miércoles, 29 de enero de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 3)

 


Abrí pesadamente los ojos en la penumbra del dormitorio solo iluminada por los esporádicos hilos de sol que se colaban por las rendijas de la persiana. Sabía que no era muy tarde porque el sol solo daba en esa ventana desde que amanecía hasta las diez más o menos. Moví la mano y palpé su cálida presencia a mi lado.

Me giré, me puse de costado y miré su rostro profundamente dormido. Estaba bocabajo y debajo del brazo derecho sobresalía el cocodrilo. Por debajo de las sabanas la acaricie la espalda. Fui bajando hasta su traserito y noté la presencia del botón anal, tal vez grande para ella, pero si no se queja no iba a ser yo el que se lo quitara. Decidí dejarla tranquila porque su mamá me había dicho que era muy dormilona y solo llevaba haciéndolo escasamente cuatro o cinco horas. Me levanté con cuidado y cogiendo el móvil active la cámara y la gradué para poca luz. Después me puse a los pies de la cama y mientras la gravaba empecé a tirar lentamente de la sabana. Su cuerpecito se fue descubriendo y cuando estuvo totalmente expuesto la saque primeros planos del traserito, su adorno y de sus pies: maravillosos. Después, y con la polla con un tamaño considerable, deje de grabar, la arropé y salí de la habitación.

Me tomé un café y me puse a hacer las cosas de la casa. Pasé la aspiradora, pasé un poco el trapo del polvo y fregué los cacharros. No me llevo mucho tiempo porque la casa es pequeña y estoy acostumbrado. Como tenía un botellero con ruedas que había comprado en wallapop, lo vacié de botellas y coloque los juguetes encima para poder moverlos por la casa y tenerlos a mano. Puse las cuerdas, los dos tapones que estaban sin estrenar, los vibradores, las esposas metálicas (para muñecas y tobillos), muñequeras y tobilleras de cuero, el lubricante, mordazas de bola (sí, ya sé lo que estáis pensando, pero cuando hice el pedido en una conocida plataforma china me vine arriba. Y eso que no he sacado todavía el corsé, el látigo, pinzas para pezones y clítoris que tenían una graciosa campanita y los zapatos de baile latino -los únicos que encontré con tacón y de su talla- y las ligas que siguen guardadas dónde estaban los tapones anales). También quería ver como reaccionaba Martina al tenerlos a la vista y si despertaban su interés. Después, aunque había pedido estos días libres de los muchos que me debían en la empresa en la que trabajo, me conecté y me puse a adelantar trabajo.

Pasado ampliamente el medio día, Martina apareció en la habitación dónde trabajaba con el cocodrilo debajo del brazo. La casa solo tenía dos, el dormitorio y está que era mi despacho. Se acercó y me abrazó. Yo lo hice con mi brazo derecho estrujándola un poquito mientras la besaba. Después se tumbó sobre mis piernas y señaló el tapón anal.

—¿Quieres que te lo quite? —y como afirmó con su cabecita lo cogí y empecé a moverlo con cuidado. Noté como su cuerpecito reaccionaba favorablemente y empecé a sacarlo. Vi nítidamente como lentamente su ano se expandía para dejar salir la zona más gruesa del tapón. Cuando salió, se incorporó, lo cogió con la mano, dejó sobre mis piernas el cocodrilo y se metió en el baño cerrando la puerta. No tengo que decir que la polla me había dado un salto de cojones. Al cabo del rato salió envuelta en una toalla de baño y junto a mí terminó de secarse el pelo, después de entregarme otra vez el tapón—. ¿Quieres que te lo ponga otra vez mi amor?

—Pues claro, —contestó, y soltando la toalla se tumbó sobre mis piernas. Me llegó el olor a gel de baño y aunque era el mío no me gusto porque no era su olor. Con los dedos la ahuequé el culillo, deje caer saliva en el ano y procedí a la inserción. Me tomé mi tiempo y una vez que estuvo dentro, empecé a moverlo y a sacarlo mientras mi mano libre se alojaba en su vagina. A los pocos segundos estaba jadeando y al momento gimiendo. Echó las manos hacia atrás sujetando las mías pero deje el tapón y la agarré por las muñecas insistiendo en su chochito hasta que empezó a gritar y se corrió. Me dejó la mano chorreando. La dí un par de azotitos en el trasero, pero sin pasarme, y la verdad es que reaccionó bien. Después se lo acaricie y se mostró complacida.

Se levantó y se fue al baño a mirarse por el espejo como la quedaba en un arranque de coquetería que la verdad es que no conocía. De todas maneras no era de extrañar porque su mamá lo era y mucho. Tengo que decir que siempre la había visto con el uniforme del colegio o desde ayer, desnuda.

—¿Raúl, dónde dejamos la cuerda? —preguntó entrando en el despacho dónde estaba terminando de cerrar los programas del trabajo.

—Lo he puesto todo en un carrito que hay en el salón, —contesté y sin decir nada se fue. Espere expectante su reacción al ver todo el arsenal.

—¿¡Y esto!? —la oí preguntar—. Como mola.

¿A qué se referiría con esa expresión? Como ya había terminado, salí del despacho y me la encontré poniéndose la mordaza de bola que era muy mona de color rosa—. Ya veo que sabes lo que es.

—Magggmagggg, —balbuceó sin que se la entendiera nada. Se lo quitó y respondió está vez con su vocecita—. Mamá tiene uno. Yo creo que se lo pone para no hacer mucho ruido.

—Pues entonces tenemos un problema, —dije acercándome y arrodillándome. La cogí la mordaza, se la coloqué y lo abroché por detrás—, porque me gusta como te queda mi amor, pero también oírte gritar.

Al oírlo se abrazó a mí y después cogió las esposas y me las entregó. La levanté en brazos y la senté en una de las banquetas altas de la cocina y la puse las esposas por detrás. Después cogí el segundo juego que tenía una cadena más larga y se las puse en los tobillos.

Me separé para mirarla, activé la cámara del móvil y la gravé—. Preciosa, —afirmé. Veía que la molaba que la gravara. Mientras la miraba, mis pensamientos empezaron a divagar. Soy un hombre metódico y me gusta tenerlo todo previsto y organizado. Eso me ayuda en mi trabajo porque si no lo eres estas muerto. Por eso había preparado una especie de guion, una escaleta dónde tenía pensado todos los pasos a dar y que conducirían a que en un par de días me la chuparía y con un poco de suerte la follaría el sábado. Ni por asomo preví que en menos de 24 horas, la tendría sentada en una banqueta de la cocina, desnuda, con una mordaza de bola en la boca, un tapón en el culo y esposada. Que ya me la había chupado varias veces y que ya se había corrido varias más y lo mejor, que la veía totalmente receptiva y dispuesta y deseosa de cumplir mis deseos. Mientras gravaba, la quité la mordaza, la incliné hacia delante y la puse la punta de la polla en los labios. Inmediatamente se la tragó y empezó a chupar lentamente, como ya sabe que me gusta. Unos minutos después, la sujete por la coletas con la mano libre, la incorporé un poco y sacándola la polla me corrí en su precioso rostro. El primer disparo la dio en los labios y los siguientes en la nariz y los ojos. Después se la metí otra vez para que me la dejara bien limpia. Mientras lo hacia pensé que a partir de ahora lo haría con la gorra, porque estaba ideando algo que podría ser muy fuerte.

—¿Tienes hambre? —pregunté sacándola la polla y poniéndola otra vez la bola y afirmó con la cabeza. Me llamaba mucho la atención que se dejaba hacer todo, al menos por ahora. Si no había problema con lo acababa de idear, entonces si que podría hacer con ella todo lo que quisiera. La arrime a la encimera y me puse a prepararlo todo. Saqué unas chuletitas de la nevera las prepare para los dos. Como la noche anterior. La senté sobre mi y la di de comer después de quitarla la mordaza. Mientras lo hacia, en varias ocasiones metí la mano y la acariciaba el chochito. Cuando terminamos la volví a poner la mordaza y así la tuve mientras recogía y limpiaba la cocina. Mientras lo hacia la empecé a decir—. Había pensado que está tarde íbamos a ir al cine para distraernos un poco, pero ¿sabes una cosa? Que si vanos al cine te tienes que vestir y eso no me gusta porque quiero tenerte todos estos días así, desnudita y a mi disposición lo máximo posible. Por supuesto si tu estas de acuerdo, —Martina afirmó vigorosamente con la cabeza y yo la recompense acariciándola la mejilla—. Por lo tanto lo vamos a hacer aquí y vamos a pasar a tu casa a por el disco duro de tus padres y así entre los dos vemos que es lo que hacen y que es lo que podemos hacer nosotros. ¿Te parece bien? —y afirmó con la cabeza lo que provocó que más babas cayeran sobre su pecho que ya de por si estaba empapado—. No te preocupes por las babas. Una de las gracias de eso que llevas en la boca es que no puedes evitar que caigan. ¿A mamá le pasa lo mismo? —volvió a afirmar con la cabeza y me acerqué a ella y la abracé mientras la besaba el pelo—. Ahora vamos a hacer una cosa que no debería hacer: vamos a entrar en tu casa. Ya sé que tu si puedes, pero no está bien que lo haga yo. Vamos a buscar el disco duro, lo traemos, lo copiamos en otro y lo dejamos en su sitio. Luego nos sentamos en el sofá y nos tiramos hasta la hora de cenar viendo a tus papas. Si eres buena y todo sale como he planeado, como premio está noche te voy a chupar el chochito… y a lo mejor algo más. ¿De acuerdo? ¿confías en mí? —las últimas frases las dije con la mano alojada en su chochito acariciándolo. Se notaba que estaba otra vez muy excitada y nuevamente afirmó con la cabeza. La ayudé a bajarse de la banqueta y la lleve al centro del salón. La miré detenidamente y cogiendo una cuerda, con el extremo la rodeé el cuello e hice un nudo dejando el resto colgando. Las esposas de los tobillos tenían una cadena larga y la deje al máximo de longitud. La hice andar y comprobé que la arrastraba con un ligero sonido metálico.

Cogí las llaves y tiré de la cuerda para hacerla andar en dirección a la puerta y me miró con cara de pánico. La miré y soltando la cuerda me acerque al carrito y de una cajita saque tres pinzas para pezones que llevaban una simpática y sonora campanita. Regresé a su lado, la miré y mientras las colocaba la dije con una sonrisa—: que tonto estoy, tienes razón, te faltaba algo.

Se miró los pezones y me miró supongo que intentando entender el humor adulto y reparó que tenía otra pinza en la mano. La di la vuelta y con una cuerdecita lo sujeté al tapón anal colgando casi entre las piernas—. Ahora sí que estás espectacular, —la dije con una sonrisa. Tiré suavemente de la cuerda y empezó a andar. Mientras la llevaba hacia la puerta de la casa, iba pensando: »¡Joder! Si esto sale bien, y vamos por buen camino, voy a poder hacer con ella todo lo que quiera«.

En el andar arrastraba un poco los pies y el tintineo de las campanitas se acompasaba. Abrí la puerta y la saqué al pasillo. El sonido de las campanas resonaba más que en casa. La miré y estaba aterrada. Recorrimos los tres metros escasos que separaba mi puerta de la de sus pares y antes de abrir la metí un dedo en el chochito y su cara de pánico aumentó, pero apretó la vagina contra mi dedo. Con una sonrisa la bese en la mejilla y abrí la puerta haciéndola pasar. Nada más cerrar la puerta, la arrodillé, la quite la mordaza y la metí la polla en la boca. Gimoteaba de puro placer y era la primera vez que lo hacia sin tocarla el chochito. Aunque casi siempre la daba la opción de decidir, lo cierto es que parecía que empezaba a sentirse sumisa. Me corrí fuera, disparándola a la cara y se la dejé con restos evidentes de semen.

—¿Cuál es el dormitorio de tus padres? —la pregunté ayudándola a levantarse. Empezó a andar y parecía que iba en una nube. Entró al dormitorio y con un gesto señaló el último cajón de la parte inferior de la cómoda. Lo abrí y debajo de la ropa vi una caja metálica. Levanté la tapa y vi el disco duro. Lo saqué, lo dejé todo como estaba y regresamos a casa. Cuando abrí la puerta y salimos al pasillo, oímos voces en la zona de las escaleras y Martina entró en pánico. Intentó volver a casa, pero cerré la puerta y con parsimonia me acerque a la mía. La abrí y por fin se encontró a salvo.

—¿Sabes que es lo mejor de todo esto? —la pregunté abrazándola. Negó con la cabeza y riendo dije—. Que tenemos que volver a devolver el disco , —y me eché a reír.

martes, 21 de enero de 2025

Mi preciosa princesita (capítulo 2)

 



Antes de empezar con este capítulo creo necesario aclarar algunas cosas. Muchos pensaran que he manipulado a está niña y posiblemente tengan razón, de hecho la tienen, pero lo cierto es que ella ya era propensa a ser manipulada. Es decir, que no partí de cero, no cambie su forma de pensar. Desde que furtivamente empezó a visionar las pelis de sus padres ya era proclive a entregarse al sexo y lo único que hice fue aprovechar la ocasión, y como dice el refrán, “acercar el ascua a mi sardina”. No tengo dudas de que con el tiempo, si yo no hubiera intervenido, se habría insinuado al padre o a algún niñato y sinceramente, antes que ellos, yo.

Por otro lado, como ya he dicho en el capítulo anterior, de psicología y sexualidad infantil ni idea, pero no hay nada que no solucione Internet y la Wikipedia. Lo digo porque alguno se habrá sorprendido de que Martina con 10 años haya tenido un orgasmo o que haya lubricado su vagina. Pues es perfectamente posible y los estudios dicen que desde los tres o cuatro años. El primer sorprendido fui yo.

En cuanto a mi, me llamo Raúl y tengo 41 años. Soy soltero y siempre lo he estado. No tengo hijos ni ningún tipo de obligación familiar. Mis padres ya murieron y con el resto de la familia no tengo ningún contacto. Trabajo de asesor y operador bursátil para una multinacional coreana con intereses en la bolsa de Mumbai (Bombay, India) y lo hago desde casa, teletrabajando. Para eso me levanto entre las tres y media o cuatro de la madrugada que allí son las ocho y media más o menos. Sobre las doce del medio día lo dejo y me echo una siesta de un par de horas. Gano mucho dinero y eso me permite tener una vida muy desahogada porque además no tengo grandes gastos. Mis ganancias las tengo colocadas en un fondo personal fuera de la zona del Pacífico y me produce muchos beneficios. Mi hobby es mi trabajo: las finanzas me apasionan. Esa es mi vida, que además es la que me gusta. Y ahora vamos a seguir con el segundo capitulo.



Martina se había quedado recostada en el sillón y desde allí veía lo que yo hacia en la cocina. Mi casa no es muy grande, un par de habitaciones, el salón con cocina y un baño. Para mi solo, es totalmente suficiente. Desde la encimera que separaba la zona de la cocina del salón, la observaba y me extrañaba lo callada que estaba y que me hubiera pedido seguir con las manos atadas. En condiciones normales no paraba de hablar. Tal y como estaba sentada, más que sentada, recostada de lado, la veía todo el costado, el muslo e insinuándose por debajo su línea vaginal.

Dejé los preparativos y me acerqué a ella mientras me seguía con la vista como hipnotizada. La cogí en brazos, me senté en el sillón y la puse encima de las piernas con su carita apoyada en mi pecho.

—¿Qué te pasa mi amor? Estas muy callada.

—Estaba pensando, —contestó con su vocecita.

—¿Y que piensas?

—Me preguntaba que va a pasar ahora, —contestó incorporándose—. Sé lo que papa y mamá hacen, pero no sé lo que vamos a hacer nosotros.

—Saca la lengua, —la dije y cuando me obedeció empecé a morrearla atrapándosela—. ¿Confías en mí, mi amor? —afirmó con la cabeza—. Pues entonces no tienes de que preocuparte. Lo que hemos hecho antes es solo el principio. ¿Te gustaría que te chupase el chochito como hace papa con mamá? —se me ocurrió mientras la veía desde la encimera. Volvió a asentir. La abracé y la morreé otra vez. Está vez sacó la lengua sin que se lo dijera: aprende rápido.

—¿Voy a seguir atada?

—Tú me lo has pedido, ¿quieres que te desate?

—No, no, quiero seguir así: me gusta mucho.

—Voy a terminar de preparar la cena y luego nos podemos sentar en el sofá y mientras reposamos podemos ver una peli.

—¿Qué peli? —dijo frunciendo el ceño.

—La que quieras.

—Una muy guarra.

—¡Joder tía!

—A ver si me vas a decir que soy pequeña para verla cuando me acabas de meter un cacharrito por el culito.

—¡Joder tía! —repetí riendo está vez—. Vale, no te lo digo. Luego miramos algún portal de descargas a ver lo que hay.

—Guay.

—Por cierto, se me está ocurriendo que me gustaría adornarte el culito, —me eché a reír de la cara que puso Martina. Me levanté, la deposité de pies en el suelo y me acerqué al mueble que tengo en el salón. Con las manitas atadas a la espalda me siguió visiblemente interesada. Abrí una de las puertas y saqué una caja de cartón negra con un gran diamante dibujado en la tapa.

—¿Qué es eso Raúl?

—A ti te lo voy a decir, lista, —bromeé riendo mientras ella fruncía el ceño.

—Has dicho que era para mi culito, ¡eh! —dijo muy chulita.

—¿Eso significa que te lo vas a poner? —la pregunté mientras me sentaba en el sillón.

—Ya me estás liando, —dijo dando un golpe con el pie en el suelo.

—Has dicho que me ibas a obedecer en todo. Yo quiero que te lo pongas, pero hay que elegir el color.

—¿Unas braguitas?

—Me gusta verte con el chochito y el culito al aire mi amor: no voy a ponerte unas braguitas. De hecho, es muy posible que no te vistas en estos cuatro días.

—Bueno vale, me lo pongo.

—Ven aquí, —la llamé y se acercó. La cogí la carita y la besé en los labios. Después la senté sobre mis rodillas y abrí la caja.

—¿Qué es eso? —dijo Martina mirando el contenido de la caja.

—Tantas pelis que has visto de adultos ¿y no sabes lo que es esto?

—Pues no, —respondió remedándole.

—Son dilatadores, tapones anales y como ves son de colores distintos, —la dije y cogiendo el más gordo se lo mostré—. Este es el que más me gusta.

—¿Eso va dentro? Ese es muy gordo.

—A ver como te queda: abre la boca, —la dije y se lo metí. Después cogí el móvil y activé la cámara para que se viera.

—Me gusta, pero es muy gordo, —dije cuando se lo saqué. La enseñe el mediano y negó con la cabeza.

—Pues este entonces, —dije cogiendo el pequeño que era de unos tres centímetros y metiéndoselo en la boca para que lo mojara. Guarde los otros y la tumbé bocabajo sobre mis piernas. Cogí un poco de vaselina y con el dedo se lo apliqué metiendo un poco el dedo dentro. Durante unos segundos la estuve estimulando con el dedo y la verdad es que reaccionó bien. La quité el tapón de la boca y se lo metí con cuidado y a continuación empecé a estimularla el clítoris. Rápidamente empezó a gemir, mucho más cuando con la palma de la mano la movía el tapón. Me sorprendió lo rápido que llegó al orgasmo y durante unos segundos estuvo moviendo las piernecitas. Sin esperar a que se recuperara, la arrodillé en el suelo, me puse de pies y la metí la polla en la boca. Estuve casi diez minutos así mientras me la chupaba, pero no me corrí porque hacia poco que lo había hecho. De todas maneras es la hostia lo que se siente cuando tienes a alguien de rodillas comiéndotela y la miras desde arriba.

La ayudé a levantarse y se sentó en el sillón en la misma posición que estaba media hora antes. Me fui a la cocina porque al final se iba a hacer tarde. Preparé unos filetes de salmón a la plancha que su madre me dijo que la gustaba mucho. Comimos en la misma encimera. Me senté en una de las banquetas altas que tenía y a Martina la senté sobre mis piernas. Con mi tenedor la fui dando de comer al mismo tiempo que lo hacia yo. Cuando terminamos la llevé en brazos al sofá y yo recogí todo rápidamente. Me prepare una copa y me senté a su lado.

Con el mando empezamos a buscar y al final encontramos una peli que la llamó la intención. Era infumable y era una mezcla de terror, zombis, sado y las tías se tiraban toda la peli atadas mientras las hacían de todo y luego se las comían. De flipar, pero Martina se reía mucho y lo que más la molaba es que las chicas, como ya he dicho, estaban casi siempre atadas. Cogí la cuerda y volví a atarla los tobillos y con su mirada vi claramente que me lo agradecía. También me di cuenta de que si en ese momento la tocaba el chochito se iba a correr otra vez. Pero no lo hice y como estaba recostada sobre mi pecho me dedique a sobetearla por todas partes salvo por la vagina. Mis manos se deslizaban por sus bracitos, sus pezones, sus muslos y sus pies que por cierto cada vez me gustaban más, en realidad como toda ella.

Cuando la peli terminó eran casi las dos de la madrugada y Martina tenía una cara de sueño impresionante. La levante en brazos y la lleve al dormitorio. Con suavidad la deposité sobre la cama bocabajo y coloque las cámaras y encendí los focos. Había colocado sabanas negras y su cuerpecito se resaltaba con la iluminación. Con una cuerda uní por detrás las ataduras de las muñecas con las de los tobillos.

—¿Tienes sueño mi amor? —la pregunté mientras la movía un poquito el tapón anal.

—Si, —respondió con voz soñolienta y los ojos cerrados porque la debía molestar la luz.

—Pues todavía no puedes dormir, —la dije volteándola y poniéndola de lado. Su cuerpecito se quedó arqueado hacia atrás con una imagen muy potente—. Primero tenemos que jugar y luego me la vas a chupar otra vez hasta que te llene esa boquita tan preciosa de semen.

No respondió nada, no hizo nada, simplemente se dejó hacer. Con el móvil estuve sacando primeros planos de su carita, de su torso, de la rajilla que se vislumbraba entre sus muslos y de sus pies, que me seguían enamorando. Decidí que de alguna manera me tenía que masturbar con ellos: ya lo pensaría al día siguiente. Me tumbe a su lado, la abrace y empecé a morrearla. Sacó la lengua y peleo con la mía. La tiré suavemente de las coletitas y la obligué a mostrarme el cuello. Metí la boca y la nariz y mientras la besaba la olía. Baje hasta sus pezoncitos, y los estuve chupando con fruición. Baje la mano y metí un dedo en su rajita y la fui estimulando hasta que empezó a gemir. La separé un poco las piernas e introduje un poco el dedo en su vagina. Unos minutos después la llegó otro orgasmo que crispó su cuerpecito mientras chillaba de placer e intentaba patalear. Fue tan intenso que durante unos instantes tuvo unos espasmos que recorrieron su cuerpecito. Mientras esto pasaba, la puse bocabajo y lleve su cabecita al borde de la cama. Me arrodille y la penetré la boquita. La estuve follando y la verdad es que tarde bastante. No quise pasarme y aunque sentía unas ganas terribles de metérsela hasta el fondo, me controle. Finalmente, me corrí y un poco de mi semen se escapó por la comisura de los labios. La mantuve dentro un ratito mientras de manera hipnótica la miraba los pies que estaban en alto. La saqué y me entretuve en pasársela por la carita. En ningún momento se quejó y eso que sabía positivamente que seguía despierta.

La desate las manos y los pies y estuve un ratito masajeadola las muñecas y los tobillos. Con una toallita húmeda la lave la carita y las besé otra vez en los labios.

—¿Quieres hacer pis mi amor? —la pregunté. No contestó, se levantó y se fue al baño. Regresó inmediatamente y se metió en la cama que ya había abierto. Me metí yo también y apague la luz después de mirar la hora en el móvil: eran mucho más de las tres—. Mañana despiértate cuando quieras cariño.

—¿Y que vamos a hacer?

—Voy a estar queriéndote y jugando contigo todo el día. ¿Te parece bien mi amor?

—Si, me parece bien.

Me pegué a ella abrazándola y sobando su culito con mi polla. Tardé en dormirme porque me puse a repasar los acontecimientos del día. ¡Joder! Y solo había sido por la tarde. No sé si voy a sobrevivir mañana que es cuando empieza la fiesta escolar. Y después quedan tres días más. Decidido, mañana por la tarde nos vamos al cine.

















sábado, 11 de enero de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 1)

 



Tal y como había acordado, a las cuatro de la tarde estaba en la puerta del colegio. Cuando salió, la cogí la cartera y sin ninguna muestra especial de cariño, la di la mano y nos encaminamos a casa. Aunque entre ella y yo, se suponía que ya todo estaba claro, durante los diez minutos que se tarda en llegar fuimos hablando.

—Entonces repíteme lo que vamos a hacer está tarde.

—Que pesado, —respondió con su vocecita—. Vamos a gravar un video dónde me vas a hacer preguntas y yo las voy a contestar. Me vas a explicar todo lo que vamos a hacer y yo voy a decir si quiero o no quiero hacerlo.

—Muy bien mi amor.

—¿Y no vamos a follar? —me preguntó de sopetón y me sobresalté. Estábamos en la calle y rápidamente miré a todas direcciones.

—¡Pssss!

—Ya sé que no se puede enterar nadie: estamos solos.

—Vamos a hacer otras cosas. Hoy lo más importante es el video, aunque el resto del finde también te voy a grabar. Si lo de hoy sale bien, te puedo premiar y puedo dejar que me la chupes como le hace mamá a papa, —la dije al oído agachándome—. Pero me tienes que obedecer en todo.

—Entonces va a salir bien, —dijo con una amplia sonrisa.

—¿Tienes ganas de hacer lo que hacen tus papas?

—Sí, pero lo que más quiero es que estés contento conmigo.

—Entonces seguro que lo voy a estar porque voy a estar con una niña súper preciosa y maravillosa, que me va a obedecer en todo, —mi respuesta provocó una amplia sonrisa en ella. Me incorporé y seguimos andando.

Llegamos al portal y subimos al ascensor. No lo pude evitar y cuando se cerraron las puertas con los dedos de la mano empecé a acariciarla los labios. Rápidamente me atrapó uno y se lo metió en la boca. Cuando llegamos saqué el dedo y me miró con una sonrisa picara de niña de diez años que son los que tiene. Por fortuna no nos encontramos con ningún vecino porque el abultamiento de mi bragueta era evidente.



Todo empezó casi un año antes cuando mis vecinos me pidieron, por favor, que si me podía quedar con su hija tres horas por la tarde una vez a la semana. Con ellos tenía la típica relación cordial de vecinos y a la niña la conocía desde que nació. Antes de eso ella ya se había colado alguna vez en casa desde que descubrió mi afición por los tebeos, o cómics como los llaman los modernos. El caso es que no me importó quedarme con ella y eso terminó, como ya he dicho, siendo una vez a la semana con la excusa de que tenían que ir a cursos en el trabajo.

Martina era una preciosa niña de nueve años por entonces. Era más bien bajita para su edad, no pasaría de metro veinte de altura. Claramente había salido a su madre, una atractiva rubia mediando los treinta que no pasaba del metro sesenta que además tenía unas abundantes y artificiales ubres que camuflaba su seguramente poco pecho. Claramente su belleza la había heredado la niña, también rubita de ojos claros y muy delgada fruto de la gimnasia que la madre la obligaba a practicar. En cuanto al padre, era un señor bastante más mayor que la madre. Alto, regordete y peludo como un oso transilvano, era la amabilidad personificada. Los dos, de origen rumano, trabajaban en una empresa de gestión de alquileres y se veía que no tenían penurias económicas.

Martina resultó ser una cría muy dicharachera, y la verdad es que me sorprendió. Lo contaba todo y en poco tiempo me sabía la vida y milagros de su familia. Lo que más me sorprendió y que me dejó con la boca abierta fue cuando me contó con pelos y señales todo lo que sus papas hacían en el dormitorio.

—¿Y como sabes todo eso? —la pregunté flipando cuando con toda naturalidad me contó como su mamá se la chupaba a su papa.

—Porque lo gravan y luego lo veo, —me contestó con toda la tranquilidad del mundo.

—A ver, explícame eso. ¿Cómo que lo ves?

—Ellos tienen un disco duro con pelis de mayores que ven en la tele del dormitorio. También gravan lo que hacen y lo guardan en el mismo sitio.

—¿Y lo tienen a la vista? —pregunté con precaución.

—Nooo, ¿cómo lo van a tener a la vista? Cuando mamá se echa la siesta en el sofá, yo me cuelo en su dormitorio y copio los archivos en un pincho y luego los paso a un ordenador viejo que tengo en el armario de mi habitación, —ahí ya sí que terminé de flipar.

—Pero… ¿sabes hacer todo eso?

—Claro, voy a informática desde los seis. Papi dice que es el futuro; eso y el inglés.

—¡Joder! ¿Cuántos años tienes? —la pregunté aunque lo sabía perfectamente.

—Casi diez, —contestó muy chulita.

—¿Y cuando ves esas pelis que piensas? —Martina me miró largamente y terminó encogiéndose de hombros—. ¿Sientes algo?

—¿Qué si siento algo? Que me gusta verlo, además, siento cosas en el chochito.

—¿Cómo sabes esa palabra?

—Porque se lo dice papa a mamá.

—¿Te gusta ver lo que hacen? —acerté a preguntar cuando me repuse de su contestación.

—Sí.

—¿Te gustaría hacer esas cosas? —pregunté sintiéndome muy audaz. Martina contestó afirmando enérgicamente con la cabeza—. ¿Y con quién?

—Con papa… pero ya sé que no es posible.

—¿Se lo has preguntado?

—Nooo, ¿cómo le voy a preguntar eso? Contigo si lo haría.

Si no hubiera estado sentado en el sillón, al oír las palabras de la niña se me habrían aflojado las piernas—. Cariño, mira, todo esto que me acabas de contar es mejor que no lo hables con nadie más, porque nos podemos meter en un lío muy gordo.

—Ya sé que no, —afirmó.

—Vale, pero quiero aclarártelo para que lo entiendas. Eres menor de edad… muy menor de edad, y si se supiera que ves las pelis guarras de tus papas o que por algún malentendido pensaran que tú y yo hacemos lo mismo que ellos, nos meteríamos todos en un lío muy, pero que muy gordo. ¿Lo entiendes?

—¿En qué lío nos meteríamos?

—Pues yo seguro que iría a la cárcel y tus papas pueden perder tu custodia y tú irías a un centro de acogida. ¿Sabes lo que es eso? —Martina negó con la cabeza—. Es un lugar dónde van todos los niños que no tienen familia o que los maltratan.

—Pero yo si tengo familia y no me maltratan.

—No, si tus papas pierden tu custodia, no tienes familia y además, hay gente que puede pensar que tener sexo con niñas lindas y preciosas de casi 10, es un maltrato.

—¿Qué tontos no? —dijo con voz preocupada—. Pues entonces es mejor que no se entere nadie.

—Eso es lo mejor mi amor. Pero a nadie, ni siquiera a tus compis de clase o tus amigos del barrio.



Este es un resumen de mis conversaciones con ella y tengo que reconocer que empecé a mirarla con otros ojos. Admito que no tengo ni puta idea de psicología infantil y mucho menos de su sexualidad, pero no hay casi nada que Internet no pueda solucionar. Eso sí, hay que hacerlo con cuidado para que las alarmas no salten.

El caso es que un tiempo después de empezar a recibirla por las tardes, Martina llegó con una noticia.

—Mis papas se tienen que ir a un congreso y no encuentran a nadie con quién dejarme.

—¿Cómo que no?

—Es que son cuatro días y coincide con unos días que no hay cole y mis amigos se van de viaje, —me dijo mirándome fijamente. Claramente esperaba que me ofreciera—. Están pensando en llevarme a una residencia.

—¡No jodas! —la exclamación se me escapó—. Perdona mi amor.

—Voy a hacer como que no lo he oído, —dijo riendo.

—¡Qué cabrona eres! ¡Joder! Otras vez. Mejor me calló…

—Si, mejor.

—… pero ahora cuando llegue mamá hablo con ella.

Y así fue como durante cuatro días iba a vivir con Martina.



Entramos en el piso y la llevé a la habitación que había preparado para ella aunque solo la iba a utilizar para dejar sus cosas y un cocodrilo verde de más de un metro de largo sin el que no podía dormir. Además, esa habitación era dónde yo trabajaba: sobre eso ya hablaré más adelante.

—Mientras preparo las cosas, date una ducha, —la dije de manera un poco tajante. Desde el principio la hice creer que ella tenía el control de todo, pero la realidad es que todo iba encaminado a que me obedeciera siempre—. Después ponte el pijama, las braguitas, las zapas, péinate con un par coletas y sal al salón.

No dijo nada, se quitó el abrigo, se empezó a desnudar y me fui al salón a hacer una última inspección: lo tenía todo preparado. Al cuarto de hora llegó al salón con un bonito pijama de color rosa con unicornios con un poco de brilli brilli. Debajo del brazo traía el cocodrilo.

—Por favor mi amor, siéntate en el sillón, —dije y lo hizo mientras miraba interesada las tres cámaras web con trípode y los tres focos que iluminaban la escena que eran del tipo anillo y que rodeaban las cámaras—. Vamos a empezar y no te pongas nerviosa: ya sabes que esto va a durar lo que tu quieras.

—Vale.

—Dime tu nombre y apellidos completos, —dije después de sentarme en una silla frente a ella y de poner las cámaras a grabar. Una estaba centrada en ella y solo recogía el sillón. La otra cogía más ángulo y la última estaba de lateral y la cogía de perfil. El cocodrilo reposaba placidamente sobre sus piernecitas.

—Luminita Martina Kovaci Zamosteanu.

—¿Luminita?

—Si, por la abuela de mi papa, pero ellos nunca lo usan.

—¿Eres española?

—Sí claro, nací en Madrid.

—Tendrás la doble nacionalidad.

—No, en Rumania eso no existía antes: ahora no sé. Solo soy española. Mis papas dicen que no van a volver nunca a allí.

—¿Cuántos años tienes?

—Casi 10.

—¿Estas aquí por voluntad propia? Es decir, ¿te estoy obligando de alguna manera?

—No me estás obligando, estoy porque quiero.

—Y dime, ¿qué quieras que pase? —Martina se encogió de hombros—. Me refiero a si quieres hacer lo que hacen tus papas.

—Si, si, lo mismo y lo que tú quieras.

—¿Y como sabes que es lo que hacen tus papas?

—Porque lo gravan en video y yo los veo. Además, tienen muchas pelis y siempre ven alguna antes, cuando están solos en su habitación.

—¿Y como las puedes ver?

—Porque sé las claves del disco duro dónde las tienen.

—Pero ellos no saben que las ves, —afirmé.

—¡Nooo! Se cabrearían mucho si se enteraran.

—Pues tranquila que yo no se lo voy a decir, —dije riendo—. Por favor, ¿quieres quitarte la parte de arriba del pijama? —no contestó y se la quitó después de dejar el cocodrilo a un lado. Con diez añitos no tenía pecho, pero ya se la notaban los pezones gordos, muestra de que estaban a punto de empezar a florecer—. Muy bien mi amor: gracias. Y dime, ¿qué le hace tu mamá a papa?

—Le hace muchas cosas: todas las que él dice.

—¿Y quieres hacérmelas a mí? —Martina asintió vigorosamente—. Por ejemplo, ¿le chupa la colita a papa?

—Sí, y el culo también. Y papa a mamá también: la chupa todo. Yo creo que les gusta mucho.

—¿Y que más mi amor?

—La mete la cola en su chochito y en el culo.

—Y además de eso, ¿juegan a algo? —pregunté—. Por favor ¿te quitas el pantalón?

—Papa ata a mamá con cuerdas y con unas esposas de esas que llevan los polis en las pelis, —respondió mientras se quitaba los pantalones y las zapas. Por primera vez la vi las piernecitas y los pies. Siempre la vi con los leotardos del cole o con mallas deportivas—. También la pega con un látigo.

—¿Con un látigo? —asintió con su preciosa cabecita—. ¿Y a ti te parece bien lo que hacen?

Primero se encogió de hombros, pero a continuación dijo—: creo que si lo hacen no será malo.

—¿Te gustaría que te lo hiciera yo?

—Si quieres hacerlo vale… pero lo del látigo no lo tengo claro.

—Pues por ahora descartamos el látigo, ¿no te parece? Quítate las braguitas por favor.

—Vale, por ahora lo descartamos, —repitió sin titubear mientras se las quitaba.

La miré detenidamente y lo que vi me gustó muchísimo. La polla la tenía a reventar pero tenía preparado un guión que iba a cumplir a rajatabla o al menos lo iba a intentar. No quería saltar sobre ella y que se asustara. Antes de ir al cole a recogerla me había masturbado. No quería que cuando me la chupara, si todo iba según lo previsto, me corriera a las primeras de cambio: quería durar algún segundo más.

—Cariño, sube las piernas y sepáralas, —rápidamente lo hizo y en esa posición me percate que la respiración la empezaba a tener un poco agitada—. ¿Te quieres tocar el chochito?

Sin contestar, se lo empezó a tocar. Me levanté y acerqué la cámara frontal para tenerla en primer plano—. Mete la mano izquierda en el hueco del sillón y saca lo que hay, —la ordené unos minutos después. inmediatamente obedeció y después de apartar el cocodrilo sacó un vibrador fino que terminaba en punta—. ¿Sabes lo que es?

—Sí, mamá y papa tienen muchos.

—¿Quieres usarlo? —la dije y como asintió con la cabeza añadí—: dale al botón, pero no te lo metas en el chochito: solo por fuera. Y por favor, mira siempre a la cámara: quiero ver esa carita tan maravillosa que tienes.

Mientras me obedecía con una amplia sonrisa, me acerqué y con cuidado para no estorbar el plano de la cámara me arrodillé junto a ella. Con cariño la acaricie el cabello, sus coletitas y pasé a recorrer sus labios con los dedos. Cerró los ojos y entreabrió la boca y miré su precioso rostro y los dientecitos que se vislumbraban entre los labios. La respiración ya la tenía definitivamente agitada muestra de que el vibrador la hacia efecto. Bajé la mano hacia sus inexistentes tetillas, pero me agradó pasar los dedos por los pezones. Después llegué a su ombligo, su vientre y por fin alcance su vagina que noté húmeda. Acerqué los labios al oído y la susurré una orden que cumplió de inmediato. Bajó un poco la mano y colocó la punta del vibrador en el ano mientras yo la acariciaba la vagina. Su respiración se hizo más agitada y me sorprendió que se la empezaran a marcar un poco las costillas. No era raro porque estaba muy delgada. La volví a susurrar al oído—. Métete el vibrador un poco en el culito.

—No entra, —dijo con voz entrecortada después de intentarlo.

—¿Me dejas que te ayude? —Martina asintió—. Pero me haría muy feliz que lo hicieras tú misma, —volvió a asentir mientras yo la acariciaba la vagina más suavemente. Cogí un tuvo de lubricante y poniéndome un poco en el dedo la lubrique el ano e incluso metí mínimamente el dedo dentro sin que se resistiera. También puse un poco en el vibrador y la conduje la mano hasta que estuvo en posición. Entonces volví a susurrarla al oído—. Ahora entrara mejor, pero cuando aprietes quiero que hagas un poco de fuerza hacia afuera con el culito como cuando vas a hacer caca.

Sin pensarlo me obedeció y por la pantalla de televisión dónde se veía lo que las cámaras grababan vi como el vibrador entró incluso más de lo que había previsto. En ese momento la acaricié el chochito con más energía y empezó a gemir mientras la mano se me mojaba definitivamente y ella intentaba pararla con las suyas. Empezó a gemir y deje de estimularla y la ordené que metiera más el vibrador y así lo hizo. Cuando vi que estaba a punto la paré la mano para que no siguiera.

—¿Quieres correrte como hace mamá? —afirmó vigorosamente con los ojos cerrados mientras seguía respirando agitadamente—. Voy a hacer que lo hagas, pero primero te lo tienes que ganar. ¿Te parece bien? —y volvió a asentir con la cabeza.

La hice levantarse, pero la ordené que no se sacara el vibrador. Aparte un poco el sillón y la puse de perfil. Coloqué un almohadón en el suelo y la ayude a arrodillarse mientras sujetaba el vibrador con su manita. Cogí un trozo de cuerda de color rosa que había comprado para este evento, la rodee la cadera y lo ate al vibrador. La idea era que no se saliera de su culito, además, antes de hacerlo se lo metí un poco más. Después la hice separar las piernas y con otro trozo de cuerda la até los tobillos: nada muy elaborado. Lo mismo hice con sus manitas que quedaron cruzadas por la espalda. Martina asistía a los preparativos mirando todo lo que hacia pero no ofreció la más mínima resistencia o la más mínima queja: la verdad es que estaba como en trance. Recoloqué rápidamente las cámaras para que gravaran sin perder detalle y poniéndome delante de ella la puse la punta de la polla a un par de centímetros de la boca. No podía chuparla porque la tenía sujeta por las coletas. Miré la tele y la imagen fue tan sugerente que aparte la vista. Miré a Martina y vi que miraba la punta de la polla con atención: estaba segregando liquido.

—Es liquido seminal mi amor. A todos los hombres nos sale. Si mamá sé la chupa a papa es porque la gusta. ¿Quieres probarla a ver si te gusta a ti también? Estoy seguro de que si, —no la veía muy decidida, pero finalmente mojó la punta de la lengua y lo probó. A continuación se metió el glande y empezó a chupar como seguramente había visto hacer a su mama—. Me la vas a chupar muy despacio mi amor, como mamá hace con papa, —insistí y asintió— y cuando me corra, ya sabes que va a salir un líquido blanco. ¿Qué hace mamá?

—Si lo tiene en la boca se lo traga, pero hay veces que papi se lo echa en la cara, —respondió con su vocecita.

—Yo te lo voy a echar en la boquita y ya sabes lo que tienes que hacer. Lo vas a pasar muy bien y después mucho más: te lo prometo.

Empecé a pasarla la polla por los labios y la carita hasta que finalmente se la fui metiendo lentamente. Durante unos minutos me la estuvo chupando. Incluso saqué primeros planos con mi móvil de su carita y su boquita tragando mi polla. Después, me senté en el sillón con ella entre las piernas y después de morrearla vigorosamente se la volví a meter en la boca. Al rato, me recosté elevando las piernas y conduje su boca a mi ano. Estaba forzando la situación para ver sus limites y parecía que por el momento no tenía—. Saca la lengua y muévela, —la ordené y obedeció de inmediato. Después volví a sentarme bien y siguió chupando. Me incline sobre ella y alargando la mano le di más potencia al vibrador y empecé a sacarlo y meterlo. Reaccionó rápidamente y a pesar de tener la boca llena con mi polla noté que gemía. Finalmente me corrí y mientras lo hacia se lo fue tragando. La mantuve un par de minutos dentro de su boquita y después la acaricie la mejilla—. Buena chica mi amor, —ella me devolvió una amplia sonrisa con algún resto de semen en los labios.

Me levanté y me coloqué de rodillas al lado contrario al de la cámara. A ella la deje en la misma posición. Pasé la mano derecha por delante y alcance su vagina con facilidad mientras con la izquierda manejaba en vibrador. Empezó a jadear y a gemir y se recostó en mi brazo derecho—. Si tienes ganas de gritar hazlo mi amor, —la susurré al oído y a los pocos segundos se crispó y mientras chillaba tuvo su primer orgasmo. Durante unos segundos más estuvo gimiendo mientras se recuperaba. Después me puse delante de ella y la morree la boca—. Muy bien mi amor, muy bien. ¿Descansamos un poco? —afirmó con la cabeza y la desaté los pies. La ayude a levantarse y la quité con cuidado el vibrador. Mientras su respiración se normalizaba la fui a desatar las manos, pero me dijo que no.

—No me lo quites, me gusta.

—Pero cariño, tenemos que cenar que es la hora.

Martina me miró y dijo con coquetería—: dame tú de comer.

—Como quieras, —la dije. La miré detenidamente y la vi cansada. Decidí tomármelo con más calma, aunque con lo fácil que había resultado todo empecé a no descartar el follármela.



viernes, 10 de mayo de 2024

Amor familiar (y capitulo 8)

 


 

Nuestro ritmo de vida había vuelto a la normalidad después de nuestras intensas vacaciones de Semana Santa. Después de tres semanas estaba bastante agobiado porque cuándo llegaba a casa me ponía a jugar con mi hermana y claro, no hacia nada más. Desde el principio llegué a un acuerdo con ella y los estudios eran lo primero, pero es que ella, con diferencia, es mucho mejor estudiante que yo y aprovecha el recreo y la hora de la comida en el cole para hacer casi todo. Cuando llegaba a casa se metía en su habitaron para no molestarme, pero es que solo de pensar que estaba allí desnuda me ponía malo. Pero lo peor es que tenía más de cuatrocientas horas de grabaciones que tenía que editar y montar, y para eso necesitaba tiempo. En un par de ocasiones que me puse a trabajar con los videos, no aguanté más de quince minutos y terminé fallándola. Tenía que hacer algo y tuve una idea, pero tenía que contar con papá.

—Oye papá, ¿todavía te deben vacaciones en el curro? —le pregunté un día que estábamos solos.

—Sí, casi tres semanas.

—Pues quiero que te cojas una semana y te lleves a Marina de vacaciones, —papá me miró con cara de no entender, y entonces le expliqué la situación.

—Ya hijo, pero ¿y el cole de tu hermana?

—Eso no es problema, Marina está al día y además podéis aprovechar el puente de mayo.

—¿Se lo has dicho ya…?

—No, no, ella hará lo que la digamos, ya lo sabes. Además, seguro que se lleva algún libro. La puedes llevar a una playa nudista: seguro que la gusta.

—A ella seguro, pero no estoy seguro de que me guste ir por ahí con el pito colgando.

—Venga papá, no seas carca. ¿No querías empezar a exhibirla?

—La verdad es que si, —dijo papá más animado.

—Sácala de España. Llévala a algún lugar exótico.

—Bueno, déjame que lo piense y ya veremos.

El ya veremos se convirtió en un ¡sí! rotundo en el momento que, muy sibilinamente por mi parte, la insinúe que a lo mejor se iba con papá de vacaciones a un lugar exótico con playa nudista. Rápidamente, y antes de que papá se diera cuenta, ya le puso un destino y un hotel en Negril, Jamaica. Y la semana se convirtió en diez días.

Cómo yo no estuve presente en sus andanzas jamaicanas, le pedí a papá que esta parte del relato lo escribiera él. Pero antes tengo que decir que esos nueve días que estuve sin mi hermana fueron muy duros. Mucho más cuándo, después de regresar de la uni, visionaba los videos de Semana Santa para editarlos con un programa de edición con IA y convertirlos en películas de una hora más o menos. Por supuesto retoqué nuestras caras para que no nos pudieran reconocer, sobre todo la cara de Marina. Abrí paginas en Pornhub, XHamster y alguna más y puse los videos a la venta. Para promocionarlos prepare clips gratuitos de tres minutos. En todas tuve que demostrar que mi hermana no era menor de edad y es que claro, lo parecía porque lo era. Con la IA, falsifiqué su DNI, su nombre era otro, igual que su numero y su fecha de nacimiento: ahora tenía 19. No tengo que decir que todos los días, cuando terminaba, me mataba a pajas: como la echaba de menos.

Y ahora le cedo la palabra a mi padre.

 

_________ O _________

 

 

Marina estaba de los nervios. Tanto que esa corta noche no pegó ojo y lógicamente nosotros tampoco. Es comprensible porque no solo era su primer gran viaje, también era su primer avión. El vuelo partía a las cuatro de la madrugada.

Nada más acostarnos, después de nuestra actividad sexual habitual, ya noté que no estaban durmiendo: lógicamente, esa última noche le tocaba a mi hijo.

Al rato, sentí que alguien subía a mi cama y antes de poder reaccionar ya me había cogido la polla y la tenía en la boca.

—Marina, deberías estar durmiendo, que mañana el día va a ser largo, —la reprendí suavemente.

—No puedo dormir, —dijo sacándose mi polla momentáneamente para volver a empezar.

—Aun así mi amor.

—¿Mañana podemos follar en el avión?

—Pues claro que no, —respondí con cara de pánico. Entonces me percate de que mi hijo estaba en la puerta desternillándose de la risa.

—Papi, mañana tengo todo el día para dormir: no seas pesado, —y siguió chupando.

Al rato, su hermano se unió a nosotros y sin previo aviso la metió los dedos en la vagina mientras el dedo pulgar se lo introducía en el ano. Marina gozaba cómo siempre cuándo papá la atrajo hacia el, la tumbó a su lado y dándola la vuelta la penetro por el culo. Su hermano se tumbó delante de ella y pasando su piernecita por encima de el la penetro por la vagina. Estuvimos follándola mucho tiempo porque tardamos una enormidad en corrernos: los dos la habíamos follado hacia poco.

Cuándo terminamos, yo no llegué a correrme, nos duchamos aprisa y corriendo y partimos hacia el aeropuerto con la hora pegada al culo.


 

Por fortuna, el viaje resultó apacible. Me aterrorizaba la idea de que Marina me pusiera en alguna situación embarazosa, pero cómo ya digo, por fortuna se pasó todo el viaje durmiendo.

Aterrizamos en el aeropuerto de Montego a las nueve de la mañana después de nueve horas de vuelo, pero gracias a la diferencia horaria llegamos a primera hora de la mañana. Inmediatamente nos trasladamos al hotel gracias al vehículo que nos estaba esperando.

Marina estaba entusiasmada con la habitación, pero mucho más cuándo salio a la terraza y vio las vistas que desde allí había. Una larga piscina, culebreaba alrededor del edificio principal y al fondo el mar. Un pequeño extremo estaba acotado para el nudismo y tenía un acceso directo a la playa nudista dónde el hotel tenía un chiringuito y una zona de tumbonas.

—¡Qué piscina más larga! Tengo que recorrerla nadando.

—Puedes hacer lo que quieras mi amor.

—¿Bajamos a la playa?

—¿No quieres desayunar?

—No tengo hambre…, prefiero bajar a la playa.

—Cómo aquí es temprano todavía, podemos deshacer las maletas y luego bajar: nos da tiempo a todo.

—De acuerdo papi.

—Pero recuerda que por las zonas comunes del hotel tienes que ir vestida y solo desnuda en la zona de playa y piscina acotada para eso.

—Que sí papá, que sí, que no voy a montar ningún espectáculo, —bromeó Marina—. Pero si deshacemos las maletas y… cómo es temprano… me vas a tener que follar antes de bajar.

—Creo que no voy a tener ningún problema en eso, —dije subiéndola en brazos y sentándome en el gran sillón que había en una esquina del amplio dormitorio. La saqué el vestido, la coloqué a caballo sobre mi y la penetré sujetándola las manos a la espalda con una de las mías. Como si la hubieran conectado un interruptor, empezó a culear. Fue aumentando la frecuencia hasta que finalmente tuvo un orgasmo que la dejó inerte sobre mi pecho. Cuando se recuperó, la arrodillé entre mis piernas y cogiéndola la cabeza la metí la polla en la boca. Estuvo un rato chupando hasta que me corrí en su boca y como siempre, se lo tragó.

—Ya he desayunado papi, —dijo con humor mientras se relamía.

 

Durante el tiempo que estuvimos en el hotel, Marina prácticamente no usó ropa y eso que había llevado varios modelitos. Por las zonas comunes iba siempre envuelta en un pareo que anudaba al cuello. De casa había llevado uno, pero en la boutique del hotel de compró otros dos para ir alternando. En los pies solo calzaba chanclas y solo se puso unas sandalias de tacón alto un par de noches que salimos a cenar fuera del hotel. En esas ocasiones, decir que iba vestida es mucho decir, aunque eso sí, no enseñaba nada que no debiera verse aunque quedaba todo abierto a la imaginación de los demás.

Nuestra rutina era simple. Cuando abríamos los ojos, la ataba y la follaba. Bajábamos a desayunar y nos íbamos a la playa. Marina solo utilizaba la tumbona para dejar la toalla y la bolsa con las cremas. Desnuda se situaba en la orilla con el agua del mar mojándola los pies y el sol iluminando hasta lo imposible su ya bronceada piel. La verdad es que llegó muy morena, pero en pocos días se puso negra como un tizón.

A la una del mediodía subíamos al comedor y comíamos algo ligero: una ensalada o algo así. Después íbamos a la habitación y nos echábamos la siesta con juegos sexuales incluidos. Como me costaba trabajo correrme, Marina me la chupaba con paciencia mientras me metía un par de dedos en el culo. Por supuesto siempre lo conseguía. Dormíamos una hora más o menos y bajábamos a la piscina y Marina, como había dicho cuando llegó la empezaba a recorrer nadando a lo largo varias veces. Después se tumbaba y tomaba más el sol.

A media tarde, sobre las seis, subíamos a la habitación, la inmovilizaba en posturas inverosímiles y ayudándome de diversos artilugios la forzaba los orgasmos. No la follaba, solo la forzaba orgasmos. Prefería reservarme para la noche para poder follarla como a mi me gusta.

Nos duchábamos y bajábamos a cenar. Después, salíamos a pasear por el paseo marítimo y a eso de las nueve subíamos a la habitación a la sesión especial. No era nada especial. Consistía en que la ataba de una manera más concienzuda, con los brazos a la espalda y las piernas muy abiertas y flexionadas. Empezaba a estimularla y los orgasmos se sucedían y solo después, cuando ya estaba agotada, me situaba sobre ella y la penetraba. Primero por la vagina y luego por el ano. Como era tan pequeñita me costaba trabajo morrearla mientras la follaba, pero me apañaba como podía. Después a la ducha otra vez y a dormir. Marina caía como muerta y no abría los ojos hasta el día siguiente, siempre con mi polla en la boca.

Finalmente, las vacaciones concluyeron y regresamos a España para reemprender nuestras rutinarias vidas.

 

_________ O _________

 

     

Mi familia regresó a Madrid  y como ha finalizado mi padre la rutina refrío a nuestras vidas. Tengo que decir que aunque por un lado me vino bien para los estudios y para la edición de los videos, la eché terriblemente de menos. Me había acostumbrado tanto a ella que en ese tiempo me maté a pajas.

Cuando la tuve en casa, informé a papa de que me la quedaba y desde medio día, hasta la hora de cenar la estuve follando. La hice de todo y fue tan intenso que incluso se me inflamó un poco la polla.

Después de ponerme al día, reemprendimos nuestra actividad habitual. Con el tiempo, Marina empezó la FP de Administración y Finanzas que posteriormente completó con varios masteres. Desde que terminó la FP trabajamos los dos juntos en lo que papa había ideado, y la verdad es que nos fue muy bien.

Vivimos los tres juntos hasta que mucho tiempo después la vejez se llevó a papa. Marina, para entonces una atractiva y deseable mujer de cincuenta años, seguía ocupándose de él como siempre había hecho y como seguía haciendo conmigo.

Aunque seguimos amándonos y seguimos siendo inseparables, lo cierto es que la ausencia de papa se dejaba notar. Ya no podíamos hacer esos tríos interminables que tanto nos gustaba. En una ocasión traje un sustituto, pero aunque Marina lo acepto como siempre, sé que no la gustó y para mí eso es palabra de Dios: no lo volvimos a repetir.

 

miércoles, 27 de marzo de 2024

Amor familiar (capitulo 7)



Cuándo abrí los ojos la luz entraba fuerte por las rendijas de la persiana. Noté nítidamente la presencia de mi hermana a mi lado durmiendo tranquila. Papá no estaba. Miré el reloj y vi que casi eran las nueve y media. Tenía la polla cómo un palo, y aprovechando que me daba la espalda, poniéndome un poco de lubricante en la polla la penetré el ano con cuidado. A los pocos segundos Marina estaba gimiendo.

Papá entró en la habitación con ropa de correr y sudando un poco, y miró lo que hacíamos.

—Te me has adelantado, —dijo riendo mientras activaba una de las cámaras de video que estaba encima de la cómoda—. Venia pensando en follarla.

—Tranquilo que termino pronto.

—Sin prisas que no se va a escapar.

Al rato me corrí. Cuándo terminé de saborear el momento, papá, que ya se había quitado la ropa de correr, se subió a la cama. La cogió por la cadera e inmediatamente la penetró desde atrás mientras yo entraba en el baño para una ducha rápida. La folló con fuerza, con energía, sin contemplaciones. Mientras con la mano derecha la sujetaba por la cadera, con algún azote esporádico, con la izquierda la tiraba del pelo forzando su cuello hacia atrás en una curva casi imposible. Su hija gritaba de placer, mucho más cuándo la mano derecha abandonó la cadera y se alojó sobre su clítoris. Cuándo se corrió, la dejó caer sobre la cama y sudoroso y de rodillas estuvo un rato contemplando su posesión más preciada: su hijita.

—¿Bajamos al sótano? —le pregunté—. Tenemos que colgarla por los pies.

—Por mí sí. Me gustaría que después de comer no dedicáramos a cosas más normales cómo que esté toda la tarde chapándonos la polla.

—De acuerdo: así descansamos.

—Pues voy a darme una ducha, —al oírlo Marina se incorporó rápidamente y saltó a los brazos de papá: casi lo derriba. No lo hizo porque papá esta cachas. Ni por asomo es Schwarzenegger, pero marca abdominal. Riendo, salió de la cama con ella en brazos y entraron en el baño. Antes de bajar, coloqué una cámara para gravar sus juegos en la ducha que fueron muy interesantes por lo que ví cuándo, días después, edité los videos.

Cuándo llegaron al sótano ya lo tenía todo preparado. La calefacción estaba alta. La tumbamos en el suelo y la colocamos las tobilleras especiales para colgar: papá una y yo la otra. Las enganchamos a una barra espaciadora y pasamos el gancho por la argolla. Después, la colocamos las muñequeras y empezamos a subirla con el polipasto. Lentamente se fue elevando y Marina colaboró ayudándose con las manos. La coloqué un collar de cuero y la sujete las muñequeras por detrás de la nuca. La posición estiraba su cuerpecito hacia abajo encogiendo y ahuecando su vientre, marcando su caja torácica y abultando su vagina que ahora se mostraba aun más esplendorosa. Sus exiguas tetillas desaparecieron definitivamente en la superficie ondulada de sus costillas. Su maravillosa vagina se presentaba expuesta a la altura de nuestros rostros y los dos acudimos cómo las abejas a las flores. Después de estar unos minutos libando en su chochito, con las pollas en su adorable boca y con Marina gozando cómo una perra, cogimos los flagelos y empezamos un castigo sistemático. Yo por la espalda y papá por delante, en ocasiones centrándose en la vagina. Mi hermana gritaba a pleno pulmón.

Dejé el flagelo y mientras papá seguía trabajando, cogí una pinza y retrayéndola el capuchón del clítoris la coloqué. El maravilloso puntito brillante quedó expuesto y después de chuparme el dedo empecé a estimularlo. Mi hermana arqueó la espalda y alcanzó el orgasmo más fuerte hasta el momento. El primero de muchos porque empezamos a centrarnos en el.

Papá empezó a centrarse con el flagelo en la zona vaginal de Marina que berreaba con los impactos sobre su clítoris. A continuación, dejó el flagelo y la introdujo una bola china en la vagina activándola. Después, la colocó una mordaza de bola en la boca y a los pocos minutos interminables hilillos de babas llegaban hasta el suelo. Papá se arrodilló y estuvo besando con detenimiento el tórax de su hija mientras yo, desde atrás, me saciaba con su zona genital. Mi lengua la recorría incansable desde al clítoris al ano que se expandía y se contraía con los orgasmos.

Empezamos a utilizar todo el arsenal de dildos, consoladores y vibradores de que disponíamos. También los electro estimuladores y cuándo al final de la mañana vimos que Marina casi no reaccionaba, decidimos bajarla y terminar la sesión follándola.

Cuándo llegó al suelo, la ayude sujetándola hasta que quedó tendida, dejándose hacer. La quitamos las tobilleras y las muñequeras y cogiéndola en brazos la llevé a la cama. Con un gesto papá me preguntó si los dos a la vez y afirmé con la cabeza. La puso a cuatro patas y la metió la polla en la boca mientras que yo, situándome detrás la penetré por la vagina. Se notó que mi hermana estaba agotada porque, aunque disfrutó mucho, los orgasmos no fueron tan intensos. Reconozco que me dio pena, porque la quiero tanto que mi deseo es hacerla disfrutar plenamente en todo momento, aunque según me reconoció tiempo después, el solo hecho de ser “usada” por los hombres más importantes de su vida, ya la proporcionaba un placer inmenso.

Finalmente nos corrimos. Yo primero y eso me sirvió para pitorrearme de mi padre.

—Estás mayor, viejo.

—No te equivoques, es que aguanto mucho, —dijo papá riendo mientras su hija le trabajaba la polla. Por fin se corrió, después de que mi hermana le metiera un dedo en el culo para ayudarle. Los dos nos quedamos con los ojos cómo platos: jamás lo había hecho.

—¿Por qué no subís a ducharos mientras preparo algo para comer? —nos propuso papá. Afirmé con la cabeza mientras la payasa de mi hermana se tumbaba bocarriba con los brazos extendidos: su intención era clara.

—Que yo no estoy tan cachas cómo papá, —dije riendo al tiempo que pasaba los brazos por debajo de su cálido cuerpecito—. Espero que no nos rompamos la crisma.

La levanté y subí los dos tramos de escalera hasta el dormitorio y el baño. Entre juegos y carantoñas me duche y la duche a ella. Cuándo bajamos, papá ya lo tenía todo preparado.

—He abierto unas latas y he hecho unos huevos, —nos informó.

—Por mi vale, —dije sentándome en la silla. Marina sin decir nada hizo lo mismo. Cogió un trozo de pan y empezó a mojarlo en el huevo.

—¿Tienes hambre mi amor? —la preguntó papá. Su hija afirmó con la cabeza—. ¿Quieres que te prepare algo más? —y negó con la cabeza, pero señaló el vino. Con una sonrisa papá la sirvió un poco en un vaso.

—¿Qué hacemos esta tarde? —pregunté a papá.

—Yo preferiría tranquilidad, que menuda semana llevamos, —respondió papá.

—Sobre todo estos dos últimos días.

—Podríamos hacer un maratón de series, —y mirando a su hija la preguntó—: ¿qué opinas mi amor?

—¿Voy a poder comeros la polla? —preguntó riendo y ante la afirmación de papá, añadió—: entonces si… si las series son del espacio, —había veces que Marina hablaba que no parecía que tenía quince años, que era mucho más adulta.

—¿Discovery, perdidos en el espacio…? —pregunté.

—Esas dos genial: me encantan.

—Pues entonces voy a darme una ducha rápida, —dijo papá levantándose y empezando a recoger la mesa.

—Deja eso pápa: ya lo hago yo, —dijo mi hermana levantándose también—. Vete a duchar.

—A la orden cariño, —dijo papá cuadrándose y saludándola militarmente. Después se puso a achucharla mientras la morreaba lo que provocó que la polla se le disparara.

—¡joder pápa! —exclamó Marina separándose. Le cogió la polla y tirando de él le llevó hasta la puerta de la cocina riendo—. Anda, tira para arriba.

A los pocos minutos bajó y ya estábamos en el salón. Yo preparando unas copas y mi hermana conectando con las plataformas y buscando algo. Papá cogió su vaso y se sentó junto a su hija pasándola el brazo por los hombros. Yo lo hice al otro lado.

Casi hasta la hora de cenar estuvimos viendo la tele. Solo paramos un par de veces cada uno para echar a mi hermana un par de polvos. Y es que estuvo todo el tiempo jugueteando con nuestras pollas: con las manos, con la boca y con los pies.

A eso de las ocho de la tarde, y mientras en el exterior empezaba a nevar con fuerza otra vez, preparamos algo para cenar y nos sentamos en la mesa de la cocina.

—Mañana deberíamos irnos pronto, —dijo papá mirando hacia la ventana—. Si es que podemos.

—Cuándo nos levantemos y recojamos la casa nos podemos ir, —dije—. Con un poco de suerte podemos comer en casa.

—Antes de irnos también tenemos que ocuparnos de tu hermana, —dijo papá mientras Marina afirmaba con la cabeza.

—De acuerdo. Nos despertamos, nos ocupamos de Marina, recogemos todo, nos volvemos a ocupar de Marina y nos vamos, —mi hermana levantó el pulgar mientras bebía del vaso de vino que papá la había servido.

—La verdad es que tengo ganas de llegar a casa y recobrar la normalidad, —dijo papá pensativo—. Tengo la polla un poco inflamada y escocida.

—Y eso que usamos lubricante: a mi me pasa lo mismo.

—La verdad es que no veo mayor muestra de amor hacia ella que follarla a todas horas, —papá la acarició con la mano y Marina se la cogió y metiéndose uno de los dedos en la boca empezó a chuparlo—. Pero que cabrona eres, —mi hermana soltó una carcajada mientras papá la rodeaba el cuello con el brazo y simulaba que la ahogaba—. Mereces un castigo: por lista.

Se levantó y salió de la cocina con la polla dura por la chupada de dedo de mi hermana. Regresó con unas bolas vibradoras y cogiendo en brazos a su hija la deposito sobre la mesa. La separó las piernas y la introdujo las bolas en la vagina. Después, las activó con el mando que llevaba en la mano y cuándo empezó a gemir, que fue rápido, la cogió en brazos—. Abre la puerta del jardín, —me dijo y levantándome lo hice. Salió al exterior y dejó a mi hermana descalza y desnuda sobre la fría nieve. Después regresó al interior mientras que yo encendía la luz del jardín y me ponía a grabar con el móvil: no había subido las cámaras del sótano, y esta acción de papá me pilló desprevenido.

Desde dentro veíamos cómo la nieve caía sobre ella que rápidamente empezó a temblar. Papá la enseñó el mando y aumento la intensidad de la vibración y Marina se encogió un poco llevándose la mano al chocho. La hizo una señal para que se girara y nos mostrara el trasero y nuevamente se puso de cara a nosotros.

Estuvo más de cinco minutos ahí fuera, hasta que ante nuestro asombro, comprobamos que tenía un ligero orgasmo. Entonces, papá salio al exterior y cogiéndola en brazos otra vez la metió para dentro. En sus brazos, temblaba cómo un pajarillo desvalido mientras la sacaba primeros planos con el móvil.

Le dije a papá que se quedara quieto dónde estaba que iba a bajar a por las cámaras y cuándo regresé seguí filmando con una de ellas. Les seguí mientras que, con ella en brazos, subió por las escaleras y llegaba al dormitorio. La tumbó sobre la cama y con una toalla que había en ella, restos de batallas anteriores, la estuvo secando mientras seguía tiritando de frio.

Después, se tumbó a su lado y atrayéndola la levantó la pierna pasándola por encima de él y la penetró. Me hizo un gesto elocuente para que me tumbara con ellos y después de colocar las cámaras en sus trípodes, así lo hice. Me puse un poco de lubricante y la penetre por el ano. Al poco tiempo, Marina estaba chillando de puro placer y los orgasmos empezaron a encadenarse. Fueron muchos porque tardamos un montón en corrernos. Cuándo terminamos, mi hermana estaba empapada de sudor: había entrado en calor.

Al día siguiente nos levantamos tarde. Tanto que decidimos no desayunar y dedicarnos a los juegos matutinos con mi hermana. A eso de las doce empezamos a recogerlo todo para irnos. Cerramos la casa y nos fuimos a comer a un mesón del pueblo y después, directos a casa: la Semana Santa había finalizado.