miércoles, 9 de abril de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 13)

 



Como hacia en Madrid, me levantaba muy temprano y a las 3:30h ya estaba conectado. Martina seguía durmiendo como una ceporrílla hasta que su móvil la despertaba a las 9:00. Se daba una ducha rápida, se ponía el bikini y envuelta en su pareo bajaba al comedor dónde me preparaba una bandeja con el desayuno. Una cafetera con café negro, zumo de naranja, algo de fruta, algo de jamón y churros: me encantan. Después, ayudándose con un carrito que la dejaban los del comedor del hotel me lo subía, me lo dejaba y cargaba el carrito con sus cosas de la piscina. Bajaba otra vez, devolvía el carrito y desayunaba. Después, se iba a la piscina dónde ocupaba dos tumbonas y me esperaba hasta que yo bajaba. Siempre lo tenía todo preparado para mi llegada. Su tumbona al sol y la mía con una sombrilla porque nada más llegar, la daba un casto beso de padre y me tumbaba a dormir algo menos de una hora.

En ocasiones, algún mozalbete de su edad, con las hormonas disparadas, la abordaba con ánimo de algo que es fácil de imaginar, pero la verdad es que Martina sabe ser muy borde y los espantaba sin darles la más mínima opción.

Esos días, nuestra actividad sexual se redujo bastante, más o menos como entre semana en Madrid. Sobre las dos, íbamos al comedor y cuando terminábamos subíamos a la habitación y después de una ducha rápida los dos juntos, nos tumbábamos en la cama y me tiraba un buen rato besándola y sobeteándola: soy un adicto no lo puedo remediar. Mi principal deporte es hacer que goce y que se retuerza en mis brazos con sus orgasmos. No interactúa conmigo y se deja hacer salvo cuando la doy una orden. Finalmente, la ofrezco la polla y rápidamente se pone a chupar mientras yo hago lo mismo con su precioso chochito. Cuando noto que la llega un nuevo orgasmo, la sujeto la cabeza para que no se saque la polla de la boca y sigo insistiendo hasta que finalmente eyaculo y se la lleno con mi esperma.

Después, damos una cabezada y a eso de las cinco, bajamos al coche y vamos a la playa hasta que el sol empieza a tumbarse en el horizonte.



Llevábamos casi dos semanas allí y un día, durante la cena, la dije—: ¿qué te parecería si seguimos aquí un poco más?

Pero ¿no tienes que trabajar…?

Puedo seguir desde aquí: ya lo he hablado con mi jefe y no ve inconveniente, —dio un chillido y se levantó de la mesa para abrazarme mientras me llenaba de besos la frente—. Ya veo que te parece bien.

Sí, sí, sí, ¿pero el hotel…?

También lo he hablado y podemos quedarnos en la habitación diez días más.

¡Genial! —exclamó—. Ya veras cuando se lo diga a Bruna: que alegría se va a llevar.

Pero el domingo que viene nos vamos de senderismo, —la avisé.

Pero, aquí ¿por dónde? Solo están las salinas de los flamencos.

Nos acercamos a Mojácar que está a quince o veinte kilómetros con el coche. Allí hay una ruta muy chula que va por el acantilado.

¿Muy larga? —preguntó Martina con desconfianza.

Eso es lo de menos. Nos vamos tempranito y para la hora de comer estamos de regreso.

Bueno, vale, —dijo con la misma desconfianza.



Llegó el domingo y a las ocho de la mañana bajamos a desayunar ya preparados para salir. Cuando terminamos, bajamos al parking y en el coche emprendimos camino a Mojácar. Aparcamos en una zona que hay preparada para eso en la Playa de El Bancal que está próxima al sendero de la Mena. Este primer tramo de la ruta la encantó porque va por el acantilado y es muy espectacular. El sendero desembocó en la playa dónde se levanta el castillo de Macenas.

Antes de seguir tengo que decir que Martina iba preciosa. Es cierto que a mi siempre me lo parece y que siempre la miro con ojos de vaca enferma, pero es que está vez me lo parece más. Llevaba una malla corta y la parte de arriba del bikini, todo de color morado. En la cabeza se había puesto una de mis gorras y unas gafas de sol polarizadas. Incansablemente sacaba fotografías con su móvil que llevaba colgado en bandolera y yo hacia lo mismo con ella. Todo el tiempo, mientras andaba posaba para mi, aprovechando que el camino estaba poco concurrido. Estuvimos un rato en la zona del castillo y luego reemprendimos la marcha. Poco a poco la silueta de la Torre de El Pirulico se fue haciendo presente. Llegamos al comienzo del sendero que sube a la antigua torre vigía y empezamos a ascender. Mi amor iba por delante y yo como un zombi seguía su traserito redondeado por la malla. Su cuerpo brillaba un poco por el sudor del esfuerzo de la subida y porque el sol pegaba fuerte. Llegamos a la escalera final y atravesamos la torre para salir a la balconada exterior y Martina se apoyó en la barandilla extasiada por el panorama que se abría ante ella con la inmensidad del mar hasta dónde la vista se perdía.

Antes de entrar miré hacia el camino y comprobé que no se veía a nadie. Rápidamente la cogí por detrás y empecé a besuquearla el cuello y note el sabor saladito por el sudor. La bajé la malla y después de hacer yo lo mismo me saqué la polla y se la metí entre las piernas. Se dejó hacer en todo momento y cuando por fin se la introduje, la cruce sus bracitos por delante para sujetarlo con la izquierda mientras con la derecha la atacaba la vagina. No hubo preámbulos ni mucho tiempo, pero rápidamente empezó a jadear e instantes después la llegó el primer orgasmo, seguido de varios más. Al rato, me corrí yo también mientras escuchaba como gente había llegado al pie de la escalera de acceso. Rápidamente nos subimos las mallas e hicimos el paripé de sacarnos fotos.

¿Seguimos o regresamos ya papa? —preguntó mientras bajábamos por la escalera hasta el camino.

Si quieres podemos seguir, pero el camino ya no es tan interesante. Lo que quieras.

Por mi regresamos que empiezo a tener hambre.

Pues ala, vámonos, —dije y empezamos a desandar el camino. Martina no hizo el más mínimo comentario sobre lo que había pasado en el Pirulito. Era la primera vez que la follaba fuera de casa o del hotel y lo había aceptado con total naturalidad. Decidí que en el futuro exploraríamos más a menudo estas situaciones.

Mientras regresábamos no lo pude remediar y cada dos por tres la abrazaba y la sobeteaba. No veía el momento de llegar al hotel porque el camino empezaba a estar muy concurrido y no había posibilidad de mucho. Si hubiera podido la hubiera follado otra vez detrás de una piedra. Ella reía complacida y feliz sintiéndose deseada.



Llegamos al hotel un poco tarde y después de aparcar fuimos al comedor porque faltaba poco para que cerraran. Después subimos a la habitación y por supuesto, ya en el ascensor empecé a meterla mano. Decir que empecé es una licencia literaria porque desde que la cacé furtivamente en El Pirulico no había dejado de hacerlo. Rápidamente nos desnudamos y la levanté en brazos y la llevé a la bañera mientras la morreaba. Mientras se llenaba me tumbe y la coloque sobre mi dándome la espalda. Desde ahí tenía fácilmente al alcance su vaginita y la podía hacer disfrutar y llevarla a las estrellas. Cuando se terminó de llenar, ya había tenido un par de orgasmos y estuve tentado a metérsela por el culito, pero no quería hacerlo sin lubricante y debajo del agua es complicado. Finalmente, lo hice por la vagina y ahí la deje, dentro, pero sin hacer nada más, solo deje que intentara culear con frenesí cuando la dejaba porque la entorpecía todo lo que podía mientras la seguía sujetando las muñecas con mi mano izquierda y con la derecha la acariciaba la tetillas, los muslos y los pies. Por supuesto siguió orgasmando como la preciosa maquina que es, más fruto del deseo y del furor que de la acción de mi polla en su interior. Cuando estaba próximo a correrme, me levante, se la metí en la boca y descargue. Volví a mi posición anterior y cuando nos tranquilizamos procedí a enjabonarla concienzudamente para librarla de la más mínima mota de polvo del camino.

¿Quieres bajar a la playa o estás cansada? —la pregunté mientras la secaba con la toalla y la morreaba incansable.

Prefiero que nos echemos la siesta.

Supongo que sabes que te voy a estar metiendo mano sin parar, —afirmé riendo.

Lo se papa: cuento con ello.



Ya por la noche y después de cenar nos acercamos a un mercadillo artesano. En otra ocasión vimos que había una mujer que hacia tatuajes de henna y Martina se había empeñado en hacerse uno, que al final fueron dos: uno en el pie y otro en la mano.

Papi, podía haberme hecho uno en el chochito, —me dijo riendo cuando regresamos al hotel.

¿En el chochito? ¡Ni hablar!

¿Por qué? Si no se iba a ver.

Yo si lo iba a ver y me gusta como está, sin nada pintarrajeado. Además, te iba a durar poco y yo iba a terminar con el morro negro.

¿De verdad que te gusta mi chochito? —preguntó riendo.

¿Lo dudas? Ahora por lista, cuando lleguemos te vas a cagar.

A ver si es verdad.

miércoles, 2 de abril de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 12)

 


Amanecía precariamente cuando salimos de casa. A pesar de los nervios, Martina había tardado cero coma en quedarse dormida y ni siquiera llegó a la autovía despierta. Si no se caía era porque el cinturón de seguridad la sujetaba. Llevaba una faldita corta que dejaba al descubierto unas piernas cada vez más torneadas a pesar los doce años que todavía tenía. La subí un poco la falda para poder tenerla a la vista. Desde que vive definitivamente conmigo, no usa ropa interior. Y no porque se lo haya impuesto: ella sabe que me gusta. Con eso es suficiente.

Como la había prometido, cuando terminó el 1º de Educación Secundaria, nos fuimos a la playa. Lo hizo con muy buenas notas y en lo único de flojeó un poco fue en matemáticas a pesar de mis esfuerzos. Como premio la regalé su primer iPhone y ella se añadió un watch. Todo de color rosa y a los pocos minutos, que digo minutos, segundos, ya lo manejaba todo mejor que yo. La hizo mucha ilusión, porque aunque no tiene muchos amigos, con algunas compañeras de instituto si se mensajea.

Lo que me sorprendió es que no llevaba mucha ropa. Había estado investigando por YouTube e Internet y ya tenía todo previsto.

—¿Solo vas a estar vestida con pareos mi amor? —la pregunté cuando vi que solo había metido esa clase de prenda: en total seis. Dos de ella y cuatro de su madre.

—No voy a necesitar más papa, —me respondió.

Finalmente, me hizo caso y metió un par de vestiditos ligeros de su madre. Lógicamente casi no salieron del armario de la habitación. También metió calzado de senderismo y unas mayas cortas porque algún día había pensado hacer senderismo por la salina próxima al hotel o acercarnos a Mojácar.

Cuando llegamos, hicimos el checking y subimos a la suite que había reservado después de meter el coche en el parkin subterráneo del hotel. Tenía dos habitaciones, un saloncito y un baño completo. Casi lo mejor era la amplia terraza con vistas al mar que a Martina la entusiasmó. Durante un buen rato se quedó ensimismada apoyada en la barandilla, mientras yo deshacía la maleta. Después me uní a ella abrazándola por detrás.

—¿La playa nudista está lejos? —preguntó.

—Empieza como a trescientos metros, —respondí señalando al norte—. ¿Quieres ir?

—Por supuesto, —afirmó tajante.

—Luego vamos.

—¿Después de comer?

—Y de que te eche un polvo, —respondí riendo mientras la achuchaba—, que llevo todo el día sin olerte.

—Espera que te descargo ahora mismo, como tu dices, —dijo haciendo ademán de arrodillarse.

—De eso nada, —respondí sujetándola—. Ahora a comer…

—Eso es lo que quiero, comer, —me interrumpió riendo. La veía extremadamente feliz y contenta, si eso fuera posible porque la verdad es que es su estado natural.

—No me seas lianta. Ahora bajamos a comer y luego subimos que el que te va a comer soy yo. Luego vamos a la playa.

—Buen vale, —dijo simulando resignación—. Voy a cambiarme.

Entró y se quitó la ropa. Se envolvió en un pareo anudándoselo al cuello y se puso unas chanclas. Se colgó el móvil de bandolera y dijo—: cuando quieras papi.

—Está tarjeta la tienes que llevar siempre encima, —dije riendo mostrándola la tarjeta—. ¿Dónde te la vas a guardar? No la pierdas.

—Pues algún sitio encontraré… listillo, —respondió riendo mientras hacia ademán de metérsela en el chochito.

—Anda, toma, —dije riendo mientras la daba una carterita con un pequeño mosquetón para que lo colgara del cordón del móvil—. Ya sabes que tenemos un todo incluido Premium. Siempre que pidas algo muestra la tarjeta y no tienes que pagar nada de nada.

—¿Helados?

—También.

—¿Y por qué me han puesto está pulsera de plástico?

—Porque eres menor. Ya sabes, la tarjeta siempre encima.

—A la orden, —respondió saludando militarmente.

—Venga, tira para abajo, —dije riendo dándola un azote cariñoso en el trasero.

Llegamos al comedor y como había mesas libres en el exterior nos sentamos allí. Pedimos una cerveza para mi y un aquarius para ella y nos fuimos a por la comida. Me hizo gracia que abrazada a su plato no hacia más que recorrer los mostradores.

—¿Qué te pasa mi amor? —la pregunté.

—Es que hay muchas cosas y no se que coger: me gusta todo.

—¿Quieres que te coja yo algo? —pregunté riendo.

—¡Nooo!

—Vale, vale, te espero en la mesa, —y me fui con mi plato. Sentado en la mesa la miraba, y la verdad es que estaba preciosa envuelta en su pareo, con sus chanclas y marcando suavemente el contorno de su trasero. Parecía una mujer en miniatura y no una cría de 12 años. Al final se decidió y llegó a la mesa con un pegotito de paella en el plato, otro de ensaladilla rusa, un poco de estofado de algo y un trozo de pescado a la plancha—. Muy variado, —me reí.

—Esto es una mierda papa, —dijo resoplando.

Mientras ella terminaba a mi me dio tiempo a tomarme un café. Después subimos a la habitaron y rápidamente nos quitamos la ropa, me tumbe a su lado ofreciéndole la polla e iniciamos un 69 tremendo. Con las piernas bien separadas mi boca recorría toda la vagina sin saciarme nunca. Cuando la succionaba el clítoris la sujetaba la cabeza con la mano para que no se la sacara de la boca. Finalmente, me lubriqué y cogiéndola por detrás la penetré mientras la sujetaba por las caderas. Cuando estaba próximo a correrme, la eché mano al clítoris y la forcé el último orgasmo mientras yo berreaba como siempre. Igual que como siempre, la mantuve penetrada mientras la abrazaba y la llenaba de besos: sé que la gusta.

Unos minutos después bajábamos en el ascensor al parkin para coger el coche.

—¿Está lejos? —preguntó.

—No, a un par de minutos con el coche.

—¿Y no podemos ir andando?

—Sí, pero la zona más próxima al hotel hay mucha mezcla con gente que no hace nudismo y no me apetece nada estar con la polla colgando y unos gilipollas vestidos a mi lado.

—Pues eso está muy mal, ¿no? Si es nudista, es nudista.

—Mi amor el nudismo se puede practicar en todas las playas de España.

—¿Entonces?

—Lo que pasa es que te arriesgas a tener que estar discutiendo con todos los gárrulos que hay muchísimos, —respondí mientras aparcaba el coche—. Aquí todos saben que es nudista y si vienes ya sabes que vas a ver muchos pitos colgando.

Saqué la bolsa de deportes dónde había metido todas las cosas y nos metimos en la arena—. ¿Aquí puedo ya…?

—Claro, pero una cosa mi amor. Esto no es free sex, —respondí e inmediatamente se quitó el pareo.

—Te prometo que seré buena, —dijo mirándome con coquetería.

La vi emocionada mientras nos acercábamos a primera línea. Empecé a extender las toallas en la arena, pero Martina no me ayudo. No lo pudo evitar y se acercó a la orilla a mojarse los pies. Después se giró, me miró y vi claramente que estaba encantada y era feliz. El sol bañaba cada centímetro de su piel dándola un maravilloso aspecto, que aún no era dorado.

—Martina, date protección, —dije entregándola el bote.

—Papa, con esto no me voy a poner morena, —dijo frunciendo el ceño después de mirar el bote de factor 50.

—Con eso vas a impedir que te achicharres y te pongas roja como un carabinero.

Como respuesta me sacó la lengua y yo riendo la conteste de la misma manera.

—Guapa, hazle caso a papa, —dijo una señora mayor con un fuerte acento centroeuropeo que junto a su pareja estaban cómodamente sentados en sillas de playa—. Ya veras como si te pones morena.

—¿Me lo promete? —bromeó Martina señalándola.

—Por supuesto cariño, —respondió la amable señora.

Empezó a aplicarse la protección y con la espalda la ayudé yo, igual que ella hizo conmigo. Después se acercó a la orilla y allí se tiró muchísimo tiempo. Mientras tanto me senté en la toalla y la observaba. Incluso la saqué alguna foto con el móvil.

—Necesito una pamela, —dijo acercándose después de ver a un par de chicas que llegaban paseando por la orilla.

—Y yo una silla de playa. Luego miramos en la tienda del hotel, —respondí y regresó a la orilla. Miré a la señora y vi que se estaba riendo e hice un gesto característico con las cejas.

—Está en la edad, —dijo la señora—. ¿Qué tiene 13 o 14?

—12, para 13.

—Pues lo dicho, está en la edad.

Durante nuestra estancia en Vera, hicimos amistad con ellos porque siempre nos situábamos en el mismo sitio. Ella se llamaba Bruna y Martina muchas veces se sentaba junto a ella y charlaban. Al término de la primera semana, Martina estaba como un tizón a pesar de la pamela y la protección y yo muy cómodo sentado en mi silla.

Ese primer día, a eso de las siete de la tarde regresamos al hotel y por supuesto nada más entrar en la habitación la quité el pareo y la olisqueé como un perro perdiguero. No me gustó porque tenía un fuerte olor a crema protectora y se dio cuenta. Se arrodilló, se metió la polla en la boca y empezó a chupar. Veía por el espejo su redondeado traserito y sus pies y me ponía mucho. Miraba hacia abajo y veía desaparecer mi polla en su boquita y como de vez en cuando subía los ojos y me miraba. Finalmente, me corrí y mi semen desapareció rápidamente en su maravillosa garganta.