domingo, 20 de agosto de 2017

Entrega total (capitulo 5)



Marta había ido a buscarle al trabajo con el X5. Era viernes y estaba nerviosa. Primero porque, por indicación de Paco, iba espectacular: extremadamente llamativa. Una exigua minifalda, sandalias de tacón alto, y un top corto que dejaba al aire su ombligo. Había aparcado en doble fila y tal como le había ordenado su amo, le esperaba fuera del coche: nunca había estado en público tan ligera de ropa sin la compañía de su amo. Y segundo, iban a pasar el fin de semana a Carabaña, dónde Paco tenía una pequeña parcela de un par de hectáreas y una casita de una planta con sótano y un cobertizo. Lo que fuera a pasar allí la tenía de los nervios.
Desde el principio, Paco se dio cuenta de que de cosas de sadomasoquismo no tenía ni puta idea. Después de leer sus diarios sabía lo que Marta quería, lo que necesitaba, que deseaba un castigo extremó, y en eso no tenía práctica. Es cierto que le gustaba practicar sexo duro, pero se limitaba a unos azotes en las nalgas de su pareja de turno y algún tirón de pelo. Nada más.

Para ilustrarse, empezó a visitar por internet páginas eróticas de todo tipo en donde rebuscaba temáticas de BDSM y sumisión. Lo estuvo haciendo casi a diario cuando llegaba a casa después de trabajar, y después de haber follado a Marta y de haber cenado. Se sentaba ante el ordenador y cuando Marta terminaba de recoger la cocina, se metía bajo la mesa y se tiraba todo el tiempo chapándole la polla y restregándose la cara con ella. Le molaba esa situación, y sin duda a ella también.
Ahora estaba preparado. Había contratado a unos albañiles que aislaron el sótano para eliminar humedades y el ruido. Más que nada por precaución, aunque eso no le preocupaba porque la casa estaba alejada de las otras casas más de doscientos metros. Con el pretexto de que era para un taller de escultura, había ordenado instalar un cabrestante eléctrico que se desplazaba por un carril a lo largo del techo. También habían instalado unas argollas en las paredes. Después, compró muebles y artefactos sadomaso en un par de páginas especializadas. El suelo estaba totalmente enmoquetado: algo que Paco aborrecía era ver a Marta con las plantas de los pies
sucios. En un lado había también una cama pequeña sin cabecero y un gran sillón. Por último, en una esquina, bajo la escalera, se había instalado un pequeño baño con plato de ducha. En definitiva, todo lo había preparado para proporcionar a Marta un fin de semana de tormento y dolor sin limites tal y como ella deseaba.
Paco la había ordenado que no se pusiera ropa interior y eso hacia que detuviera más nerviosa, aunque era consciente de que se la pasaría cuando su amo apareciera por las grandes puertas de cristal del edificio. Era una mañana fresca de finales de junio, y ese fresco se colaba por debajo de su exigua falda aireándola el chocho. Sentía una sensación extraña y de alguna manera eso la excitaba más. Cuándo salió y se aproximó a ella, rápidamente le lanzó los brazos al cuello y le ofreció los labios con una amplia sonrisa. Después de morrearla descaradamente a la vista de todos mientras la apretaba el trasero, se subieron al coche y partieron.
Durante el viaje, y mientras conducía se entretuvo metiendo la mano bajo la minifalda acariciándola el chocho. Se le paso por la cabeza la posibilidad de que se la chupara mientras conducía cómo había visto en algún video de Internet, pero lo desecho: le dio miedo.
Una hora después llegaron a Carabaña. Lo atravesaron y a la salida se desviaron por una pista de graba que sin mayor problema les llevo, unos quinientos metros después, a la verja de entrada de la finca. Estaba plantada de árboles, en su mayor parte olivos, y la casa, de una planta cómo ya he dicho, se levantaba a unos cincuenta de metros de la verja. En la parte de atrás, y separado de la casa estaba el cobertizo y una pequeña piscina vacía llena de hojas y ramas: estaba claro que hacia mucho tiempo que no se usaba.
Después de cerrar la verja y aparcar junto a la casa, entraron y Paco desconectó la alarma. Un salón con chimenea, una cocina, un baño grande y el dormitorio: no había más. Desde la cocina, descendía la escalera que conducía al sótano convertido en un espacio de dolor y terror.
Entraron al dormitorio, dejaron las maletas y Paco la ordenó desnudarse mientras en también lo hacia. Se sentó en el borde de la cama y la ofreció la polla. Marta no necesitó recibir la orden. Se arrodilló entre sus piernas y se la tragó entera. Empezó a chupar con las manos a la espalda, y muy despacio, cómo ella sabía que a él le gustaba.
—No te lo tragues: mantenlo en la boca, —la dijo cuándo estaba a punto de correrse. Sacó la polla y vio cómo el chorro entraba en la boca de su esclava de manera tan certera que le dejó asombrado. Cuándo la tuvo llena de esperma, la estuvo mirando con detenimiento mientras ella mantenía la boca abierta y un pequeño hilillo blanco caía por la comisura de los labios. Con el dedo rebañó el esperma rebelde hasta que todo estuvo en la boca—. Ya puedes tragártelo.
Marta le obedeció de inmediato: no podía ser más feliz. Paco bajó la mano hasta alcanzar la vagina de Marta y comenzó a estimularla. Reaccionó de inmediato, y abrazada al brazo de Paco se corrió en su mano. Después con los jugos en la mano, la agarró por el pelo, la echó la cabeza hacia atrás y dejó caer el líquido en la boca.
—Lávate la boca y regresa que quiero morrearte, —Marta se levantó y entró corriendo en el baño. Un par de minutos después, salió y encontró a Paco sentado en el sofá del salón. La hizo una indicación para que se sentara en su regazo. La verdad es que la estaba cogiendo cariño, aunque eso no le iba a suavizar la mano. La abrazó y empezó a morrear a su muy receptiva sumisa. Sentía un placer especial teniendo a Marta en sus brazos besándola o masturbándola. Y así lo hizo. La empezó a estimular otra vez el clítoris y un par de minutos después un orgasmo crispaba el ya casi perfecto cuerpo de Marta mientras la observaba el rostro con atención. Insistió con la estimulación y la arrancó otro más mientras la seguía morreando.
—Tráeme una copa de ginebra, —ordenó después de tenerla un rato más en su regazo. Marta salio corriendo y a los pocos segundos estaba de regreso, le dio la copa y se acurrucó a sus pies. Saboreó la copa despacito y cuándo termino la preguntó—: ¿quieres que demos un paseo por la finca? —Marta ilusionada afirmó con la cabeza—. Pues ponte las zapatillas de deporte.
Salieron al exterior: Paco con un pantalón corto y Marta desnuda con sus deportivas. Estuvieron paseando un rato largo por entre los olivos e incluso por cerca de la valla a pesar de que por la linde pasaba un camino vecinal. Mientras andaban la acariciaba el trasero y un par de dedos juguetones se aventuraban por el interior de una muy excitada Marta.
Entraron en la casa para cenar y se fueron pronto a la cama. Por supuesto la estuvo follando un buen rato antes de dormir. El día siguiente iba a ser muy intenso y quería que Marta estuviera descansada.
La dejó dormir hasta las nueve. La despertó y no la dejó desayunar. La puso un enema para que evacuara el intestino: la quería vacía. Mientras hacia efecto, y a pesar de los retortijones se la estuvo chupando hasta que se corrió. Después evacuar y asearla, entraron en el dormitorio.
—Ya sabes que este finde va a ser muy especial, —empezó a decir su amo mientras de una caja sacaba unas sandalias con un tacón de 12 cm y se las empezaba a poner—. Vas a sufrir un castigo como nunca has llegado a padecer. Te voy a marcar, te voy a
hacer sangre, te voy a golpear hasta que me canse. Voy a ser muy cruel. Voy a experimentar contigo unas torturas atroces para ver cual es tu límite. Y ten una cosa clara: por mucho que supliques no voy a parar, seguiré hasta que nos vayamos el domingo por la tarde. Después, si quieres, puedes regresar a la puta casa de dónde te saque a continuar la miserable vida de llevabas antes de conocerme.
Marta no dijo nada, pero cada vez estaba más excitada. La certeza que lo que iba a suceder la mantearía al borde del orgasmo. El amo la colocó en los pezones unas pinzas dentadas con campanitas lastradas y otros iguales en los labios vaginales. Solo con el roce de los dedos al colocarla las campanas y el punzante dolor de las pinzas al clavarse en la carne casi se corre. Después la puso unas muñequeras de cuero y las unió por detrás de la espalda. A continuación, abrazó su cuello con una correa de perro y tirando de la cadena la sacó de la habitación. La paseó por toda la casa con el tintineo constante de las campanitas. Incluso salieron al porche. Tenía que andar con las piernas
un poco separadas y el movimiento de las pesadas campanas hacia que los labios del chocho se abrieran y cerraran, mientras que los pezones, tensos hacia abajo se balanceaban también dolorosamente, y de pronto, cuándo regresaron al interior, Marta se paró, se contrajo y tuvo un orgasmo que la hizo gimotear mientras sus fluidos la resbalaban por la entrepierna.
—¿Por qué te has corrido sin mi permiso? —la espetó después de darla una bofetada que casi la hizo perder el equilibrio.
—Lo siento amo, —balbuceó.
Paco tiró fuerte de la cadena para hacerla andar, pasaron a la cocina y bajaron hacia el sótano. Una vez abajo, la quito la cadena y cogiendo una fusta empezó a golpearla sin importarle dónde caía el golpe. Marta intentaba zafarse sobre sus sandalias de doce
centímetros, pero los golpes seguían cayendo. Después de un rato, para evitar que se rompiera un tobillo, dejó de golpearla y la quito los zapatos. Marta lloraba a lagrima viva y el rímel manchaba de negro sus mejillas. La puso unas tobilleras, las unió y reanudo los golpes con la fusta mientras Marta se retorcía por el suelo. Estuvo mucho tiempo golpeándola. Paco se encabezonó en que le pidiera que parara, pero Marta no lo hizo. Chillaba, berreaba de dolor, pero jamás le pidió que parara. Era una prueba necesaria a la vista de lo que tenía planeado. Cuándo se cansó de pegarla, y totalmente bañado en sudor, Paco dejó el castigo y la dejó descansar unos minutos mientras gimoteaba en el suelo. Para entonces, su piel estaba totalmente marcada de cientos de líneas rojas de las que en ocasiones brotaba algo de sangre.
—Ven zorra, antes de seguir me tienes que descargar los huevos, —dijo Paco agarrándola por el pelo y llevándola a rastras hasta una butaca juntó a la cama—. Y muy despacio.
Se sentó, la coloco de rodillas entre las piernas y empezó a darla bofetadas. Cuando empezó a dolerle la mano y un poco de sangré afloró por la nariz de Marta, dejo de hacerlo y la metió la polla en la boca. Dejo que se la chupara lentamente como la había ordenado mientras se arrellanaba en el sillón. Tardo poco en correrse: las bofetadas le habían excitado mucho. La tuvo un rato todavía chupando la polla mientras con la fusta la golpeaba el trasero, los brazos y la espalda.
Cuando se cansó, se levantó, la hizo levantarse y sin previo aviso la dio un puñetazo en el estómago que la hizo doblarse y levantar los pies del suelo casi medio metro, para caer como un fardo. Mientras tosía y se retorcía de dolor, la agarró por las tobilleras y la arrastró hasta una especie de pequeña mesa de tortura de barrotes en forma curva. La colocó bocarriba y sujeto manos y pies a los lados con correas. Marta quedó dolorosamente expuesta con el vientre sobresaliendo hacia arriba y el clítoris se veía a simple vista de tan abultado y congestionado que lo tenía. La ajustó una correa en la cintura pasándolo por los barrotes de abajo para que no se pudiera mover ni un centímetro. Paco la paso la mano por el vientre arrancando muestras de dolor por el puñetazo. Después, fue bajando la mano hasta el clítoris agarrándolo con dos dedos y retorciéndolo. La respuesta de Marta fue inmediata: cómo si hubieran accionado un interruptor, se corrió mientras su cuerpo se contraía marcando sus abdominales.
—Ya veo que no haces caso y te corres sin permiso, —Marta no contestó, sólo volvió la cabeza. Empezó a golpearla el chocho con el látigo que empezó a congestionarse aun más. Los golpes la producían placer y dolor, pero en especial los que recibía en el clítoris. A pesar de que chillaba y berreaba cómo una cerda, tuvo un par de orgasmos ante el asombro de Paco que no lo esperaba. La puso un capuchón de látex que la tapaba los ojos y se abrochaba por debajo de la barbilla dejando la boca y la nariz al descubierto. Marta quedó cegada. No vio como Paco cogía una picaba eléctrica con dos electrodos, pero si notó que la ponía algo en el chocho. A continuación, recibió una descarga que la hizo chillar con todas sus fuerzas.
Estuvo recorriendo el cuerpo de Marta dando descargas con la picana. Donde más se cebó fue en las tetas y en el chocho, totalmente inflamado. Marta no paraba de chillar y llorar. Forcejeaba inútilmente con las correas, pero era misión posible. Paco estaba terriblemente excitado y su enorme polla de disparaba hacia adelante ante la visión del cuerpo convulso, sudoroso e inmovilizado de su esclava. La giró la cabeza e introdujo la polla en la boca y a los pocos segundos se corrió nuevamente llenándola la boca de esperma. Se inclinó hacia un lado y cogió con un par de dedos el hinchado clítoris de Marta, retorciéndolo. Nuevamente llegó al orgasmo a pesar de los gritos de dolor, y su amo, cómo respuesta, cogió un látigo de colas y se puso a golpear su dorso desde los genitales a las tetas al tiempo que la metía un vibrador por el culo. Por supuesto se volvió a correr otra vez. La forzaba orgasmos, pero al mismo tiempo la “castigaba” por tenerlos. Era un contrasentido fruto del despotismo de que Paco estaba haciendo gala. Una idea se instaló en su mente: hacerla sufrir e intentar que no se corriera.
La quito las correas y dejo que su cuerpo resbalara hasta el suelo. La pudo a cuatro patas y arrodillándose detrás la penetro con violencia por el culo. Esta vez estuvo más tiempo follándola mientras con la mano la azotaba el trasero, surcado por cientos de líneas rojas. Cuando se fue a correr, salió de ella, la giró y se corrió en su cara.
Marta quedó en el suelo con la respiración agitada y un ligero temblor que recorría su cuerpo. Paco movió el cabestrante hasta que llegó a la vertical de su leal víctima. Cambio las tobilleras por unas especiales para colgar y la separó las piernas con una barra de acero sujetándolas a las argollas de los extremos. Después, enganchó el gancho del cable a la argolla central de barra y empezó a elevarla. Cuando quedó en el aire, con el vientre hundido y la caja torácica marcando las costillas con cientos de líneas rojas que la cruzaban en todas direcciones, Paco la miró extasiado y se dio cuenta de lo mucho que le atraía Marta. Incluso le parecía imposible no haberla tenido con él desde hace años, y no sólo en el último par de meses.
Sujetó las muñequeras al collar por detrás de la nuca, y cogiendo un látigo de puntas en cada mano empezó a azotarla alternativamente con los dos y a mucha velocidad. Llegó un momento en que Marta ya ni se quejaba, hasta que empezó a azotarla el chocho directamente: volvió a chillar, pero jamás dijo "basta". Cuando se cansó, la metió un dispositivo ohmibob y con imperdibles cosió los labios vaginales, que por la enorme congestión de los golpes comenzaron a sangrar al ser perforados. El clítoris emergía de los pliegues vaginales cómo una esfinge. Los chillidos de Marta cada vez eran menos audibles porque se estaba quedando ronca. Conectó el ohmibob con el mando a distancia a máxima potencia y automáticamente su cuerpo se arqueó y a los pocos segundos tuvo otro orgasmo. Paco sintió el irrefrenable deseo de meterla la polla en la boca y así lo hizo aunque era consciente de que era casi imposible de que se pudiera correr otra vez. Pero primero la colocó una mordaza de aro que la obligo a mantener la boca dolorosamente abierta. Conectó otra vez el ohmibob y la metió la polla a través del aro. Con una aguja estuvo pinchando toda la zona vaginal y el trasero y la sangre resbalaba por el cuerpo de Marta: parecía enteramente que la había apuñalado. Incluso Paco se asustó un poco ante el temor de que se le hubiera ido la mano. Se separó de ella y subió por las escaleras al piso de arriba, y un par de minutos después regreso con una botellita de plástico blanco: alcohol. Se mojó las manos para desinfectarse y empezó a echar un chorro en los genitales de Marta que automáticamente comenzó a berrear mientras su cuerpo se contorsionaba. Comprobó que la hemorragia era fruto de los grandes hematomas que
se había formado en sus genitales por el castigo recibido. Siguió desinfectándola aplicando el alcohol por todo el resto del cuerpo hasta que Marta dejó de moverse: se había desvanecido.
Acciono el cabestrante y la bajo al suelo dónde quedó tirada. La cogió en brazos y se sentó en el sillón con ella en el regazo. La quitó la mordaza y la dio palmaditas en la cara hasta que reacciono y abrió los ojos. Sus miradas se encontraron y decidió darla un poco de descanso. La hizo ingerir un par de comprimidos de ibuprofeno y mientras la hacia beber liquido en pequeños sorbos la morreaba y la pasaba la mano por el dorso a pesar de que sabía que la causaba dolor.
Por el momento estaba satisfecho.


domingo, 30 de julio de 2017

Entrega total (capitulo 4)



Habían pasado varios días con un par de fines de semana de por medio y Marta estaba totalmente restablecida, a excepción de algún hematoma superficial en el trasero de reciente formación. Todo el papeleo estaba tramitado y oficialmente trabajaba para Paco en las labores domesticas de su casa. También había ido a la clínica que le había indicado el amo para que la administraran un anticonceptivo.
Cómo él mismo se había prometido, Paco controlaba sus impulsos violentos y, aunque la seguía maltratando, no era ni por asomo cómo los primeros días. Ajena a las comeduras de coco de Paco, Marta vivía feliz cómo una lombriz. Aunque lloraba y se quejaba con los castigos cada vez más extremos, los aceptaba gustosa y cuánto más duros y despiadados eran, mucho mejor: más disfrutaba. Con él estaba alcanzando un nivel de placer totalmente desconocido para ella.
—Amo, ¿puedo leer libros? —preguntó un día.
—Cuándo yo no este en casa, y mientras cumplas el contrato que firmaste, puedes
hacer lo que quieras.
—Gracias amo. Había pensado que mientras tomo el sol puedo leer: antes lo hacia mucho.
—Me parece bien. Ya me fije que tenias muchos libros en la otra casa. Pásalos todos aquí y colócalos en esas estanterías, —dijo señalando una zona repleta de figuras—. Toda esa mierda quítala, mételo en una caja y bájalo al trastero.
—Cómo mandes amo.
—Y si quieres comprar más, puedes hacerlo cómo si fuera un gasto doméstico.
—Gracias amo.
—Vete a la cama y espérame, —Paco se había dado cuenta de que de vez en cuando, le gustaba tumbarse en la cama con ella y meterla mano con mucha tranquilidad, manosearla a conciencia, al tiempo que la besaba sin descanso. Sabía que ella no disfrutaba igual, pero eso le daba igual, porque lo importante es que él lo pasara bien: Marta estaba para su uso y disfrute única y exclusivamente.
      Se preparó una copa de whisky y con el de la mano entró en el dormitorio. Marta estaba sobre la cama, de rodillas sentada sobre los talones y miraba fijamente a su amo como una culebra a la flauta del faquir. Paco se puso en el borde de la cama y rápidamente su esclava se aproximó y agarrando la polla con una mano empezó a chupar mientras Paco daba pequeños del vaso. Le gustaba verla reflejada en los espejos del armario con ese culo cada vez más perfecto, mientras le comía la polla: la imagen le ponía a cien.
    
Tomó un sorbo y agarrando por el pelo a Marta la beso trasvasándola el whisky. Lo tragó, y como reacción los pezones se le pusieron como canicas mientras ponía cara rara. Paco soltó una carcajada y la abrazó mientras la morreaba y se tumbaba con ella en la cama. La pasó el brazo por debajo del cuello y con la mano libre empezó a acariciar suavemente el torso de Marta. Paco estaba encantado con el aspecto de su sumisa. Empezaba a estar morena, la depilación láser la mantenía sin un pelo y sobre todo, aunque todavía no estaba en el peso estipulado en el contrato, ya casi estaba por los cincuenta kilos.
      Con sumo placer deslizaba la mano por sus tetas. Los pezones, que se mantenían duros, rebotaban entre sus dedos. Con la misma parsimonia bajo la mano hasta sus genitales y lo acaricio estimulando el clítoris con la palma de la mano. Todo mi despacio. Su boca buscó los pezones de Marta y los estuvo chupando mientras la olfateaba: que bien huele. Después de un rato largó de besos y caricias, se puso sobre ella y la penetró. La folló muy despacio, con un ritmo exasperantemente lento para ella. Sabía que Marta no disfrutaba igual y que sin violencia sus orgasmos eran más “normalitos”, pero eso a él le daba igual: como ya he dicho, ella estaba allí para satisfacerle.
Aún así, sin lugar a dudas Marta disfrutaba. Instintivamente, pese al ritmo lento ella movía la pelvis como una poseída. Llegaba al orgasmo, si, pero cómo ya he dicho, nada que ver con los que le provocaba su adorado amo cuando empleaba con ella extrema violencia.


Desde la primera semana de relación amo-esclava, esta llevaba un plug en el culo. Se lo había ido cambiando de tamaño para que fuera dilatando, y a la segunda semana el ano de Marta ya estaba preparado para ser penetrado por la poderosa polla de Paco. Cómo todavía estaba descubriendo las reacciones de su esclava, decidió inmovilizarla sobre la cama: no quería contratiempos. La ató con las manos a los lados de la cama y las piernas muy abiertas y flexionadas hacia arriba, con las cuerdas a la altura de las rodillas que tiraban de ellas hacia los lados. El chocho de Marta, espléndido, espectacular, quedaba totalmente expuesto y al alcance de su amo Paco. Estuvo estimulando el clítoris con un vibrador al tiempo que la azotaba las tetas con un látigo. En ocasiones paraba y recorría tu torso con las manos, la pellizcaba los pezones, el
     —Buena chica, —dijo acariciándola la mejilla al tiempo que ella le besaba la palma de la mano.
     La acababan de dar por el culo, y Marta era extremadamente feliz. Se sentía perfectamente realizada siendo usada por Paco a su antojo, un perfecto desconocido un par de semanas antes. Es lo que siempre había deseado: un hombre que la condujera y la guiase, y que la castigase y la maltratase, y que la follase sin piedad.
clítoris, la metía la polla en la boca, los dedos en el culo y volvía a empezar. Así la forzó varios orgasmos y fue cuando decidió empezar a comerla el chocho. No sabría decir cuánto tiempo estuvo saboreándolo, pero fue mucho, y Marta siguió corriéndose como una perra. Finalmente, con su sumisa totalmente agotada por los orgasmos, Paco se situó entre sus piernas mientras se untaba parsimoniosamente lubricante en la polla, que para entonces y ante la certeza cierta de lo que iba a pasar, estaba a punto de reventar. También la lubricó a ella y colocando la punta en el ya no tan estrecho ano de Marta se tumbó sobre ella: quería ver su reacción cuando su gruesa verga se abriera paso por el interior de sus entrañas. A un primer gesto de dolor, su rostro cambió e incluso los ojos se la pusieron en blanco de placer. Empezó a culearla y los gritos y gemidos de Marta se propagaron por toda la casa. Paco bajo la intensidad y empezó a saborear el momento: con calma, con tranquilidad. Notaba nítidamente la estrechez de ano de Marta abrazando su polla y cómo esta, entraba y salía sin dificultad gracias al lubricante. Finalmente, se corrió en su interior y cuando salió de ella, contempló extasiado como un reguero de semen salía de su ano forzado hasta el límite.

      Después de cuatro semanas, Paco estaba aprendiendo sobre la marcha y se había convertido en un tío sistemático, pero cómo ya he dicho, cuidadoso. Ya no la había vuelto a marcar la cara, ni ninguna zona visible del cuerpo. Aunque seguía dándola bofetadas, se había dado cuenta de que a ella la gustaban mucho, no se ensañaba: se controlaba. Seguía con los azotes en el trasero porque a pesar de que siempre se la ponía muy rojo, nunca se le amorataba, salvo algún que otro cardenal. Con el látigo y la vara se cortaba más porque con ellos si la dejaba marcas, y eso le impedía poder sacarla a exhibirla ligera de ropa: le gustaba salir a pasear, vestirla previamente con un atuendo apropiado y que la gente volviera la cabeza para admirarla. Y es que en estás casi cuatro semanas Marta casi se había convertido en un pibón. Ya casi estaba en el peso estipulado en el contrato, entre 45 y 47 kilos, igual que el tono de su piel, que aunque todavía no estaba como un tizón, iba camino de ello.
     La primera noche que la sacó, la puso una minifalda muy corta y un top también muy corto. Para los pies eligió unas sandalias con diez centímetros de tacón. Bajo la falda la puso un tanga muy escueto, y desechó el sujetador. Todo de reciente adquisición. Todavía estaban a mediados de mayo y para que no cogiera frío la puso una rebequita de lana muy fina.
      Fueron a cenar a un restaurante de moda que frecuentaban compañeros de trabajo y clientes. Marta causó sensación. Su amo la había ordenado que fuera abierta y simpática con la gente, y lo hizo. Después fueron todos juntos a una discoteca y siguió triunfando. Cuando la preguntaban por el tipo de relación que tenían Paco y ella, respondía que era su novia, como la había ordenado su señor.

Desde qué la dio por el culo, Marta se había aficionado a tener algo metido en él. Indudablemente, cuando más disfrutaba es cuando la gruesa y poderosa polla de su amo se abría paso por el interior del ano expandiéndolo dolorosamente. Esa era la cuestión: el dolor, y la certeza de que estaba proporcionando placer a su amo. El ser usada por él.
      Los fines de semana, cuando salían como una pareja normal y corriente por el centro de Madrid, para cenar, tomar una copa o bailar en algún garito de moda, Marta, por deseo de su amo, salía ligera de ropa y con un bonito plug metido en el culo. A él le gustaba pasar la mano por el trasero de Marta y notar su presencia. Incluso en ocasiona lo movía con el dedo y a ella se le aflojaban las piernas. Los primeros días pasaba una vergüenza terrible, pero luego se habituó y además ella misma ponía de su parte exhibiéndose, moderadamente, como una puta. Lo de moderado es porque en ocasiona se encontraban con conocidos y no era cuestión de causar mala impresión.
Esos fines de semana en que Paco estaba en casa, fregaba el suelo de rodillas, como lo hacían nuestras madres antes de la aparición de la fregona. Entonces, el amo siempre la ponía un plug con un penacho de pelo a imitación de la cola de un perro. Mientras fregaba, Marta meneaba el trasero haciendo agitarse al penacho. Paco se situaba detrás y desde allí admiraba el chocho de Marta que aparecía y desaparecía escurridizo con el vaivén de la cola. La primera vez que la vio así, sin más historias de la metió hasta el fondo y la folló salvajemente. Había algo en la escena que le atraía enormemente. Descubrió que aunque su esclava le atraía de forma general, los pies de su sumisa lo hacían en particular. Arrodillado detrás de su precioso culo, cogió los pies y empezó a masturbarse con ellos: pasaba la polla por el hueco que forman los arcos de las plantas a modo de vagina, pasaba el glande por los dedos. Finalmente, se corrió llenándola los pies de esperma.
Cuando terminaba de fregar no la permitía incorporarse. La ponía un collar de cuero y con la cadena de la mano la paseaba por el interior de la casa y salían a la terraza recorriéndola varias veces. En ocasiones, la hacia parar y de rodillas se incorporaba imitando a un perro y sacando la lengua. La ofrecía la polla y Marta se la engullía. Repetían la operación varias veces hasta que terminaba corriéndose. A continuación, se sentaba en el sillón con Marta acurrucada a sus pies después de servirle una copa.
Su vida se había convertido en una rutina de dolor y placer, y Marta estaba a punto de ser la sumisa perfecta, pero todavía la quedaba mucho dolor que soportar: el entrenamiento no había concluido. Todavía tenían que ir a la casa del campo dónde Paco llevaba tiempo preparando el espacio dónde Marta iba a chillar cómo nunca lo había hecho.