miércoles, 9 de abril de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 13)

 



Como hacia en Madrid, me levantaba muy temprano y a las 3:30h ya estaba conectado. Martina seguía durmiendo como una ceporrílla hasta que su móvil la despertaba a las 9:00. Se daba una ducha rápida, se ponía el bikini y envuelta en su pareo bajaba al comedor dónde me preparaba una bandeja con el desayuno. Una cafetera con café negro, zumo de naranja, algo de fruta, algo de jamón y churros: me encantan. Después, ayudándose con un carrito que la dejaban los del comedor del hotel me lo subía, me lo dejaba y cargaba el carrito con sus cosas de la piscina. Bajaba otra vez, devolvía el carrito y desayunaba. Después, se iba a la piscina dónde ocupaba dos tumbonas y me esperaba hasta que yo bajaba. Siempre lo tenía todo preparado para mi llegada. Su tumbona al sol y la mía con una sombrilla porque nada más llegar, la daba un casto beso de padre y me tumbaba a dormir algo menos de una hora.

En ocasiones, algún mozalbete de su edad, con las hormonas disparadas, la abordaba con ánimo de algo que es fácil de imaginar, pero la verdad es que Martina sabe ser muy borde y los espantaba sin darles la más mínima opción.

Esos días, nuestra actividad sexual se redujo bastante, más o menos como entre semana en Madrid. Sobre las dos, íbamos al comedor y cuando terminábamos subíamos a la habitación y después de una ducha rápida los dos juntos, nos tumbábamos en la cama y me tiraba un buen rato besándola y sobeteándola: soy un adicto no lo puedo remediar. Mi principal deporte es hacer que goce y que se retuerza en mis brazos con sus orgasmos. No interactúa conmigo y se deja hacer salvo cuando la doy una orden. Finalmente, la ofrezco la polla y rápidamente se pone a chupar mientras yo hago lo mismo con su precioso chochito. Cuando noto que la llega un nuevo orgasmo, la sujeto la cabeza para que no se saque la polla de la boca y sigo insistiendo hasta que finalmente eyaculo y se la lleno con mi esperma.

Después, damos una cabezada y a eso de las cinco, bajamos al coche y vamos a la playa hasta que el sol empieza a tumbarse en el horizonte.



Llevábamos casi dos semanas allí y un día, durante la cena, la dije—: ¿qué te parecería si seguimos aquí un poco más?

Pero ¿no tienes que trabajar…?

Puedo seguir desde aquí: ya lo he hablado con mi jefe y no ve inconveniente, —dio un chillido y se levantó de la mesa para abrazarme mientras me llenaba de besos la frente—. Ya veo que te parece bien.

Sí, sí, sí, ¿pero el hotel…?

También lo he hablado y podemos quedarnos en la habitación diez días más.

¡Genial! —exclamó—. Ya veras cuando se lo diga a Bruna: que alegría se va a llevar.

Pero el domingo que viene nos vamos de senderismo, —la avisé.

Pero, aquí ¿por dónde? Solo están las salinas de los flamencos.

Nos acercamos a Mojácar que está a quince o veinte kilómetros con el coche. Allí hay una ruta muy chula que va por el acantilado.

¿Muy larga? —preguntó Martina con desconfianza.

Eso es lo de menos. Nos vamos tempranito y para la hora de comer estamos de regreso.

Bueno, vale, —dijo con la misma desconfianza.



Llegó el domingo y a las ocho de la mañana bajamos a desayunar ya preparados para salir. Cuando terminamos, bajamos al parking y en el coche emprendimos camino a Mojácar. Aparcamos en una zona que hay preparada para eso en la Playa de El Bancal que está próxima al sendero de la Mena. Este primer tramo de la ruta la encantó porque va por el acantilado y es muy espectacular. El sendero desembocó en la playa dónde se levanta el castillo de Macenas.

Antes de seguir tengo que decir que Martina iba preciosa. Es cierto que a mi siempre me lo parece y que siempre la miro con ojos de vaca enferma, pero es que está vez me lo parece más. Llevaba una malla corta y la parte de arriba del bikini, todo de color morado. En la cabeza se había puesto una de mis gorras y unas gafas de sol polarizadas. Incansablemente sacaba fotografías con su móvil que llevaba colgado en bandolera y yo hacia lo mismo con ella. Todo el tiempo, mientras andaba posaba para mi, aprovechando que el camino estaba poco concurrido. Estuvimos un rato en la zona del castillo y luego reemprendimos la marcha. Poco a poco la silueta de la Torre de El Pirulico se fue haciendo presente. Llegamos al comienzo del sendero que sube a la antigua torre vigía y empezamos a ascender. Mi amor iba por delante y yo como un zombi seguía su traserito redondeado por la malla. Su cuerpo brillaba un poco por el sudor del esfuerzo de la subida y porque el sol pegaba fuerte. Llegamos a la escalera final y atravesamos la torre para salir a la balconada exterior y Martina se apoyó en la barandilla extasiada por el panorama que se abría ante ella con la inmensidad del mar hasta dónde la vista se perdía.

Antes de entrar miré hacia el camino y comprobé que no se veía a nadie. Rápidamente la cogí por detrás y empecé a besuquearla el cuello y note el sabor saladito por el sudor. La bajé la malla y después de hacer yo lo mismo me saqué la polla y se la metí entre las piernas. Se dejó hacer en todo momento y cuando por fin se la introduje, la cruce sus bracitos por delante para sujetarlo con la izquierda mientras con la derecha la atacaba la vagina. No hubo preámbulos ni mucho tiempo, pero rápidamente empezó a jadear e instantes después la llegó el primer orgasmo, seguido de varios más. Al rato, me corrí yo también mientras escuchaba como gente había llegado al pie de la escalera de acceso. Rápidamente nos subimos las mallas e hicimos el paripé de sacarnos fotos.

¿Seguimos o regresamos ya papa? —preguntó mientras bajábamos por la escalera hasta el camino.

Si quieres podemos seguir, pero el camino ya no es tan interesante. Lo que quieras.

Por mi regresamos que empiezo a tener hambre.

Pues ala, vámonos, —dije y empezamos a desandar el camino. Martina no hizo el más mínimo comentario sobre lo que había pasado en el Pirulito. Era la primera vez que la follaba fuera de casa o del hotel y lo había aceptado con total naturalidad. Decidí que en el futuro exploraríamos más a menudo estas situaciones.

Mientras regresábamos no lo pude remediar y cada dos por tres la abrazaba y la sobeteaba. No veía el momento de llegar al hotel porque el camino empezaba a estar muy concurrido y no había posibilidad de mucho. Si hubiera podido la hubiera follado otra vez detrás de una piedra. Ella reía complacida y feliz sintiéndose deseada.



Llegamos al hotel un poco tarde y después de aparcar fuimos al comedor porque faltaba poco para que cerraran. Después subimos a la habitación y por supuesto, ya en el ascensor empecé a meterla mano. Decir que empecé es una licencia literaria porque desde que la cacé furtivamente en El Pirulico no había dejado de hacerlo. Rápidamente nos desnudamos y la levanté en brazos y la llevé a la bañera mientras la morreaba. Mientras se llenaba me tumbe y la coloque sobre mi dándome la espalda. Desde ahí tenía fácilmente al alcance su vaginita y la podía hacer disfrutar y llevarla a las estrellas. Cuando se terminó de llenar, ya había tenido un par de orgasmos y estuve tentado a metérsela por el culito, pero no quería hacerlo sin lubricante y debajo del agua es complicado. Finalmente, lo hice por la vagina y ahí la deje, dentro, pero sin hacer nada más, solo deje que intentara culear con frenesí cuando la dejaba porque la entorpecía todo lo que podía mientras la seguía sujetando las muñecas con mi mano izquierda y con la derecha la acariciaba la tetillas, los muslos y los pies. Por supuesto siguió orgasmando como la preciosa maquina que es, más fruto del deseo y del furor que de la acción de mi polla en su interior. Cuando estaba próximo a correrme, me levante, se la metí en la boca y descargue. Volví a mi posición anterior y cuando nos tranquilizamos procedí a enjabonarla concienzudamente para librarla de la más mínima mota de polvo del camino.

¿Quieres bajar a la playa o estás cansada? —la pregunté mientras la secaba con la toalla y la morreaba incansable.

Prefiero que nos echemos la siesta.

Supongo que sabes que te voy a estar metiendo mano sin parar, —afirmé riendo.

Lo se papa: cuento con ello.



Ya por la noche y después de cenar nos acercamos a un mercadillo artesano. En otra ocasión vimos que había una mujer que hacia tatuajes de henna y Martina se había empeñado en hacerse uno, que al final fueron dos: uno en el pie y otro en la mano.

Papi, podía haberme hecho uno en el chochito, —me dijo riendo cuando regresamos al hotel.

¿En el chochito? ¡Ni hablar!

¿Por qué? Si no se iba a ver.

Yo si lo iba a ver y me gusta como está, sin nada pintarrajeado. Además, te iba a durar poco y yo iba a terminar con el morro negro.

¿De verdad que te gusta mi chochito? —preguntó riendo.

¿Lo dudas? Ahora por lista, cuando lleguemos te vas a cagar.

A ver si es verdad.

miércoles, 2 de abril de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 12)

 


Amanecía precariamente cuando salimos de casa. A pesar de los nervios, Martina había tardado cero coma en quedarse dormida y ni siquiera llegó a la autovía despierta. Si no se caía era porque el cinturón de seguridad la sujetaba. Llevaba una faldita corta que dejaba al descubierto unas piernas cada vez más torneadas a pesar los doce años que todavía tenía. La subí un poco la falda para poder tenerla a la vista. Desde que vive definitivamente conmigo, no usa ropa interior. Y no porque se lo haya impuesto: ella sabe que me gusta. Con eso es suficiente.

Como la había prometido, cuando terminó el 1º de Educación Secundaria, nos fuimos a la playa. Lo hizo con muy buenas notas y en lo único de flojeó un poco fue en matemáticas a pesar de mis esfuerzos. Como premio la regalé su primer iPhone y ella se añadió un watch. Todo de color rosa y a los pocos minutos, que digo minutos, segundos, ya lo manejaba todo mejor que yo. La hizo mucha ilusión, porque aunque no tiene muchos amigos, con algunas compañeras de instituto si se mensajea.

Lo que me sorprendió es que no llevaba mucha ropa. Había estado investigando por YouTube e Internet y ya tenía todo previsto.

—¿Solo vas a estar vestida con pareos mi amor? —la pregunté cuando vi que solo había metido esa clase de prenda: en total seis. Dos de ella y cuatro de su madre.

—No voy a necesitar más papa, —me respondió.

Finalmente, me hizo caso y metió un par de vestiditos ligeros de su madre. Lógicamente casi no salieron del armario de la habitación. También metió calzado de senderismo y unas mayas cortas porque algún día había pensado hacer senderismo por la salina próxima al hotel o acercarnos a Mojácar.

Cuando llegamos, hicimos el checking y subimos a la suite que había reservado después de meter el coche en el parkin subterráneo del hotel. Tenía dos habitaciones, un saloncito y un baño completo. Casi lo mejor era la amplia terraza con vistas al mar que a Martina la entusiasmó. Durante un buen rato se quedó ensimismada apoyada en la barandilla, mientras yo deshacía la maleta. Después me uní a ella abrazándola por detrás.

—¿La playa nudista está lejos? —preguntó.

—Empieza como a trescientos metros, —respondí señalando al norte—. ¿Quieres ir?

—Por supuesto, —afirmó tajante.

—Luego vamos.

—¿Después de comer?

—Y de que te eche un polvo, —respondí riendo mientras la achuchaba—, que llevo todo el día sin olerte.

—Espera que te descargo ahora mismo, como tu dices, —dijo haciendo ademán de arrodillarse.

—De eso nada, —respondí sujetándola—. Ahora a comer…

—Eso es lo que quiero, comer, —me interrumpió riendo. La veía extremadamente feliz y contenta, si eso fuera posible porque la verdad es que es su estado natural.

—No me seas lianta. Ahora bajamos a comer y luego subimos que el que te va a comer soy yo. Luego vamos a la playa.

—Buen vale, —dijo simulando resignación—. Voy a cambiarme.

Entró y se quitó la ropa. Se envolvió en un pareo anudándoselo al cuello y se puso unas chanclas. Se colgó el móvil de bandolera y dijo—: cuando quieras papi.

—Está tarjeta la tienes que llevar siempre encima, —dije riendo mostrándola la tarjeta—. ¿Dónde te la vas a guardar? No la pierdas.

—Pues algún sitio encontraré… listillo, —respondió riendo mientras hacia ademán de metérsela en el chochito.

—Anda, toma, —dije riendo mientras la daba una carterita con un pequeño mosquetón para que lo colgara del cordón del móvil—. Ya sabes que tenemos un todo incluido Premium. Siempre que pidas algo muestra la tarjeta y no tienes que pagar nada de nada.

—¿Helados?

—También.

—¿Y por qué me han puesto está pulsera de plástico?

—Porque eres menor. Ya sabes, la tarjeta siempre encima.

—A la orden, —respondió saludando militarmente.

—Venga, tira para abajo, —dije riendo dándola un azote cariñoso en el trasero.

Llegamos al comedor y como había mesas libres en el exterior nos sentamos allí. Pedimos una cerveza para mi y un aquarius para ella y nos fuimos a por la comida. Me hizo gracia que abrazada a su plato no hacia más que recorrer los mostradores.

—¿Qué te pasa mi amor? —la pregunté.

—Es que hay muchas cosas y no se que coger: me gusta todo.

—¿Quieres que te coja yo algo? —pregunté riendo.

—¡Nooo!

—Vale, vale, te espero en la mesa, —y me fui con mi plato. Sentado en la mesa la miraba, y la verdad es que estaba preciosa envuelta en su pareo, con sus chanclas y marcando suavemente el contorno de su trasero. Parecía una mujer en miniatura y no una cría de 12 años. Al final se decidió y llegó a la mesa con un pegotito de paella en el plato, otro de ensaladilla rusa, un poco de estofado de algo y un trozo de pescado a la plancha—. Muy variado, —me reí.

—Esto es una mierda papa, —dijo resoplando.

Mientras ella terminaba a mi me dio tiempo a tomarme un café. Después subimos a la habitaron y rápidamente nos quitamos la ropa, me tumbe a su lado ofreciéndole la polla e iniciamos un 69 tremendo. Con las piernas bien separadas mi boca recorría toda la vagina sin saciarme nunca. Cuando la succionaba el clítoris la sujetaba la cabeza con la mano para que no se la sacara de la boca. Finalmente, me lubriqué y cogiéndola por detrás la penetré mientras la sujetaba por las caderas. Cuando estaba próximo a correrme, la eché mano al clítoris y la forcé el último orgasmo mientras yo berreaba como siempre. Igual que como siempre, la mantuve penetrada mientras la abrazaba y la llenaba de besos: sé que la gusta.

Unos minutos después bajábamos en el ascensor al parkin para coger el coche.

—¿Está lejos? —preguntó.

—No, a un par de minutos con el coche.

—¿Y no podemos ir andando?

—Sí, pero la zona más próxima al hotel hay mucha mezcla con gente que no hace nudismo y no me apetece nada estar con la polla colgando y unos gilipollas vestidos a mi lado.

—Pues eso está muy mal, ¿no? Si es nudista, es nudista.

—Mi amor el nudismo se puede practicar en todas las playas de España.

—¿Entonces?

—Lo que pasa es que te arriesgas a tener que estar discutiendo con todos los gárrulos que hay muchísimos, —respondí mientras aparcaba el coche—. Aquí todos saben que es nudista y si vienes ya sabes que vas a ver muchos pitos colgando.

Saqué la bolsa de deportes dónde había metido todas las cosas y nos metimos en la arena—. ¿Aquí puedo ya…?

—Claro, pero una cosa mi amor. Esto no es free sex, —respondí e inmediatamente se quitó el pareo.

—Te prometo que seré buena, —dijo mirándome con coquetería.

La vi emocionada mientras nos acercábamos a primera línea. Empecé a extender las toallas en la arena, pero Martina no me ayudo. No lo pudo evitar y se acercó a la orilla a mojarse los pies. Después se giró, me miró y vi claramente que estaba encantada y era feliz. El sol bañaba cada centímetro de su piel dándola un maravilloso aspecto, que aún no era dorado.

—Martina, date protección, —dije entregándola el bote.

—Papa, con esto no me voy a poner morena, —dijo frunciendo el ceño después de mirar el bote de factor 50.

—Con eso vas a impedir que te achicharres y te pongas roja como un carabinero.

Como respuesta me sacó la lengua y yo riendo la conteste de la misma manera.

—Guapa, hazle caso a papa, —dijo una señora mayor con un fuerte acento centroeuropeo que junto a su pareja estaban cómodamente sentados en sillas de playa—. Ya veras como si te pones morena.

—¿Me lo promete? —bromeó Martina señalándola.

—Por supuesto cariño, —respondió la amable señora.

Empezó a aplicarse la protección y con la espalda la ayudé yo, igual que ella hizo conmigo. Después se acercó a la orilla y allí se tiró muchísimo tiempo. Mientras tanto me senté en la toalla y la observaba. Incluso la saqué alguna foto con el móvil.

—Necesito una pamela, —dijo acercándose después de ver a un par de chicas que llegaban paseando por la orilla.

—Y yo una silla de playa. Luego miramos en la tienda del hotel, —respondí y regresó a la orilla. Miré a la señora y vi que se estaba riendo e hice un gesto característico con las cejas.

—Está en la edad, —dijo la señora—. ¿Qué tiene 13 o 14?

—12, para 13.

—Pues lo dicho, está en la edad.

Durante nuestra estancia en Vera, hicimos amistad con ellos porque siempre nos situábamos en el mismo sitio. Ella se llamaba Bruna y Martina muchas veces se sentaba junto a ella y charlaban. Al término de la primera semana, Martina estaba como un tizón a pesar de la pamela y la protección y yo muy cómodo sentado en mi silla.

Ese primer día, a eso de las siete de la tarde regresamos al hotel y por supuesto nada más entrar en la habitación la quité el pareo y la olisqueé como un perro perdiguero. No me gustó porque tenía un fuerte olor a crema protectora y se dio cuenta. Se arrodilló, se metió la polla en la boca y empezó a chupar. Veía por el espejo su redondeado traserito y sus pies y me ponía mucho. Miraba hacia abajo y veía desaparecer mi polla en su boquita y como de vez en cuando subía los ojos y me miraba. Finalmente, me corrí y mi semen desapareció rápidamente en su maravillosa garganta.











miércoles, 26 de marzo de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 11)



Como recordaba, desperté por la mañana sintiendo su cálido cuerpecito a mi lado. Me ofrecía el traserito porque estaba abrazada a un perrito de peluche bastante feote que había sacado de entre los cientos que hay en su dormitorio. El cocodrilo había desaparecido en su paso por el centro de acogida. Miré el watch y me sorprendió ver que eran las 9:34 de la mañana. La verdad es que nos dormimos tarde porque después de follar estuvimos mucho tiempo charlando, pero aun así, es raro en mi acostumbrado como estoy a dormir poco.

Hice la cuchara con ella y la polla, reaccionó automáticamente de manera desmesurada al entrar en contacto con su cálida piel. Aparté la coleta e introduje la nariz en su cogote mientras con la mano derecha exploraba sigilosamente sus tetitas: no quería despertar a mi tesoro.

La sorpresa fue que al rato, Martina apartó el perrito y echó hacia atrás la mano libre y me agarró la polla. Después, mientras yo la achuchaba más, intentó poner la punta del prepucio en su orificio anal.

—Mi amor, no seas borriquilla, —la reprendí con cariño y alargando la mano cogí el bote de lubricante y puse un poco en su ano y en la punta de mi polla—. Prueba ahora.

Lo intentó otra vez y entró con cierta facilidad. Ella misma fue apretando su traserito contra mi pelvis hasta que quedó totalmente penetrada. Pasé mi brazo izquierdo por debajo y la sujete las manitas mientras que la derecha se alojaba en su maravillosa vagina antes de que ella me cortara el paso cerrando los muslos. La follé muy lento mientras la besuqueaba el cuello. Inmediatamente empezó a jadear mientras como siempre intentaba liberarse las manos. Como siempre empezó a encadenar orgasmos por la acción de mi mano sobre su clítoris. Porque hace mucho, en realidad desde el principio, me di cuenta de que Martina es principalmente clitoriniana. Por el ano y por la vagina también llega al orgasmo, pero con la estimulación del clítoris es casi automático. Por eso no quiero que tarde en alcanzarlos y siempre, en cualquier circunstancia la estimulación clitoridiana no falta. También admito que es egoísta por mi parte, porque si hay algo que me vuelve loco es oírla chillar de placer.

Finalmente, me corrí y permanecimos pegados unos minutos, descansando mientras mi polla perdía consistencia en su interior. Ella misma se salió y girándose me abrazó mientras me pasaba la pierna sobre mi. Por supuesto la morreé y finalmente me miró con sus grandes ojos castaños y me preguntó—: ¿me amas o solo quieres follarme?

—La palabra amor no te hace justicia, lo hago con todo mi ser y el follarte es un complemento maravilloso e imprescindible. ¿Y tú?

—Yo también te quiero, y quiero que hagas todo lo que te guste.

—Genial mi amor, pero tu también tienes que disfrutar. Tu placer es mi placer. Prométeme que si hay algo que no te gusta me lo vas a decir.

—Te lo prometo, pero es que todo me gusta, incluso cuando al principio me pegaste en el culo.

—¿Y hay algo que te guste especialmente?

—Estar atada, inmovilizada, sentirme indefensa. Sé que no me vas a hacer ningún mal, pero no sé, es una sensación muy especial para mi… además… me excita mucho.

—¿Confías en mi?

—Totalmente.

—¿Y hay algo más que te guste?

—Ya te he dicho que me gusta todo… bueno si, cuando terminas de follarme y me llenas de besos.

—Pues entonces te has cagado.

—¡Genial! —exclamó Martina riendo.

—¿Y por qué dices que yo te follo? Follamos los dos. Para mi seria impensable hacerlo sin ti.

—Siempre estoy atada y hago poco… y quiero estar atada y hacer poco.

—Aún así, follamos los dos, independientemente del rol de cada uno, —y dándola un azote cariñoso en el trasero, la dije—: muy bien mi amor, vamos a desayunar y revisamos la ropa de tu madre.

—¡Guay!

Estuvimos el resto de la mañana revisando la ropa. Se quedó con algunas cosas y el resto lo empaquetamos en cajas para bajarlas al trastero. Las joyas fueron apareciendo y finalmente llenamos un cajón de la cómoda. La verdad es que había mucho dinero en oro.

—Es que a los rumanos les mola el oro, —comentó Martina riendo.

—Mi amor, el oro le mola a todo el mundo, —respondí riendo.

—¿A ti también?

—Estéticamente no, pero si lo que representa.

—¿Qué representa?

—Riqueza, poder.

—¿Y tú tienes…?

—Tengo mucho mi amor, pero me temo que nunca es lo suficiente, —respondí riendo—. Podría dejar de trabajar si quisiera.

—¿Y por qué no lo haces?

—Porque soy un enamorado de mi trabajo: lo que hago me apasiona. Tu también tienes, pero por el momento no lo suficiente.

—¿Lo dices por esto? —preguntó señalando el cajón de sus joyas.

—Principalmente por lo que tus papas tenían en el banco. En una cuenta familiar y en un par de inversión. También está lo del seguro. Con todo eso voy a crear una cuenta de inversión a tu nombre y al mío. Tengo los papeles en el despacho para que los firmes.

—Vale, —respondió sacando un estuche del armario—. Mira, la depiladora de mamá.

—Pues eso te puede venir bien para eliminar los pelillos del chochito.

—¡Uf! No sé si seré capaz.

—¿Por?

—Porque vi muchas veces a mamá hacerlo y no se como lo aguantaba. Esto arranca los pelos de raíz y duele mazo.

—Pues en eso te puedo ayudar. Te ato para que no te muevas y te paso la maquina esa, —y riendo añadí—: puede ser divertido.

—La verdad es que si, —respondió con naturalidad tocándose la vagina. La verdad es que su respuesta me dejó sorprendido.

—De todas maneras podemos mirar lo de la depilación láser, lo que pasa es que no se si con tu edad…

—Podemos preguntar, pero en el centro de acogida había una niña que decía que se lo había hecho.

—Vale, pues lo preguntamos. Vamos a mirar lo que hay en tu armario porque seguro que toda tu ropa se habrá quedado pequeña. Y los zapatos. Está tarde nos vamos de compras.

—En casa no me hace falta, —dijo muy chulita.

—¿Quieres estar siempre desnuda? —la pregunté divertido y afirmó vigorosamente con la cabeza—. Yo encantado mi amor, pero para salir a la calle tendrás que ponerte algo, digo yo.

—Claro que si listillo, —respondió sacando un bañador de cuerpo entero.

—Claramente necesitas bikinis para la playa.

—¿Para la playa? —me preguntó mirándome.

—Claro mi amor.

—Nunca he estado en la playa.

—¿Nunca? —negó con la cabeza—. Pues este verano vas a ir. Yo voy todos los años.

—Creía que no te ibas de vacaciones, que siempre trabajabas.

—Siempre trabajo mi amor, pero un par de semanas a primeros de julio me voy a la playa, a un hotel que hay en Almería, en la zona de Vera. Trabajo como aquí, pero luego me bajo a la piscina o a la playa.

—Pues entonces necesito bikinis, —afirmó metiendo los bañadores en la bolsa de ropa para donar.

—Compra varios: la mitad tangas, —dije—. Vemos como está el ambiente con las niñas de tu edad y si puedes te los pones. Creo que me va a gustar verte el culo en público. Además, cerca hay una zona nudista.

—¿Sí? Como mola, —afirmó—. Por supuesto vamos a ir.

—Ya veremos.

—¡Jo papá!



Finalmente, lo empaquetamos todo y como ya era la hora de comer, pedimos un chino. Dimos cuenta del arroz tres delicias y del pato pekinés y nos fuimos a la cama. No me anduve con rodeos y lo primero que hice fue ponerla las muñequeras y sujetárselas por detrás de la espalda. Después la coloqué las tobilleras y las uní. Me tumbé a su lado y sistemáticamente empecé a besarla. Por supuesto empecé por su boca y cuando comencé a descender la coloqué la mordaza de bola y el collar de perro. Seguí descendiendo hasta llegar a los pies dónde reconozco que me entretuve más de la cuenta. Como me gustan. Con la polla a punto de reventar la solté los tobillos y después de lubricarla la penetré. Varios orgasmos después, yo también me corrí mientras la sujetaba la cabeza para ver nítidamente la expresión de su carita.

—¿Y el preservativo? —me preguntó nada más que la quité la mordaza.

—Ya no nos hace falta, —la respondí y la conté lo de la operación.

—Genial, —dijo mientras la llenaba de besos.

Miles de besos después, nos duchamos y nos empezamos a preparar para salir de compras. Como estábamos a finales de abril y el tiempo acompañaba con una ola de calor propia de agosto, me dejó elegir a mi y la puse un vestido elástico corto de su madre que a ella la llegaba por encima de la rodilla. Era de color rosa palo y aunque no la ajustaba mucho la quedaba genial.

—La ropa interior también te la pongo yo, —bromeé cuando vi que cogía unas braguitas. Me arrodille junto a ella, la subí el vestido, la separé las piernas y con cuidado la metí en el culito el tapón anal que además iba a juego con el color del vestido: el brillante era rosa. Después la miré y quedaba genial—. Perfecta.

La puse unas sandalias sin tacón y así nos bajamos al parking a por el coche.

—¿A dónde vamos?

—Al centro. Hay están todas las grandes cadenas y para lo básico es lo mejor.

—¿Y puedes entrar ahí con el coche?

—Con este coche si porque es hibrido-enchufable, si no, no podríamos entrar en Madrid Central.

Aparcamos en la plaza de El Carmen y durante el resto de la tarde estuvimos recorriendo todas las grandes superficies de la zona. Incluso hice un par de viajes al coche para dejar bolsas. Cerca de las 21:30 dejamos el último cargamento de bolsas y nos metimos en un kebab a cenar. En la vida se me hubiera ocurrido meterme en un sitio de esos, pero por supuesto fue deseo de Martina.

Llegamos a casa y directamente dejamos todas las bolsas en su dormitorio.

—Voy a ducharme, —dijo, pero la cogí de la mano y la llevé a la cama—. He sudado mucho está tarde.

—Mejor, —la respondí sacándola el vestido por arriba. Se tumbó en la cama mientras rápidamente me desnudaba. Me coloqué a su lado e inmediatamente empecé a besarla, a meter la nariz en su axila olfateándola. Que bien huele. Metí la mano entre sus piernas, empecé a estimularla e inmediatamente empezó a reaccionar. Después de lubricarla la penetré colocándome sobre ella. Apoyado en los codos la estuve follando y cuando ya la había provocado un par de orgasmos aceleré y me corrí mientras los dos gritábamos de placer. Bueno, yo más que gritar, berreé como siempre.

La cubrí de besos como siempre y después a dormir: Martina pasó de ducharse.

martes, 18 de marzo de 2025

Mi preciosa princesita (capítulo 10)


 

Cuando nuestros encuentros se ceñían a unas pocas horas los miércoles, maldecía porque me parecía una mierda. Luego, a pesar de no ser creyente, recé por poder volver a tenerla esas tres escasas horas.

Al día siguiente de la muerte de sus padres, los Servicios Sociales se la llevaron y yo tuve que ir al depósito a reconocer los cadáveres. No fue agradable porque su vehiculo fue aplastado por una hormigonera que se les subió encima. Los cuerpos habían quedado destrozados e incluso el del padre estaba partido por la mitad. Lógicamente yo no lo vi, pero me lo comentaron los forenses. La madre estaba también muy deteriorada, pero por fortuna la cara la tenía casi intacta. No tuve dificultad en identificarlos.

Gente de Asuntos Sociales entraron en la casa de Martina para coger ropa utilizando las llaves que los padres llevaban encima en el momento del accidente. Después nada hasta que tres meses después alguien llegó a casa para hablar conmigo. Fue una conversación larga porque antes de contestar a sus preguntas me tuvo que contestar a todas la que la hice sobre Martina. No me voy a enrollar con esto, pero resumiendo mucho, en las entrevistas que los psicólogos habían tenido con Martina había salido a relucir el enorme apego que tenía conmigo. Al principio me acojoné ante la posibilidad que hubieran descubierto nuestra relación, pero rápidamente vi que no.

La cuestión estaba en que la niña no tenía familia. Su madre creció en un orfanato rumano. Al padre solo le quedaba un hermano, pero era impensable que se hiciera cargo de su sobrina porque estaba en la cárcel con una larga condena por asesinato. La persona que llevaba el caso de la niña era reacia a que fuera pasando por pisos de acogida además de que ella se negaba a ir, además, la habían enviado al centro de acogida de El Escorial que era un lugar poco idóneo para una niña como Martina. La única posibilidad era que yo me hiciera cargo de ella. El único problema, pero muy importante, era que yo vivía solo y no tenía formada una familia de algún tipo. No me voy a enrollar mucho sobre ese asunto, pero después de muchas entrevistas e investigaciones sobre mi situación económica, finalmente pude adoptarla. En esos meses nos vimos tres veces en presencia de los psicólogos para que nos evaluaran.

Antes de que todo esto ocurriera, había decidido hacerme una vasectomía: no me molaba el látex. Al mes de los sucesos me llamaron para hacerlo y estuve tentado de echarme atrás, pero finalmente lo hice. Por precaución congelé muestras de mi semen para un banco de lo mismo.

Unos días antes del primer aniversario de la muerte de sus padres, un viernes por la tarde, me citaron en el centro de acogida de El Escorial para recogerla. Nada más verme, Martina se abrazó llorando a mi. Por supuesto yo también lo hice, pero me corté con los besos. Después se abrazó con la funcionaria que había llevado su caso y con su maletita nos fuimos al coche. Cuando llegamos y nos acomodamos en su interior nos miramos y vi claramente su intención.

—Aquí no mi amor. A ver si vamos a meter la pata en el último momento.

—¿Y en el ascensor de casa? —preguntó Martina riendo.

—Ahí menos. Tienes a las vecinas pendientes de tu llegada. Están como locas por tenerte otra vez en casa, —dije arrancando el coche.

—Yo también tengo ganas de verlas.

—Estos meses han estado muy preocupadas y se alegraron mucho cuando las dije que había ciertas posibilidades de adoptarte.

Efectivamente, cuando llegamos y aparcamos en el garaje, inmediatamente aparecieron una docena de vecinos. Pasó por los brazos de todos y todos las besaron con lágrimas en los ojos. Incluso la habían comprado un ramo de flores. Finalmente, subimos a casa y ante la sorpresa de Martina abrí la suya.

—¿Vamos a vivir aquí?

—Está casa es mucho más grande que la mía y ya lo he hablado con los de Servicios Sociales, —respondí entrando—. Tu habitación…

—Pero yo quiero dormir contigo, —me interrumpió.

—Y lo vas a hacer, —dije abrazándola—, pero tienes que tener tu dormitorio por si acaso.

—¿Qué puede pasar?

—Que tengamos visitas o una inspección: tu dormitorio tiene que estar como si se utilizara. Incluso tienes que tener ropa en el armario.

—¿Cómo si se utilizara?

—Así es mi amor.

—Toda la ropa que traigo del centro de acogida la quiero tirar, —dijo entrando en el baño mientras se quitaba la ropa para ducharse.

—Vale, pero mejor otro día, —respondí mirando como se quedaba desnuda. Me senté en el bidé y cogiéndola por las caderas la dí la vuelta.—. Menudo estirón has dado. La ropa que tienes aquí no creo que te valga.

—¿Ya no te gusto como antes? —preguntó mientras me abrazaba.

—¿Qué si me gustas? Me apasionas, pero quiero pedirte una cosa.

—¿El qué?

—Esos pelitos que empiezan a crecer en tu chochito tienen que desaparecer, —y atrapando uno de sus pezones con los labios, dije después—. Y necesitaras sujetadores. Te están creciendo unas tetitas preciosas, como tú.

Yo también la abrace y juntando mis labios con los suyos la morreé. Desde el mismo momento en que percibí su olor, la polla se disparó. Había pensado en irme rápido a la cama y que allí sucediera todo, pero que cojones, con ella siempre me pasa lo mismo. Me bajé el pantalón y rápidamente se arrodilló y empezó a chupármela. Bueno, si me descarga ahora para la cama ya pensaré otra cosa: tengo muchas ideas. No duré mucho porque a mi lógica ansiedad por llegar casi un año sin ponerla la mano encima hay que añadir que desde allí, sentado en el bidé tenía en espejo grande de frente y la veía con toda claridad su trasero y su perfecta línea vaginal. Me corrí y la llené la boca de semen. Mi amor me miró con una sonrisa, abrió la boca llena de esperma y se lo tragó. Nunca lo había hecho, y me refiero a representar de una manera tan evidente algo que hacia desde el primer momento.

Nos levantamos, terminé de desnudarme y entramos en la ducha. La estuve limpiando con la esponja concienzudamente y ella se dejó hacer. Cuando pasaba la mano por sus tetitas enjabonadas me di cuenta de que definitivamente me encantaban. Aunque claramente estaban en desarrollo, si había salido a su madre no irían mucho más allá. Por mi perfecto: no me gustan las mujeres abundantes.

—¿Tienes hambre? —pregunté y ella asintió—. Tengo pescado.

Mientras lo preparaba, se sentó en una silla en la mesa de cocina y estuvimos charlando. Más que nada la informé de lo que había estado haciendo estos días desde que me informaron del día que tenía que recoger a Martina.

—Lo primero mi amor es que está casa es tuya y hasta que seas mayor de edad yo la administro. Con el resto de pertenencias de tus padres y el dinero de la cuenta familiar pasa lo mismo. Ahora estamos a la espera de que el seguro pague la póliza de accidente que tenían, pero en principio tardara unos meses porque la hormigonera no lo tenía todo en regla. Con todo voy a hacer un fondo de inversión para que tu dinero no pierda valor y que aumente en lo posible.

—Me da igual: haz lo que quieras.

—Toda la ropa de tu padre la he metido en cajas y la he bajado al trastero. Ya me dirás si quieres conservarla o la quieres donar. Los relojes y las joyas las tengo aquí. Lo de tu madre no lo he tocado hasta que tu lo veas. Hay ropa que ya te vale si la quieres utilizar, si no, lo metemos en cajas y abajo.

—Vale, luego lo miro.

—Luego no creo porque vas a estar muy ocupada, —dije riendo y ella también sonrió—. Ya lo haremos mañana.

—¿Y el cole? Me dijeron que el lunes iba a ir…

—He encontrado uno privado que te acepta estos dos meses que quedan para que termine el curso y que tiene profes de apoyo. No está lejos, pero tiene transporte que para aquí al lado. Para el curso que viene ya vemos si quieres seguir o buscamos otro. Lo único que te pido es que no sea de curas. No quiero religiones influyendo en tu educación, —Martina asintió empezando a comer lo que la había puesto delante. Yo también me senté con mi plato—. Mañana revisamos las cosas de tu madre y luego por la tarde podemos ir a comprar lo que te haga falta. Por cierto, tu mamá iba siempre muy enjoyada y aunque he visto un par de joyeros, yo creo que falta mucho. ¿Sabes dónde lo guardaba? —Martina asintió—. Pues mañana lo buscamos y lo tienes todo junto.

—¿Puedo preguntarte una cosa, bueno dos?

—Puedes preguntarme lo que quieras mi amor.

—A partir de ahora ¿las cosas van a ser como aquel fin de semana?

—No, porque tu tienes que ir al cole y yo tengo que trabajar y aunque te aseguro que me gustaría, esas dos cosas son sagradas. ¿Y tu que es lo que quieres?

—Yo quiero que hagas conmigo lo que quieras.

—Y yo quiero follarte a todas horas, oír tus gemidos y hacerte gritar de placer. Estoy seguro de que sabremos organizarnos. ¿Y lo segundo?

—¿Quieres que te llame papa?

—Lo que tú quieras. No soy tú padre biológico, pero si quieres, por mí no hay problema.

No hubo problema para organizarnos. Entre semana hacíamos lo necesario para controlar nuestra fogosidad sexual, pero eso si, los fines de semana temblaban las paredes. Os recuerdo que yo empiezo a trabajar a la 3:30 AM (8:00 AM en Mumbai) y termino entre las 11 y las 12. Después como algo ligero, generalmente fruta, y me echo una pequeña siesta. Me levanto, paso la aspiradora y cuando a eso de las 17:00h llega Martina follamos: nada muy elaborado. Después nos duchamos, la tarea del cole, la cena, algo de tele y a eso de la 22:00 a la cama, sexo y a dormir. Eso si, los fines de semana son memorables.



A estas alturas creo que no hace falta contar como es Martina, pero por si hay algún despistado, voy a hacer un pequeño inciso. Ahora mismo, Martina es una preciosa adolescente de 12 años y pico y 1,49 de estatura. A pesar de que ya no practica la gimnasia y no lleva una dieta tan estricta, sigue siendo muy delgada. El pecho ya ha florecido, y no espero que lo desarrolle mucho. Por antecedentes familiares (su madre no tenía mucho y además era muy pequeñita). Ya ha empezado a menstruar, pero la verdad es que por el momento lo tiene controlado y no la causa problemas. El pelo lo tiene castaño claro igual que los ojos. No está morena porque no toma el sol y además nunca ha ido a la playa, sin lugar a dudas algo a solucionar.

Sexualmente es extremadamente activa, pero muy sumisa (la gusta que la aten), que la hagan muchas cosas y constantemente, y que no se pueda resistir a los orgasmos que produce como si fuera una fabrica. Es claramente multiorgásmica y por el momento ligeramente masoquista (sus limites están por descubrir). Su principal afán es servirme y estar a mi disposición y desde luego estoy encantado: no me voy a quejar. Ya veremos cuando sea adulta como va a pensar, pero por el momento…



Terminamos de cenar mientras seguíamos charlando y después se fue al baño mientras terminaba de recoger la cocina. Me dirigí al dormitorio principal y me la encontré sobre la cama.

—¿Has traído los juguetes?

—Por supuesto mi amor, —dije sacando un maletín del armario. Lo deposité a los pies de la cama y lo abrí. Sin decir nada, me ofreció las muñecas y sonriendo, cogí las muñequeras y se las puse uniéndolas por detrás de la espalda. A continuación, la coloqué las tobilleras y las uní también. Después con la mordaza de bola y un collar de perro de la mano me tumbe junto a ella y durante mucho tiempo la estuve morreando. Como no la estimulaba la zona vaginal, ella no hacia más que intentar frotarse los muslos en un intento de autoprovocarse placer. Tardé en saciarme y cuando lo hice, la coloqué la mordaza. Entonces empecé a repasarla el cuello mientras la tiraba de la coleta hacia atrás y cuando terminé la puse el collar de perro de cuero. Iba a ser sistemático porque llevaba casi un año sin saborearla, sin olerla, sin amarla. Pasé a sus hombros y por fin a sus tetitas. Me agradó comprobar que a pesar de la posición un poco forzada hacia a tras algo se la notaban.

Metí un dedo en su vagina y casi automáticamente tuvo el primer orgasmo. Mientras tanto, yo seguía a lo mío con sus pezones y con la polla a punto de reventar desuní el mosquetón que unía muñequeras y tobilleras y la coloqué de rodillas. Con una correita uní las muñequeras al collar de perro para que sus manitas quedaran altas y no me estorbaran, me unté bien la polla de lubricante y puse la punta en la estrecha entrada de su orificio anal. Presioné y la punta entró. La mantuve ahí mientras la recorría el torso y mi amor gemía. Baje la mano derecha y la alojé en su vagina empezando a estimularla mientras poco a poco la iba introduciendo. Martina emitía chillidos apagados por la mordaza y cuando la tuve toda dentro empecé a bombear. Lo hice despacio porque quería aguantar lo más posible, pero al final me corrí mientras bramaba como un búfalo.

No la saqué, la mantuve penetrada mientras insistía con la mano y la provocaba otro orgasmo. No es meritorio, es muy fácil. La deje caer con suavidad sobre la cama y la libere de sujeciones. Después, la di la vuelta, me tumbe sobre ella y estuve besando cada centímetro de su piel mientras ella, con los ojos cerrados sonreía complacida.

Cuando se tranquilizó, me cogió la cabeza con sus manitas y me beso en los labios. Después, mirándome dijo—: que ganas tenía de que me volvieras a follar.

Me hizo gracia oír estas palabras en boca de una niña de doce años. La abracé y después de besarla tan intensamente que casi se me vuelve a poner dura, la dije bromeando—: si fuera por mí, te estaría follando a todas horas, pero ya tengo una edad y estaría bien que no me diera un infarto.

Soltó una sonora carcajada y me volvió a besar en los labios.

martes, 11 de marzo de 2025

Mi preciosa princesita (capitulo 9)

 


Como todas las mañanas desde el jueves, abrí los ojos y noté la cálida presencia de Martina a mi lado. Me puse de lado para verla mejor. Estaba bocarriba y con el bracito izquierdo abrazaba el cocodrilo. Con cuidado para no despertarla terminé de apartar la sabana para verla mejor y reposé la mano sobre su vientre. Al rato, movió la mano derecha, cogió la mía y subiéndola la besó y la dejó asida sobre su pechito.

—¿Qué tal estas mi amor? —la pregunté y se encogió de hombros—. ¿Has dormido bien?

Como respuesta subió la mano que tenía cogida y empezó a chuparme los dedos. No sé muy bien lo que me quería decir, pero os puedo asegurar que se me puso dura. A lo mejor es lo que pretendía porque unos segundos después, me soltó la mano y bajándola me cogió la polla y soltó una risita cuando comprobó su firmeza. La miraba hipnotizado, ¿cómo es posible que esta cría de diez añitos sea tan perversa? Es broma, cada vez tengo más claro que su único deseo es agradarme y obedecerme. Lo que pasa es que todo lo bueno se acaba y en unas horas Martina regresara a su casa y volveré a despertarme solo.

Como si hubiera adivinado mis pensamientos, soltó al cocodrilo y bajándose se metió la polla en la boca. Un rato después, la moví para que me cabalgara la cara y atrapando sus caderas sumergí mis labios en su vagina. Soltó un gemidito y ya no paró. Mientras se retorcía con los orgasmos siguió chupando mientras con la manita me masajeaba las pelotas.

Finalmente, me corrí llenándola la boquita de semen. Como vi que a pesar de la falta de consistencia seguía chupando yo continúe con su chochito del que era imposible que me hartara. Lo dejé, porque en un momento determinado empezó a apetecerme comerla el morrito y se lo comí. Mientras lo hacia seguí estimulándola con la mano y ella continuaba orgasmando. Si hubiera estado un inspector del Récords Guinness a nuestro lado, no tengo la más minima duda de que mi preciosa niña hubiera batido un nuevo récord mundial.

Me entró una notificación en el teléfono e inmediatamente lo cogí. A causa de mi trabajo la mano se me va automáticamente cuando oigo el sonido. Eran las 10 y active el mensaje.

—Es de tu madre, —dije a Martina—. Ya han embarcado, a las 14 horas está previsto que aterricen.

No dijo nada. Se bajó y se acurrucó en mi costado. Me quedó claro que no la hacia gracia el regreso de sus padres.

—La he dicho que comes conmigo porque de que aterricen, recojan las maletas y lleguen a casa serán casi las cuatro.

Siguió sin decir nada. Al rato, se levantó y del carrito cogió las muñequeras de cuero y las tobilleras. Regresó y me las entregó para que se las pusiera. Se tumbó bocabajo y puso las manos en la espalda. Las coloqué y las uní, y a continuación me dedique a los tobillos mientras se los besaba. Con un mosquetón junté tobilleras y muñequeras y la coloqué de lado. Me gustaba mucho tenerla en esa posición forzada, con su cuerpecito un poco curvado hacia atrás. A pesar de que era consciente de que está aventura llegaba a su fin, y que era la última oportunidad que iba a tener de tenerla a mi disposición, la verdad es que me encontraba un poco inapetente, en realidad un poco deprimido. La estuve besuqueando ese cuello que tanto me gusta mientras la olía. Metí el dedo en su ahora cerradita línea vaginal provocando su reacción con ligeros gemidos, pero se dio cuenta de que no me encontraba bien.

—¿Qué te pasa Raúl?

—No pasa nada mi amor: no te preocupes.

—Si te pasa, —insistió con su vocecita.

—Es que no me hago a la idea de no tenerte aquí a todas horas. De poder presenciar en tiempo real como te desarrollas, como te crecen estas tetitas que tanto me gustan, —dije y empecé a succionar sus pezoncitos.

—Los miércoles vamos a seguir viéndonos.

—No es suficiente, —dije mientras mi boca pasaba de sus pezones a sus labios—. No quiero migajas: lo quiero todo.

—A mí también me gustaría estar siempre contigo. Salir a la calle como el otro día con zapatos de tacón y vestidos guay.

—Y sin braguitas, —afirmé riendo.

—Como tu quieras.

—Pues mira, te podía haber puesto el tapón anal.

—¿Y por qué no lo hiciste? —dijo con tono chulito.

—Porque no soy tan listo como tú, —la respondí y empecé a hacerla cosquillas. Empezó a chillar y a intentar patalear, pero no me apiadé y la ataqué los costados sin compasión. Empezó a sudar y otra vez entró en esa risa nerviosa que tanto me gusta. La sujeté del pelo echando la cabeza hacia atrás y dejando al descubierto su cuello y chupé su sudor, la olí otra vez y finalmente se me puso totalmente dura. Solté el mosquetón y poniéndola de rodillas la eche lubricante en el ano y la penetré. Lo hice de golpe y entró sin dificultad hasta el fondo. Con una sonrisa imaginé que ocurriría como en los hentai, que cuando a la chica (generalmente lo son) el alíen o lo que sea se la meten por el culo, la punta sale por la boca. Por supuesto eso solo pasa en los hentai.

Mantenía las manos a la espalda y cogiéndola por los brazos empecé a follarla. Estuvimos un buen rato así, sin estimularla el clítoris, y aunque la costó llegar al orgasmo, al final lo consiguió. Como premio baje la mano y empecé a pellizcárselo para que empezara a encadenarlos y así siguió hasta que me corrí y la di unos fuertes azotes en el trasero mientras lo hacia. La gustaron mucho, pero en un principio me arrepentí porque la había dejado los cinco dedos marcado en su nalguita. Por fortuna, cuando un poco antes de que llegaran sus padres nos vestimos, comprobé que casi habían desaparecido. Los cinco dedos de una mano adulta, en el trasero de una cría de 10 años son difíciles de explicar.

El resto de la mañana seguimos metidos en la cama jugando y amándonos hasta que a eso de las dos, nos duchamos, nos vestimos y preparé algo de comer antes de que sus papas llegaran.

Cuando lo hicieron, no había ni rastro en la casa de nuestras actividades. Todo, cámaras, focos y juguetes estaban guardados en el armario, junto a sus zapatos rosas de tacón. Y oficialmente, acordamos decir que Martina había dormido en mi cama y yo en el sofá cama del despacho por motivos de trabajo. También habíamos preparado una bolsa con su supuesta ropa sucia, principalmente braguitas y calcetines.



Y así es como finalizó nuestra aventura y regresamos a nuestra rutina habitual. Los miércoles, nada más que su madre me la dejaba, ella se desnudaba, se metía en la cama y como una bala yo iba detrás. Follábamos como conejos durante una hora (solo disponíamos de dos) y luego nos duchábamos. Había tenido la precaución de utilizar el mismo gel que Martina tenía en su casa. Después, nos sentábamos y la ayudaba con sus tareas de mates hasta que su madre aparecía y se la llevaba a casa.

La situación no nos satisfacía ni a ella ni a mi. Como ya he dicho disponíamos de una hora y solo pensar en las virguerías sexuales que no podía poner en práctica con ella me ponía enfermo. Además, me cortaba mucho porque lógicamente no podía dejarla marcas de algún tipo que pudieran levantar las sospechas de la madre.

Sobre la información que había en el disco duro, había estado investigando por Internet, algo que la verdad es que se me da bien. Lo único que pude constatar es que los padres no trabajaban en una empresa de gestión de alquileres. Pertenecían a una especie de secta u organización que se dedicaba a servicios sexuales de calidad. En realidad los padres trabajaban en su verdadera afición, en lo que se grababan en video cuando estaban en la intimidad del dormitorio conyugal. Los dos eran sumisos, la madre a tiempo completo y el padre solo en el trabajo. Los miércoles por la tarde trabajaban en otro lugar haciendo lo mismo. Sabía la dirección exacta, que estaba cerca, pero en el Maps o en el Earth no se veía nada exteriormente. Lo que fuera estaba camuflado en alguna de las viviendas.

Sobre los informes de la niña no había conseguido nada de nada, aunque releyendo la información había llegado a la conclusión de que de alguna manera querían comerciar con Martina. ¿Venderla, prostituirla? Ni idea, pero si había llegado a la conclusión de que lo que fuera lo iban a hacer cuando cumpliera los 12 años. ¿Por qué a los 12 años y no a los 10 o a los 14? Ni puta idea, pero ese 12 aparece en varios escritos. A lo mejor la estaban criando como quién cría una vaca para luego venderla. Eso me descomponía, pero por el momento no podía hacer nada. Eso si, preparé toda la documentación para entregársela a las autoridades en el momento en que sintiera que mi amor corría algún peligro. De todo esto no informe a Martina ni ella preguntó.



Nuestra situación mejoró bastante porque pudimos ampliar las dos horas de los miércoles a casi tres. Tengo que decir que todo esto lo ideo la niña cuando un día por la noche, después de cenar, escuchó a su madre decir que los miércoles iban con la hora pegada al culo.

—Puedo venir yo sola desde el cole, —la propuso—. Solo está a diez minutos.

—No digas tonterías, ¿cómo vas a venir tu sola?

—Ya tengo diez años, —y con retintín añadió—, creo que sabré llegar.

—Que no, que no, que todavía eres pequeña.

—Pues dile a Raúl que vaya a por mí, —insistió.

—Si hombre, solo faltaba eso.

—Se lo podemos preguntar, —dijo su padre levantando la vista de su tablet—. Nos vendría bien tener más tiempo los miércoles.

—Pues pregúntale tú que a mi me da vergüenza.

—Yo se lo preguntó, —dijo la niña que a pesar de estar ya descalza y en pijama, salió corriendo.

—¡Martina! —gritó la madre pero la aludida ya había salido al pasillo y estaba aporreando mi puerta.

—¿Qué ocurre cariño? —la pregunté cuando rápidamente abrí.

—¡Hay, perdona, perdona! Pero es que… —dijo la madre que azorada llegaba también rápidamente. En su flequillo reinaba omnipresente un gran rulo para domar esa parte de su peinado.

—Qué si me puedes recoger los miércoles en el cole, —dijo Martina interrumpiéndola—. Al parecer soy pequeña para venir sola.

—¡Martina! —gritó la madre.

—¡Eh! Sí, vale, —respondí cuando me repuse de la sorpresa inicial.

Y así quedó la cosa. Desde el día siguiente, todos los miércoles a las cinco recogía a Martina en el cole y a las cinco y diez estábamos en casa. Por supuesto desde ese día pudimos poner en práctica eventos más elaborados. Volvimos a utilizar tobilleras y muñequeras y en ocasiones el tapón regresó a su precioso ano. Así estuvimos hasta que un mes antes de que cumpliera los 11 añitos, todo saltó por los aires.



Un miércoles a la hora en que sus padres llegaban a recogerla, no lo hicieron. Esperé un rato y me puse a intentar localizarlos por el móvil. Finalmente, a eso de las 11 horas de la noche, en el 112 me informaron de que estaban en el hospital de La Paz. Los dos habían muerto en un accidente de tráfico a escasas cinco manzanas de casa. Esa noche durmió en casa y al día siguiente, los Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid se la llevaron ya que habían comprobado de que en España no parecía tener ningún familiar.

Y así fue como nos separamos.