándo lo conseguí, pegué la vagina contra la boca de María, pero no se quejó, al contrario, bebió los fluidos que solieron de mi interior. De todas maneras no fue cómo los orgasmos que me provoca papá: ni mucho menos.
Cuándo me recuperé, volví a chupar la polla de Paco con la certeza de que a pesar de la erección debía de estar muerta. Evelyn no iba mejor con la de papá y eso que estaba utilizando las manos.
—¿Me la prestas un segundo Paco?
—Claro, —respondió. Me levanté, me arrodille ante papá y comencé a chupar. Un par de minutos después se corrió en mi boca.
—No te lo tragues y mantenlo en la boca, —me ordenó. Se levantó, me ayudo a levantarme y cogiendo a Evelyn del brazo la acercó a mí—. Besaros.
Comenzamos a morrearnos mientras la leche de papá se escapaba por las comisuras de los labios. Rápidamente, Paco llamó a María para que siguiera chupándole la polla: tampoco consiguió nada. Al cabo del rato, la dio un empujón con el pie y la tiro al suelo.
—Vamos puta, tráeme un Bourbon, —María se levantó rápidamente y se fue hacia el bar—. Cada día me cuesta más correrme: serán los años.
—Nos ha jodido, ¿qué quieres? —dijo papá cogiendo a Evelyn de la mano y sentándola sobre sus muslos mientras que Paco me puso de rodillas para que siguiera chapándosela. Cuando regreso María, le dio la bebida y después de una indicación se arrodilló y se puso también a chupar.
Mientras lo hacíamos, nuestros labios se encontraban y me iba poniendo a cien, no hasta el punto de correrme pero si me resultaba muy placentero. Paco se dio cuenta, alargo la mano y me soltó las muñequeras dejándome las manos libres.
—Vamos, tocaros, —ordenó e inmediatamente nos pusimos a sobarnos mientras nuestras bocas se buscaban con deseo. Estuvimos así un rato, hasta que Paco se levantó y nos empujo para que nos tumbáramos sobre la alfombra—. Comeros los chochos.
Cambiamos de posición y empezamos con el 69 mientras Paco acercaba una silla y se sentaba a nuestro lado, para vernos desde más altura. María si llego al orgasmo, pero yo no, aunque me quedaba cerca.
—Que silenciosa es tu hija, —dijo Paco.
—Que va, al contrario. Lo que pasa es que no se ha corrido bien.
—¡Joder! ¿Y eso?
—Porque solo se corre de verdad si interactúo con ella. ¿Quieres verlo?
—Claro que quiero verlo, —Papá se levantó y cogiéndome de un brazo me hizo poner de rodillas.
Me dio unos manotazos en la parte interior de los muslos para que los separara y colocó la palma de la mano sobre mi vagina. Con la mano izquierda me agarró del pelo y tiro hacia atrás mientras empezaba a estimularme. Fue muy rápido, en menos de un minuto estaba chillando con todas mis fuerzas mientras mis abdominales se contraían y se cuadriculaba. Cómo recompensa, papá me estuvo besando mientras me mantenía agarrada del pelo.
—¡La hostia! Estás dos zorras se corren con solo mirarlas y tu hija depende de ti para su placer. ¿Cómo lo has conseguido?
—Es que soy muy bueno, —dijo papá riendo. Después me hizo una indicación para que siguiera con María.
Durante varias horas estuvimos jugando y no fuimos capaces de conseguir que el viejo se corriera. Incluso en una ocasión, mientras Evelyn y yo le comíamos la polla y el ano, el abofeteaba a María, pero ni así, y eso que se notaba que a ella le gustaban las bofetadas. Finalmente, cuándo conseguimos una erección aceptable me cogió por detrás y me la metió por el culo. Estuvo esforzándose, pero ni aun así. Al final desistió. Se sentó en el sillón y se dedicó a mirar y a beber bourbon. 
A eso de la cinco de la madrugada, papá me tumbo bocarriba y le dijo a Evelyn que se pusiera a cuatro patas cabalgando mi boca y a María que me chupara el chocho. Papá se puso de rodillas detrás de la filipina y la penetró. Al principio se quejó un poco: está claro que nunca la habían metido una polla cómo la de mi padre.
Sentía una sensación extraña. Sentía muchos celos al ver cómo se follaba a otra: y a corta distancia. Pero entonces paso algo. Con el ir y venir de su polla, Evelyn segregaba y me salpicaban la cara. Por supuesto no era mucha cantidad, pero si lo suficiente cómo para notar cómo las gotitas impactaban en mi cara. Con la lengua la lamia el clítoris intentando recoger algo más y saborearlo, mientras María hacia en mi vagina un trabajo concienzudo. Tuve un orgasmo y luego otro, al igual que Evelyn. Entonce papá se corrió, pero antes de eyacular la sacó y me la metió en la boca regalándome su semen. Estuve chupándola un buen rato, limpiándola concienzudamente: no quería que quedaran restos de otra mujer.
—¿Dónde tienes el arnés ese con doble polla? —preguntó a Paco incomparándose. Este le hizo una indicación a María que salio volando en su busca. Un par de minutos después regresó y se lo dio a papá.
Me hizo poner de rodillas y me introdujo en la vagina la parte interna. Después me apretó las correas para que no se me saliera y después de morrear a María un rato la hizo tumbarse bocarriba y separar las piernas. Me colocó entre sus piernas e inclinándome sobre ella la penetré con mucho cuidado: no quería hacerla daño. Empecé a follarla y según lo hacia me follaba yo misma. María desfrutaba cómo una loca y buscaba mis labios para comérmelos y me ofrecía la lengua que aceptaba sin dudar. Después de un rato, papá se puso a acariciarme el trasero e introdujo un dedo en mi ano. Fue automático: me corrí. Mientras lo hacia, me descontrole y era incapaz de mantener el ritmo. Papá me dio unos azotitos en el trasero para animarme a seguir y eso hice. Continúe apretando a María mientras mi cuerpo se cubría de sudor y María encadenaba orgasmos. Entonces papá repitió la operación: metió un dedo en mi ano y al momento me volví a correr. Me quede sobre ella y cuándo me recupere un poco la estuve besando por todo lo que tenía a mano. Ahora comprendo por qué papá lo hace conmigo: siempre que terminamos se tira un rato largo besándome. A mí me gusta: me siento deseada. Espero que María sienta lo mismo.
Llegamos a casa cuándo las primeras luces de la mañana rompían la noche. Estaba agotada. Tanto que me costó subir las escaleras. Nos duchamos rápido, nos metimos en la cama, y antes de que apagara la luz, ya estaba dormida.











sábado, 14 de mayo de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 8)


Papá me hizo bajar del coche tirando de la correa del collar de cuero que previamente me había puesto en el cuello. Me grababa con una cámara de video. El collar era ancho e incomodo y me obligaba a tener el cuello muy estirado, y solo podía girarlo con dificultad.
Hacia fresco a pesar de ser agosto, seguramente consecuencia de los montes cercanos. Cuándo descendí del coche, papá me hizo quitar el vestidito que llevaba y los pezones se me pusieron duros cómo piedras. Me quede completamente desnuda, solo con las sandalias de doce centímetros de tacón: ya había salido sin ropa interior del camping.
Eran las dos de la madrugada y estábamos en un polígono industrial del extrarradio, dónde, en algunas zonas, trabajaban a destajo una nube de putas de todas las razas. Papá, había estado hablando con uno de los chulos y desde el coche vi cómo le daba algo de dinero. Después, nos situamos en el extremo de la calle dónde no había nadie trabajando.
Me puso unas muñequeras de cuero y las unió por la espalda. Tirando de la correa me hizo pasear por la calle. Estaba aterrorizada y excitada a la vez: posiblemente más lo último. Cuándo paró el primer coche se me aflojaron las piernas y sentí una punzada en el clítoris.
—¿Y esa? —preguntó el desconocido a través de la ventanilla.
—¿Qué la pasa? —respondió papá apoyando la mano en el techo del coche mientras con la otra mantenía sujeta la correa de mi collar.
—¡Joder! Que la llevas atada.
—Es que hay que domarla antes de ponerla a trabajar. Es un poco desobediente, ya me entiendes.
—Entonces, ¿no está trabajando?
—Todavía no ¿te gusta?
—Ya lo creo, esta buena de cojones y se la ve muy jovencita.
—Tiene diecinueve añitos, —y sobeteándome las tetas añadió—: y sí, esta muy buena.
Yo ya estaba muy excitada, pero con la conversación me puse al borde del orgasmo. Noté cómo mis fluidos empezaban a resbalar por el interior de mis muslos y papá también se percató.
—Es una puta muy salida, mira cómo esta ya, —dijo papá obligándome a separar las piernas ante el desconocido que flipaba en colores.
—¿Cuánto quieres por ella? —al oír la pregunta no lo pude evitar, se me contrajo el abdomen se me agito la respiración y me corrí cómo una perra, ante la satisfacción de papá y el asombro del desconocido.
—Ya te he dicho que no está trabajando.
—Doscientos euros por chupármela.
—No, no insistas. Sigue la calle, más adelante veras a sus compañeras. Seguro que encuentras alguna que te guste.
—Ya, pero es que yo quiero a esta zorra y suelo conseguir lo que… —hizo ademán de abrir la puerta, pero desistió. Papá se levantó un poco la camisa y enseño al desconocido la cacha de la pistola que llevaba metida en la cintura del pantalón.
—Te repito que sigas más adelante: es lo mejor para todos, —dijo papá con una sonrisa y mirada penetrante.
—Vale, vale, tranquilo: ya me voy. Pero es una pena, podría llegar a los trescientos, —papá no dijo nada mientras mantenía la mirada al desconocido. Finalmente, arrancó y siguió calle arriba.
Me hizo arrodillar, se sacó la polla, me la metió en la boca y comencé a chupar. Mientras lo hacia, veía la cacha de la pistola y me excitó otra vez tanto que me volví a correr. No se corrió en mi boca, me agarró por el pelo y lo hizo en mi cara. Después, con la polla estuvo rebañando el semen y llevándolo a mi boca.
Papá miró hacia el final de la calle y vio cómo el desconocido hablaba con el chulo y señalaban hacia nosotros. Desnuda y sin desatarme, me hizo subir al asiento de atrás del coche, arrancamos y nos fuimos rápidamente del polígono.


Estuvo mucho tiempo conduciendo. Tumbada en el asiento trasero veía el formidable espectáculo de una noche sin luna, rasgado ocasionalmente por las luces de los vehículos que nos cruzábamos. Paramos, pero no apagó el motor. Al salir, vi que estábamos en un gran aparcamiento de camiones que se encontraba semi vacío: no había nadie en las proximidades. Abrió la puerta, metió el cuerpo dentro y me soltó las manos. Después, paso el brazo por debajo y me sacó del coche. Hacia frío y los pezones se me dispararon otra vez. Me abracé e inmediatamente noté el bulto de la pistola en mi vientre. Papá me besó y me dio el vestido para que me lo pusiera. Subimos al coche y seguimos de regreso al camping.


Llegamos a las cuatro y media de la madrugada. Aparcamos fuera y andando nos dirigimos a la autocaravana. Inmediatamente me metí en el baño a evacuar y a ducharme.
—¿Quieres que prepare algo de comer? — me preguntó papá mientras me duchaba.
—No, no me apetece, pero me tomaría un poco de vino.
—¿Blanco o tinto?
—Tinto
Salí de la ducha y mientras me secaba vi que papá ya había preparado las dos copas de vino.
—¿Mañana tienes algo previsto papa?
—Sí. Cuándo te despiertes te vas a la playa, que yo tengo que ir a la agencia a devolver el coche.
—¿Y cómo vas a volver desde Cartagena?
—En el autobús.
—Prefiero irme contigo, —dije mientras dejaba la toalla, me sentaba sobre el y cogía mi copa—. Si no te importa.
—¿Cómo me va a importar? Si quieres venirte vente, pero me voy muy temprano.
—No sabía que tenias una pistola, —dije cambiando de tema después de asentir con la cabeza.
—Me la gestionó el banco. Ya sabes por cuestiones de seguridad.
—Y ¿La has usado alguna vez?
—Solo en el pabellón de tiro: de vez en cuándo hago practicas.
—¡Ah! ¿Sí?
—¿Te interesa? —afirmé con la cabeza—. Cuándo regresemos a casa te arreglo los papeles.
Apuramos el vino y nos fuimos a la cama. Papá me puso de lado y se pegó a mi espalda mientras su mano terminaba en mi vagina. Empezó a estimularme y automáticamente reaccioné apretándola contra su mano. Mientras lo hacia, me penetró y empezó a follarme. No se corrió, pero yo si lo hice varias veces cómo siempre. Finalmente, me quedé dormida en sus brazos.


Un intenso olor a café me despertó, y me sorprendió la cantidad de luz que entraba por la ventana de la autocaravana. Siempre que me pasa eso es porque es muy tarde.
—¿Qué hora es? —dije medio amodorrada.
—Casi la hora de comer.
—Pero tenemos que ir a… —dije incorporándome mientras mis tetas vibraban con el movimiento.
—Cómo me gusta cuándo haces eso, —dijo papá poniéndome una taza de café en la mano—. Ya he llevado el coche y he vuelto.
—¡Joder!
—Te he llamado, pero estabas grogui, —dijo papá riendo mientras se levantaba—. Voy a preparar la comida.
Después de comer y lavar los platos, cogimos las esterillas y cogidos de la mano nos encaminamos a la playa. Ya me he acostumbrado a que le miren a papá la polla más que a mi, y lo que más me divierte es que son los tíos los que más le miran: son unos envidiosos.
Llegamos a la playa y nos sentamos en las esterillas. Nos embadurnamos con el protector solar y me tumbé a tomar el sol mientras papá abría su libro.
Llevábamos un par de horas cuándo de improviso sentí la mano de papá en mi chocho. Me sobresalte un poco porque no me lo esperaba, pero rápidamente separé un poco más las piernas para facilitarle las cosas. Noté cómo el deseo me embriagaba y se
apoderaba de mi. Permanecí con los ojos cerrados: me daba igual que me vieran. Oía conversaciones cercanas y eso me excitaba más. Me sentía extremadamente caliente por la acción de papá y por el sol que pegaba de lo lindo. Cuándo me fui a correr, papá pegó sus labios a los míos para impedir que me pusiera a gemir y montara un escándalo.
Espaciadas por el tiempo en que leía un capítulo del libro, repitió la misma operación un par de veces más con idéntico resultado.
A eso de la siete de la tarde regresamos a la autocaravana. Por el camino fuimos cogidos de la mano, pero se me pasó por la imaginación el ir cogida de la polla de papá. Eso si que hubiera levantado muchas habladurías.
Nos duchamos, y cuándo esperaba que papá me follase, resultó que no y eso me sorprendió porque no era normal: no recuerdo un solo día dónde no me folle, al menos, un par de veces al día. Sirvió un par de copas de vino blanco muy frío, nos sentamos en las tumbonas y nos pusimos a charlar.
—Vamos a cenar, —dijo a eso de la ocho y media—. Te he preparado una sorpresa.
—¿Una sorpresa?
—Sí. Esta mañana he traído de Cartagena marisco y otras cosillas que sé que te gustan. Y de beber: champán.
—¿Champán?
—Y francés: Veuve Clicquot. A tu madre le gustaba mucho esta bodega. Mientras caliento la cena prepara la mesa y cómo no tenemos copas de champán, pon de vino.
Papá había traído caldereta de langosta. Ya estaba preparada, solo había que calentarla. También salpicón de marisco y muchos langostinos, que sabe que me pirran. Menudo atracón que me pegué: no sobró nada. Y además con el champán que estaba buenísimo.
Recogimos la mesa y nos sentamos en las tumbonas con lo que quedaba del champán. Estaba muy hablador, y yo estaba encantada. A veces pienso que papá habla poco porque yo no le dejó meter baza. El lo niega y asegura que le gusta mucho escucharme.
—Que lastima que se haya acabado el cava.
—No es cava, es champán, y hay otra botella.
—Pues eso: me gusta mucho.
—Te vas a emborrachar que ya has bebido mucho.
—Así te aprovechas de mí y me haces lo que quieras.
—Ya lo hago mi amor, —dijo papá levantándose a por la botella.
—Bueno da igual: pues más, —oí a papá reír en el interior de la autocaravana, y cuándo salió seguía riendo—. ¡Jo! ¿Qué?
—¿sabes? Te voy a contar un secreto de tu madre, —dijo papá descorchando la botella y sirviendo en las copas—. Algo que nadie sabe, salvo yo, por supuesto.
—¿Secretos de mama?
—Sí, secretos de mama, —dijo papá arrastrando la tumbona y sentándose a mi lado. Después continuo bajando la voz—. Tu madre tenía… mejor dicho: disfrutaba de una parafilia un tanto especial. ¿Has oído alguna vez hablar del síndrome de la “bella durmiente”? —negué con la cabeza—. Hay personas que se excitan mucho teniendo sexo con personas dormidas profundamente, lo que pasa es que en el caso de tu madre, la que dormía era ella.
—¿Y entonces? ¿Si estaba dormida cómo se…?
—A eso voy, —me interrumpió—. Todo se grababa en video: desde el principio al final. Luego ella lo veía sola, se masturbaba con su vibrador y tenía unos orgasmos tremendos.
—Y ¿Cómo se dormía? —pregunté. Notaba la lengua un poco pastosa, probablemente a causa del vino y un punto de placer empezaba a recorrerme el cuerpo—. ¿Tomaba algo?
—Sí: tomaba una cosa que se llama Propofol. Nos lo proporcionaba un amigo médico de mucha confianza: ya me entiendes. La hizo unas pruebas y recomendó ese compuesto.
—¿Y eso era legal?
—Pues… digamos que no, es solo de uso hospitalario: es una especie de anestésico.
—Y ese médico amigo tuyo… ¿por qué lo hace? Se puede meter en un lío.
—Digamos que es un aficionado muy interesado en ese aspecto de tu madre.
—No entiendo.
—¡Coño Anita! Que se la follaba.
—¿Sí?
—Claro mujer. Es un aficionado a las cosas raras, y te aseguro que tu madre no era la única: tenía varias bellas durmientes.
—¿Y tu también participabas?
—Si, pero no juntos: nos turnábamos. Lo hacíamos una vez al mes, una vez el y a la siguiente yo. A mi no era una cosa que me llamara especialmente la atención, pero a tu madre sí y por eso lo hacia.
—¿Por qué no te gustaba?
—No es que no me gustara, no es eso, tiene su morbo, pero yo prefería oírla chillar y gritar, que es lo mismo que me pasa contigo.
—¿Y solo una vez al mes?
—Eso fue una imposición mía: no me hacia gracia estar inyectándola un anestésico a cada momento.
—¿Sigues teniendo esas grabaciones? No las he visto entre las grabaciones de mama.
—Claro que las tengo, pero en un sitio aparte. Ten en cuenta que ese médico puede terminar en la cárcel por esto.
—¿Cuándo regresemos a casa puedo verlo? —me empezaba a sentir mareada por el champán.
—Y ahora si quieres, —dijo papá levantándose y cogiéndome de la mano. Me levante y me sentí mareada: me costó trabajo encontrar el peldaño para subir a la autocaravana. Me llevó a la cama, que ya estaba abierta y apoyé la espalda en su pecho mientras tecleaba en la tablet. Entonces dio a reproducir un video y vi el cuerpo desnudo e inerte de mama, y a un tipo grande, gordo, peludo y de aspecto repulsivo, al menos eso me pareció a mí, que la manejaba cómo si estuviera muerta. El tipo la tenía en brazos y paseaba por la habitación: a mama se la veía muy pequeña a su lado. Cada cierto tiempo, el tipo elevaba los brazos y le besaba las tetas y el cuello. Después, la deposito en el suelo, acercó una silla y se estuvo masturbando con los pies de mama.
Empecé a ponerme cachonda y papá alojó su mano en mi vagina empezando a estimularme. No vi más, cerré los ojos y notaba cómo si la habitación se moviera. Tuve un orgasmo extraño, raro, ni siquiera sé si lo fue, aunque creo que me corrí.



Aparecí por la puerta de la autocaravana dando tumbos, y deslumbrada por la luz del sol. Fallé al poner el pie y me fui para abajo dándome un golpe impresionante: me caí de cabeza.
Papá, que estaba en la tumbona leyendo su libro, se asustó mucho. Se levantó de un salto y me ayudo a incorporarme. Tenía un rasponazo en el lado derecho de la cara, a la altura de la sien y me dolía un poco el hombro. Me ayudo a sentarme en una silla y me estuvo limpiando la herida.
—Se te va a poner el ojo que se van a creer que te he dado una hostia.
—Me da igual.
—Ya, pero a mí no.
—¡Joder! Y con lo que me duele la cabeza, —me quejé.
—Es que te has dado una buena leche, además de lo que bebiste anoche, —dijo papá entregándome un par de comprimidos de ibuprofeno y un vaso de agua—. Tomate esto: te ira bien para la hostia y para la resaca.
—¿Qué hora es? —pregunté después de tomarme los comprimidos.
—Las cuatro.
—¡Las cuatro! ¿pero por qué no me has despertado antes?
—¿Despertarte? Pero si has roncado y todo.
—¡Yo no ronco!
—¡Joder que no! pero si han venido de la recepción a preguntar que se estaba rompiendo, —me dejó con la boca abierta.
—Eso no es cierto: no ha venido nadie, —papá soltó una carcajada y levantándome me abrazó mientras me besaba. Me cogió de la mano y tirando de mí entramos en la autocaravana. Nos tumbamos en la cama y entonces me percaté de la enorme erección de mi papá.
—¡Hala! ¿Y eso?
—¿Cómo que y eso? Que desde que regresamos del polígono no te he vuelto a oler. Y anoche te hice un dedo y te quedaste trincada.
—¡Jo! Papa. Lo siento.
—Pues te vas a cagar: pienso estar follándote toda la tarde, —y sin más palabras se puso sobre mí y me penetró. Me folló con furia, con saña, mientras me mordía el cuello y me morreaba. Se corrió rápido, y por poco no lo hace antes que yo.
Efectivamente, estuvo toda la tarde follándome, o estimulándome, con manos o aparatos electrónicos, por la boca, por el culo o por la vagina.
A eso de las diez de la noche estaba agotada y papá me dejó tranquila por ese día.
El resto de la vacaciones fueron muy tranquilas. Mucho sexo sin cosas raras, y mucho sol y playa. A finales de agosto regresamos a casa para reemprender nuestra vida cotidiana.