miércoles, 26 de marzo de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 11)



Como recordaba, desperté por la mañana sintiendo su cálido cuerpecito a mi lado. Me ofrecía el traserito porque estaba abrazada a un perrito de peluche bastante feote que había sacado de entre los cientos que hay en su dormitorio. El cocodrilo había desaparecido en su paso por el centro de acogida. Miré el watch y me sorprendió ver que eran las 9:34 de la mañana. La verdad es que nos dormimos tarde porque después de follar estuvimos mucho tiempo charlando, pero aun así, es raro en mi acostumbrado como estoy a dormir poco.

Hice la cuchara con ella y la polla, reaccionó automáticamente de manera desmesurada al entrar en contacto con su cálida piel. Aparté la coleta e introduje la nariz en su cogote mientras con la mano derecha exploraba sigilosamente sus tetitas: no quería despertar a mi tesoro.

La sorpresa fue que al rato, Martina apartó el perrito y echó hacia atrás la mano libre y me agarró la polla. Después, mientras yo la achuchaba más, intentó poner la punta del prepucio en su orificio anal.

—Mi amor, no seas borriquilla, —la reprendí con cariño y alargando la mano cogí el bote de lubricante y puse un poco en su ano y en la punta de mi polla—. Prueba ahora.

Lo intentó otra vez y entró con cierta facilidad. Ella misma fue apretando su traserito contra mi pelvis hasta que quedó totalmente penetrada. Pasé mi brazo izquierdo por debajo y la sujete las manitas mientras que la derecha se alojaba en su maravillosa vagina antes de que ella me cortara el paso cerrando los muslos. La follé muy lento mientras la besuqueaba el cuello. Inmediatamente empezó a jadear mientras como siempre intentaba liberarse las manos. Como siempre empezó a encadenar orgasmos por la acción de mi mano sobre su clítoris. Porque hace mucho, en realidad desde el principio, me di cuenta de que Martina es principalmente clitoriniana. Por el ano y por la vagina también llega al orgasmo, pero con la estimulación del clítoris es casi automático. Por eso no quiero que tarde en alcanzarlos y siempre, en cualquier circunstancia la estimulación clitoridiana no falta. También admito que es egoísta por mi parte, porque si hay algo que me vuelve loco es oírla chillar de placer.

Finalmente, me corrí y permanecimos pegados unos minutos, descansando mientras mi polla perdía consistencia en su interior. Ella misma se salió y girándose me abrazó mientras me pasaba la pierna sobre mi. Por supuesto la morreé y finalmente me miró con sus grandes ojos castaños y me preguntó—: ¿me amas o solo quieres follarme?

—La palabra amor no te hace justicia, lo hago con todo mi ser y el follarte es un complemento maravilloso e imprescindible. ¿Y tú?

—Yo también te quiero, y quiero que hagas todo lo que te guste.

—Genial mi amor, pero tu también tienes que disfrutar. Tu placer es mi placer. Prométeme que si hay algo que no te gusta me lo vas a decir.

—Te lo prometo, pero es que todo me gusta, incluso cuando al principio me pegaste en el culo.

—¿Y hay algo que te guste especialmente?

—Estar atada, inmovilizada, sentirme indefensa. Sé que no me vas a hacer ningún mal, pero no sé, es una sensación muy especial para mi… además… me excita mucho.

—¿Confías en mi?

—Totalmente.

—¿Y hay algo más que te guste?

—Ya te he dicho que me gusta todo… bueno si, cuando terminas de follarme y me llenas de besos.

—Pues entonces te has cagado.

—¡Genial! —exclamó Martina riendo.

—¿Y por qué dices que yo te follo? Follamos los dos. Para mi seria impensable hacerlo sin ti.

—Siempre estoy atada y hago poco… y quiero estar atada y hacer poco.

—Aún así, follamos los dos, independientemente del rol de cada uno, —y dándola un azote cariñoso en el trasero, la dije—: muy bien mi amor, vamos a desayunar y revisamos la ropa de tu madre.

—¡Guay!

Estuvimos el resto de la mañana revisando la ropa. Se quedó con algunas cosas y el resto lo empaquetamos en cajas para bajarlas al trastero. Las joyas fueron apareciendo y finalmente llenamos un cajón de la cómoda. La verdad es que había mucho dinero en oro.

—Es que a los rumanos les mola el oro, —comentó Martina riendo.

—Mi amor, el oro le mola a todo el mundo, —respondí riendo.

—¿A ti también?

—Estéticamente no, pero si lo que representa.

—¿Qué representa?

—Riqueza, poder.

—¿Y tú tienes…?

—Tengo mucho mi amor, pero me temo que nunca es lo suficiente, —respondí riendo—. Podría dejar de trabajar si quisiera.

—¿Y por qué no lo haces?

—Porque soy un enamorado de mi trabajo: lo que hago me apasiona. Tu también tienes, pero por el momento no lo suficiente.

—¿Lo dices por esto? —preguntó señalando el cajón de sus joyas.

—Principalmente por lo que tus papas tenían en el banco. En una cuenta familiar y en un par de inversión. También está lo del seguro. Con todo eso voy a crear una cuenta de inversión a tu nombre y al mío. Tengo los papeles en el despacho para que los firmes.

—Vale, —respondió sacando un estuche del armario—. Mira, la depiladora de mamá.

—Pues eso te puede venir bien para eliminar los pelillos del chochito.

—¡Uf! No sé si seré capaz.

—¿Por?

—Porque vi muchas veces a mamá hacerlo y no se como lo aguantaba. Esto arranca los pelos de raíz y duele mazo.

—Pues en eso te puedo ayudar. Te ato para que no te muevas y te paso la maquina esa, —y riendo añadí—: puede ser divertido.

—La verdad es que si, —respondió con naturalidad tocándose la vagina. La verdad es que su respuesta me dejó sorprendido.

—De todas maneras podemos mirar lo de la depilación láser, lo que pasa es que no se si con tu edad…

—Podemos preguntar, pero en el centro de acogida había una niña que decía que se lo había hecho.

—Vale, pues lo preguntamos. Vamos a mirar lo que hay en tu armario porque seguro que toda tu ropa se habrá quedado pequeña. Y los zapatos. Está tarde nos vamos de compras.

—En casa no me hace falta, —dijo muy chulita.

—¿Quieres estar siempre desnuda? —la pregunté divertido y afirmó vigorosamente con la cabeza—. Yo encantado mi amor, pero para salir a la calle tendrás que ponerte algo, digo yo.

—Claro que si listillo, —respondió sacando un bañador de cuerpo entero.

—Claramente necesitas bikinis para la playa.

—¿Para la playa? —me preguntó mirándome.

—Claro mi amor.

—Nunca he estado en la playa.

—¿Nunca? —negó con la cabeza—. Pues este verano vas a ir. Yo voy todos los años.

—Creía que no te ibas de vacaciones, que siempre trabajabas.

—Siempre trabajo mi amor, pero un par de semanas a primeros de julio me voy a la playa, a un hotel que hay en Almería, en la zona de Vera. Trabajo como aquí, pero luego me bajo a la piscina o a la playa.

—Pues entonces necesito bikinis, —afirmó metiendo los bañadores en la bolsa de ropa para donar.

—Compra varios: la mitad tangas, —dije—. Vemos como está el ambiente con las niñas de tu edad y si puedes te los pones. Creo que me va a gustar verte el culo en público. Además, cerca hay una zona nudista.

—¿Sí? Como mola, —afirmó—. Por supuesto vamos a ir.

—Ya veremos.

—¡Jo papá!



Finalmente, lo empaquetamos todo y como ya era la hora de comer, pedimos un chino. Dimos cuenta del arroz tres delicias y del pato pekinés y nos fuimos a la cama. No me anduve con rodeos y lo primero que hice fue ponerla las muñequeras y sujetárselas por detrás de la espalda. Después la coloqué las tobilleras y las uní. Me tumbé a su lado y sistemáticamente empecé a besarla. Por supuesto empecé por su boca y cuando comencé a descender la coloqué la mordaza de bola y el collar de perro. Seguí descendiendo hasta llegar a los pies dónde reconozco que me entretuve más de la cuenta. Como me gustan. Con la polla a punto de reventar la solté los tobillos y después de lubricarla la penetré. Varios orgasmos después, yo también me corrí mientras la sujetaba la cabeza para ver nítidamente la expresión de su carita.

—¿Y el preservativo? —me preguntó nada más que la quité la mordaza.

—Ya no nos hace falta, —la respondí y la conté lo de la operación.

—Genial, —dijo mientras la llenaba de besos.

Miles de besos después, nos duchamos y nos empezamos a preparar para salir de compras. Como estábamos a finales de abril y el tiempo acompañaba con una ola de calor propia de agosto, me dejó elegir a mi y la puse un vestido elástico corto de su madre que a ella la llegaba por encima de la rodilla. Era de color rosa palo y aunque no la ajustaba mucho la quedaba genial.

—La ropa interior también te la pongo yo, —bromeé cuando vi que cogía unas braguitas. Me arrodille junto a ella, la subí el vestido, la separé las piernas y con cuidado la metí en el culito el tapón anal que además iba a juego con el color del vestido: el brillante era rosa. Después la miré y quedaba genial—. Perfecta.

La puse unas sandalias sin tacón y así nos bajamos al parking a por el coche.

—¿A dónde vamos?

—Al centro. Hay están todas las grandes cadenas y para lo básico es lo mejor.

—¿Y puedes entrar ahí con el coche?

—Con este coche si porque es hibrido-enchufable, si no, no podríamos entrar en Madrid Central.

Aparcamos en la plaza de El Carmen y durante el resto de la tarde estuvimos recorriendo todas las grandes superficies de la zona. Incluso hice un par de viajes al coche para dejar bolsas. Cerca de las 21:30 dejamos el último cargamento de bolsas y nos metimos en un kebab a cenar. En la vida se me hubiera ocurrido meterme en un sitio de esos, pero por supuesto fue deseo de Martina.

Llegamos a casa y directamente dejamos todas las bolsas en su dormitorio.

—Voy a ducharme, —dijo, pero la cogí de la mano y la llevé a la cama—. He sudado mucho está tarde.

—Mejor, —la respondí sacándola el vestido por arriba. Se tumbó en la cama mientras rápidamente me desnudaba. Me coloqué a su lado e inmediatamente empecé a besarla, a meter la nariz en su axila olfateándola. Que bien huele. Metí la mano entre sus piernas, empecé a estimularla e inmediatamente empezó a reaccionar. Después de lubricarla la penetré colocándome sobre ella. Apoyado en los codos la estuve follando y cuando ya la había provocado un par de orgasmos aceleré y me corrí mientras los dos gritábamos de placer. Bueno, yo más que gritar, berreé como siempre.

La cubrí de besos como siempre y después a dormir: Martina pasó de ducharse.

martes, 18 de marzo de 2025

Mi preciosa princesita (capítulo 10)


 

Cuando nuestros encuentros se ceñían a unas pocas horas los miércoles, maldecía porque me parecía una mierda. Luego, a pesar de no ser creyente, recé por poder volver a tenerla esas tres escasas horas.

Al día siguiente de la muerte de sus padres, los Servicios Sociales se la llevaron y yo tuve que ir al depósito a reconocer los cadáveres. No fue agradable porque su vehiculo fue aplastado por una hormigonera que se les subió encima. Los cuerpos habían quedado destrozados e incluso el del padre estaba partido por la mitad. Lógicamente yo no lo vi, pero me lo comentaron los forenses. La madre estaba también muy deteriorada, pero por fortuna la cara la tenía casi intacta. No tuve dificultad en identificarlos.

Gente de Asuntos Sociales entraron en la casa de Martina para coger ropa utilizando las llaves que los padres llevaban encima en el momento del accidente. Después nada hasta que tres meses después alguien llegó a casa para hablar conmigo. Fue una conversación larga porque antes de contestar a sus preguntas me tuvo que contestar a todas la que la hice sobre Martina. No me voy a enrollar con esto, pero resumiendo mucho, en las entrevistas que los psicólogos habían tenido con Martina había salido a relucir el enorme apego que tenía conmigo. Al principio me acojoné ante la posibilidad que hubieran descubierto nuestra relación, pero rápidamente vi que no.

La cuestión estaba en que la niña no tenía familia. Su madre creció en un orfanato rumano. Al padre solo le quedaba un hermano, pero era impensable que se hiciera cargo de su sobrina porque estaba en la cárcel con una larga condena por asesinato. La persona que llevaba el caso de la niña era reacia a que fuera pasando por pisos de acogida además de que ella se negaba a ir, además, la habían enviado al centro de acogida de El Escorial que era un lugar poco idóneo para una niña como Martina. La única posibilidad era que yo me hiciera cargo de ella. El único problema, pero muy importante, era que yo vivía solo y no tenía formada una familia de algún tipo. No me voy a enrollar mucho sobre ese asunto, pero después de muchas entrevistas e investigaciones sobre mi situación económica, finalmente pude adoptarla. En esos meses nos vimos tres veces en presencia de los psicólogos para que nos evaluaran.

Antes de que todo esto ocurriera, había decidido hacerme una vasectomía: no me molaba el látex. Al mes de los sucesos me llamaron para hacerlo y estuve tentado de echarme atrás, pero finalmente lo hice. Por precaución congelé muestras de mi semen para un banco de lo mismo.

Unos días antes del primer aniversario de la muerte de sus padres, un viernes por la tarde, me citaron en el centro de acogida de El Escorial para recogerla. Nada más verme, Martina se abrazó llorando a mi. Por supuesto yo también lo hice, pero me corté con los besos. Después se abrazó con la funcionaria que había llevado su caso y con su maletita nos fuimos al coche. Cuando llegamos y nos acomodamos en su interior nos miramos y vi claramente su intención.

—Aquí no mi amor. A ver si vamos a meter la pata en el último momento.

—¿Y en el ascensor de casa? —preguntó Martina riendo.

—Ahí menos. Tienes a las vecinas pendientes de tu llegada. Están como locas por tenerte otra vez en casa, —dije arrancando el coche.

—Yo también tengo ganas de verlas.

—Estos meses han estado muy preocupadas y se alegraron mucho cuando las dije que había ciertas posibilidades de adoptarte.

Efectivamente, cuando llegamos y aparcamos en el garaje, inmediatamente aparecieron una docena de vecinos. Pasó por los brazos de todos y todos las besaron con lágrimas en los ojos. Incluso la habían comprado un ramo de flores. Finalmente, subimos a casa y ante la sorpresa de Martina abrí la suya.

—¿Vamos a vivir aquí?

—Está casa es mucho más grande que la mía y ya lo he hablado con los de Servicios Sociales, —respondí entrando—. Tu habitación…

—Pero yo quiero dormir contigo, —me interrumpió.

—Y lo vas a hacer, —dije abrazándola—, pero tienes que tener tu dormitorio por si acaso.

—¿Qué puede pasar?

—Que tengamos visitas o una inspección: tu dormitorio tiene que estar como si se utilizara. Incluso tienes que tener ropa en el armario.

—¿Cómo si se utilizara?

—Así es mi amor.

—Toda la ropa que traigo del centro de acogida la quiero tirar, —dijo entrando en el baño mientras se quitaba la ropa para ducharse.

—Vale, pero mejor otro día, —respondí mirando como se quedaba desnuda. Me senté en el bidé y cogiéndola por las caderas la dí la vuelta.—. Menudo estirón has dado. La ropa que tienes aquí no creo que te valga.

—¿Ya no te gusto como antes? —preguntó mientras me abrazaba.

—¿Qué si me gustas? Me apasionas, pero quiero pedirte una cosa.

—¿El qué?

—Esos pelitos que empiezan a crecer en tu chochito tienen que desaparecer, —y atrapando uno de sus pezones con los labios, dije después—. Y necesitaras sujetadores. Te están creciendo unas tetitas preciosas, como tú.

Yo también la abrace y juntando mis labios con los suyos la morreé. Desde el mismo momento en que percibí su olor, la polla se disparó. Había pensado en irme rápido a la cama y que allí sucediera todo, pero que cojones, con ella siempre me pasa lo mismo. Me bajé el pantalón y rápidamente se arrodilló y empezó a chupármela. Bueno, si me descarga ahora para la cama ya pensaré otra cosa: tengo muchas ideas. No duré mucho porque a mi lógica ansiedad por llegar casi un año sin ponerla la mano encima hay que añadir que desde allí, sentado en el bidé tenía en espejo grande de frente y la veía con toda claridad su trasero y su perfecta línea vaginal. Me corrí y la llené la boca de semen. Mi amor me miró con una sonrisa, abrió la boca llena de esperma y se lo tragó. Nunca lo había hecho, y me refiero a representar de una manera tan evidente algo que hacia desde el primer momento.

Nos levantamos, terminé de desnudarme y entramos en la ducha. La estuve limpiando con la esponja concienzudamente y ella se dejó hacer. Cuando pasaba la mano por sus tetitas enjabonadas me di cuenta de que definitivamente me encantaban. Aunque claramente estaban en desarrollo, si había salido a su madre no irían mucho más allá. Por mi perfecto: no me gustan las mujeres abundantes.

—¿Tienes hambre? —pregunté y ella asintió—. Tengo pescado.

Mientras lo preparaba, se sentó en una silla en la mesa de cocina y estuvimos charlando. Más que nada la informé de lo que había estado haciendo estos días desde que me informaron del día que tenía que recoger a Martina.

—Lo primero mi amor es que está casa es tuya y hasta que seas mayor de edad yo la administro. Con el resto de pertenencias de tus padres y el dinero de la cuenta familiar pasa lo mismo. Ahora estamos a la espera de que el seguro pague la póliza de accidente que tenían, pero en principio tardara unos meses porque la hormigonera no lo tenía todo en regla. Con todo voy a hacer un fondo de inversión para que tu dinero no pierda valor y que aumente en lo posible.

—Me da igual: haz lo que quieras.

—Toda la ropa de tu padre la he metido en cajas y la he bajado al trastero. Ya me dirás si quieres conservarla o la quieres donar. Los relojes y las joyas las tengo aquí. Lo de tu madre no lo he tocado hasta que tu lo veas. Hay ropa que ya te vale si la quieres utilizar, si no, lo metemos en cajas y abajo.

—Vale, luego lo miro.

—Luego no creo porque vas a estar muy ocupada, —dije riendo y ella también sonrió—. Ya lo haremos mañana.

—¿Y el cole? Me dijeron que el lunes iba a ir…

—He encontrado uno privado que te acepta estos dos meses que quedan para que termine el curso y que tiene profes de apoyo. No está lejos, pero tiene transporte que para aquí al lado. Para el curso que viene ya vemos si quieres seguir o buscamos otro. Lo único que te pido es que no sea de curas. No quiero religiones influyendo en tu educación, —Martina asintió empezando a comer lo que la había puesto delante. Yo también me senté con mi plato—. Mañana revisamos las cosas de tu madre y luego por la tarde podemos ir a comprar lo que te haga falta. Por cierto, tu mamá iba siempre muy enjoyada y aunque he visto un par de joyeros, yo creo que falta mucho. ¿Sabes dónde lo guardaba? —Martina asintió—. Pues mañana lo buscamos y lo tienes todo junto.

—¿Puedo preguntarte una cosa, bueno dos?

—Puedes preguntarme lo que quieras mi amor.

—A partir de ahora ¿las cosas van a ser como aquel fin de semana?

—No, porque tu tienes que ir al cole y yo tengo que trabajar y aunque te aseguro que me gustaría, esas dos cosas son sagradas. ¿Y tu que es lo que quieres?

—Yo quiero que hagas conmigo lo que quieras.

—Y yo quiero follarte a todas horas, oír tus gemidos y hacerte gritar de placer. Estoy seguro de que sabremos organizarnos. ¿Y lo segundo?

—¿Quieres que te llame papa?

—Lo que tú quieras. No soy tú padre biológico, pero si quieres, por mí no hay problema.

No hubo problema para organizarnos. Entre semana hacíamos lo necesario para controlar nuestra fogosidad sexual, pero eso si, los fines de semana temblaban las paredes. Os recuerdo que yo empiezo a trabajar a la 3:30 AM (8:00 AM en Mumbai) y termino entre las 11 y las 12. Después como algo ligero, generalmente fruta, y me echo una pequeña siesta. Me levanto, paso la aspiradora y cuando a eso de las 17:00h llega Martina follamos: nada muy elaborado. Después nos duchamos, la tarea del cole, la cena, algo de tele y a eso de la 22:00 a la cama, sexo y a dormir. Eso si, los fines de semana son memorables.



A estas alturas creo que no hace falta contar como es Martina, pero por si hay algún despistado, voy a hacer un pequeño inciso. Ahora mismo, Martina es una preciosa adolescente de 12 años y pico y 1,49 de estatura. A pesar de que ya no practica la gimnasia y no lleva una dieta tan estricta, sigue siendo muy delgada. El pecho ya ha florecido, y no espero que lo desarrolle mucho. Por antecedentes familiares (su madre no tenía mucho y además era muy pequeñita). Ya ha empezado a menstruar, pero la verdad es que por el momento lo tiene controlado y no la causa problemas. El pelo lo tiene castaño claro igual que los ojos. No está morena porque no toma el sol y además nunca ha ido a la playa, sin lugar a dudas algo a solucionar.

Sexualmente es extremadamente activa, pero muy sumisa (la gusta que la aten), que la hagan muchas cosas y constantemente, y que no se pueda resistir a los orgasmos que produce como si fuera una fabrica. Es claramente multiorgásmica y por el momento ligeramente masoquista (sus limites están por descubrir). Su principal afán es servirme y estar a mi disposición y desde luego estoy encantado: no me voy a quejar. Ya veremos cuando sea adulta como va a pensar, pero por el momento…



Terminamos de cenar mientras seguíamos charlando y después se fue al baño mientras terminaba de recoger la cocina. Me dirigí al dormitorio principal y me la encontré sobre la cama.

—¿Has traído los juguetes?

—Por supuesto mi amor, —dije sacando un maletín del armario. Lo deposité a los pies de la cama y lo abrí. Sin decir nada, me ofreció las muñecas y sonriendo, cogí las muñequeras y se las puse uniéndolas por detrás de la espalda. A continuación, la coloqué las tobilleras y las uní también. Después con la mordaza de bola y un collar de perro de la mano me tumbe junto a ella y durante mucho tiempo la estuve morreando. Como no la estimulaba la zona vaginal, ella no hacia más que intentar frotarse los muslos en un intento de autoprovocarse placer. Tardé en saciarme y cuando lo hice, la coloqué la mordaza. Entonces empecé a repasarla el cuello mientras la tiraba de la coleta hacia atrás y cuando terminé la puse el collar de perro de cuero. Iba a ser sistemático porque llevaba casi un año sin saborearla, sin olerla, sin amarla. Pasé a sus hombros y por fin a sus tetitas. Me agradó comprobar que a pesar de la posición un poco forzada hacia a tras algo se la notaban.

Metí un dedo en su vagina y casi automáticamente tuvo el primer orgasmo. Mientras tanto, yo seguía a lo mío con sus pezones y con la polla a punto de reventar desuní el mosquetón que unía muñequeras y tobilleras y la coloqué de rodillas. Con una correita uní las muñequeras al collar de perro para que sus manitas quedaran altas y no me estorbaran, me unté bien la polla de lubricante y puse la punta en la estrecha entrada de su orificio anal. Presioné y la punta entró. La mantuve ahí mientras la recorría el torso y mi amor gemía. Baje la mano derecha y la alojé en su vagina empezando a estimularla mientras poco a poco la iba introduciendo. Martina emitía chillidos apagados por la mordaza y cuando la tuve toda dentro empecé a bombear. Lo hice despacio porque quería aguantar lo más posible, pero al final me corrí mientras bramaba como un búfalo.

No la saqué, la mantuve penetrada mientras insistía con la mano y la provocaba otro orgasmo. No es meritorio, es muy fácil. La deje caer con suavidad sobre la cama y la libere de sujeciones. Después, la di la vuelta, me tumbe sobre ella y estuve besando cada centímetro de su piel mientras ella, con los ojos cerrados sonreía complacida.

Cuando se tranquilizó, me cogió la cabeza con sus manitas y me beso en los labios. Después, mirándome dijo—: que ganas tenía de que me volvieras a follar.

Me hizo gracia oír estas palabras en boca de una niña de doce años. La abracé y después de besarla tan intensamente que casi se me vuelve a poner dura, la dije bromeando—: si fuera por mí, te estaría follando a todas horas, pero ya tengo una edad y estaría bien que no me diera un infarto.

Soltó una sonora carcajada y me volvió a besar en los labios.

martes, 11 de marzo de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 9)

 


Como todas las mañanas desde el jueves, abrí los ojos y noté la cálida presencia de Martina a mi lado. Me puse de lado para verla mejor. Estaba bocarriba y con el bracito izquierdo abrazaba el cocodrilo. Con cuidado para no despertarla terminé de apartar la sabana para verla mejor y reposé la mano sobre su vientre. Al rato, movió la mano derecha, cogió la mía y subiéndola la besó y la dejó asida sobre su pechito.

—¿Qué tal estas mi amor? —la pregunté y se encogió de hombros—. ¿Has dormido bien?

Como respuesta subió la mano que tenía cogida y empezó a chuparme los dedos. No sé muy bien lo que me quería decir, pero os puedo asegurar que se me puso dura. A lo mejor es lo que pretendía porque unos segundos después, me soltó la mano y bajándola me cogió la polla y soltó una risita cuando comprobó su firmeza. La miraba hipnotizado, ¿cómo es posible que esta cría de diez añitos sea tan perversa? Es broma, cada vez tengo más claro que su único deseo es agradarme y obedecerme. Lo que pasa es que todo lo bueno se acaba y en unas horas Martina regresara a su casa y volveré a despertarme solo.

Como si hubiera adivinado mis pensamientos, soltó al cocodrilo y bajándose se metió la polla en la boca. Un rato después, la moví para que me cabalgara la cara y atrapando sus caderas sumergí mis labios en su vagina. Soltó un gemidito y ya no paró. Mientras se retorcía con los orgasmos siguió chupando mientras con la manita me masajeaba las pelotas.

Finalmente, me corrí llenándola la boquita de semen. Como vi que a pesar de la falta de consistencia seguía chupando yo continúe con su chochito del que era imposible que me hartara. Lo dejé, porque en un momento determinado empezó a apetecerme comerla el morrito y se lo comí. Mientras lo hacia seguí estimulándola con la mano y ella continuaba orgasmando. Si hubiera estado un inspector del Récords Guinness a nuestro lado, no tengo la más minima duda de que mi preciosa niña hubiera batido un nuevo récord mundial.

Me entró una notificación en el teléfono e inmediatamente lo cogí. A causa de mi trabajo la mano se me va automáticamente cuando oigo el sonido. Eran las 10 y active el mensaje.

—Es de tu madre, —dije a Martina—. Ya han embarcado, a las 14 horas está previsto que aterricen.

No dijo nada. Se bajó y se acurrucó en mi costado. Me quedó claro que no la hacia gracia el regreso de sus padres.

—La he dicho que comes conmigo porque de que aterricen, recojan las maletas y lleguen a casa serán casi las cuatro.

Siguió sin decir nada. Al rato, se levantó y del carrito cogió las muñequeras de cuero y las tobilleras. Regresó y me las entregó para que se las pusiera. Se tumbó bocabajo y puso las manos en la espalda. Las coloqué y las uní, y a continuación me dedique a los tobillos mientras se los besaba. Con un mosquetón junté tobilleras y muñequeras y la coloqué de lado. Me gustaba mucho tenerla en esa posición forzada, con su cuerpecito un poco curvado hacia atrás. A pesar de que era consciente de que está aventura llegaba a su fin, y que era la última oportunidad que iba a tener de tenerla a mi disposición, la verdad es que me encontraba un poco inapetente, en realidad un poco deprimido. La estuve besuqueando ese cuello que tanto me gusta mientras la olía. Metí el dedo en su ahora cerradita línea vaginal provocando su reacción con ligeros gemidos, pero se dio cuenta de que no me encontraba bien.

—¿Qué te pasa Raúl?

—No pasa nada mi amor: no te preocupes.

—Si te pasa, —insistió con su vocecita.

—Es que no me hago a la idea de no tenerte aquí a todas horas. De poder presenciar en tiempo real como te desarrollas, como te crecen estas tetitas que tanto me gustan, —dije y empecé a succionar sus pezoncitos.

—Los miércoles vamos a seguir viéndonos.

—No es suficiente, —dije mientras mi boca pasaba de sus pezones a sus labios—. No quiero migajas: lo quiero todo.

—A mí también me gustaría estar siempre contigo. Salir a la calle como el otro día con zapatos de tacón y vestidos guay.

—Y sin braguitas, —afirmé riendo.

—Como tu quieras.

—Pues mira, te podía haber puesto el tapón anal.

—¿Y por qué no lo hiciste? —dijo con tono chulito.

—Porque no soy tan listo como tú, —la respondí y empecé a hacerla cosquillas. Empezó a chillar y a intentar patalear, pero no me apiadé y la ataqué los costados sin compasión. Empezó a sudar y otra vez entró en esa risa nerviosa que tanto me gusta. La sujeté del pelo echando la cabeza hacia atrás y dejando al descubierto su cuello y chupé su sudor, la olí otra vez y finalmente se me puso totalmente dura. Solté el mosquetón y poniéndola de rodillas la eche lubricante en el ano y la penetré. Lo hice de golpe y entró sin dificultad hasta el fondo. Con una sonrisa imaginé que ocurriría como en los hentai, que cuando a la chica (generalmente lo son) el alíen o lo que sea se la meten por el culo, la punta sale por la boca. Por supuesto eso solo pasa en los hentai.

Mantenía las manos a la espalda y cogiéndola por los brazos empecé a follarla. Estuvimos un buen rato así, sin estimularla el clítoris, y aunque la costó llegar al orgasmo, al final lo consiguió. Como premio baje la mano y empecé a pellizcárselo para que empezara a encadenarlos y así siguió hasta que me corrí y la di unos fuertes azotes en el trasero mientras lo hacia. La gustaron mucho, pero en un principio me arrepentí porque la había dejado los cinco dedos marcado en su nalguita. Por fortuna, cuando un poco antes de que llegaran sus padres nos vestimos, comprobé que casi habían desaparecido. Los cinco dedos de una mano adulta, en el trasero de una cría de 10 años son difíciles de explicar.

El resto de la mañana seguimos metidos en la cama jugando y amándonos hasta que a eso de las dos, nos duchamos, nos vestimos y preparé algo de comer antes de que sus papas llegaran.

Cuando lo hicieron, no había ni rastro en la casa de nuestras actividades. Todo, cámaras, focos y juguetes estaban guardados en el armario, junto a sus zapatos rosas de tacón. Y oficialmente, acordamos decir que Martina había dormido en mi cama y yo en el sofá cama del despacho por motivos de trabajo. También habíamos preparado una bolsa con su supuesta ropa sucia, principalmente braguitas y calcetines.



Y así es como finalizó nuestra aventura y regresamos a nuestra rutina habitual. Los miércoles, nada más que su madre me la dejaba, ella se desnudaba, se metía en la cama y como una bala yo iba detrás. Follábamos como conejos durante una hora (solo disponíamos de dos) y luego nos duchábamos. Había tenido la precaución de utilizar el mismo gel que Martina tenía en su casa. Después, nos sentábamos y la ayudaba con sus tareas de mates hasta que su madre aparecía y se la llevaba a casa.

La situación no nos satisfacía ni a ella ni a mi. Como ya he dicho disponíamos de una hora y solo pensar en las virguerías sexuales que no podía poner en práctica con ella me ponía enfermo. Además, me cortaba mucho porque lógicamente no podía dejarla marcas de algún tipo que pudieran levantar las sospechas de la madre.

Sobre la información que había en el disco duro, había estado investigando por Internet, algo que la verdad es que se me da bien. Lo único que pude constatar es que los padres no trabajaban en una empresa de gestión de alquileres. Pertenecían a una especie de secta u organización que se dedicaba a servicios sexuales de calidad. En realidad los padres trabajaban en su verdadera afición, en lo que se grababan en video cuando estaban en la intimidad del dormitorio conyugal. Los dos eran sumisos, la madre a tiempo completo y el padre solo en el trabajo. Los miércoles por la tarde trabajaban en otro lugar haciendo lo mismo. Sabía la dirección exacta, que estaba cerca, pero en el Maps o en el Earth no se veía nada exteriormente. Lo que fuera estaba camuflado en alguna de las viviendas.

Sobre los informes de la niña no había conseguido nada de nada, aunque releyendo la información había llegado a la conclusión de que de alguna manera querían comerciar con Martina. ¿Venderla, prostituirla? Ni idea, pero si había llegado a la conclusión de que lo que fuera lo iban a hacer cuando cumpliera los 12 años. ¿Por qué a los 12 años y no a los 10 o a los 14? Ni puta idea, pero ese 12 aparece en varios escritos. A lo mejor la estaban criando como quién cría una vaca para luego venderla. Eso me descomponía, pero por el momento no podía hacer nada. Eso si, preparé toda la documentación para entregársela a las autoridades en el momento en que sintiera que mi amor corría algún peligro. De todo esto no informe a Martina ni ella preguntó.



Nuestra situación mejoró bastante porque pudimos ampliar las dos horas de los miércoles a casi tres. Tengo que decir que todo esto lo ideo la niña cuando un día por la noche, después de cenar, escuchó a su madre decir que los miércoles iban con la hora pegada al culo.

—Puedo venir yo sola desde el cole, —la propuso—. Solo está a diez minutos.

—No digas tonterías, ¿cómo vas a venir tu sola?

—Ya tengo diez años, —y con retintín añadió—, creo que sabré llegar.

—Que no, que no, que todavía eres pequeña.

—Pues dile a Raúl que vaya a por mí, —insistió.

—Si hombre, solo faltaba eso.

—Se lo podemos preguntar, —dijo su padre levantando la vista de su tablet—. Nos vendría bien tener más tiempo los miércoles.

—Pues pregúntale tú que a mi me da vergüenza.

—Yo se lo preguntó, —dijo la niña que a pesar de estar ya descalza y en pijama, salió corriendo.

—¡Martina! —gritó la madre pero la aludida ya había salido al pasillo y estaba aporreando mi puerta.

—¿Qué ocurre cariño? —la pregunté cuando rápidamente abrí.

—¡Hay, perdona, perdona! Pero es que… —dijo la madre que azorada llegaba también rápidamente. En su flequillo reinaba omnipresente un gran rulo para domar esa parte de su peinado.

—Qué si me puedes recoger los miércoles en el cole, —dijo Martina interrumpiéndola—. Al parecer soy pequeña para venir sola.

—¡Martina! —gritó la madre.

—¡Eh! Sí, vale, —respondí cuando me repuse de la sorpresa inicial.

Y así quedó la cosa. Desde el día siguiente, todos los miércoles a las cinco recogía a Martina en el cole y a las cinco y diez estábamos en casa. Por supuesto desde ese día pudimos poner en práctica eventos más elaborados. Volvimos a utilizar tobilleras y muñequeras y en ocasiones el tapón regresó a su precioso ano. Así estuvimos hasta que un mes antes de que cumpliera los 11 añitos, todo saltó por los aires.



Un miércoles a la hora en que sus padres llegaban a recogerla, no lo hicieron. Esperé un rato y me puse a intentar localizarlos por el móvil. Finalmente, a eso de las 11 horas de la noche, en el 112 me informaron de que estaban en el hospital de La Paz. Los dos habían muerto en un accidente de tráfico a escasas cinco manzanas de casa. Esa noche durmió en casa y al día siguiente, los Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid se la llevaron ya que habían comprobado de que en España no parecía tener ningún familiar.

Y así fue como nos separamos.



miércoles, 5 de marzo de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 8)

 


Abrí los ojos un poco sobresaltado en la penumbra clara del dormitorio. Miré hacia abajo y vi los inmensos ojos de Martina que me miraban fijamente. Tenía la carita apoyada en mi pecho e instintivamente baje la mano y alcance su traserito.

—¡Ey mi amor! ¿estas bien? —la pregunté y después de mirar mi watch dije—: es temprano.

—Ya es sábado, —contestó con ojos tristes—. No quiero que sea sábado.

—¿Por qué mi amor? —pregunté atrayéndola más hacia arriba. Instintivamente me paso la pierna por encima.

—Porque mañana regresan mis papas.

—Pero, tendrás ganas de verlos, —afirmé más que pregunté y Martina negó con la cabeza—. Venga mujer, no seas así. ¿Cómo no vas a querer verlos?

—Yo solo quiero estar conmigo.

—Pero cariño, eso no puede ser. Tienes que vivir con tus papas.

—¿Es que no quieres que viva contigo?

—No se trata de eso, —respondí con paciencia—. ¿Cómo no voy a querer? Pues claro que quiero mi amor, pero eres pequeña y tienes que vivir con ellos.

—¡Pues no quiero! —exclamó mientras la acariciaba el trasero y los pies.

—Pues no tiene solución.

—¿Y que vamos a hacer cuando regresen?

—Pues nos apañaremos con los miércoles.

—¡Jo! Pues es un royo.

—Pues sí que lo es mi amor, —afirmé mientras la atraía hacia mí y la besaba en los labios—. ¿Cómo te encuentras, te duele el culito?

Se lo tocó con la mano y dijo—: no mucho. ¿Me la vas a meter otra vez por ahí?

—Pues me gustaría mucho mi amor, pero si te duele…

—No importa: anoche me gustó mucho.

—Pues te voy a sujetar las manos, porque si no, no me vas a dejar hacer lo que tengo pensado y… que se que te va a gustar mucho.

—¿Traigo las esposas? —preguntó poniéndose de rodillas.

—No, las muñequeras de cuero, el collar y las tobilleras, —se fue corriendo y regresó empujando el carrito.

—Lo he traído todo.

—Pues muy buena idea. Ponte de rodillas en el centro de la cama, —la ordene mientras activaba las cámaras y las recolocaba. Incluso me puse la GoPro en la cabeza y automáticamente Martina se echó a reír—. ¿Te estás riendo de mí?

—Si vieras la pinta que tienes, —respondió sin parar de reír.

La puse las tobilleras y después de que separara mucho las piernas las uní. Después la puse el collar de perro y las muñequeras. Las uní y al intentar pasarlas por la nuca se resistió—. ¡No me vayas a hacer cosquillas!

—Pero es que si te veo los sobaquillos no lo voy a poder resistir, —me quejé.

—He dicho que no: prométemelo.

—Besitos sí.

—No: tampoco.

—Venga mujer que si. Solo besitos.

—Bueno, vale, —concedió finalmente después de pensarlo unos segundos—, pero nada de cosquillas.

Junté las muñequeras y pasándolas por la nuca las uní al collar de perro. Me puse delante e inclinándola la metí la polla en la boca. Después de un par de minutos la incorpore y empecé a besarla los sobaquitos. Que bien huele a ella y no a gel de baño. Cogí el bote del lubricante y situándome detrás de ella la incline hacia delante y empecé a lubricarla bien. La metí un par de dedos y la estuve trabajando el ano para que cogiera elasticidad. Al principio se quejó un poco, pero finalmente empezó a disfrutar. Al rato y después de un primer orgasmo que llegó sin que casi la tocara el chochito, me unté la polla y se la introduje por su anito mientras la atacaba el clítoris. Empezó a jadear, empezó a gemir y empezó chillar. Mientras la mano derecha la estimulaba incansable su zona vaginal, la izquierda recorría su cuerpecito, en especial sus pezones que cada vez me gustan más. La verdad es que todo me gusta más. Cuando veía que estaba a punto de llegar al orgasmo, paraba la estimulación y cuando se calmaba empezaba de nuevo. La tuve bastante tiempo interrumpiéndola el orgasmo hasta que finalmente, cuando vi que me iba a correr, la ataque con mucho brío y tuvo un orgasmo tremendo, tanto, que si no llego a tenerla sujeta se hubiera caído a la cama casi desvanecida.

No la saqué a pesar de la perdida de consistencia. Seguí dentro y me dio por cogerla el clítoris haciendo pinza con los dedos dándola pequeños pellizquitos. Reaccionó instantáneamente y empezó a chillar otra vez alcanzando otro más.

La tumbé con suavidad, la di la vuelta e inmediatamente la morreé como preámbulo a que no dejé un solo centímetro de su piel sin besar. Tanto que otra vez se me puso dura y aproveché y se la metí en la boca. Por supuesto no me corrí, pero el verla desnuda, inmovilizada y a mi entera disposición en una imagen muy sugerente: es la hostia.

La solté y empecé a quitarla todo lo que la inmovilizaba y después de estar besuqueándola aun más, nos metimos en la ducha. La enjabone bien a pesar de que Martina estaba juguetona y siempre que tenía oportunidad me cogía la polla con la mano e incluso con la boca.

Cuando por fin salimos del aseo y entramos en el salón, Martina abrió la caja de la pizza, dónde quedaban un par de porciones, cogió una y se sentó en el sofá.

—Estarán frías mi amor, trae que te la meto en el microondas.

—No, —dijo al tiempo que movía su dedito apoyando la negativa—, está buena.

—Como quieras, —dije abriendo la nevera y sacando un zumito lo pinché y se lo puse delante.

—Que pronto es, —dijo cuando miró el reloj de la cocina.

—Es que te has despertado muy pronto. ¿Quieres hacer algo especial?

—¿Más? —preguntó riendo—. Pero si no paramos.

—No me seas cachonda: ya sabes a que me refiero, —la respondí riendo. Se quedó pensativa mirando hacia la ventana por dónde entraba el sol a raudales.

—¿Podemos comer fuera? —preguntó por fin—. Parece que no hace frío.

—Podemos hacer lo que quieras, —respondí consultando el móvil—. Sol todo el día y a las 14 horas 24º.

—¡Ah! Pues me gustaría… ¡y me pongo los zapatos!

—Podemos ir a la Casa de Campo o a la plaza Mayor, —propuse.

—A la plaza Mayor, a la plaza Mayor, —dijo levantándose y tirando lo que la quedaba de la pizza en la caja salió corriendo. A los pocos segundos me asomé al despacho y había abierto la maletita y estaba intentando elegir un vestido. En cero coma lo había sacado todo y me parecía imposible que estuviera dentro. Me miró y preguntó por uno poniéndoselo por encima y que tenía más lazos que un mariscal francés—: ¿Cuál te parece?

—El que tenga menos lazos, —bromeé después de echar un vistazo rápido al que se había sobrepuesto y a los demás. Finalmente, eligió un vestido de manga corta y falda con un poco de vuelo, de color rosa con flores rojas en el borde de la falda y un lazote morado a un lado. Visto lo visto podía haber sido peor. Se puso los zapatos de tacón y no quiso ponerse una rebequita. En previsión de que tuviera frío la metí en mi mochila y sin que me viera, unas chanclas. Se encabezonó en ponerse los zapatos y como nunca había usado tacón supuse que se iba a destrozar los pies. Se peinó, desde que llegó no lo había hecho, y se puso una diadema.

—¿Puedo pedirte algo muy especial para mi? —la pregunté.

—Pues claro, —respondió con su vocecita.

—Me gustaría que te quitaras las braguitas.

—¿Quieres que vaya sin braguitas? —asentí con la cabeza. Me miro fijamente y después de unos segundos de incertidumbre, metió las manos por debajo de la falda y se bajó las braguitas. Cuando estuvieron en sus manos, las arrojo sobre la encimera de la cocina.

Pues así salimos de casa y en el ascensor bajamos al parking a coger el coche. Diez minutos después entrábamos en el parking de Plaza Mayor y después de dar varias vueltas pudimos aparcar. No creo necesario decir que cuando bajábamos en el ascensor la toqué el chochito lo mismo que cuando íbamos en el coche que lo hice varias veces. Salimos al exterior por la plaza de Benavente, y la verdad es que Martina se quedó con la boca abierta.

—¿Siempre hay tanta gente?

—¿Nunca habías venido?

—Creo que una vez cuando era pequeña, pero no estoy segura.

—Pues si mi amor, siempre está petado de gente, —respondí mirando el watch—. Vamos a la plaza a comer porque es la hora critica y esto está lleno de guiris. Después de comer visitamos todo lo que quieras.

—¿Podemos ir a Chueca?

—¿A Chueca? Claro, pero ¿qué piensas que vas a ver allí?

—Es un barrio de mariquitas.

—Sí, es cierto que allí viven muchos… homosexuales y además hay bares y restaurantes, pero no pienses que los travestis inundan las calles, por poner un ejemplo. Es todo muy normal igual que ellos.

Entramos en la plaza por la calle Gerona y con cierta facilidad encontramos mesa en la terraza. Se estaba bien gracias al sol que apretaba lo suficiente para estar a finales de febrero. Ya sabéis, cosas de ese cambio climático que algunos niegan.

Después de comer, paseamos por la zona y nos fuimos acercando a Chueca dónde se compró… la compré unos zapatos. Por supuesto se puso la rebequita y no hizo lo mismo con las chanclas porque regresó al parking con los zapatos nuevos puestos.

Llegamos a casa con Martina muy excitada. No sé si porque iba sin bragas y siempre que tenía oportunidad la tocaba el trasero por la calle, o por el viaje turístico. Por cierto, cometí un error del que me di cuenta cuando ya no había solución. La podía haber puesto un tapón anal. Aunque el centro de Madrid está bien surtido de comercios especializados, no era cuestión de entrar con una cría de diez años en un sexshop.

Nada más llegar a la casa no la deje desnudarse. La arrodillé con su floreado vestido puesto y se la metí en la boca. Se entregó a fondo mientras con sus manitas me sujetaba el trasero. Ni cinco minutos la duré y cuando me corrí la saqué para que el disparo la diera en la carita. A causa de la urgencia no lo gravé, aunque si la fotografié profusamente con su carita llena de esperma mientras sonreía ampliamente.

Aunque me gusto mucho, tengo que reconocer que no fue buena idea porque manché ligeramente el vestido. Por supuesto, no podía devolver la prenda a la madre con manchas de semen. La estuve limpiando con un paño húmedo y al final no quedo mal.

—¿Qué quieres cenar mi amor? —la pregunté cuando se metió a ducharse. Eran casi las 21 horas.

—No tengo hambre: algo de fruta.

Cuando salió envuelta en la tolla de baño ya la tenía preparada un cuenco con fruta pelada y cortada. Mientras cenaba, me duché también y cuando salí vi que ya estaba tumbada en la cama. Me tumbé junto a ella y empecé a besarla mientras ella, al borde de la risa se hacía la muerta. No me importaba porque con lo poco que pesa la manejaba bien. Por supuesto la repasé bien a besos, especialmente la vagina de la que no me canso. Varios orgasmos después, me puse el preservativo y la penetré por la vagina y tiempo después, como lógicamente no me corría, la penetré también por el ano. El momento gracioso se produjo porque como la penetré también con el preservativo, cuando salí el globito se quedó dentro. No había peligro porque se quedó un poco fuera.

—¡Joder! —exclamé—. Se me ha quedado dentro.

—¿El qué?

—El condón ¡joder!

—¡Sácalo!

—¡Ya, ya! si no te lo voy a dejar dentro, —dije tirando de él y sacándolo.

Finalmente, la volví a penetrar y lo conseguí y como ya es habitual, se quedó sobre la cama como muerta mientras comía a besos su cuerpecito.

Cuando la niña regrese a su casa no sé que voy a hacer porque en estos pocos días me he convertido en un Martina-adicto.