sábado, 6 de mayo de 2017

Entrega total (capitulo 1)



1
Las primeras luces de la mañana se abrían paso en el horizonte, cuándo Paco regresó a casa. Había estado de correrías con un grupo de compañeros de trabajo, y cómo siempre, y aprovechando la ausencia de mujeres en el grupo, terminaron en un puticlub: a ciertas horas, casi el único sitio dónde te sirven copas.
Estaba sereno: nunca bebía alcohol cuándo tenía que conducir. Le gustaba tener el control en todas circunstancias. Aunque esa costumbre tenía sus inconvenientes: siempre tenía que llevar a casa a un par de damnificados de la juerga nocturna.
Subía por las escaleras, y un poco antes de llegar al rellano de su piso, vio a su vecina Marta sentada en el suelo con el hombro y la cabeza apoyada en la pared. La gabardina abierta dejaba ver casi la totalidad de sus piernas porque la falda estaba arremangada casi hasta las ingles, y gracias a las medias negras no se le veía el tanga: solo se le adivinaba. Nada más verla comprendió que estaba borracha cómo una cuba. De un vistazo comprobó dos cosas: tenía las llaves de la mano y la faltaba un zapato. No se preocupó por él porque el pie descalzo, sobre todo la media, presentaba muestras inequívocas de que había estado andando sin él. Vio que las uñas de los pies las tenía pintadas de color rojo intenso, y aunque no le produjo una erección desaforada, si se la puso morcillona. Era una situación nueva para él y le ponía.
La zarandeo suavemente para ver si se despertaba pero resbaló lentamente hacia atrás y se quedó tumbada sobre los peldaños bocarriba resbalando un poco hacia abajo. El jersey se le subió dejando al aire un decorado ombligo con un piercing.
—«¡Anda! que estás buena, pero de alcohol» —pensó Paco mientras la cogía la llaves de la mano. Abrió la puerta del piso de Marta, encendió la luz y la levantó en brazos. Pasó con ella y con el pie cerró la puerta.
Mientras avanzaba por el corto pasillo buscando el dormitorio volvió a pensar en el pie: era bonito y atrayente. Entró en el dormitorio y la dejó cómo un fardo sobre la cama: estaba cómo muerta. La quitó la gabardina a tirones y estuvo tentado de seguir con el resto de la ropa, pero se contuvo. El mismo se sorprendió. Era consciente de que no era una buena persona, era un cabrón: no le importaba y lo tenía asumido. Trabajaba en una financiera internacional cómo jefe de división, y eso le hacia ser un mal tipo por elección: el engaño y la manipulación eran su guía en la vida. Pero Marta era su vecina y aunque no tenía relación con ella, poco más que saludarse en la escalera, no le parecía bien aprovecharse.
Ya que estaba allí y tenía ocasión, se puso a cotillear por la casa. La recorrió dando un vistazo y comprobó que no era muy ordenada aunque se la veía limpia. Regresó al dormitorio donde Marta seguía KO, y se puso a mirar por los cajones de la cómoda. Vio su ropa interior, que no era nada espectacular: bragas, un par de tangas y varios sujetadores de copa grande. No le importó, porque algo que Paco no era, es ser fetichista de la lencería: a las mujeres le gustaba tenerlas totalmente desnudas.
Abrió otro cajón y vio unos cuadernos que llamaron su atención. No eran nada del otro mundo: cuadernos de espiral normales y corrientes. Había ocho y cada uno era de color distinto y de marca variada, pero del mismo tamaño, y estaban numerados. Cogió el que estaba más arriba y lo abrió. Era de doble rayado y estaba escrito con letra clara, aunque no excesivamente bonita. Lo que empezó a leer le llamó poderosamente la atención. Se quitó la cazadora, cogió el resto de cuadernos y se sentó en la descalzadota que había junto a la cama. El número uno tenía fecha de ocho años antes y terminaba el 31 de diciembre. Cada cuaderno correspondía a un año. Los estuvo ojeando porque quería centrarse en los dos últimos. Vio claramente una progresión en un pensamiento de sumisión insatisfecha. Una mujer frustrada que necesitaba urgentemente sentirse realizada con alguien que la marcara el camino, y llegó a la conclusión de que el hombre que lo consiguiera tendría una pareja sumisa y obediente para siempre. Esos pensamientos provocaron una erección definitiva en Paco, cuándo imaginaba todo lo que podía hacer con Marta y el potencial que había en ella.
No lo pensó más, se levantó y a tirones la sacó la ropa que la quedaba, que no era mucha. La miró detenidamente. No era un bellezón, pero era manifiestamente mejorable: definitivamente tenía potencial. Según su criterio, las mujeres treintañeras están en la mejor época de su vida. También comprobó que no era rubia natural: el pelo púbico la delataba. Sin lugar a dudas algo a solucionar. La levantó en brazos y la llevo al baño. La dejó en el suelo, la incorporó poniéndola la cara sobre el váter y la
introdujo los dedos en la boca provocándola el vómito. En ese momento pataleo un poco: nada que Paco no pudiera controlar. Después volvió a quedarse cómo muerta y la llevó de nuevo al dormitorio. Acercó la descalzadora, se sentó, y agarrando los pies de Marta empezó a frotarse la polla con ellos.
Siguió leyendo y empezó con el último cuaderno, el más reciente en el tiempo, que fue revelador.
«Me voy con cualquier hombre buscando no sé muy bien que: seguramente un placer inalcanzable para mí… me la meten en la boca, me follan cómo los conejos, hacen conmigo lo que quieren, pero no consigo nada… me he convertido en una gran fingidora: cuándo me impaciento finjo… hace mucho tiempo que no sé lo que es un orgasmo, si es que lo he sabido alguna vez. Posiblemente no».
Paco se quedó pensativo analizando las párrafos que acababa de leer mientras seguía frotándose con los pies de Marta que seguía cómo muerta. Cuándo notó que estaba a punto de correrse, se levantó, se acercó a su cara y abriéndola la boca con la mano, eyaculó en su interior llenándola de esperma. Sintió cierto placer suplementario viendo cómo le resbalaba el semen pos la comisura de los labios.
Se sentó otra vez en la descalzadora y siguió leyendo con los pies de Marta nuevamente sobre su flácida polla.
«Todo lo que me pasa es culpa mía y necesito ser castigada… yo misma lo intento y me azoto con la fusta, pero no golpeo con la suficiente fuerza… ¿existirá el hombre que me castigue y me domine cómo yo necesito?»
—Claro que si pequeña, —dijo en voz alta Paco levantando la vista del diario brevemente para mirarla—. Si lo que quieres es castigo, no te preocupes que te vas a cagar.
«Esta es mi última anotación. Mi vida esta vacía y no tiene ningún sentido. He tomado una decisión. Voy a bajar al metro y me voy a tirar».
Levantó la vista del cuaderno y la miró atentamente. Desnuda, medio atravesada en la cama, los pies colgando y un reguero de semen y baba saliendo lentamente por la comisura de la boca. Sintió ternura por ella y empezó a entender lo que había pasado. Fue incapaz de tirarse al metro y acabar con su vida, y ahogó su frustración en alcohol.
Se levantó y dejó los cuadernos en el cajón. Abrió el armario y miró en su interior: no tenia un ropero extenso. Raro en una mujer. Encontró lo que buscaba: la fusta. Se acercó a Marta, la puso bocabajo y la propino un fuerte fustazo en el trasero. Se quejó un poco, pero no se despertó. Paco comprobó cómo el fustazo dejaba una marca rojiza en su piel. Pasó la mano y sintió con cierto placer el relieve del verdugazo.
Con una mano la echó por encima la ropa de la cama, cogió su cazadora y salio de la habitación apagando la luz. Miró la hora: eran las siete y media, —«esta, cómo muy pronto hasta después de comer ni se menea»— pensó mientras salía del apartamento con las llaves de la mano.
Ya tenía un plan: sabía muy bien lo que tenía que hacer.

2
Estuvo durmiendo hasta la hora de comer. A esa hora, se levantó y después de ducharse comió algo ligero. Se vistió en plan informal, con unos vaqueros y una camiseta ajustada que marcaba un poco sus músculos. Paco era un hombre que se cuidaba, y a pesar de sus casi cincuenta años, le faltaban unos meses, su aspecto era envidiable. Para él era parte de su personalidad arrogante, autoritaria y dominadora. Entendía que tenía que serlo para mantenerse a su edad en el puesto que ocupaba en la compañía. Era un lobo, el puto macho alfa, y muchos lobeznos que habían intentado quitarle su privilegiado puesto, habían terminado inclinándose ante él ofreciéndole el cuello. Su extensa experiencia y su conocimiento del área de las inversiones internacionales le hacían tener unas cifras espectaculares, y no tenía el más mínimo escrúpulo en deshacerse de cualquiera que pudiera ser una amenaza a su estatus. Eso sí, la dominación sexual no era lo suyo. Es cierto que le gustaba llevar la iniciativa cuándo tenía una mujer en la cama, pero de ahí a ser un “master” había un mundo.
Se puso una chaqueta y con paso decidido, y las llaves de Marta de la mano, se encaminó a un encuentro que debía de ser crucial: había decidido entrar a lo bestia, sin chorradas ni miramientos. La iba a dominar desde el principio sin concederla la más mínima oportunidad de decisión.
Salio al rellano e introdujo la llave en la cerradura. Al entrar vio que todo seguía
igual y que Marta debía seguir durmiendo. Entró en el dormitorio, encendió la luz y apartó de un tirón la sabana que aun cubría su cuerpo desnudo.
Tardó en reaccionar: estaba claro que no se había recuperado. Lentamente se tapó la cara con la mano para protegerse de la hiriente luz artificial. Después miró a Paco y se sobresaltó al tiempo que era consciente de su desnudez. Instintivamente cogió la sabana e intentó cubrirse y mientras le miraba sin entender nada, se incorporó.
—¿¡Por qué te tapas!? —la chilló mientras avanzaba hacia ella—¿Te he dicho que lo hagas?
Con ojos temerosos dejó caer lentamente la sabana mientras se sentaba sobre la cama.
—Te he hecho una pregunta. ¡Responde! —Marta se limitó a contestar meneando la cabeza.
Paco se sentó en la descalzadora y la llamó con la mano señalando el espacio entre sus piernas. Un tanto indecisa obedeció: bajó de la cama un poco desorientada y se sitúo entre las piernas de Paco mientras intentaba taparse con las manos.
—¡Las manos a la espalda y de rodillas! —ordenó tajante y Marta obedeció. Cuándo la miró de frente, vio que aun tenía restos secos de semen en la mejilla. La imagen le provocó una primera erección—. ¿Sabes cómo te encontré anoche?
Marta se limitó a negar con la cabeza mientras bajaba la mirada.
—Mírame a la cara, —y la ayudo levantándola la barbilla con el dedo. Miró sus ojos claros y ella le sostuvo levemente la mirada para volver a bajarlos. Sin pensarlo la dio un pequeño bofetón, más bien una torta. Hizo un intento de tocarse la mejilla, pero rectifico y volvió a poner las manos a la espalda—. Te he dicho que me mires.
Levantó la mirada y esta vez la mantuvo sin bajarla. Paco levantó la mano y la acaricio la mejilla y el pelo con ternura.
—¿Cómo te encuentras?
—Me duele mucho la cabeza, —balbució.
—Luego te daré algo para eso. Anoche te encontré borracha e inconsciente en el rellano de la escalera. ¿Qué tienes que decir? —Marta se limitó a encoger los hombros—. ¿Algo tendrás que decir?
Marta se mantuvo en silencio. Paco notó los deseos casi irrefrenables en Marta de bajar la mirada.
—¿Por qué bebiste tanto? —ante su silencio volvió a propinarla otra bofetada, esta más fuerte.
—Salí a hacer una cosa… algo que no fui capaz de hacer… y… y… entonces me emborraché, —Paco pasó la mano por la mejilla de Marta para recompensarla y a continuación la rozó los labios con la yema de los dedos.
—Muy bien: buena chica. ¿Quieres que te toque? —Marta se encogió de hombros, pero vio en su mirada que si quería. Con la yema de los dedos de la mano izquierda fue descendiendo lentamente por su vientre hasta la zona vaginal, pero sin llegar a tocarlo, mientras la metía un par de dedos de la otra mano en la boca. Vio con nitidez cómo se le nublaba la vista—. Ahora dime, ¿qué era eso que querías hacer y que no fuiste capaz?
A Marta se le escapó una lagrima, al tiempo que intentaba apretar su vientre contra los dedos de Paco. Este, sacó los dedos de la boca y volvió a acariciar la mejilla de Marta.
—Te vendrá bien contarlo: desahógate, —la animó con suavidad.
—Salí a matarme, —dijo después de titubear un poco.
—y ¿por qué querías hacerlo?
—Porque mi vida es una mierda: nadie me quiere.
—¿Por qué dices eso? Yo podría quererte, —dijo Paco mientras bajaba definitivamente más la mano izquierda hasta la zona vaginal—. Solo tienes que ganártelo, pero primero mereces un castigo, porque eso que hiciste anoche no debiste hacerlo: será un castigo acorde a la gravedad de la falta.
Marta reaccionó apretando la vagina contra la mano de Paco, mientras un gesto de placer recorría su rostro. Su respiración se aceleró.
—¿Estás de acuerdo en que mereces un duro castigo? —Marta afirmó con la cabeza y Paco la dio otro bofetón que casi la hizo perder el equilibrio, y eso que estaba de rodillas— ¡Contesta!
—Si…
—¿¡Si, que!?
—Que si merezco ser castigada
—Muy bien, buena chica, pero eso será más adelante: tenemos mucho tiempo. Ahora mismo tengo la polla a reventar ¿qué crees que tienes que hacer? —preguntó mientras insistía un poco más en la vagina de Marta. Separó las manos que tenía a la espalda y desabrochó el cinturón y el pantalón. Metió la mano en la bragueta y extrajo la magnifica polla de 19 centímetros de Paco. Empezó a masturbarle con las dos manos, pero él la rectificó—: hazlo solo con la boca y muy despacio.
Marta se aplicó con sorprendente fervor. La gruesa polla de Paco desaparecía hasta la mitad lentamente en el interior de su boca para volver a salir mostrando toda su longitud. Se notaba que no tenía mucha experiencia, pero si de algo estaba seguro, era de que con el tiempo y la practica lo haría cómo los ángeles. Cuándo notó que estaba próximo a correrse, se levantó y miró desde arriba cómo Marta se engullía su polla. Finalmente, se corrió llenando su boca de su abundante semen que se salía por la comisura de los labios. Cuando sacó la polla, todo el semen cayó al suelo mezclado con babas en hilillos interminables.
A estás alturas Marta no comprendía nada. Estaba en un estado de total confusión y de total excitación a partes iguales. Sentía un deseo irrefrenable de obedecer a un tipo al que solo conocía de vista, del que no sabía ni su nombre, que se había colado en su casa, la había abofeteado y se había corrido en su boca. A pesar de todo, se sentía extrañamente feliz obedeciéndole.
—Acabas de cometer otra infracción que merece castigo: has desperdiciado mi semen dejándolo caer al suelo, —dijo Paco, y cogiéndola del pelo la acercó a la descalzadora dónde se sentó. La puso bocabajo sobre sus piernas y empezó a darla fuertes azotes en el trasero. Mientras los contaba en voz alta, Marta intentaba protegerse el culo con las manos. Entonces se quitó el cinturón y siguió con el sin importarle dónde caía el golpe: en el trasero o en las manos. Le dio treinta, y cuándo termino, la dejó caer al suelo mientras lloraba desconsolada. Se arrodilló a su lado, la puso bocabajo y sujetando fuertemente sus manos a la espalda, empezó a masturbarla. Un par de minutos después, estaba berreando cómo una zorra con un primer orgasmo que la dejó inerte y sudorosa.
La dejó recuperarse un poco, y después la levantó del suelo, se sentó en la descalzadora y la colocó otra vez de rodillas entre sus piernas.
—Esto ha sido una pequeña muestra de lo que te ofrezco. Conmigo no te tienes que preocupar de nada. Yo lo decido todo: yo ordeno y tú obedeces sin rechistar. Así de simple. Te llevaré a unos niveles de placer que ni imaginas. A un nivel dónde el placer y el dolor se dan la mano: considero que necesitas ser castigada constantemente. Si te vienes conmigo dejas de tener voluntad: tu cuerpo, tu alma, tu espíritu, son míos para hacer lo que quiera, —según escuchaba las palabras de Paco, Marta notaba cómo se humedecía otra vez— también dejaras tu trabajo: vivirás de mí y yo te proporcionaré todo lo que necesites. Te aseguro que no te faltara de nada. Resumiendo: jamás dirás no a lo que te pida. ¿Necesitas pensarlo? —Marta negó con la cabeza— ¿Estás de acuerdo en mis condiciones? Afirmó con la cabeza y cómo recompensa la metió la mano entre las piernas y empezó a frotar con vigor la vagina de Marta que instantáneamente empezó a gemir hasta que se corrió en su mano.
—Bien, pues vamos a casa, —y sin dejarla recuperarse, la agarró por el pelo y se levantaron. Con Marta desnuda salieron al rellano y entraron en la casa de Paco.

3
—Está va a ser tu casa a partir de hoy, —dijo Paco cuando traspasaron la puerta de su ático, que era más del doble de grande que el Apartamento de Marta, y eso sin contar la terraza—. Más tarde te pasaré una lista con tus obligaciones. Todas las cumplirás a rajatabla: sin excepción. Pero resumiendo: dormirás conmigo, te ocuparás de las cosas de la casa, y eso significa que, cómo ya te he dicho, dejaras tu trabajo. Por supuesto, aquí siempre estarás desnuda y siempre disponible para mi: tu cuerpo me pertenece y puedo hacer con él lo que quiera. ¿Alguna duda? —Marta meneó negativamente la cabeza—¡perfecto! Otra cosa: sé que necesitas ser castigada y tienes mucho atraso. Nos iremos poniendo al día en ese tema. Durante la semana el castigo será más suave, pero algunos fines de semana iremos a la casa que tengo en el campo. Allí puedes chillar todo lo que quieras que nadie te va a oír, y te aseguro que lo vas a hacer.
Instintivamente, Marta se llevó la mano al chocho. Estaba terriblemente excitada y las palabras de Paco la habían puesto a cien. A pesar del terrible dolor de cabeza, su mente intentaba comprender que la estaba pasando, por qué se sentía feliz escuchando las terribles y amenazantes palabras de su amo. No se sentía con fuerzas para enfrentarse a él, ni quería. Ahora mismo su máximo deseo era que la maltratara con saña y que la follase con violencia.
     —No me importa que te toques, pero me tienes que pedir permiso, —inmediatamente dejó de tocarse.
     —Lo siento… yo… no sé como te llamas, —dijo como avergonzada.
     —Me llamo Paco, pero aquí en casa, cuándo estemos solos, siempre te dirigirás a mi como amo. Creo que te llamas ¿Marta?
—Si amo.
En el fondo, Paco estaba sorprendido de lo fácil que estaba resultando todo. Tenía previsto haber hablar mucho más, pero Marta había entrado al trapo rápidamente. Se empezaba a dar cuenta de hasta que punto había encontrado un chollo increíble: iba a tener una esclava en casa, en pleno siglo XXI.
—¿Y bien?
—Quiero tocarme amo.
—Muy bien: puedes hacerlo, pero ponte de rodillas y separa bien las piernas. Quiero ver cómo te corres cómo una perra salida, —se puso de rodillas mientras Paco se sentaba en el sillón. Empezó a masturbarse con mucho brío y a los pocos minutos tuvo un orgasmo que la hizo retorcerse mientras su chocho chorreaba.
—Ahora que te has corrido con mi permiso, lo siguiente que vamos a hacer será lavarte, que te hace falta, y a continuación, te voy a estar follando y castigando hasta la hora de la cena, —dijo dándola un azote en el trasero. Marta dio un chillido y se acarició el trasero—. Vamos, desátame los cordones de los zapatos—. Marta de arrodillo a sus pies y se afanó en cumplir la orden mientras Paco empezaba a desnudarse. Después, la agarró por el brazo y la llevó hasta la ducha. Entraron en ella y se dispuso a lavarla la cabeza, —las manos en la nuca, —ordenó cuándo terminó y Marta obedeció de inmediato. Pasó sus manos jabonosas por el cuerpo de su nueva esclava. Con detenimiento recorrió sus tetas y comprobó que efectivamente, aunque no eran espectacularmente grandes, estaban pero que muy bien. Trasero no tenía mucho, y eso le complació porque no le gustaban las mujeres culonas. Las piernas estaban bien formadas, aunque con ejercicio físico mejorarían. Tobillos finos y unos pies perfectos: ya los conocía después de masturbarse con ellos la noche anterior.
—Siéntate en el suelo y separa bien las piernas, —cogió una maquinilla de afeitar y después de enjabonarla bien el chocho comenzó a afeitarla. Marta de dejo hacer con cierto deleite y su respiración se empezó a acelerar mientras el ritmo cardíaco se disparaba. Cuando término, la metió un dedo por la vagina y con la palma de la mano empezó a frotarla el clítoris. Cuándo notaba que estaba al borde del orgasmo, paraba y a los pocos segundos volvía a empezar. Así estuvo cuatro o cinco veces mientras el agua de la ducha caía sobre ellos. Finalmente, la hizo poner de rodillas y metiendo la mano entre sus piernas, la empezó a frutar hasta que se corrió otra vez en la palma de la mano, mientras su cuerpo convulso se apoyaba en su brazo. Esta vez si chilló de placer.
—Mañana, como es domingo, vamos a ir a El Rastro: quiero empezar a comprar cosas. Luego vamos a ir a Fuencarral para comprarte ropa que la que te he visto no me gusta: conmigo vas a enseñar mucha más carne. Te voy a convertir en un pibón para poder exhibirte. Saldremos temprano que hay mucho que hacer y porque antes de salir te voy a follar: así será todos los días sin excepción. Cuando me vaya a trabajar te voy a dejar bien follada. ¿Está claro?
    —Si amo.
    —Pues ahora que ya estas limpia, vamos a empezar, —dijo sacando una corbata del armario ante los ojos expectantes de Marta.—. Esto servirá. Date la vuelta.
    Marta se giró y Paco ató sus manos a la espalda. La empujó hacia la cama, y abriéndola las piernas la introdujo la polla en la boca mientras empezaba a comerla el chocho. Marta, que desde que la despertó Paco está en una situación de excitación permanente, explotó rápidamente en un orgasmo que hizo que, sin poder remediarlo, la polla se saliera de su boca. La respuesta fue fulminante y recibió el castigo correspondiente: cogió un cinturón y tapándola la boca con fuerza empezó a golpearla con saña en el vientre. Marta pataleaba y Paco la daba más fuerte hasta que finalmente se cansó.
    —¡No vuelvas a sacarte mi polla de boca! —y la volvió a meter mientras Marta seguía llorando. Volvió a separarla las piernas y siguió chupando y a los pocos segundos notó como su flamante esclava volvía a correrse. «¿Será multiorgásmica esta zorra?» Pensó mientras insistía en comerla el chocho. Unos minutos después notó como tenía otro confirmando su suposición.
—«Este es el chollo de mi vida: ninfómana reprimida, masoquista, sumisa» —pensaba Paco mientras veía el cuerpo sudoroso y con ligeros espasmos de Marta tirado en el suelo—. «Esta zorra no se me escapa».


jueves, 27 de octubre de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 17)


Es difícil de explicar lo que significo para mí la llegada de Blanquita. Por un lado tenía una amiga, que de ninguna manera dañaba la relación que tenía con papá, y por otro lado tenía a alguien sobre la que tenía cierto control, sin olvidar, que el control total, absoluto y sin discusión lo tenía papá.
Entró rápidamente en el rol de sumisión frente a papá, un hombre que exige control absoluto, y aceptaba de buen grado mi control, si se puede llamar así.
Lo que más me sorprendió de ella fue que no se sorprendió, valga la redundancia, cuándo se enteró de que éramos padre e hija: lo aceptó cómo si fuera lo más normal del mundo.
Durante la semana, vivía en su casa, sola, ya que no tenía familia en Madrid, pero los fines de semana se venía con nosotros, ya fuera a nuestra casa o fuera de la capital: desde entonces siempre nos acompañaba en nuestras salidas.
En casa siempre dormía con nosotros, por eso, papá cambió la cama de metro y medio por una especial de dos metros: quería tenernos siempre a mano. Los viernes llegaba con papá directamente del trabajo y lo hacia con muy poca ropa, solo lo básico: sabía que, salvo excepciones, no le iba a hacer falta.
Un día fuimos a su casa, un pequeño apartamento en la zona de Pacifico, a inspeccionar su ropero: pocas veces me he reído tanto, incluso papá lo hizo. Tiramos a la basura la mitad de lo que tenía y acto seguido nos fuimos a la Gran Vía de compras. Hicimos varios viajes al coche para dejar bolsas. Mientras íbamos de una tienda a otra, Blanquita y yo lo hacíamos cogidas de la mano, y en ocasiones nos besábamos en los labios mientras nos acariciábamos el trasero. Papá, un par de metros por detrás, nos miraba complacido mientras nos grababa con la GoPro que llevaba sujeta al cinturón del pantalón. Lo que nos pudimos reír cuándo regresamos a casa visionando la grabación. Quedó patente que Blanquita también le iba lo de exhibicionismo.
La fue introduciendo en el mundo del sado poco a poco y lo fue aceptando de buena gana. Primero con pequeñas ataduras, pero con el tiempo con toda la parafernalia del sótano. Finalmente, recuerdo que era sábado, después de comer, la hizo pasar por lo que yo llamo la “prueba de la mesa” y que por lo menos, a mi, me entusiasma. Papá me dejó prepararla, y feliz cómo una lombriz empecé atando los antebrazos por detrás de la espalda. 
—¿Me va a hacer daño? —preguntó un poco asustada mientras la ayudaba a tumbarse sobre la mesa.
­—Hoy no, pero una vez que empiece no hay vuelta atrás. Aunque supliques no parara
hasta la hora de cenar.
—Me estás dando miedo, —dijo forzando una sonrisa para enmascarar los nervios.
—Te garantizo que jamás experimentaras algo como esto, —respondí terminando de atar las piernas, bien abiertas y flexionadas hacia arriba. Apreté las cuerdas, tal vez más de lo debido para impedir que pudiera moverse lo más mínimo.
—Ya está papá, —dije mirándole. Estaba tecleando en el ordenador portátil.
—Empieza tú que ahora estoy ocupado, pero solo lengua: ya sabes cómo hacerlo.
Coloque la silla junto a la mesa, me senté y contemplé con detenimiento la esplendida imagen de la zona genital de Blanquita, totalmente expuesta y a mi disposición. Me incliné y besé sus labios vaginales. Los separé con la lengua y recorrí su vagina en toda su longitud una y otra vez. Deguste un sabor que ya conocía perfectamente. Después de mucho insistir se abrió la caja de las maravillas y alcanzó el primer orgasmo. Insistí y al cabo de un rato llegó el segundo y así, con una cadencia espaciada fueron llegando, aunque ni mucho menos con la rapidez con que yo los alcanzo. Después me relevó papá y la saboreo hasta que se cansó, momento en el que el vibrador comenzó a
actuar. Cuándo papá ocupaba la silla, me metía bajo la mesa y le chupaba la polla hasta que se corría. La cambio el plug anal que llevaba por uno mucho más grueso y comprendí que esa noche Blanquita dejaría de ser virgen por el culo, y me sentí feliz por ella.
Todo terminó casi cuatro horas después. La desaté las piernas y con una toalla la estuve secando el sudor y a continuación la hidrate con una bebida isotónica. Estaba tan agotada que cuándo se puso definitivamente de pie, las fuerzas la abandonaron y las piernas no la sujetaron: no cayó al suelo porque papá y yo lo impedimos.
Después de cenar, estuvimos un rato largo charlando mientras tomábamos una copa. Las preparé yo, y antes de servirlas, papá tumbó a Blanquita bocabajo sobre sus piernas y la extrajo el plug, después de estar un rato metiendo y sacándolo. La puso al borde el infarto. Finalmente, lo sustituyó por otro más grueso, tanto que solo se podía sentar de lado. La veía feliz, consciente de lo que esa noche iba a ocurrir. Sabía que la iba a doler, pero veía en su cara la determinación por ser usada por papá, algo que entendía perfectamente porque yo sentía lo mismo.
Terminamos las copas después de muchas risas: papá cuándo se lo propone es muy gracioso. Mientras lo hacíamos iba jugando con nosotras, hasta que finalmente
subimos a la habitación. Blanquita lo hizo despatarrada porque casi no podía andar por el calibre del plug. Me indicó que la inmovilizara y lo hice atando sus brazos a la espalda. Nos tumbamos sobre la cama y por indicación de papá comenzamos un sesenta y nueve apasionado: ¡cómo me gusta su vagina! Aunque sé que las dos le pertenecemos, y en eso no hay duda posible, tiendo a considerarla de mi propiedad. He desarrollado un cariño muy especial hacia ella, y tengo la certeza, sé, que a ella le pasa lo mismo. ¿Puede ser amor? Creo que si, aunque por encima de ese sentimiento esta el amor incondicional que profesa a mi padre.
Mientas nos chupábamos mutuamente los genitales, papá, tumbado a nuestro lado, nos miraba complacido mientras se acariciaba la polla.
—Sepárala las piernas y átaselas, —ordenó papá y mientras lo hacia la metió la polla en la boca mientras la decía—: la has chupado muchas veces y sabes lo grande y gorda que es. Dentro de un momento la vas a tener metida en el culo y por fin vas a ser consciente de todo el placer que eres capaz de proporcionar a los que te quieren.
Blanquita no dijo nada, porque entre otras cosas seguía con la polla de papá en la boca, pero noté que su cuerpo se estremecía de placer ante esa perspectiva.
—Lubrícala el ano y estimúlala, pero que no se corra: ponla a cien.
Mientras lo hacia, se lubricaba la polla con detenimiento. Después, se tumbó sobre ella, la rodeo con los brazos y a unos centímetros de su rostro, le coloque la polla en la entrada: papá no quería perderse nada de las sensaciones que experimentaba Blanquita. Poco a poco fue presionando y su lubricada polla entró sin dificultad deslizándose en su interior. Empezó a bombear mientras Blanquita empezaba a gemir con más intensidad. Mucho antes de que papá se corriera ya había llegado al orgasmo.
—Cabalgara la boca y que te coma el chocho, —ordenó papá y rápidamente lo hice. Me sentí tremendamente feliz de que me dejara participar en la utilización de mi segundo amor. Después de que las dos alcanzásemos varios orgasmos más, papá se salió y vació su polla en la boca de Blanquita.
—¡Chúpala y límpiala bien! —ordenó taxativamente y ella obedeció sin rechistar. Finalmente, la ayude en esa tarea.
Mientras la desataba, papá sirvió unas copas de vino y nos relajamos mientras descansábamos para continuar un poco más tarde: fue un fin de semana muy intenso.


EPILOGO

Nuestro maravilloso trío duró varios años, hasta que un estúpido accidente de tráfico, causado por un gilipollas, me lo arrebató. Entonces me di cuenta fehacientemente de lo mucho que estaba unida a él. Después de los primeros días de estupor, en los que las dos no parábamos de llorar, decidí afrontar la realidad de su ausencia y reconvertir nuestra situación.
Llegó el primer fin de semana y bajé a Blanquita al sótano. Ella ya había estado innumerables veces en él, pero nunca a solas conmigo: siempre estuvimos supervisadas por papá. Lo hice después de ponerla un collar de perro en el cuello y atarla las manos a la espalda. La conduje tirando de la correa, y una vez abajo, la coloque sobre el potro bocabajo y con un látigo suave estuve descargando mi frustración, y la de ella.
Somos pareja desde ese día. Blanquita dejó el banco después de negociar una baja muy interesante. Se trasladó a vivir a mi casa y pusimos en alquiler la suya. Vivimos de los que nos renta las casas de alquiler que tenía papá y de lo que heredé a su muerte. Por cierto, que pleiteamos contra el que la causo y conseguimos que fuera un par de años a la cárcel, después de un largo y desesperante juicio.
He asumido el papel de dominante en nuestra relación. Una situación totalmente asumida por Blanquita. Las dos somos extremadamente felices, salvo en los momentos en los que recordamos con cariño y añoranza a mi padre: pese a su ausencia, una presencia permanente en nuestras vidas.


                                

sábado, 15 de octubre de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 16)


 
Completamente desnuda, retozo por la cama, que se ha convertido en mi zona de show desde hace unos meses. Se me da bien, y me siento mejor. Soy la protagonista absoluta de un espectáculo que está hecho a mi medida, no en vano también soy guionista, directora y actriz: papá jamás interviene en nada. Se sienta en su sillón y desde allí, normalmente, con un vaso de ginebra cerca, me mira sin perderse nada. Siempre emito después de cenar.
Cuándo empecé con esto, lo hice en el dormitorio que comparto con él. Después, y ante el éxito que cosechaba me preparó en el desván una zona de emisión. La decoración era totalmente mía: papá me dejó ponerlo enteramente a mi gusto. Estaba compuesta por una cama normal de matrimonio, y en lugar de somier había una tabla sobre la que descansaba el colchón: no quería que se hundiera. Compré cuatro edredones de diverso color y dos almohadones a juego con cada uno de ellos. En lugar de cabecero, puse cuatro barras con cuatro cortinas de estampado suave y de distinto color, que cambiaba dependiendo del color del edredón que ponía. A los pies de la cama había dos focos de luz, dos cámaras para transmitir, una de ellas móvil, dos micrófonos, y una pantalla grande conectada al ordenador portátil.
No fue idea de papá. Se me ocurrió después de que una compañera de la universidad me comentara que se metía en una página y que en ocasiones emitía. Picada por la curiosidad me metí también en la página y se me iluminó la mente. Se lo propuse a papá y le pareció bien. Durante varias semanas, después de cumplir con papá, me metía en la página y escudriñaba para ver cómo lo hacían: había chicas que eran muy buenas.
Cómo ya he dicho, la primera emisión la hice en el dormitorio y con la cámara del ordenador portátil: nada que ver con el despliegue actual. No me quedó muy bien: los nervios me pudieron. Según fui emitiendo gané en confianza y con el tiempo me trasladé al desván. Actualmente emito un par de días a la semana y en mi página ofrezco videos de mis shows y fotografías. Estás últimas me las hace papá: desde hace tiempo me he convertido en su modelo particular.
Al principio jugaba e interactuaba con los espectadores, aceptaba peticiones, hacia sorteos, dialogaba mucho. La verdad es que ganaba dinero y regalos cuándo asocie una cuenta de una conocida multinacional norteamericana de comercio electrónico. Después, en esa misma web, descubrí los dispositivos OhMiBod y empecé a variar los shows. Empecé a ganar mucho más cuándo los fans se liaban a mandar monedas para activar el dispositivo. Además, cómo lo mantenía con una intensidad alta, cuándo alguien subía un poco la cuantía de la aportación, recibía unas vibraciones tan fuertes que incluso me hacían gritar. Creo que la clave de mi éxito es que los fans ven en mi naturalidad y verdad, no ficción y mentira cómo muchas de mis compañeras de emisión.
Actualmente, no solo emito en Chaturbate, al mismo tiempo, me conecto con CAM 4. Creé un correo electrónico que aparece en mis espacios, y dónde mis fans me dicen todo tipo de burradas. Papá y yo nos reímos mucho leyéndolos.
Todo lo que gano va a una cuenta que abrí solo para eso. No penséis que soy una jodida millonaria, ni mucho menos, pero gano lo suficiente cómo para mantener cierta independencia económica, aunque sea ficticia: con papá tengo todo lo que quiero para mis gastos.
Cómo ya he dicho, papá jamás aparece en las emisiones. Desde su sitio mira cómo evoluciono sobre la cama, cómo me retuerzo con las potentes vibraciones del dispositivo, y cómo me corro. Con eso sí que flipan los fans: con mi facilidad para correrme. Eso sí, cuándo termino me echa unos polvos de flipar: enérgicos, dominantes, duros, violentos, cómo si no pudiera follarme nunca más.


Estamos en abril, y con la llegada del buen tiempo a Madrid visualmente resucito. Empiezo a abandonar los plumas y los pantalones, y aparecen chaquetitas y minifaldas. Sé que le encanta. Le gusta sacarme y exhibirme, y cuánto más ligera de ropa mejor. Y a mi me encanta exhibirme y que me exhiba. En Madrid nos cortamos un poco porque a papá le pueden reconocer: tiene muchos conocidos del banco. De todas maneras, muy pocos saben de mi existencia después del par de años que pasé en la cueva de las brujas católicas.
Cuándo más disfrutamos es cuándo salimos de Madrid en fin de semana. Cogemos el AVE y nos vamos a Barcelona o Sevilla principalmente, aunque también a cualquier capital conectada por ese sistema de transporte.
En Barcelona siempre nos alojamos en un hotel del Born. Nos gusta mucho la oferta gastronomita y de ocio de esta zona de la ciudad condal.
Me había puesto con un vestido escueto de color negro, ajustado y muy corto, pero con un poco de vuelo en la falda, que dejaban al descubierto mis piernas. El trasero se me adivinaba esplendido, realzado por unas sandalias de tacón casi imposible.
Salimos del hotel cogidos de la mano cómo una pareja normal de enamorados. Sé perfectamente que en estos momentos soy la atracción principal, porque si estuviéramos desnudos todos mirarían la polla de papá. Él va encantado llevando de la mano, y en ocasiones del trasero, a un pibón cómo yo.
—Has reservado o vamos a la aventura, —pregunté aunque me daba igual. Era por
hablar.
—Si, vamos a un restaurante especializado en pescado que hay detrás de la basílica de Santa María del Mar. Me han hablado bien de ellos y desde el hotel nos han hecho la reserva.
—¡Ah! Genial. Me gusta el pescado.
—Lo sé, por eso vamos ahí. Además, cerca hay varias vinotecas.
—¿Quieres emborracharme? —bromeé agarrándome a su brazo.
—¿Hace falta?
—Pues claro que no, tonto.
Efectivamente, el restaurante era genial, y después de cenar estuvimos charlando hasta que casi nos echaron mientras dábamos cuenta de una botella de champagne.
Cuándo salimos, vi cómo sacaba una cámara GoPro, la conectaba y la colocaba en el cinturón del pantalón a la altura de la hebilla. En esa posición grababa todo lo que ocurría delante, y en ocasiones, papá me hacia ir por delante. El saber que me grababa, hizo que además de ponerme un poco tonta, me excitara bastante más. La calle estaba muy concurrida, y la gente me miraba con interés, sobre todo cuándo juguetona, me ponía a dar vueltas sobre mi misma haciendo volar la falda y dejando al descubierto mi trasero, debidamente decorado con un plug (siempre lo llevo) y mi depilada zona vaginal. El saberme foco de atención, no solo de papá, si no también de un montón de desconocidos, hacia que mi deseo aumentara constantemente. Paseando y haciendo el tonto, por supuesto por mi parte, bordeamos el Centro Cultural y nos dirigimos al

Parque de la Ciudadela.
Recorrimos el parque mientras tonteábamos. Papá metía la mano bajo mi falda
acariciándome el trasero y la vagina. No hace falta que diga que estaba a cien. Y todo delante de la GoPro. De improviso, me cogió de la mano y me condujo al interior de un grupo de plantas. Me hizo arrodillar, se quitó la cámara del cinturón y sacándose la polla me la metió en la boca. Cómo una posesa, empecé a chupar mientras papá seguía grabando. Unos minutos después se corrió y empecé a juguetear con el semen antes de tragármelo.
Esa grabación fue la primera que puse a la venta en mi espacio de Chaturbate y tuvo mucho éxito. En general, las pelis que me hace papá en espacios públicos, tienen mucho más éxito que las grabaciones de mis shows en casa. Debe de ser cosa del morbo.
Fue la primera de muchas, y es que papá me ha follado en los sitios más insospechados. Desde esa primera vez, la GoPro siempre va con él, y siempre me va gravando. Esos videos son la columna vertebral de un negocio con el que no me voy a hacer millonaria, cómo ya dije antes, pero con el que podría vivir con ciertas estrecheces.
En varias ocasiones hemos preparado grabaciones. Las que más me gustan son las de un montón de tíos que me follan. Papá lo prepara todo, reúne a media docena de “profesionales” y durante muchas horas me follan sin parar por los sitios por dónde es posible. En una ocasión estuve ocho horas siendo follada por diez negros enormes y cachas, y con unas pollas muy aceptables. Termine tan agotada, y con la zona vaginal y anal tan tumefacta, a pesar de usar lubricante, que papá no volvió a repetir la experiencia: le gusta tenerme en buenas condiciones para su disfrute, y cuándo me deteriora, le gusta hacerlo él.


Estoy absolutamente encantada del uso que papá hace de mí. No me cansaré de repetirlo, al placer sexual derivado de la manipulación de mis zonas erógenas, hay que añadir dos aspectos cómo si fueran aditivos imprescindibles. El primero, el placer que me produce el sentirme usada y utilizada, y el segundo, el placer que proporciono a mi señor, a mi Dios.
Al principio de nuestra relación, y cómo ya he contado en capítulos anteriores y en este mismo, a papá le gustaba compartirme con otros hombres, pero siempre supervisado por el: en su presencia. Con el tiempo eso fue desapareciendo de nuestras vidas hasta que sencillamente dejó de ocurrir. Pero siempre hay una excepción: Blanquita.
Era una mujer que ya había sobrepasado ampliamente la treintena, muy sosa en el trato por su timidez, y con cierto atractivo derivado de un cuerpo espectacular: se notaba que la gustaba cuidarse, aunque no hacia alarde de ello. De todas maneras, conociendo los gustos de papá la sobraban varios kilos. Entró en nuestras vidas cuándo llevábamos cinco o seis años de relación. Papá la conoció en el banco, era una empleada de otro departamento relacionado con el suyo, y cómo siempre ocurre con los que llevan muchos años en este mundo, rápidamente detectó a una sumisa potencial. Papá la
ignoró, hasta que en cierta ocasión que estábamos pasando unos días en la playa, se la encontró paseando por el paseo marítimo. Estaba sola y por cortesía la invitó a cenar con nosotros. Inmediatamente se dio cuenta de que Blanquita no me quitaba ojo, y siempre que podía me miraba distraídamente el culo o las tetas. Papá decidió explotar esa circunstancia. La fue trabajando, hasta que finalmente, después de salir de un garito dónde habíamos estado tomando unas copas consiguió que me morreara.
Subimos al hotel a “tomar la última” y papá la habló con claridad: no se anduvo con rodeos.
—¿Te gusta Anita? —preguntó mientras me quitaba el vestido y me dejaba completamente desnuda.
—¡Claro! Es muy simpática, —respondió un poco intimidada y roja cómo un tomate.
—Pero ¿te gustaría besarla otra vez? —insistió papá.
—Sí, —susurró bajando la mirada al suelo.
—Eso es fácil de solucionar, —dijo papá separándome las piernas y cubriéndome la vagina con la mano, —¿y esto te gustaría besarlo?
Blanquita no contestó, pero no pudo evitar llevarse la mano a la zona genital, mientras yo la miraba presa de deseo.
—Ya veo que sí. ¡Quítate el vestido! —ordenó papá y sin rechistar le obedeció. Hasta yo me sorprendí de la rapidez con que lo hizo. Después, se separó de mí y se aproximó a ella colocándose por detrás. La agarró por el pelo y tirando hacia atrás con suavidad la preguntó mientras con la mano la agarraba la vagina—. ¿Quieres que te haga esto?
La pregunta sobraba porque ya lo estaba haciendo. Blanquita solo pudo soltar un gemido que delataba que la respuesta era afirmativa. Siguió estimulándola hasta la tuvo al borde del orgasmo, y paró.
—Anita es una mujer extremadamente servicial y obediente, —continuó hablando mientras se sentaba en un sillón y nos hacia arrodillarnos entre sus piernas—. Puedes hacer con ella lo que quieras, pero a cambio, quiero hacer contigo todo lo que yo quiera. Ojo, he dicho todo, y te aviso de que soy muy exigente.
Se sacó la polla, me hizo una indicación e inclinándome empecé a chupársela. Mientras me inclinaba, pude ver cómo Blanquita miraba con ojos desorbitados la enorme polla de papá. Se inclinó sobre mi y empezó a besarme la espalda al tiempo que notaba cómo me olía.
—Estoy esperando una respuesta.
—¿Me vas a hacer daño? —preguntó mientras con una mano empezaba a recorrer mi espalda en dirección al trasero.
—Si, pero te aseguro que me suplicaras que te lo haga, porque gracias a ese dolor, alcanzaras un placer desconocido para ti.
No contestó, su mano llegó a mi vagina y torpemente intento meter un dedo dentro. Di un respingo y se asustó un poco. Papá me incorporó y me indico que la enseñara a hacerlo. Me incorporé y empecé a acariciar la espalda de Blanquita y lentamente llegué a su zona vaginal y empecé a masajearla suavemente mientras notaba cómo mi nueva amiga iba reaccionando. La fui metiendo un dedo y cuándo empezó a gemir, la metí otro. La agarré por el pelo y la conduje hasta que tuvo la polla de papá en su boca. La aceptó sin pensarlo mientras seguía estimulándola con mis dedos. Cuándo papá se fue a correr, la sacó y lo hizo en su cara mientras yo intensificaba el trabajo de mis dedos y ella también se corría. Inmediatamente, la limpié la cara con la lengua no dejando ni una gota del su semen.
—¿Te ha gustado? —preguntó papá.
—Sí, nunca había sentido algo así. Podría estar toda la noche.
—Y lo vas a estar. Esto solo ha sido el principio.
La abracé y empecé a morrearla mientras papá se levantaba y se iba a por los juguetes.


El sol inundaba con fuerza la habitación por lo avanzado de la hora. Sentado en un sillón, papá nos contemplaba dormir agotadas por los intensos excesos de la noche. Nos miraba desnudas sobre la cama consciente de que tenía sobre ella a su posesión más preciada, y a alguien, que si la trabajaba bien, siria un complemento perfecto para mi. No tenía la más minima duda de que si se lo proponía, lo conseguiría, y anhelaba que lo consiguiera. Desde que probé por primera vez a una mujer, descubrí que me gustaban mucho. Por supuesto, después de papá, que para mi es Dios. A pesar de que solo la conozco desde hace unas pocas horas, Blanquita me ha entrado por el ojo.
Abrí los ojos y vi la espalda de mi nueva amiga que seguía durmiendo placidamente. Busqué a papá con la mirada y le vi sentado en el sillón.
—Despiértala: cómela el chocho, —ordenó con una sonrisa. La voltee un poco separándola las piernas y comencé a chupar su vagina con afán desmedido. Aún somnolienta, noté cómo su respiración de agitaba y a los pocos segundos empezaba a gemir mientras con la mano me acariciaba la cabeza. Se corrió con un fuerte orgasmo que la dejó despatarrada y feliz.
Papá la dejó recuperarse y luego la ordenó que me chupara a mi. Inmediatamente cumplió la orden y yo también me corrí. Después, estuvimos un buen rato morreándonos mientras papá nos contemplaba complacido desde su lugar de privilegio.
—¡Venid aquí las dos! —ordenó señalando con el dedo el espacio entre sus piernas. Rápidamente nos acercamos y arrodillándonos comenzamos a chuparle la polla hasta que se corrió inundándonos la cara a las dos.


Papá lo arregló para que Blanquita se trasladara a nuestro hotel y le dieran una habitación próxima a la nuestra, que solo usaba para cambiarse de ropa. Íbamos juntos a la playa, comíamos juntos, todo lo hacíamos juntos. Fue entrando en nuestros juegos hasta que cómo dijo papá, suplicaba que papá hiciera con ella lo que quisiera.
Blanquita había entrado en nuestras vidas, definitivamente.


domingo, 25 de septiembre de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 15)



El día siguiente fue extraño: muy extraño. Recordaba los últimos tres días como en un sueño intenso, pero el dolor de la piel, y sobre todo de mi zona vaginal, me confirmaba que todo había sido muy real.
Me costó una barbaridad salir de la cama yo sola sin la ayuda de papá. Un par de horas antes desperté con su polla en la boca, mientras con el móvil daba instrucciones a su secretaria: su rutina habitual. Siguió en mi boca hasta que se corrió, posiblemente porque era consciente de que no tenía el chocho para fiestas. Cuándo se corrió, cómo siempre me lo tragué, y a los pocos segundos sentí, no sin dolor, cómo me aplicaba algún tipo de crema en la vagina. Siguió aplicando dónde tenía las marcas más pronunciadas, y finalmente, me tragué un par de comprimidos, me dio un sonoro azote en el trasero, me arropó, apagó la luz y se fue a trabajar.
A media mañana, estaba cómo una campeona intentando bajar las escaleras, agarrada con las dos manos al pasamanos. A medio camino, recordé que me había dejado el móvil arriba y resoplando di media vuelta y empecé a subir. Al cabo del rato, sudando cómo una cerda llegué al salón. Tuve que sentarme en una silla para descansar, y desde allí, repase el salón. ¡Joder! Tenía que barrer, pasar el trapo del polvo y algunas cosas más, pero no me sentía con fuerzas. Tampoco quería que papá me regañase por no hacerlo, y con dificultad me volví a levantar encaminándome a la cocina. Sonó el móvil y rápidamente, apoyándome en todos los muebles que encontraba a mi paso, regresé al salón dónde lo había dejado. Era papá.
—¿Si papá?
—«No hagas nada y descansa…».
—Pero hay cosas que hacer.
—«Ya me has oído».
—Vale papá, cómo digas.
—«Muy bien. Presta atención: va a ir a verte un amigo mío que es médico. Creo que ya te he hablado de él. Te va a hacer una revisión: sobre todo la vagina que es lo que peor tienes».
—Papá, yo creo que no hace falta, —dije no muy convencida. Toda la zona genital me dolía una barbaridad, pero me aterrorizaba la idea de un desconocido, por muy amigo de papá que fuera, estuviera hurgándome ahí sin estar el delante—. Seguro que en un par de días…
—«Anita, no me discutas. Va a ir, te va a mirar y se ha acabado. ¿Entendido?».
—Si papá: cómo tú digas.
—«Muy bien. Le tienes que pagar: ya me entiendes».
—¿Y cuánto…? —paré la pregunta porque me di cuenta de a que se refería papá—. Si papá, cómo digas.
—«Muy bien: buena chica. Obedécele en todo. Espero que no me vuelvas a defraudar».
—Nunca más te voy a volver a defraudar, papá.
—«Perfecto. Llegará cómo en una hora: procura estar preparada» —y no pude decirle que si porque cortó la comunicación.
Pensé en subir al baño a ducharme, pero desistí de la idea: no me veía con fuerzas para subir la escalera y volver a bajar a abrir la puerta. Me notaba un poco tensa, iba a ser la primera vez, que iba a estar con otro hombre que no era papá, sin estar el presente. Instintivamente, me llevé la mano al chocho: deseaba tocármelo pero desistí porque el solo roce me causaba dolor, y era un dolor que no me gustaba: no me lo proporcionaba papá.
Pasado el tiempo que más o menos había dicho, sonó el timbre del telefonillo de la puerta de la valla. Me puse la bata que siempre tenía colgada del perchero junto a la puerta y contesté.
—¿Si?
—¿Anita?
—Sí, sí.
—Me manda tu padre: abre.
La orden, junto a la palabra “padre” hizo que automáticamente pulsara el botón de apertura de la puerta. Abrí antes de que llamara y sin decir nada entró hasta el salón sin siquiera saludar. Cerré la puerta y le seguí deteniéndome a un par de metros de él. Me miró de arriba abajo detenidamente. Era muy mayor y posiblemente estuviera jubilado, o al menos esa era la impresión que daba. Tenía una barba blanca muy crecida que en parte ocultaba las arrugar que surcaban su rostro. En la mano llevaba un maletín médico de los muy antiguos, de los que salen en las películas del oeste, junto a un maletín metálico pequeño.
—¿Por qué sigues con la bata puesta?
Rápidamente me la quité dejándola sobre la silla. Se acercó y cogiéndome del brazo me hizo girar para observarme el culo totalmente amoratado. Sus ademanes bruscos me atraían mucho y empezaba a sentir cierta excitación. De todas maneras, nada parecido a lo que sentía con papá: a estás alturas, con él, ya estaría muy mojada.
—Ya veo que a tu padre se le ha ido la mano. Es raro porque es un hombre muy comedido. ¿Qué le has hecho para que te castigue así? Da igual, no necesito saberlo: seguro que lo merecías, —mientras el hablaba, yo permanecía en silencio con la mirada baja. Con la mano me subió la barbilla y me miró la cara detenidamente—. Eres tan preciosa cómo tu madre, y espero que igual de servicial. Al menos eso me ha asegurado tu padre.
Empezó a sobarme la nuca y espalda con una mano, mientras con la otra me sujetaba del pelo y sumergía sus labios en mi cuello. Mientras lo hacia, intentaba restregar su paquete en mi cadera. Estuvo un rato así hasta que por fin, tiró de mí hacia abajo para que me arrodillara. Lo hice con cierta dificultad y entonces se desabrochó los pantalones y se los bajo junto a los calzoncillos. Lo que me encontré me dejó tan estupefacta que me costó trabajo disimular la sorpresa: una gran masa de pelos en cuyo interior se vislumbraba algo.
—¡Vamos! ¿A qué esperas? —dijo bruscamente denotando cierta impaciencia.
Aparté los pelos y apareció la polla más ridícula que hubiera podido imaginar, y eso que ya estaba morcillona. Exagerando un poco, tendría unos diez centímetros, que ya le hubieran gustado a él. Acerqué mis labios y la atrapé con la boca. Empecé a chupar y me empezaron a entrar ganas de estornudar: esa enorme cantidad de pelos me hacían cosquillas en la nariz. Ese tío me empezaba a repugnar, pero hice de tripas corazón: papá quería que estuviera con él y que se fuera contento.
Seguí chupando y aquello creció un pelín más, pero poco más. Me estaba desagradando tanto, tanto pelo, que decidí emplearme a fondo con la lengua. El desenlace fue rápido: un par de minutos después protagonizó una corrida patética. No me gusto el sabor, ni mucho menos me lo tragué. Antes de que pudiera decírmelo, ya lo había escupido con cierta elegancia.
Estuvo unos minutos restregándome el pingajillo en lo que rápidamente se había convertido su polla.
—Vamos a ver cómo está eso, —dijo mientras se subía los pantalones. Me costó trabajo ponerme de pie: no me ayudo y lo tuve que hacer yo sola mientras me miraba indiferente.
Apartó lo que había sobre la mesa del comedor y me dijo que me tumbara sobre ella. Me subió las piernas y las separó, y tirando de mí, puso mi trasero en el borde de la mesa. Después se sentó en una silla y abrió el maletín.
—Es una lastima que tu padre te haya estropeado el chocho de esta manera: es precioso. Pero no te preocupes, volverá a estar cómo antes y tu padre se alegrara.
Metió un dedo en el interior de mi vagina y estuvo explorando. Lo hizo sin ponerse un guante el muy cerdo, pero no hice nada que pudiera denotar desagrado. Sacó algo de maletín que identifiqué rápidamente: era un speculum. Con los dedos de la mano separó los labios vaginales mientras con la otra mano insertaba el instrumento. Estaba muy frío. No me dolió la penetración, pero si cuándo empezó a abrirlo. Era un dolor localizado en el exterior y eso me tranquilizó un poco: al menos, parecía que interiormente no tenía nada. Notaba el chocho tremendamente abierto y me dolía hasta el punto de empezar a quejarme mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.
Indiferente a mis quejas siguió abriéndolo. Después, cogió una linternita y estuvo alumbrado el interior bastante tiempo mientras emitía sonidos guturales, pero que no sabía identificar en que sentido lo hacia.
—Muy bien: no tienes nada interno, —dijo finalmente—. Tu padre te puede seguir follando sin problemas.
Noté cómo la presión disminuía hasta que finalmente lo saco. Acto seguido, introdujo uno o dos dedos en el ano, lo que me hizo dar un pequeño respingo: no me lo esperaba.
—Vamos, que no es lo primero que te meten por el culo, seguro que tu padre se pone las botas contigo, —y sacando los dedos me introdujo el speculum. Me hizo un daño horrible. No me lubricó previamente y lo hizo de una manera muy brusca. Sentí cómo el ano se ensanchaba hasta más allá del diámetro de la polla de papá—. ¿Sabes? Esto no vale para nada, pero me gusta hacerlo. No te preocupes que no se te va a romper.
Entonces prestó atención al clítoris dejando el instrumento introducido. Lo cogió con dos dedos y los dejó al descubierto. Eso si que me dolió.
—Sí, lo tienes muy inflamado, pero ahí no vamos a hacer nada. En la zona vaginal si, esta muy congestionada, y aunque normalmente dejaríamos que el tiempo actúe, a ti te lo voy a punzar porque me da la gana, y te va a doler.
Sus palabras me aterrorizaron y le mire con ojos de pánico. Yo creo que era lo que buscaba: aterrorizarme. Sin ninguna duda lo consiguió. Sacó una madeja de cuerda del maletín y me ató las manos hacia atrás, por encima de la cabeza, a una de las patas de la mesa. Después, le llegó el turna a las piernas, así cómo estaban: flexionadas y muy abiertas.
No sé cómo lo hizo, porque cerré los ojos para no verlo. Empecé a sentir los pinchazos y el dolor era indescriptible. Comencé a chillar mientras intentaba resistirme, pero las cuerdas lo impedían y me hacían mucho daño en las muñecas.
No sabría calcular cuánto tiempo estuvo pinchándome, pero se me hizo muy largo y doloroso. Sudaba a mares y mis quejas eran continuas. Incluso llegue a olvidar que tenía un speculum abriéndome dolorosamente el culo.
Oí el sonido característico de un mensaje de whassap y cómo dejaba de pincharme. Descansé de la “cura” a la que me estaba sometiendo mientras tecleaba en el móvil. Mi respiración y mis latidos se fueron normalizando.
—Tu padre es un blando, —dijo dejando de mala gana el móvil sobre la mesa. Se puso a manipular el speculum y noté con alivio cómo mi ano perdía tensión y lo sacaba—. Contigo le pasa cómo con tu madre: si me hubiera dejado la habría hecho diabluras, pero en fin, que le vamos a hacer. No me gusta estropear mercancía ajena.
Cogió unas gasas y después de echar algún tipo de desinfectante, me estuvo limpiando. Después, sacó un tuvo de pomada del maletín y empezó a untarme toda la zona genital mientras me lo masajeaba vigorosamente. De nuevo me hizo daño pero intente aguantar. A continuación, me masajeo el clítoris e inmediatamente noté una punzada de placer a pesar de que me dolía. Instintivamente arqueé la espalda.
—¡Mira la zorrita! Parece que te gusta, —dijo al percatarse. Insistió sobre mi clítoris hasta que empecé a sentir que me iba a llegar un orgasmo. El también lo notó y agarrando uno de mis doloridos pezones me lo retorció con saña. Fue cómo si hubiera pulsado un interruptor: inmediatamente me corrí.
Ya sé que un orgasmo es un orgasmo, pero no fue tan intenso, tan brutal cómo los que me proporciona papá: ni mucho menos. Al principio estaba un poco confundida: no creía posible tener un orgasmo sin la intervención de papá, pero luego recordé que me había ordenado servir a este tipejo en lo que quisiera, y por lo tanto, estaba condicionada por esa orden. Pero la verdad es que estaba un poco jodida: no me gustó tener un orgasmo con alguien tan repugnante cómo este doctor. Y es que se me había atravesado, y no era tanto lo que me había hecho, que casi en el fondo me daba igual, cómo su aspecto, su forma de comportarse o de hablar.
Cambio de pomada y vi que era Thrombocid. Sin desatarme, siguió masajeándome por todas las zonas que tenía con moratones fuera de la zona genital. Después me desató y cuándo estuve de pie, me aplicó la pomada en la espalda y el trasero. Me di cuenta de que la zona vaginal me dolía mucho menos y que casi podía moverme sin dificultad.
Le vi hurgar en el maletín y cómo sacaba un par de jeringuillas desechables. Debió de ver la cara que puse porque se echó a reír.
—Tranquila mujer, que tu papá no quiere que te haga nada más. Te voy a inyectar un antiinflamatorio, pero antes te voy a sacar sangre para unos análisis, —y enseñándome un bote de plástico, añadió—: y vas a mear aquí para otro de orina.
Me lo entregó y me indico que lo llenara allí mismo. Me puse en cuclillas y mientras con una mano me sujetaba a la mesa, con la otra puse el bote bajo mi chocho y oriné, no sin cierto apuro. Se lo entregué lleno, lo cerró y empezó a ponerle unos tubos estrechos que se llenaban solos. Cuándo tuvo tres, los introdujo en el maletín metálico. A continuación, con una de las jeringuillas me extrajo sangre y llenó otros tres o cuatro tubitos que también metió en el maletín y lo cerró. Preparo la inyección y después de pasarme un algodón me pincho en el glúteo. Me dolió un montón.
—Esto te va a ir bien, pero te va a dejar la pierna tiesa durante un rato, —y dejando unas ampollas sobre la mesa, añadió—: dile a tu padre que te ponga una al día. El sabe hacerlo.
Mi padre es un maquina: también pone inyecciones. ¡Joder! La verdad es que prefería que me la pusiera cualquiera antes que el asqueroso este. No me extraña que mama estuviera dormida cuándo este tío se metía en su cama y la sobeteaba. ¡Por Dios, que asco!


Se fue después de estar un rato chupeteándome con su repugnante lengua en la puerta de casa. Me lleno de babas toda la cara. Cuándo le vi salir por la puerta de la valla, a pata coja entre en la cocina y me estuve lavando concienzudamente la cara con el jabón de fregar que era lo que tenía más a mano: casi utilizo también el estropajo.
Tengo que reconocer que me dolía bastante menos la zona genital, pero a cambio, la pierna la tenía tiesa. En fin, me agarré a la escoba y estuve barriendo un rato largo: el movimiento me venia bien, y la verdad es que cada vez me dolía menos.
A la hora a la que tenía que llegar papá, subí al baño y me duché: quería estar preparada para él. Cuándo llegó, lo primero que hizo fue descargarse. Se la estuve chupando durante mucho tiempo. Noté cómo se retenía y me la sacaba de la boca cuándo veía que se iba a correr, y luego volvía a empezar. Finalmente, se corrió. Yo no lo hice, pero era tremendamente feliz siendo “usada” por papá: había comprendido que esa era la meta de mi vida.
Durante los siguientes días fue muy delicado conmigo. Aunque durante esos días me hizo gozar cómo una perra, lo cierto es que no me dio caña de verdad, cómo el sabe hacerlo: esperó a que estuviera totalmente recuperada.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 14)


 
Empiezo casi todos los capítulos abriendo los ojos por la mañana. Tengo que ir pensando en variar los comienzos, pero la verdad es que por las mañanas abro los ojos. Hoy también es así.
No estaba a mi lado cuándo me desperté. Fui a moverme y comprobé que me dolía todo. La piel la tenía cómo acartonada y los hombros casi no los podía mover. Pero lo peor era la zona genital. Encendí la luz y vi que estaba tumefacta e inflamada. Con mucho esfuerzo me pude poner en pie y casi no podía andar. Papá entró en la habitación y me vio apoyada en la mesilla de noche intentando mantenerme erguida.
—¿Te encuentras mal?
—Me duele mucho, —dije quejándome mientras me llevaba la mano a la vagina.
Me ayudó a tumbarme otra vez y se acercó a la ventana subiendo la persiana. El sol entró a raudales, lo que significaba que era medio día por lo menos. Me separó las piernas y me estuvo inspeccionando la zona genital. Me tocaba con el dedo y se quedaba marcado de blanco en la piel.
— Si, está muy inflamado, —dijo al fin. Me ayudo a levantarme y me llevo al baño para que orinara. Limpiarme con el papel fue una dolorosa experiencia. Después bajamos a la cocina, me senté cómo pude en la silla y me dio un par comprimidos y un vaso de agua.
—Tomate esto que te hará bien. Ya es muy tarde para desayunar, esperamos un poco y
comemos. ¿Vale? —afirmé con la cabeza—. ¿quieres un café u otra cosa?
—un poco de vino, —dije después de dudar un poco. Papá me miró con cara de desaprobación, pero finalmente me sirvió una copa.
—No me parece bien que bebas vino en ayunas: eso no lo hago ni yo. Pero bueno, lo tomaré cómo una excepción.
—Nunca tomo alcohol en ayunas papá, lo sabes muy bien, pero… no sé, me apetece.
—Vale, no te preocupes, no pasa nada, — y se sentó a mi lado con otra copa de vino.
Estuvimos charlando de cosas intrascendentes, y me fui animando al tiempo de las molestias remitían un poco, por la acción del vino y de los comprimidos. Al cabo del rato, se puso a hacer la comida: unas rodajas de salmón que sacó de la nevera.


—¿Vamos a bajar al sótano? —pregunté y afirmó con la cabeza. Extrañamente, a pesar de los dolores y de las marcas que habían quedado sobre mi cuerpo después de la intensa sesión de ayer, quería bajar otra vez, deseaba con todas mis fuerzas bajar y que me hiciera lo que quisiera. Pero además quería que él me lo ordenara, que me mandara, que me hiciera sufrir, que me utilizara para su placer: que me usara.
—Y tu ¿Quieres bajar? —afirmé también con la cabeza.
—Quiero hacer todo lo que tu quieras que haga.
—Buena chica, —dijo papá acariciándome la mejilla, y levantándose, añadió—: arrodíllate.
Hacerlo me costó un triunfo, pero cuándo lo conseguí, cómo recompensa, me encontré con la polla de papá en la cara. Empezó a restregarla, a amagar con que me la metía en la boca, pero no me dejaba. Intenté cogerla con la mano, pero no me dejó.
—Las manos a la espalda, —rápidamente le obedecí y siguió restregándome la polla por la cara. Después, empezó a darme golpes con ella. Me agarro por el pelo, me inclino hacia delante hasta que mi cara tocó el suelo al tiempo que él se arrodillaba, y
sin miramientos metió un dedo en mi ano. Empezó a follármelo con el dedo y luego dos. En ese movimiento con los otros dedos me rozaba la vagina produciéndome mucho dolor, pero el placer se fue abriendo paso hasta que termine jadeando y gimiendo. Siguió hasta que notó que estaba al borde del orgasmo y entonces paró dándome una docena de azotes en las nalgas con la mano.
Se levantó y tirándome del pelo me hizo levantar a mí también.
—Vamos para abajo, —dijo dándome un fuerte azote en el trasero. Le seguí y comprobé que me podía mover mejor: seguramente por los comprimidos y la excitación. Bajar las escaleras, sí me costó mucho trabajo. Papá no me metió prisa, y estuvo pendiente por si me caía. Cuándo llegué abajo iba sudando por el esfuerzo. Volvió a cogerme del pelo y me llevó hasta el potro, poniéndome delante. Me separó las piernas hasta que los tobillos coincidieron con las patas y los sujeto con tobilleras. Después, me inclinó hacia delante y me sujeto con muñequeras las manos por el otro lado. De un cajón sacó una mordaza con un aro muy grande y me lo puso en la boca. Me mantenía las mandíbulas muy abiertas y me molestaba mucho. Por debajo del potro, vi cómo papá colocaba una banqueta justo detrás de mi y se sentaba con el mueble a mano. Cerré los ojos y me preparé porque comprendí que iba a empezar a manipularme los genitales.
Me estuvo lubricando y me separó los labios vaginales. Noté cómo me introducía algo en el interior: grande, posiblemente redondo y tuvo que apretar para que entrara. Me dolió al hacerlo, pero casi no me quejé. Por debajo, entre las piernas vi cómo colgaba un trozo de cable. Entonces, si previo aviso, recibí un golpe a la altura de los riñones con el látigo de colas. Intenté levantar la espalda, pero las ataduras de las muñecas me lo impedían. No fue uno aislado, los latigazos fueron cayendo rítmicamente y aunque al principio no grité mucho, cuándo llevaba un rato recibiendo unos golpes que me quemaban la piel, chillaba a pleno pulmón a través del aro que me mantenía abierta la mandíbula. Sin dejar de darme golpes, papá se situó junto a mi cabeza y sujetándola por el pelo me metió la polla en la boca de dónde salían interminables hilos de babas. Entonces entendí por qué es tan grande el aro: está a la medida de papá.
Me folló la boca mientras seguía azotándome la espalda y ahora ya no podía gritar: su
polla me lo impedía. Solo se oía el sonido cadencioso de los golpes de látigo y mis gruñidos. Noté el sabor de su semen, pero con la boca tan abierta fue imposible que me lo tragara, y cuándo se retiró, babas, semen, junto a mis lágrimas llegaron al suelo.
Dejó de golpearme, y después de rebuscar en el mueble, se metió debajo de mi y vi, y sentí, cómo me ponía unas bolas de plomo sujetas a una pinzas metálicas dentadas en los doloridos pezones. El peso tiraba terriblemente de ellos hacia debajo. No se que me dolía más, si los dientes de las pinzas o el peso de los plomos. Después, vi cómo cogía una fusta, se situaba detrás, e intenté prepararme para el golpe que sin lugar a dudas iba a recibir. Me afectó a las dos nalgas a la vez y el dolor fue tremendo, pero distinto a que me causaba el látigo de colas. Siguió golpeándome mientras lloraba, chillaba, e intentaba incorporarme, algo que era imposible. Ese forcejeo, hacía que las bolas de plomo de los pezones se bambolearan con violencia de un lado a otro. Entonces, mientras seguía recibiendo fustazos, sentí algo en el interior de la vagina. Una vibración que fue aumentando lentamente, hasta llevarme inexorablemente, a un orgasmo. Papá no paró. Indiferente a mis gemidos y chillidos, siguió con la fusta y con la vibración, pero empezó a golpear más abajo, casi donde se unen a la parte alta del muslo. Los golpes abarcaban las dos nalgas y la vagina, y el dolor era tremendo. Aun así, llegue a otro orgasmo, momento que aprovecho papá para cogerme con los dedos el clítoris y empezar a retorcerlo, mientras mis jugos le mojaban la mano.
Quedé casi inerte sobre el potro, y papá desconectó lo que tuviera metido en la vagina y me dejó descansar un poco. Mi respiración se fue tranquilizando, pero estaba empapada de sudor y me causaba escozor en las marcas de los fustazos.
Cuándo descansé unos minutos, metió la polla a través del aro y me echó otra vez alcohol en la espalda. ¡Joder! Cómo rabié mientras notaba cómo la polla llegaba al fondo de la garganta empujándome la campanilla y provocándome arcadas y asfixia, y los pezones volvían a dolerme por el peso de los balanceantes bolas de plomo.
No se corrió y cuándo se cansó, soltó mis muñecas y me incorporó. Al hacerlo, el dolor de las marcas de los fustazos aumentó y el de los pezones ni os cuento.
Soltó las tobilleras y me llevó a la cruz de San Andrés con las pesas colgando de los pezones. Me sujetó manos y tobillos a los brazos de la cruz y procedió a quitarme en aro de la boca.
—Gracias papá, gracias, —articulé con dificultad por el dolor de la mandíbula. Me acarició la mejilla con la mano mientras yo totalmente entregada intentaba besársela. Puso la mano en mi vagina y solté un gemido de dolor al tiempo que juntaba sus labios y los míos y su lengua penetraba en mí. Al rato, se separó, cogió un cinturón de cuero y me lo paso por la cintura y la parte estrecha de la cruz, inmovilizándole el tronco.
Con terror vi cómo de uno de los cajones sacaba una bolsa de terciopelo y de su interior extraía un látigo largo de cuero negro. Hizo restallar varias veces el látigo, que hizo un chasquido fuerte, potente y aterrador. Empecé a llorar, pero en ningún momento pensé en decirle que no lo hiciera.
Siguió restallando el látigo y a cada chasquido me aterrorizaba más. Cuándo vi que se ponía a algo más de dos metros delante, y tuve la certeza de que me iba a azotar con él, aparté la vista y contraje el cuerpo para recibir el golpe. Oí zumbar el látigo varias veces cerca de mi mientras papá ajustaba la distancia y finalmente sentí un golpe que me quemaba la piel y me produjo un dolor insoportable. Grité, y mientras lo hacia, seguí recibiendo impactos. Me mire la tripa pensando que vería chorrear la sangre pero no había ni una gota: solo el nítido verdugón del impacto. Aunque no podía mover la cintura, si tenía los hombros más libres, pero al hacerlo, los pesos de los pezones se balanceaban descontrolados. Termine mirando a papá y mientras recibía el castigo admiré la maestría que demostraba. Gritaba, chillaba, lloraba, y berreaba mientras papá seguía impasible, pero en ningún momento le pedí que parara. Grité tanto que terminé un poco ronca durante varios días.
Y entonces, otra vez empecé a sentir cómo la vibración aumentaba en el interior de mi vagina y reparé que papá tenía el mando en la mano izquierda. Otra vez sentí cómo me encaminaba irremediablemente al orgasmo. Mientras me corría, dejó de azotarme y se acercó pasándome la mano por mis abdominales. Entonces me percate de que los tenía tan encogidos que los tenía perfectamente definidos, y a papá le gustaba. Cuándo me fui tranquilizando, se retiró de nuevo y comenzó con el látigo y el mando iniciando de nuevo el proceso. Y así, tres veces más. Cuándo consideró que era suficiente, de acercó otra vez y me morreo con mucha pasión. Sentir su boca en la mía con esa pasión casi hace que me corra otra vez. Estaba agotada. La piel del torso me solía cómo nunca pensé que pudiera dolerme. La verdad es que del torso y de la espalda y del trasero: de todas partes.
Cuándo creía que todo había pasado, todavía quedaba el final. Me quitó una pinza del pezón y cuándo la sangre empezó a fluir, sentí un dolor localizado tremendo. Mientras papá lo apretaba con los dedos, volvió a pasarme la mano por el chocho, y sin dejar de sobarlo, pasó al otro pezón con el mismo doloroso resultado, y a los pocos segundos pasó lo inevitable: me corrí en la mano de papá mientras su boca pasaba a la mía para aprovechar mis gemidos.


Primero me soltó los pies, pero me dejó las tobilleras de cuero. Paso un brazo por mi cintura para sujetarme y me soltó las manos dejándome las muñequeras. Me ayudó a andar y me llevó a la cama que había en el lateral. Reparé que todavía tenía la bola con la antena en el interior de mi vagina, y pensé que se le había olvidado a papá, pero lo deseché rápidamente cuándo vi que llevaba el mando en la mano. Entonces comprendí que no habíamos terminado.
Me puso de rodillas sobre la cama con las piernas bien separadas y los tobillos juntos uniendo las tobilleras con un mosquetón. Me inclinó hacia delante y me pasó las manos por entre las piernas. Quedé con los hombros y la cara sobre la cama mientras unía las muñequeras a las tobilleras. Sentí nítidamente cómo me echaba algo viscoso en el ano y comprendí que me estaba lubricando. Introdujo un par de dedos y estuvo un ratito metiéndolos y sacándolos mientras veía cómo se echaba un buen chorro en la polla que estaba tremendamente erecta con las venas a punto de reventar. Daba miedo, si no fuera porque la conocía perfectamente. Entonces noté cómo la bola de mi vagina se activaba otra vez, pero en esta ocasión no fue gradual, directamente empezó al máximo, y eso me obligo a chillar. Fue cómo un trallazo al principio doloroso y luego fantástico. Se colocó detrás, flexionó las piernas para poner mi ano a tiro, y sin más me embistió metiéndola toda de golpe. No sé si chillé, grité o gruñí, pero lo que si es seguro es que a los pocos segundos me había corrido. Papá me sujetaba firme por las caderas y siguió imperturbable metiéndola hasta el fondo mientras seguía gozando enloquecida. Entonces empezó a azotarme fuerte las nalgas con ambas manos hasta que se corrió. Yo no había llegado al segundo, pero me faltaba poco. Metió la mano entre mis piernas y alcanzó mi clítoris agitándolo vigorosamente hasta que llegué nuevamente al orgasmo.


Papá siguió un rato con la polla en mi interior, mientras me acariciaba la espalda. Sus manos se deslizaban sin dificultad por el sudor que me cubría. Salio de mí y me empujó con suavidad hacia un lado tumbándome. Me soltó las manos y los tobillos, pero continué en esa posición exhausta. No quería moverme, quería seguir así cómo estaba y dormir. Tiró de la antena de la bola y no sin dificultad lo extrajo. Se sentó a mi lado y siguió pasando su mano por mi cuerpo. Me dolía, me escocia por el sudor, pero era tan feliz que incluso tenía ganas de llorar.
Me ayudo a levantarme, pero casi no podía andar: sentía que las piernas no me sujetaban. Paso un brazo por detrás y sujetándome por los codos me subió casi en volandas por la escalera mientras sentía cómo su semen salía de mi ano tremendamente dilatado. Llegamos primero a la cocina y de ahí al dormitorio. Me sentó en el sillón y mientras se llenaba la bañera, papá bajó a la cocina y regresó con un par de botellas isotónicas. Me dio una y no me la bebí de golpe porque no me dejó. Cuándo la acabé, me llevó a la bañera, nos metimos dentro con la espalda contra su pecho, y mientras me pasaba la esponja seguí bebiendo de la otra botella.
Estuvimos mucho tiempo en ese espacio perfecto, hasta que el agua se fue enfriando y empezó a no serlo. Entonces, me ayudo a salir y me seco el cuerpo con una toalla. Me senté otra vez en el sillón y papá bajo a la cocina a por la cena. Regresó con fruta y dos copas de vino. Me comí un par de plátanos y algo más que no recuerdo, y un par de comprimidos que me dio. No me terminé el vino: me quedé dormida en el sillón. No me enteré de cómo papá me cogió en brazos y me depositó suavemente sobre la cama, solo sé que cuándo me desperté al día siguiente, estaba sola.