sábado, 4 de junio de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 10)


No me gusta ver a mi papá con otra mujer, aunque yo esté involucrada. No me gusta y ya esta. Desde que estuvimos en casa de Paco algo ha cambiado en mí. No hacia él que sigue siendo mi punto de referencia, el faro que me guía. Es algo interior, esa desazón que me embarga al comprobar que no soy su única mujer, que puede intercambiarme por otra. Me da igual tener que follar o chuparle la polla a otro tío sea conocido o no: siempre haré lo que me diga papá. Eso lo tengo claro. Lo que me descompone y me llena de tristeza es pensar que puede encontrar a otra mujer mejor y compartirme con ella.
Sé que se ha dado cuenta porque me lee cómo en un libro. Es capaz de mirar en mi interior y saber cuál es mi estado de ánimo, pero no dice nada. Sigo obedeciendo sus deseos, incluso más que antes si eso fuera posible. Me esfuerzo en demostrarle que nunca encontrará a otra cómo yo.



Papá pidió diez días libres en el banco, cogimos la autocaravana y nos fuimos a un camping del Pirineo, cercano a Benasque. Salimos un viernes muy temprano: mucho antes de que hubiera tráfico en las salidas de Madrid. Yo no me enteré mucho porque me quedé dormida en el asiento del acompañante y abrí los ojos cuándo estábamos circunvalando Zaragoza, próximos a la AP-2.
Paramos para desayunar en una zona de servicios del peaje y emprendimos el viaje. El tiempo era desapacible y llovía a cantaros, pero en el interior del vehículo se estaba bien: la calefacción estaba a tope.
—Vete atrás, quítate la ropa, ponte la bata y regresa, —me ordenó. Me quité el cinturón de seguridad y pasé al interior para cumplir la orden de papá. Regresé y me senté en mi sitio. Papa me miró de reojo sin dejar de prestar atención a la carretera: seguía lloviendo cómo si nunca lo hubiera hecho—. Ábrete la bata, saca los brazos y ponte el cinturón.
Lo hice y me quedé desnuda. Seguimos así todo el trayecto hasta Lleida. Prácticamente nadie se dio cuenta salvo cuándo adelantábamos a algún camión, y eso que levantábamos una cortina de agua descomunal. La situación me ponía extremadamente cachonda y creo que más, el hecho de que papá no me tenía a mano por la separación de los asientos. Me iba indicando todo lo que tenía que hacer cada vez que adelantábamos a un tráiler, además de que me masturbaba continuamente.
A la hora de comer y después de casi diez horas de viaje, paramos en la entrada de Pont de Suert para repostar, a pesar de estar a sesenta kilómetros de nuestro destino, papá no quería seguir sin llenar el depósito porque la previsión daba nieve, y abundante. Por supuesto, cuándo paramos ya estaba vestida otra vez: lo hice cuándo circunvalamos Lleida.
Después de repostar aparcamos en el centro del pueblo y buscamos algún sitio para comer. Estuvimos tiempo charlando. Dimos un paseo por el pueblo y reemprendimos lo que quedaba del viaje. Fue complicado porque había mucha nieve en los márgenes de la carretera y había que ir con precaución.
Llegamos cuándo empezaba a anochecer, pero nos dio tiempo a colocar la autocaravana: nos habían reservado un buen sitio cercano a la zona de sanitarios. El camping estaba a medio ocupar. Los fines de semana hay mucha actividad montañera en dirección al Aneto y a los otros picos del parque natural, y de esquí, en la cercana estación de Cerler. En la recepción, nos dijeron que entre semana íbamos a estar prácticamente solos.
Para cuándo se hizo de noche, papá ya estaba conectando el cable de la luz para dar energía a los radiadores que iban a hacer falta: hacia un frío de cojones. Papá me miraba y se reía porque metida en el plumas y con la capucha subida, solo se me veía la nariz.
—¿Ponemos el avance? —le pregunté.
—No, porque me han dicho en recepción que esta noche se espera nieve. Si cae mucha nos puede hundir el techo.
—Lo decía porque me apetece cenar barbacoa.
—Pues lo montamos, pero cuándo nos vayamos a la cama, por lo menos hay que quitar las barras y dejarla caer.
—Pero… entonces no podemos salir.
—Salimos por la puerta de delante.
—Claro, ¡qué tonta!
Montamos la barbacoa, la encendimos y estuvimos con las cosas que había traído de casa: chorizos, morcillas y panceta. La verdad es que comí cómo una cerda.
—Todas estás cosas me encantan, pero engordan de cojones, —dije metida en mi plumas. Me sentía rara comiendo con tanta ropa, incluso con guantes.
—No te preocupes que cuándo hagamos las excursiones vas a quemar todo esto y mucho más, —dijo papá riendo.
Cuándo terminamos, lo recogimos todo y quitamos el avance porque además de empezar a nevar empezaba a soplar viento fuerte.
Entramos en la autocaravana y el impacto con el calor fue tremendo.
—¡Por Dios! Que gusto, —dije empezando a quitarme el plumas y toda la ropa que llevaba debajo.
—Hija, tienes más capas que una cebolla, —bromeó papá mientras se quitaba también el plumas. Termine de desnudarme rápidamente y me tumbé en la cama mientras papá recogía la ropa que yo había dejado tirada, la doblaba y la colgaba del armario: papá es un poco obseso del orden, pero yo no. Mientras terminaba, le esperaba sobre la cama, abierta de piernas mientras me tocaba el chocho con la mano. Terminó y de un cajón sacó una cuerda y un rollo de cinta adhesiva negra que suele utilizar para atarme. Me puso bocabajo y con la cinta sujeto mis muñecas a los codos. Mis antebrazos quedaron paralelos y cruzados por mi espalda. He notado que esta forma de atarme le gusta especialmente a papá: dice que las tetas se me disparan. Debe de ser cierto porque después suele estar mucho tiempo chapándome los pezones y sobeteándome las tetas. Se tumbó a mi lado y empezó a besarme y mordisquearme los pezones que todavía no habían reaccionado con el calor y los tenía duros cómo piedras. Después paso a mis labios mientras con la mano me estimulaba la vagina. Al poco tiempo me llevó al primer orgasmo mientras mantenía su boca pegada a la mía y respiraba mis gemidos de placer.
Mientras me recuperaba del primero, cogió la cuerda y ató un extremo a la parte baja del muslo, junto a la rodilla. Paso la cuerda por debajo, entre mis brazos cruzados y después de tensarla la ató a la otra pierna de igual forma. Quedé con las piernas hacia arriba, totalmente separadas y con mi chocho totalmente expuesto. Empezó a chuparme el chocho: su lengua recorría la vagina en toda su longitud sin dejar el más mínimo resquicio sin explorar. Empecé a encadenar orgasmos mientras papá seguía a lo suyo, totalmente indiferente a mis gemidos.
Es difícil explicar cómo es un orgasmo cuándo estás inmovilizada: al menos a mí me resulta muy complicado. Si puedo afirmar que, en mi caso, son superiores, mucho más intensos. Cuándo estoy desatada siempre ofrezco cierta resistencia: me encojo, me estiro o lo más habitual cierro las piernas. Lo hago sin querer: es instintivo. Papá entonces tiene que parar y retomar la actividad. Atada no. Es imposible que me resista y mi chocho permanece expuesto y abierto mientras papá continua incansable e insaciable: feroz.
Cuándo se sació, cogió en bote del lubricante, se embadurnó bien la polla y tumbándose sobre mí, me colocó la punta en el ano. Mientras me abrazaba, fue presionando suavemente y noté nítidamente cómo se abría paso. Aunque ya estoy muy dilatada y no es cómo al principio, mi ano todavía ofrece cierta resistencia a los seis centímetros de grosor de la polla de papá. Esa mezcla de placer y cierto dolor me encanta y cuándo además su pelvis frota mi clítoris me vuelve loca. Y luego esta la indefensión. Cómo ya he dicho antes: la certeza de estar a su merced, no tener defensa posible y no poder evitarlo. Eso me da un plus de placer que me dejar exhausta y totalmente dependiente de él.
Cuándo terminó, me mantuvo penetrada mientras, cómo es habitual me besaba incansable. Empezaba a recuperar el ritmo normal de la respiración y de las pulsaciones, cuándo tuve una última sorpresa.
—Vamos a por el último, —dijo cuándo salio de mí. Cogió un vibrador y empezó a estimularme directamente el clítoris que estaba totalmente hinchado. Fue cómo un trallazo y empecé a gritar mucho más que antes. Papá se asustó un poco por si me oían y me papó la boca con la mano mientras insistía con el vibrador. Unos minutos después me corrí cómo una perra salida, que por otra parte es lo que soy y no me importa admitirlo.



Amaneció un día desapacible cómo yo no había visto en mi vida. Toda la noche estuvo negando copiosamente y la fuerza del viento acumuló mucha nieve en el lateral de la autocaravana bloqueando la puerta. En el interior, la calefacción estuvo puesta toda la noche y el ambiente estaba caldeado. Me desperté con calor, destapada encima de la cama. Entraba algo de luz por las ventanas: estaban heladas y las protecciones se habían quedado pegadas. Papá no estaba, pero le oía trajinar en el exterior. Me levante, fui hasta la cabina, me asomé un poco por la ventanilla de la cabina y le vi con una pala apartando nieve.
Recogí la cama y empecé a preparar el desayuno. Cuándo estuvo preparado, me puse el plumas y me asomé por la ventana.
—Vamos papá: pasa a desayunar, —clavó la pala en la nieve y envuelto en una nube de vaho vino hacia mí mientras la nieve seguía cayendo.
—¡Su puta madre! Hace un frío de cojones, —dijo quitándose la cazadora y los guantes.
—Luego te ayudo a quitar nieve.
—Solo tenemos una pala.
—Se lo digo al de recepción que me preste una: seguro que tiene.
Si tenía, y con ella de la mano regresé para ayudar a papá.
—Me ha dicho el señor que la carretera esta cortada hasta la rotonda de la carretera de Cerler, —dije empezando a quitar nieve—. Dice que las quitanieves están trabajando en despejar los accesos a la estación de esquí.
—De todas maneras con este temporal no podemos ir a ningún sitio.
—Dice que va a estar así hasta mañana domingo por la tarde. Que luego ira mejorando y que a partir del lunes mucho sol.
—Estoy pensando que cuándo limpiemos de nieve todo esto, podemos poner la carpa.
—¿Tenemos una carpa?
—Si, una de esas que son cómo veladores plegables: a tu madre le dio por ahí y la compro. Nunca la hemos usado. Tiene el techo en pico y muy inclinado. Además, tiene laterales.
—Pero el viento…
—Tenemos cuerdas de sobra para sujetarla.
A media mañana habíamos limpiado toda la parcela. Sacamos la carpa de uno de los cofres y la montamos justo delante de la puerta lateral. Papá clavó las patas al suelo con unas piquetas muy largas y con cuerdas desde la parte alta al suelo y al árbol que teníamos cerca. Pusimos las lonas laterales y las reforzamos también con cuerdas. La verdad es que quedó muy sólido.
—Podrías acercarte a ver que tienen en el súper mientras termino con esto. Anoche se nos olvido sacar algo del congelador.
—Voy a ver y le devuelvo la pala al señor, —me fui hacia el súper con la pala de la mano y luego estuve haciendo la compra. Regresé con bastantes cosas, pero frescas pocas.
—He traído cinta de lomo y huevos. también he cogido una botella de vino que me ha dicho el señor que es de por aquí.
—Será Somontano.
—Si, es eso, —y mirando la carpa añadí—. Esto ha quedado muy bien.
—Por lo menos dejamos libre la entrada lateral, aunque si sigue nevando habrá que seguir quitando. Lo que me preocupa es el camino para salir: con esa cantidad de nieve…
—El señor me ha dicho que tienen quitanieves y que la van a pasar esta tarde hasta la entrada.
—De todas maneras no podemos salir de aquí mientras continúe el temporal.
—¿Y que vamos a hacer aquí metidos? —pregunté con picardía.
—Por eso no te preocupes que seguro que se me ocurre algo.



Después de comer, tomamos café y papá se sirvió una copa de ginebra. Estuvimos un rato largo charlando y riendo. Estoy encantada de esta situación tan especial. Ya he contado que me gusta tener a papá en un sitio reducido, pero es que además, estamos aislados y le tengo solo para mí. Aquí no hay ninguna guarra que le mira la polla con ojos de deseo cómo pasa en el naturista. La verdad es que los hombres también lo hacen, y alguno incluso con ojos de deseo, pero esos no me importan: no son competencia.
Me levante para dejar los vasos en el fregadero y papá empezó a desmontar la mesa y sacar la cama.
—Me ducho en un momento, —dije rápidamente entrando en el baño. Hoy no lo había hecho.
—Será cochina la tía, —bromeó papá.
Fue una ducha rápida y cuándo salí entró él. No fue tan rápido porque entra muy justo en la ducha y le cuesta más trabajo. Cuándo salió, me encontró sobre la cama, abierta de piernas y tocándome el chocho con descaro. Siguió secándose mientras me observaba detenidamente, cómo pensando que iba a hacer conmigo. Finalmente, dejó la toalla y cogió la bolsa de los juguetes dejándola a mano. Me agarró de los tobillos y tiro de mí, me dio la vuelta dejándome la cabeza colgando por el borde de la cama. Metió la polla en mi boca hasta el fondo. No me lo esperaba y mientras daba una arcada papá separó mil piernas y me sujetó por los tobillos dejándome el chocho expuesto. Esperaba que me hiciera algo más, pero no lo hizo: me estuvo follando la boca lentamente, con profundidad, y eso me producía arcadas y amagos de vómito. No lo hice, pero mis babas, muy abundantes, me mojaban la cara cegándome un poco. La situación me producía un cierto placer con el hecho de que era el instrumento para su goce. Tardó en correrse y si no recuerdo mal es la primera vez que me utiliza de una manera tan egoísta. Hasta ese día, siempre, antes de correrse me había inducido algún orgasmo.
Me sentí extrañamente feliz: se ha corrido, ha gozado y lo demás no me importa.
Mantuvo la polla dentro de mi boca mientras la mezcla de babas y esperma mojaba el suelo. Sin sacarla, se inclinó y después de bloquear mis muslos con los brazos para que no los cerrase, empezó a comerme el chocho totalmente abierto y a su disposición. Inmediatamente empecé a gemir mientras babeaba más. Succionó mi clítoris con los labios y con la lengua lo estimulo, y cuándo sintió que me llegaba el orgasmo, metió con fuerza la polla hasta el fondo de la garganta cortándome el aire. Intente resistirme con las manos, pero no lo conseguí. Tuve un orgasmo tremendo, agónico, que aumentó de intensidad cuándo me dejó respirar. Perdí la consciencia. Lo sé porque cuándo me di cuenta papá me tenía en el centro de la cama y me limpiaba la cara con una camiseta. Se sentó en la cama con la espalda apoyada en la pared del fondo y con ternura me atrajo hacia el abrazándome. No se cuánto tiempo estuvimos así, pero fue mucho. Mi respiración y mis pulsaciones se fueron normalizando mientras me secaba el sudor.
—Luego tendré que castigarte, —dijo con mucha suavidad. Le miré sin comprender y papá se echó a reír. Me incorporó enseñándome el costado y un poco la nalga: los tenía arañados y eso que no llevo las uñas largas porque a papá no le gustan.
—Lo siento papá: no me había dado cuenta, —me disculpé después de la sorpresa inicial.
—Tranquila, pero comprenderás que merecer un castigo, —para volvió a abrazarme mientras me besaba con cariño—. ¿Estás de acuerdo, lo entiendes?
—Si papá.
—Y ¿cómo crees que debe ser el castigo? —le miré otra vez sin entender—. ¿Suave, fuerte, muy duro?
Me abracé a él con fuerza mientras una punzada me atravesaba el clítoris—. Lo que tú quieras.
—No. Quiero que me lo digas tú.
—Es que no sé, —y empecé a sollozar. Papá me achuchó más fuerte mientras me besaba.
—Tranquila mi amor yo decidiré por ti. Veamos, cómo sé que no lo has podido evitar, no va a ser muy duro, pero tampoco puede ser suave: cuarenta azotes en el culo con la mano. ¿te parece bien? —asentí con la cabeza mientras se empezaba a oír a lo lejos el ruido de la quitanieves que el empleado del camping estaba utilizando para despejar las calles—. Ahora va a ser buen momento. Quiero oírte chillar.

Rápidamente papá cogió el rollo de cinta y me sujetó los brazos a la espalda con los antebrazos paralelos, cómo a él le gusta. Me tumbó bocabajo sobre sus piernas y empezó a darme azotes en el trasero mientras los contaba. Los primeros los aguante bien, pero según me iba dando más no se si el dolor aumentaba o que yo los aguantaba menos. Con el décimo empecé a quejarme y con el veinte ya chillaba a pleno pulmón. El ruido de la quitanieves llegaba en ese momento nítido hasta nosotros: debía de estar justo a nuestra altura. Cuándo me dio los últimos, el ruido de la quitanieves iba disminuyendo según se alejaba.
Estuvo un buen rato acariciando mi trasero que ardía. Notaba cómo me pasaba las uñas y luego pasaba la palma de la mano. Siempre parecía que iba a meter la mano entre mis nalgas pero no lo hacia, y mi grado de excitación era tal que sabía que en el momento que me rozara el ano o la vagina lo más mínimo me iba a correr. Papá lo sabía. Lo he dicho varias veces ya: me lee cómo en un libro abierto.
Me ayudó a incorporarme y me puso de rodillas sobre la cama. Se situó a mi espalda, me separó las piernas mientras con la mano izquierda me tapaba la boca. Se agarró la polla con la derecha y me la clavó de golpe. Mi chillido de puro gozo se quedó ahogado por su mano. Culeó tres o cuatro veces y me corrí viva. No aflojó, siguió culeando y un par de minutos después con la mano derecha empezó a estimularme el clítoris. Intente cerrar las piernas pero las suyas me lo impedían y sin remisión me volví a correr. Mientras lo hacia, oí a papá resoplar en mi nuca y cómo se le escapaba un gemido y me sentí muy feliz.
Papá me desató y el resto de la tarde seguimos en la cama mientras en el exterior la ventisca seguía con fuerza. Pusimos una peli de las que le gustan a papá porque con el temporal casi no se captaba el satélite.
Casi sin darnos cuenta llegó la hora de cenar. Después, vimos otra peli, me echó el polvo nocturno de rigor y nos dormimos hasta el día siguiente.



El resto de la semana fue genial. El lunes amaneció despejado y con un sol que duró toda la semana. Todas las mañanas salíamos a hacer excursiones o alguna visita cercana gracias a un coche del camping que nos alquilaron. También subimos a la estación de Cerler: yo no había estado en ninguna súper estación del pirineo.
El domingo siguiente, a primera hora, partimos de regreso a casa. Estos días a solas con papá me vinieron bien porque despejaron mi mente de ideas lúgubres.
Regresé con las pilas cargadas, pero me duró poco.








domingo, 22 de mayo de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 9)

 
Fue dos días después de Navidad. Papá me había dicho que ese fin de semana íbamos a ir a visitar a un amigo suyo y debía estar preparada. «¿Preparada para qué?» pensé, pero no me dijo más y no le pregunté: en el fondo me daba igual mientras estuviera con él.
Por la mañana, con solo un café en el cuerpo, habíamos cogido el coche e ido a correr a la Casa de Campo. Nos dimos una verdadera paliza: más de quince kilómetros. Incluso me metió mano cuándo nos hidratábamos en una de las fuentes de la tapia de atrás: la que da a Húmera. Me encanta que lo haga: no solo me siento deseada, también me siento usada.
Regresamos a casa y papá no me dejó ducharme: dice que le gusta cómo huelo. Tampoco me dejó comer, salvo un gel que me dio cuándo terminamos de correr y otro cuándo llegamos a casa. Estuvo el resto de la mañana, y parte de la tarde, estimulándome sin descanso con toda la gama de vibradores y perdí la cuenta de cuantos orgasmos me obligó a tener. Estaba agotada, y a eso de las cinco me dejó en la cama para que durmiera una siesta.
—Duerme y descansa que te va a hacer falta esta noche, —solo me dijo eso, eso sí, con una sonrisa en los labios, y mientras intentaba adivinar a que se refería, me quedé dormida.
Me despertó a eso de las siete. Medio adormilada me sujetó con firmeza del pelo, apartó el edredón, me puso bocabajo y sin decirme nada me metió algo por el culo. Era fino, e inmediatamente note cómo algún tipo de líquido entraba por el. Lo sacó y me metió un plug.
—Sigue durmiendo, —me tapó, apagó la luz y se fue.
No sé si dormí: no estoy segura. Estaba en ese estado en que parece que no, pero si, o a la inversa. Mientras dormitaba, notaba cómo un verdadera tormenta se desataba en mi vientre. Me dolía y sentía placer al mismo tiempo. Metí la mano entre las piernas y empecé a tocarme el chocho. No llegué a correrme porque ya hace tiempo que he descubierto que necesito a papá para hacerlo: siempre que había intentado masturbarme yo sola, había terminado en fracaso. Tengo una dependencia total de él. Aun así sentía placer, y así me sorprendió papá cuándo regresó.
—¿Qué haces? —preguntó con suavidad apartando otra vez el edredón y dejándome al descubierto con en culo al aire.
—Me estoy tocando: lo siento papá.
—No te disculpes, no pasa nada, pero ¿estás consiguiendo algo? —negué con la cabeza—. Sabes que me necesitas para correrte. ¿Estás de acuerdo?
Afirmé con la cabeza pero no le pareció suficiente y me dio un azote en el trasero.
—¡Te he hecho una pregunta!
—Sí papá.
—¿Si qué? —insistió dándome otro azote.
—Si papá, te necesito para correrme.
—Buena chica, —dijo mientras acariciaba mi enrojecido trasero. Su mano se deslizó entre las piernas y con el dedo empezó a estimularme el chocho mientras con la palma movía el plug. Fue vigoroso y a los pocos segundos me crispaba con un orgasmo tan tremendo que tuve hasta espasmos—. ¿No ves mi amor? Solo tienes que pedírmelo.
Me dejó descansar unos minutos y entonces me llevó al baño. Me sentó en el váter, me quitó el plug y descargue de golpe todo lo que tenía en las tripas. Aun así me mantuvo sentada un rato por si quedaba algo. Después me llevó a la ducha y vi que ya tenía instalado el accesorio de la ducha. Lo primero que hizo fue metérmelo en el culo, y llenarme y vaciarme las tripas varias veces. Mientras lo hacia, con la mano izquierda que estimulaba el chocho hasta que me corría abrazada a su cuerpo.
Nos secamos y pasamos al dormitorio.
—No te muevas de ahí, —dijo situándome en el centro. Desde esa posición vi cómo se vestía de sport y luego se ponía a buscar en mi zapatero que ya empezaba a ser inmenso. Se acercó con unas sandalias rojas de doce centímetros de tacón y me los puso. También me puso unas muñequeras de cuero pero no las unió, solo las dejó puestas. A continuación me puso un collar de cuero con una correa y un abrigo largo.
Muchas preguntas y muchas incertidumbres se amontonaban en mi interior. «¿Dónde me lleva así?», «¿Quién es ese amigo?», «¿Qué me van a hacer? o «¿Qué me va a ocurrir?». Mi mente no dejaba de trabajar, pero no me atreví a preguntarle nada porque no había dudas: iba a obedecer todo lo que papá me ordenase.
—Ya nos podemos ir, —dijo pasándome la mano por el chocho—. Estás preciosa.
Me abrochó el abrigo y con la correa del collar de la mano bajamos a por el coche.
El trayecto fue largo: salimos a la M-40 norte en dirección a la carretera de La Coruña. Llegué a pensar que nos dirigíamos a la zona dónde vivíamos antes, pero no, pasamos de largo. Finalmente, nos desviamos hacia una antigua urbanización de lujo que linda con el Monte del Pardo. Estuvimos unos minutos callejeando y por fin papá paró ante un portón mientras marcaba un teléfono con el manos libres.
—Ya estamos aquí, —y el portón empezó a abrirse.
Entramos con el coche y paramos en una rotondita que había ante la puerta de lo que sin lugar a dudas era una mansión.
—Esto es muy importante para mí, —me dijo antes de bajar—. Quiero que te esfuerces en complacer a mi amigo. Sé que no es necesario que te recuerde la obediencia que me has prometido, pero quiero estar seguro: no quiero fallos. ¿Lo has entendido?
—Sí papá, lo he entendido: te prometo que haré todo lo que queráis.
—Muy bien: buena chica, —dijo acariciándome la mejilla— y disfruta, suéltate, te quiero caliente cómo tú eres. Quiero que cuándo mi amigo te toque te corras cómo haces conmigo, aunque sé que no es lo mismo.
—No te preocupes papá, —se inclinó y me besó en los labios. Salio del coche, lo rodeó, abrió mi puerta y cogió la correa con una mano mientras con la otra me ayudaba a salir.
Llegamos a la puerta y sin llamar esta se abrió. Ante nosotros una mujer de mediana edad, con cierto atractivo, un poco entrada en carnes y desnuda nos franqueó la puerta. Me fijé que llevaba aros en los pezones de dónde colgaba una pequeña cadenita con un cascabel. La vagina también la tenía llena de aros, así cómo un gran pasador en el clítoris. Calzaba unos zapatos negros con plataforma y un tacón vertiginoso.
—Buenas noches señor, —dijo la mujer cerrando la puerta.
—Buenas noches María, —papá me desabrochó el abrigo, me lo quitó y se lo dio a María que lo colgó en el ropero. Cuándo se giró, vi que llevaba un plug en el culo con un gran penacho de pelo a modo de cola.
Tiró de la correa y me condujo a un amplio salón dónde sentado en un gran sillón de orejas había un hombre, más bien grueso y muy mayor, rondando con toda seguridad los setenta. Estaba desnudo y se le veían nítidamente los tatuajes que le cubrían los brazos y el pecho. Entre sus piernas, por debajo del pliegue de su enorme la tripa y semi oculta por una mata de pelos blancos, se vislumbraba algo que podría ser su polla. A sus pies, tumbada, había una chica muy joven y desnuda, de no más de veinte años e inconfundibles rasgos asiáticos: posiblemente filipina. El hombre apoyaba uno de sus pies sobre ella, que a su vez le chupaba el otro pie. Al vernos, dio una patadita a la chica para que se apartara mientras se levantaba para saludarnos.
—Buenas noches Paco, —dijo papá estrechándole la mano, y mirando a la filipina, añadió—. Tienes una nueva.
—No, no, he vendido a Georgeta: ya estoy mayor para estar entrenando, además, era una gilipollas.
—Sí que lo era, pero estaba muy buena.
—¿Y esta que? —dijo Paco obligando a levantarse a la filipina—. Se llama Evelyn. Parece una cría, pero tiene veintiocho años. Y lo mejor: esta entrenada y muy bien.
—Es preciosa, y muy pequeñita: me encanta.
—Así es más manejable. Le faltan tetas, pero se lo van a solucionar el mes que viene.
—Perfecto.
Permanecí en silencio muy atenta a lo que se hablaba, y la sola idea de que papá me vendiera me aterrorizaba, pero al mismo tiempo me excitaba: me resultaba atrayente la idea de pasar de mano en mano cómo una mercancía. Pero eran pensamientos confusos, porque no quería separarme de papá por nada del mundo.
—Te aseguro que a pesar de que no tiene tetas me ha costado una pasta, pero ha merecido la pena. Estoy encantado, tanto que es la que duerme conmigo y María ahora duerme en el suelo con el perro y se encarga de las cosas de la casa.
—¿Y no ha dicho nada? Es tu mujer.
—Nada que no resuelva un par de hostias. Pero ya la conoces, es lo que la va. Igual que a esta, —dijo señalando a Evelyn—. Las tengo funcionando continuamente. Encuentro más gratificante mirar: ya no estoy para muchos trotes. Bueno, preséntame a tu hija.
—Paco, esta es Anita: mi nena, —Paco me sujetó la cara con las dos manos y me morreo. Noté su repugnante lengua explorando mi boca, pero al mismo tiempo una punzada de placer me atravesó el clítoris cómo un alfiler.
—Se la ve muy receptiva y sabe muy bien. Además, es guapísima: no cabe duda de que ha salido a su madre.
—Gracias a Dios, —dijo papá y los dos se pusieron a reír mientras papá le entregaba mi correa.
Paco se sentó en el sillón y con la correa de la mano me estuvo mirando con detenimiento mientras permanecía de pie. Con el dedo me hizo una señal para que me girara y lo hice. Después me hizo arrodillar entre sus piernas.
Mientras, papá se había desnudado y se sentó en el sillón de al lado. Llamó a Evelyn, la sentó sobre sus rodillas y empezó a sobetearla concienzudamente y a besarla. Mientras Paco me miraba yo miraba a papá. Sentí celos: no me gustó nada verle con otra.
—Presta atención, —dijo Paco después de dar un fuerte tirón de la correa. Me atrajo hacia él y empezó a morrearme otra vez mientras me llevaba las manos a la espalda y unía mis muñequeras. Se separó y con las manos recorrió todo mi cuerpo, me pellizcaba los pezones, me agarraba el trasero y cuándo finalmente colocó una mano en mi chocho comprobó que estaba totalmente húmeda.
Mientras papá había puesto a Evelyn de rodillas y la había metido la polla en la boca. La costaba trabajo manejar una polla de ese tamaño.
—María, quítale los zapatos a Anita, —ordenó Paco e inmediatamente sentí cómo me los quitaban. Me inclino hacia un lado mientras su mano descendía por el trasero, los muslos y los tobillos. Estuvo un buen rato tocándome los pies, y noté cómo su patética pollita empezaba a reaccionar contra mi muslo mientras yo veía en primer plano cómo Evelyn le seguía chupando la polla a papá.
—Sabía que te iban a gustar sus pies, —dijo papá—. A mi me encantan.
—Luego haré algo con ellos, que tenemos mucha noche por delante. ¿Ha estado con alguna mujer?
—No, nunca.
—¿Te parece que la iniciemos?
—Cómo quieras: ya sabes que esta noche es tuya.
—María, ponte debajo y chúpala el chocho, —dijo Paco mientras me incorporaba y me inclinaba la cara sobre su polla. Aunque no la veía, note cómo se tumbaba bocarriba y empezaba a chuparme la vagina mientras me introducían una polla que no tenía nada que ver con la de papá.
Nada más que notar la lengua de María en la vagina empecé a reaccionar al mismo tiempo que la polla de Paco lograba alcanzar un tamaño aceptable. Aun así, para metérmela toda tenía que apretar la cara contra su peluda tripa. Notaba cómo el deseo se adueñaba de mí, pero tardé más de lo normal en correrme, y eso que María sabía lo que hacia.  Cuándo lo conseguí, pegué la vagina contra la boca de María, pero no se quejó, al contrario, bebió los fluidos que solieron de mi interior. De todas maneras no fue cómo los orgasmos que me provoca papá: ni mucho menos.
Cuándo me recuperé, volví a chupar la polla de Paco con la certeza de que a pesar de la erección debía de estar muerta. Evelyn no iba mejor con la de papá y eso que estaba utilizando las manos.
—¿Me la prestas un segundo Paco?
—Claro, —respondió. Me levanté, me arrodille ante papá y comencé a chupar. Un par de minutos después se corrió en mi boca.
—No te lo tragues y mantenlo en la boca, —me ordenó. Se levantó, me ayudo a levantarme y cogiendo a Evelyn del brazo la acercó a mí—. Besaros.
Comenzamos a morrearnos mientras la leche de papá se escapaba por las comisuras de los labios. Rápidamente, Paco llamó a María para que siguiera chupándole la polla: tampoco consiguió nada. Al cabo del rato, la dio un empujón con el pie y la tiro al suelo.
—Vamos puta, tráeme un Bourbon, —María se levantó rápidamente y se fue hacia el bar—. Cada día me cuesta más correrme: serán los años.
—Nos ha jodido, ¿qué quieres? —dijo papá cogiendo a Evelyn de la mano y sentándola sobre sus muslos mientras que Paco me puso de rodillas para que siguiera chapándosela. Cuando regreso María, le dio la bebida y después de una indicación se arrodilló y se puso también a chupar.
Mientras lo hacíamos, nuestros labios se encontraban y me iba poniendo a cien, no hasta el punto de correrme pero si me resultaba muy placentero. Paco se dio cuenta, alargo la mano y me soltó las muñequeras dejándome las manos libres.
—Vamos, tocaros, —ordenó e inmediatamente nos pusimos a sobarnos mientras nuestras bocas se buscaban con deseo. Estuvimos así un rato, hasta que Paco se levantó y nos empujo para que nos tumbáramos sobre la alfombra—. Comeros los chochos.
Cambiamos de posición y empezamos con el 69 mientras Paco acercaba una silla y se sentaba a nuestro lado, para vernos desde más altura. María si llego al orgasmo, pero yo no, aunque me quedaba cerca.
—Que silenciosa es tu hija, —dijo Paco.
—Que va, al contrario. Lo que pasa es que no se ha corrido bien.
—¡Joder! ¿Y eso?
—Porque solo se corre de verdad si interactúo con ella. ¿Quieres verlo?
—Claro que quiero verlo, —Papá se levantó y cogiéndome de un brazo me hizo poner de rodillas.
Me dio unos manotazos en la parte interior de los muslos para que los separara y colocó la palma de la mano sobre mi vagina. Con la mano izquierda me agarró del pelo y tiro hacia atrás mientras empezaba a estimularme. Fue muy rápido, en menos de un minuto estaba chillando con todas mis fuerzas mientras mis abdominales se contraían y se cuadriculaba. Cómo recompensa, papá me estuvo besando mientras me mantenía agarrada del pelo.
—¡La hostia! Estás dos zorras se corren con solo mirarlas y tu hija depende de ti para su placer. ¿Cómo lo has conseguido?
—Es que soy muy bueno, —dijo papá riendo. Después me hizo una indicación para que siguiera con María.
Durante varias horas estuvimos jugando y no fuimos capaces de conseguir que el viejo se corriera. Incluso en una ocasión, mientras Evelyn y yo le comíamos la polla y el ano, el abofeteaba a María, pero ni así, y eso que se notaba que a ella le gustaban las bofetadas. Finalmente, cuándo conseguimos una erección aceptable me cogió por detrás y me la metió por el culo. Estuvo esforzándose, pero ni aun así. Al final desistió. Se sentó en el sillón y se dedicó a mirar y a beber bourbon. 
A eso de la cinco de la madrugada, papá me tumbo bocarriba y le dijo a Evelyn que se pusiera a cuatro patas cabalgando mi boca y a María que me chupara el chocho. Papá se puso de rodillas detrás de la filipina y la penetró. Al principio se quejó un poco: está claro que nunca la habían metido una polla cómo la de mi padre.
Sentía una sensación extraña. Sentía muchos celos al ver cómo se follaba a otra: y a corta distancia. Pero entonces paso algo. Con el ir y venir de su polla, Evelyn segregaba y me salpicaban la cara. Por supuesto no era mucha cantidad, pero si lo suficiente cómo para notar cómo las gotitas impactaban en mi cara. Con la lengua la lamia el clítoris intentando recoger algo más y saborearlo, mientras María hacia en mi vagina un trabajo concienzudo. Tuve un orgasmo y luego otro, al igual que Evelyn. Entonce papá se corrió, pero antes de eyacular la sacó y me la metió en la boca regalándome su semen. Estuve chupándola un buen rato, limpiándola concienzudamente: no quería que quedaran restos de otra mujer.
—¿Dónde tienes el arnés ese con doble polla? —preguntó a Paco incomparándose. Este le hizo una indicación a María que salio volando en su busca. Un par de minutos después regresó y se lo dio a papá.
Me hizo poner de rodillas y me introdujo en la vagina la parte interna. Después me apretó las correas para que no se me saliera y después de morrear a María un rato la hizo tumbarse bocarriba y separar las piernas. Me colocó entre sus piernas e inclinándome sobre ella la penetré con mucho cuidado: no quería hacerla daño. Empecé a follarla y según lo hacia me follaba yo misma. María desfrutaba cómo una loca y buscaba mis labios para comérmelos y me ofrecía la lengua que aceptaba sin dudar. Después de un rato, papá se puso a acariciarme el trasero e introdujo un dedo en mi ano. Fue automático: me corrí. Mientras lo hacia, me descontrole y era incapaz de mantener el ritmo. Papá me dio unos azotitos en el trasero para animarme a seguir y eso hice. Continúe apretando a María mientras mi cuerpo se cubría de sudor y María encadenaba orgasmos. Entonces papá repitió la operación: metió un dedo en mi ano y al momento me volví a correr. Me quede sobre ella y cuándo me recupere un poco la estuve besando por todo lo que tenía a mano. Ahora comprendo por qué papá lo hace conmigo: siempre que terminamos se tira un rato largo besándome. A mí me gusta: me siento deseada. Espero que María sienta lo mismo.
Llegamos a casa cuándo las primeras luces de la mañana rompían la noche. Estaba agotada. Tanto que me costó subir las escaleras. Nos duchamos rápido, nos metimos en la cama, y antes de que apagara la luz, ya estaba dormida.











sábado, 14 de mayo de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 8)


Papá me hizo bajar del coche tirando de la correa del collar de cuero que previamente me había puesto en el cuello. Me grababa con una cámara de video. El collar era ancho e incomodo y me obligaba a tener el cuello muy estirado, y solo podía girarlo con dificultad.
Hacia fresco a pesar de ser agosto, seguramente consecuencia de los montes cercanos. Cuándo descendí del coche, papá me hizo quitar el vestidito que llevaba y los pezones se me pusieron duros cómo piedras. Me quede completamente desnuda, solo con las sandalias de doce centímetros de tacón: ya había salido sin ropa interior del camping.
Eran las dos de la madrugada y estábamos en un polígono industrial del extrarradio, dónde, en algunas zonas, trabajaban a destajo una nube de putas de todas las razas. Papá, había estado hablando con uno de los chulos y desde el coche vi cómo le daba algo de dinero. Después, nos situamos en el extremo de la calle dónde no había nadie trabajando.
Me puso unas muñequeras de cuero y las unió por la espalda. Tirando de la correa me hizo pasear por la calle. Estaba aterrorizada y excitada a la vez: posiblemente más lo último. Cuándo paró el primer coche se me aflojaron las piernas y sentí una punzada en el clítoris.
—¿Y esa? —preguntó el desconocido a través de la ventanilla.
—¿Qué la pasa? —respondió papá apoyando la mano en el techo del coche mientras con la otra mantenía sujeta la correa de mi collar.
—¡Joder! Que la llevas atada.
—Es que hay que domarla antes de ponerla a trabajar. Es un poco desobediente, ya me entiendes.
—Entonces, ¿no está trabajando?
—Todavía no ¿te gusta?
—Ya lo creo, esta buena de cojones y se la ve muy jovencita.
—Tiene diecinueve añitos, —y sobeteándome las tetas añadió—: y sí, esta muy buena.
Yo ya estaba muy excitada, pero con la conversación me puse al borde del orgasmo. Noté cómo mis fluidos empezaban a resbalar por el interior de mis muslos y papá también se percató.
—Es una puta muy salida, mira cómo esta ya, —dijo papá obligándome a separar las piernas ante el desconocido que flipaba en colores.
—¿Cuánto quieres por ella? —al oír la pregunta no lo pude evitar, se me contrajo el abdomen se me agito la respiración y me corrí cómo una perra, ante la satisfacción de papá y el asombro del desconocido.
—Ya te he dicho que no está trabajando.
—Doscientos euros por chupármela.
—No, no insistas. Sigue la calle, más adelante veras a sus compañeras. Seguro que encuentras alguna que te guste.
—Ya, pero es que yo quiero a esta zorra y suelo conseguir lo que… —hizo ademán de abrir la puerta, pero desistió. Papá se levantó un poco la camisa y enseño al desconocido la cacha de la pistola que llevaba metida en la cintura del pantalón.
—Te repito que sigas más adelante: es lo mejor para todos, —dijo papá con una sonrisa y mirada penetrante.
—Vale, vale, tranquilo: ya me voy. Pero es una pena, podría llegar a los trescientos, —papá no dijo nada mientras mantenía la mirada al desconocido. Finalmente, arrancó y siguió calle arriba.
Me hizo arrodillar, se sacó la polla, me la metió en la boca y comencé a chupar. Mientras lo hacia, veía la cacha de la pistola y me excitó otra vez tanto que me volví a correr. No se corrió en mi boca, me agarró por el pelo y lo hizo en mi cara. Después, con la polla estuvo rebañando el semen y llevándolo a mi boca.
Papá miró hacia el final de la calle y vio cómo el desconocido hablaba con el chulo y señalaban hacia nosotros. Desnuda y sin desatarme, me hizo subir al asiento de atrás del coche, arrancamos y nos fuimos rápidamente del polígono.


Estuvo mucho tiempo conduciendo. Tumbada en el asiento trasero veía el formidable espectáculo de una noche sin luna, rasgado ocasionalmente por las luces de los vehículos que nos cruzábamos. Paramos, pero no apagó el motor. Al salir, vi que estábamos en un gran aparcamiento de camiones que se encontraba semi vacío: no había nadie en las proximidades. Abrió la puerta, metió el cuerpo dentro y me soltó las manos. Después, paso el brazo por debajo y me sacó del coche. Hacia frío y los pezones se me dispararon otra vez. Me abracé e inmediatamente noté el bulto de la pistola en mi vientre. Papá me besó y me dio el vestido para que me lo pusiera. Subimos al coche y seguimos de regreso al camping.


Llegamos a las cuatro y media de la madrugada. Aparcamos fuera y andando nos dirigimos a la autocaravana. Inmediatamente me metí en el baño a evacuar y a ducharme.
—¿Quieres que prepare algo de comer? — me preguntó papá mientras me duchaba.
—No, no me apetece, pero me tomaría un poco de vino.
—¿Blanco o tinto?
—Tinto
Salí de la ducha y mientras me secaba vi que papá ya había preparado las dos copas de vino.
—¿Mañana tienes algo previsto papa?
—Sí. Cuándo te despiertes te vas a la playa, que yo tengo que ir a la agencia a devolver el coche.
—¿Y cómo vas a volver desde Cartagena?
—En el autobús.
—Prefiero irme contigo, —dije mientras dejaba la toalla, me sentaba sobre el y cogía mi copa—. Si no te importa.
—¿Cómo me va a importar? Si quieres venirte vente, pero me voy muy temprano.
—No sabía que tenias una pistola, —dije cambiando de tema después de asentir con la cabeza.
—Me la gestionó el banco. Ya sabes por cuestiones de seguridad.
—Y ¿La has usado alguna vez?
—Solo en el pabellón de tiro: de vez en cuándo hago practicas.
—¡Ah! ¿Sí?
—¿Te interesa? —afirmé con la cabeza—. Cuándo regresemos a casa te arreglo los papeles.
Apuramos el vino y nos fuimos a la cama. Papá me puso de lado y se pegó a mi espalda mientras su mano terminaba en mi vagina. Empezó a estimularme y automáticamente reaccioné apretándola contra su mano. Mientras lo hacia, me penetró y empezó a follarme. No se corrió, pero yo si lo hice varias veces cómo siempre. Finalmente, me quedé dormida en sus brazos.


Un intenso olor a café me despertó, y me sorprendió la cantidad de luz que entraba por la ventana de la autocaravana. Siempre que me pasa eso es porque es muy tarde.
—¿Qué hora es? —dije medio amodorrada.
—Casi la hora de comer.
—Pero tenemos que ir a… —dije incorporándome mientras mis tetas vibraban con el movimiento.
—Cómo me gusta cuándo haces eso, —dijo papá poniéndome una taza de café en la mano—. Ya he llevado el coche y he vuelto.
—¡Joder!
—Te he llamado, pero estabas grogui, —dijo papá riendo mientras se levantaba—. Voy a preparar la comida.
Después de comer y lavar los platos, cogimos las esterillas y cogidos de la mano nos encaminamos a la playa. Ya me he acostumbrado a que le miren a papá la polla más que a mi, y lo que más me divierte es que son los tíos los que más le miran: son unos envidiosos.
Llegamos a la playa y nos sentamos en las esterillas. Nos embadurnamos con el protector solar y me tumbé a tomar el sol mientras papá abría su libro.
Llevábamos un par de horas cuándo de improviso sentí la mano de papá en mi chocho. Me sobresalte un poco porque no me lo esperaba, pero rápidamente separé un poco más las piernas para facilitarle las cosas. Noté cómo el deseo me embriagaba y se
apoderaba de mi. Permanecí con los ojos cerrados: me daba igual que me vieran. Oía conversaciones cercanas y eso me excitaba más. Me sentía extremadamente caliente por la acción de papá y por el sol que pegaba de lo lindo. Cuándo me fui a correr, papá pegó sus labios a los míos para impedir que me pusiera a gemir y montara un escándalo.
Espaciadas por el tiempo en que leía un capítulo del libro, repitió la misma operación un par de veces más con idéntico resultado.
A eso de la siete de la tarde regresamos a la autocaravana. Por el camino fuimos cogidos de la mano, pero se me pasó por la imaginación el ir cogida de la polla de papá. Eso si que hubiera levantado muchas habladurías.
Nos duchamos, y cuándo esperaba que papá me follase, resultó que no y eso me sorprendió porque no era normal: no recuerdo un solo día dónde no me folle, al menos, un par de veces al día. Sirvió un par de copas de vino blanco muy frío, nos sentamos en las tumbonas y nos pusimos a charlar.
—Vamos a cenar, —dijo a eso de la ocho y media—. Te he preparado una sorpresa.
—¿Una sorpresa?
—Sí. Esta mañana he traído de Cartagena marisco y otras cosillas que sé que te gustan. Y de beber: champán.
—¿Champán?
—Y francés: Veuve Clicquot. A tu madre le gustaba mucho esta bodega. Mientras caliento la cena prepara la mesa y cómo no tenemos copas de champán, pon de vino.
Papá había traído caldereta de langosta. Ya estaba preparada, solo había que calentarla. También salpicón de marisco y muchos langostinos, que sabe que me pirran. Menudo atracón que me pegué: no sobró nada. Y además con el champán que estaba buenísimo.
Recogimos la mesa y nos sentamos en las tumbonas con lo que quedaba del champán. Estaba muy hablador, y yo estaba encantada. A veces pienso que papá habla poco porque yo no le dejó meter baza. El lo niega y asegura que le gusta mucho escucharme.
—Que lastima que se haya acabado el cava.
—No es cava, es champán, y hay otra botella.
—Pues eso: me gusta mucho.
—Te vas a emborrachar que ya has bebido mucho.
—Así te aprovechas de mí y me haces lo que quieras.
—Ya lo hago mi amor, —dijo papá levantándose a por la botella.
—Bueno da igual: pues más, —oí a papá reír en el interior de la autocaravana, y cuándo salió seguía riendo—. ¡Jo! ¿Qué?
—¿sabes? Te voy a contar un secreto de tu madre, —dijo papá descorchando la botella y sirviendo en las copas—. Algo que nadie sabe, salvo yo, por supuesto.
—¿Secretos de mama?
—Sí, secretos de mama, —dijo papá arrastrando la tumbona y sentándose a mi lado. Después continuo bajando la voz—. Tu madre tenía… mejor dicho: disfrutaba de una parafilia un tanto especial. ¿Has oído alguna vez hablar del síndrome de la “bella durmiente”? —negué con la cabeza—. Hay personas que se excitan mucho teniendo sexo con personas dormidas profundamente, lo que pasa es que en el caso de tu madre, la que dormía era ella.
—¿Y entonces? ¿Si estaba dormida cómo se…?
—A eso voy, —me interrumpió—. Todo se grababa en video: desde el principio al final. Luego ella lo veía sola, se masturbaba con su vibrador y tenía unos orgasmos tremendos.
—Y ¿Cómo se dormía? —pregunté. Notaba la lengua un poco pastosa, probablemente a causa del vino y un punto de placer empezaba a recorrerme el cuerpo—. ¿Tomaba algo?
—Sí: tomaba una cosa que se llama Propofol. Nos lo proporcionaba un amigo médico de mucha confianza: ya me entiendes. La hizo unas pruebas y recomendó ese compuesto.
—¿Y eso era legal?
—Pues… digamos que no, es solo de uso hospitalario: es una especie de anestésico.
—Y ese médico amigo tuyo… ¿por qué lo hace? Se puede meter en un lío.
—Digamos que es un aficionado muy interesado en ese aspecto de tu madre.
—No entiendo.
—¡Coño Anita! Que se la follaba.
—¿Sí?
—Claro mujer. Es un aficionado a las cosas raras, y te aseguro que tu madre no era la única: tenía varias bellas durmientes.
—¿Y tu también participabas?
—Si, pero no juntos: nos turnábamos. Lo hacíamos una vez al mes, una vez el y a la siguiente yo. A mi no era una cosa que me llamara especialmente la atención, pero a tu madre sí y por eso lo hacia.
—¿Por qué no te gustaba?
—No es que no me gustara, no es eso, tiene su morbo, pero yo prefería oírla chillar y gritar, que es lo mismo que me pasa contigo.
—¿Y solo una vez al mes?
—Eso fue una imposición mía: no me hacia gracia estar inyectándola un anestésico a cada momento.
—¿Sigues teniendo esas grabaciones? No las he visto entre las grabaciones de mama.
—Claro que las tengo, pero en un sitio aparte. Ten en cuenta que ese médico puede terminar en la cárcel por esto.
—¿Cuándo regresemos a casa puedo verlo? —me empezaba a sentir mareada por el champán.
—Y ahora si quieres, —dijo papá levantándose y cogiéndome de la mano. Me levante y me sentí mareada: me costó trabajo encontrar el peldaño para subir a la autocaravana. Me llevó a la cama, que ya estaba abierta y apoyé la espalda en su pecho mientras tecleaba en la tablet. Entonces dio a reproducir un video y vi el cuerpo desnudo e inerte de mama, y a un tipo grande, gordo, peludo y de aspecto repulsivo, al menos eso me pareció a mí, que la manejaba cómo si estuviera muerta. El tipo la tenía en brazos y paseaba por la habitación: a mama se la veía muy pequeña a su lado. Cada cierto tiempo, el tipo elevaba los brazos y le besaba las tetas y el cuello. Después, la deposito en el suelo, acercó una silla y se estuvo masturbando con los pies de mama.
Empecé a ponerme cachonda y papá alojó su mano en mi vagina empezando a estimularme. No vi más, cerré los ojos y notaba cómo si la habitación se moviera. Tuve un orgasmo extraño, raro, ni siquiera sé si lo fue, aunque creo que me corrí.



Aparecí por la puerta de la autocaravana dando tumbos, y deslumbrada por la luz del sol. Fallé al poner el pie y me fui para abajo dándome un golpe impresionante: me caí de cabeza.
Papá, que estaba en la tumbona leyendo su libro, se asustó mucho. Se levantó de un salto y me ayudo a incorporarme. Tenía un rasponazo en el lado derecho de la cara, a la altura de la sien y me dolía un poco el hombro. Me ayudo a sentarme en una silla y me estuvo limpiando la herida.
—Se te va a poner el ojo que se van a creer que te he dado una hostia.
—Me da igual.
—Ya, pero a mí no.
—¡Joder! Y con lo que me duele la cabeza, —me quejé.
—Es que te has dado una buena leche, además de lo que bebiste anoche, —dijo papá entregándome un par de comprimidos de ibuprofeno y un vaso de agua—. Tomate esto: te ira bien para la hostia y para la resaca.
—¿Qué hora es? —pregunté después de tomarme los comprimidos.
—Las cuatro.
—¡Las cuatro! ¿pero por qué no me has despertado antes?
—¿Despertarte? Pero si has roncado y todo.
—¡Yo no ronco!
—¡Joder que no! pero si han venido de la recepción a preguntar que se estaba rompiendo, —me dejó con la boca abierta.
—Eso no es cierto: no ha venido nadie, —papá soltó una carcajada y levantándome me abrazó mientras me besaba. Me cogió de la mano y tirando de mí entramos en la autocaravana. Nos tumbamos en la cama y entonces me percaté de la enorme erección de mi papá.
—¡Hala! ¿Y eso?
—¿Cómo que y eso? Que desde que regresamos del polígono no te he vuelto a oler. Y anoche te hice un dedo y te quedaste trincada.
—¡Jo! Papa. Lo siento.
—Pues te vas a cagar: pienso estar follándote toda la tarde, —y sin más palabras se puso sobre mí y me penetró. Me folló con furia, con saña, mientras me mordía el cuello y me morreaba. Se corrió rápido, y por poco no lo hace antes que yo.
Efectivamente, estuvo toda la tarde follándome, o estimulándome, con manos o aparatos electrónicos, por la boca, por el culo o por la vagina.
A eso de las diez de la noche estaba agotada y papá me dejó tranquila por ese día.
El resto de la vacaciones fueron muy tranquilas. Mucho sexo sin cosas raras, y mucho sol y playa. A finales de agosto regresamos a casa para reemprender nuestra vida cotidiana.

















viernes, 6 de mayo de 2016

Anita de tus deseos (capitulo 7)



Cómo todas las mañanas temprano, papá tiene su polla en mi boca mientras yo, cómo siempre, le dejó hacer: la utiliza para que se le ponga dura. Después, o me pone a cuatro patas y me folla desde atrás o me pone bocarriba y lo hace mientras me besa los pies. He notado que le gustan mucho, por eso, nunca uso calcetines en casa y siempre los llevo al aire. Cuándo salgo con él por la calle, procuro llevar sandalias con mucho tacón y si hace mucho frío uso zapato cerrado. Nunca uso medias: papá las odia, aunque cuándo vamos de viaje las usa para atarme.
No soy activa en la cama, ni mucho menos: soy una sumisa total. Y lo soy, no por imposición de papá, lo soy por convencimiento: me encanta que me maneje cómo a una muñeca, y que haga conmigo lo que quiera. Todos mis agujeros son suyos y están a su disposición, y os puedo asegurar, que los usa y con profusión.
Ahora estoy aquí, con la polla de papá en la boca mientras con el móvil deja instrucciones a su secretaria, cómo todas las mañanas. Después me penetra y me folla con furia, sabedor de que hasta media tarde no me va a volver a tocar.



Ha pasado un año desde que papá y yo iniciamos nuestra relación de pareja. Ha sido un año muy intenso y estresante, y la verdad es que estoy hasta las tetas, pero ya ha acabado todo, y ahora, por fin tengo mucho tiempo libre para dedicárselo a papá. En este año nos hemos mudado a la nueva casa de Tres Olivos, he iniciado la carrera de Empresariales, he hecho un par de cursos de informática y empecé a ir a la autoescuela. Estamos a finales de junio, lo he aprobado todo y soy la flamante poseedora de un carné de conducir.
Soy extremadamente feliz con nuestra relación de pareja, y sé que papá también. Aquí nadie nos conoce, y cómo papá y yo no nos parecemos físicamente en nada, nos hacemos pasar por marido y mujer. Seguro que hay algún comentario mal intencionado a nuestras espaldas sobre la diferencia de edad, pero la verdad es que me da igual, y a él también.
Entre semana salimos juntos de casa: papá al banco y yo a la universidad. No regreso a casa hasta la noche, papá no quiere que estudie en casa porque si me ve por allí me mete mano y terminamos follando, por eso me voy a una biblioteca publica cercana y estudio allí.
Nuestras rutinas sexuales no son cómo al principio ni mucho menos. Follamos a primera hora y después de cenar: y nada muy complicado o elaborado. Eso si, los fines de semana tiemblan las pareces: no paramos.
En cuánto al punto cuarto de las normas que me presentó papá y que firmé, lo he cumplido. Estoy siempre en torno a los 46 kilos, salgo a correr y hago un poco de musculación. Papá está encantado porque cómo ya conté, le encantan las mujeres muy delgadas. Muchas veces, cuándo me folla, pasa su mano por mi cuadriculado abdomen.
Cuándo recogí las notas de la universidad y le di la buena noticia, salimos a cenar por el centro de Madrid. Previamente habíamos asistido a una representación de teatro: uno de esos dramones de Shakespeare a los que me he aficionado.
— ¿Qué quieres que te regale por haber aprobado todo y haberte sacado el carné de conducir? —preguntó mientras nos servían los cafés.
—Un coche, —respondí sin titubear: sabía muy bien lo que quería.
—Vale, ¿has pensado en algún modelo en concreto?
—Sí, quiero un Dacia Dokker.
—Pero hija, eso no es un coche, es una furgoneta.
—Ya lo sé, pero es lo que quiero.
—Te aseguro de que nos podemos permitir algo mejor.
—Me da igual: es lo que quiero, —insistí.
—Pues ya esta: mañana nos vamos a un concesionario que conozco y lo compramos. Y ahora queda tu regalo de cumpleaños, —dijo mientras se sacaba del bolsillo de la chaqueta una cajita. La cogí y la abrí.
—Es precioso, —dije cuándo lo vi. Era un cronógrafo blanco con la esfera morada. Me encantó.
—Y por último…
—¿Más?
—… dentro de una semana nos vamos diez días a Marrakech, —me dieron ganas de
levantarme y dar saltos de alegría—. ¡Ah! Y no son vacaciones: son días que me deben. De vacaciones nos vamos en agosto: vete pensando dónde quieres ir.
—A la playa con la autocaravana, y me da igual el sitio mientras haga calor y calor.
—Hasta en eso te pareces a tu madre. Vale, pues ponte a buscar camping. Te haré una lista con los que visitaba con tu madre, lo que pasa es que algunos son nudistas.
—¿Nudistas?
—Sí, de esos íbamos a dos: uno en Cartagena y otro en Málaga, en Almayate. ¿Te interesa?
—Sí, me mola la idea de estar en pelotas y que la gente vea lo buena que estoy, —papá casi se atraganta con mi afirmación—. Lo que pasa, ahora que lo pienso, que la gente te va a mirar la polla y van a pasar de mí.
—¡Joder! ¿Y que quieres que haga? No me la voy a cortar, —dijo papá siguiendo la broma.
—Ni se te ocurra.

Una semana después aterrizamos en el aeropuerto de Marrakech. Inmediatamente noté ese calor tremendamente seco de primeros de julio. Un vehículo del hotel nos estaba esperando y en él nos dirigimos al corazón de la ciudad.
El hotel era grande, tipo riad, con una gran piscina en el centro, spa, estaba situado en el interior de las murallas de la medina, y a un par de minutos escasos de la plaza de Yamaa el Fna. Llegamos sobre las diez y media de la mañana, nos registramos y papá cambió moneda en la misma recepción. Después nos acompañaron a la última planta dónde papá había reservado una suite.
—¿Vamos a la plaza? —dije antes de plantearme deshacer las maletas.
—No, a esta hora no está la plaza, —y ante mi cara de incredulidad se echó a reír—. Ahora mismo solo está la explanada. Todas las noches se desmonta todo para que los de la limpieza pasen con las mangueras.
—¡Ah! ¿Sí?
—Sí mujer, —y mirando el reloj, añadió—. Te cuento cuál va a ser nuestra programación diaria: nos levantamos moderadamente pronto, desayunamos, visitas turísticas, regresamos al hotel, comida y piscina. Luego spa o gym, o las dos cosas, cómo quieras. Y a eso de la siete de la tarde, salimos a la plaza y a cenar.
—Son las once y cuarto: ¿y ahora?
—Ahora te voy a echar un polvo que te vas a cagar, —dijo papá abrazándome y levantándome con una mano en mi trasero—. Y luego a comer.
Me llevó al sofá de la suite y me depositó en él para empezar a quitarme la ropa. Una vez desnuda, me giró dejándome la cabeza colgando por el borde. Mientras se desnudaba me miró con detenimiento y ya solo con su mirada me excité. Se arrodilló, me metió la polla en la boca e inclinándose me separó las piernas y comenzó a chuparme el chocho. En mi es una reacción instintiva cerrar las piernas, o al menos intentarlo, pero papá las mantiene bloqueadas con sus brazos y soy incapaz. No me aprieta con la polla la garganta, solo la mantiene en su interior mientras me chupa el chocho. En eso es incansable: puede estar mucho tiempo, el que sea necesario mientras voy encadenando orgasmos con la facilidad que solo él consigue. El no bombea, pero yo beso, chupo, saboreo, y muerdo en ocasiones su poderosa polla de la que me reconozco esclava. Finalmente, después de tres cuartos de hora, con interminables hilillos de babas saliendo por los laterales de mi boca, papá me la llenó con su semen. Aun así, siguió insistiendo con la lengua hasta que me arrancó un último orgasmo.
Me ayudó a incorporarme y con su camiseta me limpio la cara de babas y semen. Me entrego mis gafas de sol y salimos al exterior de la suite y nos apoyamos en el muro de la enorme terraza. De frente, el impresionante minarete de la mezquita de la Koutoubia. Papá me abrazó por detrás mientras miraba el reloj y apretaba la polla contra mi trasero. Si me asomaba un poco veía el trasiego de la calle que empezaba a ser incesante rumbo a la plaza. Y entonces ocurrió: nítido, potente, escuché un sonido procedente de la mezquita.
—¿Están llamando a la oración?
—Si, —dijo papá mirando otra vez el reloj. Permanecimos en silencio escuchando respetuosamente el canto del Muadhin.
—Pues la gente sigue andando por la calle, —pregunté con ingenuidad cuándo terminó.
—¿Qué te crees, que la gente se tira al suelo cuándo lo escucha? —dijo papá riendo—. Los musulmanes viven el Islam de una manera mucho más natural de lo que pensamos.
—Y ¿Cuántas veces llaman?
—En total cinco, y este ha sido el segundo: el primero es de madrugada.
Nos dimos una ducha rápida, nos pusimos los bañadores y una camiseta, y bajamos a comer. Nos sentamos en una mesa muy agradable, rodeado de planta y muy cerca de la piscina. Pedimos dos ensaladas y dos cervezas. Estuvimos en la piscina hasta las cinco de la tarde y subimos a la habitación, dónde papá, sin ningún tipo de preámbulo, me quito el bikini, se puso sobre mi y me penetro. Al principio empezó de una manera frenética, pero luego, poco a poco, se fue calmando hasta adoptar su parsimonioso ritmo habitual. Después de un par de mis orgasmos, se corrió y cómo siempre, estuvo un buen rato cubriéndome de besos.
—¿Qué ha pasado hoy? —mientras le acariciaba el pelo, le pregunté interesada ante un cambio tan evidente en su costumbre.
—¿Te ha molestado?
—En absoluto: estoy a tu disposición.
—Pues no sé, es la primera vez que te veo en bikini en público, y me estaba poniendo borricote. Si quieres seguir en la piscina podemos bajar otra vez.
—Yo lo que quiero es que hagas conmigo lo que quieras: estando a tu lado lo demás me da igual. Pero… la verdad es que tengo muchas ganas de ir a la plaza.
—Pues entonces… —dijo papá mirando el reloj—, nos duchamos y nos vamos.



La plaza de Yamaa el Fna me impactó más de lo que me había imaginado. Miles de personas deambulando de un lado a otro por entre los puestos, o en los corros de charlatanes, o esquivando a los de las serpientes. Una gran humareda de fritanga se elevaba de la zona de los restaurantes al aire libre y por detrás aluciné con los puestos de dientes y dentaduras postizas.
Cenamos en un restaurante y después paseamos con mucho agobio por los zocos. No te podías parar a mirar porque literalmente te asaltaban. Aun así compramos algunas cosillas y papá me dejó muerta: cómo regatea el tío. Hubo uno que incluso se cabreó con él. No me gustó el no poder entrar en una mezquita: no me parece justo. En las iglesias y catedrales cristianas puede entrar todo el mundo, incluso los no creyentes.
Antes de regresar al hotel dimos una última vuelta por los corros de charlatanes. Ya en el hotel, nos tomamos una copa de vino en el bar que tienen junto a la piscina. No me gustan los licores fuertes ni los combinados, por eso, fuera de casa siempre tomo vino.
Mientras subíamos en el ascensor, papá me tenía abrazada y me comía el cuello. Cuándo se abrió la puerta una pareja mayor se quedó sorprendida al pillarnos en actitud poco decorosa.
Sorry, —dijo papá poniéndome la mano en el trasero y sacándome del ascensor—. Bye.
Riendo nos encaminamos a la suite mientras presentíamos la mirada de la pareja en nosotros. Seguro que pensaban: «mira el viejo verde con la cría».
Entramos en la habitación y rápidamente papá me fue quitando la ropa. Lo hizo en el mismo recibidor y de la mano me llevó a la terraza. Se quitó la ropa y se tumbó en una tumbona y tirando de mí me puso encima. Sujetó con las manos mi cara y me morreo apasionadamente mientras me derretía. Me enloquece esta nueva faceta de papá, hasta el momento desconocida para mí: la de amante. En Madrid es mi dueño, mi amo, mi maestro y yo soy su perra fiel. Vivo para eso: en mi no hay dudas. Si es cierto que papá ha aflojado el control psicológico que mantenía sobre mí desde el principio, pero lo ha hecho porque estoy totalmente entregada y rendida. Repito: en mí no hay dudas. Aquí es más amante, tenemos una relación más “normal”, más de pareja.
En ocasiones pienso que la parte de mi cuerpo que más le gusta son mis labios. Aunque nunca ha llegado a hacerlo, creo que podría estar horas morreándome. Hay veces que solo utiliza mi boca: primero la morrea y luego me introduce la polla y se corre en ella. Yo tengo suficiente con eso: siento un gran placer en sentirme utilizada de esa manera, ser penetrada. De todas maneras papá siempre me recompensa, me estimula la vagina y me lleva al éxtasis.
Cuándo papá se cansó de morrearme y chuparme los pezones, me hizo cabalgarle y me penetró. No hizo nada, todo lo hice yo. Bajo la inmensa luna llena y a la vista del imponente alminar de la Koutoubia estuve cabalgando la polla de papá mientras sus manos me acariciaban las piernas hasta los pies. Esa es otra parte de mi cuerpo que sé que le gusta mucho. Solo dejaba de cabalgar cuándo me llegaba un orgasmo y todo mi cuerpo de descontrolaba crispado por la ola de placer. Después seguía hasta el siguiente, y así hasta que papá se corrió y me dejé caer sobre su pecho exhausta, sudorosa y muy feliz.



Fueron diez días muy intensos. Recorrimos de cabo a rabo Marrakech e hicimos varias visitas fuera. Pasamos a la zona sur del Atlas y visitamos las casbas de Ait Ben Haddou y Ouarzazate. También fuimos a la costa, a Essaouira, la antigua Mogador.
Finalmente, regresamos a Madrid e inmediatamente me puse a planificar las vacaciones. Buscar los emplazamientos de los camping naturistas me excitaba mucho. Los otros, los normales, los deseché desde el primer momento.
Papá no intervino en nada, me dejó hacer sin ningún tipo de recomendación. Me sentía segura teniendo el control de la organización de las vacaciones. Solo esperaba ansiosa el día que saliéramos de Madrid.