miércoles, 29 de enero de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 3)

 


Abrí pesadamente los ojos en la penumbra del dormitorio solo iluminada por los esporádicos hilos de sol que se colaban por las rendijas de la persiana. Sabía que no era muy tarde porque el sol solo daba en esa ventana desde que amanecía hasta las diez más o menos. Moví la mano y palpé su cálida presencia a mi lado.

Me giré, me puse de costado y miré su rostro profundamente dormido. Estaba bocabajo y debajo del brazo derecho sobresalía el cocodrilo. Por debajo de las sabanas la acaricie la espalda. Fui bajando hasta su traserito y noté la presencia del botón anal, tal vez grande para ella, pero si no se queja no iba a ser yo el que se lo quitara. Decidí dejarla tranquila porque su mamá me había dicho que era muy dormilona y solo llevaba haciéndolo escasamente cuatro o cinco horas. Me levanté con cuidado y cogiendo el móvil active la cámara y la gradué para poca luz. Después me puse a los pies de la cama y mientras la gravaba empecé a tirar lentamente de la sabana. Su cuerpecito se fue descubriendo y cuando estuvo totalmente expuesto la saque primeros planos del traserito, su adorno y de sus pies: maravillosos. Después, y con la polla con un tamaño considerable, deje de grabar, la arropé y salí de la habitación.

Me tomé un café y me puse a hacer las cosas de la casa. Pasé la aspiradora, pasé un poco el trapo del polvo y fregué los cacharros. No me llevo mucho tiempo porque la casa es pequeña y estoy acostumbrado. Como tenía un botellero con ruedas que había comprado en wallapop, lo vacié de botellas y coloque los juguetes encima para poder moverlos por la casa y tenerlos a mano. Puse las cuerdas, los dos tapones que estaban sin estrenar, los vibradores, las esposas metálicas (para muñecas y tobillos), muñequeras y tobilleras de cuero, el lubricante, mordazas de bola (sí, ya sé lo que estáis pensando, pero cuando hice el pedido en una conocida plataforma china me vine arriba. Y eso que no he sacado todavía el corsé, el látigo, pinzas para pezones y clítoris que tenían una graciosa campanita y los zapatos de baile latino -los únicos que encontré con tacón y de su talla- y las ligas que siguen guardadas dónde estaban los tapones anales). También quería ver como reaccionaba Martina al tenerlos a la vista y si despertaban su interés. Después, aunque había pedido estos días libres de los muchos que me debían en la empresa en la que trabajo, me conecté y me puse a adelantar trabajo.

Pasado ampliamente el medio día, Martina apareció en la habitación dónde trabajaba con el cocodrilo debajo del brazo. La casa solo tenía dos, el dormitorio y está que era mi despacho. Se acercó y me abrazó. Yo lo hice con mi brazo derecho estrujándola un poquito mientras la besaba. Después se tumbó sobre mis piernas y señaló el tapón anal.

—¿Quieres que te lo quite? —y como afirmó con su cabecita lo cogí y empecé a moverlo con cuidado. Noté como su cuerpecito reaccionaba favorablemente y empecé a sacarlo. Vi nítidamente como lentamente su ano se expandía para dejar salir la zona más gruesa del tapón. Cuando salió, se incorporó, lo cogió con la mano, dejó sobre mis piernas el cocodrilo y se metió en el baño cerrando la puerta. No tengo que decir que la polla me había dado un salto de cojones. Al cabo del rato salió envuelta en una toalla de baño y junto a mí terminó de secarse el pelo, después de entregarme otra vez el tapón—. ¿Quieres que te lo ponga otra vez mi amor?

—Pues claro, —contestó, y soltando la toalla se tumbó sobre mis piernas. Me llegó el olor a gel de baño y aunque era el mío no me gusto porque no era su olor. Con los dedos la ahuequé el culillo, deje caer saliva en el ano y procedí a la inserción. Me tomé mi tiempo y una vez que estuvo dentro, empecé a moverlo y a sacarlo mientras mi mano libre se alojaba en su vagina. A los pocos segundos estaba jadeando y al momento gimiendo. Echó las manos hacia atrás sujetando las mías pero deje el tapón y la agarré por las muñecas insistiendo en su chochito hasta que empezó a gritar y se corrió. Me dejó la mano chorreando. La dí un par de azotitos en el trasero, pero sin pasarme, y la verdad es que reaccionó bien. Después se lo acaricie y se mostró complacida.

Se levantó y se fue al baño a mirarse por el espejo como la quedaba en un arranque de coquetería que la verdad es que no conocía. De todas maneras no era de extrañar porque su mamá lo era y mucho. Tengo que decir que siempre la había visto con el uniforme del colegio o desde ayer, desnuda.

—¿Raúl, dónde dejamos la cuerda? —preguntó entrando en el despacho dónde estaba terminando de cerrar los programas del trabajo.

—Lo he puesto todo en un carrito que hay en el salón, —contesté y sin decir nada se fue. Espere expectante su reacción al ver todo el arsenal.

—¿¡Y esto!? —la oí preguntar—. Como mola.

¿A qué se referiría con esa expresión? Como ya había terminado, salí del despacho y me la encontré poniéndose la mordaza de bola que era muy mona de color rosa—. Ya veo que sabes lo que es.

—Magggmagggg, —balbuceó sin que se la entendiera nada. Se lo quitó y respondió está vez con su vocecita—. Mamá tiene uno. Yo creo que se lo pone para no hacer mucho ruido.

—Pues entonces tenemos un problema, —dije acercándome y arrodillándome. La cogí la mordaza, se la coloqué y lo abroché por detrás—, porque me gusta como te queda mi amor, pero también oírte gritar.

Al oírlo se abrazó a mí y después cogió las esposas y me las entregó. La levanté en brazos y la senté en una de las banquetas altas de la cocina y la puse las esposas por detrás. Después cogí el segundo juego que tenía una cadena más larga y se las puse en los tobillos.

Me separé para mirarla, activé la cámara del móvil y la gravé—. Preciosa, —afirmé. Veía que la molaba que la gravara. Mientras la miraba, mis pensamientos empezaron a divagar. Soy un hombre metódico y me gusta tenerlo todo previsto y organizado. Eso me ayuda en mi trabajo porque si no lo eres estas muerto. Por eso había preparado una especie de guion, una escaleta dónde tenía pensado todos los pasos a dar y que conducirían a que en un par de días me la chuparía y con un poco de suerte la follaría el sábado. Ni por asomo preví que en menos de 24 horas, la tendría sentada en una banqueta de la cocina, desnuda, con una mordaza de bola en la boca, un tapón en el culo y esposada. Que ya me la había chupado varias veces y que ya se había corrido varias más y lo mejor, que la veía totalmente receptiva y dispuesta y deseosa de cumplir mis deseos. Mientras gravaba, la quité la mordaza, la incliné hacia delante y la puse la punta de la polla en los labios. Inmediatamente se la tragó y empezó a chupar lentamente, como ya sabe que me gusta. Unos minutos después, la sujete por la coletas con la mano libre, la incorporé un poco y sacándola la polla me corrí en su precioso rostro. El primer disparo la dio en los labios y los siguientes en la nariz y los ojos. Después se la metí otra vez para que me la dejara bien limpia. Mientras lo hacia pensé que a partir de ahora lo haría con la gorra, porque estaba ideando algo que podría ser muy fuerte.

—¿Tienes hambre? —pregunté sacándola la polla y poniéndola otra vez la bola y afirmó con la cabeza. Me llamaba mucho la atención que se dejaba hacer todo, al menos por ahora. Si no había problema con lo acababa de idear, entonces si que podría hacer con ella todo lo que quisiera. La arrime a la encimera y me puse a prepararlo todo. Saqué unas chuletitas de la nevera las prepare para los dos. Como la noche anterior. La senté sobre mi y la di de comer después de quitarla la mordaza. Mientras lo hacia, en varias ocasiones metí la mano y la acariciaba el chochito. Cuando terminamos la volví a poner la mordaza y así la tuve mientras recogía y limpiaba la cocina. Mientras lo hacia la empecé a decir—. Había pensado que está tarde íbamos a ir al cine para distraernos un poco, pero ¿sabes una cosa? Que si vanos al cine te tienes que vestir y eso no me gusta porque quiero tenerte todos estos días así, desnudita y a mi disposición lo máximo posible. Por supuesto si tu estas de acuerdo, —Martina afirmó vigorosamente con la cabeza y yo la recompense acariciándola la mejilla—. Por lo tanto lo vamos a hacer aquí y vamos a pasar a tu casa a por el disco duro de tus padres y así entre los dos vemos que es lo que hacen y que es lo que podemos hacer nosotros. ¿Te parece bien? —y afirmó con la cabeza lo que provocó que más babas cayeran sobre su pecho que ya de por si estaba empapado—. No te preocupes por las babas. Una de las gracias de eso que llevas en la boca es que no puedes evitar que caigan. ¿A mamá le pasa lo mismo? —volvió a afirmar con la cabeza y me acerqué a ella y la abracé mientras la besaba el pelo—. Ahora vamos a hacer una cosa que no debería hacer: vamos a entrar en tu casa. Ya sé que tu si puedes, pero no está bien que lo haga yo. Vamos a buscar el disco duro, lo traemos, lo copiamos en otro y lo dejamos en su sitio. Luego nos sentamos en el sofá y nos tiramos hasta la hora de cenar viendo a tus papas. Si eres buena y todo sale como he planeado, como premio está noche te voy a chupar el chochito… y a lo mejor algo más. ¿De acuerdo? ¿confías en mí? —las últimas frases las dije con la mano alojada en su chochito acariciándolo. Se notaba que estaba otra vez muy excitada y nuevamente afirmó con la cabeza. La ayudé a bajarse de la banqueta y la lleve al centro del salón. La miré detenidamente y cogiendo una cuerda, con el extremo la rodeé el cuello e hice un nudo dejando el resto colgando. Las esposas de los tobillos tenían una cadena larga y la deje al máximo de longitud. La hice andar y comprobé que la arrastraba con un ligero sonido metálico.

Cogí las llaves y tiré de la cuerda para hacerla andar en dirección a la puerta y me miró con cara de pánico. La miré y soltando la cuerda me acerque al carrito y de una cajita saque tres pinzas para pezones que llevaban una simpática y sonora campanita. Regresé a su lado, la miré y mientras las colocaba la dije con una sonrisa—: que tonto estoy, tienes razón, te faltaba algo.

Se miró los pezones y me miró supongo que intentando entender el humor adulto y reparó que tenía otra pinza en la mano. La di la vuelta y con una cuerdecita lo sujeté al tapón anal colgando casi entre las piernas—. Ahora sí que estás espectacular, —la dije con una sonrisa. Tiré suavemente de la cuerda y empezó a andar. Mientras la llevaba hacia la puerta de la casa, iba pensando: »¡Joder! Si esto sale bien, y vamos por buen camino, voy a poder hacer con ella todo lo que quiera«.

En el andar arrastraba un poco los pies y el tintineo de las campanitas se acompasaba. Abrí la puerta y la saqué al pasillo. El sonido de las campanas resonaba más que en casa. La miré y estaba aterrada. Recorrimos los tres metros escasos que separaba mi puerta de la de sus pares y antes de abrir la metí un dedo en el chochito y su cara de pánico aumentó, pero apretó la vagina contra mi dedo. Con una sonrisa la bese en la mejilla y abrí la puerta haciéndola pasar. Nada más cerrar la puerta, la arrodillé, la quite la mordaza y la metí la polla en la boca. Gimoteaba de puro placer y era la primera vez que lo hacia sin tocarla el chochito. Aunque casi siempre la daba la opción de decidir, lo cierto es que parecía que empezaba a sentirse sumisa. Me corrí fuera, disparándola a la cara y se la dejé con restos evidentes de semen.

—¿Cuál es el dormitorio de tus padres? —la pregunté ayudándola a levantarse. Empezó a andar y parecía que iba en una nube. Entró al dormitorio y con un gesto señaló el último cajón de la parte inferior de la cómoda. Lo abrí y debajo de la ropa vi una caja metálica. Levanté la tapa y vi el disco duro. Lo saqué, lo dejé todo como estaba y regresamos a casa. Cuando abrí la puerta y salimos al pasillo, oímos voces en la zona de las escaleras y Martina entró en pánico. Intentó volver a casa, pero cerré la puerta y con parsimonia me acerque a la mía. La abrí y por fin se encontró a salvo.

—¿Sabes que es lo mejor de todo esto? —la pregunté abrazándola. Negó con la cabeza y riendo dije—. Que tenemos que volver a devolver el disco , —y me eché a reír.

martes, 21 de enero de 2025

Mi preciosa princesita (capítulo 2)

 



Antes de empezar con este capítulo creo necesario aclarar algunas cosas. Muchos pensaran que he manipulado a está niña y posiblemente tengan razón, de hecho la tienen, pero lo cierto es que ella ya era propensa a ser manipulada. Es decir, que no partí de cero, no cambie su forma de pensar. Desde que furtivamente empezó a visionar las pelis de sus padres ya era proclive a entregarse al sexo y lo único que hice fue aprovechar la ocasión, y como dice el refrán, “acercar el ascua a mi sardina”. No tengo dudas de que con el tiempo, si yo no hubiera intervenido, se habría insinuado al padre o a algún niñato y sinceramente, antes que ellos, yo.

Por otro lado, como ya he dicho en el capítulo anterior, de psicología y sexualidad infantil ni idea, pero no hay nada que no solucione Internet y la Wikipedia. Lo digo porque alguno se habrá sorprendido de que Martina con 10 años haya tenido un orgasmo o que haya lubricado su vagina. Pues es perfectamente posible y los estudios dicen que desde los tres o cuatro años. El primer sorprendido fui yo.

En cuanto a mi, me llamo Raúl y tengo 41 años. Soy soltero y siempre lo he estado. No tengo hijos ni ningún tipo de obligación familiar. Mis padres ya murieron y con el resto de la familia no tengo ningún contacto. Trabajo de asesor y operador bursátil para una multinacional coreana con intereses en la bolsa de Mumbai (Bombay, India) y lo hago desde casa, teletrabajando. Para eso me levanto entre las tres y media o cuatro de la madrugada que allí son las ocho y media más o menos. Sobre las doce del medio día lo dejo y me echo una siesta de un par de horas. Gano mucho dinero y eso me permite tener una vida muy desahogada porque además no tengo grandes gastos. Mis ganancias las tengo colocadas en un fondo personal fuera de la zona del Pacífico y me produce muchos beneficios. Mi hobby es mi trabajo: las finanzas me apasionan. Esa es mi vida, que además es la que me gusta. Y ahora vamos a seguir con el segundo capitulo.



Martina se había quedado recostada en el sillón y desde allí veía lo que yo hacia en la cocina. Mi casa no es muy grande, un par de habitaciones, el salón con cocina y un baño. Para mi solo, es totalmente suficiente. Desde la encimera que separaba la zona de la cocina del salón, la observaba y me extrañaba lo callada que estaba y que me hubiera pedido seguir con las manos atadas. En condiciones normales no paraba de hablar. Tal y como estaba sentada, más que sentada, recostada de lado, la veía todo el costado, el muslo e insinuándose por debajo su línea vaginal.

Dejé los preparativos y me acerqué a ella mientras me seguía con la vista como hipnotizada. La cogí en brazos, me senté en el sillón y la puse encima de las piernas con su carita apoyada en mi pecho.

—¿Qué te pasa mi amor? Estas muy callada.

—Estaba pensando, —contestó con su vocecita.

—¿Y que piensas?

—Me preguntaba que va a pasar ahora, —contestó incorporándose—. Sé lo que papa y mamá hacen, pero no sé lo que vamos a hacer nosotros.

—Saca la lengua, —la dije y cuando me obedeció empecé a morrearla atrapándosela—. ¿Confías en mí, mi amor? —afirmó con la cabeza—. Pues entonces no tienes de que preocuparte. Lo que hemos hecho antes es solo el principio. ¿Te gustaría que te chupase el chochito como hace papa con mamá? —se me ocurrió mientras la veía desde la encimera. Volvió a asentir. La abracé y la morreé otra vez. Está vez sacó la lengua sin que se lo dijera: aprende rápido.

—¿Voy a seguir atada?

—Tú me lo has pedido, ¿quieres que te desate?

—No, no, quiero seguir así: me gusta mucho.

—Voy a terminar de preparar la cena y luego nos podemos sentar en el sofá y mientras reposamos podemos ver una peli.

—¿Qué peli? —dijo frunciendo el ceño.

—La que quieras.

—Una muy guarra.

—¡Joder tía!

—A ver si me vas a decir que soy pequeña para verla cuando me acabas de meter un cacharrito por el culito.

—¡Joder tía! —repetí riendo está vez—. Vale, no te lo digo. Luego miramos algún portal de descargas a ver lo que hay.

—Guay.

—Por cierto, se me está ocurriendo que me gustaría adornarte el culito, —me eché a reír de la cara que puso Martina. Me levanté, la deposité de pies en el suelo y me acerqué al mueble que tengo en el salón. Con las manitas atadas a la espalda me siguió visiblemente interesada. Abrí una de las puertas y saqué una caja de cartón negra con un gran diamante dibujado en la tapa.

—¿Qué es eso Raúl?

—A ti te lo voy a decir, lista, —bromeé riendo mientras ella fruncía el ceño.

—Has dicho que era para mi culito, ¡eh! —dijo muy chulita.

—¿Eso significa que te lo vas a poner? —la pregunté mientras me sentaba en el sillón.

—Ya me estás liando, —dijo dando un golpe con el pie en el suelo.

—Has dicho que me ibas a obedecer en todo. Yo quiero que te lo pongas, pero hay que elegir el color.

—¿Unas braguitas?

—Me gusta verte con el chochito y el culito al aire mi amor: no voy a ponerte unas braguitas. De hecho, es muy posible que no te vistas en estos cuatro días.

—Bueno vale, me lo pongo.

—Ven aquí, —la llamé y se acercó. La cogí la carita y la besé en los labios. Después la senté sobre mis rodillas y abrí la caja.

—¿Qué es eso? —dijo Martina mirando el contenido de la caja.

—Tantas pelis que has visto de adultos ¿y no sabes lo que es esto?

—Pues no, —respondió remedándole.

—Son dilatadores, tapones anales y como ves son de colores distintos, —la dije y cogiendo el más gordo se lo mostré—. Este es el que más me gusta.

—¿Eso va dentro? Ese es muy gordo.

—A ver como te queda: abre la boca, —la dije y se lo metí. Después cogí el móvil y activé la cámara para que se viera.

—Me gusta, pero es muy gordo, —dije cuando se lo saqué. La enseñe el mediano y negó con la cabeza.

—Pues este entonces, —dije cogiendo el pequeño que era de unos tres centímetros y metiéndoselo en la boca para que lo mojara. Guarde los otros y la tumbé bocabajo sobre mis piernas. Cogí un poco de vaselina y con el dedo se lo apliqué metiendo un poco el dedo dentro. Durante unos segundos la estuve estimulando con el dedo y la verdad es que reaccionó bien. La quité el tapón de la boca y se lo metí con cuidado y a continuación empecé a estimularla el clítoris. Rápidamente empezó a gemir, mucho más cuando con la palma de la mano la movía el tapón. Me sorprendió lo rápido que llegó al orgasmo y durante unos segundos estuvo moviendo las piernecitas. Sin esperar a que se recuperara, la arrodillé en el suelo, me puse de pies y la metí la polla en la boca. Estuve casi diez minutos así mientras me la chupaba, pero no me corrí porque hacia poco que lo había hecho. De todas maneras es la hostia lo que se siente cuando tienes a alguien de rodillas comiéndotela y la miras desde arriba.

La ayudé a levantarse y se sentó en el sillón en la misma posición que estaba media hora antes. Me fui a la cocina porque al final se iba a hacer tarde. Preparé unos filetes de salmón a la plancha que su madre me dijo que la gustaba mucho. Comimos en la misma encimera. Me senté en una de las banquetas altas que tenía y a Martina la senté sobre mis piernas. Con mi tenedor la fui dando de comer al mismo tiempo que lo hacia yo. Cuando terminamos la llevé en brazos al sofá y yo recogí todo rápidamente. Me prepare una copa y me senté a su lado.

Con el mando empezamos a buscar y al final encontramos una peli que la llamó la intención. Era infumable y era una mezcla de terror, zombis, sado y las tías se tiraban toda la peli atadas mientras las hacían de todo y luego se las comían. De flipar, pero Martina se reía mucho y lo que más la molaba es que las chicas, como ya he dicho, estaban casi siempre atadas. Cogí la cuerda y volví a atarla los tobillos y con su mirada vi claramente que me lo agradecía. También me di cuenta de que si en ese momento la tocaba el chochito se iba a correr otra vez. Pero no lo hice y como estaba recostada sobre mi pecho me dedique a sobetearla por todas partes salvo por la vagina. Mis manos se deslizaban por sus bracitos, sus pezones, sus muslos y sus pies que por cierto cada vez me gustaban más, en realidad como toda ella.

Cuando la peli terminó eran casi las dos de la madrugada y Martina tenía una cara de sueño impresionante. La levante en brazos y la lleve al dormitorio. Con suavidad la deposité sobre la cama bocabajo y coloque las cámaras y encendí los focos. Había colocado sabanas negras y su cuerpecito se resaltaba con la iluminación. Con una cuerda uní por detrás las ataduras de las muñecas con las de los tobillos.

—¿Tienes sueño mi amor? —la pregunté mientras la movía un poquito el tapón anal.

—Si, —respondió con voz soñolienta y los ojos cerrados porque la debía molestar la luz.

—Pues todavía no puedes dormir, —la dije volteándola y poniéndola de lado. Su cuerpecito se quedó arqueado hacia atrás con una imagen muy potente—. Primero tenemos que jugar y luego me la vas a chupar otra vez hasta que te llene esa boquita tan preciosa de semen.

No respondió nada, no hizo nada, simplemente se dejó hacer. Con el móvil estuve sacando primeros planos de su carita, de su torso, de la rajilla que se vislumbraba entre sus muslos y de sus pies, que me seguían enamorando. Decidí que de alguna manera me tenía que masturbar con ellos: ya lo pensaría al día siguiente. Me tumbe a su lado, la abrace y empecé a morrearla. Sacó la lengua y peleo con la mía. La tiré suavemente de las coletitas y la obligué a mostrarme el cuello. Metí la boca y la nariz y mientras la besaba la olía. Baje hasta sus pezoncitos, y los estuve chupando con fruición. Baje la mano y metí un dedo en su rajita y la fui estimulando hasta que empezó a gemir. La separé un poco las piernas e introduje un poco el dedo en su vagina. Unos minutos después la llegó otro orgasmo que crispó su cuerpecito mientras chillaba de placer e intentaba patalear. Fue tan intenso que durante unos instantes tuvo unos espasmos que recorrieron su cuerpecito. Mientras esto pasaba, la puse bocabajo y lleve su cabecita al borde de la cama. Me arrodille y la penetré la boquita. La estuve follando y la verdad es que tarde bastante. No quise pasarme y aunque sentía unas ganas terribles de metérsela hasta el fondo, me controle. Finalmente, me corrí y un poco de mi semen se escapó por la comisura de los labios. La mantuve dentro un ratito mientras de manera hipnótica la miraba los pies que estaban en alto. La saqué y me entretuve en pasársela por la carita. En ningún momento se quejó y eso que sabía positivamente que seguía despierta.

La desate las manos y los pies y estuve un ratito masajeadola las muñecas y los tobillos. Con una toallita húmeda la lave la carita y las besé otra vez en los labios.

—¿Quieres hacer pis mi amor? —la pregunté. No contestó, se levantó y se fue al baño. Regresó inmediatamente y se metió en la cama que ya había abierto. Me metí yo también y apague la luz después de mirar la hora en el móvil: eran mucho más de las tres—. Mañana despiértate cuando quieras cariño.

—¿Y que vamos a hacer?

—Voy a estar queriéndote y jugando contigo todo el día. ¿Te parece bien mi amor?

—Si, me parece bien.

Me pegué a ella abrazándola y sobando su culito con mi polla. Tardé en dormirme porque me puse a repasar los acontecimientos del día. ¡Joder! Y solo había sido por la tarde. No sé si voy a sobrevivir mañana que es cuando empieza la fiesta escolar. Y después quedan tres días más. Decidido, mañana por la tarde nos vamos al cine.

















sábado, 11 de enero de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 1)

 



Tal y como había acordado, a las cuatro de la tarde estaba en la puerta del colegio. Cuando salió, la cogí la cartera y sin ninguna muestra especial de cariño, la di la mano y nos encaminamos a casa. Aunque entre ella y yo, se suponía que ya todo estaba claro, durante los diez minutos que se tarda en llegar fuimos hablando.

—Entonces repíteme lo que vamos a hacer está tarde.

—Que pesado, —respondió con su vocecita—. Vamos a gravar un video dónde me vas a hacer preguntas y yo las voy a contestar. Me vas a explicar todo lo que vamos a hacer y yo voy a decir si quiero o no quiero hacerlo.

—Muy bien mi amor.

—¿Y no vamos a follar? —me preguntó de sopetón y me sobresalté. Estábamos en la calle y rápidamente miré a todas direcciones.

—¡Pssss!

—Ya sé que no se puede enterar nadie: estamos solos.

—Vamos a hacer otras cosas. Hoy lo más importante es el video, aunque el resto del finde también te voy a grabar. Si lo de hoy sale bien, te puedo premiar y puedo dejar que me la chupes como le hace mamá a papa, —la dije al oído agachándome—. Pero me tienes que obedecer en todo.

—Entonces va a salir bien, —dijo con una amplia sonrisa.

—¿Tienes ganas de hacer lo que hacen tus papas?

—Sí, pero lo que más quiero es que estés contento conmigo.

—Entonces seguro que lo voy a estar porque voy a estar con una niña súper preciosa y maravillosa, que me va a obedecer en todo, —mi respuesta provocó una amplia sonrisa en ella. Me incorporé y seguimos andando.

Llegamos al portal y subimos al ascensor. No lo pude evitar y cuando se cerraron las puertas con los dedos de la mano empecé a acariciarla los labios. Rápidamente me atrapó uno y se lo metió en la boca. Cuando llegamos saqué el dedo y me miró con una sonrisa picara de niña de diez años que son los que tiene. Por fortuna no nos encontramos con ningún vecino porque el abultamiento de mi bragueta era evidente.



Todo empezó casi un año antes cuando mis vecinos me pidieron, por favor, que si me podía quedar con su hija tres horas por la tarde una vez a la semana. Con ellos tenía la típica relación cordial de vecinos y a la niña la conocía desde que nació. Antes de eso ella ya se había colado alguna vez en casa desde que descubrió mi afición por los tebeos, o cómics como los llaman los modernos. El caso es que no me importó quedarme con ella y eso terminó, como ya he dicho, siendo una vez a la semana con la excusa de que tenían que ir a cursos en el trabajo.

Martina era una preciosa niña de nueve años por entonces. Era más bien bajita para su edad, no pasaría de metro veinte de altura. Claramente había salido a su madre, una atractiva rubia mediando los treinta que no pasaba del metro sesenta que además tenía unas abundantes y artificiales ubres que camuflaba su seguramente poco pecho. Claramente su belleza la había heredado la niña, también rubita de ojos claros y muy delgada fruto de la gimnasia que la madre la obligaba a practicar. En cuanto al padre, era un señor bastante más mayor que la madre. Alto, regordete y peludo como un oso transilvano, era la amabilidad personificada. Los dos, de origen rumano, trabajaban en una empresa de gestión de alquileres y se veía que no tenían penurias económicas.

Martina resultó ser una cría muy dicharachera, y la verdad es que me sorprendió. Lo contaba todo y en poco tiempo me sabía la vida y milagros de su familia. Lo que más me sorprendió y que me dejó con la boca abierta fue cuando me contó con pelos y señales todo lo que sus papas hacían en el dormitorio.

—¿Y como sabes todo eso? —la pregunté flipando cuando con toda naturalidad me contó como su mamá se la chupaba a su papa.

—Porque lo gravan y luego lo veo, —me contestó con toda la tranquilidad del mundo.

—A ver, explícame eso. ¿Cómo que lo ves?

—Ellos tienen un disco duro con pelis de mayores que ven en la tele del dormitorio. También gravan lo que hacen y lo guardan en el mismo sitio.

—¿Y lo tienen a la vista? —pregunté con precaución.

—Nooo, ¿cómo lo van a tener a la vista? Cuando mamá se echa la siesta en el sofá, yo me cuelo en su dormitorio y copio los archivos en un pincho y luego los paso a un ordenador viejo que tengo en el armario de mi habitación, —ahí ya sí que terminé de flipar.

—Pero… ¿sabes hacer todo eso?

—Claro, voy a informática desde los seis. Papi dice que es el futuro; eso y el inglés.

—¡Joder! ¿Cuántos años tienes? —la pregunté aunque lo sabía perfectamente.

—Casi diez, —contestó muy chulita.

—¿Y cuando ves esas pelis que piensas? —Martina me miró largamente y terminó encogiéndose de hombros—. ¿Sientes algo?

—¿Qué si siento algo? Que me gusta verlo, además, siento cosas en el chochito.

—¿Cómo sabes esa palabra?

—Porque se lo dice papa a mamá.

—¿Te gusta ver lo que hacen? —acerté a preguntar cuando me repuse de su contestación.

—Sí.

—¿Te gustaría hacer esas cosas? —pregunté sintiéndome muy audaz. Martina contestó afirmando enérgicamente con la cabeza—. ¿Y con quién?

—Con papa… pero ya sé que no es posible.

—¿Se lo has preguntado?

—Nooo, ¿cómo le voy a preguntar eso? Contigo si lo haría.

Si no hubiera estado sentado en el sillón, al oír las palabras de la niña se me habrían aflojado las piernas—. Cariño, mira, todo esto que me acabas de contar es mejor que no lo hables con nadie más, porque nos podemos meter en un lío muy gordo.

—Ya sé que no, —afirmó.

—Vale, pero quiero aclarártelo para que lo entiendas. Eres menor de edad… muy menor de edad, y si se supiera que ves las pelis guarras de tus papas o que por algún malentendido pensaran que tú y yo hacemos lo mismo que ellos, nos meteríamos todos en un lío muy, pero que muy gordo. ¿Lo entiendes?

—¿En qué lío nos meteríamos?

—Pues yo seguro que iría a la cárcel y tus papas pueden perder tu custodia y tú irías a un centro de acogida. ¿Sabes lo que es eso? —Martina negó con la cabeza—. Es un lugar dónde van todos los niños que no tienen familia o que los maltratan.

—Pero yo si tengo familia y no me maltratan.

—No, si tus papas pierden tu custodia, no tienes familia y además, hay gente que puede pensar que tener sexo con niñas lindas y preciosas de casi 10, es un maltrato.

—¿Qué tontos no? —dijo con voz preocupada—. Pues entonces es mejor que no se entere nadie.

—Eso es lo mejor mi amor. Pero a nadie, ni siquiera a tus compis de clase o tus amigos del barrio.



Este es un resumen de mis conversaciones con ella y tengo que reconocer que empecé a mirarla con otros ojos. Admito que no tengo ni puta idea de psicología infantil y mucho menos de su sexualidad, pero no hay casi nada que Internet no pueda solucionar. Eso sí, hay que hacerlo con cuidado para que las alarmas no salten.

El caso es que un tiempo después de empezar a recibirla por las tardes, Martina llegó con una noticia.

—Mis papas se tienen que ir a un congreso y no encuentran a nadie con quién dejarme.

—¿Cómo que no?

—Es que son cuatro días y coincide con unos días que no hay cole y mis amigos se van de viaje, —me dijo mirándome fijamente. Claramente esperaba que me ofreciera—. Están pensando en llevarme a una residencia.

—¡No jodas! —la exclamación se me escapó—. Perdona mi amor.

—Voy a hacer como que no lo he oído, —dijo riendo.

—¡Qué cabrona eres! ¡Joder! Otras vez. Mejor me calló…

—Si, mejor.

—… pero ahora cuando llegue mamá hablo con ella.

Y así fue como durante cuatro días iba a vivir con Martina.



Entramos en el piso y la llevé a la habitación que había preparado para ella aunque solo la iba a utilizar para dejar sus cosas y un cocodrilo verde de más de un metro de largo sin el que no podía dormir. Además, esa habitación era dónde yo trabajaba: sobre eso ya hablaré más adelante.

—Mientras preparo las cosas, date una ducha, —la dije de manera un poco tajante. Desde el principio la hice creer que ella tenía el control de todo, pero la realidad es que todo iba encaminado a que me obedeciera siempre—. Después ponte el pijama, las braguitas, las zapas, péinate con un par coletas y sal al salón.

No dijo nada, se quitó el abrigo, se empezó a desnudar y me fui al salón a hacer una última inspección: lo tenía todo preparado. Al cuarto de hora llegó al salón con un bonito pijama de color rosa con unicornios con un poco de brilli brilli. Debajo del brazo traía el cocodrilo.

—Por favor mi amor, siéntate en el sillón, —dije y lo hizo mientras miraba interesada las tres cámaras web con trípode y los tres focos que iluminaban la escena que eran del tipo anillo y que rodeaban las cámaras—. Vamos a empezar y no te pongas nerviosa: ya sabes que esto va a durar lo que tu quieras.

—Vale.

—Dime tu nombre y apellidos completos, —dije después de sentarme en una silla frente a ella y de poner las cámaras a grabar. Una estaba centrada en ella y solo recogía el sillón. La otra cogía más ángulo y la última estaba de lateral y la cogía de perfil. El cocodrilo reposaba placidamente sobre sus piernecitas.

—Luminita Martina Kovaci Zamosteanu.

—¿Luminita?

—Si, por la abuela de mi papa, pero ellos nunca lo usan.

—¿Eres española?

—Sí claro, nací en Madrid.

—Tendrás la doble nacionalidad.

—No, en Rumania eso no existía antes: ahora no sé. Solo soy española. Mis papas dicen que no van a volver nunca a allí.

—¿Cuántos años tienes?

—Casi 10.

—¿Estas aquí por voluntad propia? Es decir, ¿te estoy obligando de alguna manera?

—No me estás obligando, estoy porque quiero.

—Y dime, ¿qué quieras que pase? —Martina se encogió de hombros—. Me refiero a si quieres hacer lo que hacen tus papas.

—Si, si, lo mismo y lo que tú quieras.

—¿Y como sabes que es lo que hacen tus papas?

—Porque lo gravan en video y yo los veo. Además, tienen muchas pelis y siempre ven alguna antes, cuando están solos en su habitación.

—¿Y como las puedes ver?

—Porque sé las claves del disco duro dónde las tienen.

—Pero ellos no saben que las ves, —afirmé.

—¡Nooo! Se cabrearían mucho si se enteraran.

—Pues tranquila que yo no se lo voy a decir, —dije riendo—. Por favor, ¿quieres quitarte la parte de arriba del pijama? —no contestó y se la quitó después de dejar el cocodrilo a un lado. Con diez añitos no tenía pecho, pero ya se la notaban los pezones gordos, muestra de que estaban a punto de empezar a florecer—. Muy bien mi amor: gracias. Y dime, ¿qué le hace tu mamá a papa?

—Le hace muchas cosas: todas las que él dice.

—¿Y quieres hacérmelas a mí? —Martina asintió vigorosamente—. Por ejemplo, ¿le chupa la colita a papa?

—Sí, y el culo también. Y papa a mamá también: la chupa todo. Yo creo que les gusta mucho.

—¿Y que más mi amor?

—La mete la cola en su chochito y en el culo.

—Y además de eso, ¿juegan a algo? —pregunté—. Por favor ¿te quitas el pantalón?

—Papa ata a mamá con cuerdas y con unas esposas de esas que llevan los polis en las pelis, —respondió mientras se quitaba los pantalones y las zapas. Por primera vez la vi las piernecitas y los pies. Siempre la vi con los leotardos del cole o con mallas deportivas—. También la pega con un látigo.

—¿Con un látigo? —asintió con su preciosa cabecita—. ¿Y a ti te parece bien lo que hacen?

Primero se encogió de hombros, pero a continuación dijo—: creo que si lo hacen no será malo.

—¿Te gustaría que te lo hiciera yo?

—Si quieres hacerlo vale… pero lo del látigo no lo tengo claro.

—Pues por ahora descartamos el látigo, ¿no te parece? Quítate las braguitas por favor.

—Vale, por ahora lo descartamos, —repitió sin titubear mientras se las quitaba.

La miré detenidamente y lo que vi me gustó muchísimo. La polla la tenía a reventar pero tenía preparado un guión que iba a cumplir a rajatabla o al menos lo iba a intentar. No quería saltar sobre ella y que se asustara. Antes de ir al cole a recogerla me había masturbado. No quería que cuando me la chupara, si todo iba según lo previsto, me corriera a las primeras de cambio: quería durar algún segundo más.

—Cariño, sube las piernas y sepáralas, —rápidamente lo hizo y en esa posición me percate que la respiración la empezaba a tener un poco agitada—. ¿Te quieres tocar el chochito?

Sin contestar, se lo empezó a tocar. Me levanté y acerqué la cámara frontal para tenerla en primer plano—. Mete la mano izquierda en el hueco del sillón y saca lo que hay, —la ordené unos minutos después. inmediatamente obedeció y después de apartar el cocodrilo sacó un vibrador fino que terminaba en punta—. ¿Sabes lo que es?

—Sí, mamá y papa tienen muchos.

—¿Quieres usarlo? —la dije y como asintió con la cabeza añadí—: dale al botón, pero no te lo metas en el chochito: solo por fuera. Y por favor, mira siempre a la cámara: quiero ver esa carita tan maravillosa que tienes.

Mientras me obedecía con una amplia sonrisa, me acerqué y con cuidado para no estorbar el plano de la cámara me arrodillé junto a ella. Con cariño la acaricie el cabello, sus coletitas y pasé a recorrer sus labios con los dedos. Cerró los ojos y entreabrió la boca y miré su precioso rostro y los dientecitos que se vislumbraban entre los labios. La respiración ya la tenía definitivamente agitada muestra de que el vibrador la hacia efecto. Bajé la mano hacia sus inexistentes tetillas, pero me agradó pasar los dedos por los pezones. Después llegué a su ombligo, su vientre y por fin alcance su vagina que noté húmeda. Acerqué los labios al oído y la susurré una orden que cumplió de inmediato. Bajó un poco la mano y colocó la punta del vibrador en el ano mientras yo la acariciaba la vagina. Su respiración se hizo más agitada y me sorprendió que se la empezaran a marcar un poco las costillas. No era raro porque estaba muy delgada. La volví a susurrar al oído—. Métete el vibrador un poco en el culito.

—No entra, —dijo con voz entrecortada después de intentarlo.

—¿Me dejas que te ayude? —Martina asintió—. Pero me haría muy feliz que lo hicieras tú misma, —volvió a asentir mientras yo la acariciaba la vagina más suavemente. Cogí un tuvo de lubricante y poniéndome un poco en el dedo la lubrique el ano e incluso metí mínimamente el dedo dentro sin que se resistiera. También puse un poco en el vibrador y la conduje la mano hasta que estuvo en posición. Entonces volví a susurrarla al oído—. Ahora entrara mejor, pero cuando aprietes quiero que hagas un poco de fuerza hacia afuera con el culito como cuando vas a hacer caca.

Sin pensarlo me obedeció y por la pantalla de televisión dónde se veía lo que las cámaras grababan vi como el vibrador entró incluso más de lo que había previsto. En ese momento la acaricié el chochito con más energía y empezó a gemir mientras la mano se me mojaba definitivamente y ella intentaba pararla con las suyas. Empezó a gemir y deje de estimularla y la ordené que metiera más el vibrador y así lo hizo. Cuando vi que estaba a punto la paré la mano para que no siguiera.

—¿Quieres correrte como hace mamá? —afirmó vigorosamente con los ojos cerrados mientras seguía respirando agitadamente—. Voy a hacer que lo hagas, pero primero te lo tienes que ganar. ¿Te parece bien? —y volvió a asentir con la cabeza.

La hice levantarse, pero la ordené que no se sacara el vibrador. Aparte un poco el sillón y la puse de perfil. Coloqué un almohadón en el suelo y la ayude a arrodillarse mientras sujetaba el vibrador con su manita. Cogí un trozo de cuerda de color rosa que había comprado para este evento, la rodee la cadera y lo ate al vibrador. La idea era que no se saliera de su culito, además, antes de hacerlo se lo metí un poco más. Después la hice separar las piernas y con otro trozo de cuerda la até los tobillos: nada muy elaborado. Lo mismo hice con sus manitas que quedaron cruzadas por la espalda. Martina asistía a los preparativos mirando todo lo que hacia pero no ofreció la más mínima resistencia o la más mínima queja: la verdad es que estaba como en trance. Recoloqué rápidamente las cámaras para que gravaran sin perder detalle y poniéndome delante de ella la puse la punta de la polla a un par de centímetros de la boca. No podía chuparla porque la tenía sujeta por las coletas. Miré la tele y la imagen fue tan sugerente que aparte la vista. Miré a Martina y vi que miraba la punta de la polla con atención: estaba segregando liquido.

—Es liquido seminal mi amor. A todos los hombres nos sale. Si mamá sé la chupa a papa es porque la gusta. ¿Quieres probarla a ver si te gusta a ti también? Estoy seguro de que si, —no la veía muy decidida, pero finalmente mojó la punta de la lengua y lo probó. A continuación se metió el glande y empezó a chupar como seguramente había visto hacer a su mama—. Me la vas a chupar muy despacio mi amor, como mamá hace con papa, —insistí y asintió— y cuando me corra, ya sabes que va a salir un líquido blanco. ¿Qué hace mamá?

—Si lo tiene en la boca se lo traga, pero hay veces que papi se lo echa en la cara, —respondió con su vocecita.

—Yo te lo voy a echar en la boquita y ya sabes lo que tienes que hacer. Lo vas a pasar muy bien y después mucho más: te lo prometo.

Empecé a pasarla la polla por los labios y la carita hasta que finalmente se la fui metiendo lentamente. Durante unos minutos me la estuvo chupando. Incluso saqué primeros planos con mi móvil de su carita y su boquita tragando mi polla. Después, me senté en el sillón con ella entre las piernas y después de morrearla vigorosamente se la volví a meter en la boca. Al rato, me recosté elevando las piernas y conduje su boca a mi ano. Estaba forzando la situación para ver sus limites y parecía que por el momento no tenía—. Saca la lengua y muévela, —la ordené y obedeció de inmediato. Después volví a sentarme bien y siguió chupando. Me incline sobre ella y alargando la mano le di más potencia al vibrador y empecé a sacarlo y meterlo. Reaccionó rápidamente y a pesar de tener la boca llena con mi polla noté que gemía. Finalmente me corrí y mientras lo hacia se lo fue tragando. La mantuve un par de minutos dentro de su boquita y después la acaricie la mejilla—. Buena chica mi amor, —ella me devolvió una amplia sonrisa con algún resto de semen en los labios.

Me levanté y me coloqué de rodillas al lado contrario al de la cámara. A ella la deje en la misma posición. Pasé la mano derecha por delante y alcance su vagina con facilidad mientras con la izquierda manejaba en vibrador. Empezó a jadear y a gemir y se recostó en mi brazo derecho—. Si tienes ganas de gritar hazlo mi amor, —la susurré al oído y a los pocos segundos se crispó y mientras chillaba tuvo su primer orgasmo. Durante unos segundos más estuvo gimiendo mientras se recuperaba. Después me puse delante de ella y la morree la boca—. Muy bien mi amor, muy bien. ¿Descansamos un poco? —afirmó con la cabeza y la desaté los pies. La ayude a levantarse y la quité con cuidado el vibrador. Mientras su respiración se normalizaba la fui a desatar las manos, pero me dijo que no.

—No me lo quites, me gusta.

—Pero cariño, tenemos que cenar que es la hora.

Martina me miró y dijo con coquetería—: dame tú de comer.

—Como quieras, —la dije. La miré detenidamente y la vi cansada. Decidí tomármelo con más calma, aunque con lo fácil que había resultado todo empecé a no descartar el follármela.