martes, 25 de febrero de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 7)

 


Antes de abrir los recipientes del chino, la ayudé a quitarse el corsé, las ligas y las esposas. Por precaución, lo último fue la mordaza, pero la verdad es que se me colgó del cuello y me besó en los labios. No hubo manera de que se quitara los zapatos de baile rosas: estaba encantada con sus primeros zapatos de tacón. Tengo que reconocer de que a pesar que solo eran de cinco centímetros, los tacones la realzaban su traserito de niña una barbaridad, pero personalmente, prefiero verla con los pies al aire. Nunca hubiera sospechado que me iba a convertir en candidato a fetichista de pies.

Nos sentamos en los taburetes de la encimera y empecé a abrir los recipientes que inmediatamente desprendieron vapor. Mientras charlábamos animadamente, dimos cuenta de la comida y Martina se puso hasta las trancas, algo totalmente inusual por el tema de la dieta. Tanto comió, que apareció una indeseada tripita: parecía que estaba embarazada de pocos meses.

—¡Joder mi amor! —bromeé—. Vas a cagar cuerda.

—¡No seas guarro! —exclamó haciéndose la escandalizada.

—Cariño, es ley de la física: lo que comes lo cagas, —seguí con la broma.

—Tengo el tapón puesto, —dijo muy chulita.

—Pues haber quién te lo quita: puede salir como una bala de cañón.

—¡No sigas!

—Bueno, vale, no sigo. ¿Quieres que salgamos a dar un paseo?

—Pues no mucho.

—Pues deberíamos tomar un respiro, —afirmé—. ¿Jugamos al parchís?

—¿Al parchís? —pregunto la niña riendo—. ¿Quién juega al parchís?

—Tía lista, mucha gente juega al parchís. Seguro que hacen hasta campeonatos, —la repliqué—. ¿Una peli?

—Vale, pero yo la elijo, —dijo bajándose de la banqueta y se sentó en el sofá frente a la tele con el mando de la mano. Me llamó la atención que se sentaba con normalidad a pesar del tapón, para ella muy grande. Mientras, recogí lo que había sobrado y lo metí en la nevera. Me prepare un café y me senté a su lado. Nada más hacerlo se acurrucó junto a mi y puso la peli que vi con agrado que era de superhéroes.

La vimos de tirón y cuando terminó, sin decir nada se tumbó bocabajo sobre mis piernas. Empecé a jugar acariciándola la espalda, su traserito dónde seguía reinando el tapón con su brillante morado. Empecé a jugar con él y a introducir mis dedos hacia la vagina. Separé un poco el muslo para facilitar el acceso y cuando llegué los introduje provocándola un gemidito. Al momento ya estaba chillando y con las manos intentaba apartar las mías. Se las tuve que sujetar con mi mano izquierda y finalmente llegó al orgasmo mientras su cuerpecito se crispaba y pataleaba un poco con sus piececitos.

—¡Au! —exclamó después de que la diera un par de azotes en el trasero, pero no hizo nada por protestar por mi acción. Al contrario, siguió tumbada. Decidí que había que darla la vuelta y así lo hice. Durante unos minutos estuve recorriendo su cuerpecito y a Martina solo la faltaba ronronear como una gatita. Todo lo tenía a mano, desde su linda cabecita a sus preciosos pies. La atraje para poder abrazarla mientras con suavidad la hablaba al oído dándola instrucciones. Ella asintió y la volví a tumbar bocarriba. Echó los brazos hacia atrás mientras cerraba los ojos y nuevamente empecé a recorrerla hasta que mi mano se alojó en su chochito después de separarla las piernecitas. La fui estimulando con suavidad y su respiración se fue haciendo otra vez más profunda mientras la embargaba el deseo. Empezó a gemir y en dos o tres ocasiones amagó mover las manos, pero la chisté y desistió. Nuevamente se corrió otra vez y aunque adelantó las manos no llegó a acercarse a la mía. Por supuesto, no creo necesario explicar que a continuación la arrodille entre mis piernas y la metí la polla en esa boquita que me pierde. La sujete la cabeza y la follé con fuerza. Se dejó hacer hasta que la llené la boca de esperma.

—Me vas a matar mi amor, —la dije mientras me recuperaba y como respuesta, soltó una carcajada y cogiéndomela se la metió otra vez en la boca mordiéndomela suavemente con cara de pillina—. ¿Qué quieres rematarme?

La sujeté por los brazos y la subí para morrearla intensamente. Me miró y preguntó—. ¿Vemos otra peli?

—Vale, ¿cuál quieres ver ahora?

—La anterior la he elegido yo, ahora te toca a ti.

—Mi amor, me gustan las pelis clásicas, es mejor que la elijas tú.

—No, no, pon la que quieras.

—Pero seguramente será en blanco y negro, y…

—¿No será también muda? —preguntó interrumpiéndome mientras reía.

—Pues tengo, y muy buenas.

—No, en serio, pon la que quieras.

—Vale, pero luego no te quejes, —dije achuchando su cuerpecito. Después de pensarlo, decidí poner “Tarzán de los monos”. A ver si con un poco de suerte la hace gracia Cheeta. La verdad es que para mi sorpresa la gustó la película y durante el visionado me preguntó mucho porque había aspectos que no terminaba de entender. La tuve que explicar que Burroughs escribió la historia a principios del siglo XX y que entonces la sociedad era totalmente machista, misógina, paternalista con la mujer y además colonialista con África y los seres humanos de otra raza y color a la blanca y occidental. Mucho más flipó cuando puse la siguiente y vio la escena censurada en la que Maureen O'Sullivan salía desnuda… debajo del agua. En fin, cosas de la época. Me abstuve de decirla que la peli y la novela no tienen nada que ver porque es una historia de piratas.

Miré la hora y vi que eran casi las ocho de la tarde—. ¿Tienes hambre?

—Podíamos pedir un pizza y ver otra peli.

—Vale, —dije cogiendo el móvil. Como en ocasiones pedía alguna pizza tenía una aplicación de una que estaba cerca de casa—. ¿De que la pedimos?

—No sé, —dijo encogiéndose de hombros—. Es que nunca hemos pedido una pizza: por la dieta ya sabes.

—Pues vamos a pedir don mitades. Yo la pido con piña, —dije dándola el móvil—, elige la otra mitad.

Estuvo mirando la aplicación y finalmente pidió de champiñones. Hice el encargo y a los veinte minutos estaba en casa. Cuando sonó el telefonillo, la miré y la pregunté—: ¿la recibes mi amor?

—Pues podría hacerlo, —respondió muy chula.

—Pues venga, —la animé. Se levantó rápidamente y antes de que la pudiera decir nada cogió la camiseta que estaba en el respaldo de una silla y poniéndosela fue a la puerta cuando sonaba el timbre. Como era tan pequeñita, la camiseta la llegaba a medio muslo y el hombro salía por arriba. Abrió la puerta y recibió la caja. Cuando cerró la puerta, se volvió muy chulita.

—¿Pensabas que iba a salir desnuda?

—Ya sabía que no ibas a ser capaz, —la contesté cogiendo la caja y dejándola en la mesita.

—Pues porque no he querido.

—Por supuesto, —dije quitándola la camiseta. Después la cogí por la cintura, la levante y abriendo la puerta la saqué fuera y cerrando la dejé ahí con su llamativo tapón en el trasero. Instantáneamente empezó a dar golpecitos en la puerta con los dedos. La dejé cerca de un minuto mientras la espiaba por la mirilla. Después abrí una rendija, pero como es tan delgadita casi se me cuela para dentro. Lo impedí con la mano y la volví dejar fuera cerrando. Al rato, abrí otra vez y la pregunté—: ¿vas a ser buena y me vas a obedecer?

—Sí, sí, sí.

—Pues vete hasta el ascensor y vuelve, —me miró con los ojos como platos abriendo la boca, pero no fue capaz de decir nada al ver que la estaba gravando con el móvil. Se dio la vuelta y echó a andar hasta el esquinazo y se asomó. Desde allí tenía el ascensor a la vista. Y la seguía con el móvil. Salió corriendo hasta allí y cuando llegó llamaron al ascensor y dando un gritito regresó corriendo aun más y se refugió en casa conmigo detrás.

—Eso ha estado muy mal, —me dijo frunciendo el ceño.

—¿A que te saco otra vez?

—¡No! —exclamó cogiendo la caja de la pizza—. Se va a enfriar.

Y así fue como mientras despachábamos las pizzas pusimos otra peli: “Planeta prohibido”. Se trata de una peli en color de 1956 que intentaba recrear, de alguna manera, la obra de teatro “La tempestad” escrita por Shakespeare en 1611. La imaginación es muy libre y la peli es muy buena.

Tengo que decir que la gustó muchísimo, tanto que la dije que la próxima vez íbamos a empezar con mi mayor ídolo: John Ford.

Acurrucada en mi costado estuvimos charlando de cosas intrascendentes hasta que empecé de broma a meterme con ella.

—¡Ahora veras! —dijo y saltando sobre mí empezó a hacerme cosquillas.

—¿En serio, una pelea de cosquillas? —pregunté y cogiéndola por los costados apreté los dedos y automáticamente se puso a gritar.

—¡No, no, no, por favor no! —dijo mientras chillaba.

—¿Cómo que no? Has empezado tú.

—¡No, no, no, —seguía diciendo cuando la levanté y me la eché al hombro. Recorrí el salón mientras la hacia cosquillas en los muslos y ella se descojonaba de la risa. Entré en el dormitorio y la eché sobre la cama. Rápidamente la puse el collar de perro y las muñequeras de cuero que todavía no habíamos estrenado y las uní por detrás de la nuca al collar. Después la puse las tobilleras del mismo material y las uní. Activé todo el equipo de grabación que todavía estaba en el dormitorio, encendí la iluminación, y preparé el ordenador y la pantalla de la tele. Después me tumbé sobre ella y la estuve morreando. La miré detenidamente y me agrado verla con las axilas expuestas. Martina no hacia más que decir que “no”, pero la tapaba la boca con mis besos. Finalmente, la puse la mordaza de bola con el dildo y metí la boca en su axila. Mientras la hacia cosquillas y ella berreaba, la besuqueé hasta que me canse. Llegó un momento que estaba como en trance riendo descontrolada. Sudaba tanto que mis manos se deslizaban con facilidad. No tengo que decir que la polla se me puso a tope. Decidí no esperar más. Con cuerda la ate las rodillas y las pase por debajo de la cama. Dejándola con los pies hacia arriba y totalmente expuesta y abierta. Me situé entre ellas y con cuidado la extraje el tapón anal. Me unte la polla con lubricante y después su dilatado orificio anal y colocando la punta en la estrecha entrada presioné y empezó a entrar. Cuando pasó el glande, el resto fue entrando con más facilidad aunque notaba la presión de su ano abrazándome la polla. Había introducido la mitad y me tumbé sobre ella apoyándome en los codos. Empecé a culear y ella a quejarse. Poco a poco fue entrando hasta que sentí como mi pelvis entraba en contacto con su clítoris, momento en que noté un cambio de tono en sus gruñiditos. Como ya es habitual en ella, empezó a encadenar orgasmos y unos minutos después, me corrí y la llené el culo de esperma. Mientras me recuperaba la quité la mordaza para poder besarla en los labios y reaccionó positivamente a ellos.

Después poco más. La desaté y se acurrucó abrazando el cocodrilo. Cuando termine de desconectarlo todo ya estaba dormida. La arropé, apagué la luz y cerré la puerta.

Me preparé un whisky, me senté en el sofá y lo saboreé mientras veía lo que había grabado con el móvil. Al rato, me metí en la cama con ella, cambie el cocodrilo de posición y abrazándola me quede dormido con la polla pegada a su trasero.


lunes, 17 de febrero de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 6)

 


Abrí los ojos en la penumbra de la habitación y me encontré abrazado al cocodrilo. Martina seguía durmiendo profundamente al otro lado del peluche. Lo lancé fuera de la cama y me acoplé a ella haciendo la cuchara. Metí la cara en su cogote y la aspire mientras rozaba la polla con sus pies. ¡Joder! Que bien huele. Y se me puso tiesa. Miré el watch y eran las nueve. Como si seguía allí iba a terminar despertándola, decidí levantarme, pero antes de salir de la habitación coloqué a su lado el cocodrilo. Me preparé un café y me senté en el despacho a trabajar un poco. Estaba de días libres, pero aun así, fui haciendo cosas preparando carpetas.

A eso de las diez y pico, Martina apareció en la puerta del despacho y me miró como una zombi con el cocodrilo debajo del brazo.

—Buenos días mi amor, ¿has hecho pis? —me miró como si no me entendiera y después se dio la vuelta y entró al baño. Me hizo gracia porque ya llevaba el tapón más grande y los 4 cm del brillantito eran muy evidente entre las cachas de su culito. Al momento salió y me miró como si me acabara de ver—. ¿Quieres que te prepare algo de desayunar?

Primero se encogió de hombros para a continuación afirmar con la cabeza—. ¿Quieres fruta o cereales?

—¿Hay pera? —preguntó y afirmé con la cabeza. Me fui a la zona de la cocina y ella me siguió, se subió a la banqueta y en la de al lado puso al cocodrilo.

—¿Qué tal has dormido mi amor?

—Bien, —respondió con su vocecita. La veía muy tranquila, como si todo lo que pasó la noche anterior fuera normal. Cogí la pera, la pele y se la troceé en un cuenco. Se la puse delante y saqué un zumito de la nevera y se lo entregué—. Gracias.

—¿Quieres algo más, cereales tal vez?

—No, que tengo que mantenerme en el peso, —y ante la cara de extrañeza que puse, añadió riendo—: ¿te acuerdas que hago gimnasia artística y ballet?

—Perdona mi amor.

—¿Qué tienes pensado para hoy?

—¿Qué quieres hacer? —la pregunte a su vez—. ¿Te apetece que demos un paseo?

—Pues no mucho.

—Entonces, me gustaría hacer algo…

—¿Más? —me interrumpió riendo.

—Por supuesto que más, pero ahora en serio: quiero que seas mi modelo.

—¿Tú modelo?

—De fotos, me gustaría que posaras para mí.

—De acuerdo, pero ya me tienes muy grabada.

—No es lo mismo el video que la fotografía. Por cierto, ¿alguna vez, papa o mama te han sacado fotos desnuda?

—No, nunca, —respondió un poco extrañada—. Bueno, ya sabes.

—Esas no cuentan, —dije viendo como se había terminado la pera—. Vamos a empezar. Del carrito que ahora está en el dormitorio, trae los preservativos y el lubricante por favor.

Al oírlo, la carita se la ilumino con una amplia sonrisa. Se bajó del taburete y rápidamente se fue al dormitorio. Mientras, me senté en el sofá y a los pocos segundos, Martina estaba de regreso, me dio todo y además las esposas.

—¿Quieres que te las pongas mi amor? —afirmó con la cabeza y entre mis piernas me dio la espalda. La coloqué las esposas y la sujeté por la cadera para que se estuviera quieta. La miré el traserito dónde reinaba omnipresente el brillante del tapón anal. Como me gustaba: las culonas no me atraen nada. La hice separar las piernas y mientras con una mano la acariciaba los glúteos, con la otra sobeteaba la vagina. La atraje y empecé a besarla el trasero pasando la mano por delante y atacándola el clítoris. Para entonces ya estaba gimiendo y al rato se corría. Cuando lo hizo, la giré, la arrodille y la metí la polla en la boca. Rápidamente se entregó a conciencia. Lo he repetido varias veces, pero es que me encanta ver como se traga mi polla. Cuando consideré que ya la tenía bien mojada, abrí el envoltorio del condón y ante su atenta mirada lo coloque en su sitio. Me unté un poco de vaselina y me limpie la mano en su vagina. La hice poner a horcajadas sobre mis piernas por lo que su chochito se abrió al máximo y ella misma se encargó de colocar la punta en la entrada. Empezó a bajar y poco a poco fue entrando. Por su expresión vi que tenía alguna molestia, pero siguió hasta que entró todo. Erguida y con los ojos cerrados estuvo unos segundos quieta y la deje hacer. Poco a poco empezó a moverse mientras sujetaba la cadera con las manos. Empezar a culear y empezar a gemir fue lo mismo. Quería saborear el momento y desde mi posición veía el torso con sus duros pezoncitos y su carita de placer extremo mientras gritaba. Cuando el deseo la hacia acelerar, la sujetaba por las caderas, lo mismo que cuando intentaba inclinarse sobre mi pecho. Después de un par de escandalosos orgasmos, la abracé y me corrí mientras la llenaba de besos. ¡Joder! Como me gusta oírla gritar, aunque reconozco que estoy en un conflicto porque me da mucho morbo tenerla con la mordaza en la boca. En fin, ojalá todos los problemas tuvieran una solución tan sencilla: iré alternando.

Cuando me recuperé, la tumbé bocarriba sobre mis piernas y mientras una mano la alojaba en su chochito, con la otra la sujeté del cuello. Quería sacarla otro orgasmo. No tiene ningún merito porque es fácil, pero es que como ya he dicho antes, me encanta que grité de placer. Y lo hizo y mucho. ¡Coño! Que casi la follo otra vez. La abracé con todas mis fuerzas y creo que la hice un poco de daño, pero no se quejó.

La dí la vuelta y empecé a remover el tapón. Como siempre, jugué un poco con el hasta que lo extraje: si sigo jugando se corre otra vez. No es que no quisiera, es que quería sacarla las fotos y si seguíamos no iba a dar la hora de comer.

—Vamos mi amor, —dije dándola un cachete cariñoso en el trasero—, dúchate mientras preparo las cosas. Por cierto, ¿qué quieres comer hoy?

—¿Podemos pedir un chino porfi?

—Claro, podemos hacer lo que quieras, —se levantó, me dio un profundo beso y cogiendo el tapón se fue moviendo el culo en dirección al baño.

En el dormitorio, aprovechando que las sabanas de la cama eran negras, quité la de arriba y cubrí el cabecero y las mesillas. Después baje las persianas totalmente para que toda la habitación quedara a oscuras. Quería que su blanco cuerpecito resaltara con el negro de fondo. Encendí los focos y retiré las cámaras de video. Después fui al despacho y saqué del armario la bolsa de fotografía dónde tenía mi Nikon D6 profesional que era mi orgullo. Cuando salió de la ducha y mientras se envolvía en la toalla, entré yo para darme una ducha rápida. Cuando salí y entré al dormitorio la encontré sobre la cama y se había puesto la correa de la cámara y la revisaba.

—Pesa un montón, —dijo mirándome—. ¿Es de video?

—No cariño, solo es de fotos, —respondí sentándome a su lado—. Y pesa casi dos kilos.

Estuve un ratito explicando el funcionamiento, y la verdad es que la cogió el aire rápido. Los niños en general son esponjas con todo lo que tiene que ver con tecnología—. ¿Empezamos mi amor?

—Vale, —respondió entregándome la cámara y el tapón.

—Voy a por lo que falta, —dije y salí del dormitorio. Regresé al momento con una caja que puse sobre el carrito.

—¿Qué es eso? —preguntó interesada saltando de la cama. Saqué el corsé y se lo enseñé, y lo miró como se hubiera visto un ovni. Riendo se lo coloqué un poco por encima, por debajo de sus futuras tetillas y luego la mostré las ligas.

—De eso tiene mamá.

—¿Y de esto? —la pregunté enseñándola los zapatos. Eran de baile porque eran los únicos que encontré con tacón y de su talla. Además, eran un poco abiertos y de color rosa, como el corsé y las ligas. Reaccionó como todas las mujeres con los zapatos: me los quitó de las manos y rápidamente se los puso.

—¡Cómo molan! —exclamó abrazándome después de pasear por el dormitorio—. ¿Me los puedo quedar?

—Claro que si, pero los tendrás que dejar aquí, y el corsé también.

—Vale y me los pongo los miércoles.

—Cuando quieras. Por favor, quítatelos y vamos a empezar: luego te los pones otra vez.

—¡Jo! ¿no me los puedo quedar ya?

—Si te los quedas ahora, luego, cuando te los quites te dejaran marcas en los piececitos y en las fotos queda feo.

—Bueno, vale, —dijo después de pensar en lo que había dicho.

Se los quitó y se subió a la cama. Cogió el tapón y me lo enseño, pero lo deje en el carrito. Como una profesional muy sobreactuada, estuvo posando para mi. Seguía mis indicaciones y otras veces hacia cosas por cuenta propia. Quedaba espectacular con su blanca piel resaltando sobre el fondo negro. Llevaba ya más de un centenar de fotos cuando la puse el tapón y empezamos con una nueva serie. Después la puse el corsé y las ligas y por último los zapatos. Cuando terminé, bueno no tengo claro si había terminado porque más bien me entró la urgencia, dejé la cámara, abrí un preservativo y después de ponérmelo y de untarlo de vaselina, subí a la cama y cogiéndola por detrás la penetré sin muchos miramientos. Chilló, pero desde luego no de dolor y ya no paró porque desde el primer momento, mientras la follaba con la mano derecha la atacaba el clítoris. Como era previsible intentó sujetarme las manos, pero se las cogí con la izquierda. La daba con tanta fuerza que por el espejo del armario vi claramente que la levantaba las rodillas de la cama. El asunto fue tan urgente que me corrí al tiempo que ella tenía el primer orgasmo. Después, desistí de seguir ante la falta de firmeza de mi identidad masculina y eso que Martina intentó resucitarla, pero no pudo: fracasó.

Regresamos a las fotos y hasta la hora de comer estuvimos trabajando. Me tomé un paracetamol porque notaba que la polla se empezaba a inflamar y eso era un problema para mis pretensiones futuras.

—¿Qué quieres pedir? —la pregunté—. Yo quiero pato, lo demás lo que tú quieras: me da igual.

—Pollo al limón, arroz tres delicias y tallarines con gambas.

—Pues marchando, —e hice el pedido. Por la aplicación seguí la llegada del repartidor y cuando vi que estaba próximo a llegar pensé en gastarla una broma a Martina. Seguía vestida con el corsé, las ligas y los zapatos de los que estaba enamorada. La puse las esposas por la espalda, la mordaza de bola, la até una cuerda al cuello y tirando de ella la puse delante de la puerta de la calle y até la cuerda al perchero de la pared. Al principio me miró con ojos de sorpresa, pero vi que no creía que fuera capaz. Sonó el telefonillo y se mantuvo impertérrita, pero cuando vio que sonaba la puerta del ascensor empezó a intranquilizarse, mucho más cuando sonó el timbre y se aterrorizó cuando hice además de abrir la puerta. Rápidamente solté la cuerda del perchero y la metí detrás de la puerta. Cuando la abrí casi no podía ni hablar de la risa. Cogí el pedido, le di una propina al repartidor y cerré la puerta. La miré y solté una carcajada mientras Martina intentaba darme una patada.

—Pues que sepas, que antes del domingo, vamos a dar un paseo por el pasillo de la escalera.

Negó categóricamente, pero yo sabía que sí

lunes, 10 de febrero de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 5)

 


Mientras lo preparaba todo, la mandé al baño para que se duchara después de que la ayudara a quitarse el tapón anal. Cuando salió envuelta en la toalla, la observé mientras se secaba y comprobé que el enrojecimiento del trasero había remitido considerablemente. Como la vez anterior había salido con el tapón de la mano y me lo entregó.

—Luego te lo pongo mi amor, ahora hazte una coleta, —la dije.

—Siempre me dices que me ponga coletas.

—Es que te queda mejor que con el pelo suelto. Por supuesto es mi opinión.

—Pues entonces siempre con coletas, —dijo dejando la toalla y subiéndose a la cama. Ya estaba todo preparado. Una cámara estaba situada en el lateral de la cama y la otra a un lado de los pies de la misma. También había preparado un trípode con un brazo extensible que iba por encima de la cama y que iba a enfocar directamente su rostro. Quería, que cuando estuviera situada, gravar todas las expresiones de su carita. Todas las cámaras estaban conectadas a un ordenador y la imagen se veía en la pantalla de la tele que tenía en el dormitorio. A los pies de la cama estaban las madejas de cuerda y también sobre ella la tablet con el tutorial. El carrito con los juguetes al lado.

Siguiendo mis indicaciones se situó en el centro de la cama y extendió los brazos hacia los lados. Siguiendo las instrucciones del tutoriál hice los nudos de las muñecas que eran los más fáciles y quedó con los brazos en esa posición. Ajuste fuerte la cuerda porque no quería que tuviera posibilidad de movimiento. Después empecé con las piernas que era lo más complicado, pero al final lo conseguí y quedó con las piernas flexionadas hacia arriba y muy separadas. Su maravilloso chochito se mostraba esplendido dónde reinaba en todo su esplendor el clítoris.

Antes de ponerla la mordaza, que ella no lo sabía, pero era especial, me tumbe sobre ella y durante un buen rato la estuve morreando. La verdad es que era incapaz de cansarme de besarla en la boca. Martina reaccionaba bien y me correspondía con sus besos. Fui bajando hasta su cuello que también fue fruto de mi atención, pero con cuidado para no dejarla algún chupetón difícil de explicar. Antes de seguir hacia abajo, cogí la nueva mordaza de bola que llevaba acoplado un pequeño dildo de cuatro centímetros de largo. Había comprado un juego completo y este era el más pequeño. Cuando se lo coloqué, dio una pequeña arcada, pero fue una falsa alarma. Entonces presté atención a sus pezoncitos. ¡Qué ricos me sabían! No echaba de menos el resto de la mama, que como ya he contado varias veces, por el momento eran inexistentes. Nuevamente me entretuve con ellos hasta que seguí mi camino y por fin llegué a la zona vaginal. Para entonces tenía la polla que podría salir disparada como un misil. Activé el temporizador del Iphone para que descontara desde una hora y dejé a mano una libreta y un lápiz para apuntar. Quería saber cuantos orgasmos la iba a forzar. Al principio empecé con suavidad, centrándome solo en la vagina, pero fui ampliando mi radio de acción y finalmente recorría desde el ano al clítoris. Como ya supondréis, Martina estaba como loca. Empezó a encadenar orgasmos y observe en la pantalla de la tele que cuando se producían, encogía los dedos de los pies. Cuando sonó la alarma del temporizador, me asusto un poco porque estaba tan concentrado en su chochito que se me había olvidado. Hice un poco de trampas porque la tenía a punto de otro e insistí hasta que lo conseguí. Con ese fuera de plazo llegó a 13. Cogí el tapón anal más grande y decidí ir a por el 14 y cuando llegó al clímax se lo introduje, Ya eran palabras mayores porque tenía un diámetro de cuatro centímetros. Se quejó un poco cuando pasó la zona más ancha, pero poco más.

Llegó definitivamente el momento. La unté el chochito bien de vaselina y abrí el envoltorio de un preservativo. Me lo coloqué y me apliqué también lubricante. A estos preparativos, Martina asistía mirándome sin perder detalle: era consciente de lo que iba a ocurrir. Me sitúe sobre ella y coloque la punta de la polla en la entrada de su vagina. Apreté ligeramente y entró un poco sin dificultad. Estaba terriblemente lubricada por la vaselina y por lo que ella misma había segregado. Lentamente fue entrando hasta que entró más o menos la mitad. Esperé unos segundos para disfrutar el momento y observando sus reacciones. Había cerrado los ojos y gimoteaba ligeramente. Estaba medio incorporado y finalmente me apoye sobre los codos, ligeramente echado hacia un lado para no cubrirla con mi cuerpo por lo pequeña que es. Quería que las cámaras lo recogieran todo. Empecé a bombear exasperantemente lento y mi amor, con los ojos cerrados empezó a reaccionar con más intensidad. Estuve así unos minutos y la fui introduciendo más y más sin que ella mostrara oposición o quejas. Sentí como mi pelvis entraba en contacto con la suya y entonces se desató. Empezó a gemir a lo bestia encadenando orgasmos por la acción de mi polla en su interior y el roce de mi pelvis sobre tu clítoris. Noté que estaba próximo a eyacular y acelere mis movimientos para provocarla otro rápidamente. Como no era difícil lo conseguí al tiempo que lo hacia yo y me corrí mientras gruñía como un cerdo.

Estuve unos minutos apoyado sobre los codos, manteniéndola penetrada mientras su cuerpecito era recorrido por ligeros espasmos. Se había quedado como en trance. La quité la mordaza y la estuve besando incansablemente. De sus labios pasaba al cuello y regresaba. Finalmente, con cuidado, salí de su interior y fui bajando llenándola de besos. Creo que no quedo un solo centímetro sin besar de su precioso cuerpecito.

Empecé a quitarla las cuerdas de las muñecas y mi actividad besuqueadora no cesó e incluso chupaba el sudor que empapa su piel. Martina ya estaba saliendo del trance y reía complacida con su risa infantil. Cuando la liberé las piernas, las estuve masajeando para reactivarlas: había estado casi tres horas inmovilizadas.

Cuando estuvo libre, se incorporó y poniéndose de rodillas se inclinó y se puso a chuparme la polla. Creo que como sabe que me encanta, de alguna manera quería recompensarme. La deje hacerlo unos minutos y ahí, de rodillas veía su cuerpecito inclinado, su espaldita y como mi morcillona polla (no había para más) desaparecía en su boquita.

En ese momento sentí mi poder sobre ella y una enorme oleada de ternura me invadió. Mientras chupaba la acaricié la espalda y el trasero. Después, la agarre por la coleta con suavidad y subiéndola la estuve besando mientras ella abrazaba mi torso.

—¿Estás cansada mi amor? —la pregunté aunque sabía la respuesta porque ya había aprendido a interpretar sus reacciones. Afirmó con la cabeza y dándola un azotito en el culito, dije—: Pues hala cariño, a la camita.

Aparté la sabana y se metió dentro apoyando la cabecita en la almohada. Puse el cocodrilo de peluche a su lado y lo abrazó rápidamente pasando su piernecita por encima y la arropé.

—No te vayas porfi, —me dijo mirándome con sus inmensos ojos.

—Tengo algunas cosas que hacer mi amor, pero te prometo que me quedo aquí hasta que te duermas. ¿Te parece bien?

Asintió con la cabeza, pero no tuve que esperar mucho: a los pocos segundos estaba dormida. La mire unos segundos desnudita sobre la cama, la arropé y dándola un beso, apague la luz y salí del dormitorio cerrando la puerta.

Rápidamente entré al salón desconecté el disco duro de la tele grande y me prepare una copa. No me eché el normal, saqué una botella de Macallan de 12 años y me serví un poco. Todo había salido tan bien que tenía que celebrarlo con algo muy especial.

Con el disco y el vaso de la mano, entré al despacho y me senté ante el ordenador. Mientras saboreaba el whisky estuve revisando las grabaciones y guardándolas organizadas para posteriormente editarlas. Finalmente, entré en el disco duro para revisar una carpeta que en el primer visionado casi no había abierto porque rápidamente había visto que eran de texto. Efectivamente lo eran. Había un par de docenas de PDF y tres o cuatro en Word. Estos últimos habían sido escritos por el padre y en ellos hablaba de aspectos de la conducta de su hija ofreciendo información sobre ella al menos desconcertante. De los PDF, más de la mitad estaban redactados por un psicólogo infantil, o así decía el membrete de los informes. Hablaban de aspectos psicológicos de Martina, pero no fui capaz de descubrir la descripción de algún tipo de patología en ella. Más bien parecían estudios psicológicos encaminados a encauzar a la niña en algún tipo de comportamiento y en aleccionar a los padres.

“En la mujer desde un punto de vista fisiológico, el orgasmo es el resultado de contracciones miotónicas y vasocongestión acumulada en la fase de excitación y meseta en forma de pulsos de entre 8 a 12 segundos de duración. Desde el punto de vista psicológico, es la percepción altamente placentera del clímax de respuesta física. En algunas mujeres se ha observado la emisión de un líquido llamado “pseudoeyaculado” durante el orgasmo proveniente de las glándulas uretrales, parauretrales y conductos de Skene (denominado próstata femenina). Éste hecho fue descrito por primera vez en el siglo IV antes de Cristo por Hipócrates como “semen femenino” y luego Galeno en el siglo II confirmó su existencia. Un nuevo aporte en relación al orgasmo lo realizó Grafemberg en el año 1944 describiendo “una zona de sensación erógena localizada a lo largo de la superficie suburetral en la pared anterior de la vagina”, área específica cuya estimulación produciría la emisión de un líquido durante el orgasmo. En honor a este descubrimiento de Grafemberg, en el año 1982 otros investigadores norteamericanos, lo denominaron definitivamente Punto G.

¿Qué pinta esto en un informe personal sobre la sexualidad de una cría de siete años que son los que Martina tenía en la fecha de redacción del mismo? O por ejemplo: “a una edad muy temprana, los niños empiezan a explorar sus cuerpos y para ello tocan, hurgan, frotan y tiran de partes de su cuerpo, incluidos sus genitales. A medida que los niños crecen, necesitarán orientación para aprender acerca de estas partes del cuerpo y sus funciones y ahí es dónde podeis actuar, en especial la figura materna, que desde la cercanía y la confianza puede influir decisivamente en ella y que la edad idónea seria los 12 años”.

En algún PDF había respuestas a dudas de los padres expresadas en los documentos de word. En uno de ellos preguntan al psicólogo que posibilidad había de que la niña fuera ninfómana. Por la respuesta del psicólogo presumí que estuvo a punto de soltar la carcajada. Resumiendo, afirmó que la niña era totalmente sana y que no se observaba en ella ninguna disfunción encaminada a la aparición de hipersexualidad. En la respuesta, muy extensa, en ningún momento cita la palabra ninfomanía.

Daba la impresión de que los padres la estaban preparando para algo. Aunque sospechaba algo, la respuesta llegó al revisar los PDF que quedaban y que estaban en una carpeta titulada “Fundación”. Todos eran documentos administrativos y la razón social estaba a menos de quinientos metros de casa. Lo miré en Google Maps y era una antigua nave industrial de principios del siglo XX. Casi todos eran de facturación, y principalmente se referían a la madre que al parecer prestaba servicio todas las mañanas unas cuatro horas y también al padre pero este solo trabajaba bajo demanda. Los dos eran sumisos, y la tal Fundación era un club de sado de alto nivel.

En definitiva, la conclusión que saqué no era que los padres tenían una doble vida, o secreta o como se quiera decir, que me importaba francamente poco, lo importante es que estaban criando a mi amor para venderla en un par de años. Yo sé, porque ella de lo dijo en nuestras conversaciones, que hablaba mucho con su mamá. Es posible que con el asesoramiento del psicólogo la madre ya la estaba influenciado y luego llegué yo y por una casualidad me aproveché de su trabajo.

Creyéndome un nuevo Pigmalión y resulta que nada de nada. Me da igual, me sigue gustando y lo que ha aprendido en este día y medio lo ha aprendido de mi.



martes, 4 de febrero de 2025

Mi preciosa princesita (capítulo 4)

 



Bueno, pues en el capítulo anterior dejé a mi cría de 10 años, en medio del salón de mi casa, desnuda, esposada de pies y manos, con un tapón anal en el culo, una mordaza de bola y los pezones adornados con unas pinzas con campanitas. Estaba preciosa. Temblaba como una hoja de excitación y del terror que había pasado en su paseo por el edificio de casa, y eso que era muy difícil que alguien nos hubiera visto. Las dos puertas están en un recodo al final del pasillo y desde las escaleras y el ascensor no son visibles.

La había dicho que teníamos que regresar para devolver el disco duro a su sitio, pero la vi tan afectada que decidí no darla más caña por el momento. Me dio las claves del disco, lo copie a otro disco duro (por mi trabajo estoy bien provisto de esos dispositivos) y haciendo una incursión rápida lo deje todo como estaba.

Mirándolo fríamente, si fuera un hijo de puta, gracias a la ingenuidad de Martina, tenía en mis manos a toda la familia. No iba a usar ese poder, pero no estaba de más tenerlo en reserva. Ahora mismo, mi único interés es terminar de controlar psicológicamente a Martina para tenerla a mi disposición. Y lo digo yo que siempre he despreciado a los pedófilos y ahora me veo casi enamorado de una niña de 10 años y deseando con todas mis fuerzas follármela. Las vueltas que da la vida: ¡hay que joderse! Pero sigamos con la historia y dejémonos de intentos de justificación.

Regresé de casa de los padres de Martina y seguía en medio del salón, no se había movido del sitio. Ahora estaba mucho más tranquila. La levanté en brazos y con suavidad la deje en el sofá. Lo hacia a menudo porque la verdad es que era muy manejable, pesaba poco y yo estoy es buena condición física. Empecé a quitarla todo, incluso las esposas de las muñecas aunque en principio no quería. Solo la deje el tapón anal. Me prepare una copa y me senté a su lado dispuesto a ver las aventuras de sus padres. Inmediatamente se pegó a mi y levantándome el brazo hizo que la abrazara.

Empezamos a ver el contenido y vi con agrado que todo estaba organizado en carpetas y con desagrado que estaba escrito en rumano.

—Genial, —dije—. ¿En qué está escrito?

—¿No hablas rumano? —bromeó Martina.

—Pues no lista. Hablo inglés, coreano, chino y me defiendo con el hindi, pero el rumano no. En la primera carpeta pone pentru nu.

—Porno, —contestó con naturalidad—. Es…

—Ya sé lo que es, tía lista, —la interrumpí riendo mientras la hacia cosquillas y se echó a reír. Abrí la carpeta y estuvimos un ratito viendo lo que había. Algunas ya las había visto Martina, y la verdad es que no eran nada del otro mundo—. ¿Te parece que miremos los videos de tus papas?

—Vale, —respondió la niña—. En la siguiente pone anal.

—Esa sé lo que es, —dije riendo igual que ella. La abrí y los archivos estaban por fechas lo que demostraba que el padre era metódico. Fuimos viendo varios en los que se veía como en diversas posturas se la metía por el culo a su mujer. En todos lo videos ella siempre estaba atada y se la veía disfrutar.

—Está claro que a tu mamá la gusta.

—Y siempre está atada, —dijo Martina afirmando con la cabeza—. Yo creo que le pasa como a mí.

—¿A que te refieres mi amor?

—A que si no me atas te doy manotazos, —dijo un poco chulita.

—Entonces sin problemas, siempre te tendré atadita, —afirmé haciéndola otra vez cosquillas.

Bici, —leí el siguiente—. ¿También montan en bicicleta?

—No tonto. Significa látigo. Y dice algo más: bătaie, que significa azotes.

Había muchos archivos y efectivamente se veía como la madre, atada en diversas posturas era azotada por su marido. Usaba un par de modelos distintos, aunque también utilizaba la mano y en alguna ocasión una chancla. Y se veía que los dos disfrutaban.

—Sí, definitivamente a tu mamá la mola, —dije tapándola el chochito con la mano, pero sin estimularla. Martina me miro fijamente y adiviné claramente lo que estaba pensando—. Ya veremos. En el siguiente pone cocos, —dije y Martina se echó a reír.

—Noooo, se dice cocoş, —dijo pronunciando correctamente—. Significa polla.

Abrí la carpeta y solo había cuatro videos. En ellos se veían a su mama con una polla vibradora sujeta a su cadera dando por el culo a su marido. Resultaba gracioso verla porque era muy pequeñita y la polla muy grande. Eran un poco graciosos porque el padre estaba a cuatro patas y mientras le penetraba le cogía la polla y le masturbaba y casi no llegaba por lo que se tenía que sujetar y casi colgar el cuerpo por un lado. Aunque sonrió, no vi que a Martina la llamara la atención. Tengo que decir que todos los videos no los ha visto, solo unos pocos. La mayor parte son nuevos para ella.

En la siguiente pone constrângeri que significa atadura, atado, o algo así, —dijo y no habia sorpresas, en todos los archivos su madre estaba atada. A la cama, a la mesa del comedor e incluso a la mesa baja del salon. En otras estaba en el suelo y parecia que el padre la habia empaquetado. También había unas carpetas con fotos en los que en otro lugar su madre estaba colgada del techo, de las manos o de los pies y unos desconocidos la azotaban y la introducían dildos por todas partes—. ¿Y esos quienes son?

¿No los conoces mi amor? —negó con la cabeza—. ¿Y ese sitio?

No sé donde es, —respondió. Había notado que este asunto la llamaba la atención porque desde que apareció su mama colgada del techo, había pegado su chochito a mi mano frotándose ligeramente. Empecé a sospechar que los padres tenían una vida oculta que tendria que ver con los miércoles en la que me dejaban a la niña. Lo que pasa es que ese sitio debía estar muy cerca de casa porque la puesta en escena parecía muy elaborada y solo desaparecían un par de horas. Finalmente, vimos todos los archivos y pasamos a otra carpeta.

Pone desculț, pies descalzos, —nuevamente no hubo sorpresas. En un par de videos se veia la polla de papa masturbándose con los pies de mama. En otro de veía a papa chupándola los pies.

¿Te gustaría? —me preguntó Martina con cara de pillina.

Eso ya lo tengo previsto, —respondí riendo. Habia varias carpetas numeradas del 1 al 10 y ahí es donde volvió a saltar la sorpresa. En el 1 había fotos de los pies de un bebé, igual que en el 2 y el 3 con la diferencia de que parecia que iban creciendo. Entonces pensé que los numeros tenian que ver con la edad de los propietarios de los pies. En el 4 ya se veia los pies masturbando una polla, igual que en el 5, 6 y 7. Martina estaba muy interesada y hacia rato que estaba sospechando de que iba eso—. ¿Pasamos a otra carpeta?

Martina me miró pensativa y me dijo—: creo que son mis pies ¿verdad?

Parece que si mi amor.

Pero yo no me acuerdo de eso, —me dijo—. Porfi, abre las otras carpetas.

La 8 y la 9 eran iguales, pero la 10 no. En las anteriores solo se veian los pies y la polla, pero en esta, el plano estaba más abierto y se veía el chochito de Martina, la piernas flexionadas y entre los pies la polla de papa sujetos con sus manos. Había varias incluso algunos demostraban movimiento. Finalmente, eyaculó y se veía como el semen caía sobre la zona vaginal de su hija. No comenté nada, pero claramente esas fotos no las había hecho solo, alguien le habia ayudado. Obviamente su mama. La verdad es que no sabia que decir o hacer porque esto me habia pillado por sorpresa. Lo unico positivo que habia es que ella seguía frotando ligeramente su chochito contra mi mano.

De pronto, sin decir nada, se levantó y poniendose entre mis piernas, se arrodilló e inclinándose se metió mi flacida polla en la boca. Quedaban tres archivos titulados masochismul, pensetă y suflare que luego descubrí que significaban masoquismo, pinzas y mamadas. Miedo me daba la última carpeta porque a ver que habia allí, aunque parece que no habia reaccionado muy mal. Absorto en mis pensamientos, notaba como la polla crecia en su boquita. Cogí las esposas y se las coloqué en las muñecas. Deslicé la mano hasta su traserito y la di un par de azotes fuertes. Se quejó, pero siguio chupando. Entonces la incorporé y la hice tumbarse sobre mis piernas. Primero bocarriba y mientras los dedos de mi mano izquierda entraban en su boca con la mano derecha recorria su torso, sus pezones, su vientre hasta llegar a la vagina y sus piernas se separaron como una flor. La estuve estimulando hasta que conseguí un primer orgasmo que mientras cerraba las piernas con fuerza, inesperadamente marcó sus abdominales, posiblemente fruto de la postura un poco forzada. Rápidamente abandoné su chochito y pasé la mano por su cuadriculado abdomen. Tambien seria fruto de la gimnasia ritmica que hacia en el cole y que gracias a la dieta la mantenia delgada. Cuando se arrodilló y empezó a chupar, me puse la GoPro en la cabeza y lo grave todo. Despues la di la vuelta, la puse la mordaza de bola y sujetandola por las coletas empece a descargar la mano sobre su traserito. Empece con tandas de diez, y entre unas y otras alojaba la mano en su vagina y la estimulaba. Cuando presumia que estaba a punto, paraba y empezaba una nueva tanda. A la cuarta o quinta fueron el doble y su traserito se empezo a poner de un interesante color rojo intenso. Pase las uñas por la piel creando finas lineas blancas. Mientras la azotaba gritaba y chillaba quejandose y lloraba amares. Finalmente, la deje culminar y se retorcio con el fogonazo de un nuevo orgasmo. Mientras se recuperaba su respiración era pesada, después la baje al suelo y la puse de rodillas entre mis piernas. La abracé colocando su cabecita en mi pecho y la acariciaba el trasero. Ella seguia llorando pero un poco más calmada. Yo la consolaba diciendola suavemente frases cariñosas. La quité la bola y la besé con pasión. Finalmente, se sentó junto a mí después de quitarla las esposas, la rodeé con mi brazo y seguimos viendo las carpetas.

La siguiente, la de masoquismo, la gustó mucho aunque tenía dificultades para entender el concepto—. Ahora te he estado azotando el trasero y chillábas de dolor. ¿Te ha gustado? —Martina me miró pensativa y finalmente se encogió de hombros—. ¿Repetirías? —y afirmó con la cabeza—. Ahí lo tienes.

La de las pinzas también la llamó la atención. En los videos vio como a su mama la ponian pinzas de la ropa por todas partes. En los pezones, en el clitoris: en todas partes.

En la ultima, la de las mamadas, vio a su madre chupando muchas pollas y todas no eran de su papa: habia pollas desconocidas. En una carpeta de fotos se veia la carita de Martina con una polla supervenosa en la boca. Claramente estaba dormida, pero en las últimas habian eyaculado en su boquita llenándosela de esperma. No dijo lo más mínimo, se limitó a ver las fotos sin más.

¿Ya esta todo? —preguntó y como afirmé con la cabeza, dijo—. Tengo hambre.

Desmonté el chiringuito y me puse a preparar la cena con su ayuda. Después nos sentamos en las banquetas de la encimera y empezamos a cenar. Estaba terriblemente callada y la observaba y notaba como su cabecita estaba llena de incertidumbres. Cuando terminamos, me volví hacia ella y la abrace con afecto mientras ella me rodeaba con los bracitos—. ¿En qué piensas mi amor?

Si papi me hubiera pedido todo eso lo hubiera hecho, —respondió tajante mientras seguía refugiada en mi pecho.

Cariño, no sé qué decirte.

Me ha engañado y eso está muy feo.

La verdad es que si

¿Tú me vas a engañar?

¿Lo he hecho desde que nos conocemos?

Ayer me sacaste a la escalera, —respondió mientras se separaba un poco para mirarme—, y pase mucho miedo.

¿Me vas a decir que no te gustó? —respondí besándola en los labios. Como respuesta hizo como que se enfurruñaba y se refugió otra vez en mi pecho mientras me reía.

¿Y ahora?

Ahora quiero que me des permiso para hacer lo que yo quiera, —instantáneamente se volvió a incorporar con el ceño fruncido—. Además, ya te aviso de que desde que me des el sí, no hay marcha atrás, —sabía que estaba decidida, pero me quería hacer de rabiar la muy picara—. Te voy a poner una mordaza especial para que no puedas hablar, —siguió haciendo que lo pensaba—. Desde que ayer llegamos del cole, ¿lo has pasado mal? —negó con la cabeza—. ¿Confías en mí? —afirmó despues de simular que se lo pensaba—. Pues tú decides.

Dime algo de lo que quieres hacerme, —dijo después de pensarlo.

No, —la respondí tajante—. Pero te puedo mostrar el comienzo: nada más.

Venga, vale, —aceptó finalmente. Me levanté y cogí la tablet y después de activarla, regresé a su lado. Estuve buscando y finalmente active un video y se lo mostré—. Así te voy a preparar, y luego…



miércoles, 29 de enero de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 3)

 


Abrí pesadamente los ojos en la penumbra del dormitorio solo iluminada por los esporádicos hilos de sol que se colaban por las rendijas de la persiana. Sabía que no era muy tarde porque el sol solo daba en esa ventana desde que amanecía hasta las diez más o menos. Moví la mano y palpé su cálida presencia a mi lado.

Me giré, me puse de costado y miré su rostro profundamente dormido. Estaba bocabajo y debajo del brazo derecho sobresalía el cocodrilo. Por debajo de las sabanas la acaricie la espalda. Fui bajando hasta su traserito y noté la presencia del botón anal, tal vez grande para ella, pero si no se queja no iba a ser yo el que se lo quitara. Decidí dejarla tranquila porque su mamá me había dicho que era muy dormilona y solo llevaba haciéndolo escasamente cuatro o cinco horas. Me levanté con cuidado y cogiendo el móvil active la cámara y la gradué para poca luz. Después me puse a los pies de la cama y mientras la gravaba empecé a tirar lentamente de la sabana. Su cuerpecito se fue descubriendo y cuando estuvo totalmente expuesto la saque primeros planos del traserito, su adorno y de sus pies: maravillosos. Después, y con la polla con un tamaño considerable, deje de grabar, la arropé y salí de la habitación.

Me tomé un café y me puse a hacer las cosas de la casa. Pasé la aspiradora, pasé un poco el trapo del polvo y fregué los cacharros. No me llevo mucho tiempo porque la casa es pequeña y estoy acostumbrado. Como tenía un botellero con ruedas que había comprado en wallapop, lo vacié de botellas y coloque los juguetes encima para poder moverlos por la casa y tenerlos a mano. Puse las cuerdas, los dos tapones que estaban sin estrenar, los vibradores, las esposas metálicas (para muñecas y tobillos), muñequeras y tobilleras de cuero, el lubricante, mordazas de bola (sí, ya sé lo que estáis pensando, pero cuando hice el pedido en una conocida plataforma china me vine arriba. Y eso que no he sacado todavía el corsé, el látigo, pinzas para pezones y clítoris que tenían una graciosa campanita y los zapatos de baile latino -los únicos que encontré con tacón y de su talla- y las ligas que siguen guardadas dónde estaban los tapones anales). También quería ver como reaccionaba Martina al tenerlos a la vista y si despertaban su interés. Después, aunque había pedido estos días libres de los muchos que me debían en la empresa en la que trabajo, me conecté y me puse a adelantar trabajo.

Pasado ampliamente el medio día, Martina apareció en la habitación dónde trabajaba con el cocodrilo debajo del brazo. La casa solo tenía dos, el dormitorio y está que era mi despacho. Se acercó y me abrazó. Yo lo hice con mi brazo derecho estrujándola un poquito mientras la besaba. Después se tumbó sobre mis piernas y señaló el tapón anal.

—¿Quieres que te lo quite? —y como afirmó con su cabecita lo cogí y empecé a moverlo con cuidado. Noté como su cuerpecito reaccionaba favorablemente y empecé a sacarlo. Vi nítidamente como lentamente su ano se expandía para dejar salir la zona más gruesa del tapón. Cuando salió, se incorporó, lo cogió con la mano, dejó sobre mis piernas el cocodrilo y se metió en el baño cerrando la puerta. No tengo que decir que la polla me había dado un salto de cojones. Al cabo del rato salió envuelta en una toalla de baño y junto a mí terminó de secarse el pelo, después de entregarme otra vez el tapón—. ¿Quieres que te lo ponga otra vez mi amor?

—Pues claro, —contestó, y soltando la toalla se tumbó sobre mis piernas. Me llegó el olor a gel de baño y aunque era el mío no me gusto porque no era su olor. Con los dedos la ahuequé el culillo, deje caer saliva en el ano y procedí a la inserción. Me tomé mi tiempo y una vez que estuvo dentro, empecé a moverlo y a sacarlo mientras mi mano libre se alojaba en su vagina. A los pocos segundos estaba jadeando y al momento gimiendo. Echó las manos hacia atrás sujetando las mías pero deje el tapón y la agarré por las muñecas insistiendo en su chochito hasta que empezó a gritar y se corrió. Me dejó la mano chorreando. La dí un par de azotitos en el trasero, pero sin pasarme, y la verdad es que reaccionó bien. Después se lo acaricie y se mostró complacida.

Se levantó y se fue al baño a mirarse por el espejo como la quedaba en un arranque de coquetería que la verdad es que no conocía. De todas maneras no era de extrañar porque su mamá lo era y mucho. Tengo que decir que siempre la había visto con el uniforme del colegio o desde ayer, desnuda.

—¿Raúl, dónde dejamos la cuerda? —preguntó entrando en el despacho dónde estaba terminando de cerrar los programas del trabajo.

—Lo he puesto todo en un carrito que hay en el salón, —contesté y sin decir nada se fue. Espere expectante su reacción al ver todo el arsenal.

—¿¡Y esto!? —la oí preguntar—. Como mola.

¿A qué se referiría con esa expresión? Como ya había terminado, salí del despacho y me la encontré poniéndose la mordaza de bola que era muy mona de color rosa—. Ya veo que sabes lo que es.

—Magggmagggg, —balbuceó sin que se la entendiera nada. Se lo quitó y respondió está vez con su vocecita—. Mamá tiene uno. Yo creo que se lo pone para no hacer mucho ruido.

—Pues entonces tenemos un problema, —dije acercándome y arrodillándome. La cogí la mordaza, se la coloqué y lo abroché por detrás—, porque me gusta como te queda mi amor, pero también oírte gritar.

Al oírlo se abrazó a mí y después cogió las esposas y me las entregó. La levanté en brazos y la senté en una de las banquetas altas de la cocina y la puse las esposas por detrás. Después cogí el segundo juego que tenía una cadena más larga y se las puse en los tobillos.

Me separé para mirarla, activé la cámara del móvil y la gravé—. Preciosa, —afirmé. Veía que la molaba que la gravara. Mientras la miraba, mis pensamientos empezaron a divagar. Soy un hombre metódico y me gusta tenerlo todo previsto y organizado. Eso me ayuda en mi trabajo porque si no lo eres estas muerto. Por eso había preparado una especie de guion, una escaleta dónde tenía pensado todos los pasos a dar y que conducirían a que en un par de días me la chuparía y con un poco de suerte la follaría el sábado. Ni por asomo preví que en menos de 24 horas, la tendría sentada en una banqueta de la cocina, desnuda, con una mordaza de bola en la boca, un tapón en el culo y esposada. Que ya me la había chupado varias veces y que ya se había corrido varias más y lo mejor, que la veía totalmente receptiva y dispuesta y deseosa de cumplir mis deseos. Mientras gravaba, la quité la mordaza, la incliné hacia delante y la puse la punta de la polla en los labios. Inmediatamente se la tragó y empezó a chupar lentamente, como ya sabe que me gusta. Unos minutos después, la sujete por la coletas con la mano libre, la incorporé un poco y sacándola la polla me corrí en su precioso rostro. El primer disparo la dio en los labios y los siguientes en la nariz y los ojos. Después se la metí otra vez para que me la dejara bien limpia. Mientras lo hacia pensé que a partir de ahora lo haría con la gorra, porque estaba ideando algo que podría ser muy fuerte.

—¿Tienes hambre? —pregunté sacándola la polla y poniéndola otra vez la bola y afirmó con la cabeza. Me llamaba mucho la atención que se dejaba hacer todo, al menos por ahora. Si no había problema con lo acababa de idear, entonces si que podría hacer con ella todo lo que quisiera. La arrime a la encimera y me puse a prepararlo todo. Saqué unas chuletitas de la nevera las prepare para los dos. Como la noche anterior. La senté sobre mi y la di de comer después de quitarla la mordaza. Mientras lo hacia, en varias ocasiones metí la mano y la acariciaba el chochito. Cuando terminamos la volví a poner la mordaza y así la tuve mientras recogía y limpiaba la cocina. Mientras lo hacia la empecé a decir—. Había pensado que está tarde íbamos a ir al cine para distraernos un poco, pero ¿sabes una cosa? Que si vanos al cine te tienes que vestir y eso no me gusta porque quiero tenerte todos estos días así, desnudita y a mi disposición lo máximo posible. Por supuesto si tu estas de acuerdo, —Martina afirmó vigorosamente con la cabeza y yo la recompense acariciándola la mejilla—. Por lo tanto lo vamos a hacer aquí y vamos a pasar a tu casa a por el disco duro de tus padres y así entre los dos vemos que es lo que hacen y que es lo que podemos hacer nosotros. ¿Te parece bien? —y afirmó con la cabeza lo que provocó que más babas cayeran sobre su pecho que ya de por si estaba empapado—. No te preocupes por las babas. Una de las gracias de eso que llevas en la boca es que no puedes evitar que caigan. ¿A mamá le pasa lo mismo? —volvió a afirmar con la cabeza y me acerqué a ella y la abracé mientras la besaba el pelo—. Ahora vamos a hacer una cosa que no debería hacer: vamos a entrar en tu casa. Ya sé que tu si puedes, pero no está bien que lo haga yo. Vamos a buscar el disco duro, lo traemos, lo copiamos en otro y lo dejamos en su sitio. Luego nos sentamos en el sofá y nos tiramos hasta la hora de cenar viendo a tus papas. Si eres buena y todo sale como he planeado, como premio está noche te voy a chupar el chochito… y a lo mejor algo más. ¿De acuerdo? ¿confías en mí? —las últimas frases las dije con la mano alojada en su chochito acariciándolo. Se notaba que estaba otra vez muy excitada y nuevamente afirmó con la cabeza. La ayudé a bajarse de la banqueta y la lleve al centro del salón. La miré detenidamente y cogiendo una cuerda, con el extremo la rodeé el cuello e hice un nudo dejando el resto colgando. Las esposas de los tobillos tenían una cadena larga y la deje al máximo de longitud. La hice andar y comprobé que la arrastraba con un ligero sonido metálico.

Cogí las llaves y tiré de la cuerda para hacerla andar en dirección a la puerta y me miró con cara de pánico. La miré y soltando la cuerda me acerque al carrito y de una cajita saque tres pinzas para pezones que llevaban una simpática y sonora campanita. Regresé a su lado, la miré y mientras las colocaba la dije con una sonrisa—: que tonto estoy, tienes razón, te faltaba algo.

Se miró los pezones y me miró supongo que intentando entender el humor adulto y reparó que tenía otra pinza en la mano. La di la vuelta y con una cuerdecita lo sujeté al tapón anal colgando casi entre las piernas—. Ahora sí que estás espectacular, —la dije con una sonrisa. Tiré suavemente de la cuerda y empezó a andar. Mientras la llevaba hacia la puerta de la casa, iba pensando: »¡Joder! Si esto sale bien, y vamos por buen camino, voy a poder hacer con ella todo lo que quiera«.

En el andar arrastraba un poco los pies y el tintineo de las campanitas se acompasaba. Abrí la puerta y la saqué al pasillo. El sonido de las campanas resonaba más que en casa. La miré y estaba aterrada. Recorrimos los tres metros escasos que separaba mi puerta de la de sus pares y antes de abrir la metí un dedo en el chochito y su cara de pánico aumentó, pero apretó la vagina contra mi dedo. Con una sonrisa la bese en la mejilla y abrí la puerta haciéndola pasar. Nada más cerrar la puerta, la arrodillé, la quite la mordaza y la metí la polla en la boca. Gimoteaba de puro placer y era la primera vez que lo hacia sin tocarla el chochito. Aunque casi siempre la daba la opción de decidir, lo cierto es que parecía que empezaba a sentirse sumisa. Me corrí fuera, disparándola a la cara y se la dejé con restos evidentes de semen.

—¿Cuál es el dormitorio de tus padres? —la pregunté ayudándola a levantarse. Empezó a andar y parecía que iba en una nube. Entró al dormitorio y con un gesto señaló el último cajón de la parte inferior de la cómoda. Lo abrí y debajo de la ropa vi una caja metálica. Levanté la tapa y vi el disco duro. Lo saqué, lo dejé todo como estaba y regresamos a casa. Cuando abrí la puerta y salimos al pasillo, oímos voces en la zona de las escaleras y Martina entró en pánico. Intentó volver a casa, pero cerré la puerta y con parsimonia me acerque a la mía. La abrí y por fin se encontró a salvo.

—¿Sabes que es lo mejor de todo esto? —la pregunté abrazándola. Negó con la cabeza y riendo dije—. Que tenemos que volver a devolver el disco , —y me eché a reír.